http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/utopia3.html (20 - 6 -06) Lecturas Utópicas Del Nuevo Mundo: Las Misiones Jesuitas Alfonso Prado Contenidos CONQUISTA UTÓPICA O UTOPÍA DE LA CONQUISTA LECTURA UTÓPICA DE LAS MISIONES JESUITAS PRINCIPIOS UTÓPICOS DE LA ESTRUCTURA URBANA DE LAS MISIONES BIBLIOGRAFÍA Cuando a comienzos del siglo XVI Tomás Moro comentaba a Erasmo de Rotterdam que llamaría Utopía a la isla del relato de una sociedad ideal que preparaba, difícilmente podían imaginar el alcance y significación que llegaría a tener este término. En efecto, aunque etimológicamente utopía significa no-lugar, en cuanto indeterminación geográfica y no ausencia de espacio (Chanfón, 1994: 55), el concepto muy pronto incluyó a todas las descripciones de sociedades ideales que se presentan como alternativa a las sociedades del lugar y momento en que fueron planteadas. En este sentido serían utópicas escritos tanto posteriores a Moro, vgr. Civitas Solis [1620] de Tommaso Campanella o Nova Atlantis [1627] de Francis Bacon, como anteriores, vgr. La República de Platón o La ciudad de Dios de San Agustín. Con el tiempo el término utopía ampliaría este significado hasta abarcar un amplio abanico de acepciones, a veces tan poco específicas como lo ideal, lo deseable, lo inalcanzable, lo iluso, lo intemporal, etc. ¿Qué sentido se da, entonces, al término utopía del Nuevo Mundo? Sólo desde la acepción general y poco específica del término utopía, aquella donde el sentido etimológico se entrelaza con otros afines para generar un concepto que remite al amplio abanico de significados antes referido, es posible concebir como utopías los acontecimientos prehispánicos. No tanto porque se trate de descripciones de sociedades ideales, sino en cuanto en ambos casos subyace la idea de implantar en espacio desconocido, el no-lugar del Nuevo Mundo, un sistema social, económico, religioso y, en algunos casos, urbano, considerado utópico en un lugar geográfico conocido: Europa. Estos intentos, y otros similares desarrollados en América, fueron el primer intento concreto de llevar a la práctica un sistema social utópico en el mundo moderno. CONQUISTA UTÓPICA O UTOPÍA DE LA CONQUISTA Desde esta perspctiva, el intento español de implantar un nuevo orden social en los territorios conquistandos es, y vale la pena recalcarlo, un fenómeno original en la historia de las invasiones territoriales, y uno de los aspectos más significativos de la Conquista de América. Históricamente, en una invasión que se precie, el Imperio impone, en la medida de su capacidad y del consentimiento de los afectados, sus patrones culturales al pueblo conquistado. Siguiendo este modo de actuar, fenicios, griegos y romanos repitieron en sus colonias mediterráneas la estructura social, económica y urbana respectivas, creando sociedades lo más parecidas posible a la cultura madre; y, actualmente se observa la paulatina imposición y adopción del modelo de vida del imperio estadounidense como norma universal. Oponiéndose a esta tendencia histórica, paralelamente a la ocupación territorial del continente americano los invasores peninsulares intentaron desarrollar una serie de modelos sociales y urbanos originales respecto a los europeos. América se convirtió en una especie de campo de experimentación donde aplicar las nuevas teorías sociales, económicas y urbanas que a la sazón se planteaban en Europa, y que por diversos motivos no se podían, o no se querían, implantar en el propio continente. Aunque no se debe generalizar el alcance de esta afirmación, pues aparte del oro y el honor muchos conquistadores poco veían de interés a los nuevos lares, tampoco se debe considerar la materialización del ideal utópico en América como un fenómeno aislado. Desde las reales Leyes de Indias a los intentos particulares por llevar a la práctica fundaciones basadas en los ideales sociales y religiosos del momento, vgr. el de Vasco de Quiroga presentados en esta revista, señalan la magnitud del fenómeno descrito. El fenómeno es cuando menos asombroso: ¿Por qué estos hombre, representantes del Imperio conquistador, no mantuvieron los esquemas culturales que conocían y dominaban, y procuran crear un mundo ideal en un lugar tan alejado de la metrópolis? Sin duda, el intento por hacer realidad los sueños utópicos de clérigos y seglares europeos no se puede desligar de la profunda transformación social, económica e intelectual que generó en la época la cultura humanista. Al hombre renacentista, que en virtud de su nueva cosmovisión quería romper con la filosofía escolástica y el arte gótico que lo había precedido, América le ofrecía una oportunidad única para concretar el íntimo deseo de transformación social implícito en el pensamiento del humanismo; deseo claramente reflejado en las imágenes substitutivas de la realidad que representan los relatos utópicos de la época. Y a quienes no podían viajar al Nuevo Mundo, su paulatino descubrimiento les parecía aún más ideal. Paradigmático de esta