LA RESTAURACIÓN. (Del inicio a la crisis de 1898) Autora: PATRICIA CHIA SERRANO DNI: 28818700E 1. ¿A qué llamamos Restauración? En la Historia de España llamamos Restauración a tres cuestiones diferentes pero complementarias e inseparables: - Un determinado acontecimiento histórico: Se proclama rey de España a Alfonso, hijo de Isabel II, volviendo así la monarquía como régimen político y la dinastía de los Borbones. - Una etapa: El período comprendido entre 1875 (advenimiento al trono del rey Alfonso XII) y 1931 (proclamación de la Segunda República). Esta etapa se caracteriza por una apariencia de paz y tranquilidad que le dan continuidad y la configuran socialmente. Se divide en dos fases separadas por el año 1898, fecha de la pérdida de las últimas colonias españolas de ultramar (Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en el Pacífico). La primera fase es de pacificación militar e ideológica con una estabilidad propiciada por la nueva Constitución (1876) y el turnismo pacífico. Pero bajo este aparente equilibrio se fraguaban ya los fenómenos que emergerían con fuerza en la segunda fase de la Restauración (18981931): movimiento obrero, republicanismo y anarquismo y nacionalismos periféricos. - Un sistema político: Ideado por Cánovas del Castillo. La Restauración se entiende como sistema político explicable por el cansancio de la sociedad española, el agotamiento de un pueblo que en menos de un siglo ha conocido invasiones extranjeras, la pérdida del imperio americano, distintas monarquías, una república, numerosos pronunciamientos y cambios de gobierno violentos… Este sistema político es la consecuencia del fracaso de todos los sistemas experimentados anteriormente. 2. Los hechos políticos (1875- 1898) ALFONSO XII, REY Cansada la sociedad española de las incertidumbres y de los ensayos políticos efectuados durante el sexenio democrático fue tomando cuerpo, la idea hábilmente dirigida por Antonio Cánovas del Castillo, de proclamar rey de España al joven Alfonso, y de restaurar en su persona la monarquía legítima de los Borbones. Tuvieron que salvar muchos obstáculos, pero los alfonsinos fueron ganando posiciones y contaron siempre con los apoyos de la burguesía terrateniente, ansiosa de una mayor tranquilidad política una vez consolidadas las desamortizaciones; de la burguesía industrial catalana, enemiga del librecambismo del sexenio; de los intereses cubanos, esperanzados en una mayor protección estatal; de amplios sectores del ejército, cansados de la inestabilidad política; e incluso del Vaticano deseoso de un cambio que diera fin al anticlericalismo revolucionario. Cánovas preparaba el regreso de don Alfonso con gran prudencia. El 1 de diciembre de 1874 redactó un manifiesto que el príncipe firmó en Sandhurst, la academia militar inglesa donde se encontraba estudiando, y en él, se exponían los principios del futuro régimen de la Restauración. Pero los acontecimientos se precipitaron cuando el 29 de aquel mismo mes, tras un pronunciamiento en Sagunto, el general Arsenio Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII: contra los deseos de Cánovas, la monarquía borbónica había sido restaurada mediante un golpe militar, cuando él hubiera preferido que se implantara a través de medios legales. Otros jefes militares se unieron a la proclamación y el general Francisco Serrano, que entonces era el presidente del Gobierno, fue desautorizado por sus oficiales y se exilió temporalmente. Al día siguiente del golpe, se formó en Madrid un Gobierno provisional presidido por Cánovas del Castillo. El 9 de enero de1875 el rey entraba en España por el puerto de Barcelona y el día 14 llegó a Madrid. La dinastía borbónica acababa de ser restaurada. EL FINAL DE LA GUERRA CARLISTA La primera acción política importante del nuevo rey, bajo la dirección de Cánovas, fue desplazarse al norte de la Península para conducir la guerra contra los carlistas. Sin embargo, mientras se dirigía hasta la zona del conflicto, Alfonso XII ofreció una amplia amnistía en la que proponía a todos olvidar el pasado y adherirse a la monarquía constitucional que él representaba. Uno de los antiguos líderes del carlismo, el general Ramón