LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL

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LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL
Los motivos que llevaron al Gral. José de San Martín a esta entrevista, son los siguientes a saber: los heridos y
las bajas sufridas en la campaña del Perú, la imposibilidad de recibir refuerzos desde Chile y las Provincias
Unidas y la epidemia que azotó al ejército Libertador, en la que morían a razón de más de 20 soldados por día;
en las filas del ejército realista sucedía otro tanto. San Martín mismo cae afiebrado en cama, y a los siete días
puede levantarse y confiesa: “estoy muy abatido, si continúo así, pronto daré en tierra”.
Él y sus soldados, son espectros que la fiebre consume, pero la guerra continúa y los negros esclavos que se
incorporan al ejército Libertador, y a quienes el Gral. San Martín les promete ser libres, no tienen ninguna
instrucción militar, y no hay tiempo para instruirlos, además, no se podía confiar demasiado en ellos. Lo mismo
sucedía con los peruanos que se incorporaban. A estos serios problemas, debemos agregar el auxilio pedido a
San Martín por el Gral. Sucre desde el Reino de Quito. Éste, lugar teniente del Gral. Bolívar, se encontraba en
una situación seriamente comprometida ante las fuerzas realistas superiores del Gral. Aymerich, lo cual hacía
peligrar la revolución de los guayaquileños.
San Martín, de inmediato le envía una fuerza de 1335 combatientes, y con estos, unos escuadrones de
granaderos con su brillante oficialidad, los que junto a las fuerzas de Sucre, obtienen las victorias de Riobamba
y Pichincha, entrando triunfantes en Quito.
El Mariscal José Antonio de Sucre, sus oficiales y soldados, quedaron maravillados por la disciplina y capacidad
combativa de las fuerzas enviadas por el Libertador José de San Martín.
Sucre mandó a imprimir medallas recordatorias y de agradecimientos a las fuerzas, cuya inscripción decía: “Yo
soy de los de Riobamba”.
El Libertador Simón Bolívar, enterado de esos triunfos, le agradece al Libertador San Martín desde Colombia y
le ofrece el concurso de sus fuerzas, cuando el Perú lo requiera y cuando termine la campaña de Colombia.
Estas declaraciones de Bolívar entusiasman a San Martín, pero los que conocieron a Bolívar, aseguran que no
tenía muchas simpatías por los hombres de Buenos Aires.
A Bolívar le agradaba que le prodigasen homenajes, pues, era su debilidad en su grandeza de Libertador.
Necesario es reconocer que no fue un hombre fuerte, bastaría saber que cuando no está seguro de contar con
la rendida admiración de quienes le rodean, se muestra agresivo; decían los jefes subalternos, que su ejército
se componía de un jefe absoluto, Bolívar, y de soldados; “Los jefes éramos a veces tratados peor que a los
soldados”, así decía el Gral. Mosquera, venezolano.
En Quito se le ofrece un gran banquete, al que concurren los jefes y oficiales colombianos, peruanos, chilenos
y argentinos de las divisiones vencedoras en Riobamba y Pichincha. Bolívar, buen orador y aficionado a los
brindis, pronuncia varios discursos aquella noche y en uno de ellos, arrastrado por su elocuencia, llega a decir:
“No tardará mucho el día, en que pasearé el pabellón triunfante de la Gran Colombia hasta las márgenes del
Plata”. El Comandante de Granaderos a Caballo, Juan Galo de Lavalle, que no aceptaba ninguna ligereza, ni
aún de sus superiores, pónese luego de pie, y brinda a su vez en tono enérgico con las siguientes palabras: “La
República Argentina se halla independiente y libre de la dominación española, y lo ha estado desde el día en
que declaró su emancipación el 25 de mayo de 1810. En todas las tentativas para reconquistar su territorio, los
realistas han sido derrotados. Nuestro Himno Nacional consagra sus triunfos; brindo por la independencia de
América”.
La llegada del Libertador Bolívar al Reino de Quito, tenía por objeto, anexar ese territorio a la Gran Colombia,
etc.
Posteriormente, el anuncio de la visita del Gral. San Martín, hace escribir a Bolívar cartas encendidas de
amistad rebosantes de júbilo.
