LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Y EL PODER PÚBLICO * Por SARA ACUÑA GUIROLA Catedrática de Derecho Eclesiástico del Estado Universidad de Cádiz Revistas@iustel.com Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado 34 (2014) RESUMEN: El texto está dedicado a temas de actualidad intentando poner de relieve la importancia que para los ciudadanos tiene su conciencia, como debe ser formada y el ejercicio de la libertad de conciencia en una sociedad democrática donde desgraciadamente el Poder Público extiende su influencia a través de su normas a las conductas sociales. Se adentra en la imposibilidad que, en algunos casos, tienen los ciudadanos de poder actuar conforme a sus criterios éticos o morales. Se examina la delicada cuestión de la protección de la libertad de conciencia, así como los instrumentos de protección: la objeción de conciencia y las cláusulas de conciencia. Terminando con una critica a la actuación intervencionista del Poder Público. PALABRAS CLAVE: CONCIENCIA, OBJECIÓN, CLAUSULAS DE CONCIENCIA, PROTECCIÓN, INTERVENCIONISMO, PODER PUBLICO. SUMARIO: 1.- Introducción. 2.- La conciencia. 3.- Formación de la conciencia. 4.- Libertad de conciencia. 5.- Protección de la libertad de conciencia. 6.- Actitud del poder Público en relación a la libertad de conciencia. ABSRACT: This text, devoted to topical issues, tries to highlight the importance for the individuals to have their own conscience, how this conscience should be formed and how to exercise the freedom of conscience in a democratic society where unfortunately the public authorities extend their influence through its rules on social behavior. The text explores the individuals’ inability, in some cases, to act according to their moral or ethical criteria. It examines the delicate question of the protection of freedom of conscience and the instruments to do so: the conscientious objection and the conscience clauses. The text concludes with a critique of those interventionist actions from the public authorities. KEYWORSDS: CONSCIENCE, CONSCIENTIOUS OBJECTIONS, CONSCIENCE CLAUSES, PROTECTION, STATE INTERVENTIONISM, POLITICAL POWER En momentos como los actuales, con incertidumbres y preocupaciones, deduzco que los universitarios tenemos la obligación de recapacitar sobre la realidad en la que nos * Lección inaugural. Acto de Apertura del curso académico de la Universidad de Cádiz. Curso 20132014. RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel encontramos. Las enseñanzas heredadas nos ofrecen multitud de experiencias de gran valor pero también importantes y graves errores que se deben aprovechar en forma positiva hacia el futuro. Por ello entiendo que se trata de un deber máxime cuando detrás nuestra vienen las nuevas generaciones que esperan de nosotros algo más que meras disertaciones al uso, es decir, que desde la experiencia podamos brindarles reflexiones de utilidad. En consecuencia con mis conocimientos he titulado estos pensamientos, que hoy voy a exponer, como la libertad de conciencia y el poder público. Señala Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, que no podemos exigir en todas las cosas un mismo nivel de certeza, sino que hemos de conformarnos con el que nos permitirá la materia de que se trata. En el ámbito del Derecho es imposible esa certeza objetiva por lo que me he de limitar a realizar sólo unas reflexiones, que quizás carezcan de exactitud, pero que en el mejor de los casos podrán dar alguna luz al tema de la libertad de conciencia. Muchas de las decisiones y posiciones que se adoptan en el día a día se justifican, con demasiada frecuencia, sobre la base del derecho de libertad de conciencia. Esa misma justificación se suele emplear a propósito de realizar acciones que en muchos casos son contrarias a lo establecido, bien por la costumbre, bien por el Derecho. Este argumento justificador, decisivo y respetado en muchos momentos, carecería de sentido si no se conoce el contenido de esa libertad. Libertad de conciencia que, por otra parte, se encuentra 2 recogida en muchos de los textos de las declaraciones y Pactos internacionales sobre derechos humanos y libertades públicas, como derecho-libertad. Es cierto que la Constitución española A diferencia de otras Constituciones, como la alemana, la Constitución Española no contiene el "nomen iuris" de la libertad de conciencia, no se refiere a ella, obvia esta libertad, aunque sí se refiere a otras como la ideológica, la religiosa y la de culto, en que aquella se proyecta. Es así, como proyección, el modo de 2. Artículo 18º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948):”Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión...”. Asimismo, el artículo 18º del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966) presenta idéntico texto a la Declaración Universal citada. El Convenio Europeo para la protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales (1950) artículo 9º: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión....”