LA “SOCIOLOGÍA HISTÓRICA” DE RAYMOND ARON

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LA “SOCIOLOGÍA
SINTETIZADOR
HISTÓRICA”
DE
RAYMOND
ARON:
UN
INTENTO
La obra de Raymond ARON debe inscribirse en su contexto personal, no estamos ante
un político, un pragmático de la política exterior de un país; ni tampoco ante un teórico
internaciona lista, en el sentido de un profesor especializado en los temas internacionales.
ARON es, ni más ni menos, que un excepcional pensador e intelectual francés, y
consiguientemente su visión de los fenómenos internacionales constituye una parte de su
visión totalizadora del hombre y de su realidad, sus trabajos sobre las relaciones
internacionales no deben, pues, abstraerse del resto de sus escritos sociológicos, históricos o
filosóficos, so pena de simplificar y empobrecer su visión del mundo, incluido el mundo
internacional.
Básicamente, su pensamiento internacionalista aparece recogido extensamente en su
obra titulada PAZ Y GUERRA ENTRE LAS NACIONES, publicada en francés en 1962 y
traducida y publicada al castellano en 1963.
Centro de interés de las relaciones internacionales
Toda disciplina científica debe determinar su objeto de investigación, respecto de
otras ciencias afines, no tanto por la determinación de unos límites precisos de la realidad que
pretende explicar, límites que no existen o al menos son fáciles de apreciar en la realidad
misma, cuanto por la determinación de un centro de interés propio y específico.
ARON reconoce, de entrada, que no es fácil determinar pues cuales son los límites
que permiten apreciar en la realidad las relaciones internacionales de las relaciones
puramente internacionales, pero tal dificultad es fácilmente superable, a efectos científicoteórico, porque sí se puede determinar su centro de interés, aquello que singulariza, en
términos generales, los fenómenos internacionales de los puramente nacionales. Ese centro de
interés viene determinado por el hecho de que las relaciones internacionales, o más
exactamente las relaciones interestatales, se configuran como una amalgama de relaciones
cooperativas y conflictivas, como unas relaciones que oscilan entre la negociación
diplomática y el conflicto bélico.
Esta alternativa entre la diplomacia y la guerra, que singulariza las relaciones
interestatales a las que necesariamente deben referirse como centro nuclear todas las demás
relaciones sociales con un alcance internacional, deriva del hecho de que los Estados son los
únicos que reconocen y legitiman para sí mismos el monopolio de la violencia. Así mientras
las relaciones internacionales tratan de reservar el monopolio de la violencia legítima a los
detentadores de la autoridad, y de esta forma su finalidad es la de someter a los ciudadanos al
imperio de la ley, al que se reconduce la solución de los conflictos de intereses que surgen, en
el contexto interestatal, no existe Estado alguno que reconozca el monopolio de la violencia y
la capacidad de decidir su uso a autoridad superior y necesariamente, no existe más ley que la
que aceptan los propios Estados ni más forma de sancionar y defender los propios intereses
que a través del recurso a la guerra. En ello reside la diferencia esencial entre política
nacional e internacional, diferencia que subsistirá real e históricamente al menos hasta que se
logre consolidar un Estado mundial, en cuyo caso ésta última quedaría asumida por la política
nacional.
Diferencias conceptuales y metodológicas con los realistas, idealistas, sociólogos e
historiadores
Con la determinación del centro de interés de la ciencia de las Relaciones
Internacionales, ARON delimita a esta disciplina de la tarea realizada por los historiadores;
para quienes los temas internacionales han sido objeto de estudio desde la perspectiva de su
singularidad y según formas narrativas o descriptivas antes que analíticas. Los
internacionalistas, sin embargo, se apartarán de los historiadores en la medida en que tratan
de elaborar un cuerpo de doctrina, una serie de proposiciones generales que permitan
comprender mejor el contexto internacional, a través de la explicación de los rasgos comunes
de cada sistema internacional.
“Si el historiador, en efecto, está más interesado por los acontecimientos que el
sociólogo, lo está en la medida en que relata lo que ha ocurrido, en otras palabras contempla
los acontecimientos o los sistemas concebidos como acontecimientos, en su orden sucesivo y
descubre, inmanente a este orden, una inteligibilidad que se abandona en cualquier método de
reconstrucción. Llegamos así a dos definiciones legítimas.
El historiador o bien narra o bien contempla la singularidad de una cultura, de una sociedad o
de un sistema internacional” (¿Qué es una teoría de las Relaciones Internacionales?, Pág.
853).
Pero frente a la tarea historiográfica, ARON señala también las limitaciones
procedentes de una perspectiva exclusivamente sociológica, según la cual se pretenden
descubrir tendencias y causa generales, a través de las cuales se intentan explicar,
equiparándolos y uniformándolos, los diversos sistemas y sociedades internacionales surgidos
a lo largo de la evolución histórica. Tal orientación, en opinión de ARON, impide también
una comprensión de los sucesos internacionales permitiendo caer en la fácil tentación de
explicaciones simplistas que despreciando los rasgos propios e históricos de cada sistema
internacional, impiden comprender la incidencia de los fenómenos y factores coyunturales en
la dinámica internacional.
“La tarea del estudio empírico de las relaciones internacionales consiste precisamente
en determinar la percepción histórica que dirige las conductas de los actores colectivos, las
decisiones de los jefes de estos actores” (Pág. 847) .
Con ello, ARON logra especificar el núcleo de la perspectiva de análisis que debe
seguir el internacionalista, armonizando las aportaciones de dos ciencias sociales tan
importantes como la historia y la socio logía.
Pero su esfuerzo conceptual y metodológico aborda también la antinomia suscitada
entre los realistas y los idealistas. A los primeros, ARON señalará la dificultad de elaborar
una teoría racional de unos fenómenos internacionales cuya lógica interna no sigue
necesariamente los dictados de unos comportamientos racionales, ya que toda decisión y
acción política, y más en el caso de las acciones y decisiones políticas internacionales, se
encuentran sometidas a los condicionamientos impuestos por la realidad histórica en la se
adoptan y por tanto, conllevan implícitamente un alto grado de incertidumbre y riesgo. Como
demostrará posteriormente, pensar en términos de necesaria racionalidad en el
comportamiento de los Estados como supuesto de partida para elaborar un categoría
internacional, en la que todo comportamiento que no descansa en el supuesto racional básico
se toma como desviación o anormalidad al modelo a seguir, significa para ARON
incapacitarse “a priori” para entender la realidad internacional y conduce, con gran
probabilidad, a resultados contrarios a los que pretende defender, a saber: a arriesgar la
supervivencia misma de los Estados.
“Ciertos teóricos han querido encontrar, para las relaciones internacionales, el
equivalente del objetivo racional del deporte o la economía. Un solo fin, la victoria, grita el
general ingenuo olvidando que la victoria militar da siempre satisfacciones de amor propio,
pero no siempre beneficios políticos. Un solo imperativo, el interés nacional, proclama
solemnemente el teórico, escasamente menos simple que el general, como si fuese suficiente
con colocarle el adjetivo nacional al concepto de interés para hacerle unívoco. La política
entre los Estados es una lucha por el poder y la seguridad, afirma otro teórico, como si no
hubiera contradicción entre aquél y ésta, como si las personas colectivas, a diferencia de las
individuales, se vieran caracterizadas por preferir la vida a las razones de vivir” (PAZ Y
GUERRA, pág. 37).
Y por si esto no bastara agregará:
“Cooperativa y competitiva, la conducción de la política extranjera es, además por
naturaleza, de carácter aventurado. El diplomático y el estratega actúan, es decir, se dedican,
en un determinado sentido, antes de haber reunido todos los conocimientos deseables y antes
de haber adquirido una certidumbre. Su acción se basa en probabilidades. No sería razonable
si rechazase el resto, mientras que sí lo es en la medida en que lo calcula. Pero nunca se
eliminará la incertidumbre que surge de la imprevisibilidad de las reacciones humanas (¿qué
hará el otro, general u hombre de Estado, Hitler o Stalin?), del secreto que se rodean los
Estados y de la imposibilidad de saberlo todo antes de comprometerse en la acción (...) No
imitemos a los historiadores que creen que el pasado ha sido siempre fatal y que suprimen la
dimensión humana del suceso”. (Pág. 30).
La alternativa a los defectos inherentes a la posición de los realistas norteamericanos
no se encuentra para esta autor en las tesis de aquellos internacionalistas que contemplan las
relaciones interestatales a partir del supuesto de unas relaciones armónicas y pacíficas en las
que la sujeción a unas normas jurídicas o morales potencian una tendencia progresiva de la
Humanidad hacia una sociedad internacional perfe ctamente integrada y pacífica en la que no
tendrán cabida las relaciones de poder y de conflicto bélico entre los estados. A tales autores,
ARON les recuerda que a lo largo de toda la historia los Estados han estado determinados en
sus relaciones mutuas por el riesgo de la guerra. Señala que la violencia bélica se encuentra
en el centro de la dinámica de creación, pervivencia y desaparición de los Estados, y que
mientras no se produzca un cambio radical de la esfera internacional descartar esta dimensión
de lo internacional equivale a confundir sus ilusiones y deseos con la realidad.
Pero no menos tajante resulta ARON cuando se enfrenta a las tesis más o menos
utópicas de los idealistas, a quienes les recuerda que:
“(...) Los Estados no han salido aún, en sus relaciones mutuas, del estado de
naturaleza. Si lo hubieran conseguido, no habría ya teoría de las relaciones internacionales”
(Pág. 26).
Y de forma más categórica y directa señalará que:
“La conducta del diplomático-estratega tiene, en efecto, por carácter específico el
estar dominada por el riesgo de guerra y el de afrontar a los adversarios en una rivalidad
incesante, en la cual cada uno se reserva el derecho de recurrir a la razón última, es decir, a la
violencia” (Pág. 37).
Y en general a ambas tendencias las pondrá de manifiesto su inconsistencia teórica
con la realidad internacional cuando escribe:
“El doble problema, de la supervivencia individual y de la supervivencia colectiva, no
ha sido nunca duraderamente solucionado por ninguna civilización. No podrá serlo
definitivamente sino a través del Estado universal o del reino de la ley. Podríamos calificar de
prediplomática la edad en la que las colectividades no mantenían relaciones regulares, unas
con otras, y de postdiplomática, a aquella de un Estado universal que no dejaría lugar a luchas
intestinas. En tanto que cada colectividad deba preocuparse de su propia salvación, al mismo
tiempo que de lo del sistema diplomático o de la especie humana, la conducta diplomáticoestratégica no estará nunca determinada racionalmente, ni siquiera en teoría” (Págs. 37-38).
Características y niveles de conceptuación de las Relaciones Internacionales según ARON
De todo lo señalado con anterioridad se desprende, claramente, que para Raymond
ARON, el núcleo explicativo de los fenómenos internacionales se sitúa, precisamente, en las
relaciones entre los Estados. Son éstos los verdaderamente protagonistas de la vida
internacional, si bien su conducta se desenvuelve de forma equívoca entre la paz y la guerra,
entre la negociación y la lucha armada, entre el conflicto y la cooperación, sin que pueda
establecerse de antemano el predominio de uno u otra, pero con la clara conciencia de que la
condicionante principal de la acción de los Estados, o más precisamente de los estadistas,
reside en el riesgo latente de guerra que en todo momento histórico ha existido en las
relaciones entre diferentes comunidades políticas.
Contemplada de esta forma la realidad internacional, para ARON resulta claro que no
existen límites precisos entre esta realidad y la realidad nacional, entre los fenómenos
internacionales y los fenómenos que se producen en el interior de los Estados. No tiene
sentido, desde esta perspectiva, intentar establecer tales límites en el terreno teórico.
Necesariamente política internacional y política nacional tienden a confundirse en
determinados ámbitos. Ello no significa que no subsista una diferencia sustancial entre ambas
si contemplamos los rasgos esenciales, “el centro de interés”, de una y otra, rasgos que
derivan de la propia realidad en la que se aprecia la existencia de diferencias entre el sistema
nacional, cuya estructura de poder está centralizada y se legitima el uso del mismo por parte
del Estado frente a los miembros de la colectividad, y la del sistema internacional en el que
los propios miembros ostentan el poder y legitiman su uso.
Por tanto, abordar la problemática internacional en toda su complejidad obliga, si se
desea evitar simplificaciones excesivas, a desarrollar un proceso de conceptualización de
acuerdo con cuatro fases o etapas sucesivas y complementarias:
-teoría
-sociología
-historia
-praxeología
Sólo a través de estos cuatro niveles de conceptuación se puede llegar a desarrollar
una explicación del sistema internacional existente en la actualidad, en la medida en que es
fruto de la evolución histórica, y cuyos rasgos más significativos resultan de su división
ideológico-cultural, al tiempo que de su capacidad de autodestrucción total. Ello significa,
más que en cualquier otra etapa precedente, que los Estados en cuanto actores básicos del
sistema se ven conducidos a una inevitable dialéctica entre la necesidad de mantener su
existencia y sus intereses propios frente a los demás y la necesidad de mantener y desarrollar
la cooperación mutua indispensable para que los conflictos sigan siendo limitados y no se
transformen en una guerra total, es decir, la necesidad de mantener la cooperación mínima
indispensable para la supervivencia del sistema mismo.
Este antagonismo, esta tensión entre los actores básicos de la Sociedad Internacional y
la Sociedad misma, constituye una característica constante a lo largo de la historia que sólo
en la actualidad ha alcanzado toda su dimensión universal. Como el propio ARON escribe:
“Todas las sociedades han vivido el problema de las relaciones internacionales,
muchas culturas han caído en ruinas porque no han sabido limitar sus guerras. En nuestra
época, no es ya sólo una cultura, sino la Humanidad entera la que se vería amenazada por una
guerra hiperbólica. La prevención de una guerra de este carácter se convierte para todos los
actores de un juego diplomático en un objetivo tan evidente como la defensa de los intereses
exclusivamente nacionales.
De acuerdo con la visión, profunda y quizás profética, de Kant, la Humanidad debe
recorrer el camino sangriento de las guerras para llegar a alcanzar, un día, la paz. Es a través
de la historia como se lleva a cabo la represión de la violencia natural y la educación del
hombre para el uso de la razón” (Pág. 39).
Centrado en los términos a los que nos acabamos de referir el objeto de análisis y el
proceso de conceptualización de las relaciones internacionales, ARON procederá, a lo largo
del resto de la obra a desarrollar extensamente cada una de las cuatro etapas mencionadas
mediante una investigación exhaustiva de los actores, comportamientos y factores que
inciden en el sistema internacional.
Teoría
En primer término ARON tratará de delimitar los conceptos teóricos básicos a partir
de los cua les desarrollará posteriormente su investigación histórica y sociológica del mundo
internacional. Y puesto que la diplomacia y la estrategia constituyen los dos polos de la
acción estatal hacia el exterior, su teoría parte de un tratamiento de ambos conceptos.