El día en que el Libertador San Martín desembarca de la goleta Macedonia en Guayaquil -26 de julio de 1822-,
es feriado.
El pueblo lo aclama con sostenido entusiasmo. Las tropas colombianas le rinden honores. El Libertador Simón
Bolívar lo espera, vestido de gran uniforme, rodeado de su estado mayor, al pie de la escalera de la casa donde
va a hospedarse. Se abrazan. Bolívar exclama: ¡Al fin
se cumplen mis deseos de conocer al renombrado Gral. San Martín! El protector responde con palabras
parecidas, y ambos suben asidos familiarmente del brazo, entre las aclamaciones del público. En el salón de
honor de la casa, San Martín pudo conocer a los hombres que acompañan a Bolívar.
Desfilan corporaciones diversas, comisiones de damas ecuatorianas. Una joven dama, que era la mas radiante
belleza de Guayaquil, se adelante y ciñe la frente de San Martín con una corona de laureles de oro esmaltado.
El Gral. poco acostumbrado a estas manifestaciones teatrales, y enemigo de ellas por temperamento, se
ruboriza, y quitándosela con amabilidad, dice que no merecía aquella demostración, que otros eran sin duda
mas acreedores que él, pero que conservaría el presente, por los sentimientos patrióticos que lo inspiraban, y
por las manos que lo ofrecían, como recuerdo de uno de los días mas felices. A continuación comienza la
retirada de la concurrencia, y quedan solo los dos Libertadores.
Se cierran las puertas y hablan sin testigos, por espacio de hora y media. Al día siguiente, en casa donde se
aloja Bolívar, tienen otra entrevista, la cual se prolonga durante cuatro horas, también secreta. A las cinco de
la tarde, asisten ambos Libertadores a un gran banquete, dado en honor del huésped.
El Libertador Bolívar brinda en aquella ocasión de pie, ante todos los comensales: “Por los dos hombres mas
grandes de la América del Sur, el Gral. San Martín y yo”. San Martín responde el brindis: “Por la pronta
conclusión de la guerra, por la organización de las diferentes repúblicas del continente, y por la salud del
Libertador de Colombia.” Después del banquete pasan al baile, del que Bolívar participa danzando con
entusiasmo.
San Martín permanece como frío espectador, al parecer preocupado por pensamientos serios. A la una de la
mañana llama a su edecán y le dice: Vámonos, no puedo soportar mas este bullicio.
Un ayudante de servicio le hace salir por una puerta excusada.
Según lo convenido con Bolívar, de quien ya se había despedido para siempre, San Martín va directamente al
embarcadero.
Una hora después, parte la goleta, que lo traslada al Perú, el Libertador no hace ningún comentario, un
ayudante de abordo le oye decir al día siguiente: “El Libertador Bolívar nos ha ganado de mano”. Pues había
llegado a Guayaquil antes que San Martín a dicha conferencia, y había incorporado el Reino de Quito a la Gran
Colombia, pero la mayoría de la población anhelaba ser libre o seguir aliada al Perú, pero ahí estaban las
fuerzas colombianas para impedirlo.
Al llegar al puerto del Callao, la única referencia que le escuchan sus allegados es esta: “Bolívar no es el
hombre que pensábamos”. Los resultados de la entrevista de Guayaquil, pueden servir para averiguar que fue
lo que trataron en ella los generales de la libertad. La decepción de San Martín señala el hecho de que él chocó
de buena fe con la ambición de Bolívar.
Se necesitaba la cooperación de las fuerzas de Bolívar, pero él oponía inconvenientes, más imaginarios que
reales, para ir en ayuda de los peruanos. Ofreció el envío de unos batallones, que no serían suficientes para
terminar la contienda.
Pidióle San Martín, que concurriera con todas sus fuerzas, y hasta llegó a ofrecerle combatir a su lado como su
segundo.
Bolívar se excusó, dijo que no estaba aún decidido a combatir en el Perú, y aunque lo estuviera, su delicadeza
no le permitiría dar órdenes al Gral. San Martín.
