la hemoglobina: una molécula prodigiosa

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Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp)
Vol. 104, Nº. 1, pp 213-232, 2010
XI Programa de Promoción de la Cultura Científica y Tecnológica
LA HEMOGLOBINA: UNA MOLÉCULA PRODIGIOSA
LUIS FRANCO VERA*
* Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Departamento de Bioquímica y Biología Molecular, Universidad
de Valencia. luis.franco@uv.es
A primera vista, el adjetivo prodigiosa, que,
referido a la molécula de hemoglobina aparece en el
título de la presente contribución, puede parecer poco
científico. Se piensa con demasiada frecuencia que la
ciencia ha de ser una actividad fría, desprovista de
emociones y no hay nada más lejos de la realidad. En
octubre de 1989 el Profesor Severo Ochoa pronunció
una conferencia en Valencia con el sugerente título “La
emoción de descubrir”. La conferencia empezó así:
«Quisiera hoy discurrir sobre la satisfacción que
puede producir el dedicar la vida a la investigación científica. Pocas veces he sentido emoción más intensa que
cuando creí haber hecho descubrimientos de alguna
trascendencia».
la molécula objeto del presente artículo, la hemoglobina. Sólo desde esa perspectiva se comprende que
el estudio de esta molécula haya atraído la atención de
los investigadores hasta el punto de que el número de
publicaciones sobre ella crezca ininterrumpidamente,
para superar en la actualidad los 6 000 artículos
anuales (Fig. 1).
Si se tiene en cuenta tal abundancia de información,
es evidente que resulta imposible revisar ni tan
siquiera una mínima parte de lo que hoy se conoce
sobre la hemoglobina. Por eso, este artículo sólo pretende presentar algunas de sus propiedades elementales, que la capacitan para desempeñar una función
Y algunos años antes, Konrad Lorenz escribía:
«Es un desatino decir que la investigación positiva,
la Ciencia, el conocimiento de las relaciones naturales,
menguan el placer que procuran las maravillas de la
Naturaleza».
Pueden bastar estos testimonios de dos científicos,
galardonados con el premio Nobel, para ilustrar la tesis
de que ni la producción científica ni su diseminación
tienen que carecer de las mismas sensaciones que
experimentamos ante un objeto bello, ante una noticia
sorprendente, ante una experiencia satisfactoria. Tanto
el científico como el estudiante de ciencia pueden
entusiasmarse ante el objeto de su estudio, de su contemplación. Es más, son muchos los autores que consideran esta actitud como un requisito esencial para
producir o asimilar la ciencia de calidad. Por tanto, sí
pueden tener cabida en el léxico del científico calificativos como asombroso, admirable, sorprendente, prodigioso..., adjetivos todos que bien pueden aplicarse a
Figura 1. Evolución temporal de las publicaciones científicas
sobre hemoglobina. La representación recoge el número total
de artículos que tratan de hemoglobina recogidos cada año en
la base de datos PubMed (http://www.ncbi.nlm.nih.gov/
pubmed/).
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esencial para la vida de todos los vertebrados y de
algunos invertebrados: el transporte de oxígeno. Esa
presentación se hará desde una perspectiva molecular.
Efectivamente, si se quiere llegar al fondo de las
causas del comportamiento de los sistemas biológicos,
hay que descender al nivel molecular, para comprender
cómo ese comportamiento biológico viene determinado por los cambios —químicos o estructurales—
que experimentan las biomoléculas.
EL TRANSPORTE DE OXÍGENO POR LA
SANGRE
Todos los organismos superiores son estrictamente
aerobios; necesitan indispensablemente el oxígeno. Se
debe a Lavoisier, que descubrió el oxígeno en 1778, la
idea de que la respiración animal equivale a una combustión lenta, en la que el carbono de la materia
orgánica se transforma en CO2 con el correspondiente
consumo de oxígeno. Realmente, el proceso es más
complicado y no se acabó de aclarar hasta mediado el
siglo XX. La materia orgánica, con algunas escasas
excepciones, no se oxida directamente por el oxígeno
atmosférico, sino por distintas coenzimas, que quedan
reducidas en consecuencia. El oxígeno molecular se
emplea para reoxidar esas coenzimas, un proceso que
en los organismos eucarióticos tiene lugar en las mitocondrias y recibe el nombre de cadena respiratoria.
Pero, en cualquier caso, el balance de la oxidación
equivale al de una combustión, como anticipó
Lavoisier. Por ejemplo, la oxidación completa de la
glucosa obedece globalmente al esquema estequiométrico:
C6H12O6 6O2 ‘ 6CO2 6H2O,
por más que el mecanismo real sea muy complicado e
implique docenas de reacciones, incluidas las de la
cadena respiratoria.
Los vertebrados terrestres captan el oxígeno a
través de los pulmones y han de transportarlo a todos
los órganos, puesto que todos ellos lo requieren para la
cadena respiratoria. El vehículo mediante el que se
produce el transporte es la sangre. La compleja red del
sistema circulatorio, que en un adulto humano llega a
alcanzar los 96 000 km de longitud si se suma la de
todas las arterias, venas y vasos, asegura la llegada del
oxígeno a todas y cada una de las células, cuyo número
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está comprendido entre 10 y 100 billones. Pero se presenta una importante dificultad para este transporte. La
molécula de dioxígeno, O2, es muy apolar y como el
79% de la sangre es agua, la cantidad de oxígeno que
se puede transportar disuelto en la sangre representa
sólo el 2% del requerido. Para transportar el 98%
restante del oxígeno, se utiliza la hemoglobina, una
proteína de peso molecular 68 000, que puede cargarse
con 4 moléculas de dioxígeno. Aquí se aprecia ya un
dato sorprendente: teniendo en cuenta que el peso
molecular de la molécula de dioxígeno es 32, la
relación entre la masa transportada y la del transportador es de 1:531. La situación equivaldría a la de
un camión de 8 Tm, que sólo pudiera llevar una carga
de 15 kg. Estos números, ¿son el resultado de lo que
podríamos llamar un fracaso de la naturaleza?, o, por
el contrario, ¿reflejan una precisa función para cuyo
desempeño se requiere ese aparente derroche? Los
datos que irán apareciendo a lo largo del presente
artículo permitirán decidir que la segunda opción es la
que responde a la realidad.
El examen microscópico de la sangre, como es bien
sabido, revela que una fracción importante de su
volumen, que se aproxima al 50%, está ocupado por
células. De estas, las más abundantes son los
eritrocitos o hematíes, vulgarmente conocidos como
glóbulos rojos, de los que hay entre 4,7 y 6,1 millones
por mm3 en los varones y entre 4,2 y 5,4 en las
mujeres, con lo que, si se tiene en cuenta que el
volumen de sangre en un adulto ronda los 5 l, resulta la
fabulosa cantidad de unos 25 billones de eritrocitos por
persona adulta. Los eritrocitos son unas células de
apariencia discoidal, algo hundidas por su región
central y con un diámetro de unos 7,1 Pm. Su organización es extremadamente simple: no contienen
ningún orgánulo subcelular, son células carentes de
DNA, y por tanto, genéticamente inactivas y su metabolismo es muy sencillo. Sólo son capaces de realizar
la glicolisis hasta lactato y algunas reacciones de la
ruta de las pentosas. Su función primordial es la de
almacenar la hemoglobina, de la que cada uno llega a
encerrar 270 millones de moléculas, que se encuentran
en un alto grado de compactación. De este modo, el
número total de moléculas de hemoglobina presentes
en un ser humano adulto es de alrededor de 6 750 trillones. La sangre contiene, además de los eritrocitos,
una cantidad mucho más pequeña de leucocitos —los
populares glóbulos blancos—, implicados mayorita-
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riamente en funciones inmunes y de defensa, y las plaquetas, células esenciales para la coagulación sanguínea. Como ninguna de estas células está involucrada en el transporte de oxígeno, no se harán más referencias a ellas en este artículo.
Como se verá más adelante, la unión de oxígeno a
la hemoglobina es reversible y sigue los principios
generales de las interacciones proteína-ligando,
P LU PL,
que se rigen por las leyes del equilibrio químico. Esto
hace que en los pulmones, en los que al estar en contacto directo con el aire, la presión parcial de oxígeno
es elevada, del orden de 100 torr, el equilibrio se
desplace hacia la unión del oxígeno, que forma un
complejo con la hemoglobina. En los tejidos, no accesibles directamente al aire atmosférico, la presión
parcial de oxígeno es más baja y el equilibrio revierte,
con la consiguiente liberación de oxígeno. Un caso
paradigmático es el del músculo, en cuyas células
abunda la mioglobina —una molécula relacionada
estructural y evolutivamente con la hemoglobina—,
también capaz de ligar dioxígeno y con mayor afinidad
que la hemoglobina. Por eso, el oxígeno liberado por
esta se une a la mioglobina hasta su utilización.
Figura 2. Comparación de las estructuras de la hemoglobina
(Hb) y de la mioglobina (Mb) humanas. La figura está construida con el programa RasMol a partir de los datos de Fermi y
Perutz (1984) para la hemoglobina y de Kondrashov et al.