Cabrera, aceptó la amnistía y también dirigió un manifiesto a las tropas carlistas, en el que se invitaba a poner fin a una guerra devastadora sin ninguna esperanza de victoria. Alfonso XII correspondió al gesto de Cabrera reconociéndole todos los títulos, entre los que estaban el de capitán general y el de conde de Morella. Pero el conflicto no se resolvió de forma definitiva hasta marzo de 1876, fecha en la que Carlos VII, el pretendiente carlista, vencido definitivamente en el frente del norte pasó con sus tropas a Francia. Los carlistas ya no volvieron a levantarse en armas, aunque su pensamiento tradicionalista se mantuvo vivo. A partir de la derrota militar final en la Restauración, los carlistas comenzaron a participar en la vida política y se situaron en la extrema derecha. Cánovas aprovechó el fin de la guerra para derogar en 1876 las exenciones fiscales y de quintas o de servicio militar del País Vasco, vestigios de los antiguos privilegios forales. No obstante, en 1878 promulgó los conciertos económicos, consistentes en el establecimiento de un cupo provincial como forma de participación en los gastos del Estado. LA POLÍTICA EXTERIOR El nuevo régimen fue reconocido muy pronto por las potencias extranjeras y por el conservador papa Pío IX. Esto podía interpretarse como una legitimación de la monarquía renovada y del nuevo régimen político ante los sectores católicos de la opinión pública española. Otro ámbito en el que el nuevo régimen tuvo éxito inicialmente fue en la pacificación de Cuba, donde poco después de que en España estallara la revolución de 1868 había comenzado una guerra de liberación que había durado diez años y que había empezado con el llamado grito de Yara. El general Martínez Campos fue enviado a la colonia caribeña con el encargo de combatir a los rebeldes y de negociar un acuerdo con ellos. La Paz de Zanjón, firmada el 12 de febrero de 1878, en virtud de la cual se concedía a los cubanos los mismos derechos que a los españoles, trajo momentáneamente la tranquilidad a la isla. 3. El sistema político: sus fundamentos y práctica política El sistema de la Restauración nació con claras líneas de continuidad con el régimen isabelino aunque desde luego no suponía una vuelta a lo anterior a 1868. De hecho consolidó el ciclo de la Revolución liberal gracias a la progresiva aprobación de una serie de leyes que se habían propuesto por primera vez, precisamente durante el Sexenio. Con la Restauración se estableció un amplio marco de actuación política lo que pacificó a los diversos sectores dirigentes de la sociedad. Se llegó a un pacto con la Iglesia y por fin el Ejército se sometió al poder civil. El marco teórico del sistema fue la Constitución de 1876. Por último es necesario recalcar que los aciertos del sistema se vieron menoscabados por el falseamiento sistemático de las elecciones. EL IDEARIO DE CÁNOVAS Cánovas fue una importante figura de la política española del siglo XIX. Historiador y político liberal, formado en las filas de la Unión Liberal de Leopoldo O´Donnell, tenía un conocimiento muy profundo de la Historia de España y un claro y pragmático proyecto de lo que debía ser como nación. Reunía dos facetas fundamentales, la de intelectual preparado para diseñar un sistema político y la de ser capaz de llevar a la práctica sus ideas. Era liberal doctrinario, utilitarista, convencido de que el gobierno debe dirigirlo los más capacitados. Además sentía una profunda admiración por el sistema británico al que tomó como modelo para su sistema. Sus ideas políticas más importantes son: 1) Idea de armonía: Para construir un sistema político que dé estabilidad al país, es necesaria la armonía que consiste en coordinar las opiniones e intereses individuales de aquella minoría social que según él es la única con intereses y valores que defender. Cánovas mantiene que las opiniones de cada uno deben ser discutidas porque la discusión entre partidos es posible y deseable. De la discusión surge la síntesis que supera a la propia discusión. No se trata de vencer ni humillar al adversario sino de discutir para llegar a un consenso que no satisfaga plenamente a ninguno y que por eso mismo será aceptado por todos. A través de la idea de armonía surge su idea de la política. Cánovas define la política como el arte de lo posible, es la ciencia de lo mudable y por tanto está sujeta a la evolución. Para Cánovas, el buen político es aquel que sabe interpretar los cambios de la sociedad e identifica qué parte de las ideas se adaptan a la realidad de las circunstancias. En definitiva quiere un sistema donde los que tienen que entenderse procuren llegar a un acuerdo. 