Muchos años después, en 1846, Domingo Faustino Sarmiento en su viaje a Francia, visita al general José de
San Martín -en su exilio voluntario- en Grand Bourg, ubicado este pueblo a unos veinticinco kilómetros de
París. Según Sarmiento, el glorioso viejo hízole esta confidencia: Estábamos sentados, Bolívar y yo en un sofá.
Mirándolo de arriba abajo, pues nunca obtuve que me mirara de frente, pude contemplar el esfuerzo visible
para cubrir con subterfugios, escapatorias y sofismas el plan de apoderarse del mando.
Los signos más característicos del Gral. Bolívar eran un orgullo muy marcado, lo que presentaba un gran
contraste con no mirar de frente a la persona que hablaba, a menos que no fuera muy inferior.
Su falta de franqueza me fue demostrada en las conferencias que tuve con él en Guayaquil, en las que jamás
contestó a mis propuestas de un modo positivo y siempre en términos evasivos.
El tono que empleaba con sus generales era extremadamente altanero, y poco digno de conciliarse con
adhesión.
Noté, y el mismo me lo dijo, que su principal confianza la depositaba en los jefes ingleses, que tenía en su
ejército.
Por otra parte, sus maneras eran distinguidas y demostraba haber recibido una buena educación, y aunque su
lenguaje fuera algunas veces algo grosero, me pareció que no le era natural el tenerlo, sino que lo empleaba
para darse un aire mas militar, ya que su físico no le ayudaba; la opinión pública lo acusaba de una ambición
desmedida de mando y su conducta confirmó esta opinión.
La misma lo caracterizaba de un gran desinterés, y en mi concepto, y con justicia, lo que comprueba esta
verdad es el haber muerto en la indigencia. Y lo que mas caracterizaba el alma de este gran hombre
extraordinario fue una constancia a toda prueba, en los diferentes contrastes que sufrió en tan dilatada como
penosa guerra en el espacio de trece años; en conclusión, puede asegurarse que una gran parte de la
independencia de la América del Sur, se debe a los esfuerzos del Gral. Bolívar.
El Libertador José de San Martín, al decir de Domingo Faustino Sarmiento, comprendió que el Gral. Venezolano
no quería hacer causa común con él.
Y pensó entonces en retirarse. Dejaría que el Perú, con los restos de tropas chilenas, peruanas y argentinas,
continuasen la lucha; se marcharía dejando la puerta abierta para que Bolívar entrara con sus fuerzas en Perú,
sin pensar que San Martín pudiera ser un obstáculo a su ambición de mando y gloria, y con su ejército, y las
fuerzas antes nombradas, terminara con la dominación realista en América del Sur.
Decía el Libertador José de San Martín, que lo importante era la independencia de los pueblos, y no la
situación de las personas.
Había, además, necesidad de evitar todo escándalo y no estaba San Martín dispuesto “a dar ni un solo día de
zambra a los godos”. Por eso se sacrificó.
EL CONGRESO CONSTITUYENTE DEL PERÚ
Al regresar San Martín de Guayaquil, encuentra a los limeños revueltos, su ministro Bernardo de Monteagudo,
ha sido separado de su cargo, y provisoriamente detenido en su casa. La presencia de San Martín aquieta los
ánimos.
Es recibido con agasajos, pero no se alucina y comprende que el pueblo comienza a cansarse de su gobierno.
Hay que dejarlo librado a su propio destino.
Convocado e instalado el Congreso, al otro día San Martín piensa embarcarse para Chile, y de su entrevista con
Bolívar, ni una palabra. ¿Para qué perjudicar la causa americana?
Ni a su íntimo amigo Bernardo O`Higgins, le escribe la verdad de la conferencia, solamente le escribe estas
palabras: “Me reconvendrá usted por no concluir la obra empezada, tiene mucha razón, pero mas la tengo yo,
estoy cansado de que me llamen tirano, que quiero ser rey, emperador y hasta demonio; por otra parte, mi
salud está muy deteriorada; la temperatura de este país me lleva a la tumba. En fin, mi juventud fue sacrificada
al servicio de los españoles, y mi edad media, al de mi Patria y América. Creo que tengo derecho a disponer de
mi vejez”.
