LA CONDICIÓN POSTMODERNA: ¿FIN DE TODO? Camilo Perdomo * Resumen: Hay dos constantes del discurso postmoderno: la ironía y el retorno a viejas reflexiones filosóficas. Si bien, éstas no son sus únicas referencias, en general ellas aparecen identificando el campo donde la condición postmoderna siempre es una hipótesis sobre el saber moderno. Palabras claves: Postmodernidad- Fin del sujeto- valores modernos- modernidad- misión socio-educativa de la Universidad Vivimos una vuelta de los tiempos: no una revolución sino, en el antiguo y más profundo sentido de la palabra, una revuelta, un regreso al origen que es, asimismo, un volver al principio. No asistimos al fin de la historia, como ha dicho un profesor norteamericano, sino a un recomienzo. Octavio Paz: La otra voz. Poesía y fin de siglo. 1990, p. 126. L’ironie est une stratégie subversive qui appelle la foudre et les températures d’apocalypase: ayec elles, ce sont les fondements mémes des mythologies sociales qui sont sapés. Onfray: Cynismes, 1990, p. 93. Profesor U.L.A. Enero 1998 ¿Fin del sujeto social? Este punto lo iniciamos con esos dos fragmentos de Paz y Onfray con la finalidad de adelantar dos constantes que el discurso postmoderno no puede abandonar: De una parte la ironía y de la otra, el retomo a viejas reflexiones filosóficas. Si bien esas no son sus únicas referencias, en general ellas aparecen identificando el campo donde la condición postmodema siempre es una hipótesis sobre el saber moderno. Esa hipótesis adelanta como afirmación que el saber moderno cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada postmoderna (Lyotard, 1979: 10). Según Lyotard, el saber como discurso se afectó desde el lugar de la verdad, no sólo por la rapidez de los cambios en él mismo, en su educación y transmisión sino en el tipo de normalización que construyó. Si recordamos que en ese informe sobre el saber preparado por él para el Consejo de las Universidades del Quebec no trata expresamente un problema de los fundamentos de una nueva antropología, podemos hacerle esta lectura. Los productos del cambio en el saber afectan también la concepción moderna del hombre puesto que es con el verbo y el lenguaje que empezamos a tener conocimiento de él y de la representación de sus deidades y mitos. Si bien ahora se comienza a hablar de postmodernidades (Bayard, 1994) y a identificar como autores superados en el debate con la moder nidad a Lyotard y Habermas, entre otros, se mantiene la idea de que hoy asistimos a la quiebra de los valores modernos. Lyotard identificó en el agotamiento de los relatos modernos un cambio en el contexto cultural, lo que le permitió hablar del fin de lo que hasta ahora identificaba a los hechos de la modernidad. De esta manera, todo lo que se justificaba por medio de un relato da paso a otro y así sucesivamente. En ese proceso, la filosofía y la historia, por nombrar dos campos de un saber relatado, entran en un túnel cuyo fin es anunciado por las mismas preguntas que antes le daban un sentido, orientación y contenido. De esa forma es que imaginamos que ha entra do en crisis de largo aliento el discurso que permitía narrar la existencia de un «sujeto» en tanto ser con sentido y contenido para lo humano (desde los valores de la modernidad) y el mismo que anuncia el fin de todo (desde los antivalores de la postmodernidad). En vista de que esta temática toca al pensamiento y la reflexión teórica desde el humanismo, nada más apropiado para involucramos en ella que con algunas referencias previas: Una, el hombre moderno como sujeto tendría algunas relaciones con él mismo y con la sociedad para interpretar su finitud: su visión del tiempo y la trascendencia de sus ideas. Dos, si bien algunos relatos se han agotado y con ellos se da el paso a un nuevo contexto cultural, tal como el de la postmodemidad, queda aún pendiente el campo y los límites de su discurso para hablar con propiedad del sujeto y sus posibilidades en ese contexto. Al menos desde el espacio de una nueva reflexión ética se observa con cierta preocupación los signos de esos limites. Esta segunda referencia nos lleva a tocar el terreno de la filosofía y el horizonte de los fundamentos de la educación y del principio de la responsabilidad como dos lugares donde por cierto no está excluida la idea de abordar la crisis del sujeto y los valores con los que hoy se desforma y representa estéticamente el hombre. Es decir que, admitida la idea de crisis del relato para dar a conocer lo que ha sido y es el hombre dentro del nihilismo a ello necesariamente ni nos convence ni nos invita a afirmar tajante- mente que el sujeto murió en el relato y por el relato para no repensarlo en el lugar de una nueva ética y estética. Pues si esto no fuera posible, entonces cabría preguntar: ¿Y qué lo ha sustituido? o ¿Dónde están sus restos? porque no existe muerte sin las evidencias de un cadáver. El cuerpo agotado de la modernidad continúa su largo viaje con sus viejas imágenes: «Las distintas personificaciones-Amor, Envidia, Castidad, Justicia, Cólera, Templanza-hablan entre ellas como hablan los hombres y las mujeres; como ellos, se unen y separan, pactan y pelean. (...)» (Paz, 1990:16). Y mientras ello sea de esa manera, existen posibilidades para repensar algunas viejas preocupaciones sobre los valores humanos que no terminan de morir en sus signos más perversos. Nuestra idea resumen es la siguiente: Si la cultura debe servimos de plataforma para salir de esa terrible encrucijada que nos muestra el discurso postmoderno, es difícil dejar de lado la idea vacía de responsabilidad que tenemos respecto a los otros seres con los que de alguna u otra manera compartimos el entorno social. Cultivar la responsabilidad en tanto nuevo paradigma que emerge e invita a construirle nuevos signos: en el hombre, la naturaleza y códigos del derecho, no parece ser tarea única del particularismo postmoderno. Casi toda las claves del discurso postmoderno invitan a abandonar el barco frente al inesperado naufragio de los valores modernos. No podía ser de otra manera cuando la utopía del progreso se realizó en una racionalidad económica para que unos pocos aprovecharan sus beneficios inmediatos. Sin embargo, no olvidemos que la breve referencia que hasta esta parte hemos mostrado en torno a los valores nos habla de un hombre hasta cierto punto puro en términos de acción y relaciones culturales que, bien por revelación, por uso de la tecnociencia y la razón o porque está ausente de maldad es portador del bien y la virtud y eso fundamentalmente lo distingue de las bestias. Todos los relatos estético-educativos modernos se nutren de esta idea de purismo espiritual y allí es posible encontrar los efectos de las ideas de Kant y Rousseau (entre otros) en el origen del nihilismo que dió paso al vacío postmoderno. Reducido el hombre a tal purismo, así le era fácil justificar su existencia (no olvidemos tampoco que hace tiempo vivimos para justificarla) por medio de acciones trascendentes (la revolución, la teoría crítica, etc.) o por medió de la idea sembrada por el cristianismo de que somos seres para la bondad y el bien. De allí que nos ocupemos de las ideas de justicia y moral que ese mismo cristianismo nos ha sembrado en todos estos siglos. Otra posibilidad es la que dieron los cínicos (hoy es necesario arrancarle a este término su carga estética que viene siendo desformada por cierto lugar común que lo ve dentro de prácticas de indiferencia humana) con Diógenes a la cabeza invitando a no dejarse seducir por las divinidades y de esa manera reconciliarse con la naturaleza. Algo muy distinto a la práctica moderna de origen cartesiano: dominar la naturaleza para extraerle sus secretos y dominar la tierra. La ilusión moderna no le aclaró muchas cosas al hombre, tampoco el ruido postmoderno: «Llamarse postmoderno es una manera más bien ingenua de decir que somos muy modernos. (...)» (Paz, 1990: 50). De tal manera que podemos seguir creyendo que sólo por intermedio