MATERNIDAD SIN PADRE: UNA NUEVA TENDENCIA Domingo Caratozzolo* Jodie Foster, la talentosa actriz y directora declaró estar embarazada y al parecer decidida a criar a su hijo completamente sola. “No podría ser mas feliz. Sin embargo, no quiero hablar del padre, ni del método de concepción ni de ningún otro aspecto de este tema” . La noticia (La Capital 6-3-98) señala que otras actrices están en la misma situación, Sandra Bernhard utilizó un banco de esperma para quedar embarazada, mientras que Rosie O’ Donell optó por la adopción mientras que la compañera de la rockera Melissa Etheridge recientemente dio a luz una niña. Días después nos enteramos que Madonna busca “padre” para su segundo hijo, lo cual como supone el lector es una manera de decir que está pensando en el candidato para un nuevo embarazo. Sea cual fuere la inclinación sexual de estas mujeres, tienen un elemento en común: quieren cuidar de sus hijos sin intervención paterna. Este es un fenómeno social nuevo. Si bien muchas han tenido que afrontar la maternidad sin el auxilio de un hombre, ello se debió hasta ahora y en la generalidad de los casos a una negativa por parte de éste a asumir la función paterna. Si bien la publicidad de estos casos se debe a la popularidad de las mujeres involucradas, ellas no dejan de ser un síntoma social, pues constituyen la punta de un iceberg del que forman parte otras mujeres que no son noticia periodística. Las circunstancias de la vida de la mujer actual, nos hacen pensar que muchas de aquellas que precian su autonomía y libertad no quieren comprometer su destino con un hombre y optan por tener sus hijos en soledad. Por ello trataremos de esbozar una explicación de esta elección y de las consecuencias de esta decisión para el hijo. Cuando un bebé nace, toda la impregnación ideológica de la cultura lo está esperando, desde aquellos elementos que constituyen el legado de la historia de la humanidad, hasta aquellos más actuales determinados por la familia. La familia es un agente culturalizador, pues tiene un sistema internalizado para ofrecer al niño: valores, prohibiciones, normas, costumbres, sistema que a ellos a su vez les fue transmitido por sus padres. La estructura familiar triangular (padre, madre e hijo) es el regazo donde va a ser recibido y cobijado el bebé y donde mamará la trama de relaciones sociales que determinará su conducta. Desde una perspectiva psicoanalítica trataremos de explicar como se instaura el orden social en la interioridad del hombre: el feto vive en un estado de exaltación, goza de una perfecta homeostasis y sus necesidades son automáticamente satisfechas. Estas vivencias de su habitáculo prenatal, el bienestar ligado a este recuerdo, la ilusión infantil de omnipotencia, la fusión perfecta con la madre y el medio, la experiencia original de completud, determinarán el deseo de repetición de este estado que Freud denomina narcisismo primario. Producido el nacimiento, los cuidados maternales están dirigidos a crear en el niño una situación lo más parecida posible a la anterior, lo cual le permite continuar su vida extrauterina con la ilusión de omnipotencia narcisista. Como para el niño el mundo es la madre y sin ella él no puede vivir, se crea una relación amorosa con este ser que le abastece y le es imprescindible, con el que vive experiencias de satisfacción y plenitud. Pero también surgen inevitables situaciones de frustración: el niño llora y la madre no lo amamanta en ese momento, la madre desaparece del campo perceptual y el niño tiene hambre, está sucio o tiene necesidad de caricias. La madre ya no es vivida como una extensión de sí mismo, sino como una persona separada, independiente, con sus propias actividades y necesidades, con sus relaciones, con otros, con sus intereses. Decimos que es entonces cuando en el campo perceptual aparece la figura del tercero interponiéndose entre él y la madre. Este tercero virtual se corporiza en la figura del padre que entonces se constituye en un rival que le disputa el disfrute de la madre, desarrolándose así sentimientos de hostilidad hacia el mismo. Pero con el tiempo el padre resulta no ser tan malo ni la mamá tan buena. Esto da lugar a sentimientos ambivalentes hacia ambos progenitores, mezcla de amor y odio, si bien con una preeminencia, en el desarrollo normal, de una mayor afectividad para con la madre. Paralelamente el desarrollo del niño se acompaña de una intensificación de la erogeneidad de sus genitales, erotización estimulada por los cuidados maternales: