SARA ARÉVALO El mundo está lleno de cobardes. El mundo esta lleno de cobardes, personas incapaces de dar pasos hacia delante, que tienen que sentirse acompañados en su camino si no quieren dejar caminar. Personas que por no querer ver lo que está pasando a su alrededor son capaces de desproteger lo que más quieren. Lo malo de esto es que en el mundo no solo hay personas cobardes, es que a su vez hay personas egoístas, manipuladoras, controladoras, ansiosas de imposibles, incansables en su propósito que consiguen acabar poco a poco o brutalmente con la esperanza y la felicidad de las personas que les rodean. Hay a su vez muchas otras personas que se mantienen en la ignorancia de manera arbitraria, es decir, personas que no se dan cuenta de lo que pasa pero no por miedo, sino por ignorancia pura y dura, que quizás en muchos casos es el mejor de los regalos que se le puede hacer a alguien. Vivimos en un mundo dominado por unos pocos, gobernados por marionetas sin iniciativa propia y manejados como un rebaño de ovejas. Todos y cada uno de nosotros jugamos el papel, al menos una vez en la vida, o durante toda ella, de pretender ser mejor que nadie para demostrar a fulanito esto o aquello, y no sólo luchamos por conseguirlo de la manera que sea, si no que nos han hecho creer que debemos sentirnos orgullosos por nuestros méritos propios, aunque para ello hayamos tenido que abusar de algún tipo de “enchufe” o avasallando al mas débil. Por que… ¿qué es eso del más débil? o mejor aún, ¿qué es eso del más fuerte? ¿quién, cómo y cuándo, ha decidido hacer de este modo de plantearnos las cosas nuestro dogma? Unos lo llaman egoísmo, otros supervivencia, pero al final lo que cuenta es a quién has tenido que dejar en el camino para alcanzar tu meta. Aquí entra la parte de “gente sin escrúpulos” de la que hablaba antes; ¿cómo es posible proceder de una especie social y llegar al individualismo más absoluto? Pues bien, para contestar a esta pregunta no hace falta pensar en exceso, voy a plantear un ejemplo: un jubilado sale del banco con la pensión recién cobrada guardada en su cartera, en el bolsillo del pantalón. Este señor se sienta en el autobús con tan mala suerte de que la cartera se le cae pero él no se da cuenta, la que si se da cuenta es la señora que va sentada justo a su lado. Se queda callada y cuando el señor se ha bajado del autobús, recoge la cartera y decide irse de cena con su marido y otra pareja para celebrar que se ha encontrado una cartera tirada en algún lugar de la calle y no era de nadie. ¿Por qué no ha dicho nada? ¿Por qué no se la ha devuelto? Y lo peor de todo, ¿cómo esa señora ha sido capaz de dejar a un hombre sin su dinero de todo el mes? Ella no sabe si este jubilado tiene ahorros, si ese dinero era el regalo de boda para su hija que se casa la semana que viene, o si era para el funeral de su mujer en su recién estrenada viudedad… lo único que se le ha ocurrido es pensar en si misma, de manera primordial, no ha tenido en cuenta al jubilado de esta historia. Este tipo de cosas es lo que han conseguido implantar personas sin escrúpulos capaces de todo por un poco de poder a lo largo del tiempo, de las generaciones, de aprovecharse de las situaciones, de esta manera hemos olvidado que estamos aquí por que nuestros padres, que eran dos, decidieron unirse, que antes de nuestros padres estaban nuestros abuelos, que también eran dos, y así hacia atrás hasta llegar a grupos de personas totalmente conectadas por un “hilo invisible” capaces de evolucionar en beneficio de todos ellos y del medio en el que vivieron, como sociedad y no como individuos, como parte de un todo y no como seres individuales y competitivos de una forma enfermiza. El único atisbo de “sociedad” que queda en esta pobre mujer es que su conciencia le ha hecho mentir para no sentirse mal, y no hacer sentir mal a las personas que disfrutarán de la cena esa noche. Ya es más de lo que las personas que creen dominar todo, tienen. Hay entonces, muchas formas de plantearse la vida, pero la que nos inculcan desde pequeños es que hay que ser el mejor, el más listo, el más rápido en hacer las cuentas de matemáticas, y así le caerás bien a la profesora, el que más amigos tiene, el que tiene la ropa más guay, el que fuma, el que se compra el mejor coche, el que se mete cuatro horas diarias de gimnasio para tener el mejor cuerpo, aquel que no tiene vida social porque está en casa recluido estudiando para ser el primero de la promoción, o el que compra caviar del mar del norte, el más caro; siempre más y mejor… Y si no eres más ni mejor es que eres raro. Si te planteas la vida de otra manera que no sea compitiendo y luchando, te mereces la mediocridad, que está mal vista. Cuando te paras a pensar en ciertas cosas, te das cuenta de que en realidad, las creencias, modas y tendencias de la mayoría de