DERECHO AL HONOR, A LA INTIMIDAD Y A LA PROPIA IMAGEN Vs LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y DE INFORMACIÓN COMO DERECHOS FUNDAMENTALES En un Estado social y democrático de Derecho como el vigente en España, la libertad de expresión y de información constituye uno de los pilares básicos de su propia estructura. El pluralismo político, principio fundamental que marca la posibilidad de una alternativa al poder de gobierno, precisa para su eficacia de unos cauces adecuados para la libre formación de la opinión pública siendo esencial para ello el ejercicio de las mencionadas libertades de expresión y de información. Pero además, el Estado democrático se configura igualmente como Estad de Derecho, afirmación que implica que el ejercicio de los derecho a expresarse libremente y a informar a la opinión pública encuentren su debido límite en el respeto a otros derecho fundamentales como son el honor, la intimidad y la propia imagen de las personas. Examinamos a continuación este conflicto de derechos y libertades pero no en su vertiente abstracta y jurídica, sobradamente estudiada por la jurisprudencia, sino desde la perspectiva de los fundamentos y principios que deben informar nuestro derecho positivo. En este sentido, son dos las cuestiones que pueden ser tratadas, de un lado, el concepto jurídico de honor, intimidad y propia imagen, junto con el de libertad de expresión e información, y de otro, los medios de información y su acción directa en los conflictos entre derechos fundamentales. 1.- DERECHO AL HONOR, A LA INTIMIDAD Y A LA PROPIA IMAGEN Y DERECHO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN. El ser humano se caracteriza no solo por su individualidad sino por quedar integrado en una entidad superior como es la comunidad social a la que pertenece. Junto con nuestra imagen física, que constituye el primer dato de nuestra identidad, se encuentra nuestra imagen social que viene integrada por un conjunto de valoraciones sobre distintos aspectos de nuestra personalidad y nuestro comportamiento. Cuanto mayor y más positiva sea nuestra imagen social, mayores condiciones tendrá el individuo para desarrollar libremente su personalidad. Todo lo anterior, refleja una proyección del individuo hacia la sociedad que puede concretarse en el conocido “honor”. El honor es una representación social de la dignidad humana, en la medida en la que se establece la exigencia hacia los demás de ser valorado y respetado como miembro de la sociedad, quedando así definido por el Tribunal Constitucional que, en 1 aras de facilitar un concepto jurídico del Honor, lo hace depender de las normas, valores e ideas sociales vigentes en cada momento, destinado a dotar de amparo a la buena reputación de una persona, protegiéndola frente a expresiones o mensajes que la hagan desmerecer en la consideración ajena al ir en su descrédito o menosprecio. Por todas, SSTC 185/1989, de 13 de noviembre [ RTC 1989, 185] , F. 4; 176/1995, de 11 de diciembre [ RTC 1995, 176], F. 3; 180/1999, de 11 de octubre [RTC 1999, 180] , F. 4; y 52/2002, de 25 de febrero [ RTC 2002, 52] , F. 5). De este modo, el individuo, como miembro integrante de la comunidad, vive sometido a la constante presión de mantener su imagen social, obligado en consecuencia a comportarse bajo ciertas reglas. Pero estas presiones tienen un límite, una frontera que permite a cada persona permanecer fuera de la opinión publica cuando así lo considere. Este ámbito de reserva es lo que conocemos como el derecho a la intimidad. El derecho a la intimidad constituye esa facultad reconocida a toda persona que desea conservar un espacio de su vida oculto al control, al conocimiento, y a la injerencia de los demás. Haciendo nuestras las palabras del Tribunal Constitucional, este derecho se vincula a la esfera más reservada de las personas, al ámbito que éstas siempre preservan de las miradas ajenas, aquél que desea mantenerse oculto a los demás por pertenecer a su esfera más privada (SSTC 151/1997, de 29 de septiembre), vinculada con la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad (art. 10.1 CE). De esta forma el derecho a un núcleo inaccesible de intimidad se reconoce incluso a las personas más expuestas al público (STC 134/1999, de 15 de julio), todo ello presente que de conformidad con el menor literal del articulo 18 de la Constitución, se reconoce no sólo al individuo aisladamente considerado, sino también al núcleo familiar (SSTC 197/1991, de 17 de octubre o 231/1988, de 2 de diciembre). Por último, el derecho a la propia imagen, salvaguarda la proyección exterior del individuo como medio de evitar injerencias no deseadas (STC 139/2001, de 18 de junio), de