. Convención Americana de los Derechos Humanos (1978) expresa en su artículo 12º.1: “Toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión. La Carta Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos, establece en relación este derecho en su artículo 8º: "La libertad de conciencia, la profesión y la libre práctica de la religión están garantizadas". Pueden verse algunos otros textos internacionales, entre ellos, señalamos la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (1989), que junto a la libertad de pensamiento su artículo 14º obliga a los Estados partes a respetar el derecho del niño a la libertad de conciencia y religión. 2 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público 3 reconocimiento que realiza nuestro Tribunal Constitucional . Su sentir se encuentra en diversas sentencias que declaran que la libertad de conciencia es una consecuencia o concreción de la libertad ideológica o de creencias, situándola de este modo explícitamente en el art. 16.1 de nuestra Carta Magna. En particular el término “conciencia" es el menos utilizado o más desdibujado en nuestro texto constitucional siendo en cambio, un vocablo frecuente en los textos internacionales, como ya he indicado. Pienso que cualquier definición de libertad de conciencia, por mi parte, sería un intento fatuo máxime si no se sabe con precisión el significado de conciencia. Por lo tanto la primera interrogante a la que he de destinar mi atención antes de iniciarme en el tema, y que, por otra parte, no constituye una novedad, ya que desde la antigüedad ha sido cuestionada, es ¿existe la conciencia? La respuesta a dicha cuestión debe ser positiva. Ésta existe. Pero ¿qué es la conciencia? La conciencia, en un sentido objetivo, puede decirse que es algo etéreo y abstracto. Que forma parte de lo más íntimo del ser humano, de su esencia y naturaleza. Mientras que desde una perspectiva subjetiva, la conciencia es más bien un acto de razón, un juicio moral 4 o ético respecto de una acción particular y singular . No es, en ningún caso, un sistema objetivo, ético o moral que la persona tiene. Se puede decir que la conciencia es el punto donde se funden y confunden las convicciones y los actos exteriores. Elementos que por si mismos resultan difíciles de captar y controlar por el Derecho, ya que éste lo único que puede proteger son las actuaciones externas; y el hecho de que esos actos sean acordes con los principios o convicciones personales siempre será una presunción no susceptible de prueba, puesto que la conciencia 5 nunca puede ser aprehendida en la esfera externa del individuo . Otra opinión a tener en cuenta es que la conciencia se caracterizaría sobre la base de cuatro referentes: afecta a la propia personalidad, tiene carácter moral, lo que significa, entre otras cosas, que afecta a cuestiones importantes, de principio; ha de poseer unas mínimas notas de racionalidad, siendo susceptible de generalización y por último, sólo puede 6 hablarse de conciencia en presencia de una cierta madurez psicológica . 3 S.T.C. 15/1982. FJ 6 Queda expresamente por esta vía de interpretación jurisprudencial, incluida en el contenido del artículo 16.1 de nuestro texto fundamental. 4 ESCRIVA IVARS, J. La objeción de conciencia al uso de determinados medios terapéuticos en Formación 92, Valencia 1993, p.128 5 SOUTO PAZ, J. Antonio. Derecho eclesiástico del Estado. El Derecho de la libertad de ideas y creencias. Madrid 1995, p. 133. 6 Vid. ESCOBAR ROCA, G., La objeción de conciencia, La objeción de conciencia en la Constitución Española, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993. Pp. 50 a 53. 3 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel Un autor hace ya algún tiempo nos decía al respecto que “la conciencia es la suprema 7 norma de conducta de la persona individual” . Sin embargo, en años posteriores concreta su definición, basándose en la doctrina del Tribunal constitucional y en las definiciones facilitadas por dos diccionarios de prestigio. Considera que la conciencia “es una percepción que le dicta al sujeto lo que debe hacer y no hacer, lo que es correcto y lo que no lo es, hasta el punto de que la coherencia entre convicciones de conciencia y conductas externas es justamente la base de la dignidad personal, entendida como merecimiento de respeto 8 tanto de sí mismo como de los otros” . Sin embargo para conseguir esa percepción de la que habla este autor, el individuo no sólo debe lograr el conocimiento de sí mismo para obtener su propia unicidad, sino también ha de enfrentarse a los condicionamientos, tanto internos como externos que ineludiblemente se le presentan, y luchar, figuradamente, con ellos en pro de dicha consecución. De lo contrario, si ese proceso no lo realiza, no podrá ni pedir que se le respete, ni respetar a los demás, ni actuar con justicia, que en definitiva es la base de la unicidad de la humanidad. Por consiguiente si esa percepción se ajusta a lo indicado puede decirse que la conciencia es el acto por el cual se determina el valor moral de las acciones. Además, si la conciencia es aquel lugar donde el individuo se encuentra con uno mismo; y el Derecho entra en la regulación de las relaciones que puedan surgir del encuentro o interacción con los demás, podría a primera vista, parecer que las normas jurídicas resultan inadecuadas para regular la conciencia porque son dos planos o