>>>>>>>>>>>>>>> Los cuantiosos recursos del muy bien ubicado país justifican tolerancia Vladimir Vladimirovich Putin, el mandamás de la Federación Rusa, visita por primera vez Venezuela. Durante los ocho años que fue Presidente no aceptó venir a pesar de que Caracas intentó, sin éxito, condicionar compras bélicas y convenios económicos a la muy demandada visita. La profesional cancillería rusa y el inescrutable Kremlin buscaron las fórmulas, es decir la excusas de rigor, para explicar el porqué era imposible concretar una visita de reciprocidad a las inusualmente frecuentes paradas en Moscú del presidente Chávez. Aparte de sorpresiva, esta visita es particular. No es usual que un líder ruso salga solo por un día a un viaje lejano que no tiene ninguna otra escala o propósito. Esto contrasta con la disciplina de un servicio exterior ponderado. De por sí, esto indica que este viaje no es iniciativa de quienes rigen la política exterior sino de aquellos que en el gobierno y en el sector privado ruso ojean a Venezuela como suerte de botín. No es secreto que los rusos, al igual que otros, están sumamente frustrados por lo complicado que resulta hacer realidad las cartas de intención y otros papelitos que tanto le gusta firmar al Teniente Coronel cuando viaja al exterior. Para un país con tradición autoritaria es inexplicable que las palabras y la firma de un autócrata, por más caribeño que sea, no valgan para materializar promesas y obligaciones contractuales. No obstante, los cuantiosos recursos de la muy bien ubicada Venezuela justifican cierta tolerancia. La posibilidad de conseguir términos y condiciones irrepetibles de un gobierno que busca salvavidas aconseja obviar, por ahora, la falta de palabra y las otras carencias de los bolivarianos. Los viajes de Hugo Chávez a Rusia, muchos de ellos auto invitaciones, darían para varios tomos de qué no hacer cuando se viaja fuera de casa. Como muestra, en un viaje uno de los aviones de la comitiva estuvo a punto de ser derribado por un caza ruso por haber penetrado el espacio aéreo del país sin permiso alguno. En ese mismo viaje los espalderos del presidente de Venezuela pisotearon, literalmente, a la jefa de protocolo de la cancillería rusa en su afán de proteger a mandatario quien era recibido con alfombra roja y guardia de honor en una fortificada base aérea. Las respectivas notas de protesta por estos incidentes resultaron en una tercera al no ser respondidas las primeras comunicaciones. Tanta falta de seriedad, y el repetido incumplimiento de lo acordado, casi extingue la relación del teniente coronel Chávez con el teniente coronel - y ex jefe de la KGB - Vladimir Putin. Su sucesor en la presidencia, el joven abogado Dmitry Medvedev, no escondía la poca simpatía que le generaba su par venezolano. La visita a Moscú en junio del 2008 no fue más afortunada que las anteriores y los rusos se plantaron firmes al exigir la firma de un acuerdo de cooperación militar que le dada a Rusia mayor posibilidad de auditar el destino del armamento vendido a Venezuela. Información contendida en las laptops del número dos de las FARC, Raúl Reyes, daban cuenta del ofrecimiento de cierto jerarca militar venezolano de proveer a la guerrilla con material bélico de origen ruso. Chávez, quizá temiendo la reacción dentro de las Fuerzas Armadas a la firma de un acuerdo que le daba a un poder extranjero acceso casi ilimitado a todas las guarniciones del país, se negó a firmar y llevo la relación a su punto más bajo. A las pocas semanas ocurrió la equívoca guerra en Georgia y Rusia se encontró de repente totalmente aislada en el mundo. Chávez aprovechó la oportunidad para brindar apoyo, firmar el problemático acuerdo militar sin fanfarria, reconocer a los dos territorios en disputa, y obtener a cambio crédito para seguir comprando materia bélico totalmente innecesario. A partir de ese momento, necesitándose ambos, se abrieron finalmente las compuertas para el negocio más anhelado por los rusos que era el petrolero. Bajo la dirección del viceprimer ministro Igor Sechin, presidente a su vez de la junta directiva de la estatal Rosneft, se crea el Consorcio Nacional Petrolero para arropar a todas las empresas rusas, estatales y privadas, interesadas en obtener contratos con Pdvsa. Bajo esta figura aspiran los rusos a que los contratos que firman con el alicaído régimen bolivariano sean tratados como contratos entre estados y no entre gobiernos y mucho menos entre meras empresas. Esta aspiración revela el temor que tienen los rusos que un futuro gobierno haga con ellos lo que su hoy contraparte hizo con todos los contratos firmados durante la Apertura entre Pdvsa y casi 70 empresas extranjeras. Después de mucho trámite se ha firmado un inusual contrato sin licitación y con plazo de 40 años para el desarrollo conjunto del bloque Junín 6. Se habla de una inversión de 20 mil millones de dólares para llevar la producción a 450.000 barriles por día sin que se identifique la forma en la cual la muy arruinada Pdvsa financiará su 60% del capital y de la deuda. La cortísima visita de Putin se centra en la revisión de ese mega "negocio" y de decenas de otros acuerdos, convenios y contratos que corren el riesgo de morir de inacción sin un empuje categórico. Putin viene a torcer brazos y dejar claro que no serán burlados. Pero nada garantiza que con mano firme se revierte el ciclo de incompetencia y corrupción que paraliza todo en la Venezuela socialista. Y por otro lado, si para las cámaras hay muchas sonrisas y abrazos, corren el riesgo de politizar aun más estos convenios que aspiran sobrevivan la era chavista. Con esta visita apresurada Putin hace una apuesta riesgosa en Viernes Santo, sin garantía alguna de que su socio tenga otro domingo de resurrección. Pedro M. Burelli ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL pmbcomments@gmail.com