Curiosidad Intelectual Por Mario Salas, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Fundamentalmente, la curiosidad no es otra cosa que un deseo de saber. Este deseo se expresa temprano en la vida. Podemos decir que un niño es comúnmente más curioso que un adulto, o por lo menos, el niño no vacila en dar a conocer su curiosidad. La curiosidad nos permite utilizar el deseo de saber, de aprender algo de manera que nos produzca conocimiento o sabiduría, o que nos convierta en personas molestas, por tratar de averiguar lo que no debe darse a conocer al público. Podríamos decir que la curiosidad tiene un aspecto positivo y otro negativo: es negativa cuando se tiene curiosidad de saber algo de alguien o de entrometerse en los asuntos privados de alguno; es positiva cuando el deseo de saber tiene el propósito de obtener conocimiento con la idea de utilizarlo. Sin la curiosidad y sin su compañera, la imaginación, la vida sería descolorida y caería en la rutina. La curiosidad positiva es la que lleva al hombre a explorar el universo de que forma parte, así como también su capacidad mental, y a tratar de obtener conocimientos que puedan aplicarse para algo útil a la sociedad. Nada importante en la historia del hombre se ha realizado sin la curiosidad del individuo que fue impulsado a ello por su deseo de saber y utilizar lo desconocido que descubrió, para llevar a cabo un propósito. Algunos podrían decir que sin mucho conocimiento puede alcanzarse cierto ajuste al ambiente, cierto grado de felicidad y contento; es cierto que personas sin instrucción académica han llevado a cabo esto en la vida; pero la satisfacción que proviene de la inactividad y de la falta de interés con respecto al universo que nos rodea no puede clasificarse, desde el punto de vista del ser humano inteligente, como algo valioso en la vida. El hombre, el más inteligente de todos los seres vivientes, siente el impulso de emplear, de la mejor manera posible, las fuerzas y elementos que existen en torno de él. Esta situación la hallamos hasta en las tradiciones místicas y religiosas. Según la historia de la creación, en la Biblia, se dio al hombre el dominio sobre todas las cosas de la Tierra para que las empleara en obtener una vida mejor para él y para los otros seres humanos, y al mismo tiempo para relacionarse de manera más satisfactoria con su Creador. La inquietud intelectual, pues, debe considerarse como un impulso positivo dentro del hombre, que lo lleva a ver más allá de las actividades rutinarias de la vida, a hacer frente a su existencia y a la relación con su ambiente, de manera que le permite comprender mejor todas las fuerzas que funcionan en el universo y aprender a cooperar con ellas. En las enseñanzas de muchas filosofías y religiones orientales, el ideal más alto del hombre es poder relacionarse con su Creador, obtener unidad y relación armoniosa y perfecta con El. Este ideal está basado en el principio de que el hombre forma parte de Dios, y que su fin en la vida y su estado final de perfección serán alcanzados cuando, gracias al conocimiento y la experiencia, llegue a tener consciencia de su relación y esté al unísono con esa fuerza creadora. Cuando el hombre haya alcanzado ese estado en que tenga plena consciencia del Dios interior, entonces habrá realizado el propósito para el cual fue creado. La curiosidad intelectual, podríamos decir, es una fuerza interna que impele constantemente al hombre a romper todas las barreras mentales y físicas que lo hacen aparecer como un segmento separado, que está relacionado sólo de manera indirecta con su Creador. La inquietud intelectual tiende a dirigir al hombre hacia conocimientos y acciones que pondrán su vida en relación armoniosa y perfecta con todos los principios y fuerzas del Cosmos. Esta es la meta del misticismo; la meta del individuo que emplea su curiosidad intelectual para situarse bien dentro del plan del universo.