Dos alas para volar (fe y razón) Dios es nuestro vecino Queridos Hermanos y amigos: paz y bien. El pasado domingo bajaba pensativo de uno de nuestros pueblecitos. Era una sensación serena de paz, de gratitud, de añoranza también al tener que incorporarme al trasiego de una semana tras una jornada vivida en la montaña. Se había rehabilitado la iglesia cuyas piedras románicas nos hablaban de una larga historia cristiana heredada, y me invitaron para una misa especial. El pueblo se llama Acumuer, en el valle del Gas (Diócesis de Jaca). Y la ceremonia me recordó la que tuvimos en la iglesia de Santa Cilia de Panzano (Diócesis de Huesca) hace casi un año. Nuestras macizas y elevadas montañas acogen pacientes la herida de sus valles, que partiéndolas en dos nos permiten que nos adentremos en su misterio, mientras el canto de sus aguas en los mil arroyos, ponen la mejor música a la letra que los bosques y espesuras nos ofrecen con respeto en su verdor. Es hermosa nuestra tierra, y es preciso aprender a mirarla asomándonos a los ojos del Buen Dios. Una vez más, nuestra gente noble de fe recia y curtida, me enseñaba su tesoro mejor guardado: la iglesia del pueblo. No adivinaba una especie de orgullo urbanístico o arquitectónico en el entusiasmo con el que me mostraban su iglesia parroquial, sino que me estaban presentando ese lugar pequeño pero tan querido, por el que han pasado tantos de sus seres queridos, todos sus ancestros, hasta la generación actual. Aquí en Aragón, yo, madrileño, estoy aprendiendo tantas cosas hermosas: las que con paciencia y buen humor me vais enseñando sin par. Y una de ellas es el modo con el que frecuentemente se dice la proveniencia de una persona: “soy de casa tal”, “es de casa cual”. No un nombre a veces desconocido de una calle casi anónima, ni tampoco un número para identificar el portal par o impar de una interminable calle, sino algo más concreto y más familiar: soy de casa… tal o cual. Yo les decía en la misa que también en nuestros pueblos Dios mismo tiene también su hogar, también Él tiene su propia casa. Haciendo así, el Señor, sin ser un vecino cualquiera ha querido hacerse un vecino más. Porque de este modo nos ha contado Dios mismo su eterna y lejana historia: como un querer poner su casa entre nosotros, como una tienda de encuentro (como dice el prólogo del Evangelio de San Juan). Ese Dios vecino, cuya casa tiene entraña y tiene hogar, tiene sus puertas abiertas. No es un edificio valioso por su antigüedad, o rico por el arte que encierra, simplemente, sino porque es una casa habitada, que abre las puertas de par en par. A esa casa debemos ir para encontrar al mejor vecino de nuestro pueblo o ciudad. Con Él convivimos; a Él le vamos a contar nuestras cuitas buscando el consuelo en los sinsabores cuando la vida parece que nos quiere acorralar; a Él vamos también a agradecer los dones, las muchas alegrías con las que también esa vida nos sonríe. Y descubrimos que ese Buen Dios, el mejor vecino, saber reír y sabe llorar, porque le importa nuestra vida, nuestro destino y nuestra paz. Es hermosa nuestra tierra, es sabia nuestra gente. ¡Qué hermoso aprender así las cosas importantes en medio de la belleza de nuestros valles y con personas tan llenas de bondad! Bajando de la montaña, iba rezando el rosario en el viaje. Daba gracias por un día así vivido, por haber vuelto a comprender que Dios es vecino, que no sólo es el Camino, sino también el caminante junto a cada cual. http://diocesisdehuesca.org/noticias/Obispo/2006-2007/diosvecino.htm (1 of 2) [9/28/2007 7:13:09 AM] Dos alas para volar (fe y razón) Recibid mi afecto y mi bendición. + Jesús Sanz Montes, ofm bispo de Huesca y de Jaca Domingo, 15.10.2006 http://diocesisdehuesca.org/noticias/Obispo/2006-2007/diosvecino.htm (2 of 2) [9/28/2007 7:13:09 AM]