1 LOS DIVERSOS ESTADOS Y ESTATUTOS CANÓNICOS PECULIARES EDUARDO MOLANO Sumario: 1. Introducción.- 2. Los diversos estados, condiciones y oficios propios de los fieles.- 3. El estatuto de los laicos: a) Obligaciones y derechos en relación con el apostolado. El deber peculiar de santificar el orden temporal; b) el derecho a la libertad en los asuntos temporales; c) capacidad para algunos oficios y funciones eclesiásticas; d) deberes y derechos en relación con el conocimiento de la doctrina cristiana y de las ciencias sagradas; e) capacidad para algunas funciones litúrgicas; f) deberes y derechos de los laicos dedicados a un servicio especial de la Iglesia.- 4. El estatuto de los clérigos.- 5. El estatuto de la vida consagrada.-6. El estatuto del matrimonio y de la familia. 1.- Introducción. “El estado, en su significado principal, es una noción jurídica propia de las sociedades basadas en el principio de desigualdad de las personas, o sea, por decirlo de otro modo, es propia de las sociedades que podríamos llamar –usando el término en un sentido lato- “estamentales”… … Tales sociedades se caracterizan por la desigualdad ante la ley, esto es, cada grupo social tiene unos derechos y deberes específicos y sus componentes reciben un trato distinto, que puede ir desde diferencias fiscales y penales, hasta los derechos políticos… Tales diferencias se enraízan en la condición jurídica de la persona (la personalidad ante el derecho)… Hay distintas clases de personas (jurídicamente hablando), porque el contenido de la personalidad no es igual en todas… …En esta mentalidad, además del principio de desigualdad, subyace una idea, que explica su concepto jurídico de persona: el hombre adquiere su personalidad jurídica por su inserción en un contexto social determinado. De ahí, por ejemplo, los conocidos textos de los juristas anteriores al siglo XIX que distinguen entre hombre y persona. El hombre es, sencillamente, el ser humano; la persona es el hombre en su estado. Lo que determina la clase de persona a la que el hombre pertenece es el grupo social, el estamento al que está adscrito… …El concepto de estado difícilmente podía tener cabida en el Derecho Canónico, pues la Iglesia no es, ni puede ser, una sociedad estamental. Sin embargo, el concepto de estado (el estado canónico de las personas) ha tenido un gran arraigo en el último siglo y medio, precedido de su uso en siglos anteriores. Las causas de este fenómeno son difíciles de establecer. El lector encontrará en el libro de Juan Fornés ideas interesantes al respecto. 2 …Solo quisiera llamar la atención sobre un punto. También en el Derecho Canónico el concepto más propio de estado ha hecho crisis necesariamente, una vez que el principio de igualdad en lo que respecta a la condición de fiel ha sido puesto de relieve con la fuerza del magisterio solemne de la Iglesia. Si la enseñanza del II Concilio Vaticano ha obligado a los canonistas a estudiar con luz nueva la condición de fiel, no era posible que dejase de plantearse la revisión de la noción canónica de estado, noción que expresaba el principio, no de distinción o de desigualdad de funciones y ministerios (aunque en ella intentase fundarse), sino el de desigualdad en la condición de la persona (en la misma condición de fiel)…” Las palabras con las que he querido encabezar este artículo fueron escritas por el maestro Javier Hervada en el Prólogo que precede a la monografía sobre la noción de estado publicada por el Prof. Juan Fornés en 1975.1 En ellas se hace una síntesis de lo que significaba el concepto de estado en la llamada “sociedad estamental”, y de la influencia que ese planteamiento pudo tener en el Derecho Canónico anterior al Concilio Vaticano II. Ese concepto de estado se basaba en el principio de desigualdad (privilegiado por una visión de la Iglesia entendida también básicamente como una “societas inaequalis”) y en un concepto de “persona” que desconocía la condición común de fiel (redescubierta por el Vaticano II) y que, por tanto, no consideraba a las personas en su condición de igualdad en virtud del Bautismo, sino solo en su condición de diversidad por razón del estado al que pertenecían. Por ello era necesaria una revisión del concepto de estado que se basase en el principio de igualdad de todos los fieles: por razón del Bautismo se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo (canon 208 del CIC, que recoge un texto de la Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 32, del Concilio Vaticano II). El concepto de estado canónico, como afirma Javier Hervada en el texto arriba citado, no se podía seguir basando en la desigualdad en la condición de la persona, sino en el principio de distinción o de diversidad en las funciones y ministerios. Este es el planteamiento que se adopta en la citada monografía de Juan Fornés, en la que su autor aboga incluso por sustituir el término y la noción de estado por el de “condición jurídica”, especialmente en lo que se refiere a conceptuar la diversa capacidad de los fieles 2. J. FORNÉS, La noción de “status” en Derecho Canónico, Pamplona, 1975. Se puede decir que con esta monografía se inició la consagración del Prof. Juan Fornés como un sólido canonista. En ella me he inspirado también para la elección del tema de este artículo sobre los estados y estatutos canónicos, con el que quisiera rendir homenaje a esa condición de canonista del Prof. Fornés. En mi artículo me detengo especialmente en el análisis del estatuto propio de los laicos, tanto por ser más novedoso en el derecho canónico, como también en atención a la condición laical del homenajeado. 2 Ibidem., p. 332. 1 3 El Código de derecho canónico, efectivamente, ha utilizado la expresión “condición canónica de las personas físicas” para englobar bajo un mismo capítulo los cánones 96 a 112, en los que se trata de la capacidad por razones de edad, uso de razón, vecindad, domicilio, rito, etc. Sin embargo, ha continuado utilizando el término “estado” para referirse a aquellas “formas estables de vida” que están basadas en una vocación y misión propias en la Iglesia, y que suelen estar dotadas también de su correspondiente estatuto jurídico peculiar. A estos estados canónicos y a su correspondiente estatuto es a lo voy a referirme en este trabajo. Sigo utilizando el término “estado” porque es la terminología que también sigue utilizando el CIC. Sin embargo, como ya advertía más arriba, ahora ya está claro que el actual concepto de estado en el derecho canónico presupone el principio de igualdad, la condición común de fiel y el correspondiente estatuto común de todos los fieles. Por tanto, en la actualidad el concepto de estado canónico solo puede basarse en el principio de diversidad de funciones en la Iglesia. 2.