INTRODUCCIÓN Hay que pensar como un héroe y comportarse como un simple ser humano. MAY SARTON. No hay vuelta de hoja: en la vida siempre hay gente que nos saca de quicio. Se llamen como se llamen, enemigos, competidores o parientes políticos, pueden crisparnos los nervios y amargarnos la vida. Como les gusta decir a mis vecinos del oeste, 'se nos atragantan'. Los hay de la categoría todo cuanto hacen me pone frenético, por ejemplo, el compañero de trabajo que está siempre haciendo la pelota al jefe, el político cuyo discurso consideramos repugnante, el padre que convierte las cenas del Día de Acción de Gracias en episodios de debate político que echan en televisión o el famoso convertido en activista del noticiario de la mañana. Después están los del grupo si no tuvieran esa irritante manía, que son, por ejemplo, el ayudante que hace explotar pompas de chicle, el hermano que se pone a hablar durante la película, el amigo que necesita que le levanten la moral todos los días, el cónyuge que se empeña en 'comentar los asuntos desagradables de los telediarios' justo antes de irse a dormir (real como la vida misma). La mayor parte de las veces procuramos sonreír y soportarlo, y sobrellevar a esas personas y sus manías como parte de la vida, igual que la enfermedad, la vejez y las molestas manchas en la piel. Pero ello no es óbice para que de vez en cuando nos acariciemos el mentón, alcemos la vista y fantaseemos: 'Hmmm, ¿no sería magnífica la vida si Joe no formara parte de ella?'. Pero, a diferencia del raído butacón de los tiempos de la universidad o de la falda escocesa pasada de moda, esas personas no pueden donarse a Goodwill. Tampoco sirve no hacerles caso: su cara sonriente frecuenta las portadas de los diarios o su despacho está justamente enfrente. Claro está que siempre podemos ahuyentar o escapar de un determinado moscón, pero es inevitable que otro ocupe su lugar. ¡Y lo peor de todo es que ese tipo de gente también son parientes nuestros! Basta con que nos visiten o telefoneen para recordarnos la amargura o el control que pueden producir en nuestras vidas. Siendo la vida tan corta, ¿existe algún modo de tratar con esos tipos? Más aún, ¿hay algún modo de verlos como un medio de autoconocimiento y mejora personal, de no limitarse a tolerarlos sino de aprender a valorarlos? La respuesta es '¡sí!', y estamos a punto de aprender cómo. No tienen por qué gustarnos nuestros enemigos y perfectamente podemos temerles, pero su presencia también puede servirnos para mejorar. Podemos responder con inteligencia Hay que ser alguien para tener un enemigo. Hay que ser una fuerza antes de poder encontrar la resistencia de otra fuerza. Un enemigo malicioso es preferible a un amigo torpe a nuestros adversarios y librarnos de su molestia y su amenaza. Lo cierto es que el conflicto con ellos puede aumentar nuestra conciencia y clarificar nuestras preferencias, de manera que salgamos del caos que provoca habiendo ganado en sabiduría, preparación y tranquilidad mental. Cuando utilizamos un conflicto para mejorar, en vez de rehuirlo o ignorar al adversario, nos embarcamos en el camino arquetípico del guerrero. A lo largo de miles de años, los heroicos guerreros se han visto seriamente condicionados a responder bajo presión y a aprender de sus adversarios. Estos guerreros estaban entrenados para usar responsablemente sus conocimientos, tratar bien a los demás y ajustarse a un estricto código de conducta, como puede verse en los mitos británicos de Camelot,3 en las artes marciales asiáticas y en las tradiciones de los americanos nativos. En lugar de ser víctimas, se esforzaban por aceptar las circunstancias y mejorarlas. La consecuencia es que estos combatientes eran fuertes, seguros de sí mismos y tenían éxito. Lo malo es que, aprovechándose de su condición de guerreros, los hay que no han valorado a sus adversarios ni han usado debidamente su poder. A menudo los deseos egoístas eclipsan la integridad de un guerrero. Este abandono de esponsabilidad ha arruinado familias, organizaciones y culturas. El mal comportamiento militar, la mala gestión empresarial y otras formas de abuso han manchado la palabra guerrero. La peor suerte brinda la mejor oportunidad para un cambio afortunado. EURÍPIDES Sin embargo, el fin último del guerrero clásico no es derrotar al enemigo y quedarse con el botín de la batalla, sino encontrar una solución creativa que beneficie a todas las partes. Cualquiera que desee ser valiente y astuto al afrontar grandes retos o enfrentarse a personas difíciles puede aprender de lo anterior. Este libro sintetiza técnicas antiguas de entrenamiento y recientes investigaciones sobre el cerebro, además de otros hallazgos científicos y enseñanzas espirituales de culturas diversas, al objeto de proponer el cuerpo de conocimientos del guerrero cotidiano. Por ejemplo, imaginemos que te ha tocado la mala suertede tener una cuñada a quien le gusta cuestionarlo todo, Suzie, y que se dedica a llenarte el buzón del correo electrónico con propaganda política y a meter con calzador sus opiniones en todas las conversaciones familiares. Después de leer este libro, cuando coincidas con Suzie en una habitación, en lugar de intentar salir sigilosamente, puedes emplear las técnicas expuestas en este libro para: Obtener información útil y novedosa sobre el problema. Aprender más sobre ti mismo. Reforzar tus capacidades. Ganar en paz interior. Éstos son los beneficios en última instancia, pero hay otro más inmediato: podemos superar el conflicto y neutralizar el efecto tóxico que Suzie surte en nosotros. Cuanto más sepamos, más podremos avanzar y menos nos molestará ella. Amedida que ganemos consciencia, fortaleza y más calma, estas recompensas no sólo transforman la relación en cuestión, sino que pueden mejorar nuestras relaciones con el resto de la gente. Aprendemos a afrontar la adversidad y llevamos más paz a nuestro hogar, nuestra comunidad o nuestro lugar de trabajo. Sencillamente, descubrimos que disponemos de más espacio para los demás y para nosotros mismos. No siempre será fácil, por supuesto. Los adversarios pueden derribarnos. Nosotros, como guerreros cotidianos, nos esforzaremos en volver a levantarnos y usar lo que hemos aprendido para mejorar y, en la medida de lo posible, hacer mejorar también a los que nos rodean. La israelí Robi Damelin y la palestina Nadwa Sarandah están comprometidas con la tarea de combatir estereotipos y llevar la paz a su región. No obstante, en 2002 Robi perdió a su hijo David de veintidós años a manos de un francotirador palestino y Nadwa vio cómo su querida hermana Natila recibía una puñalada mortal de un colono judío en plena calle. Al principio ambas mujeres estaban destrozadas. 'Haría lo que fuera para devolver la vida a mi hermana', dice Nadwa. Y Robi añade: 'Esta prueba reafirma tus valores o los mata. Para mí lo fundamental es decidir entre conformarme con ser una víctima o intentar cambiar las cosas. Elegir esto último me da fuerzas para seguir adelante'. Robi y Nadwa se conocieron a través de un grupo de atribuladas familias israelíes y palestinas y ahora recorren juntas Beneficios ocultos por el sufrimiento... Las crisis abren grietas antes inexistentes y en ellas germinan las semillas de la nueva creación.la región hablando a los estudiantes y a los padres afectados para impulsar el diálogo. 'A veces soy el primer israelí que ve un palestino', dice Robi. 'Somos iguales. Sufrimos idéntico dolor y nuestras lágrimas son del mismo color'.