Para ARON, la estrategia se define como “la dirección del conjunto de las operaciones
militares” (Pág. 46) en tanto que la diplomacia cabe conceptuada como “la dirección de las
relaciones con las otras unidades políticas” (Pág. 46). Ambos no tienen sentido como
objetivos en sí mismos, pues en realidad son los dos medios o instrumentos a través de los
cuales se realiza la política internacional, son los cauces por los que discurre la acción
exterior de los Estados, y consiguientemente ambos deben quedar subordinados a la
consecución de los fines establecidos por el Estado o, más exactamente, por los que tienen la
capacidad de interpretar esos fines y traducirlos en acciones concretas, los estadistas.
Pero si ambos medios se subordinan a una finalidad política, de ello no cabe deducir
que entre sí se excluyan. Dado que la acción exterior de todo Estado se desarrolla en un
contexto concreto, en una realidad determinada, el estadista no puede excluir la guerra, o la
amenaza de ella, como un instrumento de la diplomacia, al igual que el estratega no puede
desconocer la negociación diplomática como un recurso necesario en la conclusión de una
guerra real, porque si bien en teoría la guerra concluye con la derrota del enemigo, no cabe
duda de que salvo en el caso de guerra total, es decir en aquella en la que el enemigo queda
absolutamente aniquilado en términos materiales y humanos, todo estratega debe ser
consciente en la conducción de la guerra de que existe además del componente material un
componente psicológico y que por consiguiente para poder vencer debe poder llegar a
convencer porque como señala ARON con referencia a CLAUSEWITZ:
“No está derrotado sino aquel que se reconoce como tal” (Pág. 47).
Pero es que además, durante el conflicto bélico, la diplomacia resulta necesaria no
sólo con relación a los beligerantes sino también para mantener las relaciones y actividades
exteriores respecto a los países neutrales y a los países aliados. Análogamente, el diplomático
para poder defender y, llegado el caso imponer, la voluntad del Estado al que representa,
respecto de los demás países, por la vía pacífica de la negociación, necesita del apoyo militar
necesario que permita, llegado el caso, utilizar la amenaza o el recurso a la guerra como
“última ratio”, como instrumento último de defensa de esa voluntad. Si falta ese apoyo
material, esa base militar sobre la que hacer descansar la acción diplomática, caracterizada
por una relación sicológica tendente a convencer, es decir, el “arte de vencer al mínimo
costo”, la diplomacia sólo podría conseguir su finalidad mediante la “persuasión” y en
definitiva quedaría la consecución de la voluntad del Estado por medio de la diplomacia a
merced de la “buena” o “mala” disposición de los demás Estados a ser persuadidos por
simples razonamientos, desapareciendo por tanto la virtualidad instrumental de la diplomacia.
“Lo racional exige, muy al contrario, pensar en la paz, por encima del estruendo de los
combates, y de no olvidar la guerra, a pesar del silencio de las armas. El comercio entere las
naciones es continuo y la diplomacia y la guerra no son más que modalidades
complementarias de ese comercio, dominante una u otra por turnos, sin que nunca
desaparezca una de ellas por completo, en beneficio de la otras, salvo en el caso límite de
enemistad absoluta, o de amistad o federación total” (Pág. 65).
Como podemos apreciar, ambos medios de la política exterior de los Estados, se
entrelazan teórica y realmente, a través del concepto de la guerra. Pero ¿qué es la guerra para
ARON? Para ARON la guerra constituye, en tanto que acto social, el encuentro entre las
voluntades de las colectividades políticamente organizadas, con objeto de imponer cada una
de tales colectividades su voluntad mediante la violencia. Sigue por tanto la ya conocida
definición de la guerra dada por CLAUSEWITZ como: “el acto de violencia destinado a
obligar al adversario a hacer nuestra voluntad”.
Es por tanto la guerra, así concebida, el concepto fundamental que permite explicar y
determinar la eficacia de las acciones de todo Estado en el contexto internacional ya sea a
través de la diplomacia o de la estrategia. Ahora bien, no todas las guerras son equiparables a
nivel teórico, ya hemos señalado la diferencia entre las guerras absolutas o totales,
excepcionales a lo largo de la historia como señala el propio ARON, y las guerras reales o
limitadas. Pero también existe una diferencia sustancial entre las guerras exteriores, es decir
entre Estados, las guerras subversivas y las guerras civiles o revoluciones. Mientras las
primeras entran de lleno en el campo de las relaciones internacionales y las últimas quedan
excluidas del mismo mientras no rebasen el ámbito estrictamente interno del Estado, las
guerras subversivas, de las que las guerras por la independencia colonial son un ejemplo
paradigmático, constituyen un caso intermedio o mixto ya que si desde un punto de vista
jurídico internacional pueden considerarse como guerras civiles, no hay duda de que para los
pueblos que luchan por su independencia se trata de una contienda exterior ya que luchan
contra una potencia exterior: la metrópoli.
Esta distinción teórica, que recuerda a la establecida por Lenin aunque con evidentes
diferencias, posee enorme importancia ya que en virtud de ella quedan delimitados nuevos
conceptos como el de “sistema internacional”, al que nos referiremos posteriormente. Ahora
bien, por importante que resulte, en el ámbito teórico, el concepto de guerra, ARON mantiene
claramente la idea de que en la realidad internacional la guerra no es más que un instrumento
necesario, aunque no exclusivo, al servicio de la política. Para él, la primacía de la política
respecto de los instrumentos de ejecución, se configura como un principio teórico
fundamental e inamovible.
Ello no significa que en la realidad los gobernantes actúen en concordancia con tal principio
siempre y en todo momento, significa tan sólo que el teórico debe considerar la realidad a la
luz de dicho principio incluso cuando observa que no se ha cumplido ya que únicamente de
esta forma investigará las causas que provocaron la distorsión y evitará la justificación
apriorística de las decisiones ya adoptadas. La razón que explica la validez teórica de este
principio la expresa el propio ARON en los siguientes términos:
“La primacía de la política es un principio teórico, no un consejo para la acción. No
obstante, esta proposición teórica es de un carácter tal que hará más bien que mal, si
pensamos que sería de desear una reducción de la violencia. (...) La dirección razonable de la
política es sólo racional si nos proponemos como finalidad del comercio entre los Estados la
supervivencia de unos y otros, la prosperidad común y la economía de la sangre de los
pueblos” (Pág. 71).
El problema se plantea cuando el teórico observa en la realidad que los políticos no
siempre adoptan sus decisiones para alcanzar una reducción de la videncia, es decir, cuando
históricamente se observa que en la adopción de las decisiones por los gobernantes no
siempre hay motivaciones y objetivos racionales aunque los factores que condicionaron sus
decisiones fuesen comprensibles para el teórico y por tanto razonables.
Fines y medios
Pero la supremacía de la política sobre la diplomacia y la estrategia reconduce el
análisis teórico al tema más general de los fines de la política exterior de los Estados y de los
medios para materializar tales fines. Por lo que se refiere a los objetivos perseguidos por la
política de los Estados, ARON hace una doble distinción entre los objetivos eternos y los
objetivos históricos por una parte, y dentro de los primeros entre lo que él denomina “la serie
abstracta” y “la serie concreta”.
Los objetivos eternos, son aquellos fines u objetivos que se establece todo Estado por
el simple hecho de serlo con independencia de la coyuntura histórica concreta y del contexto
internacional, son los fines que derivan de la autonomía de acción y decisión que toda
comunidad política estatal posee o aspira a alcanzar para poder seguir siendo una entidad
estatal. Ahora bien, dentro de estos objetivos eternos cabe señalar una serie de tres objetivos
abstractos que si bien permanecen como tales objetivos del Estado de forma perenne, su
concreción y determinación para cada país y para cada momento histórico obliga a
reconducirlos a una serie de objetivos mucho más concretos y específicos, así como a
relacionarlos con los objetivos históricos derivados de la coyuntura internacional del mundo.
Entre los objetivos eternos y abstractos, ARON señala: la seguridad, la fuerza y la
gloria. La seguridad entendida como la voluntad de todo Estado de sobrevivir, de mantenerse
históricamente en tanto que unidad política organizada. Por lo que se refiere a la fuerza,
considerándose como preservación de los “recursos o medios del Estado que pueden ser
valorados objetivamente”. Finalmente la gloria concebida como el reconocimiento del poder
por parte de los demás Estados, lo que indica una particular relación de sometimiento
sicológico o moral de todos los demás países respecto del Estado glorificado.
Evidentemente, ARON se percata de que al objetivo abstracto de la gloria cabe
plantearle una objeción, a saber, si se reconoce el poder de un Estado por los demás cabría
reconducir a este objetivo el de la gloria, pero mantiene el tríptico teórico de estos objetivos
precisamente porque conlleva un elemento sicológico particular, que identifica a la gloria
respecto de la fuerza y la seguridad, elemento sicológico que hace que el comportamiento del
Estado que pretende alcanzar el reconocimiento de su fuerza y de su seguridad por los demás
no se corresponda con el de aquel Estado que simplemente busca esa fuerza o seguridad pero
no directamente su reconocimiento.
Señalábamos que la serie de objetivos eternos abstractos se complementa
teóricamente con la serie de objetivos eternos concretos. Para ARON no existe posibilidad de
establecer jerarquía entre una serie y otra, ni en la teoría ni en la práctica, puesto que entre
ambas existe la relación de complementariedad que vincula lo abstracto a lo concreto. En la
serie concreta de objetivos eternos ARON distingue tras de ellos: el espacio, los hombres y la
idea. Resulta claro que una forma de alcanzar mayor fuerza y seguridad de los Estados es
mediante la incorporación y anexión de territorios y pueblos. La idea, sea ésta religiosa o
social, presenta también, al igual que la gloria, unos rasgos adicionales que la distingue de los
otros dos objetivos. En primer lugar, condiciona la efectividad de la anexión de tierras y
pueblos, precisamente porque un Estado puede dominar por la fuerza a los pueblos sin lograr
por ello su adhesión o, contrariamente, puede reforzar su seguridad y su fuerza mediante la
adhesión ideológica de otros pueblos sin tener que recurrir al dominio físico de los mismos.
Pero además, tanto la gloria como la idea descansan en una relación sicológica entre las
conciencias que se plantea siempre en términos absolutos: o se reconoce la fuerza y el poder
de un Estado o se desprecia su poder y su fuerza; o el Estado vive su glorificación por otros
países o inevitablemente se sentirá despreciado ya que incluso la indiferencia se captará
sicológicamente como desprecio (ej. El caso de la superioridad de la raza aria para los
alemanes durante la segunda guerra mundial); paralelamente en el terreno ideológico ocurre
un proceso similar o se comparte una ideología, ya sea religiosa o social, o inevitablemente se
disiente de ella.
Esta particularidad sicológica que conduce en ambos objetivos a plantear las
relaciones interestatales en términos absolutos se traduce inevitablemente en los casos de
conflictos armados entre los países, ARON lo resume, a mi juicio, de una forma magistral
cuando señala:
“Las guerras en búsqueda de la gloria y las guerras por una idea son humanas de una
manera diferente a las guerras por el suelo o el subsuelo.(...). Si el fin es el de vencer para ser
reconocido vencedor o el de vencer para imponer la verdad, basta con que la resolución sea la
misma por ambas partes, para que la violencia llegue a límites extremos. Las guerras más
humanas en su origen son también, a menudo, las más inhumanas, porque son despiadadas”
(Pág. 107).
Ni que decir tiene que todos estos objetivos eternos señalados por ARON, constituyen
una clasificación teórica que cuando se traduce en la realidad los amalgama y vincula de tal
modo que a veces resulta difícil su apreciación.
Junto a los objetivos eternos, este autor señala también los objetivos históricos, cuya
tipificación teórica trasciende en su validez cada coyuntura histórica para permitir la
comprensión de forma limitada y precisa de los objetivos que un estadista puede alcanzar en
cada momento. Es decir, se trata de una clasificación general pero que a diferencia de las
anteriores permite situar la acción y decisión del estadista en el contexto de los fines
inmediatos y particulares que persigue con esa actuación, tales objetivos se reducen para
ARON a los tres siguientes: importancia estratégica o militar; ventajas espacial-demográficas
y beneficios espacial-económicos. Ahora bien, puesto que estos objetivos deben referirse
necesariamente a cada momento histórico para considerar su particular validez y
reponderancia respecto de los objetivos eternos, ello significa que está sometidos de una
forma más inmediata a la dinámica histórica, dinámica que incide en ellos y los transforma.
Esta transformación se produce fundamentalmente por causa de los cambios que
experimentan tres factores: las técnicas de combate y de producción, los modos de
organización de las colectividades y por la costumbre,
considerada como “los
procedimientos que juzgan legítimos o los subterfugios o brutalidades de que se abstienen en
sus relaciones recíprocas los Estados”.
Estos factores al transformarse modifican, inevitablemente, el valor relativo de cada
objetivo histórico y condicionan con ello la utilización de la estrategia o de la diplomacia
para alcanzarlos en cada etapa histórica de la Sociedad Internacional.
Para alcanzar estos fines, eternos o históricos, a través de la diplomacia o la estrategia,
¿con qué capacidades cuentan los Estados? ¿qué elementos permiten determinar la eficacia de
ambos instrumentos de la acción exterior de los Estados? Para responder a estas cuestiones,
ARON introduce tres nuevos conceptos en su teoría que contribuyen a precisarla todavía más,
tales conceptos son los de: poder, potencia y fuerza.
Para ARON, el poder en su aceptación más general queda definido como “la
capacidad de hacer, producir o destruir”, no obstante semejante concepto general queda
pormenorizado cuando se refiere a las relaciones sociales ya sean entre individuos o
colectividades, ya que entonces el poder se determina como “la capacidad de influir sobre la
conducta o los sentimientos de otros individuos” (pag. 73), nos hallamos, pues, ante una
consideración del poder como una relación humana y no como un término absoluto.
El concepto de potencia referido al contexto internacional puede definirse como:
“la capacidad de una unidad política para imponer su voluntad a las otras unidades”,
en tanto que el concepto de fuerza, aunque no expresamente definido por ARON como los
anteriores, se deduce claramente de su comparación con los otros dos conceptos de poder y
de potencia, y así observamos que ARON considera la fuerza como el conjunto de medios o
recursos necesarios para llevar a cabo una determinada acción por parte de una colectividad,
ya sea en el interior o frente al exterior.
De estos tres conceptos básicos, ARON deriva toda una serie de criterios de análisis y
conceptos operativos que demuestran en gran medida hasta qué punto se puede alcanzar
precisión teórica en las relaciones internacionales cuando el internacionalista se detiene a
pensar antes que a justificar. En efecto, también cabe distinguir a la fuerza militar del poder,
ya que la primera está formada por una serie de recursos militares susceptibles de valoración
objetiva, mientras que el poder, en la medida que es una relación humana no depende
únicamente de los medios materiales o instrumentales, análogamente se puede señalar que no
cabe una identificación teórica entre una política de fuerza y una política de poder. Pero lo
fuerza, como conjunto de recursos militares, económicos e incluso morales, tampoco cabe
confundirla con la potencia que es la utilización de esa fuerza precisamente para lograr unos
objetivos determinados en unas condiciones y en un contexto también específico. De ello se
deduce que necesariamente deben ser distintas la potencia defensiva (capacidad de una
unidad política para no dejarse imponer la voluntad de las otras) o la potencia ofensiva
(capacidad de una unidad política para imponer a otras su voluntad) de un Estado, su potencia
en tiempos de paz o su potencia en épocas de guerra; su potencia interior y su potencia
exterior a una determinada zona geográfica. Así como cabe apreciar la distinción entre lo que
ARON llama la fuerza potencial, considerada como “el conjunto de recursos materiales,
humanos y morales que posee cada unidad colectiva sobre el papel” y la fuerza actual,
entendida como “los recursos movilizados o utilizados en la ejecución de la política exterior
de un Estado en tiempos de paz o de guerra”, la relación entre ambas viene determinada por
el concepto de potencial de movilización de las fuerzas de un país, quien a su vez depende en
cada momento histórico de otros dos factores: las condiciones de capacidad económica o
administrativa y la voluntad o resolución colectiva afirmada por los dirigentes y respaldada
por las masas de un país.