- Los diversos estados, condiciones y oficios propios de los fieles. Ante todo hay que comenzar diciendo que el principio de diversidad al que nos referimos en estas páginas está fundamentado tanto en los Sacramentos como en los carismas que pueden recibir los fieles. En primer lugar, tiene una fundamentación sacramental: así como el Sacramento del Bautismo fundamenta el principio de igualdad, hay otros Sacramentos que fundamentan el principio de diversidad. Es el caso del Sacramento de la Confirmación, del Sacramento del Orden Sagrado y del Sacramento del Matrimonio. Todos estos Sacramentos están en el fundamento de la diversidad de algunos estados, condiciones y oficios en el derecho canónico. En el Sacramento del Orden se fundamenta también el principio jerárquico, que es la principal manifestación de la diversidad existente en el seno de la comunión eclesiástica. Pero, además de los Sacramentos, también los carismas dados a lo fieles son fundamento de la diversidad y variedad en la Iglesia. Se trata de aquellos dones del Espíritu Santo que son dados para utilidad de la Iglesia, para ser puestos al servicio de la Iglesia. Entre los carismas se encuentran los dones jerárquicos; se encuentran también los carismas dados a los grandes fundadores de órdenes y de congregaciones religiosas; o los carismas extraordinarios que conoce sobre todo la vida mística. Pero también están los carismas más sencillos y ordinarios que el Espíritu Santo distribuye entre los fieles para utilidad de la Iglesia.3 Todos estos carismas fundamentan también la diversidad de estados, condiciones y oficios propios de los fieles que tiene en cuenta el derecho canónico. Como señalaba más arriba en la “Introducción” a este escrito, cuando el Código de derecho canónico actualmente vigente utiliza el término estado lo 3 Lumen gentium, n. 12 4 entiende como una forma estable de vida que está basada en una vocación y misión propia dentro de la Iglesia, y que suele dar lugar también a un estatuto jurídico peculiar en el que se regulan las diferentes situaciones jurídicas que se derivan de ese estado canónico. Esto se manifiesta con claridad cuando el CIC trata de los Institutos de vida consagrada, que tienen una honda raigambre canónica y una extensa regulación codicial. En los cánones introductorios a la regulación de la vida consagrada -especialmente los cánones 573-576 del CIC –se establece una clara relación entre la noción de “estado canónico” y las “formas estables de vida” que surgen como consecuencia de una vocación y misión propia en el seno de la Iglesia. En este caso, se trata de un estado canónico que tiene origen carismático, pero de modo semejante habría que considerar los estados canónicos de fundamento sacramental. Concretamente, el Código de derecho canónico se refiere a cuatro estados diferentes que pueden ser propios de los fieles: estado laical, estado clerical, estado de vida consagrada y estado matrimonial.4 Según el CIC, el estado religioso -que goza de una larga tradición en la Iglesia- está comprendido actualmente dentro del estado de vida consagrada, pues –al regular la vida consagrada- el CIC distingue la que es propia de los institutos religiosos y la que es propia de los institutos seculares. Por lo que se refiere al estatuto jurídico peculiar de los diversos estados, el CIC regula también cuál es el orden jurídico –especialmente, los derechos y obligaciones- que corresponde a cada estado canónico.5 Además de al estado canónico, el CIC se refiere también a las condiciones y oficios que son propios de los fieles. Como también señalaba anteriormente en la “Introducción” a este artículo, cuando el CIC habla de condición canónica se refiere a aquellas circunstancias que pueden modificar la capacidad jurídica y la capacidad de obrar de los fieles: como es el caso del rito, el territorio, el parentesco, el domicilio, la edad, la capacidad psíquica…etc., (cc. 96-112). Cuando se refiere a los oficios propios de los fieles el derecho canónico utiliza una terminología variada, pues en unos casos se puede referir a los deberes propios de los fieles y en otros casos se puede referir a determinados encargos o ministerios en la Iglesia (así, por ejemplo, cuando se habla de los oficios o ministerios laicales en el canon 230). En estas páginas solo nos vamos a referir a cada uno de los estados canónicos antes mencionados y a su correspondiente estatuto jurídico. Trataremos con un poco más de detenimiento el estatuto jurídico de los laicos, que es el que goza de mayor novedad en el actual Código de derecho canónico, y el primero del El Código utiliza expresamente el término “status” para referirse al estado laical (C.585 & 1), al estado clerical (cc. 278 & 1, 282 & 2; 285 & 2; 289 & 2; 290; 291; 292; 293; 588 & 1), al estado de vida consagrada (cc. 207 & 2; 574 & 1-2; 588 & 1; 598 & 2) y al estado matrimonial (cc. 226; 1063; 1134). Pero otras veces lo hace implícitamente. 5 Cuando usamos en el texto el término “estatuto jurídico peculiar” por referencia a los estados canónicos, utilizamos este término en un sentido amplio. Como es sabido, el canon 94 del CIC afirma que “estatutos en sentido propio son las normas que se establecen a tenor del derecho en las corporaciones o en las fundaciones, por las que se determinan su fin, constitución, régimen y forma de actuar”. 4 5 que trata el CIC después de haber tratado del estatuto común de los fieles. A continuación, nos referiremos más brevemente a los demás estatutos peculiares. 3.- El estatuto de los laicos. El Código de Derecho Canónico de 1917 se limitaba a reconocer a los laicos un único derecho: el derecho a los bienes espirituales necesarios para la salvación.6 Se consideraba que los derechos y los deberes de los laicos eran más bien competencia del derecho civil. Después del Concilio Vaticano II las cosas han cambiado: El Concilio dedicó mucha atención a los laicos en algunos de sus documentos y el CIC de 1983 ha reconocido los derechos y deberes que son propios de los laicos en el correspondiente estatuto jurídico (cc. 224-231). Quisiera comentar el contenido esencial de esos cánones, siguiendo el mismo orden en el que se encuentran dentro del Código.7 En primer lugar, con carácter introductorio, el canon 224 declara que los derechos y obligaciones de los laicos no son solamente los que se les reconocen en su estatuto propio, sino que hay que añadir también los que son comunes a todos los fieles, y otros que se establecen en otros cánones. Considera, por tanto, que la enumeración de derechos y obligaciones que en esos cánones se hace no es exhaustiva, y, a la vez, parece reconocer también que, a diferencia de lo que ocurría en el CIC de 1917, el laicado tiene una amplia consideración dentro del nuevo Código de derecho canónico. a) Obligaciones y derechos en relación con el apostolado. El deber peculiar de santificar el orden temporal. El canon 225 se refiere a la vocación apostólica de los laicos que, como todos los demás fieles, han sido “destinados por Dios al apostolado”. Esta vocación y misión apostólica tiene su fundamento en los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Por tanto, no es necesario un mandato jerárquico para que los laicos puedan hacer apostolado, como ocurría en el periodo anterior al Concilio Vaticano 6 Así lo establecía el canon 682, que afirmaba que “los laicos tienen derecho a recibir del clero, conforme a la disciplina eclesiástica, los bienes espirituales, y especialmente los auxilios necesarios para la salvación”. Por otra parte, este único derecho que se reconoce a los laicos, ni siquiera es propio de los laicos en exclusiva sino que es un derecho que corresponde a todos los fieles. 