MUERE UN TESTIGO DEL SIGLO XX El académico y escritor Laín Entralgo muere en Madrid a los 93 años. El pensador, que falleció el pasado miércoles 6 de junio, luchó por la reconciliación de los intelectuales españoles. Esa capacidad de moverse con soltura en las materias más diversas, esa sabiduría enciclopédica, esa memoria inmensa sobre cuestiones variadas, forman parte de un tipo de intelectual que ha tenido en la figura de Pedro Laín Entralgo uno de sus últimos representantes en España. Laín fue un sabio casi renacentista, un estudioso infatigable, amante de muchísimas disciplinas periodista, médico, crítico literario y teatral, historiador de la medicina, químico, psiquiatra, filósofo, filólogo, triacadémico (Española, Historia y Medicina)... En 1953 entró en la Real Academia Española. De la que fue presidente entre 1982 y 1987, en sustitución de Dámaso Alonso. Aquel día se declaró apesadumbrado con la responsabilidad que ha caído sobre mis hombros. Yo, que no soy un filólogo, sino, en palabras de Unamuno, un logófilo, un amante de la palabra. Dimitió para dedicarse a escribir. Quizá fue esa faceta, la de escritor, la que le permitió salir del círculo académico, donde fue reconocido como una eminencia, para conectar con las cuestiones de su tiempo. En todo lo que trató, Laín siempre buscó sumergirse a todo y llegar a sus raíces más profundas. Ya fueran cuestiones científicas o históricas, literarias o políticas, procuró borrar la hojarasca y tocar el meollo de cada cuestión. Pensó de la España que le tocó vivir que tenía tres grandes problemas heredados: El conflicto ideológico y de creencias, las desigualdades sociales y económicas y la dialéctica centralismo−diversidad. A propósito de la ciencia, alguna vez comentó que el conocimiento total acabado de la realidad no será dado nunca a la mente humana, que nos vamos acercando a las cosas sin terminar nunca de encontrarlas del todo. Hombre de profundas convicciones, escribió también sobre el cristianismo. Entendió que su principal mandamiento era convertirse en prójimo del menesteroso. Y lo hizo en un tiempo difícil, en el que intervino de forma polémica y conflictiva. Nacido en Urrea de Gaén (Teruel) el 15 de febrero de 1908, Laín Entralgo padeció la traumática experiencia de la guerra civil a los 28 años. Laín militó con armas y bagajes en el bando nacional, y al final del combate entró con los falangistas en la Residencia de Estudiantes. En esa época, Laín era miembro del grupo de jóvenes discípulos de Dioniso Ridruejo, con quienes fundó en 1940 la revista Escorial. Pero las cosas iban a cambiar. Años más tarde empezó a creer en la reconciliación de las dos Españas, en el perdón y en la rehabilitación de las víctimas de la barbarie. Según dijo su amiga Teresa de Angulo, cambió sus privilegios por un espíritu liberal y abierto, contrario al régimen franquista. Siendo Ruiz−Giménez ministro de Educación, fue nombrado rector de la Universidad Complutense, cargo que desempeñó entre 1952 y 1956. Un choque con el ministro provocó su cese y el ingreso, más o menos ambiguo, en el llamado exilio interior. Lo que parece claro es que esa ruptura hizo posible el primer atisbo de oposición intelectual al régimen, y que animó o precipitó la abierta disidencia de profesores como Enrique Tierno Galván, José Luis L. Aranguren o Agustín García Calvo, que serían represaliados y despojados de sus 1 cátedras. En 1976, Laín publicó Descargo de conciencia, donde se sumergió en su dolorosa historia política personal. Se iniciaban los años de la transición y eran tiempos propicios para el ajuste de cuentas con uno mismo. En 1990, cuando el libro se reeditó, Laín confesó en una entrevista: Cometí la equivocación de pensar, ingenua pero honestamente, que pueden unirse dos supremas constantes de la mente humana: la exigencia de justicia social y la fidelidad a la historia del país al que uno pertenece. Como utopía, esto quiso ser el fascismo en los años treinta, y ése fue el nervio de mi adscripción al movimiento falangista. De padre republicano, liberal y no creyente y de madre firmemente católica, Laín pensaba que el respeto que ambos se mostraban sembró en él el germen de la reconciliación, de la convivencia entre iguales, el de tolerar la disidencia, y no la enemistad. Siguió trabajando incansable hasta el final. Estaba preparando un nuevo libro, El morir de la persona, pero recordaba con especial cariño obras anteriores, sobre todo las que dedicó a la generación del 98 y a Menéndez Pelayo: Esos personajes estaban tocados por la voluntad de comprensión y restablecimiento de toda la cultura española. Eso dijo en 1997, con motivo del gran homenaje que le dedicó el mundo de la cultura. Con toda sinceridad, dijo en esa ocasión, creo que la sociedad española me ha dado mucho más de lo que he merecido. Este comentario se vio refrendado ayer en las reacciones suscitadas por su muerte. Un humanista difícil de repetir, dijo Carmen Iglesias. Hombre profundamente abierto y liberal, para el director de la Academia de la Historia, Gonzalo Anes. Ejemplo de cordialidad extrema y voluntad de hierro, en palabras de Domingo Ynduráin. Joven toda su vida y gran trabajador, según su discípulo Diego Gracia... También el reconocimiento le llegó a través de los premios. Por sus críticas en la revista Gaceta Ilustrada obtuvo el Premio Nacional de Teatro en 1970. En 1978 recibió la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, y en 1980, la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad, como reconocimiento a su labor consagrada a la historia de la medicina. En 1975 recibió el Premio Montaigne de periodismo, y en 1980, el Aznar concedido por la agencia Efe. En 1989 fue galardonado con el príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En 1991 recibió el V Premio Internacional Menéndez Pelayo por su obra científica y literaria, sus trabajos acerca de la historia de la ciencia y su estudio sobre el humanista que da nombre al galardón. Finalista en diversas ocasiones del Premio Cervantes (la última vez, contra Umbral), en 1999 ganó el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos por su obra ¿Qué es el hombre? (Evolución y sentido de la vida). Una obra extensa y variada Médico, escritor, académico y pensador, la extensísima obra de Pedro Laín Entralgo abarcó muchos campos, pero se centró preferentemente en el ensayo. Muchas de sus obras están planteadas desde su punto de vista de cristiano. El último libro publicado por el que fuera director de la Real Academia Española ha sido La empresa de envejecer, que, editado por Galaxia Gutenberg−Círculo de lectores −que publicó sus obras de los últimos años−, recoge las conferencias pronunciadas por el académico en la Biblioteca Nacional dentro de un ciclo organizado por la Fundación de Ciencias de la Salud. En este libro, Laín escribe que el protagonista es la vida humana, la empresa de ser hombre. En los últimos años el académico había publicado Esperanza en tiempo de crisis (1994), Creer, esperar, amar (1993), Cuerpo y alma (1991) o Hacia la recta final, revisión de una vida intelectual, este último editado en 1990. Pero, dentro de su amplia bibliografía, que se reparte a lo largo de más de medio siglo, destacan títulos como Las generaciones de la historia (1945), España como problema (1949), Palabras menores (1952), Historia de la medicina (1954, revisada y reeditada en 1970 y 1982), La aventura de leer (1956), Teoría y libertad del 2 otro (1961), La espera y la esperanza (1962), La relación médico−enfermo (1964), Descargo de conciencia (1976), Antropología médica (1984), Ciencia, técnica y medicina (1986) y En este país (1986). ¤ BIBLIOGRAFÍA: −Diario El País −Diario El Mundo 3