de su observación e investigación: que la influencia de Escorpión del Zodíaco era determinante para la aparición de las enfermedades venéreas. La palabra influenza, conservada en la medicina hasta hoy, tiene su origen en la antigua creencia de la influencia astral sobre las epidemias de una comarca o región. La mayoría de los medicamentos tenía su «mecanismo de acción» dependiente de los astros, y la hora exacta y el ritmo con que se habían de tomar dependía de las leyes astrales que se determinaban por medio de las tablas astrológicas, y así se prescribía: «Tómese por la noche, antes de la salida de la constelación de Cabra.» Y a esta influencia del tiempo y modo en que se tomaba lo llamaban «Elemento temporal o astral», que colaboraba en el tratamiento como factor curativo y había siempre que adaptar la administración a las constelaciones imperantes, aprovechando los rayos estelares favorables y evitando los contrarios. Las sangrías en la cabeza sólo se podían hacer en Aries. Las sangrías en el cuello habían de hacerse en Tauro. Nunca se realizarán operaciones quirúrgicas sin que la luna esté en el signo del Zodíaco, favorable al órgano correspondiente. Pues la humedad de la luna produce inflamaciones perjudiciales. Los purgantes no producen buenos efectos si Júpiter no está en conjunción con la luna, pues el carácter de Júpiter es templado y no permite ninguna reacción enérgica del cuerpo. Los poderes curativos de las plantas no se conservan activos por sí mismos, pues el poder curativo está dirigido por el planeta correspondiente y si la recolección no se hace en el «preciso momento astral», su eficacia es nula. Y se lee en los libros de aquellas épocas: ¿Qué es de la medicina que das a las mujeres si no está ajustada para que sea dirigida por Venus? ¿Qué será de la medicina para el cerebro en momentos en que la luna no está favorable? Todo esto, tan absurdo como nos parece hoy, no olvidemos que se hizo con un enorme fondo de buena fe, creyendo en su acción beneficiosa para el logro de la salud y por caridad para con el prójimo, para llevar a su espíritu la esperanza en la curación, cuando ésta no se podía lograr, y que por todo ello merece nuestro respecto y gratitud. Los grandes medicamentos empíricos, como la quina, reconocidos por su eficacia y después estudiados en sus diversas facetas y aplicaciones, siempre han logrado el tratamiento de los síntomas y aun de las mismas enfermedades, sin que precediera el diagnóstico preciso de las causas, ni tampoco se conocieran ni estas causas, ni por medio se actuaba sobre ellas. Así ocurrió con la malaria, cuando se atribuía a varios orígenes su manifestación visible; eran «calenturas intermitentes», y al tratar éstas con la quina, se creyó estar tratando la entidad morbosa calentura, sin saber por qué aparecía, ni el porqué de su intermitencia, ni por qué cuando se tomaba «buena quina» en cantidad suficiente y del modo adecuado, en el momento preciso, desaparecía el mal. Todo se reducía a admitir, porque así se veía, que la quina era un antifebrífugo directo, porque cortaba estas calenturas «a golpe seguro». Cuando Mutis atribuye las catástrofes que producía la quina en múltiples casos al error en el conocimiento y en el empleo equivocado de las especies, por la ignorancia de cuál de éstas era la que convenía en cada enfermedad, está enunciado hechos verdaderos, pero sin encontrar la solución al problema y esto le ocurrió porque hay dos grandes incógnitas que hacían inútiles todos sus magníficos razonamientos: ¿Cuál es el agente o semilla de las calenturas y cuál es el principio activo en el que reside la virtud curativa de la quina? A través del tiempo se han despejado estos dos principales enigmas y se ha visto que cada uno a su vez comprendía varios, pues el agente patógeno, por su complicado ciclo evolutivo y sus varias especies, hace que se varíe la sintomatología y el tratamiento. En cuanto al principio activo de la quina se han hallado - 89 varios que, o nublan la principal acción de la quinina o producen intoxicaciones graves como la quinidina. Nosotros, personalmente, lo atribuímos a la diversa composición química de las cortezas empleadas, pues fundamentalmente unas contenían quinina y otras cinconidina y quinidina. Cuando la quina empleada contenía cantidad suficiente de quinina, su empleo era seguido por el éxito y sonaban alabanzas y los más sonoros ditirambos, pero cuando no se lograba el efecto curativo esperado, o se obtenían resultados negativos o adversos, como no se sabía que había varias quinas y algunos sin quinina, se atribuía a falta de dosis, a mala calidad de la corteza o a alteración o falsificación y se aumentaban las cantidades hasta llegar a dosis tóxicas con aquellas que contenían quinidina, cuya elevada acción tóxica sobre el corazón a altas dosis es la que daba lugar a accidentes mortales que se atribuían a complicaciones del cuadro tóxico general del «cinconismo» que todas producían, y que eran consecuencia de la específica acción de la quinidina sobre la conducción cardíaca. Mutis, en su tiempo, por ignorarse todos estos datos y tener un conocimiento incompleto de la enfermedad, sólo lo atribuía al desconocimiento y confusiones que se producían manejando unas cortezas que habían sido arrancadas de árboles que se cosechaban a 2.000 leguas de distancia y también a su «mal empleo», no sólo porque eran diferentes las propiedades características de cada especie de quina y resultaban favorables para una clase de calentura y perjudiciales para otra, sino que tenía la convicción firme, hija de su gran experiencia, de que no sólo la cantidad y cualidad de la droga influían en sus efectos, sino que además el momento y ritmo de su administración al paciente, en relación con la aparición de los accesos febriles, dentro del ciclo periódico de las calenturas intermitentes. Y sobre este punto del modo y momento de administración de la quina, disiente con energía y pasión de iluminado con feliz dialéctica y gran acopio de hechos científicos observados en la clínica, estableciendo, de manera firme, que el mejor método para la eficacia de la quina con la menor cantidad para lograr efecto útil cortando la calentura y que no se vuelva a repetir, es administrarlo antes del acceso febril. Y en la discusión se habla de «atajar la semilla de la fiebre», pareciendo la expresión como una genial intuición o atisbo de que las calenturas fueran producidas por un agente semejante a una semilla. La práctica tradicional de dar la quina en toda su substancia fué llevada a Roma por los Padres Jesuítas y conocida después en el resto de Europa con el nombre de Schedula Romana, según las instrucciones siguientes: «Fórmula Romana».—«Corteza febrífuga del Perú». «Modo de usarse la corteza de la fiebre». «Esta corteza se importa del reino del Perú y se llama China, o mejor China de la fiebre, y se usa contra las fiebres, cuartanas y tercianas que vengan acompañadas de frío. Se emplea como sigue: »Se toman dos dracmas y se las pulveriza finamente, pasándolo por un cedazo y alrededor de tres horas antes de que deba venir la fiebre se pone en infusión, en un vaso de vino blanco fuerte y cuando el frío comienza o se siente el más ligero principio, se toma la preparación y el paciente se mete en el lecho. »Adviértase: Podrá darse esta corteza del modo dicho en la fiebre terciana, bien que ella se haya declarado desde hace muchos días. »Por experiencia continuada, ha curado a casi todos aquellos que la han tomado, habiendo primero limpiado bien el intestino. Durante cuatro días no debe tomarse ninguna otra suerte de medicación. Debe advertirse no darla sino con licencia del médico, quien juzgará si es oportuno administrarla.» Como vemos, todos aceptaban la extraordinaria virtud de esta corteza para combatir las calenturas intermitentes cuando se apli-