de la verdad revelada el sujeto tiene una existencia incontestable, pues él es la imagen y representación del ente (Dios) que lo creó. O lo que es lo mismo, seguimos siendo prisioneros de los misterios del tiempo y del eterno retorno nietzscheano que se explica por el recurso del discurso, las metáforas, la ironía, las alegorías, la crítica y el lenguaje como vías para averiguar su sentido y contenidos ético-estéticos en las acciones humanas. En el discurso y sus enunciados habría entonces que averiguar la existencia de contextos que por momentos lo afirma o lo oculta y por otros lo niega. Es en este sentido donde las interpretaciones entre una esencia humana para el bien y las débiles evidencias que del mismo se conocen por la experiencia humana conocida: guerras, hambruna, destrucción de la naturaleza, solidaridades negociadas con arreglo a fines e intereses, etc., se entrecruzan para justificarse o negarse en nombre del ser, persona, individuo, sujeto u hombre. Los relatos de los valores hasta ahora se han construido bien con relación a una deidad, a una doctrina político-religiosa o con referencia a la búsqueda de una vida éticoestética que no llega por ninguna parte. En general, el simbolismo de tales relatos termina haciendo un llamado para vivir en un ambiente de libertad, justicia, solidaridad e igualdad. La historia del pensamiento en todas sus disciplinas de la postguerra están impregnadas de esas ideas y preocupaciones. En unas más que en otras, se ha avanzado yen otras, se ha retrocedido: La lucha de las mujeres por la igualdad de oportunidades frente al hombre y la búsqueda de mejores regulaciones ambienta les dentro de un mundo dominado por la lógica del mercado y la economía, son algunos de sus alcances en países de larga tradición democrática. No así en países de larga tradición totalitaria, donde una ley por la igualdad de derechos femeninos o por un mejor ambiente, es vista como algo inútil para la cultura del progreso y el desarrollo. Sin pretender caricaturizar las profundas reflexiones en torno al fin del sujeto ío con el cual se nutre cierta discursividad postmoderna, fin que a veces es aso 1 ciado a una muerte sin retorno, es decir sin posibilidades de reencarnación, es casi obvio que el debate es ante todo filosófico aún cuando desde la condición postmoderna se anuncia el fin de todo y por supuesto de la filosofía. En el fin del siglo XX el hombre es un mito que aprende a vivir con monstruos y dioses que otro hombre le fabrica con técnicas virtuales. El sabe de su finitud, de sus limitaciones para transformar la bestia que usted y yo llevamos por dentro. La soledad lo inunda en inmensas ciudades donde cualquier similitud con una selva ya no es pertinente sostenerla por analogía pues hoy sabemos que los animales tienen recortes espaciales que respetan, principios de convivencia y reglas para hacerse la guerra de la existencia. Entonces, ¿Cómo justificar la muerte de la filosofía? y ¿Cómo enunciar y anunciar la muerte del sujeto por efecto de lo ilimitado del saber moderno, saber que es hecho por el mismo sujeto que vió nacer la postmodemidad? Saber que finalmente según los estudios de Foucault (1994), es poder y que se sepa, hasta ahora el poder no se suicida sino que practica muy bien el arte de la metamorfosis. A la manera en que el discurso de la termodinámica enuncia la energía, podemos decir que el poder no se crea ni se destruye, sino que se transforma. En esa transformación no siempre ganan los buenos o los hijos legítimos del Dios cristiano, sino los que prueban tener una voluntad de poder y una fuerza necesaria para seducir al adversario y practicar la dominación. La línea de los límites de la muerte como metáfora o fracaso de aquello que no llega a su finalidad, al igual que la razón de la modernidad, se transforma siempre en un círculo (el eterno retorno) y pareciera que no existe el sujeto sin un discurso (incluso desde la poesía) del otro que lo interprete (Lévinas, 1974: 35) Otro como yo, tú, él, u otro como un ser inmaterial (Dios) para el cual la existen cia es creada a partir de la imagen que nos da el sentido de sujetos con capacidad de interpelamos en nuestros éxitos o fracasos en la vida. Al menos ese es el misterio de nuestra existencia; los dioses son como la coartada discursiva más ingenua que nos invita a reaccionar ante todo aquello que en su finitud y muerte no comprendemos. «La muerte de Dios» descrita por Nietzsche (L ‘insensé, aforismo n 125 en La gaya ciencia). Inicialmente esa idea la da en su Zaratustra en La gaya ciencia la anécdota es recreada con otra idea de Diógenes Laerce a propósito de Diógenes El cínico. fe cherche un hombre (yo busco un hombre) búsqueda que por cierto hizo con una linterna en plena luz del día. No es sólo ese ente un símbolo de la clandestinidad sino del hombre real que vive con valores prefabricados (una ética fundada en la moral, por ejemplo) por el poder religioso. No pareciera tampoco extraño ver el asombro de alguien cuando se le suelta esa muerte. Por eso nada mejor que invitarlo a ver todo el texto del aforismo para comprender por qué es con relación a un relato tomado de Diógenes, donde se encuentra la idea y quien con la ironía de la linterna invita a ver las dificultades de la luz, para identificar el lugar preciso, donde estaría un tipo de hombre: bueno, solidario, fiel y bondadoso, pero que no se ve por ninguna parte aún en plena luz del día. Muerte que se hace intuición, porque lo que diferencia al hombre del mal supuestamente no se ha realizado y así, sigue vigente, la estrategia discursiva para interrogar el lugar del hombre en los diferentes contextos culturales que le quedarían por vivir. La frase: «muerte del hombre» es por el contrario, la que le permitió a Foucault resaltar el lugar débil del sujeto, como motivo para repensar el pensamiento (Foucault, 1966) y que según él, está presente a partir del siglo XIX, no como el ser (L’étre) sino como hombre con valores. Valores que son vistos sin contenido o vacíos por el postmoderno. El hombre como sujeto al mar gen del lenguaje, la educación y la cultura, es lo que hemos pensado al lado de las bestias y la barbarie, pero esa sana cultura no ha podido probar otra cosa que la existencia de una moral de esclavos y una de señores, donde anida un concepto de hombre que vive por la voluntad de poder para sojuzgar a otro como él. Aclaramos que quizás en ello nos basemos para tímidamente identificar algunas ideas de este autor como postmodemas y para ver el nihilismo de la modernidad, al igual que sus conflictos de racionalidad para cumplir con los valores que promete, como algo necesario e irreversible del proyecto de la Ilustración. En cuanto a lo que nos interesa para nuestra investigación y con la intención de mostrar cierto espacio que todavía le queda al sujeto, retomamos el lado de la reflexión de un fundamento como la ética y un principio como el de la responsabilidad en esta frase: «Je suis responsable d’autrui sans attendre la réciproque, düt-il m’en coúter lavie? [ » (l)(Lévinas en Kunzmann, 1993: 239). Esto nos lleva por los caminos de la constitución del sujeto en un nuevo contexto cultural, donde la responsabilidad hacia el otro, si bien va quedando a un lado, ella pudiera pensarse desde otro lugar. En otras palabras, pensamos que es válido comprender que en el deba te sobre el fin del sujeto es posible opinar sobre la muerte del sujeto social o del hombre a partir de la relación: conciencia-existencia. Conciencia de un otro como yo y cuya cultura se inscribió dentro de un modelo de pensamiento que ha visto los valores como falsos e irrealizados y no dentro de un marco de verdad y ertitud como usted y yo, los conocemos por sus efectos. El sujeto no muere de falsedades sino de certitudes. Cierto es entonces, que en la medida en que se invite a construir el nuevo imaginario en lo colectivo, a comprender los cambios sociales a largo término o a tener un sistema educativo que privilegie la