XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 La profesionalización de la Función Pública: los cuadros directivos Rafael Manuel Bañón i Martínez La profesionalización de las administraciones públicas, del personal y especialmente de los directivos no es una cuestión técnica. Tiene que ver con la política, el espacio que se conceda a la política y el que se adscribe a la administración; con los sistemas políticos, si hay o no democracia como forma de gobierno; con la cultura política de los partidos, como conciben los partidos políticos la administración pública y la adopción de decisiones de gobierno; con la modernización social, la diferenciación de las profesiones, y con el desarrollo económico y la igualdad social. En este sentido trataremos alguno de estos extremos para contextualizar la profesionalización de la Función Pública Directiva (FPD). 1. El área de dirección o el botín electoral La Función Pública Directiva (FPD) se localiza en la cúspide de las organizaciones públicas. En esta área es donde se formulan y se desarrollan, en primera instancia, las políticas públicas, es donde se adoptan las decisiones que marcan el comportamiento organizativo. La extensión de esta área varía según la especialización de la organización, las tecnologías que emplee y la complejidad de sus funciones. Varía de acuerdo al tipo de función social que cumpla a la definición jurídica y organizativa que tenga. En las empresas públicas y en las agencias o corporaciones autónomas el área directiva es más reducida que en las administraciones tradicionales con forma de departamentos ministeriales. En efecto, las áreas de dirección en las empresas públicas suele ser más plana que las de los departamentos ministeriales. El tamaño del área directiva está asociado con la finalidad organizativa, si su propósito es producir bienes y servicios o simplemente garantizar la supervisión de la aplicación del ordenamiento jurídico, ya que las funciones que cumple el área directiva son las de coordinación, dirección, control y planificación, entre otras de menor importancia para nuestra argumentación presente. La importancia de estas funciones es distinta en las organizaciones no productivas que tienen, sin embargo, una más extensa área directiva y en las organizaciones que producen bienes y servicios. La racionalidad de las primeras es de tipo legal y político, no implementan “policies” de manera general, y las segundas tienen una racionalidad de tipo económico y social. Lógicamente, en las primeras hay una innegable autoridad política y en la segunda una autoridad económica subordinada a la autoridad política (Bozeman, 1987, p.81). Esta diferencia también se observa de acuerdo al modelo de administración que se adopte. El modelo continental europeo tiene un área de dirección amplia con una estrecha reserva para la autoridad política y una extensa función pública profesional. El modelo anglosajón, en concreto el de Estados Unidos de América, tiene un espacio amplio reservado para la autoridad política, sin menoscabo que después se provea con personal profesional o con funcionarios de carrera. En cualquier caso, las diferencias de los modelos también radican en que el continental reserva espacios para cuerpos o categorías de funcionarios y el anglosajón está centrado en la definición singular de los puestos de trabajo para establecer competencias y modos de acceso. La diversificación interna del área de dirección es otra variable dependiente de la racionalidad organizativa y del atractivo político que tengan el volumen de recursos y el tipo de actividad que desarrolle. 1 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 De tal forma que a un mayor valor de los recursos materiales, humanos, estratégicos y presupuestarios correspondería una mayor área directiva con autoridad política. Es decir, tendrían un peso relativo mayor los puestos provistos por personal de estricta confianza política frente a los que se definen por las competencias técnicas que requieren. Las áreas directivas públicas tienen, al menos, tres tipos de ingredientes: el político, el técnico o burocrático operativo y el mixto de técnicos de confianza política, que algunos denominan el estrictamente directivo profesional para distinguirlo del técnico burocrático (Jiménez Asensio, 2006; Bozeman, 1987; Longo, 2013). Las responsabilidades de cada círculo o nivel directivo son de menor a mayor, estando en la base el técnico y