(2008) para la mioglobina. En la hemoglobina, que se ve desde
el eje binario de simetría, las cadenas D están coloreadas en
amarillo y las E en azul.
Figura 3. Representación esquemática del transporte de gases
entre los pulmones y los tejidos. Véase el texto para más
detalles.
La figura 2 reproduce la estructura de ambas proteínas, hemoglobina y mioglobina. La primera está
formada por cuatro cadenas polipeptídicas, dos D y dos
E, mientras que la mioglobina posee una única cadena
polipeptídica. Aunque luego habrá ocasión de contemplarlo con más detalle, ya se puede adelantar —y se
pone de manifiesto en la figura 2— que la estructura
terciaria de la mioglobina es muy parecida a la de las
cadenas de la hemoglobina.
Volviendo a los aspectos funcionales, la hemoglobina transporta O2 desde los pulmones hasta los
tejidos, donde puede o no almacenarse temporalmente
unido a la mioglobina hasta su utilización. Como se ha
comentado antes, esta utilización, en último término,
produce CO2, que, al disolverse en el medio acuoso
intracelular, produce ácido carbónico. Se trata de una
reacción que se produce de modo espontáneo, aunque
una enzima, la anhidrasa carbónica, facilita aún más la
reacción desde un punto de vista cinético. El ácido carbónico es un ácido diprótico, cuyos valores de pKa son
3,601 y 10,33. Como consecuencia, en el medio
intracelular se encuentra fundamentalmente en forma
del anión bicarbonato, HCO3 , lo que conlleva la
pérdida de un protón. Todas estas reacciones que
tienen lugar en los tejidos se esquematizan en la figura
3. El CO2 se transporta desde los tejidos hacia los pul-
1 El valor que aquí se da es estrictamente el del ácido carbónico. Pero hay que tener en cuenta que en medio acuoso la especie química H
2CO3
sólo existe en equilibrio con el CO2, por lo que la concentración real del ácido es menor y el pKa para la mezcla real es mayor. De todas formas, eso no es obstáculo para que la especie más abundante en el medio fisiológico sea el anión bicarbonato, como se comenta en el texto.
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mones de dos formas: una parte, como ion bicarbonato
disuelto en el plasma sanguíneo; otra parte se une a la
hemoglobina del modo que luego se verá. En los pulmones tienen lugar las mismas reacciones que en los
tejidos, pero en sentido inverso debido a que la presión
parcial de CO2 es baja. La figura 3 también da cuenta
esquemáticamente de este intercambio gaseoso.
ESTRUCTURA DE LA MIOGLOBINA Y LA
HEMOGLOBINA
Se ha comentado ya algo acerca de la estructura de
la hemoglobina y de la mioglobina y se apuntado que,
mientras la estructura terciaria de la mioglobina
recuerda a la de las cadenas de la hemoglobina, una
diferencia esencial es que la mioglobina carece de
estructura cuaternaria. Ahora es el momento de profundizar en las diferencias y similitudes entre ambas
proteínas. El examen de la estructura primaria de la
mioglobina y de las dos cadenas de la hemoglobina
sugiere un origen evolutivo común. Al alinear las
secuencias de la mioglobina y la cadena D de la hemoglobina se encuentran 23 aminoácidos idénticos. Entre
las dos cadenas de la hemoglobina, la identidad se
eleva al 46% (66 residuos). La semejanza estructural
se observa más aún en los niveles secundario y terciario (figura 4). Las tres cadenas poseen una elevada
proporción de hélice D (alrededor del 75%) y carecen
totalmente de estructura E. Como se adelantó, puede
observarse en la figura que las estructuras terciarias de
las tres cadenas son prácticamente superponibles. Hay
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que tener en cuenta que, por ejemplo, entre las cadenas
D y E de la hemoglobina además de los 66 residuos
idénticos hay otros 21 que corresponden a sustituciones conservativas. Todo ello hace posible que las
estructuras secundarias y terciarias sean tan semejantes.
Siguiendo la propuesta de Watson y Kendrew
(1961), es tradicional designar los 8 segmentos de
hélice D de las cadenas de la mioglobina y hemoglobina mediante letras mayúsculas, ordenadas
alfabéticamente desde A hasta H a partir del extremo
N-terminal. Dentro de cada segmento de hélice, los
diferentes residuos se numeran correlativamente de
acuerdo con su secuencia. Cuando se habla, por
ejemplo, de la histidina F8 se está haciendo referencia
al octavo residuo contando a partir del extremo N-terminal de la hélice F. Los segmentos no helicoidales
que se encuentran entre las distintas hélices se designan AB, BC, y así sucesivamente. Y los situados al
inicio o al final de la cadena se identifican como NA y
HC respectivamente, donde las letras N y C hacen referencia a los extremos N- y C-terminales de las
cadenas.
Hay que tener en cuenta un detalle estructural fundamental del que no se ha hecho mención hasta ahora:
la mioglobina y la hemoglobina son proteínas conjugadas y en ambos casos el grupo prostético es el hemo,
o protoporfirina IX (figura 5). El grupo hemo es una
molécula prácticamente plana. Su sistema de dobles
enlaces conjugados hace que los electrones S estén
Figura 4. Comparación de las estructuras secundaria y terciaria de las dos cadenas de la hemoglobina y de la mioglobina humanas.
La figura está construida con el programa RasMol a partir de los datos de Fermi y Perutz (1984) para la hemoglobina y de Kondrasov
et al. para la mioglobina. Solo se recogen el esqueleto de las apoproteínas en forma de cintas, para visualizar mejor la estructura
secundaria. Las tres imágenes están en la misma orientación y escala.
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Figura 5. Estructura del grupo hemo. A la izquierda se aprecia la fórmula desarrollada, mientras que a la derecha aparece
la estructura que el hemo adopta en la cadena E de la hemoglobina. Esta figura está construida con el programa RasMol a
partir de los datos de Fermi y Perutz (1984). Para mayor claridad se ha adoptado un modelo de bolas y varillas, en el que
los átomos de carbono aparecen en gris, los de nitrógeno en
azul, los de oxígeno en rojo y el de hierro en naranja.
deslocalizados en ambas caras del plano. El hierro
central es un ion Fe2+, coordinado a los 4 nitrógenos de
los anillos pirrólicos. Con la salvedad de este ion y de
los dos carboxilatos de las cadenas laterales, el conjunto de la molécula es bastante apolar.
El ion Fe2+ tiene posibilidad de formar 6 enlaces de
coordinación, con una geometría octaédrica. Los
cuatro formados con los nitrógenos de los anillos pirrólicos se dirigen aproximadamente desde el centro
hacia los vértices de un cuadrado, por lo que los dos
restantes pueden dirigirse en dirección perpendicular
al plano del hemo, uno a cada lado. Uno de estos
enlaces precisamente se emplea para unir el grupo
hemo firmemente a la apoproteína, concretamente a
través de un nitrógeno del imidazol de un residuo de
histidina. La figura 6 muestra la disposición del hemo
en una cadena E de la hemoglobina, aunque, dada la
similitud entre ambas cadenas y de ellas con la mioglobina, la figura 6 sirve también, en general, para
ilustrar la posición del grupo hemo en la cadena D y en
la mioglobina. La histidina que establece el quinto
enlace de coordinación con el hemo es la F82. Al otro
lado del plano se encuentran los residuos de fenilalanina CD1 y valina E11, que proporcionan un
entorno apolar adecuado para el acoplamiento del
hemo y, como se verá inmediatamente, para la entrada
Figura 6. Estructura de la cadena E de la hemoglobina. La
representación es equivalente a la de la figura 4, pero muestra
además la localización del grupo hemo y los aminoácidos con
que interacciona.
de la molécula apolar de dioxígeno. Como se aprecia
también en la figura, los carboxilatos del hemo se
proyectan hacia la superficie de la molécula, que está
en contacto con el medio polar. En conjunto, se puede
decir que el grupo hemo ocupa una hendidura, delimitada por las hélices E y F que están orientadas en
forma de V abierta hacia la superficie de la molécula.
La unión de la molécula de dioxígeno tiene lugar
por medio del sexto enlace de coordinación del hierro
hemínico, como se muestra en la figura 7. Como consecuencia de esta unión, la molécula de dioxígeno se
polariza lo suficiente como para establecer un enlace
de hidrógeno con el imidazol protonado de la histidina
E7. Así pues, hay dos histidinas importantes en el
entorno del hemo, la F8 y la E7, que frecuentemente se
designan como proximal o distal, respectivamente,
atendiendo a su distancia al grupo hemo. Se puede unir
una molécula del ligando a cada uno de los cuatro
grupos hemo, de donde resulta la estequiometría, ya
2 El sistema de identificación de los residuos al que antes se ha aludido tiene una ventaja: aunque el lugar que ocupa en la secuencia varía de
una cadena a otra, dada la homología de las cadenas de la hemoglobina y de la mioglobina, en los tres casos el residuo F8 es una histidina y
es la que está coordinada con el hemo.
