Desde mediados del siglo XX se han realizado diferentes estudios y

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Desde mediados del siglo XX se han realizado diferentes estudios y en
diferentes países, entre los que mencionamos:
Kyriacou y Sutcliffe (1978):
En
un
estudio
realizado
obtuvieron
los
siguientes
resultados:
Aproximadamente un 19% de los profesores de la muestra se declararon
como muy afectados por el estrés; en torno al 37% manifestaron estar
moderadamente estresados y algo más del 42% consideraban estar
levemente estresados o nada.
Goodall y Brown (1980):
Encontraron que el grado de satisfacción relacionado con el puesto de
trabajo era en los profesores de secundaria significativamente más bajo
que en los de primaria (16% contra 30%)
Amiel-Lebigre y Pichot (1980):
El 60% de profesores neuróticos sometidos a tratamiento atribuían el
origen de sus primeros trastornos a una época anterior a sus inicios en la
profesión. Del mismo modo, la mitad de la muestra tenían la impresión de
que las dificultades encontradas en su trabajo no tenían nada que ver con
sus trastornos.
Fimian y cols. (1983):
El 45% de la población estudiada reconocieron estar expuestos a una
situación demasiado estresante.
Abraham (1984):
Encontró que los días de ausencia suficientemente breves como para no
necesitar certificado oficial, se habían duplicado con respecto a la década
anterior.
Amiel-Lebigre (1986):
En estudios realizados entre grupos enfermos de docentes y no docentes
de condición sociocultural equivalente, encontró que los docentes estaban
menos afectados por formas graves de patología mental. En cambio,
comprobó un mayor predominio de trastornos psíquicos llamados
menores,
pero
suficientemente
importantes
como
para
producir
absentismo, peticiones de traslados y solicitudes de permisos de larga
duración.
De
estos
estudios
y
posteriores,
parece
evidenciarse
que
las
consecuencias derivadas de las fuentes de malestar entre los docentes no
corresponden a reacciones patológicas o desequilibrios psicológicos graves,
sino más bien a sentimientos de malestar, frustración, eustrés y a la aparición
de mecanismos de inhibición y rutina (Esteve, 1981, 1984, 1987; Ortiz, 1983;
Abraham, 1984).
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