Armonía interior Por Raymond Bernard, F.R.C. Encontrar la paz, llegar a la armonía interior, he aquí un problema que se hace más y más difícil de resolver. Las gentes, en el mundo entero, están sin cesar expuestas a las noticias aflictivas y cargadas, en potencia, del más grande peligro. Los numerosos comentarios que dan los especialistas de la situación mundial, intencionadamente dan a las noticias un carácter permanente de tensión. Es ese un medio de poner a beneficio el principio psicológico del suspenso. En otras palabras, se ha despertado el interés en inflamar, dramatizar y exagerar al extremo todo evento de importancia. Aquellos que tienen la responsabilidad de la información, saben que las poblaciones están profundamente interesadas en la situación mundial, y ellos dan importancia y acentúan todo lo que se relaciona con ella. Al elegir entre las noticias del día un acontecimiento local accidental, la aumentan y le asignan una importancia susceptible de promover una gran emoción en el público. Esta tendencia aspira a aumentar la venta de los diarios; no tiende solamente a informar. En todos los casos, de este estado de cosas resulta una creciente dificultad a substraerse de tales influencias. Los medios que generalmente empleamos para escapar a los tumultos del día (la radio, la televisión, las revistas, las películas, por ejemplo) están saturados de títulos y editoriales inquietantes. En verdad, el término medio de los individuos quiere estar bien informado. No desea de ningún modo retirarse de la realidad y, como el avestruz, esconder su cabeza en su propio ser. Él quiere meditar sobre las impresiones que constantemente le asaltan, y poner orden en sus pensamientos. Él no cree que todas las actividades de la vida sean bajas y viles. Está él convencido que existen ciertos nobles objetivos que pueden y deben ser cumplidos y que permitirán disminuir la tensión en el mundo. Él sabe, también, que la sociedad depende únicamente de lo que los hombres piensan, creen y hacen individualmente, y es precisamente esta individualidad del ser la que él desea conservar. Si, individualmente, los hombres se descorazonan y abandonan toda esperanza de mejoramiento social, entonces la sociedad y sus diversas actividades reflejarán esta actitud. Sin embargo, un cierto grado de idealismo existe en todos los seres. En toda persona normal existe un conocimiento casi instintivo de la mejor manera de obrar, si se le da oportunidad de meditar sin sufrir influencias adversas. ¿No hace acaso miles de años, en las plazas públicas de la antigua Atenas, que Sócrates no dejó de afirmar que todos los hombres pueden alcanzar una sabia decisión en la mayoría de los asuntos importantes si el objeto de estos asuntos está claramente presentado a ese que Sócrates llamó su mejor juicio? El problema al que la mayoría de la gente debe enfrentarse está totalmente contenido en esta simple pregunta: "¿Dónde ir para encontrar el medio conducente al despertar de nuestra espiritualidad y nuestros sentimientos más elevados?" Las influencias a las que estamos sujetos hoy día tienden mucho a despertar las pasiones, a favorecer el materialismo y a preservar únicamente el orden económico a costa de todo el idealismo humanitario. Es deplorable constatar que muchas de las iglesias y los templos de diferentes religiones no ofrecen más el santuario de paz interior al que aspiran los fieles. Por razones de política y propaganda, surgen de los púlpitos y de los altares de esos lugares sagrados un verdadero volcán de palabras inamistosas, a veces hostiles, y a veces, en ciertos momentos, sorprende el escuchar la destrucción de un pueblo justificada y absuelta si ella ha sido hecha para preservar un derecho, un prestigio o una dominación religiosa. Un pueblo fuerte es un pueblo que ignora el temor y el desorden. Es un pueblo que ha llegado a una decisión con serenidad, sin ninguna pasión al comienzo, bajo la clara dirección de una inteligencia bien disciplinada, inspirada por las más altas directivas del ser. Tales personas pueden cometer errores de juicio; no obstante, estando al abrigo del