velar por una determinada imagen externa (STC 156/2001, de 2 de julio) o de preservar nuestra imagen pública (STC 81/2001, de 26 de marzo). Este derecho está íntimamente condicionado por la actividad del sujeto, no sólo en el sentido de que las personas con una actividad pública verán más expuesta su imagen, sino también en el sentido de que la imagen podrá preservarse cuando se desvincule del ámbito laboral propio (STC 99/1994, de 11 de abril). Visto lo anterior podemos afirmar que, el artículo 18 de nuestro Texto Constitucional, cuenta con un contenido complejo, pues en él se protegen, en primer lugar, el derecho al honor, en segundo lugar, el derecho a la intimidad, tanto personal 2 como familiar, y en tercer lugar el derecho a la propia imagen, derechos con rasgos evidentes rasgos comunes, pero también con aspectos que permiten distinguir tres derechos perfectamente diferenciados. En definitiva, y tal y como ha señalado la STC 14/2003, son tres derechos autónomos y sustantivos, aunque estrechamente vinculados entre sí, en tanto que se tratan de derechos de la personalidad, derivados de la dignidad humana y dirigidos a la protección del patrimonio moral de las personas. Como elementos comunes cabe destacar que se tratan de libertades negativas, dirigidos a evitar injerencias o intromisiones en determinados campos de la vida de cada uno. En el caso del derecho al honor esa injerencia que se rechaza se concreta en la prohibición de desvalorar de forma injustificada a la persona, mientras que en el caso del derecho a la intimidad, la protección va dirigida a vedar toda intromisión en un espacio personal que se quiere dejar oculto, siendo el derecho a la propia imagen la protección frente a las reproducciones de la misma que, afectando a la esfera personal de su titular, no lesionan su buen nombre ni dan a conocer su vida íntima. El derecho a la propia imagen pretende salvaguardar un ámbito propio y reservado, aunque no íntimo, frente a la acción y conocimiento de los demás; un ámbito necesario para poder decidir libremente el desarrollo de la propia personalidad y, en definitiva, un ámbito necesario según las pautas de nuestra cultura para mantener una calidad mínima de vida humana (STC 231/1988, de 2 de diciembre [ RTC 1988, 231] , F. 13. Un segundo ámbito común de estas figuras viene presentado por la gran relevancia, a la hora de establecer la tutela del derecho, del consentimiento, de la actitud y del comportamiento del sujeto. Por regla general, cuanto mayor sea la voluntad del individuo de evitar la injerencia del exterior, mayores serán las posibilidades de que el ordenamiento jurídico lo proteja, y viceversa, cuando la conducta del sujeto y la voluntad mostrada no se opone a ciertas intromisiones, a ciertos juicios de valor despectivos, el derecho objetivo otorgará un menor grado de tutela al individuo en estos espacios vitales. Ahora bien, estos derecho autónomos, presentan elementos que los diferencian, en especial, cuando se produce una agresión. En el caso del menos cabo del honor, se ataca directamente a la dignidad de la persona por cualquier medio que suponga un juicio de desvalor frente a los aspectos esenciales de su personalidad. En cambio, cuando se viola el derecho a la intimidad, la lesión a la dignidad humana no se produce a través del animus iniurandi, con intención de difamar, sino a través de una intromisión en un espacio vital del sujeto que desea conservarlo bajo reserva. Asimismo, la violación del derecho a la propia imagen se produce con la difusión incondicionada de la imagen como aspecto físico, en cuanto instrumento básico de 3 identificación y proyección exterior y factor imprescindible para su propio reconocimiento como sujeto individual (SSTC 231/1988, de 2 de diciembre, F. 3, y 99/1994, de 11 de abril [ RTC 1994, 99] , F. 5). Se vulnera la autodeterminación, el poder de decisión sobre los fines a los que hayan de aplicarse las manifestaciones de la persona a través de su imagen ( STC 117/1994, de 25 de abril [ RTC 1994, 117] , F. 3), La protección jurídica de estos derechos en el ordenamiento jurídico español es muy diferente según sea la intensidad o la gravedad del menoscabo causado. Así, desde el punto de vista constitucional el artículo 18 del la Carta Maga establece un claro reconocimiento y protección de estos derechos. Asimismo, el artículo 1902 del Código Civil, a través de la clausula genérica de: “El que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño causado”, puede amparar los atentados contra el honor o la intimidad que se perpetren sin una específica intención o dolo. Por otra parte, existe una norma específica de reparación civil de los menoscabos