7 Sobre el estatuto jurídico del laicado existe una amplia bibliografía. Antes de la promulgación del CIC se puede destacar el libro de A. del PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia. Bases de sus respectivos estatutos jurídicos, Pamplona, 1991 (3ª ed.). Después del CIC pueden verse, a título de ejemplo, VV.AA. I laici nel diritto della Chiessa, Città del Vaticano, 1987; J. HERRANZ, Lo statuto giuridico dei laici: l’apporto dei testi conciliari e del Codice di diritto canonico del 1983, en “Studi in memoriam di Mari Condorelli, vol. I, t. 2, Milano, 1988. pp. 761-790; E. CORECCO, I laici nel nuovo Codice di Diritto canonico, en “Ius e Communio”. Scritti di diritto canonico, II, pp.283-315. Sobre la condición jurídica del laico puede verse también J. FORNÉS, La condición jurídica del laico en la Iglesia, en “Il diritto ecclesiastico”, 98, (1987), 2, pp. 471-499. 6 II. Los laicos, como los demás fieles, están llamados al apostolado por el Bautismo y por la Confirmación, puesto que el Sacramento de la Confirmación perfecciona y aumenta la gracia que el fiel ha recibido en el Bautismo, convirtiendo al Bautizado en un cristiano adulto, llamado a vivir la fe con fortaleza, y a proclamarla, difundirla y defenderla cuasi ex officio. La Confirmación es, pues, un Sacramento para crecer en santidad y para que se tenga la fortaleza que se requiera para dar testimonio apostólico, incluso con el martirio si fuera necesario. Según el canon citado, el apostolado es una obligación general y también un derecho, entre otras cosas porque ese derecho se requiere para poder cumplir con la obligación. El deber de apostolado que los laicos tienen por su vocación es ante todo un deber moral, pero también es un deber jurídico, de modo semejante a como lo es en el caso de los demás fieles. En cuanto al derecho al apostolado, se trata de un derecho de libertad, cuyo ejercicio no puede ser impuesto ni impedido. La función de la Jerarquía respecto al apostolado de los laicos es fomentarlo y apoyarlo, prestándole los principios y subsidios espirituales; ordenar el desarrollo de ese apostolado al bien común de la Iglesia, y vigilar que se respete también la doctrina cristiana. Los sujetos de este derecho y deber son los laicos individualmente, y también unidos en asociaciones, que pueden ser exclusivamente asociaciones laicales (cc. 327-329). El objeto de este derecho-deber es trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo. Esta obligación es especialmente apremiante para los laicos allí donde “sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo”: esas circunstancias que les obligan en particular están relacionadas ante todo con aquellos ambientes a los que solo ellos pueden llegar. Los laicos pueden difundir ahí el mensaje de la salvación porque ellos no solo llegan mejor que nadie a ciertos ambientes sino también porque pueden hablar mejor que nadie con el estilo propio de esos ambientes, haciéndose entender. El canon 225 § 2 se refiere a un “deber peculiar” de los laicos, que les corresponde por la vocación y misión que les es propia dentro de la Iglesia: objeto de este deber es “impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico”, dando así testimonio de Cristo, “especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de esas tareas seculares”. En efecto, según Lumen gentium 31, ‘a los laicos pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales’. Por tanto, la santificación de las realidades terrenas es la misión específica de los laicos; la secularidad es la nota teológica que los caracteriza. Ellos viven in hoc saeculo y su deber peculiar es santificar el siglo, ese mundo en el que están naturalmente inmersos, el mundo de las realidades terrenas naturales: el mundo del matrimonio, de la familia y del trabajo; el mundo de las fábricas, los talleres, las empresas y las diversas profesiones; el mundo de la política, de la sociedad y de la economía; el mundo de la cultura, del arte, del cine, del teatro, de la música… Es ahí donde la Iglesia se puede hacer presente gracias a los fieles laicos, y es ahí donde los laicos pueden, a su vez, hacer presente a Cristo y a la Iglesia mejor que nadie. 7 b) El derecho a la libertad en los asuntos temporales. El canon 227 recoge un derecho: es el derecho a la libertad en los asuntos temporales. El sujeto titular son los fieles laicos. El objeto de este derecho es la libertad en los asuntos terrenos, que está basada en la autonomía del orden temporal. Según este canon, en esta materia los fieles laicos tienen la misma libertad que tienen todos los ciudadanos. Por eso, el fundamento de este derecho no puede ser otro que la autonomía del orden temporal respecto al orden espiritual. Autonomía que se encuentra recogida en la Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 36, del Concilio Vaticano II8. Esa autonomía reconocida por el Concilio se refiere también a la que tiene el poder temporal con respecto a la potestad eclesiástica. Como es bien sabido, según el Vaticano II las relaciones entre la Iglesia y el Estado se basan en los principios de la mutua autonomía e independencia; a la vez que en el principio de la mutua colaboración).9 La Iglesia renuncia así al ejerció de la potestad eclesiástica sobre el orden temporal. Por otra parte, la doctrina conciliar se distinguía también de las viejas doctrinas que fueron defendidas en el pasado por la Escuela del Derecho Público Eclesiástico; con ello me refiero tanto a la doctrina de la potestad directa como a la doctrina de la potestad indirecta sobre lo temporal. Por tanto, después del Concilio Vaticano II no es defendible ni la potestad directa ni la indirecta sobre lo temporal. La Iglesia no renuncia, sin embargo, a su Magisterio moral: considera que puede y debe dar su juicio moral sobre los asuntos temporales cuando así lo requieran los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. De este modo, reivindica su competencia para enjuiciar moralmente los asuntos terrenos a través de un juicio que se coloca en el ámbito moral. En el mismo sentido, la Iglesia se considera competente para interpretar la ley natural y el derecho natural, como una parte de su Magisterio moral. No reivindica