TEMA 4: CONTROL SOCIAL Y CONDUCTAS DESVIADAS 1.- INTRODUCCIÓN. 2.- CONFORMIDAD SOCIAL. 2.1) DEFINICIÓN Y NIVELES DE CONFORMIDAD. 2.2) LA COHESIÓN SOCIAL Y LA VARIABILIDAD CULTURAL. 2.3) LA TEORÍA DE EMILE DURKHEIM. 3.- MECANISMOS DE CONTROL SOCIAL. 3.1) CLASIFICACIÓN DE LOS MECANISMOS. a.) El proceso de socialización. b.) La opinión pública y las costumbres. c.) Las obligaciones recíprocas. d.) Las sanciones y el derecho. e.) Válvulas de escape institucionalizadas. 3.2) FORMAS DE CASTIGAR EL DELITO A TRAVÉS DE LA HISTORIA. 4.- DESVIACIÓN SOCIAL Y DELINCUENCIA. 4.1) CONCEPTO DE DESVIACIÓN SOCIAL. 4.2) TEORÍAS BIOLÓGICAS Y PSICOLÓGICAS SOBRE LA DESVIACIÓN. 4.3) TEORÍAS SOCIOLÓGICAS SOBRE LA DESVIACIÓN. a.) La asociación diferencial. b.) Cambio social, conflicto de valores y anomía. c.) El enfoque de R. K. Merton. d.) La teoría del etiquetaje. e.) La elección racional y el delito situacional. 4.4) ASPECTOS POSITIVOS DE LA DESVIACIÓN SOCIAL. DICCIONARIO DE SOCIOLOGÍA: Conformidad, condescendencia, identificación, internalización, costumbres y usos sociales, cohesión social, variabilidad, individualidad, aldea global, solidaridad mecánica, conciencia colectiva, solidaridad orgánica, mecanismos internos y externos, control positivo y negativo, mecanismos formales e informales, obligaciones recíprocas, válvulas de escape institucionalizadas, sanciones, derecho, derecho represivo y restitutivo, desviación social, asociación diferencial, anomía, R.K. Merton, teoría del etiquetaje, elección racional, delito situacional. 1.- INTRODUCCIÓN. La Sociología, como disciplina, parte de dos hechos básicos: 1º) la gente, en todas partes, vive con los demás y no sola (forma sociedades); 2º) las personas en su conducta cotidiana suelen seguir ciertas normas regulares y comunes. En su mayor parte, estas regularidades que podemos observar en la conducta humana reflejan eso que llamábamos en el primer tema la cultura, que consiste en un repertorio ordenado de relaciones sociales. Así, el orden social se mantiene porque existen unas normas que rigen las relaciones entre los individuos (tradiciones, costumbres, leyes y otras reglas de tipo moral, religioso, etc). Sin embargo, aún nos queda por explicar por qué los individuos aceptan o se conforman a las normas. ¿Por qué obedecemos los dictados de nuestra sociedad? ¿Qué mecanismos utiliza ésta para mantener el control y el orden social? Como se puede observar, en este tema destacaremos la influencia que la sociedad ejerce sobre los individuos; pero no es tampoco que consideremos a la persona como una marioneta, como un simple producto creado por su ambiente social, ya que la relación entre el individuo y la sociedad es recíproca (también los individuos influimos sobre la sociedad). Dicha relación individuo-sociedad unas veces es armónica y pacífica y otras es antagónica o conflictiva. Por otro lado, podemos decir que en toda sociedad hay personas y grupos que se desvían en parte del comportamiento generalmente aceptado. ¿Por qué existe la delincuencia? ¿Es un problema genético, psicológico o social? ¿Siempre es negativo cualquier tipo de desviación de las normas? En todo caso, la mayoría acepta y cumple con las normas y costumbres, comportándose de una forma similar a los demás miembros de la sociedad. El soldado que obedece las órdenes, el ciudadano que se amolda a las reglas de la buena educación, los jóvenes que visten según las indicaciones de la moda... están ajustando su conducta a patrones sociales y poniendo en práctica eso que llaman los sociólogos la "conformidad social". 2.- CONFORMIDAD SOCIAL. 2.1) DEFINICIÓN Y NIVELES DE CONFORMIDAD. Hablamos de conformidad para referirnos simplemente a la conducta que se adapta a las normas y valores establecidos, en respuesta a la influencia de la sociedad. En el primer tema ya dijimos que el ser humano es un animal social y, en ese sentido, tenemos la tendencia a acomodar nuestro comportamiento al del grupo. Incluso contamos con un refrán que lo aconseja: "allí donde fueres, haz lo que vieres". Todos somos en buena medida unos "conformistas". La conformidad es algo que ocurre con una frecuencia increíble. Es es lógico: es más fácil vestirse como todo el mundo, pensar como todo el mundo y comportarse como el mundo, antes que oponerse a la opinión general y hacer algo diferente. Los experimentos de los sociólogos Solomon Asch y Stanley Milgram demuestran hasta qué punto está arraigada en nosotros esa tendencia a conformarnos o ajustarnos a la opinión de un grupo y a obedecer las órdenes. (TEXTO 1 Y 2) En cada situación social, tendemos a reaccionar de acuerdo con lo que suponemos que los demás esperan de nosotros. Sabemos a qué atenernos en las diferentes situaciones de la vida social precisamente porque hemos aprendido qué es legítimo esperar de los otros y qué pueden esperar ellos de mí. (Todo el mundo sabe qué tipo de regalos son idóneos en Navidad, dependiendo de a quién deba hacerlos, y sabe de quiénes puede esperar, razonablemente, recibirlos). A veces, ni nos damos cuenta de que estamos obedeciendo pautas sociales de comportamiento. Eso quiere decir que podemos amoldar nuestra conducta a los patrones culturales bien por pura presión social, bien de forma voluntaria o incluso inconscientemente. El sociólogo Herbert Kelman estudió este fenómeno y distinguió tres grados o niveles de conformidad, que corresponden a tres formas de reaccionar positivamente a la influencia de la sociedad: a.) Condescendencia: se trata de la conducta de aquélla persona «que acepta la influencia del grupo con el fin de conseguir una recompensa concreta o evitar un castigo concreto, por ejemplo para obtener su aprobación o evitar su desaprobación.» Es la actitud del "amigo de conveniencia" dentro de la pandilla o la del alumno que se porta bien en clase para recibir mejores calificaciones. b.) Identificación: se produce cuando la persona acepta la influencia del grupo no por un interés concreto, sino porque encuentra atractiva esa relación y se identifica con esas personas o quiere parecerse a ellas. Es el caso del "nuevo rico" que vimos en el tema 2, se autoidentificaba con la clase alta; también el que entra en una secta religiosa, por el atractivo de su líder espiritual. c.) Internalización: es la influencia social más profunda y permanente. El individuo adecua su conducta al grupo porque la encuentra satisfactoria en sí misma, porque se identifica con esos valores y normas, y lo ha interiorizado como su propio sistema de creencias. Aquí lo intrínsecamente satisfactorio es el contenido de la conducta inducida y su relación con el sistema de valores de la persona. Ejemplo: el que decide participar en una ONG o se hace misionero; el que no quiere robar cosas en el instituto, aunque pudiera, "porque eso no está bien" o "yo no soy así". Por supuesto, no todas las normas y valores tienen la misma importancia para el sistema social, porque no tienen la misma relevancia para la supervivencia y cohesión del grupo. Aunque el respeto a la vida y el gusto por vestir a la moda son ambos valores de nuestra sociedad, nadie los pondría al mismo nivel. Los valores y normas están, por tanto, jerarquizados. Por ello, W.G. Sumner clasifica las normas en costumbres (aquellas normas consideradas básicas en una sociedad, y cuya transgresión puede acarrear fuertes sanciones al sujeto; por ej. robar o matar) y usos sociales (aquellas normas más débiles, que indican simplemente lo deseable o lo que sería "correcto" hacer, pero que no se imponen o castigan de forma estricta; p.ej. la forma de vestir). 2.2) COHESIÓN SOCIAL Y VARIABILIDAD CULTURAL. La conformidad, la adecuación a las normas sociales, puede parecernos, en principio, algo negativo, odioso, como un síntoma de falta de libertad, del conformismo y "aborregamiento" de las masas que se dejan arrastrar por las modas y costumbres. Sin embargo, un cierto grado de conformidad es imprescindible dentro de cualquier sociedad, para que ésta tenga el mínimo de orden necesario para que pueda subsistir como tal sociedad. La sociedad no podría existir si la gente no fuese capaz de predecir cómo van a actuar los demás, o si las personas incumplieran sus deberes ordinarios, o si las reglas fueran constantemente violadas o ignoradas. Cuanto mayor es la identificación de los individuos con su sociedad, más fuertes son los vínculos que los unen dentro de un todo social, y menores son las probabilidades de que violen las costumbres o las leyes. Como hemos dicho, cualquier sociedad, sea una democracia o una dictadura, necesita y debe exigir una cierta lealtad común e imponer un consenso suficiente en torno a unos valores culturales. Un cierto grado de conformidad social es necesario para la supervivencia del sistema. Pues bien, ese nivel de conformidad con las normas determina el grado de cohesión social dentro del grupo. A la vez, en todas las sociedades humanas existe un margen para la diversidad, existen áreas de actuación individual que se dejan a la libre elección de cada uno, actividades que no están estrictamente reguladas y sometidas a normas. Incluso en la sociedad más totalitaria existen vías de escape, que impiden que se de una subordinación total del individuo a la sociedad, de una forma rígida. Ninguna sociedad es absolutamente homogénea. Como vimos en un tema anterior, todo sistema social está compuesto por subculturas (regiones, etnias, clases...). Todas estas subculturas pertenecen, al menos teóricamente, a un mismo sistema cultural (eso que llamamos España), pero difieren notablemente entre sí, en cuanto a estilos de vida, valores... La obediencia y la desobediencia de las normas (conformidad e inconformismo) son las dos caras de una misma moneda, porque sólo se puede hablar de conductas desviadas en relación a las normas que se consideran obligatorias en una sociedad. Lo obligatorio, lo permitido y lo prohibido dependen de las normas y valores de cada sociedad y estos varían bastante de una sociedad a otra. Por