responsabilidad y la ecología, estamos hablando de transmisión del saber (y por supuesto del poder) dentro de un escenario que refuerza ciertos valores para el porvenir. De tal manera que si se niega la relación y el vínculo entre sujetos, entonces la posibilidad de la subjetividad para interpretar el mundo en una nueva ética fundada lejos de moralismos estériles y en ella la estética, no existen y por lo tanto, la gente ya murió de tanta realidad y en consecuencia no vale la pena batirse por nuestras ideas y si no vale la pena batirse por ellas, entonces para qué vivir. Si esto es así, será necesario preguntar: ¿Qué es lo que se entiende hoy por hombre? y si se admite que éste ha muerto, al morir el sujeto que socialmente lo primero representaba, entonces: ¿Cuál es el signo que mejor representa a esa muerte? para ser aceptada dentro de cierto consenso. Admitido que éste existe como ver dad de lo que son sus acciones en la tierra vale preguntar: ¿Es que éste se ve mejor en la obra de Bachelard o en la de Foucault? Damos estos autores recordando por ejemplo que uno de ellos intentó mantener dos campos del saber debidainente separados: la ensoñación poética y la pedagogía de la razón científica, mientras que el otro se preocupó por eso que Nietzsche llamó: los médicos del cuerpo en oposición a los médicos del alma: los curas. (1) Yo soy responsable de otro sin esperar la reciprocidad. ¿Debe ello costarme la vida? Admitimos que hoy no es muy fácil identificar el lugar de la verdad y pareciera que junto a los Dioses, ésta se ocultó una vez que supo lo que es el hombre y sus acciones. Sabemos así mismo que el discurso académico sigue explicando dogmas y recetas del conocimiento de acuerdo a la moda más actual (la mundialización por ejemplo como signo de lo novedoso), pero sin hurgar en los orígenes de un pensamiento antiguo que a lo mejor nos puede ayudar en la comprensión del hombre. Para llegar a esas dos afirmaciones no se ha pensado hasta ahora en otro tribunal de interpelación que no sea el de la argumentación con el discurso y el de los juicios lógicos desde la razón. Razón que sólo los griegos vieron unida pues desde Kant, pasando por Adorno y Horkheimer, hasta Habermas y Apel, siempre se le ha dado dos caras a la misma para tratar de identificar el campo de los buenos y el de los malos. Puro cristianismo como diría Schopenhauer (1991). Todas las ramas de la ciencia tienen ese tronco común y desde ellas están pensadas las esperanzas modernas y hasta la condición cultural que inaugura la postmodernidad. Como se ve el camino de una teoría crítica tendría un complica do camino para construir sus nuevas ilusiones desde el otro lugar, como siempre le gusta decir a los utópicos. El asunto es que tal lugar, es tan clandestino que no lo conocen ni los miembros del grupo: los utópicos. De tal manera que no podemos admitir en bloque las muertes sin cadáver ni el tipo de discurso que utiliza el forense para llenar los formularios donde se prueba la identidad del difunto. De allí que sea oportuno y consistente, admitir un acuerdo en el agotamiento de un tipo de saber como el racional instrumental para explicar e interpretar la existencia fatal y caótica del ser, para definir sus valores y en la producción del sentido existencial como el único sentido cultivado hasta ahora. A lo mejor el hombre del porvenir optará por una alegría individualizada, sin que ello sea necesariamente un individualismo indiferente a la existencia de los demás. La modernidad es quizás el intento con mayor fuerza intelectual para que el hombre probara su existencia plural dentro de unos límites individuales que no negaran a otro como él. Pues bien, ¿Ocurrió lo contrario y se yació de contenidos reales su sentido humano en algunos aspectos básicos?. Evidentemente que el balance en destrucción, guerras y efectos nocivos del poder dominante obliga a responder afirmativamente y a favor de la negación de la razón con la que supuestamente debió ser diferente su existencia. ¿Por qué tuvo que producirse ese sentido trágico en la existencia humana nacida con la modernidad?. Es una pregunta cuya respuesta tiene varios escenarios. Faltaría averiguar en esa pregunta si al hombre de la modernidad hábil cuando expulsa mitos y Dioses por medio de su razón le falta algo para que los conflictos tomen otro sentido menos perverso del que han tomado a lo largo de los siglos. Con el poeta Paz estamos de acuerdo en que la modernidad comienza como una crítica de la religión (es decir del religare, del vínculo con algo), la filosofía (el amor al saber), la moral (el discurso del miedo), el derecho (oportunidad de san ciones), la historia (oportunidad de mirarse en el pasado), de la economía y la política (dos discursos para encantar serpientes). El poeta dice: «...La crítica es su rasgo distintivo, su señal de nacimiento..., entendida ésta como un método de investigación, creación y acción» (Paz, 1990: 32). No cabe ninguna duda que el objetivo fue hacer la crítica y aislar a todo aquello que tuviera relación con las divinidades. Lo perverso es que se fundó una nueva religión con tanto poder que expulsó a la misma crítica. Nuestra opinión, hipotética por supuesto, pues ante los especialistas de esa nueva religión es obligatorio no afirmar nada, busca fijar esta otra idea: Si se acepta el fin del sujeto social moderno, ello tiene necesaria mente que dar paso a otro ser, que a lo mejor va a tener mejor desarrolladas las cualidades de bárbaro que hoy le conocemos. Pero mientras tal fenómeno se hace más concreto y hegemónico dentro de la sociedad del (<todo vale», no nos queda otra vía que producir nuevas interrogaciones para recrear el pensamiento, intentar imaginar otros escenarios que si bien no son puros, virginales e impolutos, aspira salvar los muebles. En este sentido, todas aquellas preocupaciones en tor no a los valores que tengan que ver con una nueva ética y estética, son un espacio a explorar dentro de las fronteras no tomadas por el nihilismo. No tenemos aún una fórmula precisa y certera para probar esa conjetura y sólo aspiramos a justificar nuestras opiniones en torno a ese tema en un debate que tiene diferentes niveles; uno de ellos el de los especialistas y al cual posible mente no lleguen nuestras ideas, otro el de los poetas y para el cual no basta la sensibilidad del espíritu y otro que vagabundea libremente por allí al margen de la beca alimentaria de las instituciones del saber de la tecnociencia. Y como está admitido académicamente que estamos en la era del fin de los paradigmas, no nos queda sino tomar el que más se identifique con tal contexto. He aquí unos textos para adelantar la respuesta a nuestra idea: «L’homme est une synthese d’infini et de fini, de temporel et d’éternel, de liberté et de nécessité, bref, une synthese. Une synthese est un rapport entre deux choses» (2) (Kierkegaard en Kunzmann, 1994: 163) ¿Es que acaso puede hoy afirmarse que han desaparecido esas relaciones en el hombre moderno? Y si tal cosa es cierta: entonces ¿es qué el hombre moderno ha tomado el lugar de los dioses y existe sólo y aparte ¿ es decir como un mito? Si esto último se admite, vamos por buen camino porque los mitos siempre invitan al pensamiento para construir nuevos símbolos. Una sociedad sin símbolos es una sociedad necrófila y en eso la modernidad, ha evolucionado a las postmodernidades, en plural. Ella es como un ser que puede dar imágenes de horror o de belleza dependiendo del lugar que usted tenga para mirarla y así verle sus múltiples rostros. Como podemos observar, es a partir de una definición donde averiguaremos el agotamiento de una noción, un enunciado, un concepto o un principio, tal como ese del fin del sujeto social. No dudamos que existen algunas muestras de lo fragmentado del hombre moderno, no podía ser de otra manera cuando lo que hoy le fija sus fundamentos y valores: la ciencia, es en sí misma producto de varios fragmentos pero con una misma razón de funcionamiento