R iqueza de formas, frondosidad ornamental, preferencia por la expresión en plano, vigor primitivo, derroche de fantasía, intensidad cromática, pasión y fatalismo, audacia viril y melancolía resignada, sentido mágico, son otros tantos rasgos que se pueden desglosar de la riqueza inagotable del arte latinoamericano. Pero quien crea poder agotar el tema con una enumeración de esta naturaleza está profundamente errado. Y lo estará más aún quien sienta la necesidad de limitar en un grupo restringido de conceptos la definición del arte de un continente con varios milenios de historia cultural. Cuidémonos de cerrar artificialmente el paso al futuro o de hacer aún más difícil la labor de los artistas actuales al señalarles modelos rígidos que no sólo reflejarán imperfectamente el arte del pasado, sino que por añadidura tergiversarán las coordenadas del problema presente. El arte latinoamericano posee una riqueza que desborda estos límites y encierra la promesa de un futuro cargado de nuevas realizaciones, como las que ya han tomado forma en nuestros días en la literatura del continente. Francisco Stastny 83