Servidumbre y libertad en la América hispana FRANCISCO MORALES PADRÓN* V amos a poner nuestra atención en dos etapas claves de la historia hispanoaericana, en las cuales los conceptos servidumbre y libertad cobran un protagonismo trascendental. Son esos momentos principios del siglo XVI, cuando España inicia su instalación en el Nuevo Mundo, y principios del siglo XIX, cuando se anuncia el final de ese dominio. En la lejana etapa del Quinientos el vocablo servidumbre, en oposición a libertad, figuró en la temprana polémica en torno al ser del aborigen americano. En el mas cercano a nosotros período de la emancipación política de Hispanoamérica, el concepto libertad fue proclamado con generosidad solo o en compañía de otros sustantivos y calificativos en oposición a esclavitud. * Catedrático Emérito de Historia de América de la Universidad de Sevilla. Primera batalla por la libertad. Colón, el primero, dispuso del destino de los aborígenes antillanos sin contar con su voluntad, y menos con la de los reyes, que mostraron pronto su enojo. Después de Colón, y con la aquiescencia real, continuó el repartimiento y la encomienda de indios entre los colonos pioneros, obligados a favorecer su incorporación cultural-religiosa . Los soberanos estimaban que "a causa de la mucha libertad que los indios tienen, huyen o se apartan de la conversión y comunicación de los cristianos por manera que [....] no quieren trabajar e andan vagamundos, ni menos' los pueden haber para los doctrinar". La corona legalizaba el repartimiento de aborígenes con el fin de lograr su incorporación. Las objeciones a tal política se barruntaban. Pronto, en 1512, los dominicos alzaron su voz denunciando las crueldades y malos tratos a que estaban sometidos los indios. Fue el dominico Antonio de Montesinos quien, en nombre de su comunidad y ante colonos y autoridades -el virrey Diego Colón-, lanzó el "primer grito en favor de la libertad en el Nuevo Mundo"() al preguntarles: "¿No son hombres ? ¿No tienen ánimas racionales ? ¿ No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos ?...Tened por cierto -les amenazó el fraile- que, en el estado que estáis, no podéis mas salvar que los moros o turcos, que carecen y no quieren la fe de Cristo". La sorpresa, ante la condena, fue grande. Los colonos consideraron que el sermón de Montesinos constituía una negación de la soberanía real, y nombraron, delegaron y enviaron una comisión que exigió al'' superior de los dominicos una rectificación. Si la primera homilía la estructuró el religioso sobre la frase "Yo soy la voz que clama en el desierto", para la segunda plática utilizó el texto: "Espérame un poco, y enseñarte he; porque todavía tengo razones en orden a Dios" Y no sólo no se retractó, sino que, como vocero de sus compañeros dominicos, cuyo concepto de la evangelización trataba de exponer, desarrolló un ataque mas profundo, advirtiéndoles a aquellos primeros pobladores que los religiosos no les admitirían a confesión y no los absolverían mas que si fueran salteadores de caminos y, desafiador, concluía Montesinos que ellos, los colonos, podían escribir a España lo que quisieran y a quien quisieran. Con claridad meridiana quedó planteado que el concepto de cristiano llevaba aparejado el de libertad, ya que la aceptación de la fe cristiana es el gesto máximo del ser libre. Los colonos claro que escribieron. La polémica estaba servida. Pronto surgieron las reacciones. Por una parte Fernando el Católico escribió al almirante y gobernador Diego Colón que hablase con los dominicos perturbadores y les demostrase que el asunto se había estudiado y solventado en 1503, cuando se discutió si los españoles podían tener indios de servicio. Si los religiosos dominicos persistían en su error, el almirante-gobernador debía de remitirlos a España en el primer navío para que su superior les castigase y evitara siguieran haciendo daño en la colonia. Por otra parte, y casi en la misma fecha (marzo de 1512), el superior de los dominicos en España reprendía a Montesinos, le instaba a no seguir predicando su escandalosa doctrina y le amenazaba con no enviar más religiosos al Nuevo Mundo si continuaba con sus prédicas. Así comenzó lo que el norteamericano Lewis Hanke consideró la primera gran batalla por la libertad humana en América. A los dominicos antillanos no les hizo mucha mella las órdenes reales ni las de sus superiores. Tanto ellos como los pobladores remitieron delegaciones a la metrópolis para exponer sus motivos y razones. Los