APERTURA DE SESIONES El sábado abrió el octavo Congreso de la Unión el tercer período de sus sesiones. Esperaban los malévolos en los discursos de apertura la vaguedad afectada, y el falso aire de confianza y de solemnidad que suele darse a esta clase de trabajos. Con el del ejecutivo y con el del legislativo se equivocaron. Ninguno de los dos poderes aparentó desconocer la gravedad de la situación de la república; poseídos de sus dificultades, hablaron en medio de ellas, y, como debía ser, ambos discursos son el reflejo de nuestro estado político y la norma para deducir la solución legal que tendrá la actual revuelta. Y esto es lo que importa: ahóguese mayor o menor número de aspiraciones personales, estése más o menos contento con los actos del ejecutivo; pero perpetúense y sálvense las tradiciones. Este gobierno significa el manejo pacífico de los negocios públicos por hombres constitucionalistas y civiles, denominación que a nadie excluye, porque un militar leal y habituado al respeto de las leyes, tiene ganado con esto suficiente título de civilismo. Queremos el gobierno de la constitución por los hombres que la entiendan y la respeten. Aceptados como buenos el principio de sufragio y los que le son consiguientes, no queremos que un movimiento revolucionario interrumpa el orden de cosas legal porque por este intervalo sangriento se desbordarían aspiraciones insaciables, fatales e incesantes. Otro ambicioso se levantaría contra este ambicioso que venciera. Esto entiende el Congreso, y por eso fue tan sobrio en sus palabras como preciso y claro en sus ofertas. Enérgico y franco estuvo el ejecutivo, y el legislativo sincero y enérgico. La concurrencia, más abundante que otras veces, hacía unánimes celebraciones de la oportunidad y novedad de los discursos. Se dijo lo que se debía decir, sin falsas ocultaciones ni hipócritas disimulos. Esta clase de política, amplia y abierta, nos salvará. Dígase todo, y dígase sinceramente. Revista Universal. México, 19 de septiembre de 1876.