tanto, la sociedad es un sistema de relaciones, un orden, un equilibrio que a cada instante está reafirmándose y a cada momento parece que se va a romper. Es decir, existen en la sociedad por un lado fuerzas centrífugas, que tiran de ella hacia fuera, hacia la diversidad y el cambio; y por otra parte hay fuerzas centrípetas, que tienden a mantenerla unida, conservando su orden, costumbres y valores. Las creencias comunes acerca del mundo (la cosmovisión), aun cuando sean erróneas o incoherentes, sirven para unificar los elementos de una sociedad. Al proporcionar dichas creencias una interpretación común sobre el hombre y los hechos cotidianos, conducen a la gente a definirse y responder ante las situaciones sociales de un modo semejante, aceptando lo apropiado de sus actos y los de los demás. (TEXTO 3.) Los símbolos y los rituales que expresan los valores y creencias comunes, y que destacan la unidad del grupo, también refuerzan el consenso y la solidaridad. Banderas, escudos, anagramas, objetos sagrados como una cruz, son representaciones de la unidad de la nación o de la doctrina religiosa compartida y actúan como catalizadores que unifican o estimulan las lealtades comunes. El ritual (por ejemplo, la misa de los domingos, la procesión de Semana Santa, la jura de la bandera en la mili o la ceremonia de toma de posesión del presidente del gobierno) fortalece la fidelidad al grupo mediante la celebración de acontecimientos colectivos considerados de importancia y con solemnidad, recordándole al individuo sus responsabilidades sociales y su carácter de miembro dentro de un todo. El propio ritual tiene un carácter simbólico, ya que representa la tradición, los valores comunes y las obligaciones aceptadas. Las necesidades del orden social se contraponen a veces a los deseos o intereses del individuo. A veces nos parece que la única alternativa a la conformidad fuera el inconformismo, como si nuestra individualidad sólo pudiera mantenerse a salvo negando o dejando a un lado las exigencias sociales de nuestra cultura. Ahora bien, si dejamos aparte al excéntrico, al criminal y al revolucionario, hay que decir que la individualidad puede también expresarse no "contra" sino "dentro" de una sociedad ordenada. El criterio que nos indica cuándo una persona tiene más individualidad no consiste en ser divergente del resto. Es más bien, la manera como cada uno, en sus relaciones con los demás, actúa de forma autónoma, según su propia conciencia y de acuerdo con su propia interpretación sobre las exigencias que los otros demandan de él. Por tanto, la individualidad no significa necesariamente rechazo a la sociedad y sus exigencias. En realidad, la individualidad es, en gran parte, producto de la propia experiencia social del individuo. La propia sociedad puede estimular o inhibir la posi- bilidad de que surja y se exprese con mayor o menor fuerza esa individualidad (está claro que la cultura estadounidense fomenta la iniciativa individual, mientras que los antiguos sistemas comunistas la inhibían, pues se basaban en el colectivismo). Pero en toda sociedad hay un espacio para la individualidad. Ninguna sociedad está perfectamente integrada (sería horrible, como vivir en un hormiguero), siempre existen lagunas, diferencias y tensiones que estimulan la decisión y el juicio independiente del individuo. Como las presiones que recibe el individuo son múltiples en cada momento sobre lo que debe hacer o no, a veces esa variedad de influencias (lo que dicta la costumbre y las tradiciones, lo que me dicen mis padres, lo que harían mis amigos, lo que veo en T.V...) pueden estar enfrentados entre sí, enviando mensajes diferentes y hasta contradictorios al sujeto. De ahí se deriva la posibilidad de conductas diferentes, dada las incoherencias que provienen de la misma sociedad. Además, las situaciones en las que nos hallamos en nuestra vida social suelen ser tan complicadas que no permiten soluciones simples, sino que a veces nos obligan a escoger entre alternativas igualmente deseables pero incompatibles entre sí, lo cual daría al final un mayor margen de variabilidad en la conducta de cada individuo. En cada momento de nuestra vida nos vemos empujados a tener que casar o equilibrar lo que manda la tradición, por un lado, nuestra personalidad y deseos propios y lo que esperan de nosotros los que nos rodean (piensa en la situación de una chica de tu edad que quedara embarazada y que se pregunta ¿debo abortar o no?). La individualidad en el mundo moderno, a juicio de algunos estudiosos, puede verse amenazada seriamente por varios factores: la existencia de una fuerte burocracia, con sus reglas impersonales y su jerarquía formal (a veces, cuando vamos a la Seguridad Social o al Ayuntamiento nos sentimos como simples "numeros"); también por la propia complejidad de la vida moderna, que hace difícil controlar las fuerzas que determinan nuestro destino (el campesino que vive en un cortijo aislado controla más su sencilla vida diaria, porque depende menos de los demás); también por las mayores posibilidades de manipulación por parte de quienes controlan las técnicas eficaces e impersonales creadas por la tecnología moderna (ordenadores, medios de comunicación de masas, que hacen que nuestro planeta sea cada vez más pequeño e intercomunicado (tª de la "aldea global"). 2.4) LA TEORÍA DE EMILE DURKHEIM. En toda cultura existe, por tanto, un importante margen de variabilidad. No obstante, existen sociedades culturalmente más uniformes que otras. Para los sociólogos, la dispersión o variabilidad de una sociedad está en función de su grado de desarrollo: no cabe duda de que el panorama cultural es mucho más plural y diverso en una gran ciudad que en una aldea rural, en un país moderno industrializado que en un país retrasado de los que llamamos del Tercer Mundo. El sociólogo Emile Durkheim estudió los factores que influyen en la cohesión y la solidaridad dentro de una sociedad. En los extremos de un continuo situó dos tipos de sociedades: la tradicional y la industrial. El paso de una a otra lo marca el incremento de la densidad demográfica, que conlleva un incremento paralelo en la división del trabajo, como única forma de intensificar la productividad (recuerda el crecimiento de las ciudades durante la Revolución Industrial). Este aumento de la densidad demográfica provoca a su vez un mayor número de relaciones sociales entre los individuos, que se multiplican y lógicamente se diversifican, creando un mayor grado de diversidad cultural. Como ha mostrado Durkheim, en las sociedades tradicionales, caracterizadas por una escasa división del trabajo y por tanto, por una fuerte homogeneidad entre sus miembros, la cohesión social se logra principalmente gracias a esos valores en los que confían y que comparten todos los miembros del grupo. Llama solidaridad mecánica a esta cohesión que se produce por la propia similitud de los miembros de un grupo, que coinciden en su estilo de vida, valores, normas... Existe en sociedades una fuerte conciencia colectiva, que presiona al individuo para que acepte (casi siempre inconscientemente) las normas. Por eso, estas comunidades tradicionales (piensa por ejemplo en los pueblos pequeños) tienden a la uniformidad cultural y toleran mal las diferencias, los cambios y la originalidad. Las actuales sociedades industriales son tan complejas y diferenciadas que este consenso espontáneo (mecánico) no es ya suficientemente fuerte para mantener unido el edificio social, ya que los diversos subgrupos que las forman pueden mantener diferentes e incluso contradictorias formas de entender lo bueno y lo malo, lo correcto y lo equivocado.. Por ello, la solidaridad en las sociedades avanzadas descansa más bien en la interdependencia y la complementariedad de sus miembros: la división del trabajo, con su estructura de papeles interrelacionados, nos impone obligaciones mutuas y servicios recíprocas que nos mantienen unidos. Es lo que Durkheim llama solidaridad orgánica. Aquí la conciencia colectiva ejerce una presión menor y por tanto, la tolerancia ante la diversidad es mayor. Feria SIMO en Madrid 3. LOS MECANISMOS DE CONTROL SOCIAL. 3.1) CLASIFICACIÓN DE LOS MECANISMOS. Mecanismos externos e internos. La gente es obligada a obedecer los dictados de su cultura de maneras diferentes. Desde un punto de vista, dichas obligaciones son externas, derivadas de la cultura y de las demandas de la vida social, que operan en las situaciones concretas de nuestra vida (el poder, la autoridad, las leyes, la religión sirven para imponer el respeto a las normas sociales y lograr el orden social). Pero desde otra perspectiva, esas obligaciones son aceptadas internamente, porque derivan de las necesidades, deseos e interese del propio individuo. Esas presiones internas, que uno ni siquiera siente como presiones, son creadas y se incorporan a la persona a lo largo de su vida mediante el proceso de socialización. Nos adecuamos a las costumbres y a las opiniones ajenas como algo ya habitual, "natural". Así, la adhesión a las normas sociales puede ser espontánea, voluntaria y libre, pero también puede ser obligada, impuesta bajo la amenaza de la fuerza física o de otras sanciones externas. Control positivo y negativo. Determinados mecanismos de control tienen un valor positivo, como las recompensas, los premios, la persuasión, la aprobación social, o la aceptación del grupo. Por ejemplo, el impulso de imitar a los mayores constituye un mecanismo positivo de control social. El niño acaba deseando por sí mismo aquello que la sociedad ha constituido como objetivos y modelos de comportamiento aceptables. En otros casos, el control se ejercita mediante medidas coactivas (control negativo), como la represión violenta, el castigo o el rechazo social. Ahora bien, no siempre es fácil distinguir entre ambos, porque la motivación humana es muy compleja, y un individuo puede adherirse a la norma bien por miedo al castigo, bien por el deseo de obtener una