La Segunda Navegación de Rogelio Laguna: Un viaje al centro de las sombras. Por Alfonso Vázquez Salazar I Autorretrato del artista jugando con sombras. La fascinación por las sombras de Rogelio Laguna y el arte de sacar – literalmente– liebres de un sombrero comienza con un evento inesperado que marca su formación como escritor. En el texto que abre esta navegación y que lleva el título preciso de Teatro de sombras, el joven autor nos explica, con sencillez y asombro contenido, la manera en que descubrió un secreto tan antiguo como el mundo mismo y su origen; un secreto fascinante al que volvería tantas veces como repetida fuera su insatisfacción con una realidad que quizá se le mostraba trunca y sesgada. Nos dice Rogelio: Tenía 8 años cuando nació mi amor por el teatro y las historias. Con ayuda de una caja de zapatos, una vela y una cartulina, construí un teatro de sombras. En él se podían crear personajes con las manos y con figuras de cartón. Gracias a ellos descubrí que aun con los recursos más limitados era capaz de construir e improvisar cualquier clase de historia…yo como un enamorado de las sombras en una caverna, jugaba a la vida en medio de la oscuridad…En un momento tenía en mis manos el imperio más oscuro y la vida era una pantalla enorme sobre la cual crear, incluso con poca luz, la más maravillosa de las vidas1. Con este retrato del artista como un enamorado de las sombras (que jugaba con ellas en medio de la oscuridad), Rogelio Laguna confiesa su educación sentimental, a la par que realiza su primera incursión en un mar realmente asombroso y fantástico, en donde lo que sorprende ya no es el mundo en cuanto tal, pues éste es tan sólo la condición para que se cumpla la posibilidad de escrutarlo, de rastrearlo, de comprenderlo…ayudado, desde luego, de esos instrumentos imprescindibles para el viajero oceánico que son las brújulas y los catalejos. Lo que asombra a Rogelio Laguna pues ya no es el mundo en sí ni la posibilidad real de transformarlo, sino la maravilla de crear otro distinto, producido con los elementos del real, pero formando con su materia una alternativa auténticamente radical; quizá también más fascinante y compleja a aquella que se nos presenta como unívoca, completa y clausurada. 1 Laguna, Rogelio, Segunda Navegación, MC Editores, México, 2008, p. 7-8. La literatura, en efecto, es la prueba fehaciente de que el mundo se encuentra incompleto, que se mantiene en un constante devenir que lo obliga a replantear su apertura y que nadie puede decretar un sentido único a partir del cual sea posible explicar el estado o los múltiples estados de las cosas. La literatura es esa proliferación de mundos creados a partir de los restos del real; sólo que producidos y decuplicados a la infinitésima potencia de éste, en donde reposan con alarma, tensión y violencia, recordándonos una deuda pendiente con la imaginación y con las también infinitas posibilidades de la vida misma. También Mario Vargas Llosa afirmaba que la literatura en última instancia es un acto de rebeldía que nace de la insatisfacción con un mundo que ya no es el nuestro, y al que no podemos ajustar a nuestros deseos ni cimentar en nuestras pasiones más básicas e irrefrenables; esta rebeldía genuina con el mundo dado puede ser mansa, llena de calma y belleza, fantástica, como es el caso de la literatura de Rogelio, pero también puede llegar a ser terrible y no por eso menos admirable ni intensa como es el caso de los escritores norteamericanos de la generación pérdida. Al igual que Rogelio Laguna, Sherwood Anderson –en Winesburgh Ohio– y William Faulkner –con toda la saga del condado ficticio de Yoknapatawpha–, crearon mundos paralelos que convivían con el real, pero que mantenían su autonomía en el más extenso de sus sentidos. Sus personajes, los habitantes de esos desoladores e intranquilos mundos, estaban sujetos a las leyes propias de esos círculos concéntricos de violencia, desorden y corrupción. Las narraciones que presenta Rogelio son más mesuradas y contenidas en cuanto a sus temas, pero no por ello menos fascinantes y sombrías: el viaje al centro de la tierra en el que los personajes de Liebres en el sombrero encuentran la solidaridad y la pérdida del terror ante el abismo que implica dejarlo todo y renunciar a lo que se ha sido, es una lección de la fragilidad de la condición humana, pero también es una muestra de la fortaleza de emprender una aventura de anulación, o de transformación, según sea el caso –a partir de esa fragilidad– con la ayuda del otro, y sobre todo de llevarla a cabo con su presencia. El encuentro memorable de dos músicos en una noche de invierno en Praga, o la búsqueda del líquido vital que emprende una joven campesina para salvar a su pueblo de los estragos de la sequía, son ejemplos también de que todos los personajes de Rogelio andan a la búsqueda de algo: de la llama del amor o de la recuperación de sí mismos por el otro, que al final de cuentas es lo mismo. Lo que los anima en su