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La unión del O2 a la hemoglobina está acompañada
de unos sutiles cambios en el grupo hemo y en su
entorno. En primer lugar, el hierro en la desoxihemoglobina se encuentra en un estado de espín alto (S 2),
mientras que en la oxihemoglobina el estado de espín
es bajo (S 0) (Perutz, 1990). Otros cambios se
aprecian claramente en la figura 7. Por ejemplo, en la
desoxihemoglobina el hierro no es perfectamente
coplanar con el resto del grupo hemo y el conjunto
adquiere una estructura algo abovedada. En la oxihemoglobina, por el contrario, el menor radio iónico del
hierro permite su coplanaridad con el resto del grupo
hemo (Perutz, 1970). Este desplazamiento del hierro
conlleva un acercamiento de la histidina proximal al
plano del grupo hemo: pasa de estar situada a 2,7 Å del
plano a colocarse a una distancia de 2,1 Å. Este
desplazamiento de 0,6 Å de la histidina F8 arrastra la
hélice F, que se aproxima así al grupo hemo, con las
consecuencias que luego se comentarán.
Figura 7. Entorno del grupo hemo en la cadena E de la hemoglobina. Se observa con detalle el grupo hemo y su entorno en
las formas desoxigenada (A) y oxigenada (B) de la hemoglobina. Además de la histidina distal marcada en la figura (E7) se
aprecian las cadenas laterales de la histidina proximal en color
CPK, de la valina E11 (verde) y de la fenilalanina CD1 (azul). Los
átomos de oxígeno orgánicos están coloreados con el código
CPK (rojo), pero los de la molécula de dioxígeno se representan en color morado. La orientación de la figura implica un
giro de 180º alrededor de un eje horizontal con respecto a la
figura 6.
Tanto la hemoglobina como la mioglobina son
capaces de ligar monóxido de carbono del mismo
modo que el oxígeno. El tamaño y apolaridad de las
moléculas CO y O2 son semejantes, así como su posibilidad de formar enlaces de coordinación con el hierro
del grupo hemo. Esta semejanza hace que el CO sea un
potente inhibidor competitivo de la unión de oxígeno.
Como, por otro lado, la disociación del CO es muy
difícil, el monóxido de carbono posee una elevada toxicidad.
adelantada, de 4 moléculas de dioxígeno a cada
molécula de hemoglobina. La unión puede describirse
por una serie de 4 equilibrios consecutivos:
COOPERATIVIDAD EN LA UNIÓN DE
OXÍGENO A LA HEMOGLOBINA
Hb O2U HbO2
HbO2 O2U Hb(O2)2
Hb(O2)2 O2U Hb(O2)3
Hb(O2)3 O2U Hb(O2)4
La curva de unión de oxígeno a la hemoglobina es
sigmoide (Fig. 8), lo que está relacionado con el hecho
de que el ligando se une de modo cooperativo, es decir,
la unión de oxígeno favorece su ulterior unión. En el
caso de la mioglobina, al poseer un único centro de
unión de oxígeno no cabe hablar de cooperatividad y la
curva de saturación es hiperbólica, como también se
muestra en la figura 8.
en la que Hb representa la desoxihemoglobina, o hemoglobina totalmente desoxigenada, mientras que la
forma totalmente cargada con el ligando, Hb(O2)4,
suele denominarse oxihemoglobina. En la mioglobina
el oxígeno se une del mismo modo, aunque, como sólo
existe un grupo hemo por molécula, sólo se da un
único equilibrio:
Mb O2U MbO2
La cooperatividad en la unión de oxígeno a la
hemoglobina es de la máxima importancia funcional.
Puede verse en la figura 8 que la saturación de la proteína por su ligando es prácticamente del 100% para
una presión parcial de oxígeno de 100 torr, es decir, la
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Figura 8. Curvas de unión de dioxígeno a la mioglobina y a la
hemoglobina. Se representa la saturación porcentual en función de la presión parcial de oxígeno. La franja sombreada en
rosa indica la presión parcial de oxígeno en los pulmones a
nivel del mar. La franja sombreada en verde indica el intervalo
de presiones parciales de oxígeno en los tejidos periféricos.
presión parcial de ese gas que existe en los pulmones.
En consecuencia, la hemoglobina sale de los pulmones
cargada de un modo casi total. En los tejidos periféricos la presión parcial de oxígeno oscila aproximadamente entre 15 y 45 torr, dependiendo del tipo de
tejido y de su actividad metabólica. Por ejemplo, en las
fibras musculares en reposo, con sólo una actividad
metabólica basal, la presión parcial de oxígeno está
próxima al límite superior, mientras que durante un
ejercicio violento, en el que la actividad metabólica es
muy intensa para proporcionar todo el ATP requerido
para la contracción muscular, el consumo de oxígeno
es elevado y, por tanto, su presión parcial es baja.
Es evidente que un transportador ideal debe liberar
tanto más oxígeno cuanto mayor sea la demanda que
exista de él. Por seguir con el ejemplo del párrafo
anterior, en el músculo en reposo basta con liberar una
pequeña cantidad de oxígeno, cantidad que habrá de
rondar la máxima posible en un caso de ejercicio violento. Pues bien, como se ha comentado anteriormente,
las leyes del equilibrio hacen que éste se desplace
hacia la liberación de oxígeno en los tejidos y la figura
8 proporciona una forma de cuantificar esta liberación.
Por ejemplo, en un tejido cuya presión parcial de
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oxígeno fuera 20 torr, la hemoglobina sólo retiene
aproximadamente el 30% de oxígeno y, si se había
cargado al 98% en los pulmones (véanse las líneas de
puntos en la figura 8), la cantidad liberada será el 68%.
Por el contrario, en condiciones de baja demanda de
oxígeno, por ejemplo, cuando la presión parcial es de
40 torr, la hemoglobina retiene aún un 75% y, por tanto
la cantidad liberada será aproximadamente el 23%. El
examen de la figura 8 pone de manifiesto que este
comportamiento es posible gracias a la forma sigmoide de la curva de saturación, es decir, gracias a la
cooperatividad con la que la hemoglobina une el
oxígeno. En efecto, si su curva de saturación fuera
como la de la mioglobina, aunque la proteína se cargaría totalmente en los pulmones, la cantidad retenida
a presiones parciales de oxígeno comprendidas entre
20 y 40 torr sería superior al 90% o, dicho con otras
palabras, la cantidad liberada sería muy pequeña. La
forma sigmoide de la curva de saturación de la hemoglobina, en la que la región de máxima pendiente tiene
lugar precisamente en el intervalo 15-45 torr, asegura
que la respuesta de la hemoglobina a la demanda de
oxígeno —medida por la presión parcial existente en
cada lugar— es la adecuada para un transporte ideal.
Por otro lado, la comparación de las curvas de saturación de la hemoglobina y de la mioglobina explica
por qué en los músculos el oxígeno liberado por la
primera queda unido a la segunda: es una cuestión de
afinidad por el ligando, mayor en el caso de la mioglobina como muestra la figura 8.
Así pues, la estructura tetramérica de la hemoglobina permite la existencia de cooperatividad, circunstancia que hace de esa proteína un transportador
ideal. Pero para que haya cooperatividad en la unión
de ligando a una proteína no basta con que haya más
de un sitio de unión. Se precisa que haya una comunicación entre ellos, de modo que un sitio detecte si hay
otros ocupados o no y la afinidad de la unión de
ligando se ajuste en consecuencia. Dicho de otro
modo, cuanto se ha considerado en este apartado
explica por qué la conducta cooperativa de la hemoglobina representa una ventaja fisiológica para su
actuación como proteína de transporte, pero no explica
las causas de la cooperatividad. Más adelante se dará
una explicación molecular de la cooperatividad, pero
antes es preciso seguir describiendo las propiedades de
la hemoglobina.
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Figura 10. Influencia del pH sobre la unión de dioxígeno a la
hemoglobina. Se aprecia la variación de la saturación de la
hemoglobina por oxígeno al variar el pH (efecto Bohr).
Figura 9. Christian Bohr (1855-1911).
EL EFECTO BOHR
Christian H. L. P. E. Bohr (1855-1911), fisiólogo
danés y padre del físico Niels Bohr (Fig. 9), descubrió
en 1903 que la sangre retenía menos oxígeno cuanto
más bajo era su pH. En términos actuales, se puede
decir que la unión del oxígeno a la hemoglobina está
regulada por el pH sanguíneo, de modo que un
descenso de pH disminuye la afinidad de la proteína
por su ligando (Fig. 10). Si se observa de nuevo la
figura 3, se recordará que el CO2 producido en los
tejidos como consecuencia de la actividad metabólica
acaba convirtiéndose en ácido carbónico, que se
disocia liberando protones, es decir, bajando el pH del
medio en que se produce la reacción. Estos procesos
tienen lugar también en el propio eritrocito, como se
recoge en la figura 11. El CO2 que se produce en los
tejidos pasa en parte a la sangre y, por difusión, se
introduce en los eritrocitos. Evidentemente, cuanto
mayor sea la actividad metabólica de los tejidos, tanto
mayor es la cantidad de CO2 que se produce y, en consecuencia mayor es la disminución del pH de los
eritrocitos. El efecto Bohr permite de esta manera que
la hemoglobina libere más oxígeno cuanto mayor sea
la actividad metabólica de un tejido. La ventaja fisio-
lógica de la existencia del efecto Bohr es, pues, fácil de
entender. Pero, como se decía al principio de este
artículo, profundizar en las causas del comportamiento
de los sistemas biológicos, implica llegar al nivel
molecular. En este caso, será necesario comprender el
mecanismo por el que un descenso de pH hace que el
Figura 11. Esquema del intercambio gaseoso en el eritrocito.