recompensa, o bien por ambas cosas a la vez. Mecanismos formales e informales. Con frecuencia, las medidas de control social han cristalizado en códigos o insituciones formales, como son las leyes penales e instituciones penitenciarias, policía, etc. Ahora bien, desde un punto de vista sociológico, resultan aún mucho más eficaces los mecanismos informales como el miedo al ridículo, los gestos de desaprobación o desprecio, el rechazo social o, por el contrario, el aplauso y la felicitación. Estos mecanismos resultan con frecuencia inhibidores de la conducta asocial más sutiles, pero más eficaces, que los formales. Son importantísimos porque controlan el comportamiento en la vida cotidiana y se basan en una motivación fundamental en todos los seres humanos: la necesidad de ser aceptados en el grupo (Pirámide de Maslow). Estas son las formas concretas mediante las cuáles la sociedad nos controla: a.) El proceso de socialización. Dentro de los mecanismos internos nos centramos en el proceso de socialización, por el cual los valores y pautas de conductas y roles llegan a ser aprendidas e interiorizadas, hasta el punto de formar parte de la propia personalidad del individuo. Ya vimos en el tema anterior cómo casi desde el momento en que nace, se le asigna al niño ciertos papeles sociales (roles) a los cuales debe conformarse y para los cuales se le prepara a medida que va participando en la familia, en sus relaciones con otros niños, en la escuela, en el trabajo, etc. (TEXTO 4.) En consecuencia, toda persona va aprendiendo a seguir inconscientemente a seguir las rutinas o patrones de comportamiento (las pautas) que le son impuestas (comer 3 veces al día en lugar de 2 o de 4, saludar a la gente con la mano, en lugar de con besos o rozándose la nariz, a ser educado con los adultos...). Esto modelos de conducta llegan a formar parte de los hábitos de una persona. Realmente, por este medio el individuo es condicionado a "desear" espontáneamente el seguir la norma: al final de este proceso de socialización, las personas actuamos siguiendo las normas simplemente porque las consideramos "lo normal", lo natural, es decir, hemos interiorizado hasta tal punto los valores y normas sociales que no los llegamos a percibir como algo impuesto por la sociedad, sino que "nos sale de dentro" espontáneamente. De ahí la gran eficacia de este mecanismo de control: el control no se percibe como una imposición externa, sino como una demanda del propio individuo. b.) La opinión pública y las costumbres. Por supuesto, la familia, los profesores y los amigos influyen también en el niño también de una forma interna mediante mecanismos tan sutiles pero tan efectivos como son el ridículo, el desprecio, la aprobación o el cariño, según sea nuestra conducta. La opinión ajena siempre nos afecta, porque los sentimientos se ven implicados en el mismo proceso, que no es frío; cuanto más estrecha y afectiva sea la relación de un niño con amigos o profesores más efectiva será la influencia de éstos sobre él. La constante atención que todos prestamos a las opiniones de los demás, a los juicios y reacciones que provoca nuestra conducta en los otros contribuye a nuestra socialización y es un mecanismos directo y muy eficaz de control social. Ya sabemos que la gente tiende a vivir de acuerdo con las expectativas de los demás, pero esta tendencia depende a su vez del tipo de educación que hemos recibido: los padres, compañeros y profesores pueden estimularnos para que seamos especialmente sensibles a la opinión ajena (al "qué dirán"), o bien inculcarle una actitud más indiferente respecto a ello (más "pasota" o independiente). Hoy día, la opinión pública no sólo se refiere al "qué dirán" los vecinos o parientes más cercanos, sino que influyen en esta opinión pública los medios de comunicación. Wright Mills observa que en las sociedades modernas avanzan hacia la sociedad de masas, caracterizadas por unos medios de comunicación tan poderosos y organizados que al individuo le resulta muy difícil responder a sus mensajes de una forma activa y efectiva. Todo ello provoca en nuestra sociedad un aumento de la aceptación pasiva de las opiniones y modas. Aún así, en las sociedades modernas existe una mayor diversidad de opiniones, que cambian además con mayor rapidez y hay un mayor número de grupos dedicados a influir sobre la opinión pública, como son los partidos políticos, asociaciones, sindicatos, multitud de radios, televisiones y periódicos. La manipulación puede realizarse deformando la realidad, mediante una información sesgada (seleccionada y explicada según sus intereses o su tendencia ideológica). Las costumbres son otra de las vías por las que se logra la conformidad social. Actuamos muchas veces sin reflexionar apenas en lo que hacemos, simplemente guiados por lafuerza de las costumbres que indican, en nuestra sociedad, cómo se suelen hacer las cosas, según la situación. Los hábitos sociales, la forma típica de hacer las cosas e incluso de pensar y sentir, constituyen poderosas fuerzas que nos mueven a actuar a veces por pura inercia. La tradición se usa a veces como justificación de las normas de conducta. ¿Cuántas veces, al pedir explicaciones, nos han contestado:"...porque siempre se ha hecho así"? c.) Obligaciones recíprocas. Aunque el proceso de socialización y las opiniones ajenas crean una importante tendencia en el individuo a la conformidad, esto no significa que aceptemos de forma automática e irresistible las normas sociales y las exigencias de los demás. Esto es así porque, a veces, el saltarse las normas puede traernos beneficios muy claros y muy directos; por contra, el cumplir las normas y valores sociales puede resultar con frecuencia difícil, sacrificado, molesto. Por ello, la sociedad se ve obligada a establecer unos mecanismos de obediencia más potentes, es decir, no basta con que el individuo esté motivado y habituado a seguir los dictados de la sociedad, de forma interna, sino que también son necesarios ciertos mecanismos que le empujen o constriñan a obedecerlos mediante mecanismos externos, como son sus relaciones con los demás y ciertas sanciones y castigos instituidos. En nuestra vidas social, estamos inmersos en una red de expectativas y de obligaciones recíprocas con los otros individuos, relaciones que nos obligan a realizar ciertas actividades. El antropólogo Bronislaw Malinowski hablaba de este mecanismo como un medio de asegurar el orden social incluso en las sociedades primitivas. Aunque la mayoría de la gente acepta de forma voluntaria y espontánea los dictados de su cultura, existen otros que desprecian sus deberes sociales para poder satisfacer sus intereses particulares. Según Malinowski, en estos casos la conformidad está asegurada por la necesidad de cumplir con ciertas obligaciones recíprocas, por ejemplo relacionadas con el intercambio económico. (TEXTO 5.) La vida en una comunidad compromete a todos los individuos en una serie de obligaciones específicas respecto de los demás y viceversa. El individuo cumple con estas obligaciones, entre otras cosas, porque de esta forma satisface sus propios intereses: si las cumple, recibirá beneficios (en forma de ventajas materiales y de reconocimiento social), que perdería en caso de no acomodarse a las costumbres. También entre nosotros, se espera que los amigos se inviten mutuamente a cenar, que los parientes se hagan obsequios... Este dar y recibir existe, pues, en todas las sociedades y constituye un mecanismo de control de la conducta individual. El que no se somete a las normas sociales es rechazado por el grupo y pierde, por tanto, la posibilidad de disfrutar de estos beneficios que supone el estar dentro del grupo, en esa red de relaciones recíprocas. En todos estos casos (el pescador y el agricultor trobriandés, los amigos que sacan provecho de su mutua amistad, los esposos que obtienen placeres recíprocos y los familiares que disfrutan de la generosidad de unos con otros), se da por sentada una "norma de reciprocidad" que exige que la gente ayude a aquéllos que le han ayudado y que se cuide de molestar o perjudicar a aquéllos de quienes ha recibido beneficios. e.) Las sanciones y el derecho. El más claro mecanismo externo de control social es el de las sanciones o castigos que se aplican a aquéllos que desafían las normas y son descubiertos. De ellas existen muchos tipos y pueden ir desde el gesto de desaprobación, hasta las formas de represión institucional (la policía, la cárcel...). En todos estos casos, el grupo presiona a la individuo para evitar la conducta desviada de la norma. Lógicamente, la fuerza de la sanción (y por tanto, de la presión social) será directamente proporcional al grado de importancia que la sociedad conceda a la norma transgredida (así, al maleducado se le regaña, al ladrón se le encarcela). Por sí misma, ya la propia amenaza de poder recibir dicha sanción tiene un claro efecto de control de la conducta y es un motivo que nos presiona para respetar las normas (si sé que pueden multarme, no dejaré mi coche mal aparcado). Castigando al delincuente se reprime en los demás cualquier estímulo hacia la desviación y se refuerza así el respeto a las normas sociales y su importancia. Cada sociedad posee sus propias sanciones para los que violan las normas del grupo. Pueden estas sanciones ser de tipo informal, como ocurre por ejemplo en una pandilla de amigos que pueden castigar a quien se salta una norma mediante el ridículo, la broma, la "bronca" o, si el caso es grave, mediante la expulsión del grupo. Pero existen además sanciones más formales, establecidas de manera institucional para atajar las conductas que se desvían de las normas del grupo (sistema judicial). Incluso la Iglesia ha establecido ciertas sanciones para los "pecadores" (desde rezar 20 padrenuestros, hasta la excomunión o la amenaza de la condenación eterna de los infiernos). En realidad, sólo el Estado tiene la autoridad legal para aplicar sanciones y ejercer la fuerza física