esferas distintas del ser humano. Pues la conciencia pertenece a lo autónomo y categórico y el Derecho al reino de 9 lo heterónomo y prudencial . Antes de adentrarme en la específica libertad de conciencia quiero recordar que la conciencia puede ser estudiada desde distintos puntos de vista: filosófico, psicológico y ético o moral. No me detendré en los dos primeros, el filosófico y el psicológico, pues se corresponden con ámbitos concretos de otras ciencias. Mis reflexiones irán dirigidas a su dimensión moral o ética por las implicaciones jurídicas que ello supone. La acepción de conciencia en el terreno de lo jurídico y su correlación con la libertad está estrechamente ligada a la autorrealización de la persona como sujeto del Derecho y por tanto con la praxis 7 LLAMAZARES FERNANDEZ, D La objeción de conciencia y la construcción científica del Derecho eclesiástico del Estado en Formación 92, Valencia 1993, p. 18 8 LLAMAZARES FERNANDEZ, D. supra, p.11 9 PRIETO SANCHÍS, L La objeción de conciencia en “Curso de Derecho eclesiástico”, Madrid 1991, p. 345 4 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público jurídica. No se puede pasar por alto su carácter dinámico, y su permanente adaptabilidad a la vida cotidiana, pues es ésta la que en gran medida determina, en cada momento, qué, es lo que debe hacerse. Pero para poder hablar de la preconizada conciencia y que ésta se ejercite en libertad, aquella, la conciencia, debe, previamente, ser formada. Llegados a este punto quiero detenerme en una pregunta de especial relevancia ¿como se forma la conciencia? FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA Para que esta formación se realice dentro de unos parámetros correctos, en mi opinión, es necesario que se haga en plena libertad, es decir, se debe crear un ambiente neutro en el que el sujeto pueda exigir su propio desarrollo ideológico y psicológico. Lo cual exige suprimir o eliminar todas las interferencias circunstanciales que puedan perturbar esta neutralidad. Esto sin lugar a dudas es una utopía, porque la realidad demuestra que todo aquello que se encuentra fuera del hombre, que lo rodea, de donde se derivan sus propias percepciones, influyen en esta formación. Me refiero a los llamados "medios cognoscitivos", que concretándolos de una manera simplista serian: los elementos del mundo exterior como la propia naturaleza y sus leyes, la influencia de los medios de comunicación dirigiendo al sujeto todo tipo de información orientada por diversas tendencias, el entorno social en el cual se mueve la persona, sus propias vivencias dentro y fuera de la familia y su experiencia personal. Todo ello, más el juicio de valor que hace el individuo sobre lo que es correcto y lo que no lo es, lo justo y lo injusto según sus propias ideas y percepciones, dan lugar a una escala de valores. La conciencia ya está formada. Si esto en principio parece claro, la problemática se plantea al intentar descubrir si esa conciencia ha sido totalmente libre en sus juicios a través de esos medios cognoscitivos, es decir si tiene un carácter plenamente subjetivo o por el contrario se siente influida por agentes extraños al individuo, los cuales de forma objetiva predeterminan sus decisiones. Lo que resulte de esta disquisición ayudará a comprobar si existe la llamada libertad de conciencia. Una vez visto, brevemente, lo más idóneo en la formación de la conciencia, paso a analizar la libertad de conciencia en sí misma. 5 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel LIBERTAD DE CONCIENCIA La moderna doctrina y desde las distintas disciplinas jurídicas que consideran objeto de tratamiento y estudio la libertad de conciencia (Constitucional, Filosofía del Derecho, Derecho Eclesiástico) no se encuentra precisamente una importante unanimidad de criterio a la hora de delimitar un concepto de la misma. La libertad de conciencia menciona al sujeto individual, remite a la dimensión más íntima de la persona. Si la libertad de pensamiento permite formular una respuesta autónoma a los interrogantes del mundo y de la vida, la libertad de conciencia constituye la proyección de las creencias, de las ideologías de las propias conductas 10 11 y por ello resulta difícil ofrecer una definición objetiva de la misma. . Algunos opinan que ésta pertenece al mundo de la racionalidad del hombre, ámbito en el que ejerce los actos más específicamente personales y los proyecta con su conducta al 12 mundo de los demás y de la sociedad . Otro sector doctrinal la relaciona íntimamente con la libertad ideológica o de pensamiento y con la libertad religiosa o de creencias, basándose en la opinión del Tribunal Constitucional, a la que ya me he referido, puesto que aquellas no constituyen compartimentos estancos, sino que poseen una raíz común. Otros, sin embargo, la consideran como la base de todas las libertades fundamentales de la persona 13 e incluso 10 En esta línea, vid. STEIN, E.: " La libertad de conciencia se refiere a las convicciones de cada individuo sobre la conducta moralmente debida, protegiendo las convicciones de los individuos de las consecuencias que podría sufrir por comportarse de acuerdo con sus creencias", en Derecho Político, trad. De F. SAINZ MORENO, Madrid, 1987. 