2) Idea de aplicabilidad y particularidad de las naciones: Cánovas fue un hombre práctico en política y confiaba más en el éxito concreto de las ideas que en la pureza de los planteamientos. Defendía que los planteamientos no son en sí mismos ni buenos ni malos (herencia del utilitarismo), son buenos o malos si funcionan o no. Para que un sistema político funcione en un país es necesario que respete la particularidad de la Nación. Cánovas habla de Nación como realidad independiente, resultado de la Historia y no de la voluntad de un pueblo y que por tanto está sujeta sólo a normas superiores y anteriores a cualquier decisión particular. Estas normas son las verdades madre que forman la constitución interna. Frente a la nación sitúa al Estado como construcción artificial (algo que a veces no se basa en la tradición). Cánovas del Castillo diseña un sistema político cuyos pilares son: 1) Existencia de unos principios básicos 2) Aceptación de las reglas del juego político 1) Como Cánovas no pide que se renuncie a las ideas sino que se llegue a un acuerdo, los principios que propone están en la base del consenso, son incuestionables y claves en la organización política por lo que necesariamente tenían que formar parte de la Constitución. A estos principios fundamentales, él los llama “verdades madre”, verdades que no se pueden discutir pero que una vez aceptadas permiten la discusión de todo lo demás, conforman la constitución interna, una constitución que nadie ha promulgado pero que es obra de la Historia y ha llegado ha conformar la realidad legítima de España. Se hacía necesaria una síntesis entre lo “viejo y lo nuevo”, entre el legado de la Historia y los ideales progresistas del Sexenio. Estos principios básicos o verdades madre son: - La nación como obra de Dios o de la naturaleza, no de la voluntad de los hombres. - Asegurar el derecho a la libertad de todos los españoles. - Derecho a la propiedad. - La monarquía como principio de gobierno. - La dinastía histórica. Se trata de restaurar la monarquía tradicional, la dinastía Borbón. - La soberanía reside en el Rey y las Cortes. Ciertamente con estos principios tenían cabida en el sistema casi todos los grupos políticos, excepto los carlistas y republicanos. Con esto, lo que pretende es eliminar aquellos elementos que hicieron inviable la estabilidad política con Isabel II, que no fueron otros que el no entendimiento entre los adversarios políticos y la llamada a los militares. Cánovas crea un sistema civilista que haga innecesaria la intervención de los militares. Para ello concibe la existencia de dos grandes partidos que agrupen a distintas facciones y tendencias de la derecha y la izquierda del liberalismo de entonces. Como es evidente que los dos partidos no pueden gobernar al mismo tiempo, se crea un turno organizado y pacífico de esos partidos en el poder. Ambos partidos deben aceptar las reglas del juego político. 2) Aceptación de las reglas del juego político, que son las siguientes: - Respetar los principios constitucionales. - Cada partido debe permitir que cuando el contrario esté en el poder, modifique la marcha política por injusta que le parezca esa política. - Cuando se recupere el poder, el partido debe aceptar los cambios hechos por el contrario. (Este punto hizo posible la evolución del sistema.) - El sistema tiene inconvenientes que le son inherentes y por tanto hay que aceptarlos. Así se forja la mecánica del sistema canovista basado en el consenso y la transacción (la Constitución de1876 es reflejo de esa voluntad de consenso). LA CONSTITUCIÓN DE 1876 Cánovas inició el proceso constitucional convocando una asamblea de la que salió una “comisión de Notables” – treinta y nueve