arriba el político puro. En todo caso, lo que hay que destacar aquí es que esta área es donde se adoptan las decisiones estratégicas de las administraciones públicas y donde se establecen las acciones y las políticas públicas y su modo de implementación. Aunque tan importante como lo anterior es que precisamente en esta área recae la capacidad de contratación de obras, bienes y servicios de las administraciones. Este último rasgo merece resaltarlo pues no se sabe con certeza el peso que tiene la capacidad de contratación con la definición del segmento como técnico, político o mixto. En suma, las dos dimensiones del área de dirección son la de la dirección propiamente dicha, liderazgo, de las administraciones y la de la capacidad de contratación, el manejo de recursos financieros públicos. La ocupación de parte de la FPD por la política partidista, por los políticos, se justifica por la naturaleza subordinada de las administraciones públicas para cumplir el programa de gobierno de la mayoría. El sistema de botín, spoil system, sea cual sea la extensión de FPD que ocupen se legitima por razones democráticas: la mayoría que logra formar gobierno necesita un equipo de confianza política que les asegure la dirección, el control y la utilidad de las administraciones públicas para su proyecto de gobierno. Hasta aquí está claro el razonamiento, las administraciones públicas existen para servir al gobierno y su dirección tiene que estar bajo el control directo y mediato del gobierno a través del nombramiento de sus cuadros directivos. La práctica histórica del sistema de botín no evidencia que la preocupación de los gobiernos haya sido esa función directiva de las administraciones públicas con exclusividad. Por el contrario, la FPD se ha empleado en distintos momentos y por distintos sistemas político-administrativos como un recurso para compensar las clientelas partidistas de las mayorías alternantes y como un espacio flexible para colocar a aliados o amigos. La consideración de la función directiva de las administraciones sin desaparecer ha convivido con la del botín a repartir. Ello dificulta la profesionalización de la FPD y presenta un serio problema para su implementación, ya que profesionalización significa reglar las funciones, el acceso y la permanencia del personal en el área directiva, una racionalidad distinta a la del sistema de botín. Las clientelas y el botín financiero, las contrataciones, son escollos para la profesionalización de forma directa porque forman parte de una concepción peculiar de lo público, de una cultura preconstitucional contemporánea (que exige responsabilidad en la acción y rendición de cuentas sobre resultados). 2 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 2. El sentido patrimonial: La ausencia de una conciencia profesional en la FPD El sistema de botín por tanto se asocia a un sentido de propiedad de las administraciones públicas por los partidos que logran mayoría de gobierno. Cuando se gana el gobierno se gana un área directiva pública, que evidentemente no es tan pública, de la que se puede disponer para repartir prebendas. Incluso se podría sospechar que se produce una cierta venalidad de los cargos públicos, se recompensan las ayudas financieras de campaña electoral con puestos para personas en la FPD. Ahora bien, este modelo puro de sistema de botín o de dirección política exclusiva difícilmente subsiste sino es en democracias débiles o en estados fallidos o con una existencia precaria. Ya que la exigencia de rendimientos por las administraciones requieren de personal experto en gerencia, con competencias específicas de dirección. En este sentido, los Estados Unidos de América, principales impulsores del sistema de botín en los siglos XIX y XX, han roto con el modelo puro y han introducido un modelo mixto, nombramientos de confianza con cualificaciones tuteladas por el legislativo o simplemente profesionalización de algunos puestos de trabajo del área directiva y su apertura a concurso de mérito entre todos los ciudadanos. Este tipo de profesionalización ha sido imitado por sistemas administrativos de varios países para garantizar que una parte de la FPD se desarrolla por profesionales seleccionados por su mejor mérito y capacidad. Ahora bien, estas iniciativas no resuelven más que parcialmente la dicotomía de la legitimidad políticaadministración para la gestión pública. Una vez nombrados los directivos profesionales aún