búsqueda es la promesa del amor, de su experiencia, de la esperanza de colmarse en su realidad y así retornar al thauma originario para acabar con un orden abrumadoramente limitado y averiguar la constitución de otro más abundante y rico. Y en efecto, la literatura también es un asombro dentro del asombro, una escritura movida y preñada por ese thauma del que tanto hablaban los antiguos griegos; y en todo caso, la literatura, sobre todo, es inventio, invención, creación sin más a partir de los referentes cotidianos que asimilamos por el contacto recurrente de la vida misma en sus circunstancias más sencillas. II Nostalgia y anhelo en la búsqueda del otro. El mundo creado por Rogelio Laguna es, pues, un mundo fantástico: presenta una línea filial con autores como Hans Christian Andersen y resuenan fuertemente también los relatos de Esopo y las fábulas edificantes griegas y latinas; además de las leyendas búlgaras de gitanos, como reconoce Rogelio al finalizar la narración de La imagen de tu huella, inspirada también en los poemas de Miguel Hernández. Pero desde luego que hay algo más: la temática de cada uno de los relatos se encuentra fuertemente impregnada de dos sentimientos básicos que mueven a sus personajes al encuentro consigo mismos para encontrar el amor y a su vez encontrarse con los otros: el anhelo y la nostalgia. Ambos sentimientos nacen de una fuerte conciencia de pérdida; de que algo les ha sido arrebatado en esa primera navegación por la tierra. Así, el personaje de Liebres en el sombrero, un psicólogo que se dedica a aliviar los dragones internos de sus pacientes, decide romper con la rutina diaria de lidiar con demonios ajenos para abrazar con intensidad a los propios, y de esa forma recuperarse; uniéndose a la excursión de un viaje al centro de las sombras en donde cada uno de los seis argonautas intentará recuperar ese principio de identidad perdido y retornar a ese estado en donde “no había que hacer nada”, sino precisamente “había que ser uno mismo”2; sin poses ni falsas representaciones de lo real, olvidando lo aprendido –el lenguaje racional, la conciencia del espacio, la necesidad del tiempo– para abrazar a la realidad con los ojos nuevos de quien todo lo rechaza porque todo se lo han robado. O nuevamente la joven campesina que al experimentar el desencanto al descubrir a su amado en plena traición con otra mujer en su propia casa, intenta recuperar el amor arrebatado iniciando un viaje que la lleve también a las sombras de sí misma, para así luchar contra el dragón que celosamente vigila la entrada de la cueva en donde se resguarda el agua, que a su vez simboliza al amor perdido, porque como indica el propio Rogelio: “cuando el amor muere en alguien, nos afecta a todos los demás como una sequía”3. 2 Laguna, Rogelio, Op. Cit., p. 25. 3 Ibid., p. 38. Y esa falta de amor es lo que genera que su pueblo se vaya corrompiendo, ya que basta que el amor falte en una persona para ir secando a toda la comunidad de hombres que no podrían explicarse ni ser ellos mismos sin ese individuo sufriente que se encuentra unido tan íntimamente a ellos. Así, la historia de la campesina que perdió su amor y se recuperó a sí misma luchando contra el dragón que resguardaba su cueva, tiene quizá su origen en el verso conocido de Octavio Paz en su poema Piedra de sol donde afirmaba que “si dos se besan cambia el mundo”; entonces, su consecuencia práctica, si es que queremos llevar ese verso al extremo, es que basta que el amor falte en una persona para que el mundo, la nación o la comunidad a la que pertenece ese individuo se venga abajo, se derrumbe, como sucede en este cuento de Imagen de tu huella. También los protagonistas del relato que da título al libro de Rogelio, Segunda Navegación, presentan el mismo marco afectivo: ambos son dos músicos que pertenecen a una orquesta londinense que ha hecho escala en Praga para ofrecer un concierto; ambos han perdido el sueño, la tranquilidad de pertenecer a una realidad armónica y ordenada en el hotel donde se hospedan; por eso cuando se encuentran y deciden romper con la rutina a la que se hallan confinados, recuperan simultáneamente el sentido de la belleza musical en general y de la ciudad de Praga en particular –que hasta ese momento se mantenía oculta tras los largos cortinajes del hotel– viajando en una noche calurosa través de una sinfonía que los recupera y los hermana en un amor casi pitagórico. Todos los personajes de las narraciones de Rogelio buscan encontrarse: anhelan el reencuentro con cada uno de ellos para entonces reencontrarse con los demás. Lo mismo pasa con Herbst, palabra alemana que significa otoño, o con Sans une parole, donde tanto la joven astrónoma que quería recuperar las imágenes de su sueño, como la vieja granjera que desea recuperar el tiempo perdido de su vida, emprenden un viaje para convertirse en algo distinto: la primera en el cometa que quiso siempre ser desde niña y la segunda en la sombra o el espectro que acompañará por