Cuadernillo 23

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23 – Historia de la Iglesia
PIPINO EL BREVE
Aunque derrotados en Poitiers, los moros
podrían muy bien intentar nuevamente la
invasión de Francia. Estamos en el año 751
y Chilperico, rey de los francos, es un inepto. Pipino el Breve, su maestro de palacio,
valiente guerrero y perspicaz hombre de
estado, podría hacerse coronar rey mediante
la fuerza... Pero Pipino, hombre justo, pide
consejo al abad Fulrado. «¿Quién podría
resolver la cuestión?» «Sólo el papa de
Roma», responde el abad. Y parte para
Roma para interrogar al pontífice, única
autoridad moral capaz de darle una respuesta.
LOS ICONOCLASTAS
La herejía de los destructores de imágenes
debe ser castigada severamente. El papa
Gregorio III reúne un concilio en Roma el
año 731 y lanza la excomunión contra cuantos osen destruir o profanar las imágenes de
Jesús, de la Virgen o de los santos... Dulces
y santas imágenes a las cuales se dirigen
con amor las miradas de todos los fieles,
pobres y ricos, poderosos y humildes. Como
las que ilustran los textos sagrados o los
frescos de santa María Antigua.
El emperador León el Isáurico, cuando se
entera de la posición que ha tomado el Papa
frente a la herejía, se rebela. Envía una flota
naval potentísima con la intención de apoderarse de todos los territorios del Papa.
Pero la soberbia y el odio del emperador
sufren un duro golpe. Una tempestad de increíble violencia destruye las naves y con
ellas la esperanza de los emperadores bizantinos.
Gobierna la Iglesia el papa Zacarías. El
abad Fulrado consigue su audiencia y le
dice: «Santo Padre, sólo tú puedes decir si
merece ser y llamarse rey quien posee todo
el poder y debe resolver todas las cuestiones
del gobierno o quien lleva sólo el título. Me
refiero al rey Chilperico y a Pipino, su mayordomo». El papa Zacarías no duda: «Debe
ser rey quien hace de rey, no quien tiene
sólo el nombre de rey». Por lo demás, los
mayordomos obran como verdaderos reyes
desde la muerte de Clodoveo.
CARLOS MARTEL
¿Y los musulmanes? De nuestra península
—dominada casi totalmente— intentan
atravesar los pirineos. ¿Pasarán a Francia?
La verdad es que los reyes merovingios,
descendientes de Clodoveo, son muy incapaces y viciosos. El poder está en manos de
sus maestros de palacio (algo así como los
actuales jefes de gobierno). Uno de ellos,
Carlos Martel, derrota definitivamente a los
musulmanes en la batalla de Poitiers, en el
año 732. Los musulmanes no dominarán
Europa. La media luna de Allah no cubrirá
la cruz de Cristo.
Fortalecido por la autorización papal, Pipino
el Breve invita al rey Chilperico a que se
retire a un convento. En los campos de
Soissons los guerreros le pasean sobre sus
escudos, siguiendo una antigua tradición, y
le coronan rey de los francos. Es la primera
vez que un hombre de gobierno se dirige al
Papa para saber si merece o no la corona,
reconociendo de este modo que el pontífice
es la máxima autoridad moral de la tierra.
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LOS FRANCOS CONTRA
LOS LONGOBARDOS
El nuevo rey de los longobardos, Astolfo,
sigue la política de sus antepasados y está
decidido a conquistar toda la península
itálica. No le resulta difícil vencer a los
bizantinos y expulsarlos de Rávena, capital
del exarcado. «¡Y ahora vamos a Roma!»
—dice Astolfo. Sus consejeros le hacen
observar que el emperador de oriente no
dejará desguarnecida la ciudad eterna. Pero
el poder de los longobardos es tal que dan
ya la victoria como suya.
EL PAPA EN FRANCIA
Frente a la amenaza longobarda, aunque se
encuentra algo enfermo, el papa Esteban II
afronta el difícil viaje para entrevistarse con
el rey de los francos. Le acompañan los
obispos de Ostia y de Nomentum, además
de dos enviados de los francos. La travesía
de los Alpes es muy penosa y difícil. Todos
los pasos están cubiertos por grandes capas
de nieve. Después de un descanso en el
monasterio de san Mauricio, el papa llega
finalmente a Ponthyon el 6 de enero del año
754.
Astolfo se ríe de la observación. No cree
que el emperador ayude a Roma. Y por
desgracia tiene razón. El papa Esteban II
pide vanamente ayuda al emperador Constantino V Coprónimo. Este, iconoclasta
como su predecesor, responde que no enviará ni un soldado para defender la sede papal.
Una vez más, Roma se ve abandonada. El
único interesado, como siempre, es el Papa.
Pipino el Breve y toda la población reciben
al Papa con una gran fiesta. Los francos se
arrodillan para recibir la bendición papal. El
rey lleva las riendas del caballo del Papa, en
acto de homenaje, como si fuera un humilde
palafrenero junto a su señor. «Santo Padre,
imagino qué graves problemas os angustian... pero, ¡por favor!, descansad antes
de iniciar las conversaciones. Después,
cuando llegue la primavera, podréis volver a
Roma».
Mientras tanto llega a Roma el eco de las
amenazas del rey longobardo, «¡Ajusticiaré
a los romanos con mi espada, uno a uno!»
La población, con la cabeza cubierta de cenizas, sigue procesionalmente al papa Esteban II que avanza descalzo, estrechando en
su pecho una imagen de Jesús. Y en la oración recibe el Papa la inspiración del Señor:
«¡El rey de los francos nos defenderá!» Y
decide dirigirse él mismo a Francia, atravesando los Alpes.
El pontífice, abatido por la enfermedad y la
fatiga, puede así restablecerse y tratar con el
soberano. «Rey de los francos, ¿queréis ser
el protector de la Iglesia católica? Los longobardos están con las armas en la mano y
el emperador nos ha abandonado». «¡Lo
juro, Santo Padre!» El Papa prosigue hasta
París, y en tanto propone un tratado de paz
al longobardo Astolfo. Ya que sus deseos de
paz no conducen a nada, los francos se
deciden a iniciar la guerra contra los longobardos.
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