Camino sin salida

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¿Camino sin salida? 1
Fragmentos (uso didáctico)
“Ya todo ha sido dicho y todo está siempre por decir, hecho que, por sí
mismo, podría conducir a desesperar. (…) Para la humanidad moderna, tales
son las relaciones entre su saber y su poder –más exactamente: entre el poder
en constante crecimiento de la tecnociencia y la impotencia manifiesta de las
colectividades humanas contemporáneas. El término ‘relación’ ya no sirve. No
hay relación. Existe un poder de la tecnociencia contemporánea –el que
básicamente es impotente-, poder anónimo en todos los aspectos,
irresponsable e incontrolable (ya que no se puede asignar a nadie) y, por el
momento (momento bastante largo, a decir verdad), una pasividad completa
de los hombres (incluyendo a los científicos y a los técnicos por el hecho de
ser ciudadanos.) Pasividad completa, e incluso complaciente, ante el curso de
acontecimientos que todavía quieren creer benéfico, sin estar ya
completamente persuadidos de que lo será a la larga. (…) Pero, para justificar
mi propósito antes de ir más lejos, algunas preguntas: ¿quién decidió las
fecundaciones in Vitro y los transplantes de embriones?,¿quién decidió que
había vía libre para las manipulaciones del código genético?, ¿quién dispuso la
utilización de los dispositivos anticontaminantes (que retienen el CO2),
culpables de las lluvias ácidas? (…)
Pero también hay que señalar que no somos conscientes de la situación, al
pretender que los ‘buenos’ y los ‘malos’ aspectos de la ciencia y de la técnica
contemporáneas son perfectamente separables y que para eso bastaría una
mayor consideración de algunas reglas de ética técnico-científica, la
eliminación de la ganancia capitalista o la supresión de la burocracia
gestionaria. Entandamos que no es en el nivel de los dispositivos de superficie
o incluso de las instituciones formales donde se puede reflexionar sobre la
cuestión: una sociedad verdaderamente democrática, liberada de las
oligarquías económicas, políticas o de otra clase, viviría la situación con la
misma intensidad. Lo que aquí está en juego es uno de los núcleos del
imaginario occidental moderno, el imaginario de un dominio ‘racional’ y de
una racionalidad artificializada, que ha devenido no sólo impersonal (no
individual), sino inhumana (‘objetiva’). (…)
La realidad efectiva de la tecnociencia
Todo el mundo conoce las formidables conquistas de la técnica moderna, tras
las que obviamente se encuentra la ciencia. Implican una capacidad
igualmente formidable de producción. ¿Por qué entonces hablar
de
impotencia?, ¿por qué decir que ese enorme poder es paralelo a una
impotencia creciente?
¿A qué llamamos poder o, incluso, potencia? ¿Haría falta de ahora en
adelante, por referéndum o de otra manera, cambiar el significado de esas
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C. Castoriadis, El mundo fragmentado, Ed. Nordan, Uruguay, 1993.
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palabras? ¿Entendemos por poder la posibilidad que tiene cualquiera, con los
medios necesarios y los dispositivos apropiados, de hacer lo que quiera cuando
quiera, para alguien que quiera? ¿Dónde y quién es ese alguien hoy en día –
individuo, grupo, institución o colectividad? ¿En qué sentido quiere algo y qué
es lo que quiere? Una vez más, ¿quién decide y en vista de qué?
Sin duda alguna, los biologistas que inventaron (o descubrieron) los hechos y
los métodos basados en el código genético lo hacía voluntariamente. ¿Pero
hasta qué punto querían verdaderamente esos resultados? ¿Cómo podían saber
que los querían obtener si no los conocían, ni ellos, ni nadie hasta ese
momento? (Tampoco se conocían Hiroshima y Chernobyl cuando Hahn,
Strassman y Joliot-Curie, a fines de 1938, obtenían las primeras fisiones de
átomos de uranio.) Cinco años antes, Rutherford calificaba la posibilidad de
explotar la potencia atómica como ‘historia sin pies ni cabeza’. Rutherford no
sólo era uno de los más grandes físicos del siglo, era también el investigador
de algunas de las experiencias más importantes de la nueva física.
La ilusión de poder entraña también una ilusión relativa al saber: podríamos
saber todos los resultados (o al menos los que nos importan) de lo que
hacemos. Obviamente nunca es ese el caso. Los resultados de nuestros actos
no terminan nunca de sucederse (…) Debemos saberlo, para que los resultados
humanamente previsibles de nuestras acciones, dependan de lo que hacemos
y que así sea posible a la vez un proceder razonable y la responsabilidad con
respecto a nuestros actos y sus consecuencias. (…)
¿No tenemos ante nuestros ojos a los grandes científicos atómicos que
produjeron la bomba de Hiroshima y su larga constricción posterior
(exceptuando a Teller y algunos otros)? ¿No tenemos siempre a la vista la
inconsciencia de sus sucesores y de aquellos que se entregan, hoy en día, a
otras especialidades (la manipulación genética), a juegos potencialmente
mucho más peligrosos? ¿Qué necesidad tenemos de mitos cuando el entorno,
la biosfera terrestre son destruidos al ritmo en que nosotros los destruimos?
‘¡Nosotros no queríamos eso! ¡No conocíamos las consecuencias!’ ¿Por qué
continúan entonces haciendo cosas de las que ustedes ni nadie pueden
prevenir los efectos, y que son análogas a otras de las que ya se conocieron
sus horribles resultados? (…)
Si no se sabe adónde se quiere ir, ¿cómo y por qué elegir un camino antes que
otro? ¿Quién de los protagonistas de la tecnociencia contemporánea sabe a
dónde quiere llegar, no desde el punto de vista del ‘saber puro’, sino en
cuanto al tipo de sociedad que desearía y a los caminos que conducen a ella?