colonos delegaron en franciscanos; los dominicos enviaron al mismo Antonio de Montesinos. Fue tal la sorpresa de Fernando el Católico al oír el memorial de agravios que Montesinos le leyó que, de inmediato, ordenó la formación de una Junta de teólogos y funcionarios o de especialistas para que estudiase el problema y redactara leyes adecuadas. La Junta celebró mas de veinte sesiones y, en ellas, uno de los predicadores del rey presentó una tesis en la que probaba dialécticamente que, si bien los indios eran libres, la ociosidad era uno de los mayores males que sufrían, y que por lo tanto era deber del rey ayudarles a vencerla. Esta tendencia de los aborígenes a gastar ociosamente el tiempo hacía que la libertad absoluta fuera perjudicial para ellos. Otro predicador real llegó al mismo resultado con citas de Santo Tomás, Duns Scoto y Aristóteles . La referencia a éste sirvió para aplicar a los naturales americanos la doctrina aristotélica de la esclavitud natural, sustentadora de que una parte de los hombres han nacido para ser esclavos(). La Junta concluyó acordando siete proposiciones en las que se reconocía la libertad de los naturales si bien debían de ser sometidos a coerción y estar cerca de los españoles a fin de fomentar su conversión. Todo se incluyó en un código conocido por Leyes de Burgos, publicadas en diciembre de 1512. La cuestión de la libertad de los aborígenes discurría subterránea para aflorar cuando procediera. Dos corrientes de pensamiento opuestas se desarrollarán a lo largo de los años representando los temas origen de divergencias: la libertad de los indios y el derecho a la conquista. En una época como aquella muy apegada al legalismo, lógico que la polémica diese la sensación de no acabar nunca. Basándose en la imperante libertad de palabra, los litigantes expusieron sus tesis, al igual que se exponía una queja al soberano. Ya lo adelantamos: un asunto de temprana discusión fue el de la naturaleza de los indios ¿Eran nobles salvajes o "perros cochinos"?. Hasta 1512 prevaleció la escuela del "perro cochino". Los indios no merecían la libertad ¿Eran seres racionales o irracionales? ¿De dónde procedían? ¿Era justo marcarles con hierro? ¿Qué grado de educación se les podía dar? ¿Los recién convertidos deberían pagar diezmos? ¿Serían los indios capaces de vivir como un labrador de Castilla? ¿Estaban en condiciones de recibir la fe? ¿Merecían la libertad? ¿Se les podía privar de ella? Distintos padres dominicos elevaron al Papa escritos alegando que los naturales del Nuevo Mundo no eran animales salvajes (bruta animalia). La bula Sublimis Deus, promulgada por Paulo III en 1537, dio respuesta al puñado de interrogaciones que acabamos de consignar, al declarar que los indígenas americanos eran verdaderos hombres, dueños de su libertad y de sus propiedades aunque no profesaran la fe de Jesucristo, y por la Veritas Ipsa del mismo año condenó la esclavitud de los indios. Cinco años mas tarde, y dado que las dos cuestiones claves en la colonización americana (justos títulos y trato a los indios) continuaban sin resolverse, el soberano ordenó la formación de una Junta, que de mayo a noviembre de 1542 discutió las citadas materias, de la que salieron las llamadas Leyes Nuevas fechadas en Barcelona el año mencionado. Entre las múltiples medidas que recoge su articulado, hemos de resaltar para nuestro propósito aquellas normas que abolían el derecho a la esclavitud, el derecho de servidumbre personal, los trabajos pesados, etc. y disponían que todos los indios serían considerados vasallos. La polémica persistiría, pero ya el indio no sería un "perro cochino". Nuevas discusiones, especialmente los debates Ginés de' Sepúlveda - Las Casas sostenidos en los comedios de la centuria, demostraron lo inoperante de las leyes dictadas sobre cómo realizar las conquistas. Pero ya la naturaleza y libertad del aborigen no era un dilema. En el siglo XVIII surgirán nuevas ideas relacionadas con la igualdad y libertad humana. Como indica Silvio Zavala, no se trata de una prolongación del pensamiento del XVI. El clima histórico y el tema mismo varían, pero las nuevas conclusiones ofrecen sorprendentes afinidades con las sostenidas por los polemistas españoles del Quinientos. Varían en el sentido de que ahora se pone mas énfasis en el grupo, en la colectividad, siendo la persona un miembro más de ella. Las cuestiones americanas en el XVIII se hacen presentes de diversas maneras: para censurar la conquista y la esclavitud de indios y negros (cuya esclavitud nutre otra corriente polémica sobre la libertad humana); para comentar la bula de Paulo III; para contraponer las luces del siglo al oscurantismo español; para tratar de la degeneración de las especies al pasar del Viejo al Nuevo Mundo; etc. Con respecto a la igualdad y la libertad de los americanos, se perciben ecos de la contienda pretérita acerca de la racionalidad de los indios. La filosofía de las luces hizo suya la figura de Las Casas. Todavía en las Cortes de Cádiz resonarán ecos de la vieja discusión en torno a la libertad y condición intelectual de los indios americanos, pero ahora en los albores del XIX es otra la libertad que se reclama y los protagonistas no son los indígenas ni quienes solicitaban la libertad para ellos, sino los patriotas que exigían la libertad para sus patrias. Literatura proindependencia, canciones e himnos. El grito de libertad que resuena por doquier en los albores del XIX no obedece a un fenómeno de inesperada eclosión. Contaba con sus precedentes. Es decir, existía una literatura dieciochesca en la que ya asoma un nuevo ideal de libertad'>. En Perú, fray Francisco Castillo y Tamayo, autor de El ciego de la Merced, se ocupa ya entre sus "conversaciones poéticas", del problema de la libertad por labios de un supuesto filósofo. Del conocido Baquíjano y Carrillo, también peruano, es un Elogio que forma parte de una historiografía relacionada con el pensamiento liberal y en la que se hacen afirmaciones generales sobre el derecho natural que culminarán en la idea de la libertad separándose de España. La archicitada Carta a los Españoles Americanos, del jesuita Juan Pablo de Vizcardo y Guzmán, es otra pieza fundamental (1792) de esa literatura que recoge ya la idea de libertad-independencia. En la Carta su autor plantea la separación entre peninsulares y españoles de América, considerando que se ha llegado a una mayoría de edad y las circunstancias histórico-sociales son de tal naturaleza diferentes a las de España, que es necesario contar con un gobierno distinto y propio. Paralela a esta historiografía académica se produce otra de carácter popular expresada en coplas donde no falta la palabra libertad. Con motivo de la rebelión de Túpac Amaru, al lado de la canción festiva o de la copla satírica, surgen unos cánticos patrióticos en los que figuran tres elementos constitutivos como aporte del momento: 1) La conciencia de patria 2) El sentimiento de la libertad, que procede de la ideología liberal y que merece toda clase de loas. De santa fue adjetivada, y de ella alguien dijo: "Libertad, nombre hechicero por ti el mundo se embellece por ti alienta, por ti crece por ti es grata la virtud". 3) Nacimiento de una corriente indigenista con fines de propaganda nacionalista. Las letras de los himnos nacionales podemos considerarlas como ejemplos de esas canciones patrióticas. En alguno de los cuales, como el argentino, se hacen unas absurdas evocaciones del mundo indígena. El sentimiento y el vocablo libertad se repite con hartura en las letras y, cuando no figura, lo sustituye una palabra semejante o una adversa condición a la de libertad: En más de un himno el verso se construye con la machacona repetición del vocablo: "Libertad, libertad, libertad" (Argentina, Bolivia y República Dominicana); "Libertad, libertad pronunció" (Perú); "Libertad, libertad orientales" y "Libertad, libertad adorada" (Uruguay). Otras veces se emplean sinónimos o contrapuestas situaciones a las de la libertad: "Rotas cadenas" (Argentina), "Servil condición y vil opresión" (Bolivia), "Ni opresores, ni siervos" (Paraguay), "humillada cerviz" (Perú), "Cadenas de esclavos" (República dominicana), "abajo cadenas" (Venezuela), etc. Fuera cadenas; abajo la opresión; libertad para todos, incluso para el indio "cautivo en su suelo". La Libertad es endiosada y entronizada en los altares. José Joaquín de Olmedo, el poeta por antonomasia de la emancipación, en La victoria de Junín, canto a Bolivar, entonará: "Venció Bolívar, el Perú fue libre; / y en triunfal pompa libertad sagrada / en el templo del sol fue colocada". Al lado de la concepción de libertad, que es igualmente anhelo, está el de independencia Libertad, independencia, nacionalidad y felicidad. Con el movimiento de independencia hispanoamericano se produce una constante exaltación del ideal de libertad. La palabra se toma mágica. Cuenta con un nuevo humus para prender y desarrollarse: el ámbito del liberalismo, donde halla desconocidos campos de aplicación: el