11 A este respecto algunos autores mantienen incluso posturas, si bien minoritarias (SANCHEZ AGESTA, L. entre otros), que sostienen que pese a que la libertad de conciencia se encuentra reconocida con la mención constitucional a la libertad religiosa, aquella “sólo corresponde estrictamente a la intimidad”. Vid. SANCHEZ AGESTA, Sistema Político, de la Constitución Española: ensayo de un sistema, Madrid, 1985, p.13. 12 Así, VILADRICH al referirse al ámbito de la racionalidad y de la conciencia dice: “ Es evidente que, desde el ángulo esencial, los derechos fundamentales más importantes son los que expresan las realidades más dignas, más exclusivas o específicas, las que definen al ser humano como persona. Y éstas son aquellas que reflejan su naturaleza de ser racional: aquel ámbito en el que la unicidad e irrepetibilidad de cada persona humana, a través de sus facultades supremas -la inteligencia y la voluntad-, se descubre así misma y se realiza como mismidad digna y dueña de sí. En ese ámbito de la personalísima y singular racionalidad, en ese ámbito de la propia e inalienable conciencia, el hombre posee el libre albedrío y señorío sobre sí mismo. Y en ese ámbito donde el hombre ejerce los actos más específicamente personales y los proyecta con su conducta al mundo de los demás y de la sociedad, allí es donde puede sufrir las más importantes y radicales ventajas puesto que es ahí donde se actúa la esencia misma de su ser personal”. “Los principios informadores del Derecho eclesiástico español” en Derecho eclesiástico español. Pamplona 1983, Pp. 203 y 204. 13 Para LLAMAZARES FERNANDEZ “el derecho de libertad de conciencia es el derecho fundamental básico de los sistemas democráticos: en él encuentran su razón de ser todos los demás derechos fundamentales de la persona y, en última instancia, a él está ordenado todo el sistema. Porque esa es, en definitiva, la verdadera función del Derecho: no sólo eliminar o, cuando menos, aliviar hasta donde 6 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público 14 hay quien la concibe sólo como una concreción de la libertad de creencias . También la concretan de la siguiente forma: es aquella parcela de la libertad referida a aquel ámbito de la autonomía individual que garantiza la actuación de la persona humana de acuerdo con sus propias convicciones. Lo cierto es que todas estas corrientes doctrinales, aunque no comparten los mismos argumentos, la entienden como una manifestación del comportamiento personal con distintos matices. De manera simplista, la libertad de conciencia no sería otra cosa que la facultad que posee el ser humano de decidir sobre sus actuaciones, para tomar decisiones acerca de la bondad o maldad de las mismas, de lo que debe hacerse y de lo que no. A ello sería conveniente añadirle un matiz fundamental, no basta que la persona sea libre para actuar conforme a sus propias convicciones, sino que tiene derecho a no ser obligado a comportarse en contradicción con ellas. Pero, lo que no se establece como imperativo categórico es que esté obligado a actuar conforme a ella. Ahora bien, independientemente de las opiniones de la doctrina, quiero, para establecer una idea clara y sencilla dar una definición simple de libertad de conciencia, cual es: “obrar libremente con dignidad”. Expuestas algunas de las visiones respecto al concepto de libertad de conciencia, conviene puntualizar en este momento que en términos generales esa libertad de conciencia tiene una doble proyección y consecuencia. Por una parte, supone el derecho del individuo a formar libremente su propia conciencia. Por otra, supone el comportarse conforme a los mandatos que parten de la misma. Es obvio que esta libertad, sea independiente o forme parte de otras, constituye una dimensión básica en el hombre: no se puede hablar de una vida auténticamente humana si en los juicios morales o éticos, no por cotidianos menos relevantes, no existe una auténtica libertad. Si partimos del hecho de que a la verdad en sentido absoluto sólo se puede llegar a través de la confrontación dialéctica de las variadas y distintas opiniones que sobre un asunto se dan, habrá que respetar las ideas o particularismos de los individuos. Ese respeto sólo procederá cuando los individuos hayan alcanzado la formación de la conciencia según sea posible las contradicciones entre conciencia y ley, sino también asegurar a las personas el marco más amplio posible de libertad con tal que sea compatible con la libertad de los demás.” Derecho de libertad de conciencia. Madrid 1997, p. 15. 