Se pone de manifiesto el desplazamiento de la unión de
oxígeno a la hemoglobina al descender el pH (efecto Bohr). El
mecanismo molecular responsable del efecto Bohr se estudia
más adelante en el texto. Por esa razón el desplazamiento del
equilibrio de unión Hb-O2 se señala con un signo de interrogación en la figura.
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equilibrio de unión de las moléculas de dioxígeno a la
hemoglobina se desplace en el sentido de su disociación. En otras palabras, es preciso despejar el interrogante que, de una forma gráfica, se recoge en la
figura 11, cuestión que se abordará más adelante.
EFECTOS DEL 2,3-BPG
En 1967 se describió que el 2,3-bisfosfoglicerato
(2,3-BPG), un compuesto con elevada densidad de
carga negativa, como se aprecia en la figura 12,
actuaba como un inhibidor de la unión del oxígeno a la
hemoglobina (Benesch y Benesch, 1967). En efecto, al
aumentar la concentración de 2,3-BPG disminuye la
saturación de la hemoglobina por oxígeno (Fig. 13). El
2,3-BPG se había descubierto años atrás como componente de los eritrocitos y, al analizar la sangre de diferentes etnias, se había encontrado que los habitantes de
las altiplanicies andinas poseían una concentración
muy alta de ese compuesto, por lo que inicialmente se
creyó que constituiría un marcador característico de
ese grupo étnico. Pero cuando se analizaron con
detalle las curvas de unión de oxígeno a la hemoglobina en presencia de concentraciones normales y
elevadas de 2,3-BPG, se pudo comprobar que su efecto
inhibidor constituye la base de una excelente
adaptación a la altura. Efectivamente, a una altura
elevada sobre el nivel del mar, por ejemplo, 4 000 m,
la reducida presión atmosférica hace que la presión
parcial de oxígeno en los pulmones se sitúe en torno a
60 torr, en vez del valor de 100 torr antes considerado,
que es válido al nivel del mar. Pues bien, al observar la
Figura 12. Estructura del 2,3-bisfosfoglicerato (2,3-BPG).
Figura 13. Efecto del 2,3-BPG sobre la unión de oxígeno a la
hemoglobina. Se representan dos curvas de saturación, una en
presencia de una concentración normal de 2,3-BPG (4,5 mM),
como la que tiene una persona que habite al nivel del mar, y la
otra en presencia de una concentración elevada del efector
(5,8 mM), característica de los habitantes de las altiplanicies
andinas.
figura 14, que es una repetición de la anterior con
algunas precisiones, se ve que en una persona con un
nivel normal de 2,3-BPG en su sangre que se
encuentre al nivel del mar la hemoglobina se carga con
oxígeno en sus pulmones prácticamente al 100%,
como se ha visto antes. En un tejido cuya presión
parcial de oxígeno sea un poco inferior a 40 torr la saturación de la hemoglobina es solo del 70% aproximadamente. Eso significa que la hemoglobina libera
en ese tejido un 30% de oxígeno, en términos de su
capacidad total, como indica la barra roja en la figura
14. Si esa persona se traslada a una altura de 4 000 m y
la presión parcial de oxígeno en sus pulmones es algo
inferior a los 60 torr, la hemoglobina se cargará sólo al
90% y, por tanto, al llegar al tejido en cuestión, donde
la saturación es del orden del 70% liberará solo un
20% de su capacidad total (barra roja de trazos). En
otras palabras, al pasar del nivel del mar a 4 000 m de
altura, la cantidad de oxígeno transportada a los tejidos
disminuye a los dos tercios de la que se transportaría
inicialmente. Este es el origen del malestar que sufren
las personas que se trasladan a un lugar de gran altura
sobre el nivel del mar, el conocido soroche o mal de
altura. El déficit de transporte de oxígeno a las células
del sistema nervioso central provoca mareo, cefalea y,
en algunos casos, irritabilidad. Por su parte, el déficit
en los músculos es el causante de atonía y cansancio
generalizados.
222
Luis Franco Vera
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
tiempo de estar a presión atmosférica baja, la concentración de 2,3-BPG aumenta y, de modo inverso,
cuando se retorna a una situación de presión atmosférica alta, el nivel de ese compuesto vuelve a los
valores normales. De este modo, la ventaja fisiológica
que proporciona el efecto inhibidor del 2,3-BPG
resulta evidente: se trata de un mecanismo de
adaptación a las alteraciones de presión atmosférica,
como las que siguen a las variaciones grandes de altura
sobre el nivel del mar.
LA EXPLICACIÓN MOLECULAR
Figura 14. Función del 2,3-BPG. Sobre las curvas de la figura
13 se han añadido detalles para comprender la función del
2,3-BPG en la adaptación a la altura. La barra vertical roja representa la cantidad de oxígeno liberada en un tejido cuya presión parcial de ese gas sea de 37 torr, por una persona que,
con una cantidad normal de 2,3-BPG respire a nivel del mar. La
barra vertical roja de trazos es la cantidad de oxígeno que liberaría en el mismo tejido esa misma persona situada rápidamente a 4 000 m de altura sobre el nivel del mar. La barra vertical azul corresponde a la cantidad de oxígeno liberada a
4 000 m de altura sobre el nivel del mar por una persona con
una concentración elevada de 2,3-BPG. Véase el texto para
más detalles.
Sin embargo, para una persona que posea una concentración elevada de 2,3-BPG en su sangre la curva
de saturación de la hemoglobina es distinta. En la
figura 14 se representa en color azul y en ella se puede
observar que, si bien a 4 000 m de altura la hemoglobina se satura aún menos con oxígeno en los pulmones (del orden del 85%), la inhibición causada por
el 2,3-BPG es más acusada en los tejidos3; en el
ejemplo que se está usando y que viene precisado por
las rectas punteadas en la figura 14, el oxígeno
retenido en el tejido de referencia con una elevada concentración de 2,3-BPG está en torno al 55%, con lo
que la cantidad transportada es equivalente a la que se
transportaría a nivel del mar en un individuo con nivel
de 2,3-BPG normal.
En contra de lo que se pensó en un principio, la
concentración de 2,3-BPG en sangre no depende de
características étnicas, sino que es consecuencia de un
proceso de adaptación metabólica. Al cabo de un cierto
En los párrafos precedentes se han descrito tres
propiedades de la unión de oxígeno a la hemoglobina:
la existencia de cooperatividad, el efecto Bohr, es
decir, la influencia del pH en la curva de saturación y
el efecto inhibidor del 2,3-BPG. Además, se han puesto
de manifiesto las ventajas fisiológicas que reportan
esas propiedades. Pero esta descripción no basta, y
tampoco es suficiente que se comprendan las ventajas
de tal comportamiento. Si se quiere profundizar científicamente en un proceso biológico, hay que buscar sus
causas y, como ya se ha comentado, es preciso llegar al
nivel molecular para comprender con profundidad esas
causas. De este modo, cabe ahora plantearse una triple
pregunta: ¿qué tiene la molécula de hemoglobina para
que haya cooperatividad en la unión de oxígeno; para
que esta venga influenciada por las variaciones de pH;
para que sea inhibida por el 2,3-BPG?
A lo largo del tiempo, se han intentado dar muchas
respuestas a esa triple pregunta o, al menos, a alguna
de sus partes. Por ejemplo, Hill elaboró hace un siglo
el primer modelo que intentaba explicar la cooperatividad. Pero el modelo de Hill se quedó en una simple
descripción matemática de la cooperatividad, sin dar
una interpretación molecular del fenómeno. La forma
general actual de la ecuación de Hill es:
[I]
En la ecuación [I]
representa la función de saturación, [L] la concentración de ligando, n es el número
3 Hay una clara razón geométrica para esta diferencia, ya que, como se ha comentado antes, el carácter sigmoide de la curva hace que el tramo
de mayor pendiente se sitúe precisamente en la zona correspondiente a la presión parcial de oxígeno habitual en los tejidos.
Luis Franco Vera
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
de sitios de unión de ligando por cada molécula de proteína, cH indica el coeficiente de Hill y K es una constante que carece de significado físico4. La función de
saturación es una magnitud que se emplea en el estudio
de las interacciones proteína-ligando para evaluar el
nivel de unión de ligando a una concentración dada de
ligando. Se puede definir como los moles de ligando
unido por mol de proteína total. Es evidente que el
valor de , que aumenta al aumentar [L], puede oscilar
entre 0 y n. El coeficiente de Hill, que varía también
entre 0 y n, es una medida del grado de cooperatividad:
cuanto más se aproxime a n mayor es la cooperatividad
que presenta la unión de ligando a la proteína.
La ecuación [I] puede adaptarse fácilmente para
aplicarla a las curvas de saturación de la hemoglobina.
