Habilidades terapéuticas en terapia de lenguaje. Relación

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Originales
Revista de Logopedia, Foniatría y Audiología
2008, Vol. 28, No. 1, 34-45
Copyright 2008 AELFA y
Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.
ISSN: 0214-4603
Habilidades terapéuticas en terapia
de lenguaje. Relación terapeuta-paciente
A. Fernández Zúñiga
Marcos de León
Psicóloga clínica
Universidad Autónoma de Madrid
Instituto de Lenguaje y Desarrollo,
Madrid
Resumen
Los trastornos de lenguaje y la comunicación suelen
incidir, con frecuencia, de forma negativa, en múltiples dimensiones de la vida del individuo, desde su
autoestima, relaciones sociales, estado de ánimo o su
adaptación laboral.
El logopeda en su formación adquiere conocimientos específicos sobre el desarrollo y alteraciones
del lenguaje y de la comunicación y cómo tratarlos,
pero recibe escasa preparación sobre el repertorio de
habilidades necesario para manejar situaciones problemáticas de sus clientes y proporcionarles apoyo y
orientación.
Algunos logopedas pueden tener habilidades terapéuticas de forma intuitiva, pero una formación
específica en estas destrezas puede ayudarles a comprender mejor las reacciones de sus pacientes, adultos, niños o sus familias, hacia sus dificultades, cuando
está trabajando con ellos.
El aprendizaje de habilidades terapéuticas también
ayuda al profesional a desarrollar una comprensión
mejor de sus propios problemas y del estrés relacionado con su trabajo.
Para ser un terapeuta efectivo, el logopeda debe
desarrollar cualidades y actitudes determinadas. En la
relación terapeuta-paciente el clínico debe establecer
una relación empática que le ayude a entender la
experiencia subjetiva del paciente. Asimismo, debe
comunicar aceptación y respeto hacia el cliente y
trasmitirle congruencia.
La relación terapéutica es necesaria en diferentes
ámbitos clínicos, especialmente con los niños y en
los padres de niños con dificultades de lenguaje y de
comunicación.
Correspondencia:
Alicia Fernández Zúñiga Marcos de
León
Universidad Autónoma de Madrid
34
Ctra. Colmenar Viejo Km. 15
28049 Canto Blanco (Madrid)
Correo electrónico:
alicia.fzunniga@uam.es
Palabras clave: Counselling, consejo terapéutico, habilidades terapéuticas, habilidades terapéuticas con niños, logopedia, orientación a padres, relación terapéutica.
Therapeutic skills in language therapy
Language and communication disorders often
have an influence on all areas of the person’s life,
including self esteem, social relationships, emotional state and working environment. Most of the
patient’s problems need a therapeutic relationship.
The speech- language pathologists learn about
normal development and the disorders of language
and communication and how to threat them on
academic courses, but have little training to
respond to the patient’s emotional responses to
their difficulties and how the clinician can respond
to them, in a therapeutic manner.
Some counselling skills may be intuitive, for
some clinicians, but speech language therapist will
benefit from learning and training counselling skills
to use them in the therapeutic relationship. With
therapy skills the clinician will develop better
understanding of clients, adult, child, or family
reactions to their difficulties, with whom they work.
Studying therapeutic skills the therapists will
also develop a better understanding of his own
problems and how to cope with the work related
stress.
To be an effective helper a clinician needs to
develop personal qualities and attitudes. In the
client-clinician relationship the professional communicates empathic understanding, he tries to
understand and see the patient’s subjective experience. Also he needs to communicate acceptance
and respect to the client and to transmit congruence with the other person.
Therapeutic skills in the therapeutic relationship
are necessary in different settings, also with children
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HABILIDADES TERAPÉUTICAS EN TERAPIA DE LENGUAJE
and with his parents. The professional characteristics
in this therapy type are exposed and developed.
Key words: Counselling, children´s counselling, family counselling, speechlanguage pathologists, therapeutic relationship, therapeutic skills.
Introducción
• Una persona está describiendo su problema en la
consulta y en relación a una vivencia negativa,
rompe a llorar y no puede seguir explicándose.
• Los padres de un niño con problemas de comunicación acuden a la sesión donde el logopeda les
ha citado para informarles de que es necesario
remitir a su hijo a otro especialista porque se sospecha de un trastorno de espectro autista.
Circunstancias como estas o similares son habituales seguramente, para muchos terapeutas que trabajan
con trastornos del lenguaje y de la comunicación.