Al llegar a este punto y antes de proseguir. ARON se plantea la cuestión de averiguar
¿hasta qué punto es válido identificar la potencia de los hombres con el poder, de los
estadistas con la potencia de la unidad política en sí misma? O dicho de otra forma ¿resulta
teóricamente válido aceptar el supuesto de que los estadistas, en tanto que ostentadores del
poder interior del Estado, cuando adoptan sus decisiones hacia el exterior representan a la
voluntad de toda la colectividad y consiguientemente gozan de la potencia, como capacidad
de imponer esa voluntad colectiva a los demás países, de todo el Estado?
A esta cuestión da una respuesta afirmativa argumentando que puesto que los
estadistas o dirigentes políticos del Estado lo son precisamente porque respecto de la
colectividad que integra ese Estado poseen el poder interno, es decir, gozan del control de los
recursos (materiales y humanos), de la legitimidad para utilizar la fuerza potencial (capacidad
de movilización) y dominar las técnicas económicas y administrativas para transformar la
fuerza potencial en fuerza actual, ello significa que en un determinado momento tales
dirigentes pueden gozar frente a los demás países de una potencia estatal eficaz para respaldar
sus decisiones. Ahora bien, señala, ARON, que la ostentación de poder interno sea una
condición necesaria para que los dirigentes de un Estado gocen de potencia frente al exterior
no significa que los conceptos de poder y de potencia se confundan. Resulta evidente que en
la medida en que un Estado posea una mayor potencia o capacidad de imponer su voluntad en
el exterior, tenderá a alcanzar un mayor poder exterior o capacidad de influir en los demás
Estados, pero ello no depende exclusivamente de la voluntad de ese Estado o de sus
dirigentes sino también de la voluntad de los demás países para dejarse influir por esa
potencia, por consiguiente el poder interno transferido o convertido en potencia exterior no
siempre garantiza la consecución del poder exterior y viceversa. En definitiva, los conceptos
de potencia y poder se influyen mutuamente pero no se determinan, lo que impide el
reduccionismo teórico del primer concepto al segundo. Como lo manifiesta el propio autor:
“El poder en la escena internacional difiere del poder en el escenario interno, porque
no tiene la misma envergadura, ni utiliza los mismos medios, ni se ejerce en el mismo
terreno”.
Con esta construcción teórico-conceptual, ARON no sólo sienta las bases para todo el
análisis posterior de su obra sino que, de paso, destruye en sus propios cimientos las
categorías principales de los realistas políticos norteamericanos. Como demuestra, por la
complejidad de toda su estructura teórica, el reduccionismo simplista operado por la
concepción del “interés nacional definido en términos de poder” es inaceptable porque ¿de
qué interés y de que poder hablamos? Como escribe el propio ARON:
“(...) Pero existe una separación tan grande entre la potencia defensiva y la potencia
ofensiva, entre la potencia en tiempo de guerra y la potencia en tiempo de paz, y entre la
potencia en el interior de una determinada zona geográfica y la potencia fuera de esa zona,
que la medida de una cualquiera, supuesta como absoluta e intrínseca, me parece más nociva
que útil. Nociva para el hombre de Estado, que se creería en posesión de una información
precisa, cuando en realidad no tendría en su poder más que una medida falsamente rigurosa
de una resultante de significación equívoca. Nociva para el hombre de ciencia, que sustituiría
las relaciones entre los Estados, es decir, entre las colectividades humanas, por la
confrontación de masas, despojando así de su sentido auténtico al objeto de nuestro estudio.”
(Pág.74)
Y en otro apartado señala:
“La subordinación eventual del objetivo abstracto de la fuerza al objetivo concreto y
próximo no es contraria ni a la lógica de la acción humana ni a la lógica de la rivalidad entre
Estados. (...) Hasta el mismo deseo de desquite no es más irracional que la voluntad de poder.
Las unidades políticas están en competencia: las satisfacciones del amor propio, la victoria o
el prestigio, no son menos reales que las satisfacciones denominadas materiales, tales como la
ganancia de una provincia o de una población.
No sólo no son deducibles de la relación de fuerzas los objetivos históricos de las unidades
políticas, sino que sus fines últimos son legítimamente equívocos. La seguridad, el poder, la
gloria, la idea son objetivos esencialmente heterogéneos, que sólo se podrían resumir en un
término único, alterando el sentido del significado humano de la acción diplomáticoestratégica. Si la rivalidad entre los Estados es comparable a un “juego”, no se podría
designar lo que está en “juego” por un término único, válido para todas las civilizaciones y
para todas las épocas.
La diplomacia es un juego en el que los actores lo mismo arriesgan la pérdida de su
vida que prefiere la victoria a los beneficios que de ella pudieran resultar. La expresión
cuantitativa de los objetivos en litigio es, por ello, imposible: no sólo no se sabe por
adelantado lo que está en juego (lo que hará el vencedor), sino que la victoria es suficiente en
sí misma, para el guerrero. La pluralidad de objetivos concretos y de fines últimos impedirá
una definición racional del “interés nacional” aun en el caso de que esto no implicase en sí
mismo el equívoco que une al interés colectivo en la ciencia económica. (...)” (pag.124).
De lo expuesto se deduce claramente la desmitificación que realiza ARON, no sólo
del realismo político norteamericano sino también de otras teorías explicativas, como la
teoría de los juegos ¡y ello en el año 1962! Lógicamente ARON llega a la conclusión de que
no cabe pensar en la formulación de una teoría de las relaciones internacionales racionalista y
mesurable como lo es la teoría económica, para él la teorización en relaciones internacionales
deberá tratar de esbozar y tenderá a:
“analizar el sentido de la conducta diplomática y a deducir de ella las nociones
fundamentales, precisando las variables a las que hay que pasar revista para comprender una
constelación. Sin embargo, no sugiere una diplomacia eterna ni pretende la reconstrucción de
un sistema cerrado.” (pag. 126)
Sistemas internacionales y Sociedad Transnacional
Determinados conceptualmente los fines, medios e instrumentos a través de los que se
desarrolla y a los que sirve la acción de los Estados, ARON aborda el estudio teórico de las
relaciones entre los Estados a partir de sus formas de organizarse y vincularse, es decir, se
plantea el análisis teórico de los sistemas internacionales.
Pero ¿qué es para este autor un SISTEMA INTERNACIONAL? ¿En qué se diferencia
de ese grupo social que agrupa tanto a los Estados como a otro tipo de actores y que
denominamos Sociedad Internacional?. ARON
define el concepto de SISTEMA
INTERNACIONAL como:
“el conjunto constituido por una serie de unidades políticas que mantienen entre sí
relaciones regulares y que son todas susceptibles de verse implicadas en una guerra general”
(pag. 127).
Debemos precisar que ARON no utiliza el término sistema en el sentido en que lo
utilizarán los teóricos del análisis de sistemas, sino como término equivalente a “conjunto
organizado”.
Pues bien, de acuerdo con esta definición, debemos precisar que todos aquellos países
que son tenidos en cuenta por los dirigentes de cualquier Estado, a la hora de evaluar las
relaciones de fuera de su propio Estado respecto de los que estén afectados por sus
decisiones, son considerados miembros de pleno derecho del sistema.
Advirtamos también, que en esta definición resultan incluidos los dos aspectos de toda
acción exterior de los Estado, el diplomático y el estratégico, ya que la determinación de un
sistema internacional viene precisada no sólo por la existencia de relaciones regulares,
lógicamente pacíficas, sino también por el riesgo o posibilidad de implicarse en una guerra
general entre todas las unidades política que lo integran. En este sentido observemos que la
Europa de los comienzos de la Edad Moderna, gracias a su expansión ultramarina extendió
sus relaciones regulares a nuevas tierras y Estados (los imperios indígenas americanos, el
imperio chino, Japón, etc.)
Pero ello no permite concebir una ampliación del sistema internacional europeo, en la
medida en que las guerras con los nuevos países descubiertos tan sólo afectaban a un número
reducido de países europeos. Tal extensión del sistema internacional europeo, no se producirá
realmente hasta el siglo XIX con la expansión no sólo colonial sino imperialista a los
continentes Africano y Asiático, además de la ya acaecida en el contiene Americano a finales
del siglo XVIII, y cuya plasmación concreta se verificará en el transcurso de la Guerra
Mundial.
De la definición señalada se deduce claramente la distinción entre SISTEMA
INTENACIONAL y ese grupo social que hemos dado en llamar Sociedad Internacional y que
ARON DENOMINARÁ sociedad transnacional; al que no define de una forma directa y
precisa, sino que describe a través de sus elementos integrantes y de sus rasgos más
característicos:
“La sociedad transnacional se manifiesta por los intercambios comerciales, las
migraciones de individuos, las creencias comunes, las organizaciones que transcienden más
allá de las fronteras y por las ceremonias o competiciones abierta a los miembros de todas
estas unidades. La sociedad Transnacional es tanto más viva cuanto mayor sea la libertad de
intercambios, migración o comunicación, cuanto más fuertes sean las creencias comunes, más
numerosas las organizaciones no nacionales y más solemnes las ceremonia colectivas” (pag
140).
Pero si ambos conceptos se distinguen, conviene, no obstante, precisar las
características propias del sistema internacional, así, como los modelos teóricos o tipos
ideales de sistemas internacionales antes de pasar a exponer la relación existente entre
sistema internacional y sociedad transnacional.
Según ARON, la característica de un sistema internacional se deduce a partir de una
constatación empírica, a saber: la estructura de los sistemas internacionales es siempre
oligárquica, o lo que es lo mismo, en cada sistema internacional los Estados principales
determinan más al conjunto de países que lo integran que son determinados por ellos. Ello se
traduce teóricamente en la idea de que lo que caracteriza un sistema internaciona l es la
conjunción de dos conceptos: la relación de fuerzas y la coherencia de ideas y de
organización socio-política. El primero de ambos conceptos trata de determinar cuáles son los
vínculos ponderados de recursos materiales y humanos que existen entre los Estados y que
caracterizan el funcionamiento real, material, del sistema. En virtud de la distribución
material de la fuerza los sistemas internacionales se clasifican en dos grupos o
configuraciones, que son tanto diplomáticos como estratégicos: 1ª la CONFIGURACIÓN
MULTIPOLAR y 2ª la CONFIGURACIÓN BIPOLAR. En la primera la rivalidad se
mantiene entre Estados que pertenecen a una misma clase, que poseen una relativa
equiparación de fuerzas materiales lo que permite diversas combinaciones o alianzas de
Estados tendentes a un equilibrio general de fuerzas, siendo las inversiones de alianzas un
proceso normal de la diplomacia tendente a mantener ese equilibrio.
Por el contrario en la configuración bipolar, dos Estados sobrepasan en términos
absolutos de fuerzas a todos los demás lo que implica necesariamente que el equilibrio
general del sistema sólo se pude mantener a través de la formación de dos coaliciones
respectivamente aglutinadas en torno a cada uno de ambos Estados hegemónicos y en las que
necesariamente deben inscribirse los restantes Estados medios y pequeños. Como resulta
obvio, ya no cabe en el terreno diplomático la inversión de alianzas.
Si atendemos ahora no al criterio de la relación material de fuerzas, sino al de la
coherencia ideológica y organizativa que vincula a los Estados que integran un sistema
internacional, ARON distingue otros dos grupos de sistemas: los HOMOGÉNEOS y los
HETEROGÉNEOS. El primero lo integran los Estados que “pertenecen al mismo tipo y
obedecen al mismo concepto de política”, en tanto que el segundo, lo configuran aquellos
Estados que “están organizados de acuerdo con otros principios y proclaman valores
contradictorios”.
Entre ambos tipos de sistemas internacionales, ARON señala una serie de rasgos que
contribuyen a singularizarlos de forma concreta. Así, a su juicio, el sistema homogéneo
entrañaría una mayor estabilidad por dos razones fundamentales: en primer término, si todos
los Estados del sistema poseen regímenes político- ideológicos análogos ello significaría que
éstos son tradicionales por cuanto han alcanzado una legitimidad a través de su permanencia
histórica, en este caso, el comportamiento exterior de tales Estados resulta mucho más
previsible y por consiguiente facilita el desarrollo de las vías negociadoras en la satisfacción
de las demandas e intereses de los diversos Estados que integran el sistema. En segundo
lugar, la propia identidad de ideas y los valores compartidos favorecen la limitación de la
violencia en caso de guerra por cuanto la hostilidad estatal no entraña el odio hacia el
enemigo ni impide los acuerdos y las reconciliaciones, después de las batallas entre dirigentes
de diversos Estados ni tampoco entre los pueblos de tales países y ello por la sencilla razón
de que no existe antagonismo ideológico entre los miembros del sistema homogéneo.
Por el contrario, la falta de una coherencia ideológica y político-organizativa interna
en el sistema heterogéneo, resta de forma importante estabilidad a dicho sistema. Como
señala muy acertadamente ARON, esta incoherencia entre los Estados rivales significa una
mayor inseguridad porque entraña una mayor imprevisibilidad en la acción exterior de tales
estados, así como en las decisiones de sus dirigentes. Incluso cuando se intenta mitigar esta
inseguridad a través de la conclusión de pactos o tratados, así como mediante el
establecimiento de normas jurídicas que regulen el comportamiento recíproco entre los
Estados rivales, no existe posibilidad de alcanzar una mayor seguridad porque es difícil llegar
a interpretaciones unívocas de tales pactos o normas y en todo caso siempre subsiste la duda
sobre las verdaderas intenciones del Estado rival. Tales incertidumbres descansan, en gran
parte, en fenómenos internos de cada uno de los Estados por cuanto la heterogeneidad
ideológico-organizativa divide a la población misma de los países por encima de las
fronteras. Las luchas entre los Estados rivales en este sistema es también como puntualiza
muy acertadamente ARON, una lucha entre sus dirigentes por cuanto el enfrentamiento es
sobre todo un enfrentamiento de las ideas y organizaciones políticas sobre las que descansa la
legitimidad del poder de tales dirigentes. Estos ven en los dirigentes rivales no sólo sus
enemigos sino también sus adversarios políticos, lo que les obliga a aliarse tanto con los
Estados que participan de una misma ideología como a todo enemigo interior, con
independencia de sus características, que amenace el poder de los dirigentes del Estado rival.
Por estas mismas razones, cuando estalla el conflicto bélico resulta extraordinariamente
difícil llegar a una paz de compromiso, ya que inevitablemente se orientará a establecer el
cambio de régimen político y el derrocamiento del gobierno enemigo convirtiéndolos en los
objetivos últimos de la guerra.