personalidades- que se encargó de redactar un proyecto de Constitución. Presentado a las Cortes, elegidas por sufragio universal, fue aprobado el 15 de febrero de 1876. La Constitución de 1876, destinada a presidir la vida política de España durante más de medio siglo (convirtiéndose así en la de mayor duración de la historia constitucional española), fue concebida como un acertado equilibrio entre la moderada de 1845 y la revolucionaria de 1869 aunque muchos de los contenidos expresados en el articulado de la Constitución de 1876 ya se encontraban en la de 1869 y en algunos casos no se introdujo ninguna modificación. Las diferencias fundamentales entre la Constitución del 76 y la del 69, radicaban en el papel y en las atribuciones que se adjudicaban a la monarquía, más amplias en la Constitución de la Restauración. A pesar de que los conservadores tenían mayoría absoluta en el Parlamento cedieron con frecuencia a las propuestas de la oposición. El resultado fue que, aparte de los principios que Cánovas consideraba básicos, como la monarquía borbónica o la legislación conjunta del Rey con las Cortes, los principales temas ideológicos en los que se oponían los dos partidos dinásticos, es decir, conservadores y liberales, fueron objeto de negociación mediante una redacción flexible. Las divergencias más importantes entre los partidos se centraron, fundamentalmente, en el concepto de soberanía, el sistema electoral -los conservadores proponían el sufragio censitario, mientras los liberales defendían el sufragio universal masculino- y la confesionalidad del Estado. Algunas de estas divergencias se solucionaron mediante una redacción esquemática de los artículos que dejaba su concreción para leyes posteriores. De esta forma, cada gobierno podría adoptar la formulación que mejor se adecuara a su ideología. Un ejemplo de ello es el artículo 27, que hace referencia a la elección al Congreso de los Diputados. En cuanto a la religión se llegó a una solución de tolerancia mutua. Por una parte, el Estado se declaraba confesional y se obligaba a mantener el culto católico y a sus ministros, aspecto que identificaba a los conservadores. Pero, por otra parte, los liberales conseguían la libertad de conciencia y de culto (artículo 11 de la Constitución). En el artículo 18 quedó definido el principio de soberanía compartida del Rey con las Cortes, consecuencia de la “constitución interna”. El Rey es inviolable, sanciona y promulga las leyes, disuelve las Cortes y tiene derecho de veto, mientras que el Gobierno es ejercido por los ministros, únicos responsables de sus actos. Las Cortes se estructuraron en dos cámaras: Congreso (un diputado por cada 50.000 habitantes) y Senado, integrado por miembros de derecho propio (los grandes contribuyentes) de nombramiento real, y otros elegidos por las Corporaciones: Iglesia, Universidad…Las Cortes discuten y aprueban las leyes, intervienen en la sucesión de la Corona, en la minoría de edad y en las regencias. Complemento de la Constitución fue la Ley Electoral de 1878, que era de tipo censitario en tanto que sólo votaba el 5% de la población. El sistema introduciría posteriormente un elemento democrático al implantar en 1890 el sufragio universal por el que tenían derecho a voto todos los varones mayores de veinticinco años. EL BIPARTIDISMO. LOS PARTIDOS POLÍTICOS El conocimiento y la admiración que sentía Cánovas por el parlamentarismo inglés le llevaron a concebir el funcionamiento de la vida política española sobre la base de la británica, es decir, dos partidos políticos que, aceptando la legalidad constitucional que él mismo había diseñado, se alternasen en el poder: son los llamados partidos dinásticos, el Conservador y el Liberal, que representaban a la derecha y la izquierda dentro del pensamiento liberal. Antonio Cánovas lideró el Partido Liberal Conservador, conocido después como Partido Conservador, que se apoyaba en las clases altas, y el partido contrario, el Partido Liberal, sostenido por la burguesía industrial, las clases medias urbanas, militares y funcionarios, fue liderado por Práxedes Mateo Sagasta, político transigente y comprensivo al que se debe, en gran medida, el arraigo de