La democracia, ¿reducida a la mínima expresión

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La democracia, ¿reducida a la mínima expresión?
Antoine Vauchez* - Opinión, Presseurope
Ante la parálisis de los responsables nacionales, han tomado el relevo en la dirección de los
asuntos europeos otras estructuras: el Banco Central Europeo, el Tribunal Constitucional
alemán, el Tribunal de Justicia Europeo. En opinión de un politólogo francés, se trata de una
distorsión de la democracia cuya reparación es urgente.
¿Existe un modo mejor de expresar la paradoja actual de la democracia europea que señalar
que en estos días su destino ha estado supeditado a las decisiones del consejo del Banco
Central Europeo (BCE) y del Tribunal de Constitucional de Alemania? En el momento en el que
los dirigentes europeos, convencidos ya de su impotencia e incluso de su ilegitimidad, para
ganar la 'batalla de la credibilidad' de los Estados frente a los mercados se dejan arrebatar sus
márgenes de maniobra en beneficio de órganos 'independientes' y de procedimientos de
sanción automáticos (el famoso tratado de estabilidad), los jueces (nacionales y europeos) y
los gobernadores de los bancos centrales asumen las principales funciones en la dirección
diaria de los asuntos europeos.
Más aún, mediante una forma de inversión simbólica, ahora son los 'independientes' los que
ocupan el terreno del debate sobre el futuro de la Unión política, extendiendo su campo de
intervención mucho más allá de la única legitimidad funcional que poseen por su mandato
inicial. De este modo, de la defensa de la 'estabilidad de los precios', los dirigentes del BCE han
pasado rápidamente a la reivindicación de 'reformas estructurales' (mercado laboral,
moderación salarial, etc...) para participar más recientemente en el núcleo de las discusiones
sobre la arquitectura de la futura unión política...
Cuando no se trata de implicarse directamente en la escritura de los futuros tratados, como
sucede actualmente con la misión encomendada al grupo llamado de los '4 sabios' (los
presidentes respectivamente del Consejo Europeo, la Comisión, el Eurogrupo y... el BCE). El
colmo de la ironía es que estos 'independientes' ya no dudan en interpelar a los Estados sobre
sus obligaciones democráticas: ¿acaso no mencionaron en varias ocasiones, tanto el
presidente del Bundesbank Jens Weidmann como el del BCE Mario Draghi, la necesidad de
mantener un espacio para la 'responsabilidad democrática' en los nuevos dispositivos
institucionales; acaso no se ha erigido el Tribunal Constitucional de Alemania en varias
ocasiones como la última muralla para la defensa del Parlamento nacional? etc...
En resumen, todo viene a destacar, a pesar de dos decenios de refuerzo voluntarista de los
poderes del Parlamento Europeo, la gran precariedad de la legitimidad democrática en la Unión
y el sólido asentamiento de las instituciones de la apolítica, los tribunales, los bancos
centrales, las agencias o autoridades, etc... De este modo, no deja de extenderse la cadena de
delegación que va de los poderes elegidos democráticamente a las instituciones
'independientes'.
Por ello resulta difícil creer la afirmación de un José Manuel Barroso que, aún en el mes de
junio con ocasión de la cumbre del G20, estimaba que 'Europa no tenía que recibir ninguna de
lección sobre democracia' de los países emergentes. Al que pretenda 'reorientar el curso de la
construcción europea' más le valdría partir de la constatación, más realista, de una democracia
europea que no deja de menguar. A partir de ahí, la mera introducción de la elección directa
del presidente de la Comisión, que es la consigna de la diplomacia alemana, no bastará para
dar un nuevo impulso democrático al conjunto político europeo. Podría incluso resultar una
nueva quimera europea si va acompañada, como lo desean fervorosamente los conservadores
alemanes, de la concesión de nuevos poderes al Banco Central y al Tribunal de Justicia.
La refundición de la Unión política tendrá que centrarse principalmente en inventar nuevas
formas de vínculos democráticos con estas instituciones 'independientes'. Ya no es momento
de recortar su esfera de competencia, sino más bien de replantearse los dos pilares sobre los
que hasta ahora se ha asentado su autoridad: por una parte, una cierta idea de su
independencia concebida como un distanciamiento de los intereses en cuestión y, por otra, una
cierta pretensión de objetividad científica de sus diagnósticos y veredictos. Con respecto al
primer punto, la introducción de una forma de representación de los agentes sociales y las
minorías políticas permitiría garantizar una auténtica 'independencia' al evitar que estos
nuevos espacios de la política europea sean acaparados por un grupo, un bando o una
ideología. Este pluralismo es la única forma de abrir las controversias indisociablemente
técnicas y políticas que ampliarán el perímetro del debate más allá del círculo único de los
economistas o los juristas: y ahí se encuentra el segundo punto. Al seguir controlando la
designación de los miembros de estas instituciones, los Gobiernos aún cuentan con los medios
de abrir esas cajas negras; únicamente si se cumple esta condición, las instituciones
democráticas europeas, con el Parlamento Europeo a la cabeza, no se convertirán en simples
ilusiones ópticas.
*Investigador francés. Doctor en ciencias políticas, es director de investigación en el Centro Nacional de
Investigaciones Científicas (CNRS) e investigador en el Centro europeo de sociología y ciencia política
(CESS
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