siempre a su esposo hasta el día de su muerte. Pero ambas transformaciones hubieran sido imposibles sin los encuentros con las que ambas mujeres logran afianzarse como seres con algún sentido en el mundo: en el caso de la primera, con el joven abogado al que vislumbraba en sueños y que más tarde espiaría con su telescopio; en el caso de la segunda, con el granjero que amó desde que tuvo conciencia de esa facultad humana, tan demasiado humana, como dijera Nietzche, que es amar. Así, los relatos que presenta Rogelio en la primera parte de su Segunda Navegación y que agrupa bajo el título de Brújulas, son, pues narraciones atizadas por la búsqueda del elemento primario por el que los hombres viven y sobreviven: el amor, el anhelo, el recuerdo, la esperanza. Son navegaciones que constituyen un viaje al centro mismo de las tinieblas y las sombras del corazón en donde todos los personajes intentan recuperar aquella unidad que perdieron inexplicablemente y de una manera un tanto inconsciente, tanto con ellos mismos como con el resto de sus compañeros de viaje. De esta manera, todos los personajes intentan recuperar algo que perdieron: el agua para vivir, el amor para soñar, la sorpresa para esperar, la rebeldía para seguir andando sin otro compás que el asumido, que el ritmo propio. Y también la “comunidad” –el ser entre los otros– está presente en la narrativa de Rogelio. Valores como la solidaridad, la apelación al pueblo es una constante en la mayoría de sus cuentos, como por ejemplo en Blanco y Negro, donde nos dice: Fue así que cuando cumplí siete años, papá inició su trabajo en la mina. La antigua mina de carbón que permitía que nuestro pueblo, viejo y decaído, siguiera agonizando lentamente a través del tiempo4. Y también los dragones: es notorio como vuelan los dragones en los cuentos de Rogelio, dragones con los que hay que luchar para salir invicto o renovado, o a los que hay que sucumbir para definitivamente ser aniquilado o destrozado por ellos. Recuerdo un poema de Josu Landa, que quizá le haya servido también de inspiración a Rogelio, porque incluso él mismo me confesó, en alguna conversación que sostuvimos sobre filosofía y literatura, que era su preferido. El poema se llama La geisha y el dragón, y dice: No voy a decirte cómo pero debemos creer en los dragones y si no es el dios saurio el que se traga tantos kilómetros es porque el animal está en mí dicho (y hecho) por las fauces de fuego y la ausencia de alas (en el tronco) y sin embargo se mueve 4 Laguna Rogelio, Op. Cit., p. 85. sí porque estoy ahí aquí contigo5 Los dragones de Rogelio son esos animales que se encuentran ahí, adentro de uno, esperando pacientemente para incendiarnos al mínimo contacto con la llama brutal del amor; o aguardando afuera, vigilando una cueva a la que tendremos que entrar para recuperar en esas sombras lo que hemos perdido, no sin antes haberlos vencido definitivamente. III La capacidad de perdurar. En cuanto al estilo literario de Rogelio lo encuentro un tanto demorado y triste, pero a la vez suave y musical, consiguiendo un ritmo áspero que a pesar de su sencillez logra situar al lector en una atmósfera de reminiscencia y anhelo. También lo siento algo lineal en algunos de sus pasajes, y quizá un tanto atropellado y forzado en muchos de sus diálogos. En efecto, Rogelio es un escritor en formación, y qué bueno: de nada nos sirven aquellos escritores infalibles que nunca se han equivocado y que nos presentan sus obras completas e impolutas, reacias a las partes más excrementicias del mundo y del lenguaje; porque hay que recordar que el lenguaje, como fiel reflejo de la realidad por donde se cuela el mundo y se desparrama, también es impuro y equívoco: es su sombra. Debemos agradecer, pues, a Rogelio por mostrarnos un pedazo de su alma en este libro y también podemos señalar que la obra de Rogelio es una obra de un escritor novel, novísimo, que, desde ya, da muestras de soltura, ingenio narrativo y capacidad de perdurar. Al final de cuentas, lo importante es eso, ya lo decía Juan Carlos Onetti: De lo que se trata es de durar. Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta. Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu que nada tenga que ver con lo vano e inútil, lo fácil, las peñas literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesa de café. Durar en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, 5 Landa, Josu, Estros. Antología poética, Monte Ávila, Caracas, 2006, p. 42. como en una tarea sin sentido explicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque sí, como se acepta el destino. Todo lo demás es duración física, un poco fatigosa, virtud común a las tortugas, las encinas y los errores6. Y como el mismo Onetti dice también en otro parte: Hay solo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos7. Ese es el camino que eligió Rogelio. 6 Onetti, Juan Carlos, alias Periquito el Aguador, Marcha No.6, Montevideo, 28-7-1939. 7 Ibid., Marcha No. 11, Montevideo, 1-9-1939.