la Restauración como sistema político. Estos dos partidos, lejos de considerarse enemigos irreconciliables se trataban como adversarios políticos en un sistema bipartidista clásico. Quizá el logro principal del canovismo haya sido la dignificación de la oposición. Antes, la oposición era un estorbo, un elemento perverso a acallar, pero ahora es tan fundamental como la mayoría, la cual tiene el derecho y el deber de gobernar mientras la oposición tiene el derecho y el deber de criticar lo que considera un error. Se opone al gobierno pero en modo alguno se opone al régimen, dentro del cual es parte esencial. Cánovas y Sagasta no se entendían personalmente pero supieron soportarse con absoluto realismo, sabiendo cada uno que el otro era el adversario más idóneo dentro de todo el mapa político, y eso era lo importante. Consiguieron atraer a muchos seguidores: si Cánovas aglutinó a los moderados y a los unionistas de antaño, Sagasta integró a la antigua izquierda progresista –demócratas y radicales y la izquierda de la Unión Liberal-. A la derecha y a la izquierda de los dos partidos dinásticos se situaron otros partidos, como la Unión Católica de Alejandro Pidal, el regionalismo catalán y algunas facciones del progresismo democrático. Fuera del sistema quedaban los partidos antidinásticos o simplemente ilegales. En la extrema derecha estaban los carlistas o tradicionalistas, fieles al pretendiente Carlos VII, y los integristas de Cándido Nocedal. Y en la extrema izquierda se situó una buena parte de la oposición republicana, el anarquismo y el socialismo de Pablo Iglesias. Pero, para que el sistema funcionase bien, éste debía ser por obligación un sistema bipartidista y por eso los partidos dinásticos debían atraerse a su seno a todas las organizaciones políticas, para que no hubiera en el escenario político un tercer grupo con importancia real. Debido a esto, cuando se crea el partido católico de Alejandro Pidal, Cánovas presionó a obispos… y consiguió que se incluyera en el partido conservador. LA MECÁNICA DEL TURNISMO PACÍFICO El principal objetivo del sistema canovista era evitar los enfrentamientos que habían puesto en peligro no solo a la dinastía borbónica sino más aún a la propia monarquía. Para garantizar esa estabilidad había que reconciliar a todos los monárquicos, someter el ejército a la autoridad civil, reconciliarse con la Iglesia y recuperar la confianza de la alta burguesía. Las medidas legislativas y el descarado control de los resultados electorales se dirigían en ese sentido de proporcionar estabilidad. Para gobernar en el sistema canovista se necesitaba una doble confianza: la de las Cortes y la de la Corona. Pero en cualquiera de los casos, al menos teóricamente, el cambio en el poder debía regirse por el resultado electoral: no se podía gobernar si no se tenía la mayoría en las Cámaras. Pero en la realidad la mecánica del turnismo de los partidos fue otra, ya que el sistema funcionó de arriba abajo, de manera que los partidos conservador y liberal se cedieron periódicamente el poder, pero no a consecuencia de un cambio de opinión del electorado sino mediante acuerdo mutuo o a consecuencia de su desgaste interno. La previsión anticipada del turno sin contar con el electorado engendraba un fraude en las elecciones. La mecánica era la que sigue: El presidente del Gobierno presenta su dimisión ante el Rey quien nombra al jefe del partido de la oposición, presidente en funciones encargado de disolver las Cortes y convocar unas elecciones que ganará por mayoría. Convocadas las elecciones, el ministro de la Gobernación realizaba el “encasillado”, es decir, decidía los diputados que habían de ser elegidos por cada distrito (50.000 habitantes elegían 1 diputado). Así se configuraba la lista de los elegidos, que sería después ratificada en las elecciones. El gobernador civil de cada provincia puesto de acuerdo con los caciques comarcales y municipales, manipulaba las elecciones mediante la compra de votos, repartiendo vino y puros o bien utilizando la coacción. Otra medida era el llamado “pucherazo” mediante el cual, aparecían más votos que electores porque se contaban los votos de vecinos muertos. En