con vistas a mantener el orden social (multas, cárcel, trabajos forzados, pena de muerte...). Dichas normas vienen respaldadas por una fuerza coercitiva (policía, ejército) que les da mayor eficacia. Así, el Estado constituye una institución básica en el control social de las conductas. En sociedades complejas, las sanciones suelen cristalizar en un código de leyes, el derecho. La distinción entre el derecho y otros mecanismos más informales, como la costumbre y otras normas y doctrinas de tipo religioso o moral. En la mayoría de las sociedades, los preceptos morales están sometidos todavía a una fuerte influencia de las concepciones religiosas, y a su vez, el derecho se basa en nociones morales, en valores. Esto se aprecia no sólo en qué leyes se crean, sino también en cómo son aplicadas por parte de los jueces. Ahora bien, el campo del derecho y el de la moral no son coincidentes al 100%, porque hay leyes que regulan asuntos de utilidad y de organización, más que problemas de moralidad; por otro lado, hay conductas moralmente deseables (buena educación, amabilidad) que no son ni pueden ser sancionadas por ley, puesto que incluso perderían su valor moral (¿obligar a la gente por ley a que sea amable?). Ahora bien, una sociedad no sólo se mantiene en orden porque existan leyes escritas; es más, el orden legal depende del clima moral de una sociedad, ya que las leyes sólo son efectivas si existe una actitud general de respeto por el derecho, por las leyes establecidas, fruto del reconocimiento moral de que dichas leyes son justas y necesarias. Pero la existencia de unas normas precisas y sistemáticas, reguladas por preceptos sancionados, es necesario en cualquier sociedad. Al existir en nuestra sociedad unas normas escritas, se impide la arbitrariedad de que alguien impartiera justicia a su buen entender (los reyes absolutos del s.XVII). Esto da al comportamiento humano una seguridad, un grado de certeza sobre lo que se espera de una persona y lo que le espera a esa persona si no actúa conforme a las normas sociales. e.) Válvulas de escape institucionalizadas. Existe un tipo de mecanismo informal muy efectivo que consiste en válvulas de seguridad (como la de una olla e presión) que permiten al individuo dar salida a las tensiones acumuladas (a veces por culpa de la propia presión de la sociedadsobre el individuo, y las restricciones sociales que pueden crear en él angustia, ansiedad, agresividad...). La misma sociedad ha creado vías de escape para impedir que estas tensiones se canalicen hacia conductas desviadas de las normas que podrían conducir a la ruptura del orden social. Así, por ejemplo, las bromas, los juegos, deportes y ciertos rituales o formas de conflicto reguladas y controladas proporcionan una manera de dar salida a la agresividad. El humor tiene la importante función de amortiguar y relajar las situaciones difíciles (el andaluz, parado y sin expectativas suele usar el humor como vía de escape); adenás, mediante el chiste o la broma, podemos expresar nuestra agresividad hacia personas o grupos (chistes sobre los negros, las mujeres, los catalanes, los mariquitas...). Son válvulas de escape que suavizan los problemas sociales o que permiten decir en broma lo que no sería correcto hacer en serio (piensa en la cantidad de chistes y bromas acerca de un terreno que sigue siendo tabú social y tan cargado de prohibiciones morales y religiosas: el sexo). Cuando se trata de grupos dominantes, el humor puede servir como forma de justificar y mantener su posición privilegiada (los blancos de EE.UU. hacían bromas sobre la ignorancia o la estupidez de los negros, igual que aquí los hombres hacen chistes sobre la inferioridad de las mujeres; ¿son sólo chistes o reflejan en cierta manera una realidad de desigualdad y de explotación?). De la misma manera, en los juegos y deportes la sociedad permite ciertas conductas que serían sancionadas en la vida real (agredir a otra persona puede conllevar un castigo como una multa o pasar unos días en el calabozo, pero al futbolista que le "siega" las piernas al delantero contrario tan sólo se le muestra una tarjeta). Los espectáculos y los deportes de masas han servido y sirven para desahogar muchas frustraciones del hombre de la calle, dejando una vía de escape a sus emociones reprimidas cotidianamente (el público de un partido de fútbol no sólo está contemplando un deporte, sino que gritan, insultan al árbitro...). También ciertas fiestas y celebraciones (como el carnaval) son ocasiones en las que las normas de comportamiento habituales se diluyen y dejan paso a una especie de "descontrol controlado", una anarquía temporal y pasajera en la que la gente no se reprime, y rompe con la dura rutina del día a día. Ya en la época del imperio romano se daba rienda suelta a la agresividad del pueblo durante los combates y las "meriendas de leones" en el circo romano. Un emperador ro-mano dijo que para tener contento (es decir, controlado) al pueblo sólo hacía falta "pan y circo", tener comida suficiente y un entretenimiento que desviara su atención de los verdaderos problemas sociales o de las injusticias (también hoy, mientras la gente se preocupa del Real Madrid y el Barça, no estarán hablando del paro o de lo que ganan los bancos con nuestro dinero). 3.2) FORMAS DE CASTIGAR EL DELITO A TRAVÉS DE LA HISTORIA. Las sociedades tradicionales solían carecer de instituciones especializadas para el control social (policía, ejército, cárceles), las cuales aparecieron de forma tardía en la evolución de la humanidad y suelen asociarse a la aparición de los Estados. Las sociedades preestatales suelen tener otros cauces para controlar el orden social. Así, las acusaciones de herejía y brujería (que casualmente siempre recaían sobre aquellos que eran considerados indeseables por el grupo, o que podían consituir una amenaza para el orden establecido), la movilización de la opinión pública que acababa condenando al ostracismo al trangresor, las venganzas familiares, el liderazgo moral de los cabecillas, el miedo a ser expulsado del grupo y perder así la comodidad y beneficios, etc. Son mecanismos que cumplen satisfactoriamente el papel de agentes de control social en comunidades pequeñas. El surgimiento de las sociedades estatales (con sus instituciones, su burocracia, su ejército especializado, etc) supone un cambio crucial en la forma de mantener el orden social. Básicamente, estos cambios coincidieron con el establecimiento de un sistema de clases y de la propiedad privada de los recursos económicos, con lo cual se acentuaron y se hicieron más visibles las desigualdades entre los ciudadanos. En este contexto, el mantenimiento del control y de las leyes se convirtió en una cuestión capital, por lo que se tuvieron que crear organismos especialidos en ello, como la policía, el sistema penitenciario, un aparato militar estable, etc. Ahora bien, estas ideas hay que matizarlas. Los primeros antropólogos describían el comportamiento de los miembros de sociedades primitivas como guiados exclusivamente por las costumbres y la fuerza del hábito, como si se sometieran a ellas de una forma casi ciega y total, en lo cual colaboraba también la presión de la opinión pública (el qué dirán) y las creencias religiosas. Malinowski critica esa supuesta "tiranía de la costumbre" que aparentemente se daría en las sociedades primitivas, mostrando que de hecho se producen en ellas infracciones a las normas tan frecuentes y por los mismos motivos que en cualquier sociedad compleja. Aún así, es cierto que en esas sociedades ejerce una mayor influencia la costumbre y la opinión pública y la reciprocidad, mientras que en las modernas cumple ese papel el derecho y las normas de la moral y la religión, que aseguran la conformidad social, especialmente ocurre esto en sociedades modernas sometidos a cambios sociales rápidos. En la Europa medieval, que cambió muy lentamente, la fuerza de la costumbre era mayor que hoy en día. La idea del castigo (el derecho represivo) es característico de las sociedades tradicionales, en las que el individuo apenas se diferencia del grupo al que pertenece, con una cohesión social muy fuerte; en cambio, el derecho restitutorio (lo importante no es castigar al delicuente, sino reinsertarle en la sociedad y restituir el daño causado) es típico de sociedades modernas en las que el individuo se ha convertido en una persona jurídica diferenciada, con libertad para establecer sus relaciones contractuales con otros individuos. Se ha pasado de la idea de venganza privada y la venganza de sangre, hasta la idea de una justicia civilizada, basada en la noción moderna de los derechos individuales. Ciertamente, uno de los cambios más significativos ha sido, desde el siglo XIX, la disminución constante del rigor de las penas. Hobhouse refería el carácter bárbaro y cruel del derecho penal europeo hasta el siglo XIX. Ya en el s. XVIII aparecen reformadores y moralistas ilustrados que comenzaron a propugnar concepciones más humanas de los castigos y penas. Se ha debido este cambio a la acción combinada de varios factores: * En primer lugar, a medida que la sociedad confía más en su capacidad de mantener el orden, la crueldad y el temor que provocaban en las personas empiezan a adquirir un aspecto inhumano, innecesario e injusto. La severidad excesiva se contrapone a la ejecución adecuada de la ley. * En segundo lugar, la mayor estabilidad de las sociedades modernas a causa de la extensión de los derechos y por la reducción de las diferencias de clase y por la elevación del nivel de vida, ha favorecido la difusión de los ideales humanitarios, fuertemente apoyados por el movimiento obrero. * En tercer lugar, las ciencias sociales han ejercido una influencia directa sobre las personas y organismos encargados de tomar las decisiones políticas. Ha surgido en nuestro siglo una nueva disciplina, la criminología que arranca de la sociología y que trata el tema de los delitos y las penas de una forma más racional y científica y me-nos emocional (en tiempos de la Inquisición, el delito era una cuestión moral y religiosa). Anthony Giddens cita otro factor importante para explicar este cambio en el modo de sancionar los delitos: en las comunidades tradicionales la vida era esencialmente rural, en pequeños pueblos en los que la gente estaba muy cercana. Los delitos eran escasos y su sanción tenía el carácter de un castigo ejemplar. De ahí la crueldad de los castigos y su carácter público (como verdaderos espectáculos, en los que los verdugos eran famosos como estrellas de cine). En la modernidad, las sociedades europeas se industrializaron y urbanizaron. El control social sobre las poblaciones urbanas no podía mantenerse mediante los antiguos métodos, basados en dar un ejemplo temible. Ante el aumento de los delitos aparecieron las prisiones modernas con el fin de encerrar y mantener apartados a los delincuentes del mundo exterior, para que se rehabilitaran hasta convertirse de nuevo en ciudadanos normales. Los reformadores del s.XVIII se opusieron a las penas tradicionales, considerando que la privación de libertad era un modo más eficaz de castigar los delitos. A su vez, el asesinato fue reconocido como el delito más grave, a partir del momento en que la libertad individual se introdujo como principio del derecho (asesinar a alguien es el mayor ataque que se puede realizar contra sus derechos individuales). (TEXTO 6.) 