producidos a estos intereses personalísimos con es la L.O. 1/ 1982, de 5 de mayo, de protección civil de los derechos al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, modificada por la L.O. 5/2010, de 22 de junio, de reforma del Código Penal que profundizó sustancialmente en la tutela de los intereses y derechos de las victimas de los atentados a estos bienes personales. Sin embargo, las agresiones más intensas al honor, aquellas en las que interviene la intención real de difamar, el animus iniurandi, son constitutivas de delitos como son las calumnias (articulo 205 y ssg C.P.) o de injurias ( art. 208 y ssg). En este sentido, podríamos señalar que la tipificación penal de estos delitos es una opción político criminal del legislador en la medida en la que se trata de facetas que pueden ser perfectamente tuteladas desde otras ramas del derecho como sería la civil, y sin que ello pueda suponer un problema para la coexistencia social de la comunidad. La protección penal de la intimidad se produce a través de diversas figuras delictivas tipificadas en el C.P. cuales son entre otros, el descubrimiento y revelación de secretos (artículos 197 y ssg), el chantaje (artículos 171.2 y 3) y el allanamiento de morada (artículo 202). Por último, señalar la protección que ofrece la L.O. 4/1997, de 4 de agosto, por la que se regula la utilización de videocámaras por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en lugares públicos, desarrollada por el Real Decreto 596/1999, de 16 de abril, donde se establecen, por lo que a la garantía de la intimidad se refiere, desde la información sobre la existencia de videocámaras a la destrucción de las grabaciones, salvo las que contengan imágenes relacionadas con infracciones penales 4 o administrativas graves, con la correspondiente obligación de reserva por parte de los que tengan acceso a las imágenes (art. 8 y 9 L.O. 4/1997). Así expuestos, los derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, tienen su más inmediato riesgo en el ejercicio de las libertades de expresión e información, reconocidas en el artículo 20 de la Constitución (párrafo 1, apartados a) y d), respectivamente), libertades no siempre fácilmente distinguibles, pero que es necesario matizar para hacer plenamente operativos los mandatos constitucionales. De esta forma, la libertad de expresión hace referencia a la libertad para comunicar pensamientos, ideas, opiniones por cualquier medio de difusión ya sea de carácter general o más restringido. Por su parte, la libertad de información se refiere a la comunicación de hechos mediante cualquier medio de difusión general, esto es, la libertad de expresión conlleva un matiz subjetivo, mientras que libertad de información contiene un significado que pretende ser objetivo. Evidentemente expresión e información con frecuencia no se dan separados, puesto que con las noticias es frecuente intercalar opiniones propias del informador. De esta forma se considerará que nos enfrentamos a una manifestación de la libertad de expresión o, por el contrario, de la de información de acuerdo con el carácter predominante del mensaje (STC160/2003, 9/2007, 29/2009). El referido precepto constitucional exige la veracidad en el caso de la información, lo cual se ha interpretado como necesidad de veracidad subjetiva, es decir, que el informante haya actuado con diligencia, haya contrastado la información de forma adecuada a las características de la noticia y a los medios disponibles (SSTC, entre otras, 6/1988, de 21 de enero, 240/1992, de 21 de diciembre; 47/2002, de 25 de febrero; 75/2002, de 8 de abril), puesto que de exigirse una verdad objetiva eso haría imposible o dificultaría en extremo el ejercicio de la libertad de información. Ambas libertades, expresión e información, podrán ser ejercidas por cualquier persona (STC 6/1981, de 16 de marzo), sin perjuicio de que, al menos la segunda, habitualmente sea ejercida por los profesionales de la información, lo cual conducirá a que éstos cuenten con garantías específicas como son la cláusula de conciencia y el derecho al secreto profesional. Por otra parte, el ejercicio de la libertad de expresión puede verse restringido o matizado para determinados colectivos como funcionarios o fuerzas armadas (SSTC 241/1999; de 20 de diciembre; 102/2001, de 23 de abril) o como consecuencia de una relación laboral (SSTC 186/1996, de 25 de noviembre; 90/1999, de 26 de mayo). 