Cine Doré FilmotecaEspañola Junio - julio 2006 AGNÈS VARDA Miércoles 28 de junio - 19.30 h. Sala 1 Domingo 9 de julio - 18.00 h. Sala 1 35mm, VOSE* Les Cent et Une Nuits de Simon Cinéma (Las cien y una noches, Agnès Varda, 1995) Dirección y guión: Agnès Varda. Fotografía: Eric Gautier. Música: Gérard Presgurvic. Decorados: Cyr Boitard y Cédric Simoneau. Montaje: Hugues Darmois. Productor: Dominique Vignet. Duración. 100’ Intérpretes: Michel Piccoli (Simon Cinéma), Marcello Mastroianni (el amigo italiano), Henri Garcin (Firmin), Julie Gayet (Camille), Mathieu Demy (Mica), Catherine Deneuve, Robert De Niro, Gérard Depardieu, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Jeanne Moreau, Hanna Schygulla (segunda ex esposa de M. Cinéma), Gina Les Cent et Une Nuits quiere ser un divertimento, una fantasia del alma retrospectiva. Si se mantiene esta simpática apuesta no es necesariamente por un voluntarismo: para protegerse de la nostalgia, Agnès Varda mantiene a una distancia respetuosa la emoción que hace nacer (y que hace) el cine, decidida a no conservar más que su magia, ignorando el encanto siempre algo melancólico que ejerce de manera natural. Catherine Deneuve y Robert de Niro en un barco, un momento mágico que no es más que eso: Catherine Deneuve y Robert de Niro de “crucero” sobre un estanque que no hace olas, en un breve sainete cuyos artificios de escritura son la barrera de toda emoción. Una emoción que nos llevaría quién sabe dónde. Pero Agnès Varda sabe muy bien dónde quiere ir ella: un poco a todos los sitios pero sobre todo a ninguna parte. De no ser así, Les Cent et Une Nuits, dejaría de ser una fantasía sobre el cine para ser un discurso sobre el cine y, al trazar su camino (aunque oblicuo) sobre un mapa demasiado dibujado no podría atravesar a la vez y con la misma tranquilidad el Nosferatu de Murnau y el Uranus de Claude Berri. Esto es así: para alegrarse de corazón al festejar el cine hay que tener un corazón muy grande. Y sin duda, también hay que tener una memoria que flaquee, como la de Monsieur Simon Cinéma, que tiene casi cien años y ha vivido prácticamente toda la historia del séptimo arte, a cuyos numerosos y diversos embajadores acoge con una sonrisa en su castillo (especialmente a Marcello Mastroianni, su invitado de lujo, algo desperdiciado por la película). Como esta mansión museográfica, Les Cent et Une Nuits está abierta a todos los vientos, lo que no impide que notemos, en Agnès Varda, la sombra de una duda. (…) Su principio de encadenamiento privilegia una idea potente y sentida, que fue también la del número especial de Cahiers, Cent jours qui ont fait le cinéma: el cine es una historia de encuentros y, al asociar dos nombres, se rebota sobre un tercero (al menos), al recortar dos trayectorias se desemboca en otras perspecivas y la cadena continúa a lo largo de un siglo. Este crucigrama empieza mal, con el encuentro de Monsieur Cinéma con una joven estudiante de la materia, Camille, que llega para reavivar sus recuerdos, un personaje afectado y dubitativo (cinéfila o idiota radiante, quizás las dos cosas). Su papel, útil para provocar una minificción que pone en escena a una banda de jóvenes prefabricados (locos por el cine, dispuestos a todo para rodar un cortometraje) se limita, aparte de eso, a hacer observaciones puntillosas sobre naderías que caen a plomo en la película, como lo hacen la mayoría de los extractos que puntuan Les Cent et Une Nuits (el ejercicio estaba mucho más logrado en Jacquot de Nantes, otra película sobre la memoria, pero sobre la memoria individual. A escala colectiva el alma se disuelve, no es tan fácil de rastrear). Mal dosificado y mal cribado, el didactismo se maneja mal poque a menudo sirve como rampa artificial para una reflexión demasiado crítica: Cuando Agnès Varda, en off, dice “En Francia también tenemos autores, y me refiero a Truffaut, a Cocteau, a Mazuy, a Besson, a Carax”, lo dice con el tono entusiasta pero un poco mecánico de una estudiante aplicada recitando su NIPO: 554-06-003-1 Lollobrigida (la esposa medium del profesor Bébel), Fanny Ardant, Anouk Aimée, Romane Bohringer, Sabine Azéma, Jane Birkin, Sandrine Bonnaire, Patrick Bruel, Jean-Claude Brialy, Harrison Ford, Andréa Ferreol, Marie-France Pisier, Emmanuel Salinger, Daryl Hannah, Martin Sheen. lección y, esta tirada, discutible (sobre todo en los ausentes), se coloca sabiamente del lado del saber y no del del pensamiento, lo que cierra el debate. ¿Cómo no dar un sentido (obvio) a esta inevitable parcialidad? La cineasta siempre ha sabido resolver con elegancia esta cuestión importante e insoslayable, ligada a su proyecto. Junto con hallazgos visuales afortunados (los hermanos Lumières seguidos por la vaca de Buñuel), hay números bien llevados (en el espíritu circense tan adecuado para vagabundear a su antojo por la historia del cine, como en la escena que reúne de nuevo a Jean-Paul Belmondo y Gina Lollobrigida). Cuando el ingenio impone su rigor arbitrario y discutible se pasa de todo comentario y, por este camino, la película se enriquece dejando en ocasiones, con malicia, sentidos en suspenso (Monsieur Cinéma no recibe a Alain Delon porque no le gustan las películas policíacas, quien quiera entender...). Réplicas ad hoc permiten, igualmente, atajos curiosos y acumulan juegos de rima que se establecen entre los encuentros. Una apertura sobre los sin techo resucita a Sandrine Bonnaire como la Mona de Sin techo ni ley (aquí hay un poquito de emoción), y la vemos marcharse como la Doncella de Orléans a caballo en la película de Rivette. Y esta otra, la más hermosa probablemente, que comienza con Gérard Depardieu relatando sus muertes en la pantalla, pasa por Gérard Philippe (gracias a Monsieur Cinéma, cuya frágil memoria descolla en el arte del agradable zapping histórico) y después por River Phoenix, el actor fallecido de My Own Private Idaho. Y están también las buenas ideas que no están, las que Agnès Varda no tuvo ni la oportunidad ni los medios de realizar. (…) Mezcla de humor, de inteligencia, de sentido común juguetón y de imaginación, seductora o irritante (en este punto, division de opiniones), portadora en todo caso de la marca de la cineasta. Este estilo orgullosamente artesanal le da a la película una ligereza (que desgraciadamente no se traduce en el ritmo, un poco plano) y la garantia de no tomarse demasiado en serio, algo que, para una empresa así, no es poca ventaja. Pero impone profundamente un determinado sistema de valores por ese gusto por el encadenamiento del que resultan piruetas que, bajo la excusa de la inocencia y la ingenuidad, tienden a simplicar. En este punto, estas Cent et Une Nuits no tienen nada en común con las Mil y una noches: el relato y el deseo que lo guía no toma fuerza, las escenas no forman historias, no tienen consecuencias, ni perversidad ni ambigüedad. Se espera de los viejos que sean viejos, los jóvenes, jóvenes. Hollywood es la tierra de leyenda y los franceses, al filmar a sus estrellas en vídeo son naturalmente aficionados. (…) Si la película mantiene la cabeza erguida a pesar de su modestia es gracias a Michel Piccoli, que sabe forzar los rasgos con convicción, caricaturizar y a la vez dar vida, impulso, deseo, impudor, placer y, entre sutileza y bufonería, jugar con los límites para dar la impresión de que todo esto no está terminado, saldado. Y que en la mesa de Monsieur Cinéma no se sirve aún un buffet frío. Frédéric Strauss, Cahiers du cinéma, nº 488, febrero 1995. MINISTERIO DE CULTURA INSTITUTO DE LA CINEMATOGRAFÍA Y DE LAS ARTES AUDIOVISUALES