pervive la racionalidad del botín para su permanencia en el espacio directivo. El caso de Chile es un buen ejemplo de esta tensión de racionalidades. El sistema de Alta Dirección Pública (ADP) creado en 2003 ha consolidado institucionalmente la profesionalización de un haz de puestos de trabajo de dirección pública mediante mecanismos de selección meritocrática del personal pero la selección no está garantizada que se realice sólo por expertos con criterios técnicos (Longo, 2013, p.7). De hecho los baremos que se establecen y los evaluadores pueden ser personal cuya legitimidad es exclusivamente la confianza política de la mayoría de gobierno. Ello sin tener en cuenta que la separación del puesto tiene un gran margen de discrecionalidad, por mucho que la nueva provisión de la vacante esté sometida al procedimiento de mérito. Aquí convendría reflexionar sobre los fundamentos de la burocracia weberiana, cimiento de la organización administrativa del Estado de Derecho. El burócrata sirve a una “finalidad” impersonal y objetiva y obedece a las normas abstractas (Weber, 1977, p.753). Está por ver a quienes sirven los “funcionarios” que se sitúan en la cúspide de las organizaciones públicas después de la formación de un nuevo gobierno y no son nombrados por su mérito y capacidad sino por ser sujetos confiables para el partido o la coalición de partidos de gobierno. En la FPD se encuentran puestos o áreas directivas con personal cuya única legitimidad para el desempeño es la confianza política, por personas que reúnen unos requisitos profesionales probados, en caso de que exista el servicio civil de carrera o la función pública profesional, y que son seleccionados por razones de confianza y, finalmente, por personal profesional que tienen un destino rutinario en ese área. Es decir, dos colectivos se diseñan por razones de confianza y sólo el tercero lo es por razones técnicas. 3 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 Podría afirmarse que se produce una doble patrimonialización de la FPD. En primer lugar, la de los puestos estratégicos de la organización que se reserva para las clientelas, su nombramiento es político sin cortapisas de capacidad profesional. En segundo lugar, se patrimonializa el área “profesional” de los técnicos, sean funcionarios o personal reclutado en el mercado, incorporando la confianza a su nombramiento como directivos a través de la cooptación de los políticos con la única restricción para su selección que su probada capacidad técnica. Se superpone a esta patrimonialización la dinámica partidista que es de liderazgo vertical, de rasgos caudillistas en las sociedades menos desarrolladas, que coarta la iniciativa y la innovación que no está iniciada o avalada por los máximos dirigentes del partido y, en todo caso, por el Presidente del Gobierno. En este contexto la cultura administrativa pública en el área de dirección centra sus valores en la obediencia jerárquica y en la aspiración a la estabilidad en el puesto más que en la necesidad del rendimiento organizativo. La conciencia de propósito común, de servicio público, está limitada por la pertenencia a un área para cuya entrada hay que pasar por un filtro de confianza. En todo caso, la permanencia de las personas, políticos o profesionales, en la FPD está vinculada al periodo de la mayoría de gobierno. Otra consecuencia del sentimiento patrimonial de la FPD es la tentación de la desviación de fines: la corrupción. En efecto la vocación de servicio público y los mecanismos de profesionalización difícilmente contrarrestan los mores culturales de sistemas administrativos que se han formado después de largos periodos dictatoriales o de sistemas populistas autoritarios. Volviendo a Weber las administraciones públicas son partícipes de culturas de dominación distintas a la dominación legal. La sumisión a las personas frente a la norma abstracta y el sentimiento de disfrutar un botín son comunes a los sistemas administrativos planetarios, pero cobran especial relevancia en los países de institucionalización tardía y débil de la función pública. Ello no quiere decir que el Reino Unido, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia y otros países desarrollados de la órbita anglosajona o continental europea estén exentos de esta tensión entre mayoría circunstancial de gobierno y los intereses perennes del Estado, entre la racionalidad organizativa y profesional de las administraciones públicas y la racionalidad política de gobierno. Estos valores previos al Estado de Derecho y a la burocracia como organización están presentes en el estilo de la política que con apariencia de respeto por la legalidad busca recompensas personales en el ejercicio de la función pública. En el discurso social y político de las democracias débiles y de la débil institucionalización de la función pública profesional son paradigmáticas frases como No me des, ponme donde haya, que no hacen sino representar las insuficiencias en la política de conciencia organizativa y el predominio de la conciencia de botín. 