político y el económico(). Los primeros intentos modernos de aplicar la libertad al escenario de la política se deben a los ilustrados españoles. El sintagma libertad política lo acuñan los primeros liberales entre 1810 y 1814, aunque con vacilaciones, tanto en el enunciado del campo como en la expresión léxica. Esa falta de precisión se aprecia perfectamente en la definición del vocablo que hacen los diccionarios (1803, 1817). Varias fórmulas irrumpen en el lenguaje político a partir de 1810: libertad civil, libertad política, libertad nacional, etc. De todas esas fórmulas, las que se impondrán serán libertad política y libertad civil, hijas de la expresión francesa liberté politique, liberté civil empleadas por Mirabeau en 1779. Por otra parte, los vocablos que con mas frecuencia aparecen en contraposición a la palabra libertad son despotismo, arbitrariedad, opresión, tiranía, y esclavitud. Lo vemos en los himnos y en las Constituciones. En éstas tiene cabida el principio de la libertad del individuo y el de libertades específicas, como puede ser la de conciencia o de culto. Ya en la Constitución Mexicana de Apatzingan (1814), hay un capítulo V referido a la libertad de los ciudadanos, concretamente en el artículo 40 se trata de la libertad de hablar, de discurrir y de manifestar sus opiniones por medio de la imprenta, a menos que ataque al dogma, turbe la tranquilidad pública u ofenda el honor de los ciudadanos. El significado de esclavitud para los insurgentes se expresa por medio de palabras-símbolos: cadenas, yugos, grillos. Son vocablos metafóricos en oposición a libertad. Concepto (el de libertad) que en el bando de los antiinsurgentes tiene un carácter subversivo desde la Revolución Francesa que les lleva a establecer la ecuación libertad = libertinaje, desorden, anarquía. En tanto que los políticos americanos mas progresistas identifican la libertad con la independencia. En un principio se impuso la tesis de establecer gobiernos locales de origen popular, no para separarse de España, sino para preservar los estados y los derechos del rey legítimo cautivo. Las Juntas que se formaron lo hicieron no con intenciones independentistas, sino para reasumir la soberanía y devolverla en el momento oportuno al soberano, su legítimo depositario. Pero otros, yendo mas allá, pusieron al descubierto el designio emancipador. En 1816, en la Argentina se proclamaba rotundamente la independencia. Nada quedaba de aquel plan de usar "la imagen de Fernando VII". Dominaba el objetivo de libertad e independencia a cualquier precio. "Libre e independiente del rey Fernando VII y sus sucesores y metrópoli", rezaba el documento argentino. A esa declaración se le incorporaría una frase reveladora: "y de toda otra dominación extranjera". El sentimiento de nacionalidad era un hecho. La libertad conducía a la independencia y ésta desembocaba en la nacionalidad. Tanto el deseo de libertad como el de independencia y de nacionalidad habían aumentado desde 1815. Los patriotas peninsulares y americanos exaltaban a la vez la libertad y la independencia, voces que con frecuencia figuran estrechamente relacionadas en su significado. Lo mismo ocurre con el binomio de adjetivos libre e independiente, convertidos, tanto en la metrópoli como en América, en reclamo político de los más progresistas. En este sentido, resulta muy revelador apreciar que el concepto independencia no se interpreta igual en ambas orillas. En la Península, se trataba de independencia política de Francia; mientras que en Hispanoamérica, se trataba de independencia de España. Por eso, para los liberales españoles la independencia de la metrópoli la consideraban justa, y la americana odiosa. La primera era obra de los patriotas españoles, la segunda se debía a los malos criollos. Los realistas equiparaban independencia a voces y situaciones como desorden y anarquía. En tanto que los liberales americanos calificaban de santa o de sagrada la independencia, la cual la interpretaban al principio como una ruptura del sistema de gobierno virreinal, pero sin contravenir los valores fundamentales del orden tradicional, esto es, la religión y la monarquía. Eso explica que en escritos insurgentes de primera hora aparezcan conciliadas la libertad y la independencia con la lealtad y el vasallaje al rey cautivo. Después no. Después resultarán incompatibles libertad, independencia y vasallaje. Independencia tiene el valor de autogobierno. En cuanto a la adhesión a la religión católica, salvo raras excepciones, los