5 La cláusula de conciencia ha sido desarrollada por la L.O. 2/1997, de 19 de junio, de la cláusula de conciencia de los profesionales de la información, por la que se permite la rescisión del contrato laboral a esos profesionales cuando el medio de comunicación cambie sustancialmente su línea ideológica u orientación informativa, o cuando se produzca un traslado dentro de la empresa que suponga una ruptura con la orientación profesional del informador (art. 2), habiéndose admitido el cese de la relación previo al ejercicio de la acción (STC 225/2002, de 9 de diciembre). Por otra parte admite la negativa motivada por parte de los profesionales de la información para 'la elaboración de informaciones contrarias a los principios éticos de la información' (art. 3). La finalidad de la ley es 'garantizar la independencia' en el ejercicio de sus funciones (art. 1). Quedan fuera del marco de protección otros trabajadores de empresas informativas (STC199/1999, de 18 de noviembre). El secreto profesional de los profesionales de la información no ha encontrado un desarrollo normativo definitivo, por lo cual se plantean dudas en torno a su alcance, lo que ha conducido, por ejemplo, a que no se considerara suficientemente contrastada una información de la que no se quiso revelar la fuente (STC 68/2008 de 23 junio y 21/2000 de 31 de enero entre otras). Por su parte, los afectados por el ejercicio de la libertad de información, tanto personas físicas como jurídicas, cuentan con el derecho de rectificación cuando consideren las informaciones difundidas inexactas y cuya divulgación pueda causarles perjuicios. Este derecho, desarrollado por la L.O. 2/1984, de 26 de mayo, reguladora del derecho de rectificación, y según el Tribunal Constitucional en SSTC 35/1983, 6/1988 y 51/2007, se configura como un derecho de configuración legal, subjetivo e instrumental, que se agota con la rectificación de la información publicada. La rectificación debe ceñirse a hechos y el director deberá publicarla con relevancia semejante a la que tuvo la información en el plazo de tres días siguientes a la recepción, salvo que la publicación o difusión tenga otra periodicidad, en cuyo caso se hará en el número siguiente. De no respetarse los plazos o no difundirse la rectificación el perjudicado podrá ejercitar al correspondiente acción ante el Juez. Como señalábamos, las libertades de expresión e información con frecuencia entran en colisión con los derechos al honor, a la intimidad y la propia imagen, que aparecen como límite expresamente reconocido en el precepto constitucional. En caso de conflicto deberá llevarse a cabo por los operadores jurídicos la correspondiente ponderación de bienes, teniendo que analizar cada una de las circunstancias concurrentes, de forma tal que cada caso necesitará de un examen particularizado sin que quepa la aplicación automática de reglas generales. No obstante, existen unas 6 pautas, puestas de relieve en especial por la jurisprudencia, que será necesario tener presentes a la hora de analizar cualquier conflicto entre los derechos del artículo 18.1 y los del artículo 20: a) En ningún caso resultará admisible el insulto o las calificaciones claramente difamatorias (SSTC 204/2001, de 15 de octubre; 20/2002, de 28 de enero; STC 181/2006; STC 9/2007); b) El cargo u ocupación de la persona afectada será un factor a analizar, teniendo en cuenta que los cargos públicos o las personas que por su profesión se ven expuestas al público tendrán que soportar un grado mayor de crítica o de afectación a su intimidad que las personas que no cuenten con esa exposición al público (STC 101/2003, de 2 de junio); c) Las expresiones o informaciones habrán de contrastarse con los usos sociales, de forma tal que, por ejemplo, expresiones en el pasado consideradas injuriosas pueden haber perdido ese carácter o determinadas informaciones que antes pudieran haberse considerado atentatorias del honor o la intimidad ahora resultan inocuas; d) No se desvelarán innecesariamente aspectos de la vida privada o de la intimidad que no resulten relevantes para la información (STC 185/2002, de 14 de octubre; 127/2003, de 30 de junio). Sin embargo, más allá de estos aspectos de carácter subjetivo el Tribunal Constitucional ha destacado el carácter prevalente o preferente de la libertad de información por su capacidad para formar una opinión pública libre, indisolublemente unida al pluralismo político propio del Estado democrático (STC 21/2000, de 31 de enero; SSTC 9 y 235/2007). No obstante es necesario tener presente que esa prevalencia no juega de forma automática sino sólo en supuestos en los que no concurran otros factores, como pueda ser la presunción de inocencia (STC 219/1992, de 3 de diciembre), en los que la ponderación lleve a primar intimidad, honor o propia imagen sobre las libertades de expresión o, en particular, de información (STC, por sólo citar una, 158/2003, de 15 de septiembre). De los derechos