Basta tener en cuenta que, si se quiere evaluar la saturación de forma porcentual y en vez de concentración
se utiliza la presión parcial de oxígeno, como se ha
venido haciendo hasta ahora, la ecuación toma la
forma:
S
100 Kp cH
1 Kp cH
[II]
donde S es el porcentaje de saturación y p la presión
parcial de oxígeno.
Como se acaba de apuntar, el tratamiento de Hill
no puede dar una explicación molecular de la cooperatividad de la hemoglobina —y mucho menos del
efecto Bohr o de la inhibición causada por el 2,3BPG—, sino solo cuantificarla. Los primeros intentos
de justificar la cooperatividad, tal vez inspirados en
la idea latente en una propuesta de Linus Pauling,
intentaban dar una explicación microscópica, es decir,
la cooperatividad se explicaría a nivel de cada
molécula concreta, o sea, la unión de ligando a un
sitio de una molécula conllevaría el aumento de la
afinidad de los demás sitios de esa misma molécula.
Evidentemente, aunque la naturaleza de las comunicaciones que pueden existir entre los diferentes sitios de
unión de una moléculas se desconozca, parece a
4
223
simple vista lógico pensar que esa comunicación
puede existir.
Habían de pasar muchos años, fecundos en la
investigación sobre la estructura y propiedades de las
proteínas, para que se empezaran a vislumbrar las
posibles causas de la cooperatividad en la unión del
oxígeno. En general, se puede hablar de cooperatividad en la unión de ligandos, ya que este comportamiento no es, ni mucho menos, exclusivo de la
hemoglobina. A finales de la década de 1950 se descubrieron algunas enzimas que presentaban cooperatividad en la unión de sus sustratos y que, por tanto, en
vez de presentar la clásica cinética de MichaelisMenten, con sus típicas curvas hiperbólicas5, se
obtenían curvas sigmoides al representar la velocidad
inicial frente a la concentración de sustrato. Entre esas
enzimas se encontraba la treonina desaminasa, que
constituía el tema de la investigación predoctoral de
Jean Pierre Changeux. Dos consagrados investigadores del Instituto Pasteur de París, Jacques Monod
y François Jacob le habían propuesto al alimón en
1959 iniciar una tesis sobre la retroinhibición de la treonina desaminasa por isoleucina.
Monod y Jacob llevaban algún tiempo colaborando
en el estudio de la regulación genética y llegaron a
postular en 1961 el famoso modelo de regulación del
operón lac de Escherichia coli, que les valdría la
obtención del premio Nobel. Lo mismo que en el
operón lac la proteína represora cambia su capacidad
de interaccionar con el DNA al unirse a una molécula
no relacionada estructuralmente, la treonina desaminasa, que cataliza la primera etapa de la biosíntesis de
isoleucina, pierde su capacidad de unir sustrato en
presencia de ese producto final, que no está relacionado estructuralmente con la treonina. Changeux
observó que la enzima, poseía varias subunidades y
que por calentamiento ligero se hacía insensible a los
efectos del inhibidor, isoleucina, pero no se modificaba su capacidad catalítica. Este fenómeno, que el
propio Changeux comenzó a llamar desensibilización,
parecía indicar que sustrato e inhibidor se unían a
En el tratamiento original de Hill, K sería la constante de afinidad para la un ligando que presentara cooperatividad infinita en su unión. La
ecuación [I] corresponde a una reelaboración del tratamiento inicial, en el que K carece generalmente de sentido. A pesar de las deficiencias
matemáticas, la ecuación se sigue utilizando en la actualidad para determinar el coeficiente de Hill.
5 La cinética de Michaelis-Menten se ha tratado en otro artículo de este programa, perteneciente al año 2005 (Franco, 2007).
224
Luis Franco Vera
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
Figura 15. Jacques Monod, 1910-1976 (izquierda), Jeffries Wyman, 1901-1995 (centro) y Jean-Pierre Changeux, 1936- (derecha).
sitios diferentes en la enzima. Precisamente entonces,
Monod acuñó el término alosterismo. Esta palabra de
raíz griega significa precisamente eso: otro lugar.
Monod y Jacob (1961) por un lado y Changeux
(1961) por otro, presentaron sus resultados en la
edición de 1961 de los Cold Spring Harbor Symposia.
Cuando el volumen que recogía sus intervenciones se
publicó, la comunidad científica tuvo ocasión de leer
por primera vez la palabra alosterismo, que Monod no
había llegado a pronunciar en público. Monod,
Changeux y Jacob (1963) definen el mecanismo
alostérico con una condición negativa y con otra positiva. La primera niega la existencia de interacciones
directas de cualquier género entre el sustrato o sustratos de una proteína alostérica y el efector,
metabolito que controla su actividad. La segunda
establece que el efecto alostérico se debe totalmente a
una alteración conformacional reversible inducida en
la proteína cuando se une el efector específico.
Cuando Monod, Changeux y Jacob (1963)
establecieron estos conceptos, se conocían aún pocas
enzimas cuyo comportamiento se pudiera definir como
alostérico. En su artículo se detienen expresamente en
6, pero, además de las enzimas, añaden precisamente
la hemoglobina —enzima honoraria, la llamarían más
tarde—, cuyo comportamiento tanto tiene en común
con la treonina desaminasa y el resto de las enzimas
alostéricas: el estar formada por varias cadenas
polipeptídicas, la cooperatividad en la unión del
6
ligando y la inhibición de esta unión por una molécula
no relacionada, el 2,3-BPG.
El primer modelo que dio cuenta de un modo satisfactorio de las posibles causas moleculares de la cooperatividad y del alosterismo fue fruto de la intuición
de Monod, que siguió contando con la participación de
Changeux e inició una colaboración con Jeffries
Wyman (Fig. 15). Era este investigador norteamericano, que trabajaba entonces en Roma, uno de los
mejores conocedores de la hemoglobina, la enzima
alostérica honoraria. El resultado del esfuerzo coordinado de los tres investigadores, fue una publicación
en la que se proponía “un modelo plausible” para
explicar la naturaleza de las transiciones alostéricas
(Monod et al., 1965). Con frecuencia se ha identificado ese modelo con las iniciales de sus tres autores:
MWC.
Gran parte del artículo está dedicada a explicar la
cooperatividad y sobre este extremo es preciso
detenerse inicialmente. Postulan la existencia en esas
proteínas, aun en ausencia de ligando, de dos estados
conformacionales, T y R, que difieren en cuanto a
afinidad por el ligando —mayor para las formas R—,
y que pueden interconvertirse libremente. No admiten
la existencia de estados intermedios, que posean
propiedades estructurales híbridas entre T y R. Los n
sitios de unión de ligando a las formas R son equivalentes e independientes6 entre sí, y otro tanto ocurre
con los sitios de las formas T. Es obvio que, si no fuera
En el estudio de las interacciones proteína-ligando se habla de sitios equivalentes e independientes para referirse a aquellos cuya afinidad
no varía con el grado de saturación que posea la proteína. En otras palabras, no existe cooperatividad.
Luis Franco Vera
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
225
que la proteína totalmente saturada por ligando se
encuentre prácticamente toda en forma R. A medida
que aumenta la proporción de formas R, su contribución a la unión de ligando se hará más y más
importante y, puesto que estas formas son las de alta
afinidad, es obvio que la constante de unión del
ligando a la proteína irá aumentando progresivamente.
La interpretación de la cooperatividad que implica el
modelo de Monod, Wyman y Changeux es macroscópica, esto es, la cooperatividad existe a nivel del conjunto de las moléculas presentes en la disolución.
Ciertamente, las propiedades de cada molécula
concreta son decisivas, pero se ponen de manifiesto
solo como consecuencia del comportamiento de la disolución. Se ha hecho anteriormente una referencia a
las leyes de los equilibrios químicos y vale la pena
recordar que la validez de estas leyes es macroscópica
y no tienen por qué regir a nivel microscópico.
Figura 16. El modelo de Monod, Wyman y Changeux. En
ausencia de ligando coexisten dos formas T y R. El ligando (S)
se puede unir a ambas formas, con lo que todos los equillibrios que se muestran en la figura son posibles. No caben formas intermedias entre T y R. En todos los casos, el subíndice
de T y R indica el número de sitios ocupados por ligando.
por la coexistencia de T y R, la unión de ligando transcurriría sin cooperatividad. Pero cuando se tienen en
cuenta los presupuestos anteriores, es evidente que, al
añadir ligando, éste se unirá preferentemente a las
formas R, las de afinidad mayor. Una simple consideración de las leyes del equilibrio químico nos indica
que la presencia de ligando conlleva un desplazamiento del equilibrio TU R hacia estas últimas formas,
lo que da lugar a un incremento global de la afinidad.
La figura 16 muestra esquemáticamente el proceso de
unión de ligando a una proteína que, como la hemoglobina, posea cuatro sitios, uno en cada cadena
polipeptídica.