Una vez señaladas las formas y características que definen a los sistemas
internacionales, podemos pasar a exponer cómo se relacionan éstos con la Sociedad
transnacional tal y como quedó definida anteriormente. Ante todo, ARON comprende
claramente que:
“No basta con que los individuos se frecuenten y conozcan, ni que
intercambien mercancías e ideas, para que reine la paz entre las distintas unidades soberanas
a pesar de que estas comunicaciones serán probablemente indispensables para la formación
ulterior de una comunidad nacional o supranacional” (pag. 140).
Derecho Internaciona l (Público y Privado)
Ello significa que las relaciones interestatales, y por consiguiente los sistemas
internacionales se superponen, distorsionándolas y determinándolas, a las relaciones entre
individuos y grupos sociales pertenecientes a diversos país es, es decir a la Sociedad
transnacional. Ambas forman parte de una misma realidad que nuevamente se nos aparece
dual y dialéctica. En ambos casos, sin embargo, las relaciones, ya sean entre Estados o entre
individuos de distintos Estados, ya sean pacíficas o beligerantes, no se han desarrollado de
forma absolutamente anárquica y desorganizada sino que se han visto reguladas por
principios éticos, convicciones morales o costumbres que han dado origen a la formación de
un derecho específico para tales relaciones, el Derecho Internacional. Ahora bien para
ARON, este Derecho Internacional es también doble según que tienda a regular las relaciones
entre Estados o las relaciones que existen en la Sociedad transnacional. De este modo
distingue entre el Derecho Internacional Privado y el Derecho Internacional Público
aplicando no un criterio jurídico sino exclusivamente sociológico, y así, el primero regula las
relaciones que se desarrollan en la sociedad transnacional tal y como se ha definido. En este
sentido, ARON subraya la coherencia que a su juicio supone la incorporación que los juristas
hacen de este Derecho Internacional Privado al derecho interno ya que deben someterse al
poder y a la potencia interior del Estado, en tanto que las normas jurídicas destinadas a
regular las relaciones entre los Estados y consignadas en los tratados concluidos entre los
mismos integran el Derecho Internacional Público.
Pues bien, para ARON, la regulación jurídica de las relaciones internacionales se sitúa
precisamente en el punto de encuentro entre los dos elementos o características que
determinan los diversos sistemas internacionales, es decir, en el punto de encuentro entre la
relación de fuerzas y la coherencia ideológica y organizativa. Tales normas jurídicas
internaciona les quedan condicionadas o influidas, lógicamente, por ambos elementos y se
alteran o modifican tanto en virtud de la relación de fuerzas que existe entre los Estados, por
cuanto los Estados con mayor potencia o poder exterior tratan de introducir normas jurídicas
tendentes a garantizar esa supremacía, como por la homogeneidad o heterogeneidad del
sistema, ya que ésta incidirá tanto en los principios legalizados por las normas internacionales
como en la interpretación que los diversos Estados con concepciones ideológicas y
organizativa contrapuestas, realicen de tales normas. Sin embargo, y a pesar de estas
consideraciones a través de las cuales ARON trata de especificar el papel y el valor que le
corresponde al Derecho Internacional desempeñar en la reglamentación de las relaciones
tanto entre los sistemas internacionales como en las Sociedad transnacional, no cree que la
existencia de tales normas jurídico- internacionales modifique sustancialmente su tesis teórica
inicial, a saber: que el verdadero rasgo definidor de las relaciones internacionales viene
determinado por el hecho de que los Estados ostentan legítimamente la facultad de hacer
justicia en sí mismos y de ejercer la violencia bélica para establece su voluntad en relación
con los demás Estados. Por el contrario, a su juicio, el derecho internacional reafirma su tesis
ya que se trata de un derecho cuya vigencia, interpretación y modificación queda en manos de
los propios Estados cuya actuación debe regular, y ello significa que en último extremo esa
vigencia, interpretación y modificación de las normas jurídicas quedará a merced de las
relaciones de fuerza y la coherencia ideológica y política que existe entre los propios Estado.
Ejemplos claros de los condicionantes que existen respecto al Derecho Internacional lo son
para ARON los siguientes:
- El problema del reconocimiento, tanto de Estados como de gobiernos.
- La dificultad para establecer una definición adecuada y unánimemente aceptada de la
agresión, que permita distinguir entre la violencia legítima o ilegítima en el seno de las
relaciones interestatales, lo que constituye el viejo y debatido tema de las guerras justas e
injustas.
Ante todas estas consideraciones, ARON llega a la constatación de que las normas
jurídicas internacionales comportan una contradicción dialéctica idéntica a la que presentan
las relaciones internacionales que existen en la realidad misma, lógicamente al igual que éstas
se individualizan respecto a las relaciones internacionales, también el Derecho internacional,
en opinión de ARON, se distingue respecto al Derecho Interno:
“(...) La reglamentación de las relaciones internacionales se sitúa en el punto de
encuentro de los dos estudios anteriores. ¿Hasta qué punto, y en qué sentido se encuentran
sometida las relaciones interestatales, en la paz y en la guerra a un solo derecho, de la misma
manera que las relaciones interindividuales, en la familia y en el comercio, lo están hoy día y,
en cierto sentido, lo han estado siempre.
Las relaciones interestatales, al igual que las otras relaciones sociales, no han sido nunca
abandonadas totalmente a lo arbitrario.(...)
Los Estados han concluido múltiples acuerdos, convenciones o tratados, entre los
cuales unos interesan sobre todo a la sociedad transnacional, mientras que otros conciernen a
la vez a ésta y al sistema internacional. A la primera categoría pertenecen, por ejemplo, las
convenciones postales, los acuerdos relativos a la higiene, a los pesos y medidas. A la
segunda, el derecho marítimo.(...)
La extensión de la ley internacional refleja el crecimiento de los intereses colectivos
de la sociedad trasnacional o del sistema internacional, la necesidad creciente de someter a
las leyes la coexistencia en el mismo planeta, alrededor de los mismos océanos y bajo el
mismo cielo, de colectividades humanas políticamente organizadas sobre una base territorial”
(pag. 142).
Y más adelante escribirá:
“Un derecho que no lleva consigo una interpretación indiscutible ni una
sanción eficaz, que se aplica a sujetos cuyo nacimiento y muerte se limita a constatar y que
no puede indefinidamente durar, aunque no se sepa cómo revisarlo, ¿pertenecerá este derecho
internacional al mismo género que el interno? La mayor parte de los juristas responde
afirmativamente y yo me guardaré de contradecirles. Me interesa más mostrar las diferencias
entre las especies que negar la pertenencia a un mismo género” (pag. 146).
La teoría de las paces
Precisamente el análisis del papel y de los rasgos que posee el Derecho Internacional
permite a ARON reconducir las consideraciones hacia los conceptos esenciales que
concluyen su elaboración teórica.
En efecto, si para este autor lo que condiciona la acción exterior y las relaciones entre
los Estados es precisamente el riesgo, la posibilidad de la guerra que constantemente las
amenaza y a la que inevitablemente deben contemplar como el recurso último para garantizar
la consecución de sus objetivos, de ello no cabe deducir que el deseo de los Estados sea el de
mantener sus relaciones en estado de lucha continua y permanente. Por el contrario, ARON
establece claramente que las colectividades políticas buscan ante todo y sobre todo alcanzar
la paz en sus relaciones lo que no significa que por ello deban descartar la guerra. En
consecuencia con esta tesis, ARON concluye su teoría con una investigación de las formas y
condiciones de pacificación de las formas y condiciones de pacificación de las relaciones
interestatales:
“La paz se nos aparece, hasta el momento, como la suspensión, más o menos
duradera, de las modalidades violentas de la rivalidad entre unidades políticas. Se dice que la
paz reina cuando el comercio entre las naciones no trae consigo formas militares de lucha,
pero este comercio pacífico se desenvuelve a la sombra de antiguas batallas y en el temor, o
la espera, de batallas futuras, el principio de la paz, en el sentido en que Montesqueiu toma
este termino en su teoría de los gobiernos, no es diferente por su naturaleza al de las guerras:
las paces se fundan en el poder, es decir, en la relación entre las capacidades de actuar unos
sobre otros que posean las unidades políticas. Como quiera que las relaciones de poder, en
tiempos de paz, sin ser reflejo exacto de la relación de fuerzas actuales o potenciales son su
expresión más o menos deformada, los diversos tipos de paz pueden referirse a los distintos
tipos de relación de fuerzas” (pag.192).
Básicamente ARON reconduce los distintos tipos de paz a cuatro categorías
fundamentales: la paz por el poder, que constituiría la forma históricamente clásica de
pacificación de las relaciones interestatales; la paz por el terror o la paz por la impotencia ; la
paz por la satisfacción y, finalmente, la paz belicosa o guerra fría.
La paz por el poder es aquella forma de relaciones pacíficas que descansa,
precisamente, en las diferencias de poder que existen entre los Estados o más exactamente en
la relación de fuerzas (potenciales o actuales) que existe entre ellos. Esta forma de paz por el
poder presenta a su vez tres manifestaciones o tipos según cual sea la relación de poder o de
fuerzas interestatales:
-la paz de equilibro: aquella que se basa en un equilibrio general de fuerzas entre las
unidades políticas del sistema.
- la paz imperial: aquella que descansa en la dominación de todos los Es tados del
sistema por una potencia cuya superioridad absoluta de fuerzas, obliga a aquéllas a someterse
a su voluntad haciéndolas perder con ello su autonomía política real, aunque es probable que
se mantenga en términos político-formales. La paz imperial conduce a la paz civil con la
evolución histórica en la medida en que se vaya perdiendo la conciencia de pertenencia a las
unidades políticas independientes.
-La paz hegemónica: es un tipo intermedio entre las dos anteriores, ya que en este
caso la paz se alcanza gracias a la superioridad absoluta de uno de los Estados del sistema al
que no pueden oponerse las restantes unidades políticas insatisfechas, pero en el que tampoco
la potencia dominante intenta llegar a una absorción de los restantes Estados, no aspira a
convertirse en un imperio.
Junto a esta forma clásica de la paz por el poder, habría que mencionar también, según
ARON, otra forma de pacificación que se corresponde con la que impera en la sociedad
internacional a partir del desarrollo de la tecnología armamentista nuclear y del riesgo de
destrucción absoluta y masiva que su utilización entraña, esta es la paz por la impotencia o
también denominada la paz por el terror. Este tipo de paz es definido por el autor como:
“la que reina (o reinaría ) entre unidades políticas, cada una de las cuales tiene (o
tendría) la capacidad de ocasionarle daños mortales” (pag.201).
Aunque se puede pensar que esta sería una forma extrema de paz por el poder, ARON
considera que posee unos rasgos propios que la diferencian de lo que hemos definido como
paz por el poder. En efecto, el equilibrio de fuerzas aunque es posible apreciarlo en términos
generales, resulta, sin embargo, equívoco y aproximado, y dada la importancia destructiva del
armamento nuclear, a diferencia del armamento convencional, la falta de desequilibrio exacto
y perfectamente apreciable, puede entrañar un desequilibrio real significativo. Por otra parte,
ese equilibrio general del sistema se ve amenazado constantemente por el cambio de bando
de una unidad secundaria del sistema. Finalmente, dada la ausencia de una estimación exacta
de las fuerzas de las unidades hegemónicas del sistema (sobre todo en el terreno militar) que
sólo se podría constatar a través de la confrontación bélica, así como a la exigencia de una
seguridad absoluta de que ninguna de esas unidades bélicas pueda eliminar en un ataque por
sorpresa la capacidad de represalias, entraña una imposibilidad de alcanzar la pacificación
definitiva. En realidad entraña una terrible contradicción interna: la imposibilidad de alcanzar
absolutamente una superioridad militar bélica definitiva obliga constantemente a dar
respuesta a cualquier pequeña alteración de fuerza del antagonista, lo que a su vez contribuye
a incrementar los riesgos objetivos del conflicto y por tanto genera una creciente inseguridad
recíproca que mina las bases de pacificación, de ahí su caracterización de la impotencia como
esencia de este tipo de paz, pues ninguno de los Estados que poseen una hegemonía militar
puede llegar a imponer la paz mediante el ejercicio de su poder.
No obstante, aquí debemos recordar que ARON escribe su obra en 1962, cuando
todavía no se había consolidado la idea entre ambas superpotencias de que resultaba
imposible alcanzar una superioridad militar definitiva por cualquiera de ellas, de ahí que
ARON analice esta forma de pacificación como una situación posible pero no
definitivamente consagrada en la realidad.
Entre la paz por el poder y la paz por la impotencia, ARON establece en le ámbito
teórico una tercera forma de pacificación: la paz por la satisfacción que puede alcanzarse por
dos vías fundamentales, o bien por el establecimiento de un Estado universal o mediante el
imperio de la ley en la regulación de las relaciones interestatales. En ambos casos, sin
embargo, ARON se muestra muy escéptico sobre la posibilidad de que pueda alcanzarse la
pacificación definitiva entre los países por cuanto la consagración de la paz por la
satisfacción exigiría diversas condiciones que, piensa ARON, resultarán extraordinariamente
poco probables que se satisfagan. En primer término esta pacificación debería descansar en la
aceptación de un mismo principio de legitimidad, además deberían excluirse como
finalidades de los Estados todas las aspiraciones o reivindicaciones de carácter territorial,
demográfico, ideológico o de fuerza. La satisfacción sólo podrá ser duradera y segura si es
general, pero a su vez, sólo se podrá generalizar la satisfacción si se basa en una confianza
generalizada y recíproca, ya que bastaría que una sola colectividad política sospechase (aun
sin fundamento) de otra para que inmediatamente se desencadenase nuevamente el círculo
vicioso de la rivalidad y de la violencia. El cumplimiento de estas condiciones y de todas
ellas, pues como señala muy acertadamente el propio ARON: “no se hará nada en tanto quede
algo por hacer”, entrañaría en realidad una revolución de las relaciones internacionales que
solamente se podría alcanzar mediante una revolución de las instituciones existentes,
tendentes ambas a poner fin a la sospecha y permitir la confianza, ahora bien ¿cómo se podrá
alcanzar tal revolución sin una “conversión de las almas” y mientras no se encuentre una vía
realista y eficaz para lograr la sustitución de la “seguridad por la fuerza” que actualmente
impera en las relaciones entre los Estados?.
Como escribe de forma claramente significativa:
“El Estado universal y el reinado de la ley no son conceptos equivalentes: uno se nos
aparece en el límite de la política de poder, mientras que el otro al término de la evolución del
derecho internacional. Pero uno y otro implican, en última instancia, la supresión de lo que ha
constituido la esencia de la política internacional: la rivalidad de los Estados, que tienen por
honor y deber hacerse justicia a sí mismos” (pag. 204).