situación fue el caso las reducciones o misiones que los jesuitas establecieron entre los amerindios, principalmente guaraníes, en territorios que hoy pertenecen a países como Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil, y que concentraron la atención de bastantes pensadores de ambos lados del Atlántico. Es significativo que estos autores, si bien con matices, presentaron conclusiones bastante similares; hasta el punto en que es posible afirmar que tanto para los civiles y religiosos que levantaron el sistema de misiones, como para quienes lo comentaron desde lejos, existía una relación directa entre estos asentamientos y las sociedades descritas en las utopías en boga. Que estos asentamientos indígenas fueran objetivamente ideales es algo a demostrar. Pero, ya se sabe que las apreciaciones de lo que uno realiza y de lo que se admira desde lejos son parciales; más, aún, si las interpretaciones concuerdan con los ideales intelectuales del momento. LECTURA UTÓPICA DE LAS MISIONES JESUITAS Otro hecho interesante en las relaciones apuntadas es que no existió un modelo ideal único como base de comparación. En última instancia, el modelo utópico elegido dependía de la filosofía y las intenciones del autor, por lo tanto, el abanico de referencias es amplio: van desde sociedades ideales teocráticas, vgr. La ciudad de Dios de San Agustín, a otras de carácter más secular, vgr. La utopía de Tomás Moro. Sin embargo, coincidiendo con la recuperación renacentista de la filosofía neoplatónica, las referencias a Platón ocupan un lugar privilegiado. Basta mencionar el título de tres de los textos más conocidos que abordan el tema para comprender la importancia asignada al ateniense como referente de la obra de los jesuitas: ‘De administratione guaranaica comparate ad Republicam Platonis commentarius’ [1791], del jesuita José Manuel Perama, ‘La République des guaraníes’ de Clovis Lugon (1610-1768) y el famoso ‘Del espíritu de las Leyes’ [1791] de Montesquieu. Entre los textos utópicos y las misiones jesuitas, las similitudes más señaladas por estos autores conciernen, principalmente, a la estructura social: o Unidad étnica y cultural; una sola raza, una sola religión, un sólo idioma. o Educación general obligatoria, sin discriminación de sexos (impensable en la Europa del momento) y con gran importancia de las artes en la enseñanza. o Inexistencia de dinero y de propiedad privada; estructura social asimilada al cristianismo primitivo o socialismo o o o o cristiano pregonado por Erasmo o a la comunidad de bienes de la mayoría de las sociedades utópicas. Exaltación de la simplicidad de la vida natural. Conducta ética intachable y voluntaria; ausencia de disputas, matrimonio monógamo ... Gestión comunal a cargo del consejo de ancianos. Jornada de trabajo de seis horas obligatoria y domingos dedicados al Señor. En muchos casos estas comparaciones eran fruto de una visión parcial e idealista de una realidad bastante más compleja y menos paradisiaca de lo que los bienintencionados humanistas europeos deseaban. La comunidad de bienes era una imposición de los sacerdotes como, también, era forzosa la leva, el matrimonio monógamo y el trabajo para la comunidad, y eran los jesuitas quienes disponían de los excedentes de bienes; etc. Además, todo ello dominado por una actitud paternalista y protectora de la clase sacerdotal que dejaba poco margen a la autogestión y a la libertad personal. En favor de los jesuitas se podría señalar que en las misiones los naturales encontraron una de las mejores condiciones de vida y trabajo que los invasores dieron a los invadidos en América. No en vano Félix de Azara, hacia finales del siglo XVIII comenta: "Hay alguna razón para creer que estos famosos pueblos jesuíticos debieron su formación más al miedo que los portugueses inspiraban a los indios que al talento persuasivo de los jesuitas". PRINCIPIOS UTÓPICOS DE LA ESTRUCTURA URBANA DE LAS MISIONES El artículo De la forma urbana como utopía de la sociedad ideal de Fernando Winfield en esta revista, estudia la íntima relación que existe entre la forma urbana y la sociedad en que se sustenta. Esta relación, fundamental para el autor del artículo citado y para la mayoría de los que de uno u otro modo trabajan en la configuración de la ciudad, posee, sin embargo, muy poco interés para quienes comentaban la relación entre los utopistas y las misiones jesuitas. La forma urbana aparece en sus textos como algo secundario frente a las descripciones sociales, religiosas y económicas de las misiones y de las utopías. En cuanto a la forma urbana en sí, se constata fácilmente que no existe una transposición literal de los modelos ideales a las reducciones guaraníes; vgr. las dos ciudades que describe Platón, la de la Atlántida (Critias y Timeo) y la de los Magnetes (República), son radioconcentricas (fig. 1) y poco tienen que ver con la orotogonalidad de las misiones (fig. 2). Tampoco la distribución Amaurota, la ideal capital de la Utopía de Moro tan nombrada por los