esta competencia de un modo exclusivo, puesto que la ley natural puede ser conocida también por la razón humana, pero considera que le corresponde esa interpretación auténtica de la ley natural en virtud de la conexión de esta materia con la Revelación y la fe. 8 Como es sabido, esa autonomía del orden temporal fue vigorosamente proclamada por el Concilio Vaticano II de modo inequívoco: “Si por autonomía de las realidades terrenas entendemos que las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente, exigir esa autonomía es completamente lícito. No solo la reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que está también de acuerdo con la Voluntad del Creador…” (Gaudium et spes, n. 36). Por el contrario, afirma también el Concilio que “si por la palabra autonomía de las realidades temporales se entiende que las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador, todo el que conoce a Dios siente hasta qué punto son falsas las opiniones de este tipo. Pues sin el Creador la criatura se diluye…” (Ibidem). 9 Gaudium et spes, n. 76 8 Así pues, en virtud de la autonomía del orden temporal, los laicos tienen en los asuntos terrenos la misma libertad que compete a los demás ciudadanos. Sin embargo, en el ejercicio de este derecho, el canon 227 exige tres requisitos de licitud: 1) Que sus acciones se inspiren en el espíritu evangélico: el Evangelio es la norma fundamental del cristiano. 2) Que presten atención a la doctrina propuesta por el Magisterio de la Iglesia: ese Magisterio moral al que antes nos referíamos. 3) Que eviten presentar como doctrina de la Iglesia su propio criterio en materias que son opinables: las materias opinables tienen que ver con las circunstancias concretas; mientras que la doctrina de la Iglesia se refiere a los principios morales por los que se rigen.10 c) Capacidad para algunos oficios y funciones eclesiásticas. Ante todo hay que subrayar que, según el canon 228 § 1, se trata de una capacidad (“habiles sunt”) y no de un derecho de los laicos. Para ello se exige como presupuesto “que sean considerados idóneos”, es decir, que tengan aquellas cualidades o condiciones que se requieran para poder desempeñar esos oficios o encargos eclesiásticos. El objeto de esa capacidad se refiere a “aquellos oficios eclesiásticos y encargos que puedan cumplirse según las prescripciones del derecho”. Por “oficio eclesiástico” hay que entender cualquier cargo, constituido establemente por disposición divina o eclesiástica, que haya de ejercerse para un fin espiritual (canon 145 & 1). Pero hay que tener en cuenta que los laicos no pueden obtener oficios para cuyo ejercicio se requiera la potestad de orden o la potestad de régimen eclesiástico (canon 274 & 1). Por tanto, los laicos no podrán ser titulares de aquellos oficios eclesiásticos cuyo presupuesto de capacidad sea haber recibido el Sacramento del Orden Sagrado. . El canon 228 §2 se refiere también a otra capacidad y no a un derecho: a la capacidad para ayudar como peritos y como consejeros a los pastores, incluso formando parte de consejos. Se trata, por tanto, de una capacidad más específica, dentro de esa capacidad general para los oficios eclesiásticos que tienen los laicos. En efecto, ahora el objeto de esta específica capacidad es “ayudar como peritos y consejeros a los Pastores de la Iglesia”; capacidad que incluye también el poder “formar parte de consejos”. Esta ayuda que los laicos pueden prestar a los 10 Para todo lo relativo a este derecho de los laicos y su participación en la vida pública es interesante tener en cuenta la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 24 de noviembre de 2002, “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y a la conducta de los católicos en la vida política”. Su texto íntegro puede verse en” Fidelium iura”, 12, 2002, pp.179-193, con un comentario de J. CALVO, Autonomía de lo temporal, libertad política y coherencia cristiana. Una clarificación sobre el sentido de la libertad de los católicos en la vida política, Ibidem. pp.195-206. 9 Pastores de la Iglesia no excluye tampoco la cooperación en el ejercicio de la potestad de gobierno eclesiástico (canon 129 & 2). Como presupuesto para esta capacidad específica el canon requiere que estos laicos destaquen por su “ciencia, prudencia y honestidad”. La ciencia es una virtud intelectual; la prudencia es una virtud moral; la honestidad es la integridad moral. Se trata, por tanto, de unas cualidades bien precisas que pueden requerir una buena preparación. Se puede pensar, por ejemplo, en todos aquellos oficios o encargos que requieran una específica preparación profesional o una especialización que se base también en la experiencia o práctica profesional: peritajes de médicos psiquiatras en procesos de nulidad matrimonial; abogados, defensores del vínculo, notarios o incluso jueces en Tribunales Eclesiásticos, etc. Piénsese también en las posibilidades que están abiertas a los laicos como miembros de Consejos a todos los niveles de la organización eclesiástica: así en las parroquias (Consejo de pastoral, Consejo de catequesis, etc.), como en las diócesis (Consejo de pastoral diocesano, Consejo de asuntos económicos, etc.), como en la Curia Romana (consultores en los diversos Dicasterios de la Curia). d) Deberes y derechos en relación con el conocimiento de la doctrina cristiana y de las ciencias sagradas. El canon 229 tiene tres parágrafos. En el primero se trata de los deberes y derechos en relación con la doctrina cristiana, y en los otros dos se trata de derechos y capacidades en relación con las ciencias sacras. En primer lugar, los laicos tienen el deber y derecho de adquirir un conocimiento adecuado de la doctrina cristiana. La medida de este derecho-deber es la “capacidad y condición de cada uno”, puesto que las situaciones en que se encuentran unos y otros pueden ser muy variadas. Ese conocimiento de la doctrina cristiana es necesario para que los laicos puedan cumplir los cuatro objetivos a los que se refiere el canon 229 & 1: a) Vivir según la doctrina cristiana b) Proclamarla c) Defenderla cuando sea necesario. d) Ejercer la parte que les corresponde en el apostolado. El fundamento de este deber está en el Sacramento del Bautismo – y, en su caso, de la Confirmación-, como lo afirma el canon 217, que reconoce el derecho de todos los fieles a una educación cristiana basado en el deber bautismal de llevar una vida congruente con la doctrina evangélica. Hay, pues, una evidente afinidad entre este derecho-deber de los laicos del canon 229 & 1 y el derecho de todos los fieles a una educación cristiana reconocido por el canon 217. En realidad lo que hace el canon 229 & 1 es establecer una concreción y especificación, para el caso de los laicos, de ese derecho general de todos los fieles a la educación cristiana, al que se refiere el canon 217, aunque añadiendo los matices que acabamos de analizar y describir. 