Ver-juzgar-actuar En el caso específico de México y haciendo una breve radiografía a la economía mexicana podemos observar que se trata del país número 12 en capacidad de poder adquisitivo (a nivel mundial), la fuerza de trabajo está dividida en tres sectores principales: agricultura 13.7 %, industria 23.4 % y servicios 62.9%. Es posible percatarnos que la tasa de desempleo en México es de un 5% según estadísticas del 2012, cifra que a primera vista parece positiva, sin embargo el subempleo es del 25% y la tasa de pobreza se estima en un 51.3% de la población.3 Ante estas cifras la responsabilidad crece aún más, no es ningún secreto que la mayor parte del poder adquisitivo en México está en manos de pocos; la riqueza de algunos en ningún sentido es negativa, ni es razón para generar discordias y divisiones sociales, las riquezas realizan su función de servicio al hombre cuando son destinadas a producir beneficios para los demás y para la sociedad. Recordemos las palabras de Clemente de Alejandría cuando se pregunta: “¿Cómo podríamos hacer el bien al prójimo si nadie poseyese nada?”. Según san Juan Crisóstomo, las riquezas pertenecen a algunos para que éstos puedan ganar méritos compartién- dolas con los demás. El rico, dice san Gregorio Magno, no es sino un administrador de lo que posee, dar lo necesario a quien carece de ello es una obra que hay que cumplir con humildad.4 De modo que, aquellos que poseen amplios márgenes de poder adquisitivo muy superiores al umbral de la subsistencia, ostentan una responsabilidad moral, ya que son capaces de influir en la realidad económica del país y ofrecer beneficios al bien común, pues “la posibilidad de influir sobre las opciones del sistema económico está en manos de quien debe decidir sobre el destino de los propios recursos financieros”. Asimismo, es indiscutible el hecho de que la relación entre moral y economía son necesarias e intrínsecas, se complementan íntimamente y poseen una reciprocidad importante; ya en Quadragessimo Anno, Pío XI señalaba “aun cuando la economía y la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen principios propios, a pesar de ello es erróneo que el orden económico y el moral estén tan distanciados y ajenos entre sí, que bajo ningún aspecto dependa aquél de éste. Las leyes llamadas económicas, fundadas en la naturaleza de las cosas y Aquellos que poseen amplios márgenes de poder adquisitivo, muy superiores al umbral de la subsistencia, ostentan una responsabilidad moral, ya que son capaces de influir en la realidad económica del país y ofrecer beneficios al bien común, pues “la posibilidad de influir sobre las opciones del sistema económico está en manos de quien debe decidir sobre el destino de los propios recursos financieros”. 4 Signo de los Tiempos – agosto 2013 en la índole del cuerpo y del alma humanos, establecen, desde luego, con toda certeza qué fines no y cuáles sí, y con qué medios, puede alcanzar la actividad humana dentro del orden económico: pero la razón también, apoyándose igualmente en la naturaleza de las cosas y del hombre individual y socialmente considerado, demuestra claramente que a ese orden económico en su totalidad le ha sido prescrito un fin por Dios creador. Una y la misma es, efectivamente, la ley moral que nos manda buscar, así como directamente en la totalidad de nuestras acciones, nuestro fin supremo y último, así también en cada uno de los órdenes particulares, esos fines que entendemos que la naturaleza o, mejor dicho el autor de la naturaleza, Dios, ha fijado a cada orden de cosas factibles y someterlos subordinadamente a aquél”.5 Es significativo vislumbrar que el fin de la economía no es la economía en sí, sino su destinación humana y social,6 de ahí su incuestionable carácter moral. Señala el Compendio de la doctrina social de la Iglesia: “La moralidad constitutiva de la vida económica, no es ni contraria ni neutral: cuando se inspira en la justicia y la solidaridad, constituye un factor de eficiencia social para la misma economía”.7 En realidad, en cada suceso económico, por sencillo que parezca, se realiza un acto moral, la decisión sobre el qué, cómo y para qué se adquiere o compra algún bien, tiene un efecto moral y social. Preguntas como: ¿quién realizó este producto?, ¿de qué país es originaria la empresa?, ¿a qué dedica el dinero?, ¿quiénes trabajan en ella?, ¿qué ofrece a sus empleados?, ¿cuáles son sus fines?, pueden ayudarnos a decidir si compramos un producto u otro, el verdadero