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MENSAJE DEL PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD
JORNADA MUNDIAL DEL SIDA, 1de diciembre de 2006
Como es costumbre, el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, que representa la
atención y la solicitud de la Iglesia hacia los que sufren en la enfermedad, especialmente para
con los menos protegidos y abandonados, en este día dedicado a escala mundial al cuidado de
los enfermos de SIDA, quiere permanecer siempre unido a ellos y, al mismo tiempo, orar e
invitar a todos para que eleven sus oraciones al Señor, de quien procede la salud y la vida, y
brindemos nuestra ayuda a estos enfermos agobiados por la terrible pandemia y a todos los
que, debido a dicha enfermedad, están heridos íntimamente: los huérfanos, las viudas y los
abuelos que se deben ocupar de sus nietos cuyos padres han muerto, etc.
Todos sabemos que para eliminar esta enfermedad el factor más importante es la prevención.
En esta jornada mundial, dedicada a los enfermos de SIDA, debemos hablar ante todo de la
prevención y en este ámbito ocupa un lugar prioritario la educación. No se trata únicamente
de simple información sobre la enfermedad o de las disposiciones para evitarla, sino de algo
que, apoderándonos, lo convertimos en un faro de vida. Se requiere una información
adecuada, por cierto, pero debemos hacerla propia, asimilarla y aplicarla colmando las
necesidades y encontrando nuevos horizontes para progresar, saber más y lograr debelar
definitivamente esta enfermedad. Sabemos bien que el SIDA tiene solamente tres vías de
transmisión : la sangre, el conducto materno filial y el acto sexual. En la prevención hay que
estar muy atentos a estos tres canales de contagio y, en particular, al contacto sanguíneo. Las
transfusiones de sangre salvan muchas vidas, pero también pueden arruinarlas. Los
responsables de los bancos de sangre y de las transfusiones en los hospitales deben tener el
máximo cuidado para no contagiar a los pacientes, evitando así, que en vez de proporcionarles
un beneficio con la transfusión, se les arruine su vida con esta enfermedad mortal. Es preciso
evitar la transmisión a través de las agujas. Es frecuente la transmisión de la enfermedad por
el uso de jeringas o agujas infectadas utilizadas para el suministro de drogas, el “piercing” y
los “tatuajes”.
Gracias a Dios, la ciencia ha hecho grandes progresos y, en muchos casos, es posible bloquear
la transmisión del SIDA como en los recién nacidos actuando en los conductos maternos.
Urge que los responsables pongan en marcha campañas necesarias para disponer de
medicamentos eficaces al tratamiento de las madres infectadas y la protección de sus hijos.
En lo que se refiere a la educación sexual, es preciso tener en cuenta ante todo que no se trata
sólo de una simple información genital, sino más bien de enseñar los verdaderos valores de la
sexualidad como expresión privilegiada del amor de Dios que permite que el hombre y la
mujer sean “lo humano” y reproduzcan la imagen de Dios en un amor total, espléndido y
fecundo. Este valor debe ser inculcado en primer lugar por la familia para luego ser reforzado,
de acuerdo con los padres, en el período escolar. También en la Catequesis de la Iglesia se
debe insistir sobre los valores fundamentales de la existencia, integrando el sentido de la
sexualidad con el del Mensaje evangélico. La sexualidad es la fuente de la vida; todo uso de la
sexualidad que no se abre a la vida sino a la muerte, es la contradicción flagrante de la esencia
misma de la sexualidad.
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Después de la fase tan importante de la prevención, tenemos una segunda fase en la que
debemos comprometernos: el cuidado y el seguimiento. Sabemos que hasta el momento no
existe curación para esta enfermedad, pero los fármacos antiretrovirales, junto con una
adecuada dieta, refuerzan el sistema inmunitario destruido por el virus y permiten ampliar
considerablemente la vida de los enfermos.
En esta etapa de la acción pastoral dedicada a los enfermos de SIDA, el aspecto más difícil es
que sean conscientes y que admitan haber sido contagiados. Ante todo, es preciso que los
“test” sean fiables y no lleven a conclusiones equivocadas, positivas o negativas. Se necesita,
además, una fe muy profunda para entender el sentido de una vida afectada por el SIDA. De
parte de los agentes sanitarios es preciso la máxima discreción y delicadeza para entender al
enfermo y acompañarlo en una vida totalmente especial, pero que con la luz de la fe podría
ser maravillosa.
La tercera fase consiste en la asistencia a los enfermos en la etapa terminal. Aquí, en la fe
cristiana, se debe asimilar el sentido pleno de la existencia. Solamente a través de la cruz se
tiene el gozo de la resurrección: cuando esta verdad es asimilada, cuando se vuelve vital, se
convierte en faro luminoso que incluso puede colmar al enfermo quizás no de bienestar pero
sí de felicidad. Él es un testigo de la vida futura. La fe cristiana nos enseña que la vida en la
tierra es sólo el inicio; la vida que seguirá no tendrá fin. Es verdad que para quien no posee la
fe cristiana, esto no tiene sentido: sin la fe la vida no conlleva un sentido definitivo
beatificante. La tercera fase, en la que intervienen los agentes sanitarios, las familias y todos
los que están al lado de los enfermos, debe estar acompañada de ternura, amor, fe y
especialmente de esperanza. Se necesita una esperanza muy fuerte, esa virtud que nos sostiene
en la fase final de la existencia.
El Mensaje del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud no es un Mensaje neutral. Es
un mensaje cristiano, que se dirige a los cristianos y también a las personas de buena voluntad
que quieren dar un sentido a su existencia, especialmente cuando se encuentran frente al paso
inevitable.
Ciudad del Vaticano, 1 de diciembre de 2006
+ Javier Card. Lozano Barragán
Presidente del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud
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