Es evidente que, a medida que avanza la unión del
ligando, la población de formas R irá creciendo. Si inicialmente el equilibrio T U R está muy desplazado
hacia la izquierda, al irse uniendo ligando el desplazamiento progresivo hacia la derecha puede dar lugar a
La figura 17 puede aclarar cuanto se viene diciendo
sobre el carácter macroscópico del modelo MWC. En
la situación concreta representada, que no tiene que
ocurrir necesariamente, en ausencia de ligando son
más abundantes las formas T. Eso hace que al añadir
ligando, este se pueda unir en números absolutos a más
formas T que R, pero la mayor afinidad de estas
Figura 17. Esquema que muestra el carácter macroscópico del
modelo MWC. (A) Una disolución de una proteína tetramérica,
como la hemoglobina, en la que las formas T predominan
sobre las R. (B) Al añadir ligando, se ocupan más sitios en las
formas T por ser más abundantes, pero proporcionalmente la
ocupación de sitios (simbolizada por el color rojo de la subunidad cargada con ligando) es superior en las formas R, de
mayor afinidad. Este hecho distorsiona el equilibrio entre las
formas T y R vacías. Para que el equilibrio se restablezca, alguna forma T (por ejemplo, la señalada con la flecha verde) ha de
convertirse en R. (C) Situación de la disolución de proteína tras
la conversión de una forma T en R. La proporción global de
formas R ha aumentado y la unión del ligando que se añada
posteriormente estará facilitada.
226
Luis Franco Vera
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
últimas hace que la proporción de formas R con
ligando unido sea mayor que en el caso de T. Aunque
los valores cuantitativos para el número de moléculas
representado en la figura —pequeño en comparación
con el que existe en una disolución aunque sea bastante diluida— no se puedan considerar absolutamente
válidos, se ha procurado respetar esa unión proporcionalmente mayor de ligando a las formas R.
Evidentemente, la relación entre formas R y T vacías
habrá disminuido y las leyes del equilibrio hacen que,
para que se mantenga la relación, la concentración de
formas R no ocupadas por ligando deba aumentar. En
otras palabras, algunas moléculas de forma T habrán
de convertirse en R. Por ejemplo, la molécula señalada
con una flecha en la figura 17B puede ser una de ellas,
con lo que se llegaría a la situación esquematizada en
la figura 17C7.
A pesar de la inicial extrañeza que puede causar el
carácter macroscópico del modelo MWC, cuando se
considera despacio puede deslumbrar su absoluta sencillez. Hay que señalar, no obstante, que esta misma
sencillez ha pasado inadvertida a más de un autor, que
se ha limitado a constatar que las ecuaciones derivadas
de ese planteamiento conceptual se ajustan cuantitativamente bien al comportamiento experimental de
algunas proteínas. En el artículo original (Monod et
al., 1965) los autores proponían la ecuación III para
describir la unión cooperativa de un ligando a una proteína:
[III]
en la que
es el grado de saturación, es decir, la
fracción molar de sitios ocupados por ligando, n es el
número de sitios de unión de ligando por molécula de
proteína, L la constante alostérica, definida como la
constante del equilibrio entre las formas T y R en
ausencia de ligandos8 y c es el cociente entre las con-
7
stantes de disociación para la interacción del ligando
con las formas R y T, respectivamente. No es este el
lugar adecuado para presentar una deducción de la
ecuación III, pero el lector interesado puede acudir a la
revisión de Tipton (1979), que es especialmente clara
al respecto.
Los datos experimentales de unión de oxígeno a la
hemoglobina se ajustan satisfactoriamente a la
ecuación III; el mejor ajuste se logra para L 9 054 y
c 0,014.
Conviene hacer hincapié en que la resistencia
inicial al modelo MWC se debía a su carácter
macroscópico. Por eso algunos ni siquiera advirtieron
la necesidad lógica de admitir el postulado de la conservación de simetría, es decir, la imposibilidad de
encontrar formas híbridas entre T y R. La reacción no
se hizo esperar y, poco después de la aparición del
artículo de Monod, Wyman y Changeux, se publicó
otro con el germen de lo que sería el segundo gran
modelo alostérico (Koshland et al., 1966). El artículo
estaba firmado también por tres investigadores,
Koshland, Némethy y Filmer, y también se conoce frecuentemente, de acuerdo con las iniciales de los
autores, como el modelo KNF. En ese primer artículo,
Koshland y sus colaboradores explicaban la cooperatividad con un modelo microscópico, según el cual
todas las moléculas de la proteína se encuentran en la
misma conformación en ausencia de ligando y la unión
de este altera exclusivamente la conformación de la
subunidad ocupada. La proteína va así cambiando
secuencialmente de conformación. Esto puede afectar
a la estabilidad de la estructura cuaternaria, si el
cambia conformacional de cada subunidad altera su
modo de interacción con las contiguas. Y como la estabilidad puede aumentar o disminuir, puede resultar
cooperatividad positiva o negativa9. Los datos experimentales de la unión de oxígeno a la hemoglobina
también se ajustan satisfactoriamente a las ecuaciones
obtenidas por el modelo KNF (Koshland et al., 1966).
Es preciso insistir en que con un número pequeño de moléculas como el utilizado para construir la figura 17, las leyes del equilibrio químico, que son válidas a nivel macroscópico, no tienen por qué cumplirse exactamente. No debe buscarse, pues, que la relación R/T se mantenga exactamente al comparar las figuras 17A y 17C; solo se pretende mostrar que el déficit de formas R en la figura 17B se compensa con la
transición T ‘ R que ocurre al pasar a la situación de la figura 17C.
8 Esta constante se define como T /R , donde el subíndice 0 se refiere a la ausencia de ligandos.
0 0
9 En la cooperatividad negativa, que se presenta en algunas proteínas, la unión de ligando hace que disminuya la afinidad de los sitios desocupados.
Luis Franco Vera
Los años siguientes fueron fecundos, ya que la publicación del modelo KNF inició lo que Changeux
(1993) llamó una “controversia creativa” entre las dos
concepciones —macroscópica y microscópica— de la
cooperatividad. Es evidente que no basta con que el
ajuste de las curvas de saturación sea bueno. En definitiva, tanto la ecuación III como las del modelo KNF
corresponden a cocientes de polinomios que, como es
bien sabido, pueden adoptar las más variadas formas
geométricas. Por ese motivo, los investigadores se lanzaron pronto a estudiar si, efectivamente, la conducta
de la hemoglobina quedaba bien definida por el
modelo MWC o se adaptaba mejor al KNF.
Evidentemente, si la hemoglobina se ajusta al
modelo KNF, en ausencia de oxígeno todas las
moléculas de la proteína se encontrarán en la misma
conformación, mientras que si sigue el modelo MWC,
en esas condiciones deben coexistir las formas T y R.
Surge inmediatamente la pregunta: ¿podría detectarse
experimentalmente esta coexistencia? Está claro que si
la respuesta es positiva es posible inclinarse fácilmente
por uno u otro de los modelos. Pero una consideración
fácil permite contestar negativamente a la pregunta
que se acaba de formular. Antes se ha comentado que
el ajuste de los datos experimentales a la ecuación del
modelo MWC se logra para L 9054, es decir, admitiendo que el proceso de unión siguiera el modelo
MWC, en ausencia de oxígeno, aunque coexistirían las
formas T y R, la proporción de las primeras sería casi
10 000 veces superior a la de las segundas; la abundancia de las formas R sería prácticamente despreciable, muy difícil de confirmar experimentalmente.
Dicho con otras palabras, la estructura de la desoxihemoglobina debe corresponder prácticamente a la
forma T, en el supuesto de que la hemoglobina siguiera
el modelo MWC. Por el contrario, la estructura de la
oxihemoglobina debería corresponder prácticamente a
la de la forma R.
La cristalización de la hemoglobina en diversos
estados de unión de ligandos permitió en la década de
1960 estudiar mediante difracción de rayos X la
estructura terciaria y cuaternaria de la desoxihemoglobina y de la oxihemoglobina10, gracias fundamen10
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
227
talmente al trabajo del laboratorio de Max Perutz, que
obtuvo en 1962 el premio Nobel de Química por sus
investigaciones. Perutz asumió que la estructura
obtenida para la desoxihemoglobina correspondía a la
de la forma T de Monod, Wyman y Changeux,
mientras que la de la oxihemoglobina se asimilaba a la
de la forma R. En la comparación de ambas estructuras
que se da a continuación, se sigue el trabajo de Perutz
(1970), mientras no se diga lo contrario.
La principal diferencia entre la forma T y la R se da
en la estructura cuaternaria. Si esta puede definirse
como la unión de dos dímeros DE, que, en lo sucesivo,
se designan como D1E1 y D2E2, la transición T ‘ R se
describe fundamentalmente como la rotación, de unos
12-15º, de un dímero sobre otro. En la figura 18 se
aprecian las estructuras de las formas T (desoxihemoglobina) y R (oxihemoglobina). Se puede observar la
rotación y la consiguiente variación de la amplitud del
hueco central que existe en la molécula de hemoglobina. Describir el cambio conformacional como
una rotación de un dímero con respecto al otro implica
que, mientras los contactos D1-E1 y D2-E2 cambian
poco como consecuencia de la transición T ‘ R, los
contactos D1-D2, E1-E2, D1-E2 y D2-E1, lo hacen de
modo importante.