políticos americanos proclamaron enfáticamente su aceptación declarándola incluso religión del Estado, salvo el caso uruguayo de Artigas que exigió "La libertad de conciencia" -como lo haría O'Higgins en Chile- y propuso en su proyecto constitucional que se estableciese la "libertad de cultos", autorizándose a cada uno a "adorar a Dios en la manera y ocasiones que más le agrade... con tal que no turbe la paz pública ni embarace a los otros en su culto religioso de la Santa Iglesia Católica". El lenguaje de los políticos. Lógicamente, el lenguaje de los próceres rezuma libertad y felicidad. Bolívar, en su famosa Carta de Jamaica de 1815, expresaba a su interlocutor que la metrópoli era una desnaturalizada madrastra que quería hacerles volver a las tinieblas, pero ya se habían roto las cadenas, y la felicidad se lograba cuando una sociedad está fundada sobre las bases de la justicia, la libertad y la igualdad. A la luz de las doctrinas de los enciclopedistas franceses y de la Revolución americana, el venezolano Juan Germán Roscio lanzaba en 1817 un revulsivo escrito titulado Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo. El mismo San Martín, contagiado de fervor patriótico, proclamaba en 1818 "Después de Chacabuco el ejército español fue derrotado, Chile se hizo estado independiente, y sus habitantes empezaron a gozar de la seguridad de sus propiedades y de los frutos de la libertad". Libertad era sinónimo de independencia, de nacionalidad, de felicidad. San Martín al asumir el protectorado del Perú (1821) confesaba que "Al encargarme de la importante empresa de la libertad de este país, no tuve otro móvil que mis deseos de adelantar la sagrada causa de la América y de promover la felicidad del pueblo peruano". El mismo Bolívar, de sobrenombre El Libertador, decía en su discurso de Angostura (1819) citando a Rousseau "La libertad es un alimento suculento, pero de difícil digestión. Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer (sic) su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad" [...] "nuestra suerte ha sido puramente pasiva, nuestra existencia política ha sido siempre nula y nos hallamos en tanta más dificultad para alcanzar la Libertad cuanto que estábamos colocados en un grado inferior a la servidumbre; porque no solamente se nos había robado la Libertad...". Exageraba El Libertador y presentía el futuro. Bolívar, en advertencia a los legisladores que iban a poner los cimientos de un pueblo nuevo, se preguntaba si sus conciudadanos serían capaces de marchar con pasos firmes hacia el augusto templo de la libertad, dado que tenían entumidos (sic) sus miembros por las cadenas y debilitada la vista por las sombras de las mazmorras. Muchas, manifestaba, son las naciones que han sacudido la opresión, pero raras las que han sabido gozar de la libertad y han recaído en sus antiguos vicios políticos. Premonitorio, Bolívar no se equivocaba. Más al norte, en México, Agustín de Iturbide en proclama de 1821 insistía: "Mexicanos, ya estáis en condiciones de saludar a la patria independiente ... ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad ... Ya sabéis el modo de ser libres, a vosotros os toca señalar el de ser felices". Los deseos de los próceres no se hicieron realidad. Más de uno, Bolívar, presintió un futuro en el que la servidumbre y la esclavitud mantendrían sus fueros. San Martín, intuitivo, en su despedida de 1822 profetiza lo que podía acontecer. Ha logrado lo que prometió: la independencia. Ahora procede que la voluntad del pueblo elija su gobierno. La presencia de un militar afortunado, reconoce, es temible para los estados que de nuevo se constituyan. Rehúsa convertirse él en gobernante, aunque "siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más". Y por aquello de que libertad iba unida a felicidad, el héroe argentino deseaba a los peruanos que el destino los colmase de felicidad. Desarrollo de los sucesos. ¿Qué sucedió? Después de la guerra se expusieron las causas filosóficas y jurídicas de la rebelión que condujo a la independencia. Lograda ésta, el grupo de los terratenientes y el sector militar vencedor se hicieron cargo de la dirección nacional(5). El poder de los grupos social y económicamente relevantes se hizo patente hasta pasado 1850. Fueron unos regímenes muy personales en los que el vocablo libertad, o la práctica de la libertad, brilló por su ausencia. De los sectores medios procedían líderes revolucionarios autodidactas, estudiantes del Iluminismo, o salidos de