Precisamente por la fecha en la que escribe ARON su obra, se refiere extensamente a
un tipo de paz que a su juicio es el que impera en esos momentos en el contexto internacional
y que presenta también singularidades respecto a los ejemplos señalados. Se trata de lo que él
denomina la paz belicosa o también lo que por esas fechas se denomina con un término más
generalizado como guerra fría. La paz belicosa o guerra fría presenta elementos
característicos, por una parte de la paz por el terror y por otra de la heterogeneidad histórica e
ideológica de un sistema internacional cuya extensión es universal. Tales elementos
característicos ARON los resume en tres conceptos: disuasión, persuasión y subversión. En
efecto, estos tres términos denominan las tres modalidades que presenta la acción
diplomático-estratégica en la etapa de la guerra fría. El primero de ellos, la disuasión, deriva
de la existencia de unas mínimas condiciones propias de la paz por el terror, a saber: 1º el
desarrollo armamentístico nuclear entre las dos superpotencias hegemónicas. Si bien la
relativa imposibilidad de actuación militar con dicho armamento le resta eficacia para
imponer una paz absoluta, general y duradera, ello no es obstáculo para que su posesión actúe
como elemento disuasor respecto a la potencia hegemónica adversaria, para que recurra al
conflicto bélico nuclear.
Pero junto a la disuasión que opera, principalmente, en el ámbito estratégico y frente a
la superpotencia adversaria, es necesario desarrollar otras formas de actuación exterior
orientadas unas respecto a la propia colectividad así como a las unidades políticas aliadas o
neutrales, y a la población de las unidades políticas antagónicas las otras. En ambos casos
subyace la constatación de una realidad consistente en la heterogeneidad ideológica del
sistema internacional en el que ninguna de las dos superpotencias, ni la URSS ni los Estados
Unidos, entra en conflicto con la otra por lograr una expansión territorial ni demográfica son,
sobre todo, por lograra la aceptación del sistema político-económico e ideológico propio al
tiempo que una descalificación del régimen contrario, y ello con objeto de alcanzar y ver
reconocida su hegemonía absoluta sobre todo el sistema internacional, o como escribe
ARON, con otras palabras:
“(...) Ahora bien, en todo sistema bipolar, los directores del juego, incapaces de reinar
conjuntamente, están destinados a la competencia, porque todo progreso de uno de ellos
parece al otro un peligro. Los grandes de hoy día no pueden reinar juntos en razón de la
incompatibilidad de sus instituciones y de sus principios de legitimidad” (pag. 206).
La respuesta a los hechos que acabamos de señalar se encuentra, en opinión de
ARON, en la acción persuasiva y subversiva de la política exterior. Amabas, se
complementas mutuamente y se realizan necesariamente en conjunción. En efecto, si la
subversión “se plantea como objetivo sustraer una población a la autoridad administrativa y
moral de un poder establecido a integrarla en otros marcos políticos y militares, y a veces en
y gracias a la lucha”, no cabe duda de que su eficacia dependerá tanto de la adecuación de las
técnicas subversivas utilizadas a las circunstancias concretas (locales y temporales) como de
la efectiva da de la persuasión, a través de las técnicas de propaganda, para convencer a la
población del propio Estado o de los países aliados y neutrales con objeto de evitar el éxito de
la actividad subversiva del contrario.
La persuasión se pude definir, en consecuencia:
“como el conjunto de procedimientos que intentan modificar o consolidar los
sentimientos, opiniones o convicciones de los hombres” (pag.212).
De las consideraciones que acabamos de realizar sobre la paz belicosa o la guerra fría,
se deduce claramente que este tipo de paz constituye una fórmula intermedia en la que
importan tanto los elementos materiales de destrucción como los efectos sicológicos que tales
elementos ocasionan en el contrario, en el amigo o en el neutral. ARON ha sabido expresar
muy significativamente esta idea que permite retornar a los fundamentos mismos de toda su
construcción teórica:
“La guerra fría se sitúa en el punto de convergencia de dos series históricas: una que
lleva a la puesta a punto de las bombas termonucleares y de los ingenios balísticos, así como
a la renovación incesante de armas cada día más destructivas y de vehículos portadores cada
vez más rápidos; la otra que acentúa el elemento sicológico de los conflictos a expensas de la
violencia física. La conjunción de estas dos serie es comprensible: cuanto más sobrepasan la
escala humana los instrumentos de la fuerza, menos utilizables son. La falta de medida de la
técnica lleva la guerra de nuevo a su carácter esencial de confrontación de voluntades, tanto si
la amenaza sustituye a la acción como si la impotencia recíproca de los Grandes impide los
conflictos directos; y, al mismo tiempo, amplía los espacios en los que hace estragos, sin
grandes riesgos para la Humanidad, la violencia clandestina o dispersa” (pag. 217).
Una vez elaborada su construcción teórica, ARON considera que ésta cumple tres
funciones principales al internacionalista en su trabajo de investigación explicativa de la
realidad internacional:
1º) Indica al sociólogo y al historiador los principales elementos que deben
considerarse a la hora de alcanzar una descripción de una coyuntura internacional concreta.
2º) Permite la utilización de la teoría como criterio racional de referencia para poder
explicar y comprender la orientación de la política exterior de un país o la conducta seguida
por un estadista en la determinación de esa política exterior.
3º) Finalmente, posibilita al sociólogo y al historiador interrogarse sobre las causas
internas o externas a las relaciones interestatales que determinan la formación, la
transformación y la desaparición de los sistemas internacionales.
Sociología (Determinantes y regularidades)
Ahora bien, con la teoría se posibilita el avance en la tarea del internacionalista y de
ningún modo se da por concluida ésta. El segundo paso consiste, precisamente, en la
investigación sociológica dirigida a establecer proposiciones generales relativas o bien a las
consecuencias derivadas de una determinada causa para el poder, los objetivos de los Estados
y la naturaleza del sistema internacional, o bien a las sucesiones regulares o esquemas de
futuro que se encuentran inscritos en la realidad, sin que ello significa que los actores posean
conciencia de ello. Como lo resume ARON, si la teoría pretendía establecer los “fenómenosefectos, los determinados”, la sociología, en cambio, trata de descubrir “los fenómenos –
causas, los determinantes”.
Para ello, ARON realiza una primera constatación que no por evidente resulta menos
fructífera para este gran pensador. En efecto, las relaciones internacionales ya sean pacíficas
o conflictivas, se establecen y vinculan a comunidades políticamente organizadas sobre una
base territorial, de ello deriva este autor dos grandes categorías causales:
1ª.- causas materiales o físicas
2ª.- causas morales o sociales.
La primera de ambas categorías causales cabe descomponerla en tres causas
particulares que dan respuesta a otras tantas interrogantes:
¿qué espacio ocupan esos hombres? Causa espacial o geográfica.
¿cuántos ho mbres ocupan ese espacio? Causa poblacional o demográfica.
¿qué recursos encuentran en él? Causa económica o recursos.
Las causas morales o sociales cabe también subdividirlas en tres grandes apartados, si
bien ARON expresamente recuerda que la diferencia entre éstos no es similar a la que
distingue las causas materiales antes apuntadas, sino que se encuentra en función más directa
con la percepción de conjuntos sociales sucesivamente configurados a lo largo del devenir
histórico, tales grupos histórico-sociales son para ARON: 1º la nación; 2º) la civilización; 3º)
la humanidad. Para el primer grupo de causas la consideración fundamental es de carácter
espacial, en tanto que para las causa sociales es la consideración temporal la que predomina,
pero en ambos casos la investigación sociológica posee una misma y única finalidad,
permitirnos comprender el presente.
Historia (El sistema planetario en la edad termonuclear)
Precisamente porque el fin último de la teoría y de la sociología es permitirnos una
más correcta comprensión del presente, de la realidad internacional actual, tal comprensión
no se puede alcanzar sin una descripción de las singularidades que esta realidad internacional
presenta en relación con las tendencias o regularidades que en ella confluyen. En otras
palabras, la comprensión del presente no cabe realizarla únicamente desde la sociología, sino
que es necesario una visión histórica que nos muestre lo propio, lo singular y específico del
sistema internacional existente en nuestros días.
Para ARON este estudio histórico de las relaciones internacionales en la era
termonuclear tiene, pues, dos objetivos primordiales y complementarios: 1º destacar los
caracteres inéditos de la diplomacia y la estrategia en esta era del predominio del armamento
nuclear; y, 2º también presentar una descripción de la la evolución experimentada por esta
coyuntura histórica concreta.
La principal conclusión a la que llega ARON, tras esta descripción histórica de lo que
él denomina: “el sistema planetario en la edad termonuclear”, es que en ella las relaciones
entre sus unidades políticas, la acción diplomático-estratégica viene determinada por la
presencia de rasgos particulares que no han existido en momentos históricos precedentes y
que introducen un sesgo particular a dicha acción. Tales rasgos son, esencialmente, dos:
1º. La unificación, en un mismo sistema, de todas las naciones y de todas las
civilizaciones, lo que obliga a una “extensión planetaria de la esfera diplomática”, lo que ha
dado como resultado una dialéctica entre la heterogeneidad real (diversidad de principios de
legitimidad, desigualdad real entre los países), y la homogeneidad jurídica (Naciones Unidas,
igualdad y soberanía formal entre los Estados, etc.).
2º. La revolución tecnológica, origen tanto de una excepcional capacidad destructiva
(armas termonucleares) como de una capacidad productiva sin precedentes históricos, capaz
de dar satisfacción a las necesidades de supervivencia de la Humanidad, al menos en teoría.
Singularidades equívocas y dialécticas del sistema internacional que tienden a
incrementar los rasgos de bipolaridad al tiempo que conceden un papel e importancia
decrecientes al conjunto de países no comprometidos (o no alineados) a los que el mismo
antagonismo bipolar ha dado origen.
Pero si resultaba necesario formular la teoría y averiguar las regularidades y
tendencias sociológicas de las relaciones internacionales para poder llegar a una comprensión
del presente en su propia singularidad histórica, de nada nos sirve llegar a entender nuestra
realidad internacional si no es con miras a poder evaluar las implicaciones futuras de nuestras
acciones y decisiones presentes, es decir, para poder comprender la orientación futura de
nuestra propia dinámica internacional pasada y presente. En definitiva. Toda la investigación
teórica, sociológica e histórica, quedaría incompleta e inconclusa si no se inserta en una
perspectiva praxeológica.
Praxeología (las antinomias de la acción diplomático-estratégica)
En el último apartado de su obra, ARON aborda, pues, la investigación praxeológica
que se puede determinar en la formulación y respuesta a dos cuestiones básicas que, de algún
modo, son las dos cuestiones que durante siglos se han planteado y han tratado de responder,
con desigual fortuna, todos aquellos autores que se han dedicado a conocer los problemas
internacionales. Tales problemas con el de los medios legítimos de actuación, calificado por
ARON como el problema maquiavélico, y el de la paz universal o como el llama el problema
kantiano.
A la primera de ambas cuestiones, es decir, la de ¿qué medios resultan legítimos o
moralmente aceptables para alcanzar los fines que se proponen los Estados? ARON da una
respuesta que se aleja tanto de las afirmaciones de los que, siguiendo un pretendido realismo,
justifican la utilización sin límite de cualquier medio (violento o pacífico, moral o inmoral)
que permita alcanzar los fines perseguidos, como de aquellos otros que, con un idealismo
peligroso, sólo estiman válido el recurso a medios jurídicos o éticos, siempre pacíficos. A los
primeros les recuerda que en una época donde la utilización de determinadas armas (las
termonucleares) puede concluir en holocausto de toda la humanidad la consideración amoral
de los medios puede conducir a un resultado irracional y claramente contrario al fin que
pretenden lograr y que es la supervivencia del Estado y de su poder. Por su parte, a los
segundos les señala cómo en un mundo en el que la violencia en las relaciones interestatales
sigue siendo un medio no sólo utilizado sino legitimado por los propios Estados, toda
consideración del recurso a la violencia puede conducir a ese Estado a perecer o desaparecer
a manos de quienes no desean voluntariamente someter su actuación exterior a la legalidad o
moralidad pacíficas. Para ARON, pues, la solución no se encuentra en una consideración
parcial de una antinomia que se encuentra inserta en la propia realidad internacional.
Cualquier solución que contemple exclusivamente alguno de los dos polos de esa antinomia
real necesariamente conducirá a consideraciones erróneas sobre el comportamiento de que
debe seguirse. Como él mismo escribe de forma a mi juicio, magistral:
“La ambigüedad de la sociedad internacional impide seguir hasta el fin una lógica
parcial, bien sea la del derecho, bien sea la de la fuerza. La única moral que supera a la moral
del combate y a la moral de la ley, es la que yo llamaría moral de la cordura, que se esfuerza
no sólo en considerar cada caso dentro de sus particularidades concretas, sino también en o
desconocer ninguno de los argumentos de principio y de oportunidad, y en no olvidar ni el
equilibrio de fuerzas ni las voluntades de los pueblos. Porque es complejo el juicio de la
cordura no es nunca indiscutible y no satisface plenamente ni a moralistas ni a los vulgares
discípulos de Maquiavelo. (...).
La moral de la cordura, la mejor a un tiempo en el plano de los hechos y en el plano
de los valores, no resuelve las antinomias de la conducta estratégico-diplomática, pero se
esfuerza en encontrar para cada caso el compromiso más aceptable” (pags. 707-708).
Respecto a la segunda interrogante, la que se refiere a la posibilidad de alcanzar la paz
universal, también aquí nos muestra ARON una postura ecléctica, pensada y matizada, que
rechaza por igual ambos extremos, el derrotismo desesperado y el iluso pacifismo.
En efecto, no cabe imaginar la imposibilidad absoluta de lograr una creciente
pacificación general y desde luego, ARON no comparte la tesis de quienes ante la dificultad
de alcanzar semejante objetivo concluyen en una inevitable resignación ante el imperio de la
ley del más fuerte, violento o maquiavélico.
Pero tampoco comulga con las ideas de los que esperan alcanzar el reinado de la paz
universal en plazo temporal relativamente próximo, alegando como argumentos a favor de
esta idea, o mejor esperanza, las tendencias de creciente integración entre los países o la
inutilidad y escasa probabilidad de un holocausto nuclear. ARON se muestra escéptico sobre
la posibilidad de superar este antagonismo dialéctico, al menos dentro de una razonable
previsión futura. En este sentido, y para concluir, merece que citemos un párrafo en el que se
recoge su consideración sobre esta cuestión:
“Sería indigno dejarse hundir por las desgracias de nuestra generación y por los
peligros del futuro próximo hasta el punto de cerrarse a la esperanza, pero no sería menos
abandonarnos a la utopía y desconocer los trastornos de nuestra circunstancia.
Nada puede impedir que tengamos dos deberes, que no siempre son compatibles, uno hacia
nuestro pueblo y otro hacia todos los pueblo. Uno de participar en los conflictos que
constituyen la trama de la Historia y otro de trabajar por la paz.(...).
¿Habrá que escoger entre la vuelta a la era preindustrial y el advenimiento de la era de
la postguerra? ¿En esta era, la Humanidad será desconocida, homogénea o heterogénea?
¿Serán libres las sociedades comparables a una termitera o a una ciudad libre? ¿Se terminará
la era de las guerras por una orgía de violenc ia o por un apaciguamiento progresivo?.
Sabemos que no sabemos la respuesta a estas interrogantes, pero también sabemos
que el hombre no sobrepasará las antinomias de la acción sino el día en que haya terminado
con la violencia o con la esperanza.
