Aportaciones del pensamiento tomista al debate bioético acerca de

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Aportaciones del pensamiento tomista al debate
bioético acerca de la persona
Lourdes Velázquez G.
Doctora en Filosofía por la Universidad de Génova
y Vicepresidenta de la Federación Internacional
de Sociedades de Filosofía (FISP).
Es catedrática de la Facultad de Bioética
de la Universidad Anáhuac de México.
Contacto: lourdes.velazquez@anahuac.mx
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Aportaciones del pensamiento tomista al debate
bioético acerca de la persona
Contributions of the Thomistic thought
to the bioethical debate about the person
Lourdes Velázquez G.
Universidad Anáhuac, Huixquilucán, México
Recibido: 19-08-2014
Aceptado: 10-05-2015
Resumen
Las nuevas posibilidades de manipulación de la vida (desde las primeras etapas hasta las últimas), enfrentan al hombre a nuevos peligros y a nuevas formas de discriminación. Para
encontrar soluciones a muchos dilemas que surgen en estos contextos la bioética ha buscado
ciertos fundamentos filosóficos y parece haber encontrado un punto firme compartido en el
principio del respeto para la persona. Sin embargo el propio concepto de persona se entiende a menudo según significados diferentes, lo que implica respuestas incompatibles frente
a cuestiones esenciales. Por esta razón nos proponemos reivindicar la necesidad de afirmar
una concepción «sustancialista» de la persona en lugar de la concepción «funcionalista», muy
difundida hoy en día, y mostrar la actualidad de algunos enfoques expresados en la filosofía
tradicional en este respecto.
Palabras Clave
Bioética personalista, ontología de la persona, sustancia y función.
Summary
The new possibilities of manipulating life (from the first stages up to the latter), face man to
new dangers and new forms of discrimination. To find solutions to many dilemmas that arise
in these contexts the bioethics has sought certain philosophical foundations and he seems to
have found a firm point shared on the principle of respect for the person. However the very
concept of person is frequently understood as different meanings, which implies responses
incompatible compared to some basic issues. For this reason we claim the need to assert a
conception «substantialist» of the person rather than the conception «functionalist» today,
widespread and today we’ll show you some of the approaches set out in the traditional philosophy in this regard.
Key Words
Bioethics personalist, ontology of the person, substance and function.
Revista de Investigación (Arequipa) ISSN versión impresa 2309-6683
Rev. Investig. (Arequipa. En línea) ISSN versión electrónica 2309-6691
Año 2015, Volumen 6, 35-43
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Lourdes Velázquez G.
La búsqueda de principios compartidos en la bioética
Se puede decir que desde su inicio la bioética se ha revelado como un campo de contrastes
entre doctrinas éticas diferentes, y al mismo tiempo ha sido empujada por el deseo de encontrar puntos de convergencia, ya que, al final de la cuenta, lo que se busca son algunas indicaciones precisas a propósito de lo que se debe o no se debe hacer en determinadas situaciones
concretas y, en estos casos, casi nunca hay posturas medianas o de compromiso. Así se explica
que desde el comienzo se intentó evidenciar algunos «principios» mínimos que pudieran
ser aceptados por todos, independientemente da las diferentes doctrinas éticas dentro de las
cuales recibiesen una u otra justificación. El respeto para la persona se presentó como uno de
los más significativos entre dichos principios y, en particular, como una especie de defensa
contra el total relativismo que consigue a una absolutización del principio de «autonomía»,
el cual al final de la cuenta reconoce como criterio último de legitimidad moral la decisión
subjetiva del que cumple una determinada elección. Al contrario, la referencia al respeto de la
persona parece ofrecer un fundamento «objetivo» para una decisión éticamente correcta. Por
esto una «ética personalista» se presenta como el mejor argumento contra el relativismo y el
subjetivismo hoy muy difundido en nuestra cultura.
Sin embargo esta esperanza no se ha realizado en medida suficiente, ya que el propio concepto de persona puede entenderse (y de hecho se entiende) según dos significados diferentes
que conciernen a lo que podemos llamar la «ontología» de la persona. En un primer sentido
la persona posee el estatus ontológico de una sustancia es decir de un ser individual que posee
una naturaleza y existencia propia y puede además gozar o no gozar de muchas propiedades.
En otro sentido la persona se caracteriza como un simple conjunto de propiedades que, en la
terminología tradicional, son accidentes y no poseen una existencia en sí mismos, sino únicamente en «algo» diferente (normalmente en una sustancia). Por consiguiente algo que posee
este conjunto de propiedades se considera, en nuestro caso, persona, sea lo que sea, mientras
que no se considera persona algo que no posee estas propiedades. Por consiguiente, muchas
filosofías «personalistas» que han celebrado las magníficas propiedades o capacidades de la
persona (como conciencia, autoconsciencia, creatividad, libertad, autonomía, etc.) olvidándose de darles una referencia sustancial, no han garantizado un buen fundamento para una
ética personalista. Así, por ejemplo, no es muy difícil decir por parte de quien acepte esta
concepción funcionalista de la persona: «el embrión, el feto, el enfermo terminal, no poseen
las capacidades de conciencia, autonomía, libre decisión, etc., y por tanto no son personas y
no somos moralmente obligados a respetarlos como tales».