instrumental. Pareciera que el lenguaje heredado del árbol del saber nos condena a vivir del lenguaje y del discurso. Sin embargo, el yo sigue allí para decimos que ocupa un cierto lugar en nuestras vidas y que no resulta nada fácil abandonar esta idea: «(...) No somos sujetos, no llevamos dentro algo llamado sujetos. No obstante, nos manifestamos como sujetos y no podemos evitarlo. Estamos destinados a manifestarnos como sujetos (en la modernidad) porque no estamos destinados a convertimos en esto o aquello, a entender el mundo de esta o de otra manera, porque hemos nacido como manojos de posibilidades abiertas e indeterminadas» (Heller, 1991: 200). Ese manojo de posibilidades es uno de los signos de mayor interés dentro de la postmodernidad. Por él es posible comprender lo positivo de la tolerancia, de la diversidad ética, del pluralismo discursivo del sincretismo y del individualismo. Todas las prácticas sociales de colectivismo, masivas y de populacho que me niegan como individuo no son sino resabios de totalitarismos encubiertos y eso, aún en la postmodernidad parece que no tiene vigencia. Desde esa perspectiva, el sujeto tiene larga y provechosa vida. No podemos afirmar si ese sujeto es el que ha muerto o sigue dentro de cada uno de nosotros como manifestación de algo más allá del dato real de carne y hueso. En realidad, si bien hay simpleza y determinismo en el texto de la señora Heller, el mismo nos da una visión actual del tipo de respuestas que se le da a las afirmaciones del discurso postmoderno en eso de la muerte del sujeto. Por el contrario, se nos ocurre pensar que el paradigma o los paradigmas con pretensiones de matar, ocultar o recuperar el sujeto hacen un uso interesado del conflicto de racionalidades para darle cuerpo a los fundamentos de la modernidad y del agotamiento de los valores donde se pensó la relación: sujeto-objeto que privilegió entre otros por supuesto, el cartesianismo y todas las manifestaciones de los kantianos. Podemos adelantar por los momentos que al margen del conflicto de racionalidades y de los síntomas del agotamiento de los relatos humanos modernos en la cultura postmoderna para hacer eficiente un discurso de regulación ética sin repetir las intolerancias moral-religiosas que informa la historia, no es posible debatir sobre ese sujeto sin caer en el terreno de la razón y del discurso de sus valores en cualquiera de las manifestaciones. El problema es cómo evidenciar la muerte del sujeto sin ser intolerante en eso de no informar con precisión el lugar de reposo del difunto. Pero además, sin sujeto no hay debate y sin debate el sujeto no existe, como se observa, toda una tautología que legitima la astucia de la razón moderna y que sigue vivita. ¿ Fin de la misión socio-educativa de la Universidad? Aún cuando es cosa sabida, pues existe suficiente documentación al respecto, nos interesa destacar que la Universidad es producto del ambiente de reflexión en torno a la libertad, el arte y el internacionalismo, que dominó en París allá por el año 1200. Sobresalen en esas nacientes Instituciones, los términos: «Lectio» o comentario bien fundamentado y Disputatio» o el interés por disputar los argumentos de la verdad con la presencia de un Maestro reconocido. Con esta idea queremos mostrar la importancia que tiene el paso de la modernidad a la postmodernidad respecto a lección y disputación de la verdad. En el camino de esos dos términos, antiguamente el maestro estaba obligado a exponer las tesis filosóficas con sólidos ejemplos o argumentos convincentes ante un auditorio de hecho informado sobre el asunto. El argumento en consecuencia no era un término de libre mercado. De lo que se deduce porque esos dos términos constituyeron el centro de la actividad intelectual de la Universidad. En ese sentido, cualquier persona del vulgo no podía disputar o hacer un comentario sobre los fundamentos del saber o sobre los valores sin tener que recurrir a argumentos sólidos y estos ya no se conseguían por medio de la verdad revelada por los Dioses. La actividad que se desarrolló primero fue el arte y de esta parieron las otras, aún cuando las facultades que destacan en su nacimiento son las de Teología y Filosofía. He allí la posibilidad de entender el origen religioso de las bases del enunciado en ética y estética. Esa fue en sus orígenes su principal misión para explicar la importancia de formar al hombre en tanto ser que vivía entre instintos naturales y necesidades culturales. La misión de las Universidades entra en crisis de identidad-autenticidad para formar al hombre en el momento en que surgen diferencias entre un centro intelectual de las escuelas episcopales de París (Thonnard, 1963: 308-309) y los objetivos papales dirigidos a reproducir el sacerdocio y las bondades de la fe. Influyó así mismo la obra de Aristóteles traducida del árabe, de Ptolomeo y Galileo; sobre todo en el uso de la razón para utilizarla en la búsqueda de la verdad y la intolerancia religiosa desde el lugar de la verdad revelada. A partir de estas ideas construiremos un punto de referencia para los propósitos en esta parte del traba jo. De una parte, las Universidades no son en su origen extrañas a las tensiones intelectuales entre las virtudes de la fe y de la razón. Admitido esto, el debate con la modernidad tendría así un viejo espejo para mirarse con humildad y sin sober bias propias de la moda. Las tendencias del pensamiento en ese tiempo lucharon por ser consistentes en las argumentaciones y por ocupar así mismo, desde el lugar del saber, cierto lugar importante dentro del naciente poder universitario. Quizás en esta idea tengamos que recordar a Foucault cuando dijo que el poder no estaba en un lugar definido y concreto y por ello el intelectual, con la práctica del conocimiento era un miembro del poder. De la otra, la decadencia o grandeza de la Universidad, si es que se puede decir tal cosa de ellas, puede leerse bien en las diferencias antes nombradas o en los efectos de la escolástica cuando dejó a un lado ciertas rigurosidades teóricas en la búsqueda y argumento de la verdad. Las cápsulas del conocimiento que tanto le exigen al profesor de hoy bajo la idea común de una mejor comprensión son una muestra del abandono del saber riguroso para explicar nuestro tránsito por la tierra. De esas dos formas se impuso a la larga el compendio y el comentario a tal o cual tema y muchas veces sin recurrir a fuentes primarias o sin el recurso de Maestros de renombre quiénes tenían años en la problemática. Otras veces, fue por imposición del poder religioso que estaba urgido de diplomados en pastiche y collage. Hoy pudiéramos adelantar que en esos dos momentos: el de la pérdida de la rigurosidad y en la práctica del comentario ligero, se dan ciertas condiciones para eso que se conoce hoy como el coHage postmoderno en el conocimiento y del cual no están ausentes nuestras Universidades. Si acaso quedan algunas disciplinas de doctorado para exigir de vez en cuando un director de tesis con pleno dominio de alguna temática y con ganas estéticas, es decir de amor por el conocimiento para dirigir la formación de un estudiante. Disputar con las doctrinas Fundamentales y con sus maestros o representantes, dejó de tener importancia para inscribir el detalle en el lugar donde antes iba el argumento, con capacidad para provocar el asombro por el conocimiento y para privilegiar la sutilidad de la palabra donde antes iban las lenguas del saber: Latin-Griego y que con el tiempo fueron dejadas a un lado. Hoy el lenguaje de los negocios: el Inglés es el que se hizo global siendo así la expresión de la performance de la globalización, obra que por cierto amenaza seriamente con sustituir al de postmodernidad. A esta breve descripción se le unen dos factores propios del azar: el clima político- religioso con sus totalitarismos e intolerancias como representación legitima, del poder y las enfermedades que como maldición de los dioses se reprodujeron en forma de epidemias. Esos