4 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 3. La profesionalización de la Función Pública Directiva o de los Directivos Públicos: una estrategia blanda de profesionalización La Carta Iberoamericana de Función Pública (2003) dice: Los requerimientos de profesionalidad de la Administración que son consustanciales a la función pública se extienden a la franja directiva o gerencial de los sistemas políticoadministrativos. Esta Carta entiende por tal aquel segmento de cargos de dirección inmediatamente subordinado al nivel político de los gobiernos, cuya función es dirigir, bajo la orientación estratégica y el control de aquél, las estructuras y procesos mediante los cuales se implementan las políticas públicas y se producen y proveen los servicios públicos. Se trata de una función diferenciada tanto de la política como de las profesiones públicas que integran la función pública ordinaria. La adecuada definición y consolidación de una dirección pública profesional son básicas para un correcto diseño institucional de los sistemas públicos contemporáneos (Capítulo Quinto, artículo 53). Nítidamente se establecen tres tipos de función en el segmento directivo: 1) la función política; 2) la función pública ordinaria; y 3) la función pública profesional. Aunque ésta última parece estar superpuesta parcialmente a la ordinaria, no está bien diferenciada, pues queda pendiente de cada sistema político-administrativo delimitarla en su segmento directivo. De hecho, hay un mandato de definición de los puestos o cargos que deben ser de esta función profesional y ocupados por directivos profesionales que podrán ser de la función pública o de otros ámbitos, típicamente el sector privado de la actividad económica y mercantil. Cuando la Carta trata las regulaciones específicas de la Función Directiva Profesional establece un modelo específico de los que convencionalmente se consideran (OCDE, 2003, 2008, 2011). Estas regulaciones deben definir el universo de cargos que se consideran de dirección pública profesional, delimitándolos tanto de las funciones políticas como de los puestos reservados a los miembros de la función pública o servicio civil ordinario. Tales normas serán de aplicación a la provisión de cargos directivos por personas provenientes de la función pública, así como, en su caso, a la incorporación de directivos procedentes de otros ámbitos (Capítulo Quinto, artículo 56, los subrayados son míos). Los dos principales modelos de FPD son el burocrático o de carrera y el gerencial o de empleo (Jiménez Ascensio et alii, 2009; Martínez Puón, 2011; Sánchez Morón, 2009; Ortega y Maeso, 2010). El modelo de dirección pública de carrera es cerrado. Para acceder al área directiva antes hay que ser funcionario o servidor público, se ingresa mediante un proceso de selección meritocrático y eventualmente se promociona hasta el nivel directivo. En el ingreso y en la promoción se aseguran aptitudes y competencias de los individuos, la formación profesional de entrada se complementa con capacitación a lo largo de la carrera. Los valores de la administración pública son compartidos por estos profesionales, al menos formalmente, pues tienen una prolongada socialización en el servicio público. Este modelo se ha asociado con el tipo de administración pública continental europeo. El área directiva se reserva en parte para los funcionarios superiores, típicamente para los que pertenecen a cuerpos o categorías en la que es requisito tener titulación universitaria para su acceso. 