EL LUGAR DE LOS HOMBRES EN LA LUCHA CONTRA EL PATRIARCADO, por Ateneo Libertario de Burdeos. Traducido por Beatriz Moreno. Mientras que el tipo « hombre » o « mujer » está determinado por la biología, la construcción del género varía de un extremo al otro del planeta, e incluso en la vida de una misma persona, en función de las relaciones socio-culturales que rigen las diversas comunidades humanas. E incluso si el modelo patriarcal es ultra dominante, es posible evolucionar hacia una construcciòn diferente. Nosotros somos el patriarcado !. « Las relaciones sociales entre los sexos se apoyan tanto sobre la ilusión naturalista de la superioridad masculina como sobre la reproducción entre los hombres de una visión jerárquica de las relaciones hombre/mujer. Para los propios varones, ser hombre es ser el más fuerte, el mejor, el sujeto activo. El resto, -ciertos homosexuales, los débiles, aquellos que no pueden o no quieren ganar-, son asimilados a las mujeres »[1][1]. Y cuando nos encontramos, tras diversos procesos de construcción social, aprendizaje, relaciones de poder, en la posición dominante, no hay objetivamente ninguna razón para bajar del pedestal. Nosotros -los hombres en general- tenemos la opción de elegir, puesto que ocupamos el escalón más alto del sistema patriarcal, lo que significa que nosotros oprimimos a aquellos, o más exactamente a aquellas que están por debajo. Como en las relaciones amo/esclavo, los hombres no cambian más que forzados a ello. Forzados por quién y por qué ?. En primer lugar por las consecuencias de las luchas y reflexiones feministas, pero también porque entre los hombres la guerra es despiadada y no sólo hay vencedores. Normalmente se piensa que los hombres tienen mucho que perder con la liberación de las mujeres y sin embargo hay hombres que participan en las luchas anti-sexistas y anti-patriarcales. Es por solidaridad desinteresada ? son los rechazados? lo hacen para expiar sus pecados? son espías? tienen intereses ocultos ?. Las luchas feministas han creado una nueva situación de cuestionamiento de la superioridad masculina. « Los hombres han visto pulverizarse sus certezas una a una a lo largo de los últimos decenios. Su identidad, su pareja, sus roles sociales y familiares han sido cuestionados e incluso transtornados. Ahora que las mujeres reclaman, tanto en el ámbito privado y como en el público, autonomía e igualdad, muchos hombres sienten tambalear su lugar en el mundo. Sin embargo, este nuevo equilibrio entre los sexos puede ser la ocasión de que los hombres piensen y organicen de manera diferente su existencia[2][2] ». De cara a estas transformaciones, los hombres deberían buscar otras referencias. Esta dimensión colectiva puede ir de la mano de un acercamiento más individual, especialmente cuando se vive, se trabaja, se milita, se conversa, etc con feministas y que le recuerdan a uno su papel de macho y opresor. Esta confrontación es dolorosa, pero es saludable para nosotros mismos y para el resto. Otro vector de toma de conciencia es nuestra relación con otros hombres, la imagen y las actitudes que se nos suponen en tanto que tíos normales. Algunos, porque no llegan a representar su papel de macho, seguro de sí mismo etc o porque son considerados como sub-hombres (un marica, un nena, etc) por el resto de los hombres a causa de su físico, su carácter, su sexualidad... se cuestionan a si mismos. Se puede ser hombre y sentir nauseas ante la violencia masculina, la homofobia, la apología de la virilidad, etc. Las luchas de liberaciòn de las mujeres han traido las condiciones favorables al cambio, pero hay reticencias por parte de los hombres. El cambio no es automàtico. Nosotros somos todavìa los garantes y los beneficiarios de esta sociedad en la que vivimos ; sociedad hecha por los hombres para los hombres. A partir de ahì, podemos preguntarnos por nuestro lugar, inevitablemente particular, en la lucha por la aboliciòn del patriarcado. Tenemos mucho que ganar con el final del patriarcado !. « Al contrario que las mujeres y las minorías -nacionales, étnicas, sexuales-, que a lo largo de los últimos decenios han revindicado la mejora de sus condiciones, los hombres no tienen por adversario más que a ellos mismos. Los hombres no pueden echarse la culpa más que a ellos mismos, si no como individuos sì al menos como colectivo[3][3] ». Aunque nuestro primer reflejo sea hacer oidos sordos, apoyarnos en nuestros privilegios, rechazar el cambio, tenemos mucho que ganar en este cuestionamiento de nuestros comportamientos. La abolición del patriarcado significa para los hombres el final de un modelo. Esto no quiere decir el vacío sino, por el contrario, la búsqueda de otros modelos. Si, parafraseando a Simone de Beauvoir, « no se nace hombre, se llega a serlo », cada uno de nosotros y la colectividad tiene la posibilidad de de-construirse. La primera etapa consiste en cuestionarse diariamente nuestras actitudes, comportamientos y valores. Este cuestionamiento de facetas enteras de nuestra vida no es fácil. Conocerse mejor, saber expresarse mediante otras formas alternativas a la violencia o el mutismo, modificar las relaciones con las mujeres o los otros hombres, etc es en cierto modo explorar lo desconocido, pero puede ser una perspectiva gratificante que sin embargo no está muy extendida a excepción de algunos grupos no-mixtos de hombres. Los hombres libertarios deberían formar parte del proceso antipatriarcal puesto que defienden valores como el anti-autoritarismo, la igualdad, la emancipación... pero la realidad es que muchas veces se acantonan en un antisexismo circustancial, un tanto artificial que no va más allá de vigilar su lenguaje y sus actitudes, sin cuestionarse a si mismos verdaderamente. Se supone que los hombres deben demostrar cada día que lo son, sobre todo afirmando su dominación sobre las mujeres. Esta dominación se ejerce de múltiples maneras, más o menos identificables, reforzadas y difusas. Afirmarse como macho dominante implica también una amarga competición entre los propios hombres, el culto a la virilidad, a las marcas, la carrera por el poder y también relaciones extremadamente superficiales donde las emociones o los sentimientos no tienen un lugar. Si somos solidarios con las luchas feministas no es para hablar en su nombre, ni para reapropiarnos de los escasos espacios en los que no somos protagonistas. Christine Delphy señala que « la liberación de los oprimidos es lo primero, si no únicamente, obra de los propios oprimidos [...] los opresores no sabrían jugar el mismo papel en las luchas de liberación que los oprimidos »[4][4]. Es partiendo de nuestro lugar de hombres que debemos reflexionar, deconstruir y luchar. Uno de los puntos cruciales de nuestro compromiso debe ser conseguir que los propios hombres tengan una visión critica de su realidad.