¿Cómo puede afrontar el logopeda situaciones de
estas características, en las que no se trata de abordar un problema específico de lenguaje, pero sin
embargo se espera que sepa cómo resolver la situación de forma eficaz? ¿Existe una guía que oriente
al clínico en cómo manejar este tipo de circunstancias o qué actitud tomar en ellas?
El terapeuta del lenguaje es la persona que dispone de un caudal de conocimientos relacionados
con los problemas del habla y del lenguaje y que está
entrenada para aplicar esos conocimientos a la solución de problemas clínicos. En sus funciones se distinguen diferentes actividades como la evaluación, el
tratamiento, pero también el consejo a los pacientes
y a su familia, así como orientar y proporcionar
información a profesores y miembros de otras disciplinas relacionadas con los problemas de lenguaje y
comunicación de su paciente (Crystal, 1983).
La labor del logopeda, por tanto, implica, además del
conocimiento específico sobre el diagnóstico y tratamiento de diferentes alteraciones, saber cómo manejar
situaciones problemáticas de estrés o emocionales de sus
clientes, los cuales requieren de su orientación y apoyo.
Consecuencias de los trastornos de lenguaje
Es innegable que el trabajo del logopeda se
desarrolla fundamentalmente en la relación con per45
sonas que presentan trastornos de diferente gravedad. Este tipo de problemas pueden incidir, y lo
hacen con frecuencia, en múltiples dimensiones de la
vida del individuo; pueden sentirse inseguros, sentir
ansiedad, ver disminuida su capacidad o competencia o dañada su imagen personal, afectando a sus
relaciones sociales, su autoestima, estado de ánimo
y a su adaptación laboral y social.
En el caso de los niños el tipo de problema (retraso
o deficiencia en la comunicación y el lenguaje) puede
generar también dificultades de desarrollo general,
social, emocional y social, los cuales pueden prolongarse a lo largo de su vida escolar y condicionar su
desarrollo personal hasta la vida adulta.
De la misma forma, las familias se suelen ver
afectadas por estas circunstancias y necesitar apoyo
y orientación para poder afrontar el problema.
En el caso de los padres de niños con problemas es
importante proporcionarles esta ayuda que disminuya el impacto que genera habitualmente la dificultad de un hijo.
Modelo de intervención
Desde esta perspectiva, el terapeuta del lenguaje
no tiene sólo que centrarse en el paciente, en el niño
o adulto, sino también en las personas que se
encuentran alrededor.
En el aprendizaje del lenguaje, además de los
aspectos específicos, se deben tener en cuenta el
contexto en el que se enseña, la regularidad con que
se practica y el estímulo que la persona recibe para
comunicarse. Además, en el proceso de adquisición y
desarrollo del lenguaje se consideran lógicamente
también los interlocutores, los padres, la familia y el
medio en el que el individuo se desenvuelve.
La logopedia tradicional se ha ocupado prioritariamente de las técnicas de diagnóstico e intervención, pero escasamente de las habilidades terapéuticas para llevarlas a cabo.
El modelo de intervención en los trastornos del lenguaje se ha basado, por un lado en el modelo médico,
cuya práctica se lleva a cabo en contextos sanitarios y
por otro, siguiendo la pauta del entorno educativo.
Tanto en un campo como en el otro (aunque en
algunos ámbitos se insiste en la necesidad de generar
habilidades de comunicación con el paciente), todavía no se ha incidido suficientemente, en la formación del logopeda de estas habilidades terapéuticas
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HABILIDADES TERAPÉUTICAS EN TERAPIA DE LENGUAJE
con los adultos, los niños, adolescentes o con los
padres y la familia.
En el campo de la salud se está tratando últimamente de proporcionar a las profesiones sanitarias las
habilidades terapéuticas y de comunicación necesarias para manejar las situaciones de estrés que habitualmente se producen en el desempeño de su labor.
En el campo educativo, el profesorado y los orientadores se encuentran, con frecuencia con dificultades similares, al tener que tratar conflictos o problemas con alumnos o con sus padres, como es el caso
de tener que comunicar malas noticias de su hijo,
pedir o rechazar actitudes de la familia e incluso
conseguir su colaboración en una situación compleja.
Dentro de la escuela, los maestros de audición y lenguaje que llevan a cabo intervenciones con trastornos, requieren manejar con frecuencia situaciones
problemáticas de estrés similares.
En la formación de estos profesionales es clara la
necesidad de incorporar habilidades para saber
manejar y comunicar con empatía las dificultades de
un alumno a sus padres o mejorar su práctica de
intervención para conseguir establecer con el escolar una relación que mejore y aumente la efectividad del trabajo (Fanfer y Schefft, 1991; Barreto y
cols., 1997; Okun, 2001).