En otras palabras, si una vida (humana o no) es reconocida como expresión de la vida
de la persona, entonces existe un consenso casi unánime para considerarla digna de ser
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respetada y protegida; si, en cambio, a la vida (o a ciertas manifestaciones vitales en determinadas fases de desarrollo) no se le reconoce o no se le atribuye un valor personal,
no se considera entonces como digna de ser protegida (al menos de manera trascendental). Si, en efecto, el concepto de persona tiene una fuerte carga evocativa, aceptada
generalmente (ya al nivel intuitivo del sentido común, el término «persona» indica un
sujeto, y no un mero objeto, digno, en cierta medida, y en cierto grado, de respeto y de
protección1), es necesario decir que de igual forma, el concepto vive hoy, en el ámbito
del pensamiento posmoderno, un momento filosófico de crisis especulativa. En este caso, en primera instancia, muchos han pensado que el concepto de persona podría ser un
punto de «referencia» en el ámbito de las discusiones bioéticas actuales, sin embargo, nos
hemos dado cuenta de la dificultad del uso de este concepto. La apelación a la dignidad
de la persona y a sus derechos, a los que cualquiera querría suscribirse sin tanta demora,
en retrospectiva esconde múltiples equívocos que son necesarios aclarar y que la filosofía
tomista busca esclarecer en la dirección del sentido filosófico original del concepto.
Diferentes concepciones de la persona
En las discusiones bioéticas, existen muchas concepciones empírico-funcionalistas
(anti-metafísicas) que separan el concepto de «persona» y el de «ser humano». Pensemos, por ejemplo en la separación cartesiana entre res cogitas y res extensa, que sentó
las bases para la identificación de la persona únicamente con la autoconciencia (reduciendo la corporeidad a la mera materia misma en movimiento). De manera parecida
el empirismo criticó el concepto de sustancia y redujo la persona a un «conjunto» de
impresiones e ideas. De este modo le quitó al concepto de persona la característica de
sustancia y abrió una vía hacia la tematización de la separación del concepto de persona del de ser humano y de la vida humana, cosa que se refleja en las varias posturas
de la Bioética contemporánea.
La consecuencia directa de estas teorías «separatistas» es el «aplazamiento» del inicio de
la existencia de la persona con respecto al inicio de la vida del ser humano y la «anticipación» del fin de la persona con respecto al fin de la vida humana. En otras palabras,
de acuerdo a estas teorías, el ser genética y biológicamente humano no es persona desde
el momento de la fecundación, se «convierte» en persona en un posteriormente (luego
entonces, hay seres humanos que «no» son personas, o mejor dicho, que aún no lo son).
Sin embargo, las mismas teorías han recaído en las consideraciones sobre el fin de la vida
humana, anticipando el fin de la persona con respecto a la muerte biológica natural del
ser humano (hay algunos seres humanos que «no son ya» personas, si es que lo han sido
en el pasado). Desde entonces, a partir de diversos modos «reduccionistas» de concebir a
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la persona el ser humano se ha convertido en un sujeto, en sentido pleno de la palabra,
al momento de la implantación del embrión en el útero materno, en el momento de
la formación de la línea primitiva (al 14º día desde la concepción), al momento de la
formación del sistema nervioso central o de la corteza cerebral, o bien, al momento de la
plena adquisición de la autonomía. No obstante, las mismas teorías sostienen que el ser
humano cesa de ser persona en el momento en que pierde sus capacidades relacionales,
racionales y volitivas, o bien, durante los momentos llenos de sufrimiento en la vida.
En el ámbito de dichas teorías, el concepto de persona, elaborado originalmente por la
filosofía para caracterizar al ser humano, es utilizado en «contra» del hombre mismo.
Hasta el punto en el que, después de los fenómenos de esclavitud, del colonialismo, de
racismo y de machismo, la bioética se ha visto en la necesidad de afrontar nuevas formas
de discriminación humana, más sutiles y ocultas, porque tocan y afectan precisamente a
los casos límites: la discriminación en contra de los zigotos, los embriones, los fetos, los
bebés, los niños, los discapacitados, los enfermos mentales, los ancianos, los pacientes en
estado de coma y los pacientes terminales.
Justamente, el uso ambiguo del concepto de persona llevó hacia una inversión de posiciones muy paradójica. El tema de la persona, predilecto de las filosofías de carácter
cristiano y metafísico (como por ejemplo la tomista), es siempre más utilizado por aquellas tendencias filosóficas de matriz empirista-funcionalista. Al contrario, la noción de
persona, en Bioética, comienza a ser vista con desconfianza por los mismos que la habían
formulado: no es cosa rara que justamente aquel que se declara promotor del respeto
y de la tutela de la vida humana desde la concepción hasta el último instante prefiera
omitir la referencia hacia la persona, por miedo de caer en peligrosos equívocos. Claro
está que los empiristas y que los funcionalistas recuperan este concepto con el intento de
rescatar el uso sugestivo de la categoría persona, facilitando de tal forma la aceptación
social de ciertas propuestas en el campo bioético: los que reocupan los fundamentos de
la reflexión donde originalmente se ha elaborado el concepto de persona en el plano teorético (con bases tomistas), los fundamentos de la reflexión que ha elaborado originalmente el concepto de persona advierten la insuficiencia de un reclamo «ingenuo» sobre
la noción, y exprimen la necesidad de un re pensamiento muy riguroso.
