EL DO UT DES JAPONÉS Japón consiguió salvarse por los pelos aquella campaña de Navidad en plena crisis mundial. El creador nipón del gadget tecnológico que se vendió por millones en EEUU y Europa como regalo estrella de Navidad, sintió que había salvado su vida y la de su país, aunque este último ya le daba igual. Había sido amenazado de muerte, deshonor y ruina. Fue tan atormentado que no pudo dormir en todo el cambio del año. Su país, enfangado en una crisis absoluta y prolongada, apenas podía sostener su numerosa población y amenazaba con venir el hambre, el desorden y la locura. El gobierno apostó a su carta, por su inventiva y su producto, que fabricó disciplinadamente. Él era un mero diseñador de ingeniería pero hasta la Yakuza se encargó de hacerle temer un final de su vida largo y doloroso si algo iba mal. Las ventas en el extranjero, que eran la salvación del balance comercial de su país, fueron aumentando mientras él maldecía su vocación y haber nacido. Después de una enorme presión, de ver cifras en un ordenador que temía no serían suficientes, recibió un máximo galardón profesional y las entrevistas de los periodistas. En cuanto pudo, detestando su país, volvió al anonimato, boqueó el aire de Tokyo iluminados sus pasos por los neones nocturnos y se consideró el hombre más desgraciado del mundo. Pero, en pasado. Y haber sufrido era mejor que sufrir. Unos meses después, la sociedad del sol naciente inició un debate de múltiples facetas sobre los límites de la libertad de expresión. Sectores conservadores atacaron el racial manga donde sus álbumes pornográficos contenían menores de edad practicando sexo con adultos. Algo que consideraban inedificante e incivilizado, atávico y apología del delito sexual. La ley nipona condenaba el sexo con menores de edad y asociaciones de padres temían por sus hijas debido a esa incoherencia. Los sectores liberales apoyaron el manga, incluso sus dibujos con sexo explícito con menores, argumentando que actuaban de exorcismo de la pedofilia, al construir sus fantasías en una realidad virtual inocua y ajena de la temida realidad delictiva. El manga conjuraba una realidad criminal y retenía a sus inclinados evitando que trasladaran infelizmente sus fantasías a la realidad. Los liberales se pusieron del lado de la tradición y el uso social y los conservadores del lado de la modernidad que exigía reducir la incoherencia entre la ley y la realidad virtual. Por entonces, para el anónimo japonés que había cargado al dedo de las fuerzas vivas de su nación con la responsabilidad de dar un respiro a la balanza comercial de su país, había visto el Cielo en una película de manga en la que el erotismo se confundía con la estética más celestial. Efectivamente, la imagen de dibujos animados llevaba de la ventana abierta de par en par de una casa, por la que se veía brillar el sol, a una habitación de colores cálidos pastel, mayormente rosáceos y lilas, con una cama sobre la que gozaba una diosa de 12 años sólo vestida con una fantasía paradisíaca de lencería íntima. Vio la escena, hasta que se oían los gemidos de la diosa, centenares de veces. Ese travelling de dibujos tenía más alma que toda su vida. Era el orden sublime que siempre había deseado en su ser más profundo y que le daba la fe en sí mismo y en su patria. Esa creación mirífica y maravillosa era superior a toda vida y la trascendía. Solo ser su mero observador le trasladaba al más allá de su ser nipón, a la luz del orden que no lograban oscurecer el resto de imágenes excesivas, múltiples, complejas y distantes que extasiaban al resto de seres humanos. Era la película única, el espectáculo definitivo, el primer plano excelso de su verdadero amor. Compró varios ejemplares de la película y de la pantalla donde la veía mejor y la observó diariamente, nada más levantarse de la cama, como un rito de piedad sagrada. Y el diseñador anónimo vio que el arte, la creación, consumaba la tradición de un pueblo, el suyo, de una manera inescrutable y novedosa. Recuperado su ser de asombro y felicidad, dio gracias a la vida que le había permitido alcanzar el interior brillante del sol naciente, mediante la paz que había mantenido, por su intercesión, el orden económico de su país que un día su creación había favorecido. Dio al común y el común le dio: el orden del amor que da la paz. Y se volvió a sentir un japonés más. COMENTARIO: Inspirado por un suceso real, el del inventor de la Wii, salvo la segunda parte del texto que es fantasía. El texto resalta la moraleja de sacar beneficio del sufrimiento, darle valor, y del orden del amor de darse y luego recibir, sacado de la doctrina de San Agustín. La polémica por la libertad de expresión tras aquellas Navidades de 2008 fue real y acabaron no prohibiendo el manga pues era una industria productiva de dinero en época de crisis. El título está inspirado el “El da y recibirás” religioso. Publicado en la revista “Al Margen. Publicación de Debate Libertario. Año XX. Nº78. Verano 2011”.