RESETEANDO LA FORMACIÓN: VIEJAS IDEAS, NUEVAS MIRADAS. Intervención en ExpoELearning 2013 Francisco José Lama García Jefe del Servicio de Formación del Instituto Andaluz de Administración Pública La baja productividad española es uno de los temas más recurrentes cuando se analiza nuestro mercado laboral y sus principales déficits. Son muchos los factores que influyen en dicha productividad: horario laboral, innovación tecnológica, costes salariales… y la cualificación del personal. Existe un cierto consenso en admitir que un trabajador adecuadamente cualificado puede ser más productivo que personas cuyas competencias profesionales vayan quedando en la obsolescencia. Por ello se asume que la formación es buena para la mejora de la productividad y se hace imprescindible. Sin embargo son muchas las voces que en los últimos tiempos ponen en cuestión el modelo de formación que se viene desarrollando en las empresas. Un modelo basado en el concepto de “curso”, desarrollado en aulas, con duraciones muy breves y contenidos muy teóricos. Efectivamente es frecuente que los trabajadores que acumulan una cierta trayectoria profesional hayan asistido a lo largo de su carrera a multitud de cursos de formación. ¿Pero en cuantos de esos cursos aprendieron algo que les llevó a ser más productivos? ¿Cuántas de esas experiencias formativas le impulsaron a introducir cambios de mejora significativos? Lo que ha pasado es que la formación se ha rutinizado, se ha acomodado, y tanto las empresas como las personas participantes la han incorporado como un trámite más. Pero la formación eficaz es un proceso de cambio y como tal requiere esfuerzo, intensidad, para que produzca un resultado adecuado. Y ese esfuerzo es tanto de la organización como de las personas implicadas: alumnado, profesorado, gestores… La tesis de este artículo es que el modelo de formación ha colapsado siendo inviable su recuperación con pequeños remiendos. Existen elementos que se han alterado hasta el extremo de hacer inútil un altísimo porcentaje de la formación para personas ocupadas que se desarrolla en nuestro país. Sólo hay una solución: replantearse otra vez los elementos fundamentales de la formación. “Resetear” la formación acudiendo a sus fundamentos con una mirada nueva. La formación, quienes la hacen posible, han cometido siete pecados que la han condenado a la ineficacia. Siete factores que han contribuido a su condena y la han llevado al modelo actual que ya no resulta útil. PECADO 1. EL DINERO. En el año 2011, según datos de la Fundación Tripartita, los fondos destinados a la formación de ocupados ascendieron a 1.431 millones de euros. Estos fondos proceden 1 fundamentalmente de la cotizaciones para formación de los trabajadores que es el 0,7% de la base de cotización. Esta cotización por formación se fundamenta en un principio indiscutido: la formación es buena en sí misma…. en consecuencia hay que hacer formación. Dotar econonómicamente la formación sin cuestionarse con carácter previo su necesidad. Si la lógica de la cuestión consiste primero en dotar la formación económicamente, la consecuencia lógica es que el primer problema sea la ejecución de los fondos. El contenido, los objetivos, incluso el alumnado juegan un papel instrumental ya que el principal objetivo que es consumir el crédito asignado. PECADO 2. UN EVENTO. El segundo pecado procede, en parte, del primero y es la concepción de la formación como un evento puntual en el tiempo. La formación tiene por objeto el aprendizaje y el aprendizaje, salvo cosas sin importancia, requiere un proceso de transformación, un proceso de incorporación de lo nuevo al propio sistema de valores y destrezas que las personas poseen ya. El aprendizaje no se produce como en la película “The Matrix” mediante una “carga” de información que inyecta en la mente de Neo no sólo conocimientos sino también destrezas y capacidades físicas. El aprendizaje requiere experiencia. Es un proceso que necesita tiempo y transformación ¿cómo se conseguirá esto con actividades formativas de 25 horas de duración? La educación y la formación profesional han tenido siempre lugar durante amplios periodos de tiempo. PECADO 3. LA FORMACIÓN ENCAJADA. Encajada en el tiempo y en el espacio. Las aulas son cajas y las pantallas de ordenador son cajas figurada y literalmente. Son cajas que aíslan la formación del contexto donde debe ser útil. Se extrae al alumnado