¿Cómo y por qué, en esas condiciones, rechazar un largo camino que se abre
aparentemente ante sus pasos?
Ese camino –cosa paradójica si se piensa en el dinero y los esfuerzos gastadoses, cada vez menos, el de lo deseable y, cada vez más, el de lo simplemente
factible. No se intenta hacer lo que ‘se debería’, o lo que se considera
‘deseable’. Cada vez más, se hace lo que se puede hacer, se trabaja en lo que
se estima factible a más o menos corto plazo. Es decir, se persigue lo que se
cree poder alcanzar técnicamente, con el temor de que el invento llegue
después que el hallazgo de los ‘usuarios’. Nadie se ha preguntado si había una
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verdadera ‘necesidad’ de computadoras familiares; se podía fabricarlas a un
precio no prohibitivo para ciertas franjas de ingresos. Al mismo tiempo, se
fabricó también la ‘necesidad’ correspondiente –y ahora, se está imponiendo
(…)
Aquello que sea técnicamente factible, será hecho regardless
(descuidadamente), como se dice en el inglés coloquial, sin ningún otro tipo
de miramientos. De la misma manera se llegó a transplantes de embriones,
fecundaciones in Vitro, intervenciones quirúrgicas a los fetos, etc.
Actualmente, muchos años después del domino de la técnica, la cuestión no
es ni siguiera discutida (…)
¿Quién quiso la tecnociencia moderna tal como es? ¿y quién quiso su
continuación y proliferación indefinida? Nadie y todos. (…)
En lugar de concluir
Todo esto no significa que la investigación científica sea ‘mala’ en sí misma,
lejos de eso, tampoco que haya que detenerla (de todas maneras ni se podría,
ni se debería). Solamente advertimos ciertas evidencias, algunas más banales,
otras menos.
Evidencias banales: fuera de su laboratorio, los científicos son hombres como
los otros, tan vulnerables a la ambición, al deseo de poder, a la adulación, a
la vanidad, a las influencias, a los prejuicios, a la codicia, a los errores de
juicio y a las tomas de posición irreflexivas como cualquiera. Además, como
se podía prever, el inmenso progreso del saber positivo y de sus aplicaciones
no ha sido acompañado por un mínimo de progreso moral, ni de sus
protagonistas ni de sus conciudadanos.
Evidencias menos banales: la fantástica autonomización de la tecnociencia
(…) que tanto científicos como laicos disimularon con la ilusión de la
separabilidad entre los ‘medios’ y los ‘fines’; dependería del especialista dar
otra orientación a la evolución técnico-científica. Pero ese conjunto de
conocimientos, de prácticas, de posibilidades, que fabrica laboratorios,
ayudantes de laboratorio, imitadores, inventores, descubridores, armas
apocalípticas, bebés de probeta, quimeras reales, venenos y medicamentos –a
esa hipermegamáquina nadie la domina ni controla y, en el estado actual de
las cosas, la cuestión de saber si alguien podría controlarla ni siquiera se
plantea.
Con la tecnociencia, el hombre moderno cree haber alcanzado el poder. En
realidad, a medida que ejerce un número creciente de ‘dominios’ puntuales,
va siendo menos poderoso que nunca ante la totalidad de los efectos de sus
acciones, precisamente porque éstas se han multiplicado tanto, y porque
alcanzan estratos del ser físico y biológico sobre los que no se sabe nada –lo
cual no impide hurgar con un palo siempre más grande el hormiguero que, por
supuesto, es también un avispero.
Hay que terminar con la idea de que la ciencia y la técnicaconferirían a la
humanidad un poder que sería actualmente ‘mal utilizado’. Por un lado la
tecnociencia produce constantemente ‘poder’, en el sentido limitado de
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capacidad efectiva para hacer; por otra, con la evolución de la sociedad
contemporánea, ese poder no podría ser utilizado de otra manera, ni por
otros que no fueran quienes lo utilizan, es decir Nadie. No hay tecnocracia, ni
cientocracia. Lejos de formar un nuevo grupo dominante, científicos y
técnicos sirven a Aparatos de poder existentes (en rigor, ellos forman parte de
los mismos) y esos Aparatos, explotan, por cierto, y oprimen a casi todo el
mundo, pero no dirigen verdaderamente nada. (…)
Hemos alcanzado visiblemente ese límite y estamos franqueándolo en muchos
puntos a la vez. Y –como he intentado demostrarlo- existe la más íntima
relación entre el despliegue sin límite de nuestro conocimiento y los límites
que deberían ser impuestos a nuestras manipulaciones. (…)
Este es el punto básico de la cuestión. Los peligros enormes, lo absurdo del
desarrollo en todas direcciones y sin ninguna verdadera ‘orientación’ de la
tecnociencia no pueden ser superados por ‘reglas’ establecidas de una sola
vez, ni por una ‘compañía de sabios’, que finalmente se volvería un
instrumento, si no ya sujeto de una tiranía. Lo que se requiere es más que una
‘reforma del entendimiento humano’; es una reforma del ser humano en tanto
ser sociohistórico, un ethos de la mortalidad, una autosuperación de la Razón.
No necesitamos a algunos ‘sabios’. Necesitamos que la mayor cantidad
posible adquiera y ejerza la cordura –lo que a su vez requiere una
transformación radical de la sociedad como sociedad política, instaurando no
solamente la participación formal, sino la pasión de todos para los asuntos
comunes. Ahora bien, lo que menos produce la cultura actual es seres
humanos sensatos.
-¿Qué quiere entonces?, ¿cambiar a la humanidad?
-No, algo mucho más modesto: que la humanidad se cambie a sí misma, como
ya lo hizo dos o tres veces.”
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