Dejemos a otros, más dotados para la ilusión, el privilegio de plantearse con la
imaginación un punto final de esta aventura e intentemos no faltar a ninguna de las
obligaciones impuestas a cada uno de los hombre, no evadirnos de una historia bélica y no
traicionar al ideal. Pensar y actuar con el firme propósito que la ausencia de la guerra se
prolongue hasta el día en que la paz se haga posible, suponiendo que lo sea alguna vez” (pag.
911).
BIBLIOGRAFÍA
République Impériale.- Les Etats Unis dans le monde (1945-1972).
París, 1973, Edit. Calmann-Lévy (La República Imperial, traducida al castellano por
Demetrio Náñez. Madrid, 1976. Ed. Alianza).
“En busca de una filosofía de la política exterior”.- Revue Français de Science Politique, vol.
III (enero- marzo 1953), reproducido en la obra de HOFFMANN, en castellano.
“Del análisis de las constelaciones diplomáticas”.- R.F.S.P., vol. II (1954).
“Conflicto y guerra desde el punto de vista de la sociología histórica”.- reproducido al
castellano en la obra de HOFFMANN.”
“Qué es una teoría de las Relaciones Internacionales”.- R.F.S.P., vol. V (1967)
“En busca de la Seguridad”.- Revista de Occidente, nº 23 (1983). Pags. 5 a 20.
Los últimos años del siglo.- Madrid, 1984. Edit. Espasa Calpe.
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra
1
2.4.- El programa sociológico:
El intento de abordar las relaciones internacionales desde la Sociología, configura uno
de los programas iniciales de esta disciplina que, a pesar de su coherencia y rigor teórico,
menos adhesiones ha suscitado, especialmente en el ámbito dominante de los
especialistas norteamericanos. La auténtica paradoja de la historia externa de este
programa de investigación, radica en que tras varias décadas de existencia sus
aportaciones comienzan a ser admitidas debido a que las recientes corrientes teóricas,
léase el transnacionalismo, están recorriendo las sendas que previamente habían marcado
los teóricos de este programa.
Como ha demostrado ampliamente Mesa, la génesis y el desarrollo de la corriente
sociológica de las Relaciones Internacionales, está íntimamente asociada y es tributaria
directa de la consolidación de la ciencia de la Sociología. En efecto, el definitivo
reconocimiento de la Sociología como ciencia, que intenta explicar la nueva sociedad
industrial surgida durante el siglo XIX, constituye un referente obligado para comprender
las raíces del programa sociológico, no sólo en el contexto de las Relaciones
Internacionales, sino también en el de otras ciencias afines como el Derecho
Internacional o la Historia de las Re laciones Internacionales. 1
Esta filiación del programa sociológico en las Relaciones Internacionales, respecto de
la ciencia matriz, la Sociología, nos ayuda a comprender no sólo el escaso eco que ha
tenido entre quienes desde el otro lado del Atlántico, es decir de los realistas
norteamericanos que reclamaban la vinculación de las Relaciones Internacionales con la
Ciencia Política, pues no en vano la Sociología había surgido como una ciencia europea
para explicar los cambios de las sociedades industriales europeas, sino también porque ha
sido en el ámbito europeo donde este programa ha mantenido su vitalidad teórica.
Naturalmente, en la medida en que la hegemonía científica de las Relaciones
Internacionales, quedó anclada en los recintos universitarios americanos, tras la Segunda
Guerra Mundial, pocas aportaciones cabía esperar de quienes no se identificaban con los
planteamientos conceptuales y metodológicos de la Sociología salvo, en el mejor de los ,
para adherirse a los postulados de una específica escuela de la sociología empírica, por
supuesto norteamericana, como era el funcionalismo de Talcott Parsons . 2
No es, por consiguiente, una casualidad histórica el que los primeros autores que
avanzan la necesidad de abordar el estudio de los fenómenos internacionales desde los
presupuestos sociológicos, sean también europeos. 3 Los nombres de Max Huber, con su
1
- MESA, R.- Teoría y práctica... op. cit.; págs. 52-57
- A este respecto, Mesa ha señalado:
“Lo que pretendemos subrayar, con esta indicación, es que si, aparentemente, la aportación o el enfoque
sociológico de las Relaciones Internacionales se entiende habitualmente como llegado del otro lado del
Atlántico, la realidad es que su fundamentación, la construcción y la articulación de una teoría de las
Relaciones Internacionales se ha llevado a cabo y alcanza su mayor desarrollo en Europa; lo que por el
contrario es más cierto es que la aplicación empírica de la metodología sociológica ha sido el campo en donde
con más brillantez y mejores resultados han laborado los especialistas norteamericanos, como tendremos
ocasión de ver.”
MESA, R.- Teoría y práctica... op. cit.; pág. 61.
3
- Existe alguna excepción a esta afirmación, como es el caso de Grayson Kirk, pero en general creemos que
sigue siendo correcta.
2
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Memoria de oposición a cátedra
2
concepto de internacionalidad, 4 de Schwarzenberger, con su inequívoca proclamación
de las Relaciones Internacionales como “una rama de la sociología que se ocupa de la
sociedad internacional” 5 o de J. J. Chevallier y su aportación del complejo relacional
internacional, 6 constituyen otros tantos ejemplos reivindicadores del programa
sociológico.
Sin embargo, estos primeros autores de la sociología en las relaciones internacionales,
siguen todavía demasiado anclados en la concepción estatalista, por lo que sus
formulaciones teóricas sobre la sociedad internacional y sobre las relaciones
internacionales se concentran, esencialmente, en la sociedad y las relaciones
interestatales. Ello aproxima su temática a la del programa realista en la misma medida
en que les diferencia del mismo la particular opción metodológica. 7
A).- El núcleo central del programa sociológico
Los autores que adoptan una perspectiva sociológica de las Relaciones Internacionales
comparten, al menos, los siguientes supuestos:
1.- La sociedad que se toma como referente para sus teorías es la sociedad
internacional, entendida como la sociedad que agrupa a un conjunto diverso de
grupos humanos entre los que destacan los Estados pero que, de ningún modo,
queda reducida a éstos .
En efecto, todos los autores de este programa admiten la existencia de alguna forma
de sociedad y, por tanto, de organización social que se desarrolla más allá de las fronteras
de los Estados y de la que forman parte, además de éstos, otras entidades interestatales,
como las organizaciones intergubernamentales, otros grupos transnacionales y,
eventualmente, los propios individuos.
Desde luego, los criterios entre los distintos seguidores de este programa, varían en
cuanto a los límites, configuración y composición de esa sociedad internacional, siendo
ya clásica la disputa sobre su carácter societario o comunitario. 8 En cambio, no existe
KIRK, G.- The Study of International Relations in American Colleges and Universities.- Nueva York, 1947.
4
- HUBER, M.- Die Soziologischen Grundlagen des Völkerrechts.- Edit Grunewald. Berlín, 1928.
5
- SCHWARZENBERGER, G. - Power... op. cit.; pág. 8.
6
- Citado por TRUYOL, A.- La teoría ... op. cit.; pág. 28.
7
- La concepción estatocéntrica de los mencionados autores es evidente. Así, por ejemplo, el concepto de
internacionalidad de Max Huber refiere, en último extremo, al Estado como el criterio delimitador de los
fenómenos sociales que deben ser considerados como internacionales.
Otro tanto cabe afirmar del concepto de sociedad internacional en Schwarzenberger que la considerada
dominada por los actores estatales, cuando señala:
“(...) En comparación con el individuo, o con otros tipos menos potentes de asociación, las organizaciones
territoriales obligatorias, dotadas de aplastante fuerza física, son como gigantes frente a enanos. Esto explica
la posición preeminente de los Estados dentro de la sociedad internacional.”
Y más adelante afirma:
“Si se observa alguna tendencia en la sociedad internacional, no es la del progreso en el sentido liberal y
optimista de la palabra, sino una tendencia muy notable hacia la concentración del poder en manos de un
número cada vez más pequeño de potencias mundiales.”
SCHWARZENBERGER, G.- Power... op. cit.; págs. 216 y 221.
8
- POCH Y GUTIERRES DE CAVIEDES, A.- “Comunidad internacional y sociedad internacional”.Revista de Estudios Políticos; vol. VI, nº 12 (1943); págs. 341-400.
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Memoria de oposición a cátedra
3
discrepancia ni sobre su existencia ni, tampoco, sobre su importancia como objeto de
estudio de la nueva ciencia de las Relaciones Internacionales.
En relación con la cuestión de la naturaleza societaria o comunitaria de la realidad
internacional, Juste ha puntualizado:
“La elección de uno u otro de estos modelos dogmáticos para definir la realidad de
las relaciones internacionales contemporáneas nos confronta ciertamente a una
operación extremadamente difícil. La verdad es que las ideas de “sociedad” y
“comunidad” expresan en el fondo una antinomia que está presente en el hombre mismo
y que se traduce en una tensión constante entre el antagonismo y la solidaridad con sus
semejantes. Esta misma antonomia se expresa a nivel colectivo por una paralela tensión
en la realidad internacional en la que las rivalidades entre los Estados no excluyen la
manifestación episódica de un verdadero impulso de cooperación y solidaridad. Por otra
parte, si las divergencias entre los distintos sujetos constituyen el obstáculo mayor a la
consecución del ideal comunitario, es claro que este objetivo se mostrará más próximo
en aquellos ámbitos más reducidos donde las afinidades y la homogeneidad política
permiten abordar la creación de una estructura más integrada: tal es el caso de los
diversos intentos de integración regional actualmente existentes entre los que cabe
destacar a las Comunidades Europeas.” 9
Conviene destacar que tras esta suposición común sobre el carácter referencial de la
sociedad internacional, se esconden algunas imágenes filosóficas sobre el hombre y la
realidad social, que nos interesa descubrir. En efecto, se sustenta una concepción del
individuo como un ser predominantemente social, muy alejada del liberalismo
individualista sustentado por otros programas, pero también se presupone la existencia
de alguna forma de orden en el seno de esa sociedad internacional, tesis que se opone
frontalmente a la idea de realidad anárquica que defienden los realistas.
Todo ello, unido a una perspectiva holista y a una constante preocupación por su
dimensión histórica concreta, convierten a la sociedad internacional que defienden estos
autores, en algo notablemente diferente de los modelos de sociedades internacionales
propugnados por los restantes programas de investigación de esta disciplina.
2.- En lo tocante a las relaciones consideradas esenciales para la explicación teórica de
la realidad internacional, los autores del programa sociológico aceptan una pluralidad de
formas relacionales que van desde el conflicto a la cooperación y desde las relaciones
políticas a las culturales, pasando por las económicas y jurídicas. Entre todas estas
formas relacionales no existe una jerarquía preestablecida para el conjunto de los autores
de este programa y, por consiguiente, cada uno de ellos define su propia jerarquía
relacional.
Más problemático resulta descubrir si esta pluralidad relacional es contemplada
desde una perspectiva unilateral o sobre los fundamentos de la reciprocidad. Dicho de
otro modo, si el conjunto o, al menos, la mayoría de los autores comparten el supuesto de
GROS ESPIELL, H.- “En el IV Centenario de Hugo Grocio. El nacimiento del Derecho de Gentes y la idea de
comunidad internacional”.- AA.VV.- Pensamiento jurídico y sociedad internacional. Libro - homenaje a D.
Antonio Truyol Serra..- Edit. Centro de Estudios Constitucionales / Universidad Complutense de Madrid.
Madrid, 1986. vol. I; págs. 541-583.
9
- JUSTE, J.- op. cit.; pág. 44.
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4
la independencia, de la dependencia o de la interdependencia como sustrato último de
esas relaciones internacionales.
B).- El heurístico positivo del programa sociológico
Con referencia al conjunto de conceptos e hipótesis auxiliares que sustentan los
autores del programa que nos ocupa, podemos destacar los siguientes:
1.- Las Relaciones Internacionales gozan de una especificidad científica que las
distingue de otros campos científicos afines como el Derecho; la Economía; la Historia o
la Ciencia Política.
2.- La sociedad internacional se configura como la resultante de una estructura general
y unas relaciones entre sus miembros. Esto significa que la disciplina de las Relaciones
Internacionales debe formular teorías que comprendan ambos elementos. No cabe eludir
ni los análisis estructurales ni, tampoco, el estudio de las diversas formas relacionales.
3.- En las relaciones internacionales, participan una pluralidad de actores sociales,
aunque hay un reconocimiento explícito a la importancia del Estado como el actor más
sobresaliente.
4.- Se rechaza la estricta separación entre el ámbito social intranacional, o intraestatal,
y el internacional, admitiéndose una influencia mutua a través de los actores y relaciones
comunes a ambas esferas sociales.
5.- Metodológicamente se da una prioridad a los análisis históricos y descriptivos
sobre otros tipos de métodos de investigación de naturaleza cuantitativo - matemática.
No obstante, los autores de este programa defienden la interdisciplinariedad como un
elemento metodológico útil y adecuado a las Relaciones Internacionales y reivindican el
criterio de relevancia como elemento definitorio de las relaciones que deben ser
estudiadas.
Aunque ya hemos visto que durante el período de entreguerras y los primeros años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, aparecen algunos autores que propugnan el
planteamiento sociológico de las Relaciones Internacionales, coincidimos con Arenal en
que tales aportaciones son casos aislados que no lograron constituir un programa de
investigación como tal. No obstante, la importancia de dichos autores reside en que
logran configurar el núcleo central y muchas de las proposiciones heurísticas en las que
descansarán las teorías desarrolladas con posterioridad.
Por esta razón, resulta oportuno establecer una división entre los precursores del
programa sociológico y los teóricos que desarrollan este programa. A los primeros les
cabe el mérito de haber establecido los fundamentos del estudio sociológico de las
Relaciones Internacionales, a los segundos, en cambio, les corresponde la autoría de las
principales formulaciones teóricas a través de las cuales este programa científico ha
progresado hasta la actualidad.
Los precursores del programa sociológico
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra
5
Al iniciar el rastreo de las diversas aportaciones que han nutrido la génesis de los
principales supuestos que nuclean el estudio sociológico de las Relaciones
Internacionales, nos aparecen inmediatamente el nombre de Max Huber quien al
establecer su concepció n de la internacionalidad como “el conjunto de fenómenos
sociales que expresan las relaciones inmediatas de los Estados entre sí o influyen directa
o indirectamente en estas relaciones o están influidos por ellas, constituye el problema
de la internacionalidad. Es internacional una relación cuando se refiere a las relaciones
entre grupos sociales que están determinados por poderes estatales distintos, y son
internacionales en el sentido más estricto, jurídico, las relaciones entre los Estados
mismos.” 10
De esta forma, Huber sitúa el estudio de los fenómenos sociales y las relaciones entre
grupos sociales de distintos Estados en el plano de la realidad internacional que debe ser
analizada, precisamente porque condiciona y es condicionada por la existencia y
actuación de aquellos. Es cierto que en la concepción de este autor el Estado y sus
relaciones sigue ocupando el centro de la vida internacional, pero al revisar la concepción
de internacionalidad de Huber, no podemos dejar de sorprendernos de que los
transnacionalistas hayan llegado a una concepción similar medio siglo más tarde.