4.- DESVIACIÓN SOCIAL Y DELINCUENCIA. 4.1) CONCEPTO DE DESVIACIÓN SOCIAL. La desviación puede definirse como la no conformidad a una norma o a una serie de normas, que son aceptadas por la mayoría de la comunidad. Ninguna sociedad puede dividirse sin más entre aquellos que se desvían de las normas y los que las respetan. De hecho, todos transgredimos en alguna ocasión las normas (¿quién no ha robado una chocolatina o un lápiz en el supermercado? ¿qué conductor no ha superado alguna vez los límites de velocidad permitidos? ¿Quién no hace trampas en su declaración de Hacienda?). Además, ya hemos visto que cierto grado de variabilidad en la conducta de los individuos y grupos es inevitable en cualquier sociedad (ninguna cultura es perfectamente uniforme). Ahora bien, debemos distinguir entre variabilidad cultural (que se refiere a la dispersión, socialmente aceptada, de las normas y valores de una sociedad) y desviación social (aquélla conducta que se salta alguna norma y es rechazada por la mayoría). Por otra parte, el comportamiento desviado incluye un amplio abanico de posibilidades: desde el excéntrico que se viste de mujer, la pandilla que se dedica a romper papeleras los sábados por la noche, el alumno que falta repetidamente a clase, hasta el criminal profesional o el yonki que roba para comprarse drogas). La desviación no se refiere sólo al comportamiento individual, sino también a las actividades de ciertos grupos (las pandillas de Skins o los grupos de Hare Krishna, cuyo modo de vida es radicalmente distinto al de la mayoría). 4.2) TEORÍAS BIOLÓGICAS Y PSICOLÓGICAS SOBRE LA DESVIACIÓN. En el siglo XIX, algunos autores como Paul Broca y Cesare Lombroso afirmaban haber encontrado peculiaridades en los cráneos y cerebros de los celincuentes que los diferenciaban de la gente "normal". Estos autores iniciaron una tendencia, la de considerar a la mayoría de los delincuentes como biológicamente degenerados o anormales. Buscando esos factores hereditarios, algunos estudiaron los árboles genealógicos de famosos criminales. Pero esto, lógicamente, no sirvió para demostrar absolutamente nada. Los hechos empíricos tampoco respaldaron la teoría de William Sheldon (en los años 40) que hizo una clasificación anatómica y afirmó que los tipos musculosos y activos (mesomorfos) tenían una mayor tendencia al delito que las personas delgadas (ectomorfos) o la gente más gruesa (endomorfos). Todos estos intentos, así como los actuales para encontrar "el cromosoma del asesino", han sido muy criticados y carecen de pruebas serias. De una forma similar a las teorías biológicas, las teorías psicológicas asocian la delincuencia con ciertos rasgos de la personalidad: con necesidades insatisfechas, tendencias incontrolables del individuo o problemas de tipo emocional. En El malestar de la cultura, Sigmund Freud encuentra las raíces de la desviación en los impulsos inconscientes que tratan de manifestarse constantemente, saltando por encima de las restricciones sociales. Para Freud, gran parte de nuestro sentido de la moral y el respeto a las normas, lo aprendemos de niños (aprendemos a autocontrolarnos y seguir las órdenes de nuestros padres). Debido a la relación con los padres (por ejemplo una actitud descuidada del padre hacia el hijo, o el enfrentamiento entre ambos o una autoridad escesiva y rígida), algunos niños no llegan a asumir de forma natural ese sentido del deber (el super-yo) y triunfa en ellos los impulsos inconscientes (el ello) de la violencia. Acaban convirtiéndose en psicópatas (personalidad antisocial con caracteres retraídos, sin emociones y que se deleitan en la violencia por sí misma). Ahora bien, existen muchos tipos de delitos y muchas clases de delincuentes. Si bien una minoría puede tener estos rasgos psicopáticos, no parece que la mayoría comparta unas características psicológicas concretas. Incluso si nos limitamos a un tipo de delito, como los ase-sinatos, en ellos se ven implicados multitud de factores, que no pueden reducirse simplemente a un rasgo de la personalidad. 4.3) TEORÍAS SOCIOLÓGICAS SOBRE LA DESVIACIÓN. El análisis psicológico de la desviación es importante, porque cada asesino o delincuente, cada excéntrico o persona antisocial tiene una historia privada que explica sus actos. Pero una explicación satisfactoria de la desviación y la delincuencia debe tener en cuenta los factores sociológicos, por dos razones. En primer lugar, la propia definición de lo que es delito depende de las normas e insituciones de cada sociedad, es una cuestión cultural. En segundo lugar, resulta evidente la presencia de factores sociales (delitos como el robo a mano armada lo realizan los segmentos más pobres de la sociedad, mientras que existen otros delitos de cuello blanco, como la evasión de impuestos o la malversación de fondos, propios de los ricos). Por ello, vamos a estudiar una serie de teorías sociológicas que buscan explicar el origen de la conducta desviada y de la delincuencia en particular. a.) La Asociación Diferencial. Edwin H. Sutherland (de la llamada Escuela de Chicago) vinculó el crimen a la socialización que reciben los individuos dentro de ciertos ambientes de delincuencia. En una sociedad como la nuestra que contiene muchas subculturas diferentes, algunos ambientes sociales tien-den a orientar a los individuos hacia las actividades ilegales (piensa en ciertos barrios marginales de las grandes ciudades). Los individuos se convierten en delincuentes por asociación con otros que son expresión de las normas delictivas. Este aprendizaje ocurre particularmente en los grupos de iguales, como las pandillas juveniles de los barrios marginales, que pueden ser verdaderas escuelas de delincuencia. Suelen ser hijos de familias rotas, perseguidos por la pobreza y el paro. Además, como no han sido educados en las maneras de los chicos de clase media (disciplina, responsabilidad, autocontrol) su reacción es rechazar los valores de esa clase media, burlarse de sus convencionalismos y atacar sus propiedades. Según A. Cohen, no lo hacen simplemente por utilidad, sino por el valor simbólico y emocional que tienen esos actos. "Conformándose" a esas pautas de conducta desviadas buscan un status (una posición, reconocimiento y prestigio) entre sus compañeros, como sustituto del status que no pueden lograr en la sociedad. La fidelidad al grupo y sus valores se considera más importante que cualquier otra lealtad. De esta forma, se neutraliza el sentimiento de culpa, pues esa subcultura les aporta un repertorio de justificaciones capaces de parecerles válidas a los miembros de la banda. Como vemos, las conductas desviadas pueden ser aprendidas, socializadas al igual que la confor- midad, y ambas conductas se pueden orientar por los mismos valores y necesidades (por ejemplo, triunfar, conseguir dinero o sentirse respetado y aceptado por los demás). b.) Cambio social, conflicto de valores y anomía. El concepto de anomía fue acuñado por Durkheim para referirse a la idea de que en la sociedad moderna los valores y las normas tradicionales (por ejemplo las religiosas) están siendo socavadas y olvidadas, sin ser reemplazadas por otras nuevas. Pues bien, la 'a-nomía' es ese vacío o ausencia de unas normas que guíen el comportamiento en la vida cotidiana. En esa situación, la gente se encuentra desorientada, con ansiedad y angustia. Durkheim ha relacionado el mayor índice de suicidios en los tiempos modernos y en las grandes ciudades, con ese estado de anomía. Los cambios sociales, las innovaciones tecnológicas e institucionales, las transformaciones en las costumbres y creencias, crean frecuentemente contradicciones y tensiones que pueden generar conductas no conformistas. En muchas partes del mundo, el cambio social impuesto por los extranjeros (países coloniales europeos) han causado una desorganización de las sociedades y culturas indígenas. Al introducir nuevos valores, costumbres y creencias rompieron o debilitaron los lazos tradicionales que mantenían el control social entre los indígenas. Se crea así una situación de anomía, una disyuntiva entre lo nuevo y lo viejo que desorienta a los individuos y los puede lanzar a una vida de alcoholismo y delincuencia (el índice de criminalidad en muchas ciudades africanas atestadas de indígenas que emigraron de zonas rurales, es muy alto). También podemos observar tendencias hacia la anomía y la desorganización en nuestras sociedades occidentales. La gran especialización del trabajo, el individualismo, las aglomeraciones urbanas, el carácter impersonal de