San Martín reasume el mando del Ejército en cuanto llega a Lima. El Perú no quedaría a merced de cualquier
aventurero; contando con aquella defensa, no eran según el, suficientes para asegurar la victoria, pero unidas
a las fuerzas que comandaba el Libertador Bolívar, sí lo serían.
Era el, pues, “el único obstáculo para que Bolívar viniera al Perú. San Martín tiene la abnegación y el heroísmo
de renunciar al poder y a la gloria, eliminándose por propia voluntad del famoso escenario, sacrificando su
honor y su reputación por servir a la América, según sus propias palabras. El 20 de septiembre de 1822 queda
instalado el primer Congreso Constituyente del Perú, convocado por el Protector, conforme con su promesa así
cumplida, de gobernar solamente por un año”.
San Martín concurre a la sesión inaugural con uniforme de gala, usado en esa sola ocasión, para darle mayor
solemnidad. Frente a la Asamblea del Pueblo, quítase la banda, símbolo de su autoridad, diciendo: “Al deponer
la insignia que caracteriza al Jefe Supremo del Perú, no hago sino cumplir con mis deberes y con los de mi
corazón, si algo tienen que agradecerme los peruanos, es el ejercicio del poder, que el imperio de las
circunstancias me hizo obtener. Hoy felizmente que lo dimito, pido al Ser Supremo el acierto, luces y tino que se
necesitan para hacer la felicidad de sus representados”.
Desde este momento queda instalado el Congreso Soberano, y el pueblo reasume el poder en todas sus
partes; deja sobre la mesa sus pliegos cerrados y se retira entre vivas y aplausos. Posteriormente abre uno de
los pliegos. Es su renuncia de todo mando futuro.
El Congreso vota una acción de gracias al ex protector, “COMO EL PRIMER SOLDADO DE LA LIBERTAD”, y lo
nombra Generalísimo de los Ejércitos de Mar y Tierra, con una pensión vitalicia de doce mil pesos anuales, de
los cuales le llegaron algunas migajas. San Martín acepta el título, pero declina su ejercicio; el Congreso insiste,
San Martín repite su renuncia. Se acuerda entonces, que lleve el título de Fundador de la Libertad del Perú,
con el uso de la banda de que se había despojado y el grado de Capitán General y que se le erigiese una
estatua y que mientras tanto se colocase su busto en la Biblioteca Nacional, por él fundada. San Martín, al
enterarse de aquellos homenajes, en forma de agradecimiento, simpáticamente sonríe.
Por la noche de aquel mismo día, 20 de septiembre de 1822, ya en su casa de La Magdalena, libre de esa
pesada carga, le comunica a Tomás Guido, quien era su secretario, y había sido su ministro, su intención de
partir para Chile.
Guido quedó sorprendido, no podía aceptar que el Libertador se retirara del Perú, sin concluir su obra.
Pero San Martín creyó que era necesario anteponer los intereses de América a cualquier otro interés.
Creyó también, que era necesario marcharse, y cuanto antes, mejor. Y le contesta a Guido de esta manera,
pidiéndole guardar secreto, “Nadie me apeará de la convicción en que estoy, de que mi presencia en el Perú, le
traería mas desgracias que mi separación. Por muchos motivos, no puedo ya mantenerme en mi puesto, sino
bajo condiciones contrarias a mis sentimientos y a mis convicciones. Para mantener la disciplina en el ejército,
tendría que fusilar algunos jefes, y me falta valor para hacerlo con compañeros que me han servido en los días
felices y desgraciados”. Hace un silencio y luego agrega: “Además, existe una dificultad mayor, que no podría
vencer sino a costa de la suerte del País, y de mi propio crédito. Bolívar y yo no cabemos en el Perú. He
penetrado sus miras, he comprendido su disgusto por la gloria que pudiera caberme en la terminación de la
campaña. El no excusaría medios para penetrar en el Perú, y tal vez no pudiese evitar yo un conflicto, dando al
mundo un escándalo, y los que ganarían serían los maturrangos. ¡Eso no! Que entre Bolívar en el Perú, y si
asegura lo que hemos ganado y algo mas, me daré por muy satisfecho, porque de cualquier modo triunfará
América.”