10 El canon 229 & 2 reconoce a los laicos un derecho cuyo objeto es el conocimiento más profundo de la ciencias sagradas. Se trata, por tanto, de todas aquellas ciencias que se refieren a la Revelación y a la fe, y que se suelen impartir en las Universidades y Facultades eclesiásticas y en los Institutos Superiores de Ciencias religiosas. Para ello, los laicos -hombres y mujeres- tienen el derecho de matricularse en este tipo de Centros académicos, así como el derecho de asistir a sus clases y de obtener sus grados académicos sin ninguna limitación: es decir, incluyendo el doctorado, que es el máximo grado que se suele conceder (generalmente se distribuyen en tres niveles: bachillerato, licenciatura y doctorado). En el parágrafo tercero del canon 229 se trata de una capacidad y no de un derecho. A los laicos se les reconoce la capacidad para poder enseñar ciencias sagradas, también en todos esos centros mencionados (Universidades, Facultades eclesiásticas e Institutos de ciencias religiosas). La enseñanza de las ciencias sagradas -especialmente en esos centros académicos- requiere haber recibido de la autoridad eclesiástica competente el mandato de enseñarlas. Se trata de una especie de nihil obstat que puede dar la Santa Sede o la autoridad a quien corresponda. Por tanto, el objeto de esa capacidad que se reconoce a los laicos es precisamente el poder recibir ese mandato de la legítima autoridad. A su vez, es presupuesto para esta capacidad que se tenga la idoneidad necesaria. Esta idoneidad estará en relación con la integridad de vida y de doctrina, pero los requisitos de idoneidad pueden estar también en relación con el nivel académico correspondiente. Por ejemplo, para ciertos niveles se requerirá, además del grado de doctorado, tener una determinada experiencia investigadora y docente, contar con el suficiente número de publicaciones, etc. e) Capacidad para algunas funciones litúrgicas. El canon 230 se refiere a la capacidad que se reconoce a los laicos para participar en algunas funciones litúrgicas: en primer lugar, la capacidad que se reconoce a los varones laicos para desempeñar el ministerio estable de lector y acólito; en segundo lugar, la capacidad que se reconoce a todos los fieles laicos para desempeñar por encargo temporal algunos funciones litúrgicas; y, en tercer lugar, la capacidad que también se reconoce a todos los fieles laicos de suplir a los ministros sagrados en algunas de sus funciones litúrgicas. El canon 230 & 1 reserva para los varones laicos la capacidad de ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito. El ministerio estable de lector y acólito, que se recibe mediante el rito litúrgico previsto, es el que ha sustituido de alguna manera a las antiguas órdenes menores. La recepción de este ministerio estable se requiere como un paso previo para recibir el Sacramento del Orden; pero quienes lo reciben no ingresan ya en el estado clerical, como ocurría con las antiguas órdenes menores, sino que siguen siendo fieles laicos. Por otra parte, aunque la colación de este ministerio es requisito necesario para recibir el Sacramento del Orden, no tiene por qué llevar consigo la posterior recepción de ese Sacramento. Sin embargo, esa relación con el Sacramento del 11 Orden es la que ha podido influir para que la capacidad para recibir este ministerio estable se haya reservado a los varones y se haya excluido a las mujeres. Respecto a los varones, el presupuesto de idoneidad es que tengan la edad y las condiciones establecidas por decreto de la Conferencia Episcopal. Sin embargo, la colación de estos ministerios no da derecho, por sí misma, a una remuneración o retribución económica. Otra cosa sería si, mediante el ejercicio de esos ministerios, se prestasen unos servicios a la Iglesia que llevasen a acordar entre las partes correspondientes una remuneración. El segundo parágrafo del canon 230 dispone que “por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las ceremonias litúrgicas”. Por tanto, por encargo temporal, esta función puede ser desempeñada también por las mujeres. El canon no menciona la función de acólito, pero dice que todos los laicos tienen capacidad para desempeñar también las funciones de “comentador, cantor y otras”. Deja abierta, por tanto, otras posibilidades, y entre ellas la de acólito. A este propósito, existe una interpretación auténtica del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, que responde afirmativamente a la cuestión de si todos los laicos, sean varones o mujeres, pueden ejercer el “servicio al altar”, como uno de los servicios litúrgicos a que se refiere el párrafo 2 del canon 230. Por otra parte, la Santa Sede ha establecido que compete a cada Obispo en su Diócesis, oído el parecer de la Conferencia Episcopal, disponer si concede la licencia o permiso que se requiere para ello, teniendo en cuenta que el citado canon tiene carácter permisivo y no preceptivo, y que ese servicio litúrgico no es un derecho de los laicos. Además, la Santa Sede recuerda que siempre será muy oportuno seguir la noble tradición del servicio al altar por parte de niños monaguillos, pues es bien conocido que esto ha favorecido el aumento de las vocaciones sacerdotales. 11 El tercer parágrafo del canon 230 establece que todos los fieles laicos, incluidos varones y mujeres, pueden realizar funciones de suplencia de los ministros sagrados. En concreto, enumera cuatro de esas funciones de los ministros que pueden ser suplidas por los laicos: 1) ejercitar el ministerio de la palabra; 2) presidir las oraciones litúrgicas; 3) administrar el Sacramento del Bautismo; 4) dar la Sagrada Comunión. Se trata, por tanto, de funciones que, en sí mismas, son propias de los clérigos y no de los laicos. Los clérigos son los ministros ordinarios de estas funciones; los laicos, en cambio, actúan como ministros extraordinarios. Por eso los laicos desempeñan aquí una función supletoria, hacen de suplentes cuando no se puedan encontrar clérigos que las realicen. De ahí, los dos requisitos de licitud que el canon establece: Que lo aconseje la necesidad de la Iglesia y que no haya ministros sagrados. De no cumplirse estos dos requisitos conjuntamente, esa función de suplencia no sería lícita y supondría un abuso. En consecuencia, no sería lícito aducir otros motivos diferentes para 11 AAS, 86, 1994, pp. 541-542. 