MUNICH: EL ESTIGMA DE LA VIOLENCIA Al término de la primera edición de Spielberg. El hacedor de sueños, que salió de imprenta el 22 de noviembre de 2005, puede leerse: “no parece nada aventurado esperar de este cineasta (siempre que los imponderables biológicos no lo impidan) un puñado más de grandes películas, de ésas que conmueven con estrépito los cimientos de este negocio y obligan a posicionarse ante ellas, en uno u otro sentido”. No ha tardado Steven Spielberg en comenzar a hacer realidad dicho aserto. Munich, su siguiente trabajo tras la estimable revisión del clásico literario de H.G. Wells La guerra de los mundos, ha suscitado –de un modo muy señalado en el corazón mismo de la industria del cine– un grado de controversia, una polémica tan enconada y candente como no se recordaba en muchos lustros. “Hemos perdido a Hollywood y hemos perdido a Spielberg. Spielberg no es un amigo de Israel. Spielberg no es amigo de la verdad”. Estas palabras de Jack Engelhard, autor entre otras de la novela Una proposición indecente, en la que se basó la conocida –y muy mediocre– película homónima de Adrian Lyne, condensan de forma un tanto abrupta buena parte, al menos la más notoria, de las reacciones que Munich ha despertado en el seno de la gran industria. Así están las cosas. El llamado Rey Midas de Hollywood no es inmune a la polémica. Y, en esta ocasión, sus detractores son tal vez los más inesperados. Munich, en primera instancia, guarda escasos puntos de contacto con las más recientes obras de Spielberg, a saber: la ya mencionada La guerra de los mundos o la comedia de corte capriano La terminal. En esta ocasión, tomando como referente los dramáticos sucesos acaecidos en 1972 durante las Olimpiadas de Munich, Spielberg aborda sin tapujos una trama de ostensibles repercusiones políticas. El resultado, que vio la luz en las salas de Estados Unidos el 23 de Diciembre de 2005, es tan punzante y controvertido como el tema que afronta. Gran parte de la polémica desatada por Munich proviene de los juicios apriorísticos gestados con antelación a su estreno. Cuando los medios se hicieron eco del interés del autor de La lista de Schindler por trasladar a la pantalla el citado episodio histórico, la versión más extendida aventuró sin recato alguno que Munich sería un retrato doliente de los padecimientos infligidos a los deportistas israelíes secuestrados por un comando palestino, el denominado Septiembre Negro, antes que una incisiva reflexión sobre los entresijos del terrorismo y sus turbias derivaciones. Sin embargo, aunque el punto de partida de la película lo constituye en efecto la muerte de los once deportistas israelíes a manos del referido grupo terrorista, la médula del argumento, narrado en clave de thriller de espionaje, se centra en las experiencias de los cinco agentes del Mossad –el Servicio Secreto sionista– reclutados con vistas a una misión denominada “la ira de Dios”, con el expeditivo cometido de localizar y dar muerte a los responsables máximos de la masacre de Munich. “Creo que, experimentando cómo la implacable resolución de estos hombres por cumplir con su labor desemboca paulatinamente en serias dudas respecto a lo que están haciendo, podemos aprender algo trascendente sobre el trágico punto muerto en el que nos encontramos hoy”, sostiene Spielberg. En consecuencia, con su obra no persigue tanto la fidelidad histórica a unos hechos parcialmente contrastados como, más bien, una cavilación sobre un procedimiento cuanto menos discutible y muy empleado por Israel, tanto en aquellos días como en tiempos más recientes: el asesinato selectivo de terroristas, ya sean éstos presuntos o juzgados y declarados culpables. La película, filmada en escenarios de Polonia, Hungría, Malta y Estados Unidos, cuenta con un reparto heterogéneo: los australianos Eric Bana y Geoffrey Rush, los ingleses Daniel Craig y Ciaran Hinds, además del francés Mathieu Kassovitz. En las imágenes de Munich puede apreciarse una ajustada –y al tiempo nada ostentosa– reconstrucción de los años setenta, la década en que transcurre la acción, y en sus créditos figuran tres excelentes profesionales, miembros todos ellos del círculo habitual de Spielberg: el magnífico director de fotografía Janusz Kaminski, el montador Michael Kahn y el ya mítico compositor John Williams. El guión está firmado por Eric Roth y Tony Kushner; éste último hace su primera incursión cinematográfica tras una exitosa carrera en Broadway y más tarde en la televisión, gracias al popular y laureado drama Ángeles en América, que le ha reportado un sinfín de reconocimientos. Con un presupuesto de setenta millones de dólares y una producción en tiempo récord (en la línea usual del Spielberg de los últimos años), éste es quizá el proyecto más hermético en la carrera del director, circunstancia que contrasta visiblemente con el apabullante carnaval mediático orquestado a raíz de la promoción de La guerra de los mundos. En el caso de Munich durante meses tan sólo se tuvo acceso a un póster y un tráiler, y el cineasta únicamente concedió una entrevista, que fue adjudicada a la revista Time. Munich apenas ha desplegado campaña de publicidad, salvo una página web en la que se incluyeron algunas notas de producción y entrevistas. No fueron convocadas ruedas de prensa para la presentación del filme, y la polémica generada por el tema que trata ha procurado más notoriedad a la cinta que la labor de la distribuidora encargada de su difusión publicitaria, la Universal. Spielberg ha razonado esta carencia de promoción explicitando su deseo de que sea la película la que hable por sí misma, sin condicionantes externos. Confiamos en desentrañar todas las claves de esta estimulante obra en una próxima edición de Spielberg. El hacedor de sueños, y en que ésta albergue el respaldo de los muchos seguidores con que cuenta este cineasta singular y genial. JAVIER ORTEGA 1 de septiembre de 2006