las universidades virreinales o educados en Europa. Como tales, habían reaccionado violentamente contra la supresión de las libertades personales bajo el autoritarismo de la metrópoli y propusieron crear una Hispanoamérica independiente en la que gobernaría la razón. Con su entusiasmo por la libertad personal mostraron una atracción hacia palabras y frases indicadoras de una racionalidad que ellos identificaban con libertad, sinónimo de independencia y felicidad. Las teorías de los líderes intelectuales chocaron pronto con la realidad. La guerra pudo emancipar el cuerpo, pero no pudo liberar la mente. De un día para otro no se podía prescindir del pasado. Los monopolios, las restricciones y los privilegios continuaron. Siguieron coexistiendo distintos niveles de cultura. Surgió la anarquía, porque los constituyentes y los políticos no lograron armonizar la teoría con la práctica y los elementos responsables de la sociedad se negaron a unir la ley con la libertad. Fue así como surgió una cuestión básica en la contienda política: A) Una parte sostenía que los objetivos políticos supremos debían ser la administración eficiente y la estabilidad del Estado, aunque ello exigiera el refuerzo del poder ejecutivo. B) Otra parte sostenía que lo más importante era la libertad, con la consiguiente limitación del poder ejecutivo y los derechos del individuo. El primer grupo prefería la tiranía a la desintegración; el segundo, la desintegración a la tiranía. La controversia originó tanta inestabilidad política que cuando los representantes de la libertad lograban alcanzar el poder, sus líderes se veían con frecuencia obligados a dejar de lado las formas democráticas y olvidarse de la libertad. Era como si ésta fuera invocada para imponer la tiranía. Una vez lograda la independencia, los que valoraban más el orden público que la libertad individual ya habían afirmado su hegemonía política. En el tiempo de veinte años, los nuevos estados recorrieron un círculo político completo. Partiendo del autoritarismo de la metrópoli, pasaron al liberalismo abstracto para volver al autoritarismo esgrimido en nombre del republicanismo. Unas veces, las élites gobernantes, para mantenerse en el poder, recurrieron a los militares hechos en las guerras; otras veces, los militares ocuparon los vacíos originados por la incapacidad de los civiles, convirtiéndose los ejércitos en árbitros de los problemas políticos; y no faltó el militar llamado por el pueblo que, con un fuerte sentido mesiánico, personificaba en él la salvación. Lo único que permaneció del gobierno representativo fueron sus manifestaciones externas. El concepto jurídico de la democracia representativa no fue repudiado, pero fue desconocido. Los hechos prevalecían sobre las Constituciones. Los que se adueñaban del poder tendían a monopolizarlo, monopolio al que sólo se podía poner término en la práctica con el sangriento remedio o instrumento de la revolución. Sólo a partir de 1850, con las transformaciones económicas y la presencia inmigratoria, comenzó a cambiar el panorama. Conclusiones. Hoy, como ayer, la servidumbre y la falta de libertad prosiguen. La carencia de libertad de uno u otro tipo continúa a causa de una dependencia tecnológica, de una deuda externa impagada o de una falsa democracia El subdesarrollo, el hambre, el analfabetismo, la insalubridad, el desempleo, las desigualdades, la corrupción y la violencia persisten originando descontentos, insatisfacciones, alzamientos indígenas, guerrillas e inestabilidades. Circunstancias y factores que ocasionan la servidumbre y la carencia de libertad tal como veíamos en el pasado. Para muchos, en nuestra América, la libertad y la felicidad continúan siendo una meta. Un sueño. Notas (1) Veasé Lewis Hanke: La lucha por la justicia en la Conquista de América. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1949, y Silvio Zavala: Por la senda hispana de la libertad. México, Fondo de Cultura Económica, 1993. (2) Y no ingenuo, diría alguno, que en Decreto Civil quiere decir el que nació libre y no ha perdido la libertad. (3) Vid. Augusto Tamayo Vargas: Patria y libertad en la literatura de la Emancipación. Universidad de Piura, 1971. (4) Seguimos el logrado estudio de María Teresa García Godoy: Las Cortes de Cádiz y América. El primer vocabulario español y mejicano (1810-1814). Sevilla, Diputación Provincial, 1998. (5) Para este proceso interesa John J. Johnson: La transformación política de América Latina. Buenos Aires, Librería Hachette, 1961.