la economía y la burocracia modernas han debilitado o destruido los vínculos comunales, disminuyendo así el peso de los valores tradicionales y diluyendo las fuerzas del control social. (ver apartado 2.4) La anomía que surge de estas condiciones de vida favorece el aislamiento personal (suicidio, enfermedades mentales) y conductas desviadas como el crimen, la delincuencia, actitudes excéntricas... c.) El enfoque de Merton. Robert K. Merton modificó el concepto de anomía de Durkheim para referirse a la tensión que provoca en los individuos la inadecuación entre los fines culturales propuestos por la sociedad y los medios válidos para alcanzarlos. Dicho de otra forma, es cuando las normas socialmente aceptadas chocan con la realidad social de los individuos. Así, en la sociedad americana los fines y valores generalmente aceptados son "ganar dinero", "tener éxito o fama", en general, logros materiales. Los medios legítimos para conseguirlo se supone que son el trabajo duro, la autodisciplina... Es decir, aquellas personas que trabajan duro pueden trinfar, independientemente del ambiente en que crecieron (es el mito del self-made-man, el multimillonario que construye su fortuna desde cero). Esto en realidad no es cierto, pues la mayoría de los que nacen en los barrios bajos tienen muy pocas oportunidades para progresar. En esa situación (que llama Merton de anomía) las presiones para "salir adelante" por los medios que sean (legítimos o ilegítimos). Ante esa presión, lógicamente no todos los individuos reaccionan de la misma forma. Merton identifica cinco posibles formas de reaccionar: 1º) Los conformistas aceptan tanto los valores socialmente propuestos, como los medios legítimos para alcanzarlos y persisten, aunque no triunfen en el empeño. La mayoría de la población pertenece a esta categoría, que no implica desviación social, sino conformidad. 2º) Los innovadores son aquellos que, aceptando los fines, utilizan medios nuevos o ilícitos para conseguirlos. Entonces, el fin justifica los medios. Aquí se encuadran los delincuentes que tratan de hacerse ricos mediante el robo o el secuestro o los deportistas que se dopan para obtener triunfos. 3º) Los ritualistas son aquellos que actúan siguiendo las normas socialmente establecidas, pero que han perdido de vista los fines que originalmente impulsaron su actividad. No esperan triunfar, siguen las reglas porque sí, realizan un trabajo aburrido, aunque carezca de perspectivas. Externamente no aparecen como desviados, pero internamente han renunciado a luchar, han perdido el incentivo, el modelo cultural por el que esforzarse. Es el caso del burócrata apegado a sus rutinas. 4º) Los retraídos son personas que han abandonado el enfoque competitivo por completo, rechazando con ello tanto los valores dominantes como los medios de conseguirlos. Se automarginan de la sociedad. Un ejemplo sería las sectas que viven en comunas, los alcohólicos y vagabundos. 5º) Los rebeldes son, finalmente, personas que rechazan tanto los valores existentes como los medios normativos, y que además desean sustituirlos por otros y reconstruir el sistema social. No se limitan a negar la sociedad, sino que proponen nuevos valores y una nueva forma de organización. Por ello, hay que diferenciarlos del resentido, cuyo odio hacia la sociedad sólo muestra su frustración al no poder conseguir unos objetivos que, en el fondo, sigue anhelando. La rebeldía puede asumir una forma política: son los revolucionarios, los anarquistas, los okupas... Algunos autores han unido la idea de Sutherlan de la asociación diferencial (que el grupo de personas con el que se asocia un individuo puede empujarle hacia la delincuencia) con la idea de Merton de la anomía (la imposibilidad, para muchos, de alcanzar los fines socialmente propuestos con los medios reales a sus alcance); intentan así explicar el fenómeno de las bandas de jóvenes delincuentes, que se dan especialmente en barrios marginados donde ya existen redes de delincuencia y, sobre todo, en minorías étnicas pobres con escasas posibilidades para prosperar por medios legítimos. Según Albert Cohen, en esas circunstancias se da un verdadero caldo de cultivo de delincuencia y vandalismo. Esos actos de los jóvenes pandilleros reflejan su rechazo a la "respetable" sociedad media, que los margina, creando sus propios valores internos (fidelidad, etc). Otros autores han criticado la idea de Merton de que la falta de oportunidades para triunfar sea la causa principal de la delincuencia. En primer lugar, la gente ajusta su nivel de aspiraciones a las posibilidades reales que les permite su situación; uno se conforma con el coche de segunda mano, si sabe que no puede comprarse un Mercedes. En segundo lugar, también en las clases privilegiadas, no sólo entre los pobres, hay presiones hacia la acciones delictivas (delitos de "cuello blanco"). c.) La teoría del etiquetaje. Para estos teóricos, es la propia sociedad la que "crea" la desviación, etiquetando y definiendo lo que se entiende por conducta desviada e induciendo al desviado a identificarse a sí mismo como tal y a integrarse en circuitos marginales. Por tanto, la clave de la delincuencia no está en las características o en la situación en que viven ciertos individuos o grupos, sino en el proceso de relación entre los desviados y los no desviados. ¿Quién decide que una conducta es delictiva y otra no? Normalmente, son las estructuras de poder (las fuerzas de la ley y el orden) las que imponen esas etiquetas. Es decir, las reglas están diseñadas por los ricos para los pobres, por los mayores para los jóvenes, por las mayorías para someter a las minorías étnicas. Pues bien, la propia etiqueta puede estar ya conde-nando a los etiquetados a un vida marginal y de delincuencia. Veamos un ejemplo: casi todos los chicos suelen realizar actos como faltar a clase, robar fruta, romper alguna ventana o saltarse alguna verja. Si se trata de muchachos de "buena familia" tales actos, al ser descubiertos, pueden calificarse como "simples gamberradas propias de la edad"; pero si el chaval es un gitano o alguien con "mala pinta" entonces los mayores o la policía pueden considerarlo como prueba de su tendencia a la delincuencia. De esta forma, ya se le ha etiquetado y estigmatizado como delincuente, alguien indigno de confianza, que puede ser peligroso para la sociedad. El paso siguiente se produce cuando el individuo llega a aceptar la etiqueta que le han colgado y se considera a sí mismo como un desviado; termina convirtiéndose en aquello que le han dicho que es, uniéndose a otras personas similares y cometiendo actos etiquetados co-mo delitos. Así, su divergencia respecto a la sociedad se va ensanchando. Paradójicamente, en este proceso de "aprender a ser un desviado", las propias instituciones encargadas de corregir la desviación (reformatorios, internados o cárceles) pueden acentuarlo y convertir al gamberro o al muchacho inadaptado en un criminal profesional, al ponerlo en contacto (y encerrarlo) con ese mundillo de la delincuencia. d.) La elección racional y el delito "situacional". Ninguna de las teorías estudiadas hasta ahora deja mucho espacio para considerar la conducta delictiva como un acto deliberado y calculado (esto es, como una elección racional). Todas esata teorías anteriores consideran la delincuencia como "reacción" (ante su contexto social, sus oportunidades, etc) y no como una "acción" que adptan los individuos porque piensan que pueden beneficiarse. Lo cierto es que la gente que comete actos delictivos, ya sea de forma regular o esporádicamente, lo hace de modo deliberado y, normalmente, reconocen los riesgos que corren por ello. Por otra parte, las investigaciones indican que muchos delitos (especialmente los delitos menores como son robos sin violencia o atracos) son decisiones "situacionales". Es decir, se presenta una oportunidad y parece demasiado buena para desaprovecharla. Hay menos delicuentes "especialistas" de lo que parece; la mayoría son personas que complementan sus ingresos normales tomando parte en robos o atracos cuando surge la oportunidad. En una encuesta a ladrones de California, Floyd Feeny encontró que más de la mitad aseguraba no haber planeado con antelación el delito y más del 60% ni siquiera se había planteado que les pudieran coger. De hecho, la decisión de llevarse algo de una tienda cuando no mira nadie, no es tan distinta de la de comprar algo que nos atrae; es más, la gente suele hacer las dos cosas a la vez cuando sale de compras. 