temor, pueden ellas hacer las correcciones necesarias. Si un Rosacruz mantiene, consciente y fielmente, en la intimidad de su hogar, un Sánctum reservado a eso que él considera sagrado, constatará que pronto eso se transforma en el santuario de su propia rehabilitación. Pensando así cada día durante breves minutos, solo consigo mismo, puede confrontar sus impresiones y sus móviles espirituales con la multitud de experiencias objetivas que él ha conocido durante el curso de la jornada. Durante estos cortos períodos de relajación, diariamente será sorprendido al constatar la nueva luz proyectada sobre los hechos ocurridos algunas horas antes. La verdad será rápidamente distinguida de lo falso y lo falso también rápidamente expulsado del pensamiento. Lo que más necesitamos (en realidad, lo que más le falta al mundo) es la posibilidad de pensar en una forma personal, y también el libre ejercicio del ser. Nada es más deseado hoy en día que el silencio del ser, la solitaria comunión con nuestra triple naturaleza. Aquellos que no tengan la oportunidad de establecer un Sánctum, no importa lo humilde que sea, en la intimidad de su hogar (y desgraciadamente algunos están en este caso) deberán procurarse esa situación en otra forma. La naturaleza fue el primer templo del hombre, y no existe otro mejor, aún hoy día. Un paseo por el bosque, inclusive en invierno sobre la nieve, es inspirador. Lo mismo es verdad en un lento y meditativo caminar a través de los campos, con nuestro perro trotando en la alta hierba, o un escapar solitario sobre una roca abrupta, con un cielo azul sobre nosotros y, abajo, el mar en calma en una bahía rutilante de sol: todas estas condiciones pueden proporcionar un contacto valedero con el Cósmico y ser la fuente de esta paz interior así deseada. Aquellos que viven en una gran ciudad y que no tienen Sánctum, no deberían pensar que están privados de toda posibilidad de estar solos. Si uno hace uso de la misma iniciativa y de la misma atención para encontrar un lugar favorable a tales períodos de meditación, ¡puede estar seguro de encontrarlo! No es muy difícil hallar un rincón solitario en un parque público; o poder aún elegir el vagar sobre una escollera o sobre un malecón. Tales lugares proporcionan el ambiente deseado, con, como agregado, el efecto apaciguador del agua murmurante. Esto me recuerda el método usado por un miembro de nuestra Orden para encontrar la paz interior. Este miembro es maquinista de un tren en una de las líneas más largas, la más obstruida y la más ruidosa de su trayecto y, naturalmente, su responsabilidad era grande y considerable la tensión resultante. Un tráfico incesante agregaba aún riesgos con los que él debía contar. Hasta aquí, le era difícil relajarse y encontrar la calma suficiente para alcanzar la "paz interior". Posteriormente, se hizo miembro de un grupo local de aviación. Fue, muy pronto, un piloto experimentado, aunque no era muy joven. Fue con entusiasmo que él me dijo haber encontrado así la paz y la posibilidad de meditar, que había estado buscando durante tanto tiempo. Cuando, liberado de su trabajo, se dirigía a su club y volaba entre el cielo y la tierra a una gran altura y con tiempo magnífico, buscaba un punto de equilibrio que le permitiera relajar su atención (su avión en esos momentos avanzando prácticamente solo) recordando entonces las monografías que recientemente había estudiado y, al mismo tiempo, a veces, practicaba ciertos de sus ejercicios místicos. Él adquiría, en esos instantes, otra perspectiva de los asuntos de la vida, y esta nueva visión interior le daba más fuerza para afrontar los eventos de la existencia. Al hablarme de estos hechos, este miembro se mostraba tan radiante debido a esa confianza y felicidad, que yo quedé profundamente impresionado. No es necesario, naturalmente, el aprender a manejar un avión para encontrar el santuario interior, pero cada uno debe hacer uso de toda la iniciativa de la que es capaz para entrar en sí mismo, conocer los sentimientos y los pensamientos de su ser profundo y alcanzar la paz que se eleva del ser más interno, la Paz Profunda.