Sin embargo, no cabe duda, que muchos profesionales ya tienen o han aprendido con la práctica, la
sensibilidad de establecer una relación terapéutica
con sus pacientes y sus familias. Existen muchas formas de interacción y cada profesional va seleccionando la suya y con la experiencia se va ajustando a
las dificultades del cliente proporcionándole la ayuda
que necesita.
Determinadas características personales, como la
capacidad para manejar situaciones difíciles, probablemente habrán influido en la elección que el terapeuta hizo de sus estudios y que quizá ya poseía de
estudiante. Estas mismas peculiaridades, seguramente
le habrán permitido adquirir estas capacidades terapéuticas a lo largo del desempeño profesional.
Sin embargo, sería deseable que cualquier actividad terapéutica en la que se deban afrontar situaciones que requieren ayuda, se forme al futuro terapeuta
en este campo. Es frecuente en el currículo de los
logopedas de otros países la inclusión de técnicas de
comunicación y de apoyo psicológico, que pueden ser
de gran ayuda a los pacientes, a su evolución y evitar
al mismo terapeuta un estrés añadido en el trabajo
(Barreto y cols. 1997; Rogí y Cabestrero, 2004).
Con este planteamiento no se indica, en ningún
caso, que el terapeuta del lenguaje intervenga con
sus pacientes como un psicólogo, o que interfiera la
labor de otro profesional, sino que sepa cómo manejarse con situaciones psicológicas que acompañan
habitualmente a los trastornos que trata. De la
misma forma, que tampoco el logopeda es médico y,
sin embargo, conoce y domina determinados procesos biológicos, aunque no sea su función tratarlos.
Por tanto, el logopeda será más efectivo y tendrá
más control sobre el tratamiento, si además de dominar las técnicas concretas de intervención, sabe cómo
escuchar activamente a su paciente o mostrarse
empático con él. De la misma forma, puede estimular
el lenguaje del niño y, paralelamente, saber cómo
controlar su conducta, cómo motivarle para el
avance y evitar su rechazo. Asimismo, con sus padres
puede favorecer la actitud necesaria para que participen en el tratamiento y mejoren su comunicación
con él.
Se considera que la práctica logopédica es una disciplina terapéutica que se ocupa del tratamiento de
personas con deficiencias y problemas y el manejo
de los mismos se debe ajustar las teorías e investigaciones existentes sobre el tema. El profesional debe
conocer y practicar aspectos esenciales sobre la práctica y el consejo terapéutico, tal como ocurre en otras
profesiones (psicólogos, orientadores, médicos, fisioterapeutas, etc.), que ejercen su función con personas que se encuentran en situaciones de conflicto.
Cada vez es más importante y urgente proporcionar a diferentes profesionales, conocimientos y habilidades para establecer relaciones de ayuda eficaces a
las personas con las que trabajan y con las que se
relacionan habitualmente. El logopeda entra dentro
de este tipo de profesiones (Okun, 2001; Marrokin,
1996; Ruiz y Villalobos, 1994; Rogi. y Cabestrero,
2004; Goldstein, 2001).
Habilidades terapéuticas
Cualquier terapeuta recuerda sus primeras intervenciones y sabe, que cuando se es un profesional
inexperto, se produce un alto nivel de ansiedad e
inseguridad con el paciente. En el primer contacto
con el cliente, el terapeuta trasmite información
sobre su propio estado emocional y seguridad.
El cliente va tomando confianza y seguridad en
el terapeuta desde el principio de la relación. No se
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HABILIDADES TERAPÉUTICAS EN TERAPIA DE LENGUAJE
puede olvidar que cuando una persona acude a consulta también suele mostrar algún nivel de preocupación por afrontar una situación nueva para él y
«ponerse en manos» de un clínico; suele sentir incertidumbre por saber cómo será la persona, si entenderán su problema o si el profesional será competente.
Por tanto, trasmitir confianza es importante para el
éxito del tratamiento.
Estas reacciones son normales cuando existe falta
de experiencia, pero el grado de inseguridad ante
estas situaciones puede disminuir si el clínico tiene
un protocolo de actuación ante determinadas circunstancias. De la misma forma, conocer estas habilidades puede ayudar al logopeda, ya experto,
cuando desea abordar nuevos tratamientos o en
casos con determinadas complicaciones.