desvestirlo, lavarlo, acariciarlo. Si el placer que experimenta está ligado fundamentalmente a la figura de la madre que es su primer objeto de amor ¿hacia quien puede el niño orientar su deseo si no es hacia ella? y ¿quién es el rival, sino el padre que se interpone entre él y su madre? Esto es lo que Freud denominó Complejo de Edipo. Pero estos sentimientos amorosos del niño hacia su madre no pueden consumarse porque él es muy pequeño, el rival muy poderoso y el castigo terrible, ya que puede recaer sobre el pene, lo cual le impediría para siempre la unión heterosexual. Este es el llamado Complejo de Castración. Tiene que renunciar a la madre como objeto sexual. Este naufragio del Complejo de Edipo se resuelve en el niño mediante una identificación con el rival. De ahora en adelante el niño va a tratar de ser como el padre, internalizando así todo un sistema normativo, un sistema de permisos y prohibiciones. La ley ya está dentro del sujeto quien a su vez la reproducirá en su descendencia. Cuando la ley, la prohibición, la norma cultural está instalada en la interioridad del hombre, éste ha llegado a ser una criatura humana. Para Freud, el Complejo de Edipo es el punto nodal del desarrollo, en el cual el niño acepta la diferencia generacional (mamá es grande para mí, ella es para papá) y la diferencia sexual (hay hombres como papá y como yo y mujeres como mamá). Es el punto en el que el niño acepta su posición prescrita en la constelación fija de madre, padre e hijo. Este reconocimiento trae como consecuencia otro de suma importancia: el devenir de las generaciones y la inevitabilidad de la muerte. En adelante la función ordenadora paterna, la ley del padre, actuará dentro de la propia psique del niño. De ahora en más la culpa interna y el deseo de aprobación por la conciencia moral y el autocontrol, reemplazan el miedo al padre. Mientras el poder de la madre se identifica con las gratificaciones tempranas, primitivas, a las que hay que renunciar, el poder del padre se asocia con el desarrollo, el crecimiento y la civilización. Podemos representar a estos dos poderes, el de la madre gobernado por Narciso y el del padre por Edipo. La teoría señala al padre como un camino al mundo mientras la madre invitaría a la regresión; el padre a la autonomía y la madre a la dependencia. En las salas de parto actuales, el padre, quien para la teoría psicoanalítica es padrepartero, ayuda a la madre a expulsar el hijo de su interior, y en centros médicos de vanguardia es alentado a cortar el cordón umbilical (correlato concreto de la función simbólica del padre: separar al hijo de la madre y prepararlo para transitar el ancho mundo). Decimos que el padre protege e incluso salva al niño de la madre que lo retrotraería al narcisismo ilimitado de la infancia. A la luz de estas consideraciones podemos preguntarnos: ¿qué motivaciones tiene este síndrome de maternidad sin padre? Si no hay padre y madre, no existen las diferencias sexuales, lo cual procede de un intento de negar la incompletud humana y la necesidad del otro complementario en la pareja sexual para engendrar. Constituye una estrategia para mantener la ilusión narcisista de completud. Además, la falta del padre no sólo niega las diferencias de género, sino también generacionales, puesto que contiene la convicción de que el hijo colmará los deseos de la madre, ya que será para esta su perfecto compañero que le permitirá desmentir la necesidad del otro adulto. ¿Cuál será el destino de este involuntario compañero de la madre? Si el niño no tiene un padre con el que identificarse, pierde aquello que puede brindarle el universo paterno. Sin pasar por el Edipo es imposible la maduración, no hay adulto si se carece de modelos identificatorios: padres, maestros, personalidades, etc. Podemos interrogarnos también acerca de cómo impactarán estos nuevos ensayos de familia en la sociedad. En la actualidad las señales de cambio obedecen al retroceso de la autoridad paterna. En sus desarrollos, Jacques Lacan considera que se ha producido una declinación de la imago paterna y que la misma es causa de gran número de efectos psicológicos. En la misma dirección, otros pensadores opinan que uno de los motivos de nuestro malestar social reside en un creciente narcisismo que proviene de la pérdida de autoridad por parte del padre o de la ausencia del mismo. Este creciente narcisismo estimula el individualismo y actúa en detrimento de la solidaridad social y de la construcción de ideales comunes que trasciendan al individuo. *Psicoanalista