Poco después, a las diez de la noche de ese mismo día, su asistente en su casa, le anuncia que estaba listo para
la marcha hacia el puerto.
El Libertador San Martín, abraza a Tomás Guido, despidiéndose, monta a caballo y se va rumbo a Ancón, para
embarcarse en el bergantín Belgrano, que pocas horas después, zarpa rumbo hacia Valparaíso, Chile.
De esa manera abandona el Perú, para no más volver.
RELATOS DEL GRAL. JUAN GALO LAVALLE
Quien había sido subalterno del Gral. José de San Martín, en la campaña Libertadora de la Patria, Chile,
Ecuador y Perú y respondiendo con conocimiento de causa, de las acusaciones que le hicieron al Libertador sus
detractores.
Entre las ciento y una acusaciones que se hicieron a San Martín, y a sus Jefes y Oficiales, después de las
campañas en territorios peruanos y ecuatorianos, figuran las de cobardía, deserción, venta de negros y
malversación de fondos. El Gral. Juan Lavalle, desde Buenos Aires y en vísperas de iniciar la campaña contra el
imperio del Brasil, contestó por la prensa, a esas mismas acusaciones, formuladas anónimamente en el
periódico boliviano El Cóndor. La contestación del héroe de Riobamba, Juan Lavalle, lleva fecha del 10 de mayo
de 1826, y ha sido reproducida textualmente en un folleto publicado por la Junta Ejecutiva Nacional del
Centenario del Ejército de Los Andes, Buenos Aires, 1918, que en su parte final dice: supongamos a Colombia
libre de enemigos en el año 1819, y con su ejército disponible,
¿Hubiera éste podido pisar el Perú, sin el Ejército Unido de Chile y Los Andes?
¿No se ha visto rechazar al Libertador del Norte por solas las milicias de Pasto, e impedirle el paso de
Juanambú?
El Gral. Sucre, lugar teniente de Bolívar, fue batido en Huachi, y la victoria de Pichincha en el Reino de Quito,
es uno de los grandes resultados de la victoria de Pasco por las tropas argentinas y chilenas, bajo el mando del
Gral. Álvarez de Arenales, y de la ocupación de Lima por estas mismas; de esta sola indicación, (y que podrían
hacerse muchas otras), resulta que el Libertador del Norte, jamás habría podido, no digo llegar al Perú, pero ni
aún pasar el río Juanambú, si el ejército español de Quito solo hubiera podido oponérsele sin otro cuidado.
DESENDAMOS AHORA A LA BASURA
¿Ha visto alguno, tiene noticia o ha oído decir, muy remotamente siquiera, que del Perú se haya remitido a
Chile algún cargamento de negros a la brasileña?
¿Tiene alguno la menor idea o sospecha, de que por algún individuo del Ejército de Los Andes, se haya hecho
comercio de negros?
¿De que otro modo se ha de contestar esto, sin saber el número de negros que había en la costa del Perú,
cuando el ejército desembarcó en Pisco, y el alta y baja existencia?
¿Y como se contestará lo de la malversación del dinero del Perú, sin tener una noticia igual a la antecedente?
Lo que todo el mundo sabe, es que mientras el Gral. San Martín mandó en aquel país, no impuso un real de
contribución a nadie, y mantuvo el ejército y la guerra.
El Gral. San Martín se separó de él, y su erario quedó en poder de los peruanos hasta la llegada del Libertador
Simón Bolívar.
En la guerra, todos ganan y pierden, pues si hubiera un ejército infalible, su general mandaría el mundo. Lo
que se debe considerar es cómo se pierde y se gana. Regístrese la historia del Ejército de Los Andes, véanse
sus victorias y sus derrotas, y dedúzcase si fue bien o mal conducido.
EL CORONEL JUAN GALO LAVALLE Y BOLÍVAR
Fue Lavalle uno de los campeones de nuestra maravillosa epopeya. Vulcano, épico, de mirada azul y de barba
rojiza, tuvo por yunque los campos de Chacabuco, demás enfrentamientos y culminando la liberación de Chile
en la batalla de Maipú, bajo las ordenes del Gral. San Martín. Realizó la campaña libertadora del Perú, tuvo
activa participación en la batalla de Pasco, fue enviado con fuerzas del ejército Libertador a socorrer al Gral.