dos factores los vivió la sociedad Occidental aproximadamente entre los siglos XIV y XV. En nuestra opinión, la pregunta de Guillaume d’Occam sobre el valor del conocimiento (Thonnard, 1963: 428-429) de alguna manera, le indica el camino al positivismo moderno que se impuso en las Universidades, en tanto respuesta inmediata de un tipo de conocimiento. Ello porque entró en juego, no sólo una visión del hombre y el saber fragmentada, sino la importancia dada al utilitarismo del saber para resolver problemas inmediatos. Así fue posible sustituir la influencia religiosa por el de ese tipo de Universidad. Curiosamente la pregunta atraviesa en dos a la misión con la que nacieron las universidades (búsqueda del saber y el conocimiento en todas sus áreas y para entender la trascendencia del hombre en la tierra) y desde ella misma hoy se constata su agotamiento respecto a algunos temas que fueron el centro de su preocupación filosófica. Preguntar acerca del sentido y la utilidad del conocimiento, que más tarde es mejor elaborada por Comte (Kunzmann, 1994: 165) con su principio: todo lo real es útil y el del privilegio de la verdad razonada sobre toda muestra de revelación como sinónimo de verdad, configuraron un momento clave de la influencia de la Universidad en la modernidad y viceversa. Es decir, su vinculo operacional con un estilo de razonamiento. En una síntesis apresurada diremos esto: Primero, la relación Teología-Filosofía donde la Universidad vio su nacimiento tuvo en Platón y San Agustín, la fuerza teórica necesaria para que la verdad y la fe fueran el motivo intelectual por excelencia para el pensamiento, pero el descubrimiento de la obra de Aristóteles y del pensamiento árabe sembró las bases para que un tipo de razón científica- utilitaria se incorporara a las esferas del saber para su enseñanza. De esta manera, la Escolástica, suerte de tomismo que tolera en un mismo momento el uso de la fe y la razón, se convirtió en la actividad del pensamiento que en forma de collage sustituye al viejo comentario riguroso. Segundo, se agrega a lo anterior la Meta física que, concebida como la búsqueda del conocimiento del ser y de los fenómenos por intermedio de sus causas profundas y últimas, intenta ser el lugar de la disputación de la verdad. Tercero, la primera relación pierde fuerza en la medida en que se observa la utilidad inmediata de algunos inventos como los instrumentos de medida, observación y cálculo y que son a su vez el resultado de la naciente técnica o expresión de aplicación práctica de la razón científica. No debe olvidarse que el principio de repetición y simulacro de fenómenos junto a experiencias debidamente registradas en cálculos, tablas, fórmulas y datos, dieron origen a lo que con los años sería la normalización de la experiencia. Sobre todo, en el campo de la tecnociencia ese ha sido el paradigma éxitos y el mismo en la época del computador sigue dando sus frutos. Repetir para corregir los accidentes fue a su vez un acto que ahorraba tiempo, energía y errores innecesarios. Esta idea la conocen bien los ingenieros, porque en los principios de la revolución Industrial dio resultados ante los seguidos accidentes de la máquina de vapor. Ese modelo, se trasladó más tarde al campo de la medicina y la psicología como una vía para hacer mejor al hombre respecto de sus instintos naturales. Esos tres aspectos son a nuestro entender claves para analizar la Universidad, pero sobre todo es en el paradigma de medir los fenómenos y someterlos a la prueba, repetición y certeza matemática donde ella toma un rumbo del cual no puede sustraerse como para retornar aspectos ético-estéticos que tuvo en su origen. A manera de dato rápido: la nueva reflexión ética (bio-ética) se viene haciendo dentro del discurso médico y las preocupaciones escolares al margen de la reflexión educativa se hace en las nuevas empresas de la informática. La modernidad entonces, no sólo es la culminación del conflicto que vio nacer la Universidad, sino la manifestación de un tipo de pensamiento que se basa en la utilidad del conocimiento y el fin de todo universalismo tanto de origen aristotélico como metafisico en general. Así, las evidencias que nutren al utilitarismo de los inventos, evidencia que hace imaginar que es útil para todos, siembra las ideas del racionalismo instrumental para hacer conocimiento. Representantes del camino que toman esas ideas son en nuestra opinión, francisco Bacon, Descartes y Galileo. De tal manera que si en nuestro trabajo se h a de una misión socio-educativa de la Universidad, es como sinónimo de una práctica teórica cuyos orígenes teóricos se buscarían, más en sus intentos débiles para educar, ilustrar y producir la crítica y disputa que para escolarizar con fines a la economía al hombre y ello tal como lo indicamos tiene hasta el momento en que escribimos estas ideas, ciertos límites y obstáculos en la pregunta de Guillaume d’Occam y quien por lo demás es el padre da cierto escepticismo filosófico. De modo que hasta en las preguntas: ¿Para qué educar?, ¿En función de qué formar? y ¿Por medio de qué modelo instruir? en vez de encontrar caminos despejados, encontraremos más dudas. Ahora bien, en esos límites de las preguntas pudiera pensarse que se origina la crisis de la Universidad pero en estos momentos esa palabra tampoco explica ciertos conflictos y contradicciones al interior de su funcionamiento. Y es debido a ésto que se habla de escenarios donde a la manera del teatro, la Universidad tiene un rol que ya no es el que la convirtió en idea fuerza para pensar y liberar el hombre y existen autores que la vinculan con los signos que han contribuido a exiliar la esperanza y justificar la barbarie (Henry, 1987) por el sentido y orientación, que ella ha tomado en la era del más amplio desarrollo de la tecnología. En el caso de las Universidades venezolanas, la práctica intelectual de negar la subjetividad para destacar la objetividad del método experimental, ha tenido el efecto perverso de crear la ideología de un solo saber: el tecno-científico para definir lo que puede ser fundamental. Ese saber que es poder, ha destruido por dos vías la misión original de la Universidad: Primero, mostrándose frente a la sociedad como el lugar donde mejor se prepara al estudiante para que se incorpore con ciertas habilidades y destrezas al aparato productivo. Esa ha sido la ideología puesto que en los hechos reales, el aparato productivo tiene sus propias reglas y convenios de funcionamiento para decidir no sólo la incorporación sino el lugar y las condiciones del saber que les interesa. Usted puede verificar sin mucho esfuerzo los efectos de la mundialización de la economía: Hoy lo que identifica a una preocupación colectiva para el próximo siglo son las palabras: desempleo, seguridad, formación académica polivalente especializada. Si a los economistas se les pudiera aplicar por sus errores, un código deontológico parecido al de los médicos cuando se les prueba negligencia en sus funciones, muchos de ellos no quedarían como consultores del éxito. Segundo, la ideología de la tecno-ciencia ha absorbido todos los lugares del saber y el conocimiento, incluidos los que por su naturaleza y dominio le corresponden a la subjetividad y la libre interpretación: la estética, el arte, la poesía, la literatura, etc. lo cual respecto a las pretensiones de la primera vía obviamente le asigna un no sentido a cualquier tipo de reflexión distinta a la utilitaria. Henry (1987), destaca con dureza en el término que no se trata de una crisis sino de la destrucción brutal de una cultura y la llegada de una nueva barbarie. Gústenos o no, esa brutal idea se impone con facilidad en el mundo. Una consecuencia obligada de estas observaciones toca fuertemente el mundo de los fundamentos y valores educativos, en el contexto de la postmodernidad y son esas dos características las que permiten hablar del fin de la Universidad. En mala hora para el pensamiento tenemos que