En este sentido, resulta de particular importancia en el ámbito de la discusión en Bioética
actual el retorno hacia las formulaciones originarias tomistas del concepto. No puede olvidarse que la noción de persona ha sido teorizada justamente desde la filosofía occidental,
precisamente con la finalidad de caracterizar al ser humano y de justificar su centralidad
axiológico-normativa. Se trata de un concepto que es parte de nuestra «tradición cultural»,
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y que, si es usado desde su significado propio y original, podría servir de ayuda para la tematización de los derechos y el respeto y la protección de los derechos humanos -objetivo
fundamental de la bioética (Sgreccia, 2009). Reconocer en cada fase de desarrollo de la
vida biológica del organismo humano, desde el momento inicial de la concepción hasta el
último instante, la expresión de la vida personal, no es un esfuerzo filosófico inútil. Decir
que «el embrión humano es persona» o que el «enfermo terminal es persona» no es una
mera tautología. Reconocer el estatuto de persona del ser humano significa decir algo
«más» sobre la mera revelación empírica de la humanidad biológica del ser.
Por lo tanto, aquello que debe eliminarse de la discusión bioética actual no es tanto el uso
del término persona sino su uso tan vago. Justamente, para combatir esta ambigüedad es
indispensable que el esfuerzo especulativo esté orientado hacia la «re-tematización» del
concepto en el contexto de una filosofía de la persona y del humano, o bien, en la filosofía tomista, que sabe cómo explicar la coincidencia entre «ser humano y ser persona».
Así pues, esto es sólo posible en el interior de una prospectiva ontológica y sustancialista
que recupere el significado originario tomista del concepto: «La persona es la sustancia
(subsistente) individual de naturaleza racional» (Aquino, 2006, q. 34, a. 3. r. 1). Se trata
aquí de una definición enfocada en el concepto de «sustancia» (que indica que subsiste
en sí, que por sí misma no se extiende a otros [Rovighi, 1963]) refiriéndose al individuo,
concretamente, que por «naturaleza» (ontológicamente hablando) está caracterizado por
la racionalidad. En este sentido, las funciones, los actos, las propiedades del ser humano
no existen en sí, sino que existen como funciones, actividades y propiedades accidentales «de» un individuo humano, que es el referente unitario y permanente, la condición
ontológica real (Pessina, 1991). Esta es la definición que permite explicar la «unidad»
(espacio) y la permanencia (tiempo) de la identidad del ser humano.
Y es gracias a esta recuperación de la dimensión ontológica, que puede afirmarse que el
ser humano «es» persona en virtud de su naturaleza racional, ya que no se «convierte»
en persona o «deja» de ser persona por la presencia o la ausencia de ciertas funciones
(racionalidad, sensibilidad, capacidad de relacionarse, autoconciencia, voluntad). El ser
persona es una característica ontológica y no funcional del ser humano, por lo tanto el
poseer un estatuto personal, no es algo que se pueda adquirir o se pueda perder. Así como un gato no puede dejar de ser gato por el hecho de perder una pata o quedarse ciego.
De igual modo no se puede ser más o menos persona, o se es persona o no se es persona.
La ausencia (entendida como no ejercicio, o como privación) de ciertas capacidades o
funciones, no cambia la naturaleza del ser humano que es persona en cuanto tal.
Y es esta la línea de investigación que nos permite demostrar la actualidad de la reflexión
tomista en bioética.
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Referencias
Aquino, T. de. (2006). Suma de teología (AA.VV., Trans. Vol. I). Madrid: BAC.
Pessina, A. Fundación y aplicación de los principios éticos. Aspectos del debate bioético.
Rivista di Filosofía Neoscolastica, 4, 361-398.
Rovighi, S. V. (1963). Las categorías: la sustancia. En Elementos de filosofía (Vol. II) (pp.
46-47). Brescia: La scuola.
Sgreccia, E. (2009). Manual de bioética I. Fundamentos y ética biomédica. Madrid:
Biblioteca de Autores Cristianos.
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Notas
1
La causa de esta relación tan estrecha entre el concepto de persona y la consideración del valor
ético y jurídico es identificable en el significado original del término (según el cual, como
subraya Tomás de Aquino, personas eran los hombres dotados de dignidad homines famosi,
dignitatem habentes) dentro del uso tradicional del lenguaje jurídico (desde la antigüedad grecorromana la persona indicaba al individuo humano sujeto de derecho) además de las fuertes
influencias del pensamiento kantiano (que consideraba a la persona siempre como fin, y nunca
como un simple medio).
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