5 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 El modelo de dirección pública de empleo o gerencial es abierto, no se nutre sólo del personal interno, de los funcionarios. Pueden acceder a la FPD personas de la empresa privada o del sector de las organizaciones no gubernamentales. Se definen puestos de trabajo directivos o departamentos y se recluta y selecciona para los puestos, no hay movilidad y carrera. El acceso es abierto y competitivo por mérito y capacidad individual para el puesto de trabajo. Hay que acreditar competencias gerenciales y se demandan resultados en la gestión, en algunos casos mediante un convenio específico entre la administración y el aspirante. La ausencia de carrera obvia la formación continua de los gerentes. No se garantiza la sintonía e interiorización de valores públicos por los aspirantes, se enfatizan las competencias o aptitudes. Este modelo se asocia con las administraciones anglosajonas y, en especial, con la de Estados Unidos de América. Pues bien, la Carta Iberoamericana de la Función Pública (CIFP) se decanta por este segundo modelo gerencial, por un modelo abierto y de puestos de trabajo frente al burocrático. Aunque hay que hacer la salvedad del pluralismo o la mezcla de modelos que trata en el artículo 57 sobre la eficacia de la Carta (… esta Carta permiten diferentes modelos de función pública desde el punto de vista de: …La organización de la carrera profesional de los empleados públicos, y en especial la posibilidad de optar por sistemas de función pública de empleo o de carrera). Salvedad que parece obligada pues las realidades de los sistemas políticoadministrativos iberoamericanos son, en general, asimilables al modelo burocrático. Sin embargo, en el apartado de las regulaciones de la función directiva la CIFP prevé que las condiciones de la profesionalización deberán incorporar: Exigencias de cualificación profesional que definan las competencias precisas para el desempeño de los cargos, así como los medios de acreditación de las mismas. Reglas de acceso al cargo que garanticen la profesionalidad mediante la utilización de criterios de capacidad y mérito, haciendo asimismo posible el nivel de confianza requerido en cada caso por la naturaleza de la función. Reglas de evaluación y rendición de cuentas, que definan mecanismos de control por resultados, así como los criterios de apreciación de éstos. Reglas de permanencia que vinculen ésta a los resultados de la gestión, y establezcan alguna clase de protección frente a la destitución arbitraria. Incentivos que estimulen la buena gestión, vinculando una parte de la compensación, así como en su caso la promoción profesional, a los resultados (Capitulo Quinto, artículo 56). Pero no despeja cómo se estructura la franja directiva y qué proporción debe ocupar cada una de las otras funciones directivas que sí menciona: la política y la de los funcionarios. Lo que sí hace es especificar cómo se reclutan, seleccionan, evalúan y promocionan los directivos profesionales. A mayor abundamiento, la relación genérica que realiza la CIFP de la profesionalización de los gerentes públicos no menciona las actitudes y el talante que deben de tener para el buen desarrollo de su tarea, los ingredientes de los TATA (talante y talento). La gran ausente de esta regulación es la Ética Pública y el conjunto de valores que son el fundamento del comportamiento administrativo público. 6 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 La adopción explícita por la CIFP del modelo gerencial tiene matizaciones en distintas partes del texto. (En particular, los criterios de gestión del empleo y los recursos humanos al servicio de las organizaciones públicas adoptados por esta Carta permiten diferentes modelos de función pública desde el punto de vista de: Los tipos predominantes de los sistemas de garantías y filtros de profesionalidad utilizados en el acceso al empleo público. La organización de la carrera profesional de los empleados públicos, y en especial la posibilidad de optar por sistemas de función pública de empleo o de carrera, artículo 57, subrayado mío), sin que ello le impida describir su versión del modelo gerencial cuando concreta la función directiva. Se puede argumentar que es lógica la mención al servicio civil de carrera o función pública profesional, como se conoce en la Europa continental siguiendo el modelo francés, pues la aspiración de las sociedades y nominalmente de los gobiernos latinoamericanos durante las últimas décadas ha sido implantar ese modelo para acabar con la arbitrariedad de las dictaduras, los sistemas autoritarios y los regímenes populistas que impedían la instauración del Estado de Derecho. En este sentido, las recomendaciones de los organismos multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo y otros), cuando no la condición para sus préstamos financieros, eran el fortalecimiento institucional de los sistemas políticos y administrativos, entre otras medidas, mediante la creación del servicio civil de carrera y la práctica de la gobernanza. Con gran esfuerzo, México o Colombia recorrieron ese camino en su transición hacia la democracia y la consolidación del Estado-Nación. Si se ha logrado esta meta de profesionalización lo que propone la Carta es un paso adelante, caso contrario sería otro documento declarativo sin consecuencias estructurales y producto de la necesidad de establecer objetivos de legitimación para sistemas políticos débiles. Sobre este extremo volveremos al tratar sobre las estrategias de profesionalización de la FPD. El concepto de profesionalización de la FPD de la CIFP es peculiar. Al distinguir tres tipos de directivos públicos hace recaer en una franja del segmento directivo la profesionalización. Delimita en sentido negativo quienes son los “nuevos” profesionales por diferencia con los políticos y con los funcionarios ordinarios. Si bien es verdad que contempla el acceso a esta franja a los funcionarios ordinarios en concurrencia competitiva de méritos con otro personal que provenga de la actividad privada o de las organizaciones no gubernamentales. No define estos gerentes públicos, los “nuevos” directivos”, qué rasgos tienen que tener que los haga idóneos, salvo las aptitudes o competencias que hemos relacionado más arriba. Al recaer la profesionalización en esta franja habría que encontrar respuestas a: ¿Cómo distinguir un gerente de un gerente público? ¿Es relevante el concepto de política pública para el gerente público? ¿Qué necesita un funcionario ordinario para convertirse en gerente público profesional? ¿Se garantiza la eficacia de la organización y la permanencia de los gerentes públicos profesionales mas allá del periodo de gobierno? ¿Qué mecanismo garantiza la independencia profesional, la deontología, de un gerente seleccionado por la mayoría de gobierno y que puede ser separado de su puesto de trabajo sin consecuencias políticas, administrativas, ni penales para quienes tienen la potestad de hacerlo? En efecto, este concepto de profesionalización para ser operativo tiene que adicionar variables de las administraciones públicas, de las administraciones de misión y del sector público de la economía, variables organizativas, de los procesos de producción de bienes y servicios públicos y de valores. 7 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 Asimismo, junto a los requisitos competenciales, de cualificación profesional, hay que explicitar para completar la profesionalización, las habilidades y destrezas individuales necesarias y la comprensión del compromiso social que tiene la función pública al servicio de los ciudadanos, sus dueños y beneficiarios. A modo de balance de la CIFP hay que señalar que significa un avance importante para la racionalización de los sistemas político-administrativos iberoamericanos y congruente con las pautas de modernización de las administraciones públicas de los organismos multilaterales (OCDE, ONU, BID, Banco Mundial). Es un referente de valores y comportamiento para la regulación de la FPD de los firmantes. Ahora bien, la trasposición de los principios recogidos en la Carta a los ordenamientos jurídicos nacionales no ha sido estadísticamente significativa pese a tan prolongado periodo y las acuciantes demandas de modernización administrativa por la crisis económica. Después de más de una década de vigencia, los resultados no son alentadores. España en todos sus niveles de gobierno, Chile, República Dominicana, por citar algunos casos de regulación, posterior a la Carta, de la función pública y de la función pública directiva de Estados firmantes, no parecen haber tenido éxito en marcar un cambio profundo en la dirección estratégica de la función pública, en separar claramente la política y la administración, en disminuir el número y la importancia de los nombramientos eventuales de confianza política en los gobiernos o en modificar y limitar los comportamientos desviados de lucro personal con el ejercicio de la función pública. En suma, podría pensarse que la CIFP es una estrategia blanda de profesionalización de la FPD ya que no es más que una declaración que obliga a los gobiernos y deja fuera del tratamiento sistemático el sistema clientelar de la alternancia política, la corrupción enraizada en la gestión pública y la participación ciudadana en las decisiones públicas y el control de los comportamientos. 