nosotros, son las que nos dejan pensar unos pocos. Nuestros padres se despiertan, trabajan, comen viendo las noticias, trabajan, cenan viendo las noticias y duermen. Una vez al año hacen la declaración de la renta, pagan sus intereses, el IVA, IPC, IBI y un sinfín de íes. Procuran comprarse una casa, un coche, alimentar a su familia, cuidar del perro del vecino que se ha ido de vacaciones y mientras tanto, mientras tanto sólo tienen tiempo para pensar en lo que les ha impactado del telediario que han visto a medio día o esa noche. Pero no piensan en que si las noticias dicen que ha estallado un volcán es porque quieren que estén preocupados en eso y no en que la gente es incapaz de llegar a fin de mes. Si dicen que estamos en crisis y que todos tenemos que poner de nuestra parte, es para que no protestemos cuando a nuestros abuelos les congelen o bajen las pensiones, o que a nuestro padre y hermana, funcionarios, se les recorte el 5% del sueldo, si no es más. Que nos tengamos que jubilar a los 67 años de edad como medida preventiva de una crisis futura. Que secuestren niños y luego nos vendan el chip para que tengamos la necesidad de colocárselo a nuestros hijos para poder sentirnos más seguros. Que los móviles producen ciertas radiaciones muy poco beneficiosas para los organismos vivos que pueden llegar a disminuir la capacidad reproductiva de la especie y, que casualmente, todos llevamos uno en el bolso que rara vez apagamos. Tampoco dejan tiempo para pensar en las diferencias económicas que existen en los países y como todavía no hemos sido capaces de reinventar un mundo en el que todos tengan acceso a alimento y agua, a unos derechos fundamentales como ser humano. ¿Cómo somos capaces de permitir la extinción de todo tipo de especies animales y vegetales? Lo que los poderosos también saben es que si los padres no piensan, los hijos tampoco, por mimetismo, y así crean generaciones de máquinas robóticas incapaces de quemar materia gris pensando un poco. No podemos saber las razones iniciales de lo que ocurre, porque alguien ha decidido que no debemos enterarnos, y de hecho la mayoría de las personas lo acepta como tal y vive en esa maravillosa ignorancia. El resto, cobardes. Cobardes por no intentar cambiar lo que sabemos no es bueno para que las cosas funcionen. Ingenuos por pensar que son exageraciones de algunos pocos. Cobardes de nuevo, por que aún sabiendo que hay cosas que pueden estar ocurriendo, giramos la cara hacia el lado bonito de la vida y luchamos por ser los mejores en lo que hacemos. Somos el rebaño de ovejas de las empresas farmacéuticas que consiguen tomar decisiones por nosotros, deciden cuando debemos vacunarnos y cuando no, contra que medicarnos, como prevenir tal cosa tomando una pastilla para esto y otra para lo otro, deciden que componentes pueden tolerar nuestros organismos y en que cantidades. No les importa si por probar cierto medicamento acaban con la vida y sueños de miles, por no decir millones de personas, y de sus familiares y amigos. Creen que somos piezas de repuesto de un gran ensamblaje que es la máquina de hacer dinero, es decir, si se cae un tornillo y se pierde, se pone otro y listo, al fin y al cabo nos reproducimos, o eso creemos. La finalidad de algunos es disminuir la población mundial para conseguir dominarnos mejor y que no haya posibilidad de consumir todos los recursos de la Tierra y que “ellos” no puedan sobrevivir, quizás debiéramos preocuparnos más por esto último que por comprarnos un buen coche. Me sorprendió en su momento un artículo en el que se exponía como una de estas empresas farmacéuticas tras el éxito de la viagra quiso hacer lo mismo en el caso de la mujer, creando el “milagro” para hacer que la mujer no padeciese “vaginismo”. Se decía en aquel informe que elaboraron una encuesta a cierto número de mujeres para ver cuántas relaciones sexuales habían tenido en ese último mes, establecer una media y así poder determinar el número de veces a partir del cuál una mujer padecía “vaginismo” si no alcanzaba dicha cifra. Pues bien, en esa encuesta no se tenía en cuenta la edad, religión, estado civil, psicológico o físico de la mujer a la que encuestaban. Evidentemente, sacaron al mercado una pastilla recetable para un gran número de mujeres que según ellos tenían algún tipo de “enfermedad sexual” por no llegar a cierto número de relaciones al mes, afortunadamente este tipo de medicamentos no han llegado a buen puerto. Pero lo que quiero destacar de este comentario no es que no haya tenido éxito, si no que, las farmacéuticas ven en cada uno de nosotros un potencial de beneficios económicos que camina y habla, pero nada más. No somos personas, ni siquiera países o continentes, somos cifras y como tal nos tratan. No se curan enfermedades porque evidentemente no interesa, y por que a menudo el descontrol sanitario