La vida es siempre un proceso donde vamos encontrando pistas para llegar a la madurez humana. ¿Cómo podemos saber si estamos caminando bien en este proceso de madurez? ¿Cómo es la persona madura tanto espiritual como emocionalmente? Para contestar a estas preguntas podemos analizar que la persona madura: No busca lo suyo, sino el bien de su familia y su trascendencia. No se enfada fácilmente, tiene paciencia. No protagoniza berrinches infantiles. No es jactancioso, no se envanece. No desea siempre ser el centro de atención. Es discreto, íntegro. Ha adquirido sabiduría con la experiencia. Tiene corazón de padre o de madre. Perdona a sus hijos. No guarda rencor. No gusta de los chismes, las calumnias o malas noticias. Se goza de la verdad. No tiene envidia. Conoce su identidad, su valor. Sabe que en la vida hay momentos buenos y momentos malos y sabe encararlos. Tolera la frustración y sabe manejarla. Sabe distanciarse sanamente de los padres. Se preocupa por los demás, no es egoísta ni egocéntrico. Da consuelo y ayuda a los débiles y menos afortunados. Es un ejemplo para los demás. No solamente en palabras, sino en hechos y en verdad. Sabe amar y sabe manifestar su amor y su aprecio. Para lograr avanzar en el camino de la madurez es necesario renunciar a una serie de actuaciones en la vida: Renuncie al derecho de quejarse. Renuncie al derecho de guardar rencor. Renuncie al deseo de buscar solamente lo suyo. Renuncie al derecho de enfadarse por cosas insignificantes. Renuncie a gastar inútilmente su dinero, su tiempo. Renuncie al derecho de vengarse. Renuncie a criticar y juzgar a los demás. Renuncie al derecho de mentir o de actuar como un hipócrita. Renuncie a hablar de cosas que no edifican.