Figura 18. Estructura de las formas T y R de la hemoglobina
humana. (A) Estructura de la desoxihemoglobina. Por las
razones dadas en el texto, se asimila a la forma T. (B) Estructura
de la “oxihemoglobina”. En realidad, la estructura se determinó experimentalmente a partir de un complejo hemoglobina-monóxido de carbono. Por las razones dadas en el texto, se
asimila a la forma R. Las figuras están representadas a partir de
los datos de Fermi et al. (1984) para la desoxihemoglobina y
de Jenkins et al. (2009) para la oxihemoglobina mediante el
programa RasMol. Las moléculas de hemoglobina se ven
desde el eje binario de simetría, pero están giradas 40º en el
sentido contrario a las agujas del reloj con respecto a la de la
figura 2.
Estrictamente hablando, la estructura de la oxihemoglobina no se describió directamente, debido a las dificultades para cristalizarla. Se
pudo cristalizar el complejo entre hemoglobina y monóxido de carbono y estudiar su estructura mediante difracción de rayos X.. Al ser este
compuesto un inhibidor competitivo de la unión de oxígeno, la estructura que resulta de su unión es idéntica a la de la oxihemoglobina.
228
Luis Franco Vera
A nivel de la estructura terciaria de las subunidades,
los cambios son sutiles, aunque importantes. Los que
tienen lugar en el entorno del grupo hemo se han
descrito más arriba y se ha comentado que la unión de
oxígeno implica un desplazamiento de 0,6 Å de la histidina proximal, que arrastra la hélice F y, en consecuencia, la región FG. En las cadenas E este cambio,
aunque sea pequeño —no llega a 1 Å—, es de gran
interés. Afecta a la posición de la histidina C-terminal,
cuyo imidazol interacciona con el carboxilo lateral del
aspartato FG1. A su vez, en la forma T, el carboxilo
terminal de esa histidina establece interacciones
iónicas con la cadena lateral de una lisina de la cadena
a del otro dímero. Todo esto da lugar al cambio en los
contactos D1-E2, que antes se ha mencionado, al pasar
de la estructura T a la R (Perutz, 1990).
Pero las consideraciones estructurales que se
acaban de hacer no solo explican a nivel molecular la
naturaleza de las diferencias entre las formas T y R,
sino que, en buena parte, sirven para explicar la causa
del efecto Bohr. Se acaba de indicar que, en las formas
T, la histidina C-terminal (HC3) de cada cadena E
interacciona con el aspartato FG1 de la misma cadena.
Pues bien, dado el valor del pKa del imidazol de esas
histidinas, proximo al pH fisiológico, una pequeña elevación del pH conlleva una importante disminución de
la carga positiva de la cadena lateral, con el consiguiente debilitamiento de su interacción con el
aspartato FG1. Como quiera que esta interacción es
decisiva en el mantenimiento de los contactos D1-E2 en
la forma T, el resultado es que una elevación del pH
desestabiliza la forma T. Esto explica en parte el efecto
Bohr, ya que si, al elevar el pH, el equilibrio TU R se
desplaza hacia las formas R, al ser estas las de alta
afinidad por el oxígeno, es lógico que la unión de este
ligando se vea favorecida a pH más alcalino. Una
explicación exhaustiva del efecto Bohr es, evidentemente mucho más compleja, pero estaría fuera de
lugar en este artículo. El lector interesado puede consultar la excelente revisión de Perutz et al. (1998) o la
más reciente de Giardina et al. (2004) para obtener
más detalles.
En 1972, se describió, tras experimentos de
difracción de rayos X, la estructura del complejo entre
la hemoglobina y el 2,3-BPG (Arnone, 1972). En la
proteína existe un único sitio de unión para el efector,
que se encuentra exclusivamente en la forma T, pre-
Rev.R.Acad.Cienc.Exact.Fís.Nat. (Esp), 2010; 104
Figura 19. El sitio de unión del 2,3-BPG en la forma T de la
hemoglobina. La molécula de hemoglobina se muestra en la
misma orientación que en la figura 18. Las hélices de las cadenas E se muestran como cintas de color azul, mientras en las
cadenas D, que no intervienen en la unión del 2,3-BPG, se
muestra solo el esqueleto en negro. Se identifican, en una u
otra de las cadenas E, los aminoácidos que interaccionan
directamente con el 2,3-BPG. Estos aminoácidos, así como el
efector, están representados en modo de bolas y varillas. Del
mismo modo están los grupos hemo de ambas cadenas E, que
pueden verse en parte a la derecha e izquierda de la figura.
cisamente en el hueco central que, como se ha visto en
la figura 18, existe en la molécula lejos de los grupos
hemo, lugares de unión del oxígeno. El sitio está flanqueado por los aminoácidos, así como por las hélices
H NA1-NA3 de ambas cadenas E. En ese lugar, gracias
a sus cargas negativas, el 2,3-BPG interacciona con el
grupo amino terminal de la valina NA1 y con las
cadenas laterales de His NA2, lisina EF6 e His H21 de
cada cadena. El conjunto de estos puentes salinos entre
las cargas negativas del 2,3-BPG y las positivas de los
8 aminoácidos implicados proporciona una gran estabilidad a la interacción. Como esta interacción hemoglobina-efector tiene lugar exclusivamente en la forma
T de la proteína, la presencia del efector desplaza el
equilibrio TU R hacia la izquierda. Puesto que, según
las hipótesis del modelo MWC, las formas T son las de
baja afinidad por el oxígeno, está claro que un
aumento en la concentración del efector conlleva la
transición hacia una forma de baja afinidad por el
oxígeno y, por tanto a la disociación de este ligando.
El conocimiento del modo de acción del 2,3-BPG
permitió además solucionar el mecanismo de la transferencia de oxígeno de la madre al feto. La hemoglobina fetal, que se conoce como HbF en contra-
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lugar en la reacción (Figura 20), contribuye adicionalmente, a través del efecto Bohr, a una mayor liberación
de oxígeno.
posición a la del adulto, HbA, posee dos cadenas J en
sustitución de las cadenas E. La estructura de la HbF es
prácticamente similar a la de la HbA, pero el
aminoácido H21 de la cadena J es una serina en vez de
una histidina. Al ser neutra la cadena lateral de la
serina, la carga positiva aportada por los aminoácidos
del sitio de unión es menor y la interacción HbF-(2,3BPG) resulta más débil que la que tiene lugar en el
adulto. Una unión más débil del 2,3-BPG, al ser este un
inhibidor, significa que la HbF tiene una capacidad de
ligar oxígeno mayor que la HbA y, por tanto, puede
pasar oxígeno de la sangre de la madre a la del feto.
En este momento es posible completar el esquema
de la figura 3 con unas explicaciones a nivel molecular
que, además, sirven de resumen de cuanto se viene
diciendo. La hemoglobina sale de los pulmones
cargada totalmente de oxígeno y en su forma R. En los
tejidos, la menor presión parcial de oxígeno, la mayor
acidez (pH 7,2 en condiciones basales) y el
desprendimiento de CO2 hace que, en mayor o menor
grado según los requerimientos, el oxígeno transportado se libere y la hemoglobina forme el anión carbamato. Como consecuencia de todo esto, el equilibrio
conformacional se desplaza más o menos hacia la
forma T y así retorna la hemoglobina a los pulmones.
Al llegar a ellos, la elevada presión parcial de oxígeno,
la baja proporción de CO2 en el aire inspirado y el
mayor pH (entre 7,4 y 7,5) hace que todos los procesos
sigan un camino inverso: el carbamato revierte y se
libera CO2, la hemoglobina se vuelve a cargar de
oxígeno y el equilibrio conformacional se desplaza de
nuevo hacia la forma R.
Como se recoge en el esquema de la figura 3, el
CO2, además de producir bicarbonato que se disuelve
en el plasma sanguíneo se transporta de vuelta a los
pulmones unido a la hemoglobina. Esta unión tiene
lugar mediante una reacción química, que al tener una
energía de activación baja, ocurre sin necesidad de
catálisis. Consiste en la formación de un anión carbamato al reaccionar con el grupo amino libre de la
valina N-terminal (NA1) de las cadenas D (Figura 20).
La reacción implica un ataque nucleofílico del grupo
amino al CO2 y, por tanto, requiere que el nitrógeno
amínico posea su par de electrones libre. El pKa de ese
grupo amino es menor en la forma R que en la T y, por
tanto, es más fácil encontrar desprotonado ese grupo
en la forma T que en la R. Esto explica la preferencia
del CO2 para formar carbamato con la forma T. Este
hecho, además, permite comprender que la unión del
CO2 a la hemoglobina es otro factor que permite una
liberación extra de oxígeno: la preferencia por las
formas T hace que la unión del CO2, tanto mayor
cuanto mayor sea la actividad metabólica de los
tejidos, desplaza el equilibrio TU R hacia la izquierda,
com la consiguiente pérdida de afinidad por el
oxígeno. El desprendimiento de protones que tiene
En los párrafos precedentes queda patente la sencillez con que el modelo MWC, basándose solo en las
leyes del equilibrio químico, puede dar cuenta de la
cooperatividad en la unión de oxígeno a la hemoglobina, del efecto Bohr y de la inhibición causada por
el 2,3-BPG. Quizá en este momento sea conveniente
considerar algunos aspectos más a propósito del efecto
de este inhibidor. En primer lugar, vale la pena advertir
que el conjunto de los datos experimentales encaja perfectamente en el concepto de alosterismo, tal como fue
postulado inicialmente por Monod et al. (1963). Por un
lado, el efector se une a un lugar distinto que el ligando
principal y, por tanto, la inhibición no se produce por
competencia. En segundo lugar, la transmisión del
efecto del inhibidor —lo que habitualmente se conoce
como efectos heterotrópicos— tiene lugar a través de
un cambio conformacional reversible, la transición
R ‘T. Finalmente, hay que advertir que es posible
generalizar el mecanismo de actuación del 2,3-BPG
para que se pueda aplicar a otras proteínas alostéricas.