4.4) ASPECTOS POSITIVOS DE LA DESVIACIÓN SOCIAL. Sería un grave error concebir la desviación desde un punto de vista totalmente negativo. Cualquier sociedad que reconozca que las personas tienen valores e intereses propios debe buscar un espacio para los individuos o grupos que no siguen las mismas reglas que la mayoría. Aquellos que a lo largo de la historia desarrollaron ideas nuevas en política, ciencia, arte u otros campos fueron tratados a menudo con sospechas y hostilidad por la mayoría "ortodoxa". Pero es que desviarse de las normas dominantes de una sociedad puede resultar a veces beneficioso para poner en marcha procesos de cambio que luego resultan de interés general (el propio Jesucristo fue un "desviado" en su época). (TEXTO 7.) La pregunta es, entonces, si el soportar cierto grado de desviación negativa (delincuencia, libertinaje...) es el precio que hay que pagar en una sociedad si se quiere dar a la gente libertad para perseguir sus propios objetivos y modo de vida. Algunos (los más conservadores) así lo sugieren: a mayor libertad, mayor desorden y violencia social. Sin embargo, esto no tienen por qué ser así. Hay sociedades que reconocen un amplio margen de libertad a sus ciudadanos y que toleran ciertas conductas desviadas (como la droga en Holanda), y tienen sin embargo un bajo nivel de delincuencia. Por el contrario, hay países que restringen mucho más las libertades (como ciertas dictaduras latinoamericanas ya pasadas) y en las que el desorden y el nivel de violencia son altos. Probablemente la violencia e inestabilidad de una sociedad tenga que ver con la falta de justicia social (grandes desigualdades, pobreza...) más que con la libertad. Si muchas personas se sienten insatisfechas de su vida es muy probable que la conducta desviada se oriente hacia fines socialmente destructivos. Por otra parte, la existencia de diferencias y conflictos internos dentro de una sociedad no tiene por qué ser un peligro para la cohesión del grupo, sino que puede contribuir al mantenimiento del orden social. Para ello, es preciso que los grupos o individuos puedan defender sus intereses contrapuestos dentro del marco de la sociedad sin necesidad de negar la legitimidad de la estructura social y de sus instituciones. Pero aquellos que no tienen cauces "oficiales" dentro de los cuales buscar el mejoramiento de sus condiciones (por ej., los partidos y sindicatos obreros, que eran ilegales en la dictadura de Franco), pueden llegar a ser enemigos potenciales para el orden existente, desafiando directamente a la autoridad, el derecho o las costumbres, o bien acaban cayendo en la apatía, que también es una forma de desviación social. TEXTOS Y ACTIVIDADES DEL TEMA 3. TEXTO 1.EXPERIMENTO DE ASCH SOBRE LA CONFORMIDAD DE UN INDIVIDUO AL GRUPO. « Solomon Asch realizó una serie de experimentos ya clásicos. Pónganse usted mismo en la situación: se ha ofrecido usted voluntario para participar en un supuesto experimento sobre la percepción visual. Entra en un cuarto con otros cuatro participantes. El experimentador les muestra a todos una línea recta (X). En otra cartulina les muestra otras líneas de comparación (A, B y C) y les indica que tienen que determinar cuál de las tres se parece más a la línea X: X A B C El experimento le sorprende por lo sencillo que resulta. Se ve claramente que la línea B es la que más se parece a la X. Pero aún no es su turno. Le toca responder al sujeto 1, el cual mira cuidadosamente las líneas y dice: "línea A". Usted se queda boquiabierto y piensa: "debe estar loco o ciego". Ahora es el turno de la segunda persona: escoge también la línea A. ¿Cómo puede ser? se pregunta usted, ¿están ambos locos o ciegos? Pero cuando la tercera persona contesta también "línea A", entonces usted empieza usted a examinar otra vez esas líneas y a pensar: "quizá sea yo el que está equivocado". Ahora es el turno del cuarto participante y responde también que la línea A es la más similar. Usted empieza a notar un sudor frío. Por último, le preguntan a usted y responde: "naturalmente, la línea A es la correcta". Este es el tipo de conflicto que los estudiantes universitarios del experimento de Asch hubieron de sufrir. Lógicamente, los cuatro primeros participantes estaban amañados por el experimentador para que respondieran todos ellos la línea incorrecta. La prueba era tan sencilla que cuando los individuos no estaban sometidos a la presión del grupo y los hacían a solas, había una ausencia casi total de errores. De hecho, el propio Asch creía que habría poco o ningún sometimiento a la presión del grupo. Pero estaba equivocado. Cuando se realizó la serie de pruebas en presencia de todo el grupo, los resultados finales indicaron que un 35 % de todas las respuestas se plegaban a los juicios incorrectos hechos por los cómplices de Asch. La situación es aún más intrigante por cuanto en el experimento de Asch no había ninguna razón aparente para tender al conformismo. No había recompensas específicas para el conformismo, ni castigos explícitos en caso de que el sujeto se desviara de la opinión del grupo. ¿Por qué se adecuaron entonces al grupo estos sujetos? » Citado en E. Aronson: El animal social, pp.30 y ss. TEXTO 2.- EL EXPERIMENTO DE MILGRAM SOBRE LA OBEDIENCIA. ¿Cuántos de tus compañeros crees que estarían dispuestos a obedecer a un experimentador, si éste les ordenara que aplicasen a un sujeto una descarga superior a 450 voltios? Pues, según el experimento de Milgram, obedecerían muchos más de lo que piensas: El procedimiento consistió en ordenar a un sujeto normal que administrara una descarga eléctrica a un alumno cada vez que contestara mal a una lista de preguntas. Se le hacía creer al sujeto 1 que estaba participando en un experimento sobre el aprendizaje, para observar cómo reaccionaba el alumno y cuáles eran los efectos del castigo sobre su memoria. Se utilizó un falso generador de descargas eléctricas, cuyo interruptor estaba organizado en 10 niveles: Descarga ligera (15-60 voltios), Descarga moderada (75-120 voltios), Descarga fuerte (135-180 voltios), Descarga muy fuerte (195-240 voltios), Descarga intensa (255-300 voltios), Descarga de intensidad extrema (315-360 voltios), Peligro: Descarga grave (375-420 voltios), los dos últimos niveles (hasta 500 voltios) estaban marcados sólo con el símbolo XXX. Para que los sujetos creyeran que las descargas eran reales, se les hacía probar antes ellos mismos el aparato con una pequeñas descarga de 45 voltios. A medida que avanzaba el experimento se les indicaba que debían subir la potencia de la descarga cada vez que el alumno cometiera un error. La víctima (el alumno) era un cómplice de Milgram y daba las respuestas según una serie prestablecida: aproximadamente tres respuestas incorrectas por cada una correcta. No se oía ninguna reacción de la víctima hasta que el nivel de descarga alcanzaba los 300 voltios (Descarga intensa), entonces el sujeto podía oír que el sujeto (que estaba en otra habitación) golpeaba la pared. Al llegar a este punto, generalmente los sujetos recurrían al experimentador para saber qué debían hacer. El experimentador les decía que la ausencia de respuesta era lo mismo que si fuera errónea y que debía continuar con las descargas e ir aumentándolas, como estaba prescrito, dejándole al sujeto un plazo de 5 a 10 segundos para contestar. El alumno volvía a golpear la pared nuevamente cuando la descarga subía a 315 voltios. A partir de ahí ya no se le volvía a oír, ni contestaba a ninguna otra pregunta. En varias ocasiones, los sujetos se dirigían al experimentador para preguntarle si debían continuar con las descargas eléctricas. Milgram preparó una serie de respuestas tipificadas y ordenadas, para el experimentador: 1. "Continúe, por favor"; 2. "El experimento requiere que usted continúe"; 3. "Es absolutamente esencial que usted continúe"; 4. "No tiene usted elección: debe continuar". Milgram preguntó previamente a un buen número de colegas suyos, cuántos sujetos esperaban que obedecieran y aplicasen el máximo de voltios. La mayoría predecían que sólo un 1 o 2 por ciento de los sujetos llegarían al castigo máximo, y que lo normal sería que muy pocos sujetos, si es que alguno, llegaran a aplicar una Descarga muy fuerte (195-240 voltios). Los resultados que efectivamente se produjeron fueron muy diferentes, inesperados y asombrosos. Ningún sujeto había dejado de aplicar castigos antes de llegar al nivel de descarga intensa (255-300 voltios) que era cuando la víctima golpeaba la pared por primera vez. Sólo un 12'5 % de los sujetos renunciaron en este nivel. Sólo otro 20 % renunció a continuar en el nivel siguiente, de descarga de intensidad extrema (315-360 voltios) y la mitad de ellos sólo lo hicieron al oír el segundo golpe en la pared. Lo impresionante es que el 65 % de los sujetos continuó aplicando descargas eléctricas cada vez más fuertes hasta el nivel XXX, a pesar de que era lógico pensar que el alumno estaba corriendo un grave peligro. La situación es tan extrema (las víctimas no recibían realmente ninguna descarga, pero los sujetos pensaban que sí y muchos de ellos sentían gran ansiedad y angustia) que el experimento de Milgram ha sido criticado como inmoral. Pero lo cierto es que sus resultados fueron muy importantes y significativos. Milgram quería estudiar el nivel hasta el que puede llegar a obedecer una persona, sometida a la presión de un experimentador. De hecho, podría compararse estos resultados con el grado de obediencia que el estado nazi consiguió en los guardias de las SS que debían torturar y matar a los prisioneros de los campos de concentración. Cuando tras acabar la 2ª Guerra Mundial un famoso oficial nazi, Adolf Eichmann, fue sometido a juicio por las atrocidades de las que era responsable, se defendió diciendo: "De hecho, yo solo era una ruedecita en la maquinaria que pusieron en marcha los dirigentes del Reich alemán". Es decir, que sólo había obedecido órdenes. El experimento de Milgram, que fue aplicado en los años 60 a jóvenes universitarios varones en la Universidad de Yale (EE.UU.), se repitió en otras circunstancias distintas y a sujetos muy diversos en edad, profesión y sexo, repitiéndose básicamente los mismos resultados. Ello parece demostrar que nuestra tendencia a obedecer órdenes es muy fuerte, especialmente si la persona que nos presiona está junto a nosotros; si bien disminuye cuando la "víctima" a la que debemos castigar se encuentra en la misma habitación que nosotros. (Citado en J. Lamberth: Psicología social. Ed. Pirámide, pp. 323 y ss.) TEXTO 3.- LA ÉTICA PROTESTANTE Y LA CONDUCTA DEL CAPITALISTA. « El calvinista nunca tiene la certeza de ser uno de los elegidos; por ello, busca los signos de su predestinación en esta vida terrenal y los encuentra en la prosperidad de su empresa. Pero su triunfo no le permite gozar del ocio ni puede utilizar el dinero para procurarse lujos y placeres. Esto le obliga a reinvertir el dinero en su negocio; la obligación ascética de ahorrar da como resultado la formación y acumulación de capital. Además, sólo el trabajo regular y racionalizado, la contabilidad exacta, que permite un conocimiento perfecto del estado del negocio en cualquier momento y el comercio pacífico son compatibles con el espíritu de esta moralidad protestante. Pues el calvinista es dueño de sí mismo, desconfía del instinto y de las pasiones, es independiente, sólo confía en su propia persona y estudia y reflexiona sobre sus acciones como debe hacerlo el buen capitalista... Pero Weber no creía, simplemente, que las ideas dirigen al mundo; las concepciones teológicas y éticas del protestantismo se formaron bajo la influencia de diversas circunstancias sociales y políticas. Sin embargo, las ideas tienen su propia lógica y dan lugar a consecuencias que pueden tener influencia práctica. Así, por ejemplo, los dogmas del calvinismo, fijados en la conciencia de individuos que pertenecían a determinados grupos, provocaron la aparición de una actitud particular ante la vida y de una forma de hacer las cosas. » Raymond Aron, German Sociology, p.94. TEXTO 4.