LOS DOS ÚLTIMOS —¡Cuidado! ¡Viene alguien! Los dos pequeños mimoncilos se escondieron tras un matojo de romero. Al instante, una pareja de zorros pasó corriendo por el sendero. —No te levantes —dijo la mimoncila con su orejita peluda pegada al suelo—. Oigo pasos. —Sí, son caballos. ¿Quién sabe lo que sus pezuñas podrían hacernos? —¡Oh, no! Ese brillo es el de la melena de un león ¡Y a su lado está la leona! —Este sendero es muy peligroso. Mira, ahora conejos, ¿qué intenciones tendrán corriendo así? —Estémonos muy quietos, se oyen las pisadas de elefantes. —Y detrás dos liebres. ¿Qué tramarán? Asustados, los mimoncilos escarbaron dos hoyos desde los que vieron pasar una vaca y un toro con cuernos afilados, ratoncillos de campo de movimientos nerviosos, dos cuervos con aspecto siniestro, cerdos, ñus, osos blancos, osos pardos y osos panda, panteras, ovejas, mapaches, cebras, topos, y muchos más animales, todos en parejas y todos muy peligrosos en opinión de los mimoncilos. Cerca de allí, en lo alto de un monte, alguien avisó: —¡Está empezando a llover! —Veo llegar a los últimos, vamos a cerrar. —¡No! —gritó Noé inclinado sobre la borda—. Falta la pareja de mimoncilos. De repente, el agua empezó a caer de forma torrencial inundando toda la tierra y obligando a Noé y a su familia a cerrar las entradas del enorme arca. Acurrucados en sus hoyos, los mimoncilos se ahogaron al instante, por eso no hay ahora animales de esa especie. El miedo y la desconfianza son consejeros peligrosos.