es tan grande que juegan a ser dios con virus, bacterias y todo tipo de vida sobre la Tierra capaz de causar enfermedades que ellos, hoy por hoy, no pueden curar. Supongamos que nos encontramos en un tablero de ajedrez dónde, por un lado están las fichas rojas representadas en primera fila por los peones, el poder político mundial, conejillos de indias a los que poner cara para que la plebe tenga alguien al que acusar. Protegidos tras ellos se encuentran los alfiles, perspicaces y efectivos en la larga distancia como la Iglesia. A su lado los caballos, activos y bruscos como las empresas farmacéuticas, campeando libremente por el tablero sin ningún muro tan alto y fuerte como para detenerlos. Las torres en los extremos, vigilando y dominando desde su altura las masas que se extienden a sus pies, como los medios de comunicación. En el centro, el rey y la reina, impíos, impávidos, respiran tranquilos, no tienen cara ni nombre. Planean sus movimientos con mucho tiempo de antelación, capaces de manejar a su antojo todo lo que les rodea. Son felices, tienen el poder que desean y todo el que los rodea les protege. Frente a ellos las fichas azules, sólo son peones, todos iguales, parece que algunos tienen un buen empleo, pero solo es un sueño. Son muchos, llegan hasta la primera fila del equipo rojo. Se encuentran frente a ellos cara a cara. Aquellos que conocen las intenciones ya sea de los alfiles, como de los caballos o las torres son tildados de incoherentes, infravalorados, sepultados bajo sus creencias y desterrados, si no muertos, como herejes. Muchos de nosotros no sabemos que es lo que pasa pero podemos intuirlo, no nos cuadran las cosas, no sabemos las razones de lo que acontece, pero intentamos vislumbrar la luz al final del túnel en el que nos hayamos. Otros se pierden en el tablero en el mundo de las distracciones, drogas, vicios y demás banalidades creadas también por el frente rojo. Quizás la mayoría de los peones del equipo azul ni siquiera sabe que están en un tablero de juego, y que gana el más inteligente; eso es una gran desventaja para nosotros. También están como he dicho siempre: los cobardes, que abandonan la partida o se cambian de bando. A lo largo de la historia siempre ha habido imperios que han procurado tener a raya a sus enemigos a base de leyes, guerras y castigos. Hoy por hoy vemos cómo el ser humano no es tan estúpido como parece, y aquellos que manejan nuestras vidas han aprendido a ser sibilinos y permanecer en silencio mientras poco a poco nos quitan derechos, imponen crisis y estados de ansiedad dependiendo del momento que ellos estimen correcto, nos dicen de manera indirecta que hacer y como actuar dividiendo un país en opiniones, haciendo aparecer el fantasma de guerras ya olvidadas, removiendo en los escombros de la humanidad sólo para hacer brotar el miedo y así hacernos mas vulnerables y receptivos a las medidas que tomen. Pero época tras época ha habido grupos de insurgentes que con su esfuerzo y sacrificio han cambiado las perspectivas de un destino abogado al caos, como en el que nos hayamos ahora mismo. La capacidad del ser humano para imaginar y soñar es infinita, y puede lograr cualquier cosa que se propone si es capaz de imaginarla, pues si es así, es la hora de que nos dejen imaginar y soñar que podemos cambiar las cosas que nos rodean y asfixian. Pensamiento optimista el anteriormente escrito, si no fuera porque a la vez que bonito se me plantea imposible. La capacidad que el hombre tiene para borrar recuerdos dolorosos, o no escuchar aquello que le incomoda y disgusta, es inmensa. Está tremendamente arraigado a la mente de cada uno de nosotros, por eso, aunque realmente nos beneficie escuchar lo que se nos dice, “cerramos” los oídos y no pensamos en ello; con lo cuál, nunca nos damos cuenta de lo que se nos avisa, incluso cuando de ello depende que podamos seguir existiendo. Nos llenamos la boca con falsa moral, pretendemos ser justos y honrados, pero nos atemorizan las responsabilidades y tomar cartas en determinados asuntos. “Mejor que lo haga otro”, que el otro sufra, que el otro se rabie, que el otro se dé de cabezazos para intentar hacernos ver que el camino que seguimos no es el bueno, mientras siga tirando de la cuerda y no pase nada, yo, no me preocupo. Hay que cambiar, mejorar, pretender defender lo que es legítimamente nuestro, la libertad. Tengo una hipótesis extravagante para según quién. Se trata de adivinar hasta que punto estamos siendo controlados. Digo adivinar porque evidentemente, lo que sigue es parte imaginación, parte documentada, pero por supuesto nada es contrastado por mi parte. Creemos que Homo sapiens sapiens es la especie más evolucionada del planeta y que por ello hemos llegado a puntos insospechados de torturas metafóricas y literales a naturaleza, animales y a todo lo que consideramos