de su medio laboral para encerrarlos tres días entre cuatro paredes. Los jefes piensan que el aprendizaje es responsabilidad de los formadores y éstos que la aplicación de lo aprendido corre de cuenta de los jefes. Lo cierto es que mientras hagamos formación en burbujas será difícil que nada de lo aprendido se traslade a la práctica. La formación laboral exige contacto con el entorno en que se debe aplicar lo aprendido. Sin embargo la formación se ha empeñado en reproducir modelos escolares y académicos que centran la actividad de aprendizaje en las aulas y focalizan las acciones en el profesorado. Newstrom en 1986 en un artículo titulado “Leveraging management development through the management of transfer” expuso un estudio en que analizaba qué elementos impedían que lo aprendido fuera luego efectivamente utilizado. De los nueve factores que encontró, sólo tres estaban relacionados con el contenido y desarrollo del curso. En cambio 6 de ellos están relacionados con lo que ocurría antes y después del curso. PECADO 4. EL CONTENIDO. El formador principiante tiene tendencia a repetir los modelos que le resultan conocidos. Los modelos docentes más conocidos son, sin duda, los académicos, los escolares, 2 que se basaban principalmente en la transmisión de conocimientos. La definición de objetivos, las metodologías utilizadas y sobre todo los contenidos seleccionados obedecen a este modelo tradicional de trasvase de información de la cabeza del profesor a la del alumnado. La formación así concebida tiene un importante sesgo hacia lo teórico, hacia la adquisición de conocimientos y suele estar bastante limitada en la adquisición de capacidades que impliquen la aplicación práctica. Además del mimetismo del profesorado también influye el hecho de una formación práctica requiere disponer de más medios, menor ratio profesor/estudiante y una organización más compleja. “Contar” lo que se conoce es mucho más fácil, para el docente y la organización, que demostrar lo que se sabe hacer. Practicar lo que se ha de aprender es mucho más complejo que escuchar y comprender. Sin embargo la consecuencia de este pecado da como resultado que el “aprendiz” no aprendió a hacer su trabajo de una forma nueva o mejor de cómo lo venía haciendo. PECADO 5. LOS ACTORES. El quinto pecado es el que lleva la formación al colapso. Es el que nos hace traspasar la línea de no retorno. Es aquel que nos impide corregir el rumbo ligeramente y exige un replanteamiento de toda la situación. Nos referimos a la adopción por parte de los actores de la formación de este modelo ineficaz. Los actores de la formación: alumnado, profesorado, gestores de la formación; asumen que este modelo es el más conveniente. El alumnado, demanda, espera y desea este tipo de formación sobre cualquier otro. Formación que exija poco esfuerzo, formación express: rápida y sencilla, formación que valga para su promoción al mínimo coste…. El alumnado espera pocos beneficios de la formación. El profesorado apuesta por el trasvase de información porque le resulta familiar y se mueve en un terreno que le proporciona seguridad y cierta satisfacción. Los gestores organizan con facilidad y garantía de éxito la formación rápida, encajada y centrada en los conocimientos. Otro modelo de formación es posible pero los actores no saben, no pueden y, a veces, no quieren. PECADO 6. LA FALTA DE EVALUACIÓN. Quien haya visto informes de evaluación de formación continua apreciará datos como el coste de la formación, el número de cursos, el número de personas formadas, las horas de formación y, en algún caso, el nivel de satisfacción del alumnado. ¿Qué evalúan esos informes? Esos datos constituyen insumos del sistema pero no resultados. Pocas evaluaciones contemplan la transferencia de la formación al puesto de trabajo o el impacto de las acciones formativas en los resultados de la organización. Y las pocas evaluaciones que abordan este tipo de cuestiones lo hacen con métodos tan cuestionables que prácticamente quedan invalidadas. Con la renuncia a la evaluación se pierde uno de los pocos argumentos para poner en cuestión el actual modelo. Las evaluaciones se limitan con carácter general a pasar cuestionarios de satisfacción sobre los que se hace poco o ningún análisis. Habitualmente la falta de evaluación queda amparada en una 3 imposibilidad de medir los resultados de la misma por su complejidad, pero ese argumento presenta