Algunas de las principales aportaciones de este período, corresponden a la corriente
sociológica que desde el campo del Derecho Internacional Público, avanzan algunos
conceptos e ideas fundamentales. Entre estos autores debemos citar a Dietrich
Schindler, 11 Theodore Ruyssen 12 y el citado Schwarzenberger. 13 Esta influencia se
inscribe plenamente en el marco de la dependencia académica y científica del Derecho
Internacional que, en los países continentales, posee la incipiente disciplina de las
Relaciones Internacionales, pero también, como lo ha señalado Mesa 14 en los intentos
de descubrir los fundamentos sociológicos del Derecho Internacional. Esta misma
corriente teórica seguirá ejerciendo una notable influencia sobre el programa sociológico
de la mano de los Landheer, 15 los Dupuy, 16 los Reuter, 17 los Chaumont y las escuela
de Nancy. 18
El nombre de Schwarzenberger ocupa un lugar destacado pues, no en vano, avanzó
una serie de principios y conceptos que, con posterioridad, llegaron a constituir una parte
esencial del núcleo central y del heurístico positivo de este programa. En efecto, la
10
- HUBER, M.- op. cit.; pág. 3.
- SCHINDLER, D.- “Contribution à l’étude des facteurs sociologiques et psicologiques du droit
international”.- Recueil des Cours de l’Academie de Droit International de La Haye (en adelante citaremos
como Rec. des Cours); 46 (1933 - IV); págs. 233-325.
12
- RUYSSEN, Th.- “Les caractères sociologiques de la communauté humaine”.- Rec. des Cours; 67 (1939 I); págs. 125-231.
13
- SCHWARZENBERGER, G. - Power... op. cit.; págs. 3-20.
14
- MESA, R.- Teoría y práctica... op. cit.; págs. 58-59.
15
- LANDHEER, B.- “Les théories de la sociologie contemporaine et le Droit International”.- Rec. des Cours;
92 (1957 - II); págs. 525-621.
ídem. - On the Sociology of International Law and International Society.- La Haya, 1966.
ídem. - The Role of Knowledge in the World System.- Asse, 1975.
16
- DUPUY, R. J.- Le Droit International.- Edit. Presses Universitaires de France. París, 3ª ed., 1969.
ídem. - La Communauté internationale entre le mythe et l’histoire.- París, 1986.
17
- REUTER, P.; COMBACAU, J.- Institutions et relations internationales.- Edit. Presses Universitaires de
France. París, 1980.
18
- CHAUMONT, Ch.- “Le droit des peuples à témoigner de lui-même”.- Annuaire du Tiers Monde.- Edit.
Bérger - Lévrault. París, 1977.
11
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Memoria de oposición a cátedra
6
aportación de este autor está asociada a cuatro aspectos fundamentales de la corriente
sociológica: la determinación del objeto material; la especificación del criterio de
relevancia para la selección de las relaciones internacionales que deben ser estudiadas,
es decir la cuestión del objeto formal; la propuesta de un método pluridisciplinar y,
finalmente, la reivindicación de la autonomía científica.
En cuanto a la determinación del objeto material, el campo de los estudios
internacionales, en la terminología de este autor, su aportación innovadora no reside
tanto en el abandono del paradigma estatalista, cosa que no sería acorde con el resto de su
obra, cuanto en el hecho de recurrir a dos conceptos diferentes para delimitar la parcela
de la realidad que debe abordarse por la nueva disciplina: el concepto de sociedad
internacional y el de asuntos internacionales. Es mediante la articulación teórica de
ambos conceptos como se alcanza, a juicio de Schwarzenberger, la adecuada acotación
del campo de estudio del especialista en Relaciones Internacionales.
“¿Cuál es la prueba con la que puede decidirse si los temas son pertinentes para los
propósitos de los estudios internacionales?. ¿Suministra el término internacional la
clave necesaria?. ¿Es internacional todo lo que afecta a más de una nación?.
(...)
Para poder incluir en el término asuntos internacionales todas aquellas cuestiones
que son pertinentes para los propósitos de los estudios internacionales sólo tiene que
aplicarse una prueba simple. Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos si estas
cuestiones, y en qué grado, son pertinentes desde el punto de vista de la sociedad
internacional considerada en su totalidad.
(...)
Suponiendo que la contestación a esta pregunta sea afirmativa, se sugiere la siguiente
definición de los asuntos internacionales: Son asuntos internacionales las relaciones
entre grupos, entre grupos e individuos y entre individuos, que afectan de modo esencial
a la sociedad internacional en cuanto tal.” 19
Como podemos apreciar en esta larga cita, Schwarzenberger retomando la idea de
internacionalidad avanza un paso más, señalando que esta concepción de la
internacionalidad no se puede fundamentar exclusivamente en el Estado, sino que exige
ponerla en relación con la propia sociedad internacional. Ello remite el problema, al
menos parcialmente, a la especificación de qué se entiende por sociedad internacional y
ahí es donde, a nuestro juicio, este autor vuelve por los derroteros estatalistas.
En cuanto al establecimiento de un criterio de selección de los asuntos internacionales
que deben ser objeto de estudio, este autor nos aporta un criterio que todavía en la
actualidad sigue vigente. Nos referimos al criterio de relevancia o, como dice el propio
Schwarzenberger, de “pertinencia” para la sociedad internacional.
“Todas estas investigaciones tienen, no obstante, un común denominador si son
pertinentes a los propósitos de los estudios internacionales: el ángulo específico desde el
cual se examinan estas cuestiones. Los resultados obtenidos son pertinentes en tanto que
contribuyen a la mejor comprensión de la naturaleza de la sociedad internacional, su
desarrollo, sus elementos componentes, su estructura y de las corrientes que tienden a su
integración, desintegración o transformación. Este rasgo especial da a la ciencia de las
19
- SCHWARZENBERGER, G. - Power... op. cit.; págs. 3-4.
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra
7
relaciones internacionales la unidad y coherencia sin la cual no sería nada más que un
conglomerado mal distribuido de piezas sueltas de conocimiento.
La ciencia de las relaciones internacionales comparte con la sociología en general
las dificultades que surgen de la necesidad de emplear una variedad de métodos
científicos.” 20
Este autor, todavía abordará una cuestión particularmente debatida en el contexto de
la nueva disciplina científica. Se trata de la cuestión sobre su capacidad predictiva o el
carácter meramente descriptivo de la misma. Aquí también la aportación de
Schwarzenberger se ha demostrado premonitoria de los problemas que con
posterioridad se han formulado y de las soluciones aportadas por los diversos programas
teóricos.
En efecto, para este autor la cuestión se resuelve aceptando la elaboració n de modelos
y/o análisis en los que se contemplen las posibilidades de evolución futura de las
tendencias que se perciben en la sociedad internacional estudiada. No obstante, nos
advierte claramente sobre los riesgos de traspasar los límites de la simple previsión y
pretender imponer soluciones deterministas o absolutas. En otras palabras, acepta la
previsión basada en la modelación o el análisis, siempre y cuando se le atribuya un valor
relativo y condicional.
“Finalmente, ¿deberá la ciencia de las relaciones internacionales ocuparse, no sólo
con el pasado y el presente, sino con el futuro de la sociedad internacional?. Este
problema es tanto de la ciencia de las relaciones internacionales como de una ciencia
normativa, como el derecho y como las demás ciencias sociales. En principio, no puede
objetarse el estudio de corrientes que señalan al futuro desarrollo de la sociedad
internacional o de proyectos para su reforma o transformación. El peligro principal es el
tratamiento de problemas de planificación internacional con un espíritu anticientífico de
exclusividad. En las relaciones sociales siempre puede escogerse entre varias
posibilidades. El estudioso de las relaciones debe estar dispuesto a tratarlas justamente
a todas. Un enfoque relativista de este tema y el empleo juicioso de modelos de
desarrollos posibles y probables en la sociedad internacional hace posible, también en
este campo, conservarse en el lado correcto de la línea de demarcación entre la ciencia
y la política. Suponiendo que esto se haga, aun este aspecto de los estudios
internacionales tiene un gran valor educativo. Sirve como seguro contra la peligrosa
falacia de que, porque algo fue y es, deberá seguir siendo siempre.” 21
Casi por las mismas fechas, Panoyis Papaligouras, 22 escribía su obra dedicada a
estudiar las diversas etapas históricas de la sociedad internacional atendiendo a los
cambios experimentados por ésta en su composición y el distinto grado de participación
en ella de sus diversos miembros. Ello se debía a que para este autor aunque se puede
establecer una noción abstracta de sociedad internacional, en cambio “sólo existen
efectivamente las sociedades internacionales históricas”, lo que exigía que las
formulaciones teóricas sobre la sociedad internacional se inscribiesen en el marco
20
- SCHWARZENBERGER, G. - Power... op. cit.; pág. 8.
- SCHWARZENBERGER, G. - Power... op. cit.; pág. 9.
22
- PAPALIGOURAS, P.- Théorie de la societé internationale.- Zurich, 1941.
21
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra
8
establecido por las realidades internacionales tal y como se había producido a lo largo de
la historia. 23
Considera Papaligouras realizar una distinción básica entre las sociedades
internacionales homogéneas y las heterogéneas, distinción que reaparecerá
constantemente en formulaciones teóricas posteriores. Las sociedades heterogéneas se
caracterizan porque sus miembros “no reconocen un principio de justicia distributiva
común” 24 y, por consiguiente, la distribución del poder es precaria y coyuntural en la
medida en que será cuestionada por todos aquellos miembros de esa sociedad
internacional que se consideren marginados. Este tipo de sociedades se pueden
diferenciar en “sociedades entre Estados heterogéneos pero estables; sociedades entre
Estados estables e inestables y sociedades entre Estados inestables”. A cada una de estas
categorías las denomina, respectivamente, sociedad internacional heterogénea cerrada;
mixta y flexible. 25
A su vez, las sociedades internacionales homogéneas son aquellas compuestas de
“Estados estables, cuyos regímenes son parecidos y se basan en una moral común, tanto
pública como privada” y que se encuentran “regidas por un principio de legitimidad,
por un principio de justicia distributiva reconocido”. En ellas resulta imprescindible la
existencia de una tradición común y una clase dominante, auténtica garante del
mantenimiento de esas sociedades y cuya finalidad es ante todo “mantener el régimen y
la moral contra los rebeldes y revolucionarios”. 26
Con sus reflexiones sobre las sociedades internacionales históricamente significativas,
Papaligouras abonó el camino para que la sociología histórica de Aron arraigase en el
seno de la disciplina de las Relaciones Internacionales. Este camino, que en la década de
los cincuenta fue recorrido principalmente por los historiadores y juristas, 27 conecta a
través de la obra de Aron con las principales teorías que conforman el corpus doctrinal
del programa sociológico.
23
- PAPALIGOURAS, P.- Théorie ... op. cit.; pág. 143.
- Resulta interesante observar que cuatro décadas más tarde otro autor, Mitchell, en el marco de una
concepción funcionalista de la sociedad mundial, sostenga una posición parecida a la de Papaligouras. En
efecto, como señala Mitchell:
“(...) In many senses, the relationship is the unit of analysis in the world society approach, and a clear
delineation of the nature and classification of relationships is an important part of refining that approach.
(...)
Such ways of characterising relationships obviously play a part in the world society approach, but in many
ways the extension of the approach into prescriptive analysis (one of its great strengnths) is based on the
concept of relationships that possess the quality of being legitimised. This conception is a central feature. It also
suggests that some networks of relationships are durable and can exist in their own right, while others are
imposed and only kept in existence by the coercive and ultimately self-defeating efforts of those entities with
some usable political power or economic resource.”
MITCHELL, C.R.- “Relationships within World Society”.- LUARD, E. (edit.)- Basic Texts... op. cit.; págs.
566-567.
25
- PAPALIGOURAS, P.- Théorie ... op. cit.; págs. 246-247 y 316.
26
- PAPALIGOURAS, P.- Théorie ... op. cit.; págs. 265; 316 y 375-376.
27
- Entre los historiadores, merece destacarse las aportaciones de Toynbee y de Braudel, pues en ambos
encontramos un claro esfuerzo conceptual y metodológico por enraizar sus estudios históricos de la realidad
internacional en un terreno abonado por la Sociología.
BRAUDEL, F. - La Historia y las Ciencias Sociales.- Edit. Alianza. Madrid, 1ª ed., 1968; 7ª reimp., 1986.
TOYNBEE, A.J.- op. cit.; vol. III; págs. 245-311.
24
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra
9
Los principales teóricos del programa sociológico
Con la sociología histórica, tal y como fue formulada por Raymond Aron, 28 se
aporta una perspectiva y un método de investigación y análisis idóneo para el programa
sociológico, abriéndose la etapa de las formulaciones teóricas sobre la base de los
supuestos y axiomas establecidos por los precursores de este programa de investigación.
De este modo se completa el heurístico positivo que reclamaban los especialistas de este
programa de investigación sociológica, con la clara finalidad de poder competir con las
restantes orientaciones teóricas.
Sin embargo, la obra de Aron siendo como es esencial para una cabal comprensión
del programa sociológico, no cabe inscribirla de forma inequívoca en dicho programa,
por cuanto muchos de los supuestos centrales que sustenta corresponden al programa
realista. Es precisamente su propuesta metodológica la que más se corresponde con los
requerimientos de la perspectiva sociológica, por esta razón remitimos al apartado del
Método su tratamiento pormenorizado, centrándonos en la consideración de tres autores
que estimamos representativos del programa que nos ocupa: Jean Baptiste Duroselle y
Marcel Merle.
Entre los teóricos que han realizado una atractiva conjugación entre la Historia y la
teoría social en sus estudios sobre la realidad internacional, figura Jean Baptiste
Duroselle . 29 Tal y como lo ha señalado el propio autor, su objetivo es “exponer mi
28
- No han faltado autores que como Theda Skocpol; Charles Tilly y Michael Mann, han buscado una síntesis
teórica entre la Historia y la Sociología, dando paso a diversas formulaciones de sociología histórica
apreciablemente diferentes de la que realizó Aron. Por esta razón, aunque discrepamos de la inclusión en esta
corriente del programa sociológico de autores como Waltz y Wallerstein, coincidimos con Hobden en que:
“These two elements of change and context return to the two common themes running through the definitions
previously offered: the question of time and of social change. The issue of time comes from the History side of
the equation, whilst the issue of change comes from Sociology.
(...)
At a deeper level, it is possible to argue for a more profound link between History and Sociology, and this is a
link that has a particular significance for International Relations students. The link is the inclusion of the
element of time in the analysis of social relations.”
HOBDEN, S.- International Relations and Historical Sociology. Breaking down boundaries.- Edit. Routledge.
Londres / Nueva York, 1998; págs. 22 y 24.
29
- DUROSELLE, J. B.- De Wilson à Roosevelt. La politique extérieure des États Unis, 1913-1945.- París,
1960 (Traducción al castellano de J. Campos.- Política exterior de los Estados Unidos. De Wilson a Roosevelt
(1913-1945).- Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1965.)
ídem. - Histoire diplomatique de 1919 à nos jours.- Edit. Dalloz. París, 7ª ed., 1978.
ídem. - L’ Europe de 1815 à nos jours. Vie politique et relations internationales.- París, 1964 (traducción al
castellano.- Europa de 1815 hasta nuestros días. Vida política y relaciones internacionales.- Edit. Labor.