aceptar que hoy cualquier persona en nombre de un discurso democrático puede ser Rector. Para esto sólo necesita cuadrar un acuerdo políticoburocrático y hacer promesas para repartir recursos. Este es el caso de las universidades latinoamericanas. En otras culturas, USA o Canadá, se hace un llamado público para presentar credenciales, en apariencia buscando legitimar cierta neutralidad política y académica. Desengáñese usted, por debajo de tales credenciales funcionan otros acuerdos con los dueños de los instrumentos de producción para que la perversa lógica de la economía y el mercado, aseguren la continuidad de una razón instrumental. De allí que la relación: costos-beneficios sea el norte académico natural. ¿Fin de las bases morales de la ética? En el punto anterior nombramos algunas ideas que definen lo que se entendió por Universidad y lo que se dice de ella en el fin del siglo XX. Ahora mostraremos cierto pensamiento moderno que influyó para hacer aún más opaco el rol de la reflexión filosófica. Admitida la idea que la filosofía occidental, es decir moderna, no ha sido sino un comentario a las ideas de Platón (Whitehead en Kunzmann et al, 1993: 39) y considerando así mismo, la influencia de Aristóteles con sus modelos conceptuales, es posible decir que buena parte de la obra de ellos impregnó al pensamiento moderno. De tal suerte que la filosofía también pasó a ser un asunto de utilidad conceptual que nombra a un sujeto para encarnar el futuro pero que no lo centró en ninguna esfera particular con fuerza suficiente como para poder garantizar su privilegio. La actividad del pensamiento en la naciente modernidad no fue otra que centrarse en distinguir entre realidad y ficción, entre certeza y falsedad, entre especulación y utilidad. Las tendencias fue ron guiadas por los modelos de Kant y Hegel o bien por los tomistas quienes intentaron diseñar cierta conciliación entre esas distinciones. Para esos modelos, las nociones de universalismo, futuro, autonomía del hombre, fe en el progreso, la justicia, la libertad y la Ley, están a todo lo largo de sus principales narraciones y discursos filosóficos. El mismo Marx fue fulminado por los destellos de la modernidad y de allí que impregnara con los encantos de ésta su visión de la utopía socialista-comunista. Destacan por supuesto, en la despersonalización de la filosofía moderna, las categorías del modelo de Kant con las cuales este pensador intentó corregir lo que podría obstaculizar el proyecto ilustrado. Sin embargo, no puede olvidarse que la enfermedad del hombre para con esas nociones del bien, viene de otras épocas (Nietzsche, 1977: 275). El hombre moderno parece que no necesitaba de aclaratorias en la verdad o la mentira sino en su inocencia: « Qu’on ne s’y trompe pas: la marque distinctive la plus claire des ámes modernes, des livres modernes, ce n’est pas le mensonge, c’est 1 ‘innocence invétérée de leur fausseté moralisatrice.» (3) (Nietzsche, 1971 :n° 19:164). A nuestro entender, Nietzsche es una referencia intelectual que con fuerza contestó a los encantos de la modernidad. La modernidad va a mostrar que las bases de la ética pueden ser morales pero que es la pregunta sobre la utilidad del conocimiento y los fines de la dinámica del progreso las que permiten centrar al hombre y no los valores que le promete. Si bien no se puede olvidar el esfuerzo de kantianos y neo-kantianos para dar ilustración a ese proyecto, tampoco es posible ignorar el intento para seguir con la inocencia de las que nos habla Nietzsche. Hubo por supuesto otras lecturas como las de Schiller para buscar el hombre en sus hechos y por ello lo centra en el conflicto entre salvajismo y apatía como signos de obstáculos modernos: «(...) Vivimos en una época ilustrada, es decir, el saber que habría de bastar al menos para corregir nuestros principios prácticos se ha alcanzado y se ha expuesto públicamente.(...) ¿Por qué, entonces, seguimos comportándonos como bárbaros? (Schiller, 1990:167). Este autor lo escogimos porque pensamos que en su tiempo observó la separación y el descentramiento de la ética respecto a la moral y respecto al hombre. Otro autor que intentó mostrar que es la moral la que tiene necesidad de cambiar de forma para legitimarse fue Schopenhauer: Ji n’y a pas une religion sur la terre qui, en imposant aux hommes une morale, ait laissé cette morate se soutenir elle-méme: toutes tui donnent pour base un dogme, qui méme n’a pas d’autre utilité essentielle. Pareillement en philosophie, le fondement de l’éthique, que! qu’il soit, doit á son tour trouver son point d’appui, sa base, dans quelque métaphysique, dans une explication. [ 1(4) Schopenhauer, 1991: 29). Vemos en consecuencia que el problema no parece nada nuevo respecto a si la Ilustración tenía necesidad o no de apoyarse en la metafísica y la religión para desarrollar las bases de su ética y las promesas de humanismo. Bien que se admita esa idea o que sea por los resultados del racionalismo, es obvio que la ética se identifica hoy más con las bases del progreso que con cualquier otro aspecto de la modernidad. Pero de la misma forma, pareciera que la estética se aleja cada día de lo que se consideraba como bello. Los esfuerzos de Kant para intentar realizar la crítica con sus preguntas: ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo saber? y ¿Qué puedo esperar? no son sino la actualización en la modernidad de la pregunta de los deterministas del 1300 con Guillaume a la cabeza: (Thonnard, 1963: 429) ¿Cuál es el valor de nuestro conocimiento?. Es como si el pensamiento de la modernidad tuviera necesidad de vivir justificándose en preguntas y conceptos o como si por el contrario, sólo en juicios valorativos y en normas se pueda ver la ilusión de la existencia que tiene que ser criticada para encontrar la verdad perdida una vez que el hombre fue expulsado del paraíso. De aquí que nosotros leamos en Schiller y Nietzsche otros signos que, si bien no fueren vistos por los cultivadores de la modernidad con igual fuerza a los de Kant por ejemplo, ellos permitan orientar las reflexiones de hoy: «Quatriéme thése: Diviser le monde en un monde <vrai> et un monde <apparent>, soit á la maniére du christianisme, soit á la maniére de Kant (qui n’est enfin de compre qu’un chrétien dissimulé), cela ne peut venir que d’une suggestion de la décadence, qu’étre le symptóme d’une vie déclinante [ (5) (Nietzsche, 1974: 42). La crítica entonces y que definiría lo más selecto de! pensamiento de Kant, según ese aforismo, no se ha hecho en oposición al viejo orden religioso tal como se pensaba, sino que por el contrario las bases de los imperativos siguen perteneciendo a la moral teológica (Shopenhauer, 1991: 139). En alguna parte está escrito un diálogo entre un alquimista y un químico de la modernidad que se desarrollo .ha de esta manera: Si usted conoce la fórmula del agua (H20) ¿Por qué hasta ahora no ha podido fabricar artificialmente el agua en polvo?, preguntó el alquimista al químico. Y el mismo agregaba: o la fórmula es falsa o sencillamente le falta algo. Haciendo uso de ese diálogo pensamos que lo mismo le pasa a la crítica: posiblemente le falta algo o sencillamente no es posible sin aceptar con Wietzsche que hay una moral de esclavos y una de nobles o señores. Queda así visto que las bases de la ética moderna no son débiles en su aplicación y en su explicación porque sean débiles o falsas, sino porque pertenecen a otro campo del saber: el de la Teología y donde por cierto reina la tentación del ideal ascético, es decir el mundo donde la verdad es una virtud para el bien. E! real conflicto que se le presentó a la ética moderna fue el de intentar vincular, en un consenso obligado, sus bases religiosas con un modelo de conocimiento utilitario para conseguir el progreso y un mundo pleno de virtudes en las normas imperativas que regularían a ese modelo. El conflicto no se ha resuelto y la tarea en nuestra investigación es la de encontrar un fundamento en virtud