12 justificar esa suplencia, como pudiera ser, por ejemplo, una mayor comodidad de los ministros sagrado; o considerar que de ese modo se fomenta la participación de los laicos en la vida de la Iglesia, puesto que -como ya tuvimos ocasión de ver en el apartado a) de este mismo epígrafe- los laicos tienen una vocación y misión peculiar dentro de la Iglesia diferente a la de los clérigos que es la que hay que fomentar. Sin embargo, no es necesario que los laicos que realicen esas funciones de suplencia cuando se den esos dos requisitos hayan recibido el ministerio estable de lector y acólito.12 f) Deberes y derechos de los laicos dedicados a un servicio especial de la Iglesia. El canon 231 se refiere a los laicos que “se dedican a un servicio especial de la Iglesia” y a los deberes y derechos que le corresponden, delineando lo que podríamos considerar el estatuto jurídico que les es propio. Se trata de aquellos laicos a los que se refiere el Decreto Apostolicam actuosiatem, 22, del Concilio Vaticano II, en el que claramente se inspira este canon. Por tanto, el texto conciliar es clave para entender lo que el canon quiere decir cuando habla de un “servicio especial de la Iglesia”. El Decreto conciliar se refiere a aquellos laicos, célibes o casados que, de manera definitiva o temporalmente, se dedican, con su experiencia profesional – “seipsos, sua peritia professionali, devovent”-, al servicio de las instituciones y de sus obras. A continuación, el decreto afirma que estos laicos ofrecen su personal servicio –“proprium ministerium praebent”- a las asociaciones y obras de apostolado, tanto dentro de su nación como en el campo internacional y, sobre todo, en las comunidades católicas de los territorios de misión y de las nuevas Iglesias. Por tanto, se trata de un servicio a la Iglesia que se realiza poniendo a su disposición la “experiencia profesional”. Pero lo que lo caracteriza es precisamente que esa pericia profesional se ponga al “servicio de la Iglesia” y esté inspirada por motivos eclesiales; o, dicho en otros términos, que se trate de una “dedicación personal” movida por lo que es propio de la vocación de los laicos. Como ya se puso de manifiesto anteriormente, la misión principal de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo es “buscar el Reino de Dios, tratando y ordenando según Dios los asuntos temporales”. Todo esto se consigue, entre otras cosas, a través del ejercicio de su trabajo profesional. Pero esa profesión se puede ejercitar en el mundo, que será lo habitual en la mayor parte de los fieles laicos, o se puede poner también al servicio de la propia Iglesia, colaborando así con las obras e instituciones eclesiásticas. A esto es a lo que se refiere el citado Decreto Apostolicam actuositatem, 22; y en esto es en lo que se diferencia ese específico “servicio a la Iglesia” -del que habla el canon 231 & 1- del servicio que puede prestar también un profesional o un trabajador por motivos estrictamente 12 Para todo lo relacionado con este canon y, en general, con la colaboración de los laicos en el ministerio de los presbíteros es importante tener en cuenta la normativa recogida en la Instrucción Ecclesiae de mysterio, de 15.VIII.1997 (A.A.S., 89, 1997, pp. 852-857). 13 laborales (por ejemplo, exclusivamente para recibir un salario). Por esta razón también ese específico “servicio a la Iglesia” puede ser considerado un “munus” eclesiástico, según la expresión utilizada por el citado canon 231 & 1. Todo esto requiere una adecuada formación, no solo para tener esa pericia profesional a la que nos acabamos de referir, sino también para poder realizar ese servicio a la Iglesia y ejercitar el “munus” “con conciencia, generosidad y diligencia”. Este es precisamente el objeto del deber del que habla el canon citado. El segundo parágrafo del canon 231 establece que esos laicos que prestan un servicio a la Iglesia tienen derecho a una conveniente retribución, que responda a su condición personal y familiar, aunque se mantiene lo establecido en el canon 230 §1. Para ello el legislador dispone que se tenga en cuenta el derecho civil. En segundo lugar, se les reconoce también el derecho a su previsión y seguridad social y a la asistencia sanitaria. 4.- El Sacramento del Orden y el estatuto de los clérigos. Mediante el Sacramento del Orden, por institución divina, algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros sagrados (canon 1008); de este modo, son consagrados y destinados a apacentar el Pueblo de Dios según el grado de cada uno (episcopado, presbiterado y diaconado), desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir (cc.1008-1009). El Sacramento del Orden es, pues, el fundamento del ministerio jerárquico y del principio jerárquico en la Iglesia. A través del Sacramento del Orden los ministros sagrados quedan habilitados también para actuar “in persona Christi Capitis”, en nombre y en representación de Cristo, Cabeza de la Iglesia, con el poder de representarlo y de ejercitar su potestad -“sacra potestas”- en relación con las tres funciones propias de Cristo y de la Iglesia (munus docendi, sanctificandi et regendi). Este es también el fundamento de institución divina, en virtud del cual en la Iglesia hay dos condiciones fundamentales de fieles: los ministros sagrados, que en el derecho se denominan clérigos, y los demás fieles no “ordenados in sacris” o laicos (canon 207 & 1). La Iglesia se constituye así como el Cuerpo de Cristo, con una estructura orgánica, en la que sus miembros tienen diversidad de funciones: los clérigos, a través del Sacramento del Orden, desempeñan las funciones de enseñar, santificar y regir en representación de Cristo como Cabeza de la iglesia; y los demás fieles desempeñan esas funciones como lo hacen los restantes miembros de un cuerpo orgánico, colaborando con la cabeza. En esa diversidad de funciones se basa el distinto estatuto jurídico de clérigos y laicos. Los clérigos tienen un estatuto jurídico propio y distinto a los laicos porque su misión en la Iglesia es diferente. Tienen un modo distinto de vivir la condición del fiel por estar destinados a los ministerios eclesiásticos: prestan un servicio a la Iglesia en su condición de jerarquía, y, en cuanto representantes de Cristo, hacen de cabeza en las estructuras eclesiásticas. Mientras que los fieles laicos, como ya hemos visto, tienen como misión propia la santificación del mundo, 14 ordinariamente desempeñando sus funciones y oficios en el seno de las estructuras seculares. El estatuto jurídico de los clérigos es, por tanto, consecuencia de esa condición jerárquica que los ministros sagrados tienen en la Iglesia, por virtud de la cual queda modalizada canónicamente su condición de fieles que, por lo demás, siguen conservando siempre. Pero, dado que el estado canónico propio de los clérigos afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia, es necesario un estatuto jurídico especial. En ese estatuto se contienen las obligaciones y derechos que les corresponden de acuerdo con su condición de ministros sagrados (cc. 273-289).13 Como ya he advertido anteriormente, no pretendo en estas páginas hacer un estudio pormenorizado de ese estatuto, con sus correspondientes derechos y obligaciones. Pero sí quisiera subrayar por su importancia una capacidad que es específica de los clérigos. Me refiero a aquella capacidad que les corresponde a los clérigos como consecuencia también de lo dicho sobre su misión y funciones en la Iglesia: solo los clérigos pueden obtener oficios para cuyo ejercicio se requiera la potestad de orden o la potestad de régimen eclesiástica (canon 274 & 1). La razón está en que ambas potestades tienen su fundamento en el Sacramento del Orden y, por tanto, se establece como norma general que los oficios en que estas potestades se ejercitan queden reservados a quienes hayan recibido la ordenación sagrada. Esto vale especialmente para los oficios capitales: dado que es necesario haber recibido el Sacramento del Orden para actuar en nombre de Cristo Cabeza, por su propia naturaleza los oficios capitales solo pueden ser obtenidos por quienes tengan la necesaria habilitación. 