una debilidad tan simple como peligrosa puesto que si no se puede evaluar el beneficio de la formación, ésta es susceptible de ser eliminada porque tampoco será posible evaluar el perjuicio de su carencia. PECADO 7. EL MEDIO COMO FIN. El peor de los pecados, el que nos lleva directamente al infierno de la inutilidad, procede del hecho de confundir el medio con el fin. La formación “per se” no es necesariamente buena. La formación sólo es buena en la medida en que consigue mejorar a las personas, el desempeño de sus trabajos y los resultados de la organización donde lo presta. Hemos confundido el medio con el fin y los departamentos de formación se esfuerzan por demostrar el volumen de formación que son capaces de gestionar y lo satisfechas que quedan las personas que participan en dicha formación. Pero el objetivo de los departamentos de formación ha de ser la mejora de la organización y sus resultados, ya sean estos económicos o sociales. El fin no es la formación. El fin es la mejora, el desarrollo y el crecimiento. Sólo si se define la finalidad perseguida puede conocerse si la formación alcanza dicho fin y en consecuencia es una formación eficaz. Pero tras los pecados, la redención es posible y la penitencia es el rigor y la innovación. El principal elemento que la formación debe plantearse es distinguir claramente entre el medio y el fin. La determinación rigurosa del fin perseguido por la formación es el único faro que puede convertir el aprendizaje en una capacidad útil. La identificación de las necesidades formativas ligadas a los objetivos de la organización constituye la piedra cuadrangular sobre la que construir cualquier proyecto formativo. Los objetivos de aprendizaje son secundarios y han de estar supeditados a los objetivos de la organización. Sólo vinculando la formación a la finalidad que ésta persigue será posible reconocer la bondad de la misma y las vías para su mejora. La evaluación es la otra cara de la misma moneda. Si se conoce qué fin persigue una acción formativa determinada es imprescindible averiguar si la formación contribuyó de manera significativa a su consecución. La rendición de cuentas no consiste en que se justifique que el dinero se gastó en la formación sino que dicha formación ha conseguido resultados esperados. Ambos objetivos: identificar necesidades y evaluar la formación, son hoy posibles con cierta facilidad gracias al desarrollo de soluciones tecnológicas que permiten manejar una gran cantidad de información y procesarla de manera sencilla. La determinación de los objetivos de la formación y la evaluación de la misma sólo dependen de la voluntad de quienes tienen la responsabilidad de la gestión de la formación. Sin embargo, el núcleo de la formación, el lugar en que se produce el aprendizaje, el propio proceso formativo requiere ser redefinido. Hay que firmar un nuevo contrato entre los actores de la formación. Ya no sirven los mismos conceptos ni los nombres que se le han venido dando. La formación ha de 4 convertirse en desarrollo de capacidades, los profesores en guías y líderes de los procesos formativos, los contenidos han de traducirse en competencias laborales, la formación no será el punto de llegada sino el de partida, el antes y el después de la formación también constituyen el proceso formativo, los jefes del alumnado son imprescindibles para que el aprendizaje se traduzca en mejora laboral… Todos estos cambios y algunos otros son fundamentales y su implementación requiere un cambio cultural en los trabajadores, en sus representantes, en las autoridades… Es necesario introducir un cambio de paradigma que sustituya la formación como suceso por la formación como proceso. Un proceso estrechamente engarzado a la propia estructura y objetivos de las empresas. Este cambio supone dejar de considerar la formación como píldoras para aliviar ciertas dolencias para considerarla como una inyección en vena que ataca la propia estructura de conocimiento de las organizaciones. A esto he llamado, pretenciosamente, “resetear” la formación convencido que no se puede superar el actual estado con ligeras correcciones de alguno de los elementos señalados. Es preciso cuestionar los principios mismos en que hoy se fundamenta el modelo de formación. Es necesario modificar todos los elementos de manera simultánea. Es imprescindible, siguiendo con el argot informático, “apagar” y volver a “encender”. 5