definitiva, el turnismo estaba predestinado por el acuerdo tácito entre los sectores políticos y sociales que poseían el poder, la oligarquía y el caciquismo. Pero el talón de Aquiles del sistema eran las ciudades. Controlar al electorado de pequeños municipios era fácil pero las ciudades eran otra cosa, allí se verificaban los cambios socioeconómicos que trajo la Restauración (pequeños núcleos socialistas, republicanos), Allí se fue gestando la verdadera ciudadanía, personas conscientes de sus derechos y obligaciones, no ya vasallos ni súbditos, sino independientes de sus notables, sus jefes… Desde 1876 los políticos de la Restauración renunciaron a las elecciones como instrumento de consulta ciudadana y únicamente servían para dar legitimidad al sistema. EL CACIQUISMO Ya hemos comentado que la Restauración, era un proyecto civilista que pretendía eliminar de la escena política los principales elementos de inestabilidad: la intervención de los militares en política, y el no entendimiento entre los partidos. Todo el sistema estaba montado sobre la base de dar estabilidad al régimen y éste fin justificaba cualquier medio, incluida la manipulación de las elecciones. A partir de 1890, España tuvo sobre el papel uno de los sistemas políticos más avanzados del mundo después de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia…pero en la cotidianeidad, la red clientelar, cohesionada en virtud de múltiples tipos de relaciones (familiares, basadas en lo económico o en el favor…) funcionaba coartando la democracia. Con ello, la España oficial se divorciaba cada vez más de la España real y el sistema parlamentario se desprestigió por el falseamiento electoral y el caciquismo. El caciquismo fue el instrumento que permitía a la clase política (dirigentes liberales y conservadores), en estrecha relación con los grupos sociales y económicos dominantes (terratenientes, empresarios, profesiones liberales…) dominar el sistema político para de esta manera perpetuarse en el poder en medio de un sistema aparentemente democrático. Cacique era aquella persona de gran poder económico y muy bien relacionado, que ejercía en su comunidad una influencia que le hacía especialmente interesante para los dirigentes políticos, quienes lo utilizaban para hacer realidad lo que ellos anteriormente habían decidido respecto a quién ocupará el poder. El “buen cacique” era el que utilizaba su influencia en “beneficio de la comunidad” y el mal cacique lo usaba en su propio beneficio. El fenómeno caciquil era propio de una sociedad mayoritariamente rural, subdesarrollada y analfabeta con una fuerte dicotomía entre el campo y la ciudad. Por eso hay quienes entienden el caciquismo como la única práctica natural capaz de articular políticamente el Estado decimonónico al conseguir el enlace de las oligarquías nacionales con los caciques comarcales y locales. ¿Por qué hubo caciquismo?: - Por el egoísmo de las élites dominantes: las minorías poderosas no quieren democratizar el sistema porque perderían su dominio. - Porque la sociedad no estaba preparada para la democracia: había una escasa instrucción, bajo nivel cultural, socioeconómico…lo cual impedía llevar a cabo el régimen oficial, la legalidad constitucional. La corrupción, era el propio sistema. El gobierno no funcionaba sin la corrupción. El sistema no podía funcionar sin el caciquismo y mientras en otros países se caminaba hacia la democracia, se forjó en España un país de clientelas, de amiguismo… La corrupción, lejos de ser un fenómeno exclusivo de España, formó parte de los Estados liberales que surgieron después de la Revolución Francesa. Pero lo característico de España fue su perdurabilidad. LA EVOLUCIÓN DEL SISTEMA Gracias a que la Constitución de 1876 era muy general y por tanto flexible, cada gobierno pudo legislar de acuerdo con sus ideas, pero manteniendo un respeto por la obra que había realizado anteriormente el adversario. Los gobiernos conservadores aprobaron la Ley Electoral de 1878, de carácter censitario, la de imprenta, la de prensa y la que regulaba las reuniones públicas. Por su parte los gobiernos liberales legislaron desde una óptica más progresista, como en el caso de la