[18] —Bruno Baüer, notable escritor alemán, trata en un libro reciente todas las grandes cuestiones de la política moderna de un modo brillante y original. No es menos extraño y atractivo el título del libro: El imperialismo romántico de Disraeli, y el imperialismo socialista de Bismarck. —Ha muerto Blüntschli, el gran profesor de Derecho Internacional. Fue un gran colector, un admirable expositor, y un juicioso innovador. Una de sus más conocidas obras ha sido traducida al español y concienzudamente anotada por Díaz Covarrubias, secretario del Despacho en México en tiempo de Lerdo de Tejada. Estudió con Niebuhr y Savigny, y se adhirió a la escuela histórica. La Academia de Ciencias de Berlín premió su Tratado de sucesión conforme a la ley romana. Cuando Strauss fue lanzado de su cátedra después de la publicación de su Vida de Jesús, que Littré ha traducido con fidelidad notable al francés, Blüntschli defendió con calor al profesor expulso, y la cátedra libre. Contribuyó mucho a la fama de la Universidad de Zurich, donde enseñaba leyes desde la fundación de la Universidad en 1833. Estudiaba con igual fervor los códigos actuales que las costumbres antiguas. Ayudó mucho a los hermanos Grimm en sus investigaciones sobre tradiciones germánicas. Escribió una obra sobre “las ideas de los antiguos asiáticos sobre Dios y el universo”.—Propuso reformas en la guerra moderna, y en casi todas las grandes cuestiones de derecho público. Cuentan entre sus más celebrados libros La moderna ley de las naciones y La teoría del estado moderno. Presidió en Dresde en 1861, el Congreso Internacional de Juristas, y enseñó ha poco Derecho Internacional desde la histórica cátedra de la vetusta Universidad de Heidelberg. Ha muerto lleno de fama, y de legítimos honores. Sus obras brillan por su claridad, poder, sensatez, e independencia. Clasificaba con maestría. Tomaba parte real, apasionada y activa en la contienda humana. Sus libros eran ya antes de su muerte obras de consulta. —Henry Ward Beecher, el orador religioso de más renombre de los Estados Unidos, y uno de los más típicos representantes del carácter y genio norteamericanos, dijo en uno de sus discursos:—“Me decía mi padre: Enrique, cuando enciendas una hoguera, nunca eches en ella una brazada de leña de una vez; eso extinguiría el fuego: escoge astillas que prendan bien, y que estén secas, y echa una, y luego otra, y luego otra, y poco a poco, tendrás una hoguera tan grande como la que te proponías tener.” —Formentera, una de las islas Baleares, guardaba en secreto un tesoro artístico. Se hablaba en la isla de una cueva, y se señalaba el lugar en que estaba, pero los campesinos huían de ella, creyendo que era un gran nido de serpientes. Un grupo de atrevidos cazadores hizo lo que los campesinos no habían hecho. Llegaron a la profunda excavación; apartaron los arbustos, zarzales y raíces que oscurecían la entrada; removieron con gran dificultad las piedras que impedían el paso al interior de la cueva, y se hallaron en una hermosa habitación de dibujo morisco, cuyas paredes están llenas de caracteres desconocidos a los cazadores. Álzanse en medio de la habitación dos tumbas de admirable labor. Levantaron los exploradores la cubierta de metal que cerraba las tumbas, y vieron dos colosales cuerpos momificados: era el de la derecha una mujer; el de la izquierda, un hombre. Brillaba en la cabeza de la mujer, una rica diadema, cuajada de piedras que parecen ser de extraordinario valor: un collar de enormes perlas adornaba su cuello; largos pendientes colgábanle de las orejas, y sus dedos estaban cubiertos con anillos. Ceñía la cabeza del hombre una corona imperial, y su mano oprimía un cetro. Seis de los descubridores quedaron guardando el tesoro: los demás partieron para Madrid, a dar cuenta del hallazgo y a pedir órdenes al gobierno. —Un acto indiscreto del colector de la aduana de Toronto ha dado origen a una acre y violenta contienda religiosa en el Canadá. El colector decomisó los ejemplares de las obras de Paine y de Voltaire que llegaron en una reciente remesa a la aduana.—“Sé que ninguna ley me autoriza a eso,—dijo el funcionario; pero creo que obro en el interés de la moralidad, y que aprobarán mi acto las gentes honradas.”—Los importadores de los libros han entablado pleito ante los tribunales contra el atrevido colector; los libres pensadores han abierto una suscripción para ayudar a los importadores en los gastos del pleito: los periódicos católicos atacan duramente a Paine, a Voltaire, a Teodoro Parker, y a Ingersoll, el orador antideísta de los norteamericanos, que goza actualmente de gran fama. Se ha vendido, como a consecuencia de la agitación, una cantidad considerable de libros racionalistas. La actual escaramuza es natural resultado de la vehemente lucha empeñada en el Canadá entre los cultistas y los anticultistas. No ha sido el rasgo menos curioso de esta campaña la condenación del teatro francés moderno, con ocasión del viaje de Sarah Bernhardt al país,—por el clero católico del Canadá. La Opinión Nacional. Caracas, 24 de noviembre de 1881 [Mf. en CEM]