Las habilidades terapéuticas permiten que el profesional adquiera las destrezas necesarias para establecer la relación interpersonal con el paciente, en la
cual busque proporcionar a la persona o a la familia
comprensión sobre el problema de lenguaje o la
comunicación que padece y la forma de manejarlo,
adaptarse a la situación y saber cómo hacer frente a
ello (Costa y Lopez, 2003).
El terapeuta busca ayudar al paciente como primer objetivo. Intenta que el adulto o el niño, su familia y allegados sepan como prevenir el problema que
les afecta, como puede ocurrir en el caso de orientar
a unos padres para ayudar a que su hijo hable mejor,
dirigiéndose a él de una determinada manera y
tomando una actitud específica en la interacción.
Igualmente, el terapeuta debe interesarse por
ayudar a la persona y a su familia en cómo afrontar
o adaptarse a esa dificultad de comunicación si el
trastorno se va a prolongar y su alteración puede
afectar a la comunicación de la vida diaria. En definitiva tener orientación y apoyo de cómo hacer
frente a la experiencia adversa (Feltham y Dreyden, 2002).
Existen multitud de teorías y enfoques que justifican la ayuda o consejo terapéutico. Cada una de
ellas incide en aspectos distintos y defienden la
puesta en marcha de habilidades y estrategias terapéuticas diferentes (Okun, 2001).
La escuela psicodinámica fue una de las primeras
que llamó la atención sobre la importancia de la relación paciente-terapeuta; incide en la importancia de
influencias inconscientes y centra el consejo terapéutico en proporcionar ayuda al cliente y en
aumentar el control consciente sobre su vida.
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La escuela humanística de Rogers (1996) insiste
en la relación de ayuda, dando especial importancia
a la empatía, respeto por la persona y una calidez no
posesiva. La escuela cognitivo-conductual, con Ellis y
cols. (1997) y Beck (1995) en la terapia cognitiva
marcan la importancia de las creencias irracionales y
ayudan al paciente a modificar su forma de pensar
y, por tanto, su conducta.
Dentro de las diferentes teorías o escuelas de consejo terapéutico, todas plantean que el terapeuta
debe contar con una serie de características y actitudes, las cuales son similares en la mayoría de ellas,
y se consideran importantes en el establecimiento
de una relación terapéutica efectiva.
Con frecuencia las personas que consiguen prestar esta ayuda eficaz en la terapia, suelen conocer
enfoques distintos de ayuda y ponen en juego una
amplia gama de recursos en cada caso. En algunos,
el clínico se puede mostrar cercano y abierto, mientras que con otro cliente puede presentar una imagen más distante, objetiva y menos cálida. Contar
con diferentes estrategias permite al terapeuta
seleccionar la respuesta adecuada al paciente en
cada situación y variarla en cada campo de actuación.
Recursos interpersonales para la relación
de ayuda
Para llevar a cabo esa relación terapéutica de
ayuda se consideran determinadas actitudes y recursos del terapeuta que favorecen la relación con el
cliente (Kanfer y Schefft, 1988; Ruiz y Villalobos,
1994; Goldstein, 2001; Costa y Lopez, 2003; Rogi y
Cabestrero, 2004).
Empatía
Empatía significa ponerse en el lugar del otro; es
entender la conducta de la persona, tratando de ver
el mundo desde su punto de vista y ayudarle a que
él mismo la comprenda. Se trata de conocer lo que
piensa y siente y las implicaciones que su dificultad
tiene para su vida.
Aunque no se puede ver el problema como lo ve
el paciente, ni sentir lo que él siente, si se le puede
comprender, desde su propio marco de referencia, en
lugar de ponerse desde el de uno mismo.
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Esta herramienta es fundamental para todo el
proceso terapéutico y ayuda al terapeuta a entender
mejor a la persona que presenta una dificultad.
En este sentido, si la experiencia del logopeda es
diversa y amplia y ha vivido circunstancias similares a las
del cliente, será más fácil que se ponga en su lugar.
Sin embargo, aunque la capacidad de comprensión del clínico sea amplia, no debe asumir excesiva
proximidad entre sus emociones y las del paciente.
No se debe confundir con la simpatía que se pueda
sentir por la persona que acude a la consulta.
Se siente simpatía cuando el terapeuta hace
suyos los sentimientos y puntos de vista que tiene el
paciente. Implica que se consideran los más adecuados, lógicos y únicos en su situación y por tanto,
desde esta perspectiva, será más difícil para el logopeda distanciarse emocionalmente del problema y
poder proporcionar una visión objetiva de sus dificultades (Ruiz Fdez y Villalobos, 1997).
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Autoconocimiento
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Aunque la empatía acerca el