4. Desarrollo, gobernanza y Función Pública Directiva: otra propuesta blanda complementaria para la profesionalización. El desarrollo económico sostenible requiere de seguridad jurídica en las transacciones mercantiles y en la relación de los ciudadanos con el Estado. Para ello, es necesaria la existencia de una función pública profesional y de unas administraciones públicas confiables que ejerzan la función pública con planificación, transparencia y confiabilidad. Este no es mi objeto de estudio en este texto pero sí creo conveniente señalar que estas condiciones no son una base de partida sino el resultado de múltiples acciones y mecanismos sociales, administrativos y culturales. Los escollos para la profesionalización de la función pública, desde esta perspectiva, no están primordialmente en las personas, sino en la cultura política y social de los pueblos, en la sociedad y en el sistema político. Estas variables contaminan los avances que se puedan producir en la FPD. La conciencia de ello se recoge en la CIFP cuando establece para su eficacia institucional que es necesario un cambio cultural: 8 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 La eficacia de los arreglos institucionales que esta Carta considera integrantes de los sistemas de función pública requerirá, en mayor o menor medida, en los diferentes entornos nacionales, la adaptación de las reglas informales, modelos mentales y pautas establecidas de conducta que caracterizan al funcionamiento de los sistemas públicos. En todo caso, resultará imprescindible para conseguir una efectiva articulación del modelo que se propugna: a) La interiorización de modelos de Administración Pública que excluyen su patrimonialización por la política y asumen la necesidad de administraciones profesionales basadas en el sistema de mérito como señas de identidad de democracias sólidas. b) La superación de las visiones burocráticas sobre las Administraciones Públicas, basadas en la adopción de rutinas normalizadas y la reproducción de procedimientos establecidos, y su sustitución por enfoques orientados a la producción de resultados, la innovación y el aprendizaje. c) La adopción de enfoques flexibles de gestión de las personas, coherentes con las tendencias actuales del mundo del trabajo y las reformas de la gestión pública. d) La incorporación por los diferentes actores institucionales de los valores propios del servicio público, y en particular la honestidad de los comportamientos públicos, la austeridad en el manejo de los recursos, la transparencia de las decisiones, la evaluación y rendición de cuentas y el compromiso con el servicio a los ciudadanos (artículo 62). Gobernanza y cambio de cultura que tienen una acogida desigual en la CIFP y al final son un aserto declarativo como la de esos Códigos Éticos Públicos que adolecen de mecanismos de seguimiento de su implantación práctica. Una declaración de combate a una burocracia que no es la del Estado de Derecho sino a una nominalista imitación, que es la realidad de las democracias débiles. La gobernanza, la pérdida de centralidad de los gobiernos en la acción pública, es de problemática implementación en los países iberoamericanos por la instalación histórica de enfrentamientos antagónicos entre los dos principales partidos políticos de los sistemas nacionales, por el segundo sistema de botín instaurado en la contratación pública y por la corrupción y la sospecha de corrupción. En efecto, la implantación de la gobernanza implica la participación de actores sociales y económicos en las decisiones de gobierno y una aceptación social de la legitimidad de este actuar. Significa abrir la esfera pública a la colaboración social. Crucial para el éxito de la gobernanza es la creencia de que la participación no va a ser únicamente de los poderosos, los mismos de siempre, y que no hay corrupción en ese sistema de decisiones y de acciones. Se puede pensar que un modo de gobernanza es la función pública profesional que propone la CIFP en cuanto que abre la FPD a la sociedad y al mercado. Sin embargo, si eso se hace sin delimitar que quienes deciden el acceso y la permanencia de los gerentes públicos profesionales no pertenecen al bloque de la autoridad política circunstancial, se puede producir una sospecha de corrupción