contenidos en los apartados a) y d) del art. 20.2 de la Constitución se plantea la cuestión de si además del derecho a difundir ideas o informaciones también surge un derecho a crear medios de comunicación, el Tribunal Constitucional respondió afirmativamente en la STC 12/1982 de 31 de marzo, en la que, no obstante, distinguía entre los medios escritos, entre los que la creación resulta libre, a otros medios que necesitan de soportes técnicos para los que la decisión se deja en manos del legislador, quien deberá valorar tanto las limitaciones técnicas como la incidencia en la formación de la opinión pública y, con respecto a esta última cuestión, optar entre un monopolio público, sometido a las garantías que la propia Constitución impone (art. 20.3 CE) o el acceso de otras empresas en los términos que 7 fijara el propio legislador. La regulación de la radio y, en mayor medida, la televisión, ha estado condicionada por su consideración de servicios públicos, sin embargo, su régimen ha evolucionado a medida que lo hacían las condiciones técnicas de emisión y también de acuerdo con la evolución de la doctrina del Tribunal Constitucional, el cual desde una postura de dejar en manos del legislador toda opción en ese terreno, al calificarla de 'política', fue matizando su postura inicial hasta estimar después que la decisión del legislador no era totalmente libre sino que debía de permitir un acceso a esos medios a medida que fueran permitiéndolo las condiciones técnicas (STC 31/1994, de 31 de enero) y, por otra parte, señaló la diferente incidencia en la opinión pública y, en consecuencia, su consideración como 'servicio público' de los diferentes medios, descartándola en la televisión por satélite y, en lo que a programación se refiere, en la televisión por cable (SSTC 181/1990, de 15 de noviembre; 206/1990, de 17 de diciembre; 127/1994, de 5 de mayo), necesitando, pues, cada medio de una regulación diferenciada. Teniendo presente estas consideraciones y superando la dimensión estrictamente constitucional del derecho a la creación de medios de comunicación, antes mencionado, hay que recordar la evolución espectacular que ha sufrido el sector audiovisual en los últimos tiempos, a través de una amplia batería de leyes, sujetas a constantes modificaciones, y finalmente derogadas, para quedar resumidas en tres normas fundamentales: la Ley 32/2003, de 3 de noviembre, General de Telecomunicaciones (última revisión el 06 de Junio de 2013), la Ley 17/2006, de 5 de junio, de la radio y la televisión de titularidad estatal y la Ley 7/2010, de 31 de marzo, General de la Comunicación Audiovisual (última revisión el 06 de Junio de 2013). Este marco normativo es el resultado de un importante esfuerzo de racionalización de un sector que, hasta ahora, se había caracterizado por la falta de una ley general, por la dispersión normativa y por la proliferación de leyes dictadas en atención a dos criterios: el sistema técnico de transporte de la señal y el ámbito de cobertura. Quedan así expuestos los elementos fundamentales que definen y caracterizan los derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen así como el derecho a la libertad de expresión y de información, siendo esencial examinar a continuación los criterios consolidados para la resolución de posibles conflictos. 2.- MEDIOS CONSTITUCIONALES. 8 DE INFORMACIÓN. CONFLICTO DE DERECHOS La colisión entre los derechos apuntados se produce con bastante frecuencia en el ámbito de los medios de comunicación de masas (prensa escrita, virtual, radio, televisión…). Como apuntábamos, el derecho a la libertad de expresión aparece definido en la Constitución como el derecho a comunicar y recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. El propio TC ha llevado a cabo una distinción, en ocasiones difícil de llevar a la práctica, entre la libertad de expresión, entendida como libertad ideológica individual, y el derecho a comunicar y recibir libremente información veraz, como un derecho con un cariz no tan individualista en la medida en la que constituye un presupuesto esencial para el desarrollo de una sana formación de la opinión pública. Sostiene el Alto Tribunal que, en efecto, por una parte se configura la libertad de pensamiento o ideológica, libertad de expresión o de opinión, mientras que por otra parte, se construye el derecho de información en una doble dirección de darla y recibirla. El objeto en un caso es la idea y en el otro la noticia o el dato. Esta distinción, fácil a nivel abstracto, como decíamos no es tan sencilla a la hora de ponerla en práctica. La libertad de expresión tiene por objeto pensamientos, ideas y opiniones, concepto amplio en el cual deben