5.- El estatuto de la vida consagrada. El canon 207 §2 se refiere a lo que considera un nuevo estado de vida: el estado de vida consagrada. A diferencia de lo que ocurre con el estado clerical, este canon afirma que el estado de vida consagrada “no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia”, pero sí pertenece a su “vida y santidad”. . En ese párrafo segundo del canon se resumen casi literalmente varios pasajes de los números 43 y 44 de la Constitución Dogmática “Lumen gentium”, del Concilio Vaticano II. Dentro de los laicos y clérigos, hay también fieles que se consagran a Dios de un modo nuevo, a través de la “profesión de los consejos evangélicos”. Esta profesión tiene lugar “mediante votos u otros vínculos sagrados” (como pueden ser el juramento, la promesa, etc.), que han de ser “reconocidos y sancionados por la Iglesia”. El canon afirma también que esa consagración por la profesión de los consejos evangélicos contribuye a la “misión salvífica de la Iglesia”. Por tanto, esa consagración confiere una misión propia y peculiar dentro de la Iglesia, distinta de la que corresponde a otros estados de vida. Se trata de un estado canónico 13 Para todo lo relativo al estatuto de los clérigos y, en general, toda la normativa que afecta a los ministros sagrados, puede verse, entre otros, T. RINCÓN, El orden de los clérigos, Pamplona, 2009. 15 peculiar, el estado de vida consagrada, que deberá tener también su correspondiente estatuto jurídico.14 El Código de derecho canónico se refiere a lo que llama “institutos de vida consagrada” en la Sección I, Parte III del Libro II (cc.573-730). Considera que la profesión de los consejos evangélicos es una “forma estable de vivir”, que supone una dedicación total a Dios por un nuevo y peculiar título (canon 573 & 1); esta forma de vivir se adopta generalmente –con la excepción de la vida eremítica o anacorética y el orden de las vírgenes, a que se refieren los cánones 603-604- en institutos de vida consagrada canónicamente erigidos por la autoridad competente de la Iglesia (canon 573 & 2). Se trata de un estado canónico a partir de una vocación peculiar a la que Dios llama especialmente a algunos fieles (canon 574). Corresponde a la autoridad eclesiástica competente “regular con leyes la práctica de los consejos evangélicos y determinar mediante la aprobación canónica las formas estables de vivirlos” (canon 576). Esta regulación canónica es la que da lugar al estatuto jurídico propio y peculiar del estado de vida consagrada, cuyo estudio pormenorizado rebasaría por completo el objetivo que nos proponemos en este artículo. Dentro de los institutos de vida consagrada, se distinguen los institutos religiosos (cc. 607-709) y los institutos seculares (cc. 710-730). La vida religiosa es la primera que surgió históricamente a partir del siglo IV. Los religiosos emiten “votos públicos” dentro de su instituto, y el “testimonio público” que han de dar lleva consigo un “apartamiento del mundo” que sea propio del carácter y finalidad de cada instituto (canon 607). En cambio, los institutos seculares, nacidos en pleno siglo XX, se caracterizan porque los fieles, “viviendo en el mundo”, se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él (canon 710). En este sentido, los miembros de los institutos seculares “no modifican su propia condición canónica, clerical o laical” (canon 711). 6.- El Sacramento del matrimonio y el estatuto de la familia. El Código de derecho canónico regula el matrimonio en el Libro IV, Parte I, dedicada a los Sacramentos (cc. 1055-1165). El matrimonio es descrito como un “consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”; el matrimonio surge de la alianza matrimonial (“matrimoniale foedus”), que fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de Sacramento entre bautizados (canon 1055 & 1). Teniendo en cuenta los fines del matrimonio mencionados por el canon 1055 (el bien de los cónyuges y la generación y educación de los hijos) y las propiedades esenciales las que se refiere el canon 1056 (la unidad y la indisolubilidad), el canon 1134 afirma que del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo que 14 Para un análisis más extenso del estatuto canónico de la vida consagrada puede verse también T. RINCÓN, La vida consagrada en la Iglesia latina. Estatuto teológico-canónico, Pamplona, 2001. 16 es perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; este vínculo, que es el primero y principal de los efectos que causa la alianza matrimonial, hace que el matrimonio sea una forma estable de vida que el mismo canon califica de estado, el cual lleva consigo una serie de derechos y deberes entre los cónyuges, y entre los padres y los hijos. Por eso se puede hablar también de un estatuto jurídico del matrimonio y de la familia. Cuando los fieles ejercen su derecho a contraer matrimonio (“ius connubii”) establecen entre sí unas relaciones de comunión (la “communio vitae et amoris” a que se refiere Gaudium et Spes, n. 48), basadas en el Sacramento del matrimonio. Esa comunidad de vida conyugal ha de estar abierta por su propia naturaleza a una más amplia comunidad familiar que, en su caso, puede surgir del ejercicio de los deberes y derechos conyugales en orden a los actos de suyo aptos para la generación de los hijos. El matrimonio y la familia se convierten así en célula básica de la Iglesia, en Iglesia doméstica.15 Por otra parte, tanto los deberes y derechos esenciales del matrimonio, como las relaciones jurídicas más fundamentales surgidas de esa comunión de vida, se integran en las ya existentes relaciones de la communio fidelium: las modalizan y especifican en relación con los fieles que se convierten en cónyuges. Por su fundamento sacramental y por su eficacia estructurante en la edificación de la Iglesia, la estructura jurídica fundamental que de ahí deriva forma también parte de la estructura fundamental de la Iglesia . Por eso, se puede decir que aquellos elementos esenciales del matrimonio que corresponden al derecho divino –en cuanto pertenecen también a la estructura fundamental de la Iglesia- tienen un carácter