legislación sobre la libertad de reunión y expresión (1881), la Ley de Prensa de 1883, la Ley de Asociaciones de 1887, la que instauraba los juicios con jurado (1888), la reforma del Código Civil (1889) y la Ley electoral de sufragio universal masculino (1890). Pero ninguno de los dos tipos de sufragio preveía la participación de las mujeres. A pesar de sus imperfecciones, el turnismo dio estabilidad a la vida política española. En 1885 murió prematuramente Alfonso XII. Fue un momento delicado, pero el sistema superó su primera prueba de fuego. La reina Maria Cristina, entonces embarazada, asumió la regencia y merced al Pacto del Pardo entre Cánovas y Sagasta, se acordó la sustitución en el poder del gabinete conservador por uno liberal dejándole así la tutela de la debilitada monarquía. Fue un golpe maestro de Cánovas quien de nuevo demostraba su habilidad política. Meses más tarde llegaba al mundo Alfonso XIII, que fue rey desde el momento de nacer. La continuidad dinástica quedaba plenamente asegurada. 4. El desastre del 98 A finales de la década de 1890 empezaron a minar el sistema de la Restauración el enfrentamiento entre los dirigentes políticos, una relativa depresión económica y sobre todo la guerra de Cuba. PUESTA EN ANTECEDENTES La isla de Cuba había sido junto con Puerto Rico y Filipinas el único resto del imperio de Ultramar que le quedaba a España después de los movimientos emancipadores del primer cuarto de siglo. Su carácter insular había permitido un mejor control metropolitano ya que Cuba vivía aislada de las grandes corrientes independentistas. Así Cuba vino a convertirse en la “América Chiquita”. Productora de azúcar, tabaco, café, cacao y otros cultivos tropicales, compensó en parte, con su aprovechamiento intensivo, la pérdida del inmenso continente. La mecanización de los sistemas, y lo intenso del cultivo azucarero, multiplicaron el negocio cubano y contribuyó a formar una burguesía criolla próspera y culta. Fue esta clase la primera en sentir Cuba como algo propio y a España como un estorbo para la soberanía del país y para sus intereses particulares. En una isla donde continuaba el régimen esclavista (sería abolido en 1886) afloraron las inquietudes por la situación social aunque el movimiento redentista de las masas trabajadoras llegó tarde. La presencia de España se prolongaría en la isla al amparo de la divergencia de intereses entre la burguesía y el proletariado. De forma paralela actuaban los intereses norteamericanos, decidido ya Estados Unidos a lanzarse en la empresa imperialista. La campaña imperialista norteamericana, sobre el resto del continente, empezó precisamente en Cuba y en Centroamérica con la construcción del Canal de Panamá. Pero antes de embarcarse en una guerra, EE. UU confiaba en aprovecharse de una retirada española para asentarse en Cuba y de hecho propuso en varias ocasiones al gobierno español la compra de la isla. Ya en 1868, coincidiendo con la Gloriosa en la Península, hubo una insurrección en Cuba iniciada con el grito de Yara, promovida por grupos de la burguesía inquieta (Máximo Gómez y Calixto García). Su objetivo era la democracia y un amplio programa de derechos, pero también la autonomía de la isla. El gobierno de Madrid apenas pudo entender el problema de Cuba pero por suerte para ellos, los insurgentes estaban divididos y mal armados por lo que nunca lograron constituir un frente único. Otro aspecto a su favor era que gran parte de la burguesía criolla se sentía españolista. Esta guerra que estalló en 1868 continuó hasta 1878, año en que se firmó La paz de Zanjón poniendo fin a la que los cubanos llaman la guerra de los diez años, sobre una doble promesa: abrir el proceso democrático en Cuba, cuyos representantes formarían parte de la Cortes españolas, y la abolición de la esclavitud. Martínez Campos hizo promesas por cuenta propia pero las Cortes se mostraron reticentes y Calixto García se lanzó a una nueva guerra en 1879, era la guerra Chiquita, que terminó pronto. En 1880 las Cortes aceptaron recibir una representación de diputados cubanos y poco después, la abolición de la esclavitud. Cuba era para la España de la Restauración más fuente de