incluirse también los juicios de valor. El derecho a comunicar y a recibir libremente información, versa en cambio sobre hechos notificables, y aun cuando no es fácil separar en la vida real aquella y éste, pues la expresión de ideas necesita a menudo apoyarse en la narración de hechos, y a la inversa, esta incluye no pocas veces elementos valorativos, lo esencial a la hora de ponderar el peso relativo del derecho al honor u cualquiera de estas dos libertades contenidas en el articulo 20 de la Constitución es destacar el elemento preponderante en el texto concreto que se enjuicie en cada caso para situarlo en un contexto ideológico o informativo. (STC 6/1998). Sin embargo, frente a la claridad de conceptos, a la hora de la verdad no es fácil separa la opiniones personales de la realidad acontecida, siendo fundamental, a fin de poder determinar si existe o no vulneración de derechos es examinar que elemento es el preponderante en cada caso no existiendo como decíamos reglas generales. Ante todo, no podemos olvidar que el derecho a comunicar y recibir información veraz cumple una función absolutamente esencial para conformar el Estado de Derecho como Estado Democrático de Derecho. La formación de una opinión pública libre acerca a los ciudadanos a la gestión de los asuntos de la vida social con la consiguiente censura de las formas negativas de gobierno y el mantenimiento de los modos positivos de administración de la comunidad. Todo ello explica el valor que encarna el derecho a comunicar o recibir libremente información veraz. Ahora bien, desde el momento en el que se difunde información sobre un hecho noticiable, en el 9 que aparezca una o varias personas implicadas, ya existe una afectación positiva o negativa a su honor, a su intimidad, o a su propia imagen. Aun cuando la información sea absolutamente objetiva, totalmente veraz desde el punto de vista interno, existe la posibilidad de que alguien pueda sentirse ofendido. En estos supuesto de colisión, el componente político criminal es determinante en la inclinación de la balanza hacia uno u otro. En un Estado autoritario, la libertad de expresión se encuentra notablemente limitada, y más todavía cuando se trata del ejercicio de criticas políticas. Es factible la creación de figuras típicas dirigidas a proteger en especial el honor de figuras relevantes del panorama público (delitos de desacato cuando se trata de afrentas a autoridades públicas en el ejercicio de sus funciones). En cambio, en países auténticamente democráticos, la libertad de expresión, especialmente en su versión de derecho a comunicar o recibir libremente información veraz, llega a estar, en ocasiones, por encima de los derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen. Así ocurre en supuestos en los que se realiza critica política o en lo que se informa sobre asunto de interés general o en relación con personajes de gran relevancia social. Nos ceñimos a continuación exclusivamente al ámbito del ejercicio del derecho a la libertad de expresión en el marco de los medios de comunicación de masas, examinando concretamente en que supuestos este derecho puede justificar una intromisión o injerencia en el honor o en la intimidad de la persona. Según la doctrina del TC, la premisa básica parte de los intereses que persigue el derecho a comunicar y recibir libremente información veraz, que no es sino la formación de una sana opinión pública como presupuesto esencial del desarrollo democrático del Estado. Pero esa definición de formación libre de la opinión publica podrá ser satisfecha cuando la información que se proyecta tenga al menos visos de realidad. Asimismo, queda claro que el tema que se trate debe reflejar interés general pues de no ser así poca influencia puede predicársele a la hora de constituir opiniones colectivas. Señalamos por tanto lo elementos determinantes que deben ser tenido en cuenta a fin de obtener una conclusión: 1) En primer lugar, el objeto de la información debe versar sobre hechos que tengan realmente trascendencia pública. Si el contenido de la narración no tiene relevancia para la generalidad los atentados contra el honor o la intimidad de las personas afectadas no tendrá justificación. Por tanto, el problema aquí estriba en determinar cuando una información tiene realmente relevancia pública. En este sentido, debe tenerse en cuenta la notabilidad de la materia objeto de tratamiento informativo. Los asuntos relacionados con la gestión de la vida pública y política son 10 considerados de alto interés para la conformación de la opinión pública. Asimismo, es determinante, con independencia de la materia de que se trate, el interés publico (cualquier que sea