del cual pueda justificarse un proceso de justificación de normas de modo que no den lugar a reconocer que la ética sigue siendo un asunto primordial de la vieja moral teológica tal como el escepticismo y el relativismo pluralista continúan de mostrar (Lellouche en Labarriére eta!, 1992: 200). En tal sentido hemos pensado en analizar e! principio de responsabilidad en el marco de! nuevo contexto cultural que hoy nos invade. El pluralismo ético y la emergencia de nuevos paradigmas para los fundamentos educativos. Como se indicó en las páginas anteriores, es el vacío de la crítica con la cual la modernidad pretendió sustituir al viejo régimen de moral y verdad revelada por una ética de normas e imperativos fundados en la razón, donde es necesario indagar acerca del surgimiento del pluralismo o la diversidad de visiones ético morales y que hoy curiosamente emergen para invitamos a nuevas reflexiones sobre e! agotamiento de los valores humanos. Tal vacío tiene en los aforismos nietzscheanos distintas expresiones e imágenes que resulta una tarea difícil afirmar, con cuál de ellos es más puntual la descripción del momento en el cual la modernidad es incapaz de seguir vinculando ética a una moral diferente a la teológica. Pensamos que es en El Insensato, donde nos habla de «La muerte de Dios» (Nietzsche, 1993: n°125: 228). El aforismo es rico en imágenes como para imaginar esa ruptura en el vacío de los valores. Algunos se escandalizan todavía con esa afirmación, pues tiene tanta fuerza provocadora que nuestra inocencia de origen judeocristiana es movida cuando esa frase toca nuestros labios y entra en nuestros oídos. Por un momento imagine usted que vive en un mundo sin Dios para sentir la fuerza de la sentencia. La sentencia no hace sino anunciar el clima cultural del todo vale una vez rotos los lazos con los cuales nos identificábamos como humanos con la magia y el asombro de la vida y por lo tanto, ella alumbra el camino de los pluralismos, particularismos y diversidades éticas de fin del siglo XX. Otra manera de imaginar el pluralismo ético como una consecuencia casi obligada en la modernidad, la da Weber en la idea de «desencantamiento del mundo», frase que tomó de Schiller (Weber, 1993: 117) para indicar cómo la eliminación de la magia en tanto que técnica de salud y alegría por parte de la racionalización de los procesos sociales, le arrancaron al hombre la potencia de sus instintos para admirar lo sagrado de la existencia. Racionalización que Weber vio en su tiempo como un resultado del ascetismo cristiano, de la ética calvinista y de la racionalización tecno-científica. Es esta racionalidad la que Habermas identificó como irreversible y por eso la invitación para construir una ética del discurso dentro de ciertas reglas aceptadas por consenso. El pluralismo ético no es sino una de las respuestas al conflicto entre razón y fe y que la modernidad, al evolucionar a la postmodernidad, no ha podido resolver para cumplir con una de sus promesas centrales: formar un ser con mayo res competencias humanas en la esfera de los valores. En cuanto a la palabra paradigma y por venir haciendo un uso reiterado en este trabajo, intentaremos explicarla con cierto detalle a partir de la pregunta. En efecto, las preguntas sobre el sujeto, el pensamiento y la razón, antes que identificar una singularidad, tal como se creyó luego del discurso del método cartesiano, permitió ampliar ésta y sus tendencias, de tal manera que se impuso con el tiempo la diversidad y el pluralismo como signos de la interpretación de lo real. Además, en el imperio de la ciencia, cual Dios del saber, las preguntas se tienen que formular o de lo con trario en esa llamada comunidad las ideas pierden claridad. Pues bien, en ese ambiente es difícil no referirse a lo apropiado de esa palabra (Kuhn, 1971: 80-81). El paradigma no se circunscribe al juego de reglas, sino al efecto de los enunciados que no es otro que plantear problemas. Paradigma que cierto lugar común identifica como modelo y que en palabras de su autor guarda relación con una pregunta formulada por Wittgenstein: ¿Qué debemos saber? a fin de aplicar términos que hagan juego de lenguaje para sustituir las características del objeto. Como podemos observar sigue la vieja pregunta del qué y el cómo dirigiendo el debate. Curiosamente con el recurso del juego del lenguaje Lyotard se apoyó para afirmar que vivimos la era del fin de los relatos modernos y describir así una condición postmoderna en el saber. Antes que él, Kuhn asoció esos juegos a la noción de un cambio de paradigma y de aquí a una revolución en el conocimiento científico. También Foucault usó el término dentro de una de sus creaciones: La episteme. Ahora bien como se sabe que el objetivo de Kuhn va dirigido a mostrar la historia de los acuerdos y desacuerdos en los relatos y anécdotas (historia) de los hombres de ciencia (comunidad dicen algunos) así como los objetos que ellos investigan y privilegian; no es menos cierto que el problema planteado por él, en cuanto a la noción del cambio de paradigma, es antes que un aspecto racional o científico, un asunto real de acuerdo y convenciones para leer el objeto de investigación que se encuentra dentro de la discursividad de una problemática dada. Recordemos que no existe objeto sin discurso que lo narre. Kuhn al igual que Foucault, con esa idea y sin ambos proponérselo expresa mente, introdujeron la problemática ética en las áreas de quienes haciendo cono cimiento para hacer avanzar el desarrollo, pensaron que la razón científica estaba desprovista de subjetividades inútiles y especulativas. Esta afirmación es nuestro principal punto de apoyo para sostener que la emergencia de paradigmas y entre ellos el de la responsabilidad, no es sólo un asunto de hipótesis negadas, (como piensan los metodólogos) de paradigmas superados y en consecuencia es natural que el modelo, visto como símil de éste, siempre cambie para hacer avanzar la razón científica. Si se trataría, por el contrario, de ver en esa emergencia el lugar de las anomalías que permiten la posibilidad de fundar en nuevas bases, nuevos valores educativos y entre ellos destaca el principio de responsabilidad para una nueva ética. En otras palabras, partir de la idea que la fundamentación de normas por imperativos categóricos en la modernidad de hoy es ante todo una tarea de quienes tienen el poder del conocimiento, es decir: los expertos; pero esa práctica no ha dado los resultados esperados, ni en el mundo de las deontologías institucionalizadas ni en los códigos de funcionamiento, ni tampoco en la estética como para admitir que sus consecuencias tengan que ser aceptadas sin debate. Quizás sea debido a esto que la nueva interrogación ética ocupa hoy un significativo lugar dentro del discurso médico. Las investigaciones en Bioética ya no son de un sólo dominio epistemológico y la ayuda de todas las ramas del saber tienen en ese campo un lugar para el saber interdisciplinario. El panorama en este sentido no es otro que el de una ética declarativa que se agota en sus universalismos y normas de difícil aplicación práctica y que parecie ra por otra parte, preocupada más por revivir los relatos modernos de Kant y sus amigos que por explorar sus posibilidades en otras bases de fundamentación teórica. Desde otro lugar, el principio de responsabilidad más allá de la lectura que le hizo Jonas (1990), invita a la reflexión dentro de las características propias de un nuevo paradigma o una nueva episteme. Pero desde ya nos parece que ese principio no se asimila al de culpabilidad y por el contrario, su sentido es diferente a todo intento de recuperar purismos morales que han demostrado en los hechos servir para legitimar la intolerancia y el totalitarismo. Esto lo decimos por que entre sus componentes se encuentra el de la autoridad: Nadie puede ser responsable sin autoridad para serlo (Maccio, 1980). En cuanto a los otros: Autonomía y Poder, en ellos no tienen pertinencia la