SAN MARTIN Y BOLIVAR EN GUAYAQUIL: Un hito que ejemplifica nuestra historia y nuestros problemas. Por Jorge Guldenzoph Han pasado casi doscientos años desde que la gesta emancipadora latinoamericana comenzará, y aunque muchas cosas han cambiado, los retos y tragedias que enfrentaron los Próceres o Libertadores de estas tierras - según prefiera llamárseles - siguen allí. Hemos venerado el esfuerzo de esos ilustres su esfuerzo por lograr la Independencia, pero hemos evitado pensar las dificultades del presente a la luz ese pasado. Cuesta apreciar que no podemos marchar hacia “adelante” sin “desatar” muchos asuntos que quedaron - por decirlo de alguna manera mal acomodados o mal resueltos en el período entre el derrumbe de España ante las invasiones napoleónicas hasta por lo menos 1830, año en que mueren Bolívar – de muerte natural – y Sucre, asesinado. En 1829 Simón Bolívar escribía totalmente desencantado que “La América es un caos. El Perú está preparado para mil revoluciones. En Bolivia en cinco días ha habido tres presidentes y han matado dos. En Buenos Aires el presidente legítimo es derrotado. El pueblo tomó parte en la revolución de México...En Guatemala sigue todo peor que antes, y en Chile lo mismo”. Un mes antes de morir, el 17 de diciembre de 1830, el Libertador manifestaba nuevamente su pesar diciendo: “Yo he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1) la América es ingobernable para nosotros; 2) el que sirve a la revolución ara en el mar; 3) la única cosa que puede hacerse en América es emigrar”. Han pasado más de ciento setenta años de esa carta y América Latina ha pasado por turbulencias de todo tipo y ha experimentado vías de distinta índole para conseguir ir en una dirección cierta. El retorno a la democracia en el Cono Sur, la pacificación de América Central, la normalización institucional en el conjunto del Continente – a excepción de Cuba – que sucedió entre la segunda mitad de los años ochenta y que pareció consolidarse en la primera de los noventa, esta hoy siendo puesta a prueba. América Latina se manifiesta en gran medida ingobernable, salvo excepciones, y los pueblos acucian por soluciones, para problemas nuevos y muchos de un pasado irresuelto. Hay dos magníficos libros, escritos ambos por británicos (que bien saben de la historia de nuestro continente) que tienen algunas secciones y capítulos extraordinarios para entender el pasado y como este – tal cual cadenas – nos ata en el presente. Me refiero a “Las Revoluciones hispanoamericanas 1808-1826” de John Lynch y “Los Libertadores. La Lucha por la Independencia de América Latina (1810-1830) de Robert Harvet. Especialmente en ambos se pone en evidencia las raíces de los males que nos han acompañado durante el siglo XX y que parecen querer seguir acompañándonos en el nuevo. Los personalismos, el caudillismo, la tendencia a dirimir las diferencias por medios violentos, los nacionalismos y regionalismos, las luchas entre derecha e izquierda, la burocracia estatal (preferencia por los empleos públicos), el centralismo, el militarismo, entre otros. Al fin muchos de los problemas originados durante la gesta emancipadora eran el resultado del carácter y naturaleza del Imperio Español diferente al Británico. Las luchas interregionales que impidieron la unidad de América del Sur en el proceso emancipador eran resultados de las pugnas que ya existían desde antes entre los Virreinatos y Capitanías. Todos desconfiaban de todos y todos se sentían amenazados por todos. Solo el poder central unificaba mediante la fuerza aplicando el divide y reinarás. No fue entonces casualidad lo que sucedió con los principales Libertadores: Francisco Miranda murió abandonado por sus seguidores en una cárcel española; Simón Bolívar fallece desengañado del destino de América Latina en un pueblo de la costa colombiana; San Martín, muere luego de dos década de exilio en Francia; Bernardo O´Higgins, deja de existir exilado en Lima; José Gervasio Artigas, deja de existir en una lejana zona de Paraguay; Antonio José de Sucre, el héroe de Ayacucho, es asesinado por sus rivales políticos y Agustín de Iturbide, apresado y ejecutado. La realidad es que la lucha por la Independencia fue una lucha no solo de los criollos contra los españoles sino una lucha entre criollos por el poder antes que la Independencia fuera lograda y las nuevas naciones pudieran consolidarse. Las críticas que hacia por aquel entonces un conservador colombiano contra los liberales, por su soberbia, tienen el mismo tono, de las que hoy se cruzan entre los rivales políticos en los países latinoamericanos: “ellos solos dicen la verdad, ellos solo son los hombres honrados, ellos solo son los patriotas. Los que no se pertenecen son falsarios, traidores, absolutistas”. Si hay un hito que marca esta desunión, es el encuentro entre José de San Martín y Simón Bolívar en la ciudad puerto de Guayaquil, apetecida por peruanos y colombianos. Estos dos “gigantes”, el Protector (San Martín) y el Libertador (Simón Bolívar) representaban dos caracteres, experiencias de vida, formas de actuar y pensar, diferentes. Ambos se necesitaban, aunque en el momento del encuentro San Martín necesitaba más de Bolívar que viceversa. San Martín acude a Guayaquil y se encuentra con Bolívar el 26 y 27 de julio de 1822, y es recibido de una forma y en un ambiente diferente a lo que era su estilo natural, de escasa pompa. Dejemos para los historiadores quién de los dos tenía mas o menos razón o cuál poseía un carácter más noble. El hecho es que de Guayaquil no salió la unidad, sino sello el retiro de San Martín quién optó por dejar sus posiciones de poder en el resto del Continente. Ambos no marcharon juntos a terminar la liberación de América del Sur de las fuerzas españolas y ambos no conjugaron su enorme prestigio para consolidar las nacientes repúblicas. El resultado de su fracaso en unirse selló en gran medida la división del continente y la inestabilidad. Puede que sea demasiado adjudicar a la ausencia de resultados del encuentro entre ambos en Guayaquil tantos males. Pero en la responsabilidad de ambos estaba en gran medida de que la historia hubiera sido diferente. En el libro de Robert Harvet que ya cite, en el capítulo último titulado “El Legado” se dice “América Latina se desintegró en distintos estados, en cuanto la única fuerza que los unía – el dominio imperial – desapareció. Cada uno de ellos persiguió con celo político nacionalista que, no sólo frenaron el desarrollo, sino que hicieron difícil y hasta imposible el concurso del capital, comercio y personas, que lo habría alentado. La abundancia agrícola de Argentina y el sur de Brasil no se usó para alimentar a los pueblos de Bolivia y Perú. La riqueza minera de Perú no se usó para proporcionar el capital que necesitaban las industrias de Brasil y Venezuela, etcétera, etcétera”. Ha pasado mucho tiempo, pero mirando la situación global, no parece haber sido el suficiente para aprender los errores cometidos en la historia. Sigue siendo más fácil para todos “ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el propio”.