la razón que lo motive) de un determinado acontecimiento, un hecho, o un personaje que cobran especial atención para la ciudadanía. En este momento es cuando la información adquiere trascendencia pública. Un tercer criterio, viene constituido por la calidad de la persona objeto de la noticia, los denominados personajes o personalidades públicas. Estos, bien sea por su cargo, por su función, por el arte o ciencia que desempeña, o simplemente porque en un determinado momento han sido dados a conocer a la luz pública, tiene el deber de soportar las intromisiones en su vida. Todos aquellos que se han constituido en personajes públicos, están sometidos al derecho de la comunidad social a tener ciertos conocimientos sobre su vida privada. Evidentemente, la situación descrita no puede constituirse como un derecho ilimitado ni una obligación permanente, por lo que deben ser tenidos en cuenta el resto de factores y parámetros que permiten dotar de mayor peso a un derecho u a otro. 2) En segundo lugar el parámetro a tener en cuenta en la pugna de derecho que supone el derecho a la intimidad frente al derecho a la información es la veracidad. El derecho a comunicar y recibir libremente información, solo puede cumplir su función cuando dicha información sea veraz. Evidentemente el concepto de veracidad no puede ser entendido como una absoluta coincidencia entre lo que narrara o difunde el artículo periodístico, o el programa de radio y televisión, y la realidad de lo acontecido. Si se exigiese en la actividad de los medios de comunicación esa coincidencia, el temor a las nefastas consecuencias que podrían acarrear, limitaría notablemente la capacidad de comunicación de los profesionales. Por ello, la exigencia constitucional de la veracidad de la información viene referida a la valoración de la acción del profesional y no a la valoración del resultado obtenido. Es suficiente, por tanto, que exista un diligencia en la búsqueda de los datos para elaborar el trabajo periodístico. Es suficiente con demostrar la seriedad en la constatación de la existencia de las pruebas y en la recopilación de los materiales para la elaboración de la correspondiente información. En estos casos, aun cuando no exista coincidencia entre lo expresado en el trabajo informativo y la realidad de los hechos acontecidos y siempre que el comunicador haya tenido la intención de narrar esa realidad de forma objetiva y contrastada, podrá hablarse de información veraz cumpliéndose este requisito. 11 3) Por último, y según dispone el artículo 2 de la L.O. 1/1982 de 5 de mayo, que hace referencia a la delimitación de los derechos al honor, a la intimidad individual y familiar, y a la propia imagen, debe atenderse a los usos sociales y a la conducta del propio sujeto. La jurisprudencia recurre a criterios que limitan estos derechos como la posición publica que ocupe el individuo afectado, su actitud o talante en relación con el ofensor, y el contexto en el que se produjo la agresión. El contexto donde se desarrolla el ejercicio de la libertad de expresión es de gran relevancia. Por ejemplo, en el caso de las campañas políticas, electorales, tanto la ofensas que se lancen los políticos contrarios, como la propia crítica periodística aceptan niveles de injerencia en el derecho al honor mucho mas elevados que en otro contexto. Por otro lado, el comportamiento del agraviado, su actitud y su trato frente al ofensor son determinantes. Si la actitud del sujeto ha venido determinada por la búsqueda de notoriedad a través de los medios de comunicación, esto justifica una mayor permisibilidad en las intromisiones que se producen en la vida privada. A mayor búsqueda de notoriedad mayor margen de derecho se reconoce a al comunidad pues quien ha venido favoreciendo es convertirse en un personaje público no puede limitar lo que el mismo ha creado. La actitud del individuo frente a su ofensor es igualmente fundamental, en el caso de José María García Vs Ramón Mendoza, se tuvo en cuenta el comportamiento del famoso periodista frente al presidente del Real Madrid. Aquel había insultado y desmerecido al segundo de forma continua y no siempre justificada. Cuando el presidente del Real Madrid ofendió al padre del periodista en una asamblea de socios, la Justicia tuvo presente que quien continuamente está llevando a cabo una campaña de descrédito frente a otra persona tiene que soportar con mayor rigor las salidas de tono que se lleven a cabo por el sujeto tradicionalmente pasivo. De este modo, se han aportado fundamentos y argumentos que nos ayudan a resolver este conflicto de derechos constitucionales tan relevantes en la sociedad actual. Elisa Pérez de los Cobos Hernández. 12