- "DE TAL PALO TAL ASTILLA". Los rasgos generales de la personalidad parecen estar afectados en cierto grado por la manera como han sido educados y cuidados los niños. Por ejemplo, el tipo de disciplina que ha sido impuesta al niño puede genera una actitud de este hacia la autoridad que puede afectar a las reacciones del mismo frente a dicha autoridad cuando sea adulto. Los niños educados dentro de familias muy rígidas y autoritarias, sin suficiente ternura y afecto, tienden a convertirse en personas rígidas que suelen ser sumisas hacia la autoridad establecida y disfrutan al mismo tiempo mandando a los demás. No obstante, bajo ciertas circunstancias estas "personalidades autoritarias" pueden también rebelarse violentamente contra la autoridad, debido a que sus propios sentimientos son profundamente ambivalentes, y su fácil aceptación de la autoridad provoca a veces una fuerte hostilidad y un gran resentimiento contra la rígida disciplina a la que estuvieron sometidos alguna vez. Otros rasgos importantes de la personalidad (por ejemplo, la agresividad, la autocontención, la desconfianza, el espíritu de contradicción y la conformidad) reflejan también no solamente los valores explícitos de la cultura, sino los modos en que se produjo la educación infantil. » Ely Chinoy, La sociedad, p. 354. 1. ¿Crees que lleva razón el autor cuando afirma que una educación rígida y autoritaria da como resultado personas rígidas y autoritarias? ¿Conoces casos así en tu entorno? 2. Después de lo que vimos en el tema de la socialización, ¿A qué crees que se debe este fenómeno? ¿Cómo explicarlo? 3. ¿Piensas que los padres suelen ser demasiado rígidos con los hijos? ¿Cómo educarías a tus hijos, en este sentido? ¿Hay que ser autoritario con ellos? ¿La disciplina no sirve para nada? TEXTO 5.- LAS OBLIGACIONES RECÍPROCAS DE LOS TROBRIANDESES. Así, el habitante de las aldeas del interior regala verduras al pescador, mientras que los aldeanos de la costa corresponden a estos regalos, con pescados. Este sistema de obligaciones mutuas exige al pescador que corresponda, cada vez que ha recibido un regalo de su "amigo" del interior y viceversa. Ningún trobriandés puede rehusar al regalo, ni ser tacaño en el suyo correspondiente, ni demorarse excesivamente en él. Al final, tanto el pescador como el agricultor trobriandés sacan su provecho del intercambio, y ambos saldrían perdiendo en caso de no cumplir con su parte. Aunque oficialmente estos obsequios se realizan libremente, es decir, son regalos, se observa un cuidadoso registro de los regalos recibidos y los que se van otorgando y se espera, a la larga, que las cosas dadas y recibidas se equilibren, beneficiando por igual a ambas partes. No sólo en lo económico, también en los vínculos matrimoniales y familiares los trobriandeses usan este mecanismo de las obligaciones recíprocas. Así, el hermano de una mujer le suele proporcionar alimentos a ésta, pero su esposo debe hacerle obsequios periódicos a aquél. El duelo de una viuda por su esposo fallecido, que es un deber hacia el clan de éste, exige ciertos pagos o donaciones rituales; estas donaciones nunca son definidas por los propios participantes en términos de negocios, sino que son entendidas como regalos, donaciones liberales de carácter moral, aunque la gente resulta ligada de esta forma a un intercambio recíproco de beneficios. Ely Chinoy, La sociedad, p. 360. TEXTO 6.- DELITOS Y PENAS EN LOS TIEMPOS PREINDUSTRIALES. En la Europa preindustrial los delitos más graves, aquéllos que recibían la máxima pena, eran de naturaleza religiosa o delitos contra la propiedad de los reyes y la aristocracia. La herejía, el sacrilegio y la blasfemia fueron durante mucho tiempo castigados con la muerte en muchas partes de Europa. Cazar o pescar en las tierras del rey o de un noble eran también considerados delitos capitales. Sin embargo, el asesinato de un plebeyo por otro no se consideraba normalmente tan grave y el culpable podía a menudo expiar su culpa con el pago de cierta cantidad de dinero a la familia de la víctima. Sin embargo, ésta se tomaba a veces la justicia por su mano y mataba al asesino (lo que se llama venganza de sangre), con lo que podía originarse así una cadena de asesinatos. Antes del siglo XIX, la cárcel rara vez era utilizada para castigar los delitos. La mayoría de las ciudades tenían una cárcel, pero era normalmente un calabozo incapaz de albergar a más de tres o cuatro prisioneros. Se utilizaban para "enfriar" los ánimos de pendencieros y borrachos. Las prisiones más grandes, que se encontraban en ciudades de importancia, servían para internar a los condenados a muerte mientras esperaban su ejecución. Aún así eran muy diferentes a las actuales. La disciplina carcelaria era muy laxa e incluso inexistente. J. Atholl, un historiador del delito, nos describe la vida en Newgate, una de las primeras prisiones de Londres. Era un lugar animado y lleno de vida, con constantes visitas a todas las horas del día. "El té se servía a las cuatro de la tarde con música de violines y flautas, tras lo cual la compañía bailaba hasta las ocho, hora en que se servía una cena fría. La fiesta terminaba a las nueve, hora normal de cerrar la prisión. Las verdaderas penas para los delitos consistían en el castigo público. Consistían en atar al acusado a un tronco y azotarle, o bien marcarle con un hierro candente, o colgarle. Algunas ejecuciones atraían a miles de personas. Los que iban a ser ahorcados podían decir un discurso, justificando sus acciones o proclamándose inocentes. La gente les animaba o les abucheaba y silbaba, según su opinión sobre el reo. A. Giddens. Sociología, Alianza Ed., p 155. « La terrorífica descripción reseñada a continuación relata las horas finales de un hombre ejecutado en 1757, acusado de planear el asesinato del rey de Francia. El desdichado individuo fue condenado a que se le arrancara la carne del pecho, piernas y brazos, y a que se le vertiera sobre las heridas una mezcla de aceite hirviendo, cera y azufre. A continuación, cuatro caballos tenían que tirar de su cuerpo y despedazarlo, y las partes desmembradas tenían que ser quemadas. Un oficial de la guardia dejó el siguiente relato de los sucesos: El verdugo introdujo un hierro en el caldero que contenía la poción hirviente, que derramó generosamente sobre cada herida. A continuación, se ataron al cuerpo del condenado las cuerdas que después fueron uncidas a los caballos, situados frente a los brazos y piernas, uno en cada miembro. Los caballos dieron un fuerte estirón, tirando cada uno en línea recta de un miembro; cada caballo era guiado por un verdugo. Después de un cuarto de hora volvió a repetirse la misma ceremonia y, después de varios intentos, hubo de cambiarse la dirección de los caballos, de forma que los que estaban en las piernas se pusieron hacia los brazos, con lo que se quebraron los brazos por las articulaciones. Esto se repitió varias veces sin éxtio. Después de varios intentos, el verdugo Samson y el que había usado las pinzas sacaron unos cuchillos y cortaron el cuerpo por los muslos, en lugar de seccionar las piernas por las articulaciones; los cuatros caballos dieron de nuevo un tirón y se llevaron tras de sí las piernas. (citado en Foucault, 1979, pp.4-5.) La víctima se mantuvo viva hasta la separación final de sus miembros del tronco. Antes de la época moderna, los castigos como éste no eran infrecuentes. Las ejecuciones públicas de aquella época estaban calculadas para maximizar el período de agonía del condenado y mantenerlo consciente duante éste, esperando a que se reanimara, si hacía falta. » A. Giddens, op. cit., p.43. TEXTO 3.- LA DESVIACIÓN PUEDE SER POSITIVA. « Reyes, sacerdotes, señores feudales, patrones de industrias y padres de familia han insistido durante siglos en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio. Nosotros enfrentamos esta posición con la formulación siguiente: la historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y no es improbable que termine por culpa de un acto de obediencia. Según los mitos de hebreos y griegos, la historia humana se inauguró con una acto de desobediencia. Adán y Eva, cuando vivían en el Jardín del Edén, eran parte de la Naturaleza; estaban en armonía con ella. Estaban en la Naturaleza como está el feto en el útero de la madre. Eran humanos y al mismo tiempo no lo eran. Todo esto cambió cuando desobedecieron una orden divina. Al romper vínculos con la tierra madre, al cortar el cordón umbilical, el hombre emergió de una armonía prehumana y fue capaz de dar el primer paso hacia la independencia y la libertad. El "pecado original", lejos de corromper al hombre, lo liberó; fue el comienzo de la historia. Tuvo que abandonar el Jardín del Edén para aprender a confiar en sus propias fuerzas y llegar a ser plenamente humano. El hombre continuó evolucionando mediante actos de desobediencia. Su desarrollo espiritual solo fue posible porque hubo hombres que se atrevieron a decir no, en nombre de su conciencia y de su fe, a cualquier poder externo que fuera; pero además, su evolución intelectual dependió de su capacidad de desobediencia (desobediencia a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos, desobediencia a la autoridad de acendradas opiniones según las cuales el cambio no tenía sentido). Erich Fromm: Sobre la desobediencia. Ed. Paidos, p. 9.