culpabilidad o la noción de pecado, lo mismo que la obediencia a una agotada conciencia moral. Si es que puede hablarse de la existencia de tal conciencia. Es decir que al margen de cierta nostalgia por el pasado, por responsabilidad entendemos en primer término: La actitud que toma el hombre frente a sí mismo y frente a los demás en la construcción y práctica de los valores que tienen con él mayor relación para una existencia ético-estética. Responsabilidad para descubrirse y redescubrir en otro como yo, como él y como nosotros el espejo de la vida, lo cual implica pensar, criticar y reflexionar los valores, tener sentimientos humanos de mejor calidad. En fin, admitir a la manera en que distintos pensadores como Lévinas por ejemplo, opinan sobre lo importante del dato de vida responsable (Lévinas en Kunzmann et al: 239) para entender su sentido. Esto para la educación o cualquier práctica social es importante. Sobre todo en la destrucción cultural que ha generado el conflicto de racionalidades de la modernidad, es decir de la postmodernidad, porque si bien observamos que el sistema jurídico-normativo se agota en sus aplicaciones prácticas, ello nos convoca en el terreno intelectual para intentar superar los principios de base de ciertos principios para reinterpretar las anomalías. Los modelos de análisis y las consecuencias que se derivarían son importantes para unos fundamentos educativos (de fuerte influencia anglosajona) que hasta ahora ven (al menos así lo dicen en la introducción la mayoría de sus programas educativos) sólo en la escuela, la escolarización y el aprendizaje el lugar para fabricar un hombre crítico, solidario y consciente de sus deberes. Por este motivo ilusorio, es que en este debate leemos la educación en otro lugar diferente a la pedagogía, didáctica o formación fundamental. La educación es y será un lugar de la reflexión filosófica, con el objetivo de dar al hombre herramientas para que se comprenda en su existencia diversa y fatal. El pluralismo y la diversidad como síntomas socio-educativos se nutren cada día del conflicto de la razón moderna, de la heterogeneidad de los valores, de la incertidumbre ante lo que vendrá por efecto de la velocidad de cambio de los productos tecnológicos y de la inestabilidad en el trabajo. De esos síntomas, el que mejor define el agotamiento éticoestético de la modernidad es la incertidumbre, la cual puede mostrar dos sentidos nada claros por cierto como lo indica el término: Uno emotivo y otro trágico. Emotivo porque la moción ha sido atrapada por los valores decadentes que g el conflicto de racionalidades en todas las áreas del saber y trágica, porque la incertidumbre se escapa de la esfera de los sistemas normativos pensados como certezas para ejercer su control y regulación. Lo que le da al poder dominante plena libertad de acción. La emoción y la tragedia son el sentido de la confusión a la que nos referimos y la incertidumbre, ante lo que vendrá es la mejor palabra que se nos ocurre para intentar definir el estado de ánimo de este fin del siglo XX. No sabemos cuál de las dos va a predominar, si la emoción para seguir pensando en respuestas ético-estéticas o vivir la tragedia por lo incontrolado del adelanto tecno-científico. Recordemos que asombrosa e incontrolable son dos palabras válidas para definir esa revolución del conocimiento que nos ha invadido. En efecto, la razón tecno-científica tiene dictámenes teóricos y narraciones específicas que la pro mueven para alargar la vida, disminuir el sufrimiento y los esfuerzos de la fuerza de trabajo del hombre. Sin embargo, no entendemos, dentro del par: éticoestética, ¿Por qué suerte de efecto perverso, a mayor desarrollo y progreso de esa razón, sobre todo en la era postindustrial, el hombre común queda sometido y sin posibilidades de oposición, a las decisiones de una minoría? Pensemos en la ilusión de seguridad para mantener la estabilidad en el trabajo por ejemplo. Minoría que muchas veces no sólo es dueña de los recursos económicos sino de los instrumentos más avanzados del saber, el cual como lo mostró Foucault (1987) es una esfera importante del poder. Llegamos al fin de este trabajo, esperamos haber mostrado cómo y por qué se justifica repensar los fundamentos y valores de una nueva educación y con ellos sus paradigmas de referencia, no tanto porque el nuevo contexto cultural de la era postindustrial y postmoderna así lo exige, sino porque en ello está asimismo implicada la posibilidad ético-estética de ver la vida de. otra manera y desde otro lugar de referencia teórica. Esta cara de la crisis de la modernidad es todavía en ese sentido atractiva. ¿Entonces ustedes son optimistas? pudiera ser una pregunta de cualquier postmoderno silvestre. Si, definitivamente si, pues pensamos que sin caer en el optimismo fanatizado, éste es una virtud si estamos justamente hablando de valores, ética, responsabilidad, estética y educación del hombre por venir. ¿Para quién entonces estamos intentando una nueva reflexión dentro de un valor como la ética? Seguro que no es para fantasmas sino para el Rey de la selva de cemento que habita en las ciudades postmodernas. En esa tarea no hay que sentir ningún remordimiento ni complejo de culpa, como tampoco mala conciencia si se nos acusa de ilusos, modernos reciclados, integrados al sistema o cualquier calificativo, si justamente hacemos una crítica de la modernidad y sus valores en momentos cuando el discurso postmoderno amenaza tumbar todo, sin importarle averiguar si en los escombros sigue quedando algo para reproducir una estética humana aún más fea que la actual. No olvidemos que la lectura a la solapa de los libros de Nietzsche le permitió hasta a su hermana Elizabeth leer en ellos una visión Nazi de La voluntad de poder lamentablemente para los que hagan esa pregunta desde el lado de la condición postmoderna, por ahora nos apoyamos en dos autores que han contestado, cada uno en su tiempo a esa modernidad: Nietzsche y Foucault. Sobre todo este último admitió (en diferentes escenarios académicos) la dificultad de ser nihilista puro (Olivier, 1995: 214215) y del amigo del Zaratustra, sabemos el sentido ético-estético del súper-hombre. ¿Por qué entonces nuestro trabajo no puede mirarse en horizontes como esos?, ¿En nombre de qué doctrina .político-religiosa podemos estar seguros para reinventar los valores humanos solidarios? En otras palabras, sin dejar que sean las leyes solas del hombre moderno las que provoquen un cambio en la calidad humana del mismo, tampoco pensamos que por generación espontánea ese cambio vendrá para mostramos un hombre con mejo res cualidades ético-estéticas que el actual. Es cierto que a este feo y egoísta ser aún le falto mucho daño por hacer, pero mientras tanto, ¿Por qué no aguarle la fiesta? Si esto no es posible, entonces tendremos que admitir también que a la verdad revelada le quedan justificaciones ante esos límites de la moral moderna. Sin embargo, a la idea del pluralismo ético que nos anima en esa búsqueda, no la vemos en una acción divina donde el hombre real pueda tener, en el corto tiempo de su paso por la tierra, una conciencia de lo terrible y brutal que ha sido su vinculación con lo natural y con él mismo; aspecto éste que fue bien mostrado en las reflexiones nietzscheanas. Hasta estos momentos la piedad religiosa no ha logrado que el hombre abandone su perversidad. El hombre bueno o que nace predestinado para corregir el mal que porta es un producto de la imaginación religiosa que infiltró a la modernidad. BIBLIOGRAFÍA 1 BAYARD,C., (Dir. Pub.) Y Otros. Postmodernismes, Québec. Les presses de l’Université Laval, 1994 T, Michel. La Arqueología del Saber, México. Siglo XXI Editores, 198 Dits et écrits (19541988), París. Gallimard, 1994 HENRY, Michel. La barbarie, París. Grasset, 1987 HELLER. Agnes. Historia y Futuro, Barcelona. Ediciones Península, 1991 JONAS, HANS. Le principe responsabilité, París. 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