La honestidad siempre ayuda a alguien BOLETÍn Por un nuevo servidor público, por un nuevo ciudadano 2 ¿Sí? ¡Cómo no! “Lo que hacen los políticos es un acuerdo. Lo que yo hago es corrupción”. Se vale usar la “colombianada” (¿Sí? ¡Cómo no!) de antetítulo para decir: ¡No! De ninguna manera el concepto de honestidad se puede poner a prueba comparando actos a todas luces deshonestos. La honestidad se refiere a la cualidad humana de comportarse con sinceridad y coherencia, respetando los valores de la justicia y la verdad. No puede responder a los propios intereses, sino a los principios y valores que defienden el interés común y el bienestar de la sociedad. Un ciudadano debe ser honesto, incluso cuando no está acompañado por alguien que pueda juzgarlo, pues ello da cuenta de la integridad con la cual procede frente a sus propias obligaciones y deberes. Así, la honestidad implica respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas. Es honesto quien no toma nada que no le pertenezca. Así nos ven En general, la gente tiene una mala percepción de los servidores públicos, reiterada en la cotidianidad no solo por el actuar indebido de unos cuantos, sino porque su función está estigmatizada. Es como si cada ciudadano colombiano por lo menos una vez en su vida hubiera sufrido en carne propia los desafueros de algún funcionario. Todo ello repercute en la desconfianza en las instituciones, cuya razón de ser se lesiona cuando se percibe que sus acciones no son legítimas. Las Fuerzas Militares ostentan mayor nivel de confianza que la Policía Nacional, lo que no deja de preocupar, pues si las personas desconfían en la institución que vela por la seguridad en los municipios, es porque muy probablemente no se sienten seguras en ellos y perciben que no es efectiva al combatir la delincuencia. Por su parte, el Gobierno Nacional está en un punto en el cual ni la desconfianza ni la confianza son totales. Eso sin duda es otro aspecto neurálgico, debido a que la sociedad no aceptará fácilmente cualquier política gubernamental, porque estará siempre marcada por la incertidumbre. Mucha gente tiene la idea de que quien ocupa un cargo público lo hace porque ve en él una buena oportunidad para conseguir beneficios personales, especialmente económicos; por eso comienza a percibir al servidor público como a alguien deshonesto, que puede complicarle la vida. ¿Y por qué será que nos ven así? Hay servidores públicos que se apartan de valores y principios como la honestidad, y con ello han logrado estigmatizar su función y la de sus colegas. Son variadas las razones por las cuales la función del servidor público está estigmatizada. La principal es que, en efecto, se encuentra mucho “chanchullero” y “serruchero” que desluce su cargo y, por ende, a la institución para la que trabaja. La falta de honestidad, responsabilidad y seriedad con los compromisos que implican el ejercicio de lo público y del bien común, termina mermando la buena imagen que de por sí deben poseer aquellos. Porque bien dice el refrán popular: “No solo hay que ser, sino también parecer”. Es pertinente mencionar que en general los colombianos tienen una concepción precaria de lo público, reforzada por los altos índices de impunidad por corrupción, en todos los ámbitos. Ahora bien; en el país hay imaginarios asociados a una cultura política clientelar que hace que no siempre, desde su propio contexto, la sociedad vea mal el accionar de ciertos servidores públicos. Un ejemplo de ello es el nivel de aceptación y de tolerancia que la ciudadanía tiene de la relación entre el “padrino político” y el “cliente” que, lejos de ser percibida como ilegal u oportunista, es considerada generosa y solidaria. Así, situaciones de extorsión y chantaje que constituyen el clientelismo, se entienden como “favores” y acciones cercanas a la “caridad” que presta la clase política a un pueblo empobrecido y desempleado. Por consiguiente, en lugar de repudio o rechazo abierto, lo que subyace en la ciudadanía es un sentimiento de agradecimiento y de “compromiso” o “deuda moral”, que coexiste paradójicamente con una sensación de incomodidad y malestar soterrado. ¿Percepción o realidad? Algo no está bien en una sociedad cuando se acepta que las actitudes de sagacidad y suspicacia forman parte de la mal llamada ”malicia indígena”, lo que impulsa al ciudadano a creer que tiene que ser “vivo” y no “bobo”. De ahí expresiones tan difundidas como “a papaya puesta, papaya partida” y “en la vida solo hay una oportunidad que hay que aprovechar”. Soy correcto, no corrupto El problema de aceptar como válidos tales preceptos radica en que los sentimientos personales de “vergüenza” por el señalamiento social que se produce frente a la deshonestidad son muy bajos, y se llega incluso a niveles de cinismo y burla que buscan desafiar el sistema de justicia en el país. Esos servidores públicos son deshonestos —aún cuando muchos crean no serlo— y en ocasiones ni la ciudadanía los tilde como tales. Este tipo de actitudes que prevalece en el universo social y cotidiano pareciera trasladarse al escenario de la institucionalidad. La ciudadanía piensa que cuando alguien accede a un cargo público se va a comportar de la misma forma a como lo hace en los otros ámbitos. Es decir, que las conductas equivocadas que trae de su mundo cotidiano las traslada al laboral. mi dignidad no tiene precio Mayor información sobre el estudio se puede consultar en la página WEB: www.procuraduria.gov.co Es el momento entonces en el que una percepción se convierte en realidad. Los pocos funcionarios que sirven mal o actúan inadecuadamente se vuelven protagonistas de grandes titulares de prensa, y borran o sepultan el esmero con el que trabaja la inmensa mayoría de servidores públicos. Una actitud desonesta de algunos servidores públicos consiste en la elección del camino más fácil, rápido y directo para la satisfacción de sus propios intereses. Las cosas que se desean, deben obtenerse ya. Se actúa bajo esta lógica con el convencimiento de que la sanción social como máximo podrá ser un reproche o un llamado de atención, pero no un rechazo contundente al comportamiento transgresor. En otras palabras, si la sanción es menor que el beneficio percibido, el funcionario deshonesto corre el riesgo, con tal de obtener lo que desea. Otro aspecto es el “amiguismo”, que se ha instalado con fuerza en la burocracia colombiana. En nuestro país todavía hay que andar un camino largo, de ires y venires, para realizar un trámite ante una entidad gubernamental. De manera que con frecuencia, en lo único que nos esforzamos es en conseguir un amigo que tenga un amigo en tal o cual parte, el mismo que pueda evitarnos largas filas y esperas. Y pagamos por esos “favores” de los intermediarios, como si eso fuera “normal”. Soy correcto, no corrupto ¿ cómo Y A quiénes estamos afectando?? CUANDO UN SERVIDOR PÚBLICO OBRA CON HONESTIDAD, EN CONSECUENCIA CON LOS VALORES Y PRINCIPIOS FAMILIARES Y SOCIALES, IMPACTA POSITIVAMENTE A LA ENTIDAD, A LA FUNCIÓN PÚBLICA, A LA CIUDADANÍA Y A LA SOCIEDAD EN GENERAL. El buen ejemplo del servidor público a que la sociedad progrese y sea sostenible. Es necesario que el funcionario conciba su trabajo como una oportunidad de servir a otro der humano. De escucharlo con atención de mirarlo a los ojos, de hablarle con amabilidad, de contestarle con cortesía. De esa manera, al humanizar el servicio y actuar de forma íntegra y legal, los funcionarios lograrán construir en el imaginario de la sociedad un nuevo concepto de servidor público. http://www.procuraduria.gov.co/portal/soycorrectonocorrupto.page