Barcelona, 1967.)
ídem. - Le monde dechiré.- París, 1970. 2 vols.
ídem. - “L’étude des Relations Internationales: Objet, Méthode, Perspectives”.- Revue Française de Science
Politique; vol. 2 (1952); págs. 676-701.
ídem. - “Paix et guerre entre les nations. La théorie des relations internationales selon Raymond Aron”.- Revue
Française de Science Politique; vol. 12 (1962); págs. 963-979.
ídem. - “De l’histoire diplomatique à l’histoire des relations internationales”.- Mélanges Pierre Renouvin.
Étude d’histoire des relations internationales.- París, 1966.
ídem. - “La stratégie des conflits internationaux”.- Revue Française de Science Politique; vol. 10 (1960); págs.
287-308.
ídem. - “Le marchandage tacite et la solution des conflits”.- Revue Française de Science Politique; vol. 14
(1964); págs. 739 y ss.
ídem. - “La nature des conflits”.- Revue Française de Science Politique; vol. 14 (1964), págs. 295-308.
ídem. - Le conflit de Trieste.- París, 1966.
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra 10
propia teoría, cuya característica es estar basada en la historia, fundada en la serie de
acontecimientos concretos - y, por tanto empírica - , en sus sucesiones - y, por tanto
evolutiva - y en las analogías, las regularidades - y, por tanto metódica -. “ 30
En su formulación teórica, las relaciones internacionales comprenden tanto las
relaciones entre Estados “sur les plans politique, économique, social, démographique,
culturel, psychologique” como las que surgen entre grupos y que rebasan los límites
fronterizos. A las primeras las identifica con la política internacional , mientras que las
segundas conforman la vida internacional. El conjunto de ambas categorías constituyen
el marco general de las relaciones internacionales. 31
De esta concepción de la realidad internacional como una simbiosis de las relaciones
interestatales y las transnacionales, deduce Duroselle la tarea que debe desempeñar la
ciencia de las Relaciones Internacionales y que no es otra que la de “découvrir, dans la
masse inextricable des phenomènes, quelles sont ces données fondamentales et de les
dégager des données accidentelles dont l’influence peut être immense mais reste très
passagère” 32
Esta disciplina debe desarrollarse en tres planos o niveles diferentes: los estudios
particulares o monografías; que deben aportar unos conocimientos básicos sobre la
configuración y funcionamiento de la sociedad internacional; los estudios de áreas
orientados a lograr un conocimiento profundo y riguroso de ciertas sociedades
internacionales de alcance regional y, por último, la teoría general de las relaciones
internacionales. 33
En todos estos estudios, Duroselle indica la necesidad de diferenciar entre la
finalidad, es decir los objetivos que guían la actuación de los individuos o grupos que
ostentan el poder, y la causalidad resultante del juego de las fuerzas que desencadenan
las sociedades humanas en su devenir histórico. Como lo ha expresado gráficamente el
propio autor: “Vemos que los dos términos de causalidad y finalidad están
estrechamente asociados, pues, aquí se trata de la finalidad tal como está determinada
por el poderoso, el cual no es poderoso mas que en virtud de fuerzas profundas” 34
Finalmente, Duroselle considera imprescindible, para la formulación de una teoría de
las relaciones internacionales, abordar el estudio de los grupos, desde el Estado a los
grupos pequeños, pasando por las comunidades plurinacionales y las comunidades
intermediarias, así como a los agentes que los lideran y representan; investigar la
estructura de la sociedad internacional, es decir sus diversas fuerzas profundas, junto con
ídem. - “L’élaboration de la politique étrangère française”.- Revue Française de Science Politique; vol. 6
(1956); págs. 508-524.
ídem. - Tout Empire périra. Théorie des Relations Internationales.- Edit. Armand Collin. París, 1992.
(Traducción al castellano de Abdiel Macías Alvizu.- Todo imperio perecerá. Teoría sobre las relaciones
internacionales.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1998.)
RENOUVIN, P.; DUROSELLE; J. B.- Introduction à l´Histoire des Relations Internationales.- París, 1964.
(Traducción al castellano de M. Camacho.- Introducción a la política internacional.- Edit. Rialp. Madrid, 1968.)
30
- DUROSELLE, J. B.- Todo Imperio... op. cit.; pág. 38.
31
- DUROSELLE, J. B.- “L’ etude... op. cit.; págs. 677-678.
ídem. - Todo imperio... op. cit.; pág. 42.
32
- DUROSELLE, J. B.- “L’ etude... op. cit.; pág. 680.
33
- DUROSELLE, J. B.- “L’ etude... op. cit.; págs. 692 y ss.
34
- DURSOELLE, J. B.- Todo imperio... op. cit.; pág. 42.
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra 11
un detenido análisis de su movimiento, es decir de las diversas categorías de relaciones
que clasifica en pacíficas; negociaciones conflictivas y la guerra.
Como podemos apreciar, la contribución de Duroselle se incardina plenamente en el
programa sociológico, sin renunciar por ello a su dimensión histórica, demostrando así
las amplias posibilidades que ofrece. Naturalmente, cuando Duroselle comenzaba el
desarrollo de su obra, se estaba ya abriendo camino la aplicación de la Teoría General de
Sistemas a las disciplina de las Relaciones Internacionales y, lógicamente, también al
programa sociológico. La irrupción del análisis sistémico ha dejado sentir su influencia
en los autores de dicho programa reforzando, por un lado, la visión holística de la
sociedad internacional que ya poseían y, por otro, imponiendo un mayor rigor
metodológico y aportando, a través de la dinámica de sistemas, una representación
mucho más completa y profunda de la estructura y el funcionamiento internacionales.
Surge de este modo una nueva generación de teorías impulsada por las aportaciones
de Stanley Hoffmann, 35 Burton, J.W.; 36 Peter Heintz; 37 y particularmente Marcel
Merle.
Comienza este autor por adoptar en su principal obra un título muy expresivo de su
posición teórica: Sociología de las Relaciones Internacionales. En su introducción,
Merle proclama ya la idoneidad del recurso a la sociología para estudiar las relaciones
internacionales.
"La aproximación a las relaciones internacionales a través de la sociología puede
contribuir a situarlas bajo una luz nueva y a destacar algunas de sus características que
habrían escapado a los demás especialistas. No se entiende por qué la ciencia que trata
los problemas de la sociedad debe detenerse en las fronteras de los Estados y prohibirse
franquearlas para aprehender aquellas relaciones sociales que se inscriben en el campo
de la globalidad. En sentido inverso, la exploración de esta parte del campo social puede
contribuir a renovar la temática y la problemática de una sociología que ha
permanecido durante largo tiempo y todavía permanece tributaria de la contemplación
del mismo objeto." 38
Esta declarada apuesta por la Sociología que realiza Merle, le obliga con
posterioridad a reconocer el importante, aunque limitado, papel que debe concederse al
Estado. No pueden, por consiguiente, identificarse las relaciones internacionales con el
35
- HOFFMANN, S.- Contemporary... op. cit.; págs. 215 - 237.
- BURTON, J.W.- International Relations. A General Theory.- Cambridge, 1965 (Traducción al castellano de
Héctor Cuadra.- Teoría General de las Relaciones Internacionales.- Edit. Universidad Nacional Autónoma de
México. México, 1973.)
37
- HEINTZ, P.- “Introducción: clave sociológica para la descripción de la sociedad mundial y su cambio”.Revista Internacional de Ciencias Sociales; vol. XXXIV, nº 1 (1982); págs.11-22.
38
- MERLE, M.- Sociología … op. cit.; pág. 17.
Idem.- Forces et enjeux dans les relations internationales.- Edit. Economica. París, 1985.
Idem.- La vie internationale.- Edit. Armand Colin. París, 3ª ed., 1970 (Traducción al castellano de la 1ª ed.- La
vida internacional.- Edit. Tecnos. Madrid, 1965.)
Idem.- L'anticolonialisme européen. De Las Casas à Karl Marx.- Edit. Armand Colin. París, 1969.(Traducción
al castellano de Roberto Mesa.- El anticolonialismo europeo. De Las Casas a Marx.- Edit. Alianza. Madrid,
1972.)
Idem.- Pacifisme et internationalisme XVII-XXème siècle.- Edit. Armand Colin. París, 1966.
Idem.- "Le dernier message de Raymond Aron: Système interétatique ou societé internationale?".- Revue
Française de Science Politique; vol. 34, nº 6 (1984); págs. 1181 - 1197.
36
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra 12
restringido campo de las interacciones entre los Estados, lo que obliga a recurrir a otra
categoría para determinar el objeto de su estudio. Esta categoría la encuentra en el
denominado criterio de localización, que cualifica las relaciones internacionales no por
lo que son, ni entre quienes se produce, sino en función de dónde y cómo se desarrollan.
Para Merle son relaciones internacionales: "todos los flujos que atraviesan las fronteras
o que incluso tienden a atravesarlas." 39
Naturalmente, desde el momento en que las relaciones internacionales no se definen
por los sujetos sociales que las generan, la exclusividad concedida al Estado por otros
programas desaparece pero, en cambio, surge una nueva imprecisión al vincular la
naturaleza internacional de las relaciones sociales a la distribución de las fronteras o, lo
que es más sorprendente todavía, a la posibilidad de rebasar el marco fronterizo, aún
cuando no llegue a materializarse realmente. Las interrogantes que suscita la imprecisión
de este criterio no pueden ignorarse, ya que son decisivas para dilucidar si algunos de los
fenómenos más importantes de la sociedad internacional de nuestros días deben
abordarse por nuestra disciplina o no. Por ejemplo, la progresiva desmantelación de las
fronteras entre los países integrados en la Unión Europea.
Este autor se incluye entre los que dentro del programa sociológico emplean, al
menos parcialmente, el heurístico positivo del programa sistémico. En el caso de Merle
recurre al modelo de sistema político de David Easton, tan atractivo por su simplicidad
cuanto criticado por su ambigüedad. De acuerdo con dicho modelo aborda la tarea de
precisar, ya que no lo consigue plenamente con su criterio de localización, el ámbito
internaciona l que debe estudiarse por la disciplina y que no es otro que el sistema
internacional .
Los rasgos distintivos de este sistema internacional, en relación con otros sistemas
sociales o políticos, son para Merle dos : la ausencia de un entorno exterior con el que
los actores internacionales puedan mantener interacciones, y la ausencia de una
autoridad reguladora del funcionamiento del sistema.
La primera de ambas características es, según Merle, la consecuencia del proceso de
expansión colonial y de "cierre espacial" que se ha producido durante los últimos siglos.
De ella se desprenden una serie de efectos muy importantes para el conjunto sistémico.
En primer lugar, la imposibilidad de los diversos actores internacionales para eludir las
consecuencias de su pertenencia y participación en el sistema. Ello les obliga, entre otras
cosas, a enfrentar los grandes problemas que aquejan al sistema buscando soluciones
colectivas y no sólo unilaterales, aunque, por otro lado, también impone la necesidad de
evitar o, al menos, limitar unos conflictos bélicos que ya no pueden ser exportados fuera
del sistema. Naturalmente, este sistema internacional omnicomprensivo es también
heterogéneo.
Dos consecuencias se desprenden de la segunda de las características señaladas por
Merle. Por un lado, la ausencia de una autoridad sistémica, léase mundial, reguladora del
funcionamiento general del sistema impide la plena eficacia de las instituciones
internacionales que deben competir y compartir sus competencias y actividades con los
propios Estados. De otro, la carencia de autoridad internacional propicia la búsqueda del
equilibrio de poder entre las grandes potencias, ya sea este equilibrio bipolar o
multipolar.
39
- MERLE, M.- Sociología … op. cit.; pág. 110.
Dr. Rafael Calduch
Memoria de oposición a cátedra 13
Aunque la aportación de Merle es muy diversa, ciertamente su obra la Sociología de
las Relaciones Internacionales es la que reúne su formulación teórica más amplia y
elaborada. En todo caso, su teoría sigue siendo representativa de los derroteros por los
que progresó el programa sociológico.
Este programa es el dominante entre los especialistas españoles, como resultado de
distintas circunstancias académicas y científicas, tal y como lo ha demostrado Arenal, 40
siendo Truyol el que, partiendo de una perspectiva integradora de los aspectos jurídicos
e históricos, ha terminado formulando algunos de las precisiones más significativas sobre
los conceptos básicos y los rasgos definitorios de la sociedad internacional. A su obra han
venido a sumarse los escritos de Medina; Mesa; Arenal; Aldecoa y Barbé y un amplio
elenco de profesores e investigadores, que han logrado convertir a la ciencia de las
Relaciones Internacionales en una disciplina plenamente asentada en la Universidad
española y en clara fase de expansión.
Valoración crítica del programa sociológico
Cuando se revisa con la perspectiva del medio siglo transcurrido desde las primeras
aportaciones de los autores de este programa de investigación y se compara con la
evolución seguida por otros programas, sorprende la evidencia de que a pesar del
carácter más completo y profundo de los postulados centrales y de los elementos del
heurístico positivo que presenta el programa sociológico, éste ha quedado relegado en la
doctrina especializada. Ello confirma la posición de Lakatos, en contra de las tesis
popperianas, de que un programa de investigación menos riguroso y verdadero puede
prosperar y/o mantenerse frente a otros más completos por razones ajenas a la propia
verificación de los errores y aciertos de cada uno de ellos.
Tal vez por esta razón, la mayor debilidad del programa sociológico radica en que
con un núcleo central más poderoso, desde el punto de vista científico, aporte todavía
análisis de la realidad internacional muy fragmentarios e incompletos. El resultado es que
las grandes ideas contenidas en muchas de sus aportaciones teóricas hayan quedado
obsoletas o bien arrojen muy pobres resultados empíricamente verificables. En este
sentido, la asociación con otros programas puede facilitar la incorporación de métodos
más empíricos o de técnicas más precisas que las que actualmente se emplean por sus
seguidores.
Además, el programa sociológico sigue mostrando una fuerte contradicción interna
en la medida en que pretendiendo superar el estatocentrismo de otros programas, sigue
formulando algunos de sus principales conceptos con referencia al Estado y las
relaciones políticas. Conviene que de una vez por todas se desprenda de estos vestigios
de la hegemonía realista y desarrolle conceptos como los de sociedad internacional ;
relevancia internacional ; relaciones culturales; etc. que puede reclamar con justo título
como propios y que resultan más coherentes con su núcleo central de postulados
teóricos.
40
- ARENAL, C. Del- La teoría de las relaciones internacionales en España.- Edit. International Law
Association. Madrid, 1979.
Dr. Rafael Calduch
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Por último, tal y como demuestra alguno de los trabajos recientes, 41 el programa
sociológico debe intentar sacar el máximo provecho de los progresos experimentados en
la elaboración de modelos complejos de la realidad mundial y en las técnicas de
simulación y prospectiva, para alcanzar una dimensión más pragmática, tal y como ha
sucedido en la disciplina matriz.
41
- HAMEL, J.- "La reconstrucción empírica en las ciencias sociales: consideraciones críticas" .- Revista
Internacional de Ciencias Sociales; nº 127 (1991); págs. 221-234.
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