14 SOUTO PAZ, nos dice que la libertad de conciencia es la proyección de la libertad radical “la libertad de creencias, que se manifiesta en el comportamiento personal y que cabría interpretar como la libertad de actuar de acuerdo con las propias creencias o convicciones”. Comunidad política y libertad de creencias. Madrid 1999, p.298 7 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel los parámetros referidos anteriormente -recuerden Uds. la neutralidad-. Por eso imponer un determinado comportamiento, alegando razones de bondad, sin el necesario consenso o confrontación, significa objetivizar dicho comportamiento, ya sea en el ámbito de la familia como en un ámbito, más extenso, el social, lo que es propio de un régimen dictatorial. PROTECCIÓN DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA ¿Está protegida la libertad de conciencia? Es evidente que la norma jurídica sólo protege el ámbito de la creación de ideas, de adhesión de creencias, de elección u opciones ideológicas sin coacciones exteriores a través de las garantías propias de los derechos humanos. Pero el ámbito interno o intimidad personal en que su manifestación se produce no puede ser captado por el Derecho, únicamente lo será cuando el individuo ejercita su opinión, su acción o hace patente su omisión. Es decir, cuando realiza actos en razón de sus propias convicciones que transcienden más allá de su esfera individual, entonces estas actuaciones si pueden ser recogidas por el Derecho e irrumpir en el mismo, siendo, por tanto, jurídicamente relevantes. Pero, todos sabemos que la exteriorización de ideas y creencias en forma de acciones u omisiones no siempre es posible. A veces se puede topar con unos imperativos jurídicos, con una ideología imperante diversa a la propia o con unos poderes que no le permiten definirse porque están en contradicción con sus postulados. Esta confrontación puede acarrear, en algunos casos, una grave y total disminución de la libertad de conciencia individual. Es entonces, en el supuesto de confrontación, cuando el Derecho debe proteger o tratar de proteger la conciencia individual. Porque siendo en el marco de las relaciones sociales, el ámbito donde se exteriorizan las conciencias individuales, la norma jurídica debe asegurar una libre y autónoma elección siempre, claro está, que no se ponga en riesgo el sistema jurídico. Con ello no quiero decir que esa libertad, por el hecho de ser protegida, deba ser reglamentada. Nadie puede establecer los supuestos de conciencia individual susceptibles de tutela, ni siquiera el Estado. La relación entre el poder y la conciencia se realiza a través de la persona, y por tanto el Estado que aspire a ser algo distinto que la mera imposición del poder político por la fuerza coercitiva, deberá hacer posible la autonomía de la persona, de la 8 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público cual el legislador no es el interprete exclusivo, pues nadie puede sustituir al sujeto en el juicio 15 de su conciencia . Sin duda, tampoco cabe limitar de forma absoluta la posibilidad de que determinadas conciencias individuales, aquellas debidamente justificadas, puedan ser tenidas en cuenta, lo que ocurre en algunos momentos, recordemos cuando el Poder Público actúa de forma 16 intervencionista, queriendo influir y determinarla . Una cosa es proteger y otra es asegurar su desarrollo. La verdadera misión del Derecho será ayudar a sus destinatarios y lograr una organización social armónica, para ello habrá de tratar de eliminar las contradicciones que pueden resultar de sus actuaciones con relación a la Ley. Esto es, las normas jurídicas no deben encauzar conductas, o hacerlo mínimamente. Lo más conveniente sería que aquellas normas cuya misión es prohibir u obligar sean sólo las necesarias para asegurar la libertad 17 de todos en condiciones de igualdad . Ahora bien, una vez manifestado cual debe ser la actuación del Poder público, en mi opinión, tampoco la persona es absolutamente libre en el ejercicio de sus determinaciones de conciencia. Hay que tener en cuenta que si se le dejase actuar siempre según los dictados de su conciencia ello podría llegar a ser una situación de relativismo absoluto en el cual todo vale, dando lugar a un desconocimiento de los valores mínimos que deben informar cualquier sociedad. Estarán de acuerdo conmigo en que la libertad no consiste en que lo bueno y lo malo, lo ético y lo no ético dependan del arbitrio individual. Todo lo más, esa libertad será la razón por la que la persona pueda exigir respeto a sus decisiones en cuanto que estas sólo a ella le incumben, ya que ese derecho de libertad de conciencia es una consecuencia de su condición personal. Conviene volver a recordar que nuestro Tribunal Constitucional considera la libertad de conciencia como una concreción de la libertad ideológica y de creencias, cuando el individuo exterioriza sus convicciones y ejercita libremente sus creencias, ya tengan contenido ideológico o religioso, entonces podemos empezar a hablar del ejercicio de la libertad de conciencia. Esta libertad es, por tanto, para actuar y obrar y ello en el Derecho lleva consigo una especial plenitud. 15 Vid. En este sentido a CABRERA CARO, L. Autonomía y dignidad: la titularidad de los derechos, en Anuario Derechos Humanos, 2002, pp. 11 y ss. 16 Vid en este sentido ACUÑA GUIROLA, S. Estado intervencionista, formación y libertad de conciencia en Estudios Jurídicos en homenaje al profesor Vidal Guitarte. Valencia 1999, pp. 21 a 24. 