inferiores, incluso dentro de nuestra propia especie. Pues bien, juraría no andar muy desorientada si digo que por encima de nosotros hay en el Universo seres mucho más inteligentes que lo que podremos llegar a ser nosotros en muchos billones de años. Seres capaces de predecir que va a ocurrirnos a nosotros como hombres, y más que para predecir, para decidir que hacer con una especie tan molesta para el equilibrio en la Tierra, como el ser humano. Hablo por ejemplo de la civilización más antigua estudiada por nuestros historiadores, al menos a pie de calle. Los sumerios. Grandes conocedores del entorno que les rodea y por supuesto observadores del cielo y todas las estrellas, planetas y cometas de su tiempo. Fueron capaces de elaborar la escritura y así un sinfín de datos acerca de su religión, forma de gobierno, etc. Nada que ver con esto es lo que planteo, y es que, se me antojan criaturas de una inteligencia suprema capaces de desarrollar el potencial de su mente de una forma en la que ya no se les puede considerar seres vivos, si no seres divinos cuya masa cerebral fuese energía en estado puro, produciendo sensación de halo de luz y ojos muy negros a los que los han podido ver y luego describir. Me los imagino como observadores de una gran jaula en la que nos han puesto como experimento de evolución de la Tierra y los seres vivos e inertes que la componen. De esta manera pueden decidir sobre nosotros. Al final de este pensamiento que realmente me asusta, el hecho de no saber que es lo que hay en el exterior de nuestra atmósfera con seguridad, vuelvo a la Tierra, a Europa, a España, Madrid, mi casa, mi habitación, mi cama y pienso, ¿qué más da lo que hagan los poderosos para tenernos controlados, si hay alguien por encima de todos nosotros, que a su vez les controla a ellos? Y es entonces cuando me considero una gran cobarde. Dejando mis preocupaciones existenciales en manos de los sumerios, igual que muchas otras personas los dejan en manos de Dios, Alá, Yavhé o Buda. Es difícil para la mente humana asimilar toda una serie de conceptos extrasensoriales, hemos perdido la capacidad de escucharnos a nosotros y al entorno. De hecho estamos tan faltos de instinto que anteponemos la razón en nuestras decisiones, lo cuál, puede tener graves consecuencias. Hay investigadores que han comprobado que cuando pensamos de manera razonable un número determinado de neuronas se activan, unas pocas. Pero cuando lo que funciona es el instinto, la actividad cerebral se multiplica por miles de neuronas conectadas, enviándonos información que malinterpretamos por que no la valoramos ni entendemos. Por eso hay veces que de repente sentimos la necesidad de echar a correr cuando estamos solos y sentimos miedo. Por la misma razón por la que nos levantamos por la mañana y sentimos que ese día va a ser un gran día. Nuestros circuitos cerebrales están conectados con el entorno físico y con el resto de personas más de lo que estimamos. ¿Por qué si no, le daríamos importancia a las primeras impresiones? ¿Por qué sentimos cuando alguien tiene algo que esconder mientras compramos el pan? ¿Por qué tantas veces esa frase cuando cogemos el teléfono de “estaba a punto de llamarte”? El instinto. Pero esta sociedad que nos ha impuesto en los últimos siglos el antropocentrismo como base fundamental de nuestras creencias, ha inculcado a su vez que los animales salvajes, que se mueven por instinto, son seres inferiores, por lo tanto, si eres un ser humano has de evitar el instinto y comportarte como la persona civilizada y racional que quieren que seas. Así consiguen inculcarnos que cuanto más razonable parezca lo que nos planteen, más tenemos que aceptarlo si no queremos ser rechazados. Y tras los medios de comunicación y empresas farmacéuticas, que consiguen dominar nuestra parte racional, viene la Iglesia, que alude a nuestra fe, a lo inconsciente e irracional – que no instintivo-. Aparentemente ya no hay nada más a lo que nos podamos aferrar como seres individuales, han conseguido anular nuestro instinto, imponer el raciocinio, y avocar nuestras vidas para creer en algo que somos incapaces de sentir, ver o tocar. Pueden justificar sus holocaustos como obra de Dios y millones de personas en el mundo lo aceptarán porque el Señor todo lo puede y Él nos guía. Pero como digo, ya no hay nada a lo que aferrarnos como persona individual, sin embargo sí como pareja, familia, comunidad de vecinos, ciudad, país… dejar de establecer fronteras entre todos nosotros y afrontar la realidad de saber que estamos jugando en un tablero de ajedrez y que cuántas más jugadas seamos capaces de predecir, peor lo pasará el equipo rojo para engañarnos y utilizarnos como simples peones o tornillos de la famosa máquina de hacer dinero. Quizás algún día, los que vemos la luz al final del túnel dejemos de ser cobardes.