y una invalidación de la legitimidad del procedimiento (Bañón, 1997). Regular minuciosamente con objetividad los perfiles de los directivos públicos, los baremos de evaluación de los méritos, las personas que juzgan la idoneidad, ayudaría, sin duda, a fortalecer la propuesta. En este sentido, quiero hacer una reflexión sobre una estrategia complementaria para la profesionalización de la FPD. 9 XIX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Quito, Ecuador, 11 – 14 nov. 2014 Se trataría de establecer un consenso iberoamericano del perfil del directivo público o mejor del gerente público “profesional” que incluyera las aptitudes y competencias necesarias de forma genérica y dejara su concreción para el puesto de trabajo. Adicionalmente habría que relacionar las destrezas y habilidades que debe de poseer el gerente público y los valores en que tiene que estar socializado previamente a su acceso a la FPD. Un mecanismo sencillo y de perfil blando para asegurar destrezas, habilidades y valores puede ser requerir a los aspirantes que posean una titulación universitaria de posgrado en Gestión Pública, en Gobierno y Administración Pública, que los gobiernos acreditarían como condición necesaria pero no suficiente para el acceso a la FPD. De esta forma se externaliza un requisito y se pone énfasis en la función pública. Se ahorran tensiones y economías por evitación de la transposición mecánica de la administración de los negocios a la función pública y se asegura la congruencia de los profesionales con la profesión. La inversión de estudio requerida a los aspirantes puede convertirse en un elemento motivador y de retención de talento especializado. Hay que decir que esta propuesta de mejora del modelo de FPD de la CIFP no es un modelo de carrera cerrado, pues estaría vigente para la promoción interna de funcionarios y para otras personas de entrada lateral a la dirección pública. Ni siquiera es un modelo, es sólo una estrategia complementaria, relativamente inocua, que puede coadyuvar a facilitar la profesionalización de la FPD y servir de filtro de aseguramiento de una nueva cultura de servicio y administración públicas. Bibliografía Bañón, Rafael (1997). La legitimidad de la Administración Pública. En Bañón, Rafael y Carrillo, Ernesto, Editores (1997). La nueva administración pública, pp. 51-75. Alianza Editorial. Madrid. España. Bozeman, Barry, Editor (1993). Public Management. Jossey Bass Inc. San Francisco, California. Bozeman, Barry, (1987). All Organizations Are Public: Bridging Public and Private Organizations Theories. Jossey Bass Inc. San Francisco, California. Jiménez Ascensio, Rafael (2009). El personal directivo en la administración local. Rev. Estudios de Relaciones Laborales, nº 4.Diputación de Barcelona. Barcelona. España Jiménez Ascensio, Rafael, Villoria, Manuel y Palomar, A. (2009). La dirección pública profesional en España. Ed. 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Pertenece a consejos editoriales de varias revistas académicas internacionales. Fue el creador del primer programa de postgrado para funcionarios en España, Curso Superior de Administración Pública, Fundación Ortega y Gasset, 1989. Ha dirigido y aún dirige, programas de postgrado y doctorado sobre Relaciones Intergubernamentales, Gobernanza, Planificación Estratégica, Gestión de Personas y Gestión Pública. Ha participado en diversas iniciativas de modernización administrativa, de profesionalización de la función pública en España y otros países de Europa y América Latina, fue ponente para la creación de la Agencia de Evaluación de la Calidad, los Servicios y de las Políticas Públicas de España. Es autor de numerosas publicaciones sobre Evaluación de Políticas Públicas, Nueva Gestión Pública, Productividad y Calidad, Relaciones Cívico Militares, entre otros temas. Entre otras universidades, ha sido profesor en Oxford, Harvard, Indiana University Berkeley, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede en México (FLACSO). Universidad Autónoma Baja California en México. Es Consultor de Estrategia, Políticas Públicas y Gestión Pública para numerosos gobiernos europeos y de América Latina. Datos de contacto: Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología Departamento de Ciencias Políticas y de la AdministraciónII Campus de Somosaguas, CP. 28223, Pozuelo de Alarcón, Madrid, España. Teléfono: +34 91 394 26 17 Mail: rafaelbanon@iestqm.org, banonr@cps.ucm.es 11