17 LLAMAZARES FERNANDEZ, D La objeción de conciencia y la construcción científica del Derecho eclesiástico del Estado en Formación 92, Valencia 1993, p. 19 9 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel Por otra parte la libertad de conciencia en cuanto concreción de la libertad ideológica y de creencias, es una libertad pública. Como todas las libertades públicas es objeto de protección por parte de los poderes públicos y no puede ser inferida ni por ellos, ni tampoco por terceros. En consecuencia nuestro ordenamiento jurídico para ser coherente con las directrices generales de los derechos humanos, debe acoger y respetar la libertad de conciencia en el ámbito de su autonomía individual, como libertad pública que es. En una sociedad democrática la cual tenga su fundamentación en esos derechos - como es el caso de España - el respeto a la libertad de conciencia debe ser algo obvio, sin reticencias. ACTITUD DEL PODER PÚBLICO EN RELACIÓN A LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Es sabido que la doctrina no vacila en afirmar que la misión del Poder Público se concreta en reconocer la libertad de pensamiento, de conciencia y religiosa. Pues bien ese reconocimiento implica un riesgo, cual es, el posible conflicto que puede generarse entre el orden jurídico y la conducta individual cuando aquel impone unos deberes que no son acordes con la conducta que al sujeto le dicte su propia conciencia, como ya he dicho. Se plantea aquí el problema entre moral o ética y Derecho, o dicho de otra forma entramos en un campo donde se sitúan por un lado la ley política, vinculada a la política y por otro la moral y/o ética; sin que sea posible desligar una de las otras. Pero junto a ese reconocimiento debe existir la correspondiente tutela de aquellos derechos, pues de lo contrario, el individuo se encontraría desprovisto de las necesarias garantías jurídicas para hacer valer su conciencia de forma real y efectiva. Respecto al derecho de formación de la conciencia aunque no existe una positivación del mismo -lo que carece de importancia si entendemos que aquel está englobado en el derecho de libertad de conciencia- su tutela requeriría un derecho a la educación y a la enseñanza verdaderamente plural. No se puede hablar de un efectivo derecho a la libertad de conciencia si no existe una eficaz tutela. Así pues sería preciso contemplar desde el Ordenamiento la posibilidad de actuación de las conciencias individuales en el ámbito del Derecho o de lo jurídico. En una sociedad sita dentro de un Estado social y democrático de Derecho como el que en la actualidad nos encontramos en España según nuestro texto Constitucional, su sistema normativo jurídico también somete al Poder Público. El Estado, por tanto, queda sometido al Derecho. Su poder y actividad vienen regulados y controlados por la ley, entendida como expresión de la voluntad general. Y es a través del Estado de Derecho como se institucionalizaría una sociedad verdaderamente democrática. No tienen sentido hablar de 10 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público Estados de Derecho en los Estados con regímenes totalitarios o cualquier otra forma de organización política, que no cumplan las premisas básicas de un Estado sometido al Derecho como voluntad general. Estaríamos en este caso en un Estado, que situado por encima de la ley no entiende de la existencia de la conciencia individual más allá de la voluntad propia como ente supremo. El Estado moderno ha realizado un notable esfuerzo por vaciar de convicciones morales a la sociedad, en parte como secuela del dogma de neutralidad religiosa y en parte como consecuencia de la opción escogida de alejarse de cualquier moral cuya fuente no fuese el propio sentir de la sociedad. Y así, aunque entre los valores que el Estado moderno consagra y proclama actualmente, la libertad, la igualdad, la justicia etc., no figura, en modo alguno, los que se apoyan en las creencias de fe. Cuando se recurre a la religión, sólo se hace para considerarla como ejemplo de una de las razones de discriminación que no puede ser admitida. Es lógico que los Estados democráticos, respetuosos con la ley, hayan creado, de un modo sutil, como referente un tipo de moral artificial para fundamentar la justicia utilizando para ello instrumentos de democracia. Ahora bien, si el Ordenamiento jurídico en los Estados democráticos ha de servir a una idea de justicia, pero esta se desliga del que tiene su base en la religión, que es la que se puede identificar con una moral - no se olvide que la moral ha poseído un origen religioso para la vida pública - ¿en qué se fundamenta pues? Está claro que el Estado en sus formulaciones programáticas, para lograr una ética o moral estatal, ha pretendido un equilibrio que satisfaga todas las posibles definiciones de justicia encuadrables en un orden social, pero en la practica se observa que se olvida de la conciencia personal. Por tanto, es evidente, que ese pretendido equilibrio en el que encuentren encaje los derechos fundamentales a nivel individual y el derecho de la colectividad, resulta frustrado. En el Estado neutral la conciencia, que no se identifica ni con religión ni con la moral o ética inventada por el Estado y que había sido expulsada del mundo del Derecho, aparece, vigorosa, reclamando una libertad, como exigencia personal, frente a la actuación del Estado. Es decir, se pide el respeto a una conducta individual dictada por las propias convicciones. ¿Que ocurre cuando