prosperidad que de inquietudes. Era menos probable que nunca que los independentistas de clases distinguidas se unieran a negros o mulatos. Pero las cosas empezaron a cambiar en los años 90 cuando la política proteccionista obligaba a los cubanos a comprar productos peninsulares y no comerciar por su cuenta con EE. UU. Al mismo tiempo se desarrolló una clase intelectual autóctonamente cubana (José Martí) capaz de dar a los cubanos ideales concretos. EL DESASTRE La última y definitiva insurrección se produjo el 24 de febrero de 1895 con el grito de Baire. El levantamiento fue dirigido por José Martí quien apoyado en los campesinos, sublevó la parte oriental de la isla, la más antiespañola. Al poco, Martí murió en una emboscada pero su fama como mártir que había que vengar, creció enormemente. Cánovas decidió enviar a Martínez Campos para negociar y cortar el avance de los insurrectos pero al no conseguirlo fue sustituido por el enérgico general Valeriano Weyler. El nuevo capitán general de la isla pretendía batir a los focos rebeldes o “mambises” en sus propias guaridas por separado, aislarlos y aniquilarlos. Ordenó la concentración de la población civil en zonas especiales bien controladas de las que no estaba permitido salir y aprovechando la disposición alargada de Cuba, la dividió en tres compartimentos estancos separados por trochas o líneas fortificadas de mar a mar que incomunicaban a los rebeldes y permitirían irlos reduciendo uno a uno. El presidente norteamericano William McKinley protestó ante el gobierno español por la dura actitud de Weyler y exigió la pacificación de la isla. Incluso llegó a gestionar con la reina Maria Cristina su compra por trescientos millones de dólares, a lo que la reina y el gobierno se opusieron. Pero los Estados Unidos no cejaron en su empeño y aprovechando la voladura del acorazado Maine, buque de guerra americano anclado en el puerto de La Habana, el 20 de abril de 1898, presentaron un ultimátum exigiendo la renuncia española a la soberanía de Cuba. Así estalló la guerra hispano- cubana- norteamericana. En España se vivieron días de entusiasmo patriótico porque se creía en la posibilidad de ganar a Estados Unidos a pesar de su potencial. Pero al mismo tiempo que Cuba, se sublevó Filipinas a las órdenes de José Rizal, de manera que la guerra se desarrollaba en dos frentes, el del Pacífico y el del Atlántico, lo que suponía para España una gran dificultad. Por su parte el ataque de Estados Unidos fue fulminante. Se ordenó a la escuadra española que operaba cerca de Canarias –al mando del almirante Cervera- su traslado a Puerto Rico, para proteger esta isla y la de Cuba, pero cuando repostaba carbón en Santiago de Cuba quedó bloqueada por la estadounidense. Más tropas norteamericanas desembarcaron en Cuba, tomaron Canei, y Las Lomas de San Juan y atacaron la escuadra española que fue totalmente aniquilada. Santiago capituló y los norteamericanos entraron en Puerto Rico y Manila. Las Filipinas se perdieron cuando la flota española fue derrotada por la estadounidense en la batalla naval de Cavite. La paz se firmó el 10 de diciembre de 1898 en el Tratado de París, por el que España reconocía la independencia de Cuba y cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam a Estados Unidos. Por el Tratado de París, España perdía los últimos jalones de su imperio ultramarino lo que supuso un fuerte revés para las exportaciones de algunas industrias españolas que tenían en estas posesiones importantes mercados y eran lugar de producción de determinados productos y materias primas. El impacto de este acontecimiento –denominado “el Desastre”- sumió a los españoles en una honda crisis de conciencia que afectó a todo el tejido social de la nación y que tuvo su mejor expresión en una vigorosa reacción intelectual que centró sus esfuerzos en la necesidad de recuperar el pulso perdido y modernizar el país, era la generación del 98. Se hundió el ambiente de confianza vivido hasta entonces con la Restauración, lo que propició la crítica del sistema y la aparición de la idea de regeneracionismo del país mediante el saneamiento de la hacienda, crecimiento económico, la mejora de la educación, etc.