Incluso es posible explicar de un modo análogo el
efecto de los activadores alostéricos, aunque este no
sea el caso de la hemoglobina. Monod y sus colaboradores proponen, en general, que los activadores
Figura 20. Reacción de la hemoglobina con CO2. Se detalla la
formación de carbamato entre el CO2 y los aminoácidos N-terminales de las cadenas D.
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De todas formas, al ser simples y generalizadores,
como ha de ocurrir con todos los modelos, es ocioso
decir que ni la hemoglobina ni prácticamente ninguna
otra proteína alostérica se puede definir al 100% por
uno u otro de los modelos. Como consecuencia, han
surgido modelos alternativos, modelos integradores,
etc. Algunos de ellos, se han revisado recientemente
(Ciaccio et al., 2008) pero, en definitiva, cuando han
transcurrido más de 45 años desde la propuesta del
primer modelo alostérico, todos ellos se reducen de
una forma u otra al MWC o al KNF. Algunas proteínas
se adaptan más a uno o a otro, pero es forzoso
reconocer que son más los sistemas cuyo mecanismo
permite una explicación satisfactoria basándose en el
modelo MWC, que los que pueden describirse por el
modelo KNF.
Figura 21. Un modo posible de saturación de la hemoglobina
por la molécula de dioxígeno. Las 8 especies moleculares que
se recogen en la figura son posibles, de acuerdo con el modelo MWC, pero las más abundantes son las que aparecen sobre
fondo rosa, por lo que, a efectos prácticos, se puede asumir
que el proceso de unión de dioxígeno sigue la ruta: T0 ‘ T1 ‘
T2 ‘ R2 ‘ R3 ‘ R4.
alostéricos se unen preferentemente a las formas R,
mientras que los efectores negativos lo hacen a las
formas T. En ambos casos, la unión es reversible y
tiene la consecuencia de alterar, en un sentido u otro, el
equilibrio alostérico. De este modo, los efectores
actúan variando la afinidad de la proteína por el
ligando principal, el sustrato si se trata de una enzima
(Monod et al. 1965).
Como se ha comentado anteriormente, las ecuaciones del modelo KNF también permiten un buen
ajuste de los datos experimentales de saturación de la
hemoglobina (Koshland et al. 1966). La explicación
del alosterismo, sin embargo, requiere una elaboración
más sofisticada, que el propio Koshland hizo más tarde
(Koshland, 1970) y no permite una interpretación unitaria del comportamiento de la hemoglobina, como se
acaba de ver que hace el modelo MWC.
Es preciso insistir en que el modelo MWC tiene el
encanto especial de las ideas geniales, que en su
aparente sencillez encierran un profundo significado.
Tan es así, que el modelo se ha aplicado con éxito no
sólo a la hemoglobina y a muchas enzimas alostéricas,
sino que también ha servido para explicar el comportamiento de represores genéticos o de receptores
(Changeux y Edelstein, 2001; Kardos y Nyikos, 2001),
el plegamiento de las proteínas (Horovitz et al., 2001;
Luque et al., 2002), la contracción muscular
(Khaitlina, 2001), la regulación de la coagulación sanguínea (Eigenbrot y Kirchhofer, 2002), etc.
En el caso concreto de la hemoglobina, pronto se
advirtió que algunos de los aspectos del mecanismo de
unión de oxígeno no se explicaban totalmente por el
modelo MWC. El valor de las constantes de los 4 equilibrios no se ajusta a los predichos por el tratamiento
de ese modelo. Partiendo de esa consideración y
teniendo en cuenta las diferencias en estructura terciaria de las subunidades entre la desoxi- y la oxihemoglobina (véase más arriba), el propio Perutz (1990)
propuso una posible secuencia de acontecimientos que
se esquematiza a continuación. La gran mayoría de las
moléculas de hemoglobina, en ausencia de oxígeno, se
encuentran en forma T. Aunque la unión de oxígeno
sea preferente a las formas R, dada la abundancia de
las formas T, mayoritariamente el oxígeno se unirá a
estas formas. La unión a una cadena conlleva los
cambios estructurales en el entorno del grupo hemo y
las alteraciones de estructura terciaria que se han
detallado antes. Estas alteraciones llegan a afectar los
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dominios de unión con las subunidades vecinas, lo que
va creando una cierta tensión en la molécula. Aunque
esta siga en el estado T, al irse acumulando estas tensiones a medida que avanza la saturación, llega un
momento en que la totalidad de la molécula pasa a la
forma R. El proceso podría describirse, por ejemplo,
por el esquema de la figura 21.
Hay que advertir que el rasgo fundamental del
modelo MWC seguiría conservándose aunque la unión
de oxígeno siguiera el esquema de la figura 21, toda
vez que el cambio estructural seguiría siendo concertado. Es cierto que, en parte, la explicación
macroscópica de la cooperatividad da paso, en cierto
sentido, a una descripción microscópica, pero hay que
tener en cuenta que en ese esquema solo se pretende
señalar que las formas más abundantes son las que
ocupan la zona sombreada. Al contemplar la presencia,
aunque minoritaria, de las formas fuera de esa zona, se
conservan también las propiedades macroscópicas del
modelo.
Las investigaciones más recientes sobre la hemoglobina siguen reforzando la aplicabilidad del modelo
MWC. En un estudio exhaustivo, se analizaron datos
cinéticos muy precisos sobre la disociación de complejos hemoglobina-monóxido de carbono para concluir que el modelo de dos estados sirve para explicar
satisfactoriamente la cooperatividad en la unión de ligandos a la hemoglobina (Henry et al.,1997). Por
supuesto, es necesario introducir precisiones matemáticas en las ecuaciones simples del tratamiento inicial,
pero el rasgo fundamental del modelo, es decir, el que
la transición entre dos estados conformacionales sea
concertada, parece resistir los embates del tiempo.
A MODO DE CONCLUSIÓN
En las líneas precedentes se han presentado algunos
rasgos fundamentales del comportamiento de la hemoglobina, que permiten descartar la posibilidad,
apuntada al principio, de que la hemoglobina fuera un
fracaso de la naturaleza. Realmente, aunque sea sólo
para transportar cuatro moléculas de dioxígeno, parece
evidentemente necesario ese aparente derroche de utilizar una molécula de una masa más de 500 veces
superior. Sin las propiedades de la molécula de hemoglobina estudiadas en este artículo —cooperatividad,
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efecto Bohr, inhibición alostérica por el 2,3-BPG,
unión del CO2— sería imposible la fina regulación que
se requiere para un transporte que de cuenta de los
requerimientos de cada tejido, de sus necesidades
metabólicas, de la adaptación a la altura, etc. El lector
habrá podido comprobar cómo la delicada arquitectura
de la molécula de hemoglobina permite el desarrollo
de todas esas funciones y, si ha contemplado con
espíritu abierto sus propiedades, habrá llegado a asombrarse ante el exquisito comportamiento de esa
molécula prodigiosa.
Pero hace falta una observación adicional. Toda
persona interesada en las propiedades de la hemoglobina que haya leído este artículo, habrá observado
una cierta diferencia con la presentación que se suele
hacer del comportamiento de esa molécula en los
libros de texto habituales. En efecto, en el presente
artículo se han sacrificado muchos detalles particulares del mecanismo de la hemoglobina en aras de
lograr una presentación unitaria, bajo la perspectiva
del modelo de Monod, Wyman y Changeux. Como se
ha advertido, el modelo supone una simplificación,
pero, si se es consciente de ello, no se pierde rigor
científico. Es más, puede ser preferible prescindir de
detalles y de tratamientos cuantitativos —que aquí se
han reducido al mínimo imprescindible— para lograr
una visión de conjunto del comportamiento de la
hemoglobina. Esa visión de conjunto puede servir
como de cañamazo para que la persona interesada
inserte después las precisiones y detalles necesarios
para situar adecuadamente a la hemoglobina en el
complejo mundo de la funcionalidad de las proteínas.
Pero si, por el contrario, se hubiera incidido en los
detalles, al faltar ese cañamazo, se podía caer en el
extremo que condenaría el dicho popular de que las
ramas no dejan ver el bosque. Mi intención ha sido
mostrar el bosque. A los lectores que deseen saber más
sobre la hemoglobina les resta ahora ir añadiendo las
ramas.
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