la norma no se acopla a la conciencia individual? o lo que es lo mismo, ¿que hacer cuando el Estado cree haber encontrado una norma general que sea impuesta a todos en nombre del bien común y se encuentra con individuos que se niegan a obedecerla porque alegan que no es justa para ellos y que en consecuencia 11 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel repugna a su conciencia? ¿Qué hacer cuando se produce el conflicto jurídico entre la norma legal justa para el Estado y la norma que la conciencia dicta al individuo como justa? En la actualidad, cuando tal supuesto se produce, caben dos opciones si el ordenamiento jurídico quiere realmente tutelar la libertad individual. La formula de la coexistencia entre las dos normas la jurídica y la individual es posible, instaurándose entre ambas una relación, si la norma jurídica objetiva contempla a la norma 18 individual a través de la denominada cláusula de conciencia , primera opción, reconociendo de esa forma la libertad de conciencia, garantizándola y evitando así que se produzca la objeción de conciencia, segunda opción. La objeción implica, antes que nada, la preexistencia de un deber legalmente fijado, dirigido a la persona que está vinculada por el mismo; en segundo lugar, frente a dicho deber, la persona tiene razones de conciencia que le impiden rigurosamente actuar conforme la Ley le exige; y en tercer lugar, la persona decide, valorando esas razones que no quiere, porque no puede moralmente, cumplir con ese deber. Para comprender la objeción de conciencia ha de tenerse en cuenta que sólo pueden apelar a ella quienes tienen una obligación clara y real de realizar una determinada acción jurídica. Dicha obligación, pues, debe ser de tipo personal y ha de concernirle directamente a quien pretende el status de objetor. No es sólo por razones religiosas. La objeción de conciencia, puede plantearse también por motivos éticos, morales, profesionales o axiológicos. Eso sí, éstos tienen que afectar al objetor. Muchos supuestos 19 se han generado por la vía de la práctica: objeción de conciencia al aborto, a los tratamientos médicos, objeción de conciencia fiscal, objeción de conciencia a cursar la asignatura de educación para la ciudadanía, objeción de conciencia a la celebración de matrimonios de personas del mismo sexo, objeción de conciencia a formar parte del jurado, objeción de conciencia a formar parte de mesas electorales, objeción de conciencia a los juramentos promisorios, etc. Estimo, por tanto, más conveniente que el legislador optara por la cláusula de conciencia que convirtiera las objeciones de conciencia previsibles -aquellas más abundantes- en opciones de conciencia legalmente tuteladas cuando existe la seguridad del rechazo ético de determinados sectores de la sociedad. 18 Vid al respecto Opciones de conciencia, propuestas para una Ley Autores varios. Coordinación de ROCA, M.J. Valencia, 2008. 19 Esta temática es abordada con especial detalle en Conflictos entre conciencia y ley NAVARRO VALLS, R y MARTINEZ TORRON, J. Madrid 2012. Los autores hacen un estudio exhaustivo de todos estos supuestos. 12 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público Una vez sentadas estas premisas abordaré los dos aspectos del problema que me parecen de mayor relevancia, o sea: el porqué de una libertad de conciencia y el porqué de un intervencionismo del Poder Público en la formación de la conciencia. En relación al primero debo volver atrás y repetir que la libertad de conciencia reconoce la facultad del individuo de crear sus propias convicciones, creencias o ideas y guiarse por ellas. Como consecuencia también estará reconocida la elección de sus propias creencias que conformarían esas convicciones, porque los principios no pueden venir impuestos y, por tanto, se deberá actuar según los mismos, pues para tener libertad de pensar y decidir no se necesita ningún texto jurídico. Únicamente el hombre es capaz de reflexionar sobre sí mismo, lo que le permite objetivar el mundo e intentar transfórmalo. Respecto al segundo aspecto hay que sentar la idea de que no puede formarse la conciencia de un individuo libremente en un Estado intervencionista, pues el Estado interventor sustrae a la sociedad su responsabilidad, o lo que es lo mismo, actúa como un pater familias respecto de ella. Pienso y, quizás sea una paradoja al respecto, que un sistema democrático puede llegar a ser más intervencionista que un sistema autocrático. Considero que el primero tras la bandera de la libertad y del reconocimiento de los derechos fundamentales realiza una primera reducción de sus postulados, legalizando sólo aquellas conductas que se acoplan al criterio de bondad estatal objetivado en función de los comportamientos o actuaciones de la mayoría, y que conforma esa moral artificial del Estado, cuestión ésta que implica una nueva reducción. Mientras que el segundo, el Estado intervencionista impone comportamientos sin tener en cuenta la bondad o no de los mismos, aun a riesgo y en la seguridad de que habrá una respuesta contraria por parte de los súbditos, pero no traiciona sus postulados, pues en ningún caso pretende garantizar conciencias individuales. Entiendo