intelectuales de la época, guarda relación formal con el modelo jesuita. Y esto no fue por falta de información. Estos tenían noticias concretas de estas ciudades ideales. Es más, Martínez Díaz (1985: 30) sugiere los pensamientos vertidos por Platón, Moro, Campanella y Erasmo, "deben tomarse como obras claves en muchas de las ideas plasmadas en las reducciones". Si bien, no parece existir una relación directa entre la forma de las misiones y la de las ciudades utópicas, la observación de Martínez Díaz se puede considerar válida desde una perspectiva teórica, debido a que en la disposición de espacial y en el funcionamiento urbano de las misiones se materializan muchos de los principios urbanos y arquitectónicos comunes a las ciudades utópicas: o Localización lejos del mar y del contacto con otras culturas, en lugares elevados, saludables, con buenos vientos y fuentes de agua limpia, muros perimetrales sin o o o o o o o fines bélicos y puertas sin cerraduras, tierras de cultivo aledañas ... Homogeneidad de las leyes urbanas y arquitectónicas: distribución homogénea y apriorística de los edificios en el espacio, universalidad tipológica y métrica: una sola medida como base de todas las casas, materiales comunes, calles de anchura uniforme, barrios divididos proporcionalmente ... Prefabricación basada en la racionalidad y economía. Relación inequívoca entre forma y función; tipologías constructivas según uso y actividad. Centralidad jerarquizada del espacio urbano, representado por la plaza y dominado por la Iglesia. Número de ciudadanos limitados y sistema de asentamientos interconectados. Ausencia de ornamentación; arquitectura austera pero confortable. Arquitectura adecuada a las condiciones del lugar; materiales de la zona, aceras elevadas y porticadas, buenas ventilaciones ... Se podría argüir, eso sí, que estas relaciones entre los principios urbanos utópicos y las misiones no les son inherentes, sino propias a las fundaciones ex-novo, desde las egipcias y romanas a Camberra y Brasilia. Lo que situaría nuestra discusión y su argumentación en otro plano. Sin embargo, lo que es original y parece claro en el caso analizado, es que en los principios urbanos y arquitectónicos formalizados en las reducciones jesuitas, muchos bienintencionados europeos, imbuidos en la visión utópica de un mundo mejor formulada por el humanismo y por el estimulo de una tierra virgen de ordenanzas, vieron realizado el sueño de materializar la sociedad y la ciudad ideal. Cabe señalar, esos sí, que gran parte de las intenciones que subyacen en los principios urbanos señalados, se vieron alterados en su significación última por la imposición dominante del poder eclesiástico en las misiones. El templo y demás construcciones religiosas alteraban la homogeneidad e igualdad del modelo ideal. Se podría hablar, incluso, de dos modelos yuxtapuestos y coexistentes que tiene como punto de contacto a la plaza. A un lado de ella se situaba una ciudad con todas las características para ser considerada utópica, la de los aborígenes, y, frente a la plaza, la ciudad de la jerarquía eclesiástica, que recuerda más a la estructura de los monasterios medievales que a las ciudades y arquitecturas descritas por utopistas. Sin embargo, sea cual sea la valoración que se haga de las reducciones jesuitas, parece indudable que una comparación como la que hicieron los europeos de la época entre las misiones y las sociedades utópicas, sólo es factible en un clima intelectual predispuesto a aceptar la posibilidad de que real y objetivamente se pueda establecer en la vida cotidiana una sociedad de igualdad, fraternidad, justicia, socialismo cristiano, libertad, etc. Sin este trasfondo filosófico es muy probable que la relación mencionada ni siquiera se hubiera planteado. Me atrevo a aventurar, incluso, que la mayoría de los posibles lectores de este artículo (imbuidos de un lógico escepticismo intelectual y político tras la desaparición del socialismo real, el paulatino desmantelamiento del estado de bienestar en pro de la competitividad, el desempleo de las clases intelectuales y el resurgimiento triunfante del neoliberalismo) difícilmente creerán en la posibilidad de establecer una sociedad de igualdad y fraternidad como las descritas en los relatos utópicos humanistas, y, menos aún, creerán que ésta sociedad pueda de hecho existir en algún lugar. Por más que los folletos turísticos y la publicidad institucional intenten convencernos de lo contrario. BIBLIOGRAFÍA Azara, Felix de. 1969. Viajes por la América meridional. Espasa Calpe. Madrid. Chanfón Olmos, Carlos. 1994. "Las utopías y el México del siglo XVI" en Arquitectura del siglo XVI. Temas escogidos. Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México. Lozano, Pedro. 1970. Historia de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay, Madrid, 1754. Edición facsímil, Gregg International Publishers, Western Germany (2 vols.). Martínez Díaz, Nelson. 1985. Los jesuitas en América. Cuadernos Historia 16, nº 153