Sucre, el cual se encontraba en situación muy comprometida en el Reino de Quito, en Ecuador, frente a las
fuerzas realistas comandadas por el Gral. Aymerich, donde las fuerzas libertadoras obtuvieron el triunfo de
Riobamba y de Pichincha, y así se pudo entrar triunfante en Quito, “actual capital de Ecuador”.
El Brigadier Sucre, lugarteniente de Bolívar, en agradecimiento a las fuerzas de 1.355 combatientes que le
mandó San Martín desde Perú, para esta campaña, mandó confeccionar medallas recordatorias, y las
distribuyó entre las fuerzas.
El entonces Capitán Juan Lavalle, fue junto a los oficiales Cirilo Correa, Pedro Conde, Domingo Estomba y
Pedro Suarez, el encargado de dirigir las fuerzas a sus mandos.
Sucre quedó impresionado con la capacidad combativa de estas fuerzas, y de su brillante oficialidad.
Juan Lavalle tuvo por martillo su luciente sable corvo granadero.
Luchador incansable de la Libertad, desde muy niño, peregrinó por medio continente cosechando a su paso
admiración y respeto.
Orgulloso y altivo, aun en la adversidad, no toleró jamás una ligereza, ni aún de los jefes de mayor rango,
olvidando a veces los principios fundamentales de la disciplina. Después de la victoria de Pichincha, la ciudad
de Quito se vistió de gala para homenajear a los vencedores.
Se preparó una larga mesa llena de manjares y bebidas que rodeada por la brillante oficialidad patriota, el vino
y la gloria del día afiebraban las mentes.
Bolívar, amante de los brindis y discursos, levanta su copa y dice: No tardará mucho el día en que pasearé el
pabellón triunfante de Colombia, hasta en las márgenes del Plata.
¡Brindo por la independencia de América!
Un ambiente tenso, sigue a las palabras del Libertador Colombiano, que es probable que las haya pronunciado
sin medir el alcance de las mismas. Pero todos sabían que Bolívar era muy ambicioso y vanidoso.
De todas maneras, el guante es recogido por el Capitán de Granaderos argentino Juan Lavalle, que levantando
su copa brinda con tono enérgico: La Argentina se halla independiente y libre de toda dominación española, y
lo ha estado desde el día en que declaró su emancipación, el 25 de mayo de 1810, hacen ya 11 años. En todas
las tentativas para reconquistar su colonia del Plata, los realistas han sido derrotados. Nuestro Himno consagra
sus triunfos, -y Lavalle levanta su copa y dice-, brindo por la independencia de América.
Tiempo después, en otra ocasión en que Bolívar pasaba revista a los granaderos cuyo jefe a la sazón era
Lavalle, se molestó Bolívar por una oportuna respuesta de este, y le dijo en un tono amenazador:
---Teniente Coronel Lavalle, ¿de donde es Usted?
---Lavalle replica, ¡tengo el honor de ser de Buenos Aires!
---Se conoce por los aires altaneros que tiene--- contesta muy molesto Bolívar, y continúa…
---Recuerde que estoy acostumbrado a fusilar generales insubordinados.
A lo que contestó enérgico el bizarro oficial de San Martín, al tiempo que llevaba su diestra
empuñadura de su sable corvo.
a la
---Esos generales bajo su mando no tendrían una espada como esta.
Bolívar menospreciaba a los oficiales del Ejército Libertador. Se sentía molesto por la capacidad combativa que
ellos poseían, fruto de las enseñanzas del Libertador Gral. San Martín.
Bibliografía consultada
Conferencia de Guayaquil, San Martín y Bolívar.
José Pacífico Otero. Tomo segundo.
San Martín, por Fermín Estrella Gutiérrez.
San Martín, por Bernardo González Arrili.
Juan Galo Lavalle, oficial del Ejército Libertador, contesta
a las acusaciones que se le hicieron a San Martín en el Perú.
San Martín, por Bernardo González Arrili. Página nº 108.
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