que aquellos derechos individuales, aunque reconocidos expresamente de forma general, para no atentar contra la integridad del ser humano, deben prevalecer respecto de los derechos sociales que el Estado debe tutelar. Sin embargo la realidad nos evidencia que los preceptos jurídicos establecidos en bien de la comunidad en general no responden a las máximas clásicas de justicia como voluntad constante y perpetua de dar a cada uno su derecho (Ulpiano), y donde no hay justicia no puede existir Derecho. No estoy en contra del Estado democrático, pero naturalmente no comparto con dicho sistema que éste no respete el derecho de las minorías e individualidades, haciendo las oportunas concesiones -a través de fórmulas legales estables- si no se pone en riesgo el sistema, máxime cuando es por todos sabido que las masas pueden ser fácilmente dirigidas. 13 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 Iustel A mi parecer, España, es ejemplo de Estado en el que cada vez, con mayor frecuencia, los poderes públicos realizan una actividad didáctica a través de la legislación. Además, y aunque sin juzgar intenciones, está claro que la evidencia basta. Estamos ante un sistema en el que, sin extenderse en lo accesorio, encontramos un fuerte dirigismo en materia universitaria, enseñanza, juicios paralelos en materia judicial a través de los medios de comunicación pues se juega con las palabras y los discursos, en definitiva se han puesto las bases para que sea posible una manipulación masiva de la sociedad, todos conocemos la frase “lo políticamente correcto”. Al darse estas circunstancias los individuos son fácilmente manipulables. O lo que es lo mismo, para formar conciencias de un modo que sea innecesario hablar de libertad. Considero que la función de las leyes no es determinar lo que es bueno o lo que es malo, sino servir para establecer un orden de relación en la estructuración y en las relaciones de la sociedad a la que sirven y, todo lo más, positivizar la bondad o maldad de los actos que entiendo ya está predeterminada por el Derecho natural, quedando pues el Derecho estatal subordinado jerárquicamente a la ley moral. Sé que con ello no estoy en la onda de la modernidad. Sin embargo si la conciencia es el punto donde se funden y confunden convicciones y actos exteriores, lo que obviamente es difícil de captar y verificar por el Derecho, lo protegible jurídicamente es sólo la libertad de producción de los actos externos, de manera que el hecho de que tales actos sean conformes con las convicciones personales constituye una presunción, no susceptible de prueba, porque la conciencia en si misma, como ya he dicho, escapa al mundo exterior. Y si la conciencia es el encuentro consigo mismo, el Derecho es el encuentro con los demás. Por consiguiente, no se trata de que las normas jurídicas resulten inadecuadas para regular las conciencias; es que como nos dice algún autor "hablan un idioma distinto". Que esto sea así no excluye, sin embargo, de manera absoluta que la conciencia pueda irrumpir vigorosamente en el ámbito del Derecho y encontrar un adecuado asentamiento. Pues la realidad nos muestra cómo el Derecho pretende proteger el ámbito de la intimidad que afecta a la creación de ideas, a la adhesión a creencias, etc. en definitiva un ámbito de libertad de elección al que el Derecho otorga las garantías propias de los Derechos fundamentales. Para concluir, debo dejar constancia que los presupuestos que desde mi punto de vista condicionan la liberta de conciencia son la justicia, la moral o ética y el Derecho. La justicia, porque regula la relación del individuo con la sociedad. Esta radica, simplemente, en el 14 Acuña Guirola – La libertad de conciencia y el poder público cumplimiento de la Ley reguladora de las relaciones de los individuos en el conjunto de la comunidad para alcanzar el bien común. Ahora bien, no podemos olvidar que tanto el bien común como el particular se complementan, por ello habría que añadir a ello la necesidad de 20 que exista un vinculo entre los hombres que les permita respetarse ;la moral o ética entendidas y referidas ambas a acciones personales, en cuanto estas sean susceptibles de valoración; no existe individuo que no se sienta obligado a actuar de una manera más o menos determinada, guiado por una ideología- entre una serie de posturas elige aquella que concuerda con sus postulados- fundada en reflexiones personales; y por último el Derecho, al que me vengo refiriendo, que debe asegurar el libre ejercicio de la conciencia, ayudado por una serie de garantías institucionales. En mi opinión, el Derecho solamente legitima su pretensión de tutela en ese ámbito de intimidad cuando aquella se concreta en normatizar la realidad social conforme a los intereses, inquietudes, anhelos etc., de todas las personas que solicitan tal regulación, y que son consumidores finales de la norma. Y el jurista será fiel a su misión cuando de respuesta, de la forma más apropiada y satisfactoria, a la variedad de intereses en juego: conciencia social e individual y su manifestación y Derecho y su función ordenadora. 20 ACUÑA GUIROLA, S, “Estado intervencionista……op.cit, p. 285 15 RGDCDEE 34 (2014) 1-16 16 Iustel