Protección del Patrimonio Histórico Proteger, conservar... ¿para qué? Manuel Joaquín Custodio / Gestor cultural y profesor de educación visual E l patrimonio esencial, el más importante, no es de piedra, ni lienzo, ni óleo, ni es de oro y piedras preciosas... El patrimonio fundamental es el que tiene que ver con las emociones, es el patrimonio emocional, aquel que es vivencia, aquel que es sentido como algo propio, como parte de las historias personales y culturales de una comunidad. Aquel patrimonio que no es vivido por los ciudadanos no existe, aquel patrimonio que no está integrado en los recorridos formativos y/o vitales no existe. Dicho de otro modo: ¿Qué demonios hace un Van Gogh encerrado en una caja fuerte de un banco? O también: Los Guerreros del Mausoleo de Quin Shi Huang son una parte fundamental del patrimonio de la cultura china, pero lo son tras haber sido hallados. Ningún bien patrimonial estará mejor conservado y protegido que aquel que permanezca oculto, alejado lo más posible del flujo del tiempo; pero ¿para qué? Aquel patrimonio que no sea de utilidad social no es patrimonio, es tesoro, cual botín pirata, destinado a permanecer oculto y, por tanto, desposeído de su sentido. Rotundamente creo que la única función social que tiene un patrimonio, sea de la índole que sea, es la de formar parte viva de la historia personal de cada ciudadano. Así pues, es deber de todos los estamentos, públicos o privados, que estudian y protegen un bien patrimo- SEGURITECNIA Marzo 2014 nial hacer de éste un legado vivo y presente. Desde el estatismo ancestral y natural de toda institución que vela por un legado patrimonial determinado (fundaciones, consorcios, diputaciones, municipios, patronatos, museos, etcétera) hay sin duda cierto recelo a ser devorados por su público. Las instituciones necesitan la mentalidad de una estrella del pop: han de buscar reconocimiento, popularidad y prestigio, han de entregarse a su público sin perder su esencia (conservar, restaurar y difundir). En el tiempo en que trabajé en los servicios educativos de diferentes instituciones culturales y museísticas pude comprobar que los principales activos dentro del público que acude a visitar un bien patrimonial son los grupos de gente mayor y los escolares (pequeños o adolescentes). Los entendidos, historiadores y demás son minoría. La institución se debe a su público y en ese deber sólo tiene dos opciones: pensar la mejor forma de poner los bienes patrimoniales y culturales a su servicio o morir de inanición y aburrimiento. La gente mayor es incondicional del ocio en grupo, es más difícil perderlos como público que ganárselos, pero aun así existen venerables instituciones guardianas del patrimonio cultural que lo consiguen año tras año. Los adolescentes son un público privilegiado: no conocen, tienen una curiosidad natural innegable, son irreverentes y tienen hambre de experiencias nuevas. Saber sintonizar desde la institución patrimonial con todo este potencial adolescente será un factor que dará vida a la institución e integrará el bien patrimonial en la vivencia, emociones y recuerdos de un colectivo importante: la gente joven. Personalmente, guardo como un pequeño tesoro la visita que realicé, siendo adolescente, a la ciudad romana de Empúries, recuerdo las ruinas, el edificio del museo, la playa, el sol, un día de descubrimientos, un viaje al pasado de aquel lugar, una pirueta del tiempo, una experiencia compartida con amigos, un día donde pudimos mirar, aprender, jugar y pasear por la playa. No recuerdo, lo reconozco, las explicaciones del guía o el servicio de seguridad del lugar. Pero eso es lo mejor que puede pasar, los servicios estaban presentes e hicieron tan bien su trabajo que la memoria conserva lo más esencial: la emoción que se respiraba en aquel entorno, la emoción de lo vivido, algo insustituible. S 35