constitucional. De ahí deriva ese estatuto jurídico del matrimonio y de la familia al que nos referimos brevemente a continuación. Aunque el matrimonio no está reservado exclusivamente a los laicos, pues está abierto también a los clérigos en algunos casos (es el caso de los diáconos casados en la Iglesia latina, y el de los diáconos y presbíteros casados en la iglesia Oriental), el canon 226 considera el estado matrimonial en relación con la vocación laical y con el estatuto jurídico de los laicos. En este sentido, considera como propio de esa vocación laical matrimonial “el deber peculiar de trabajar en la edificación del Pueblo de Dios a través del matrimonio y de la familia” (canon 226). Se trata, por tanto, de un “deber peculiar”, que surge de una “vocación propia”, basada en el Sacramento del matrimonio. El objeto de ese deber peculiar es “la edificación del Pueblo de Dios” precisamente “a través del matrimonio y de la familia”. La misión propia de los cónyuges cristianos es, pues, la edificación de la Iglesia, mediante la santificación del matrimonio y de la familia. El estatuto jurídico de los cónyuges y, más en general, del matrimonio y de la familia, es la consecuencia jurídica de esa misión eclesial.. En este sentido, el Sacramento del 15 Lumen gentium, n. 11 17 matrimonio puede considerarse también, como todos los Sacramentos, uno de los fundamentos de la estructura constitucional de la Iglesia16. El estatuto jurídico del matrimonio y de la familia se encuentra repartido por todo el Código17. Los deberes y derechos que comprende se pueden poner en relación con las tres funciones de la Iglesia -“munus docendi, sanctificanmdi et regendi”-, que son también las propias de los cónyuges cristianos en virtud de su configuración con Cristo por obra del Sacramento del matrimonio.18 También los hijos, en su caso, son destinatarios de esa triple función. A ellas nos referimos a continuación: a) En relación con el “munus docendi”, el canon 226 & 2 califica la educación de los hijos como un gravísimo deber y un derecho de los padres. El objeto de este derecho-deber es “la educación cristiana de sus hijos según la doctrina enseñada por la Iglesia”. La misma calificación (“officium gravissimun et ius”) se encuentra en el canon 1136, que extiende el objeto de la educación de la prole a la educación “tanto física, social y cultural como moral y religiosa”. También el canon 774 & 2 desarrolla ese deber de los padres, al hablar de la catequesis; considera que los padres “están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo”. Por su parte, el canon 776 considera que uno de los deberes del oficio de párroco ha de ser precisamente “promover y fomentar” ese deber de los padres y lo califica de “catequesis familiar”. Se trata, por tanto, de un deber primario que corresponde a los padres antes que a cualquiera otra instancia de la Iglesia o del Estado. Además de la catequesis, otro de los medios con el que deben contar los padres para el cumplimiento de su deber de educar a los hijos son las escuelas, que “constituyen una ayuda primordial para los padres” (canon 796). Pero no hay que olvidar que las escuelas son concebidas con una función subsidiaria: están para ayudar a los padres, no para sustituirlos. De ahí la exhortación a una colaboración mutua entre padres y profesores (canon 796 & 2). En esta misma línea se reconoce a los padres la “libertad para elegir las escuelas” (canon 797); así como el deber de confiar sus hijos a aquellas escuelas en las que se imparta una formación católica; y, cuando eso no es posible, tienen la obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se organice la debida educación católica (canon 798). 16 Sobre ese papel estructurante de la Iglesia que lleva a cabo el Sacramento del matrimonio puede verse mi artículo Matrimonio y familia en la estructura constitucional de la Iglesia, en “Escritos en honor de Javier Hervada”, “Ius Canonicum”, volumen especial, 1999, pp. 293-302. 17 El esbozo de un esquema de ese derecho matrimonial y de familia que se encuentra disperso por el Código se puede ver en mi trabajo publicado bajo el título de Hacia un derecho canónico de familia, en “El matrimonio y su expresión canónica ante el III milenio”, Actas del X Congreso Internacional de Derecho Canónico, Pamplona, 2000, pp. 793-803. Sobre esas tres funciones y su papel en el seno del matrimonio y de la familia puede verse la Exhortación Apostólica “Familiaris consortio”, especialmente Parte 3ª, Apartado IV, nn. 49-64. 18 18 b) En relación con el “munus sanctificandi”, el deber peculiar que los cónyuges cristianos tienen de santificarse por medio del matrimonio y de la familia afecta muy especialmente a su función de padres, en relación con sus hijos o con otros miembros de la familia. El Código de derecho canónico lo tiene en cuenta de diversas maneras, pero muy particularmente a la hora de regular la celebración de los Sacramentos en el Libro IV, Parte I. El CIC recuerda con frecuencia a los padres la obligación que tienen de procurar que sus hijos y otros familiares reciban a su debido tiempo los Sacramentos. En primer lugar, en relación con el Bautismo (cc. 851, 855, 867, 868, 874), pero también en relación con la Confirmación (canon 890), con la Eucaristía y la Penitencia (canon 914), o en relación con la Unción de los enfermos (canon 1001). Los padres o la familia son considerados aquí como sujetos de derechos y obligaciones en relación con la celebración de los Sacramentos, participando así de modo peculiar en la edificación de la Iglesia. c) Respecto a la participación de los cónyuges en el ‘munus regendi’ , quisiéramos referirnos aquí a su doble condición, sea como esposos (marido y mujer), sea como padres. 1) En cuanto esposos, las relaciones entre varón y mujer dentro del matrimonio se rigen por el principio de igualdad: ambos cónyuges tienen igual obligación y derecho respecto a todo aquello que pertenece al consorcio de la vida conyugal (canon 1135). 2) En cuanto padres, conservan la llamada “patria potestad” sobre sus hijos hasta que estos alcanzan la mayoría de edad; de manera que, en el ejercicio de sus derechos, los hijos que son menores de edad están sometidos a esa potestad de sus padres, excepto en aquello en que, por ley divina o por el derecho canónico, los menores están exentos de aquella potestad (canon 98 & 2). Si tratáramos de resumir lo que llevamos dicho en este último apartado, podríamos concluirlo diciendo que el Sacramento del matrimonio es el fundamento de la “Iglesia doméstica” ; que del matrimonio como forma estable de vida surge la familia, que puede ser considerada como la célula básica de la Iglesia; y, finalmente, que del Sacramento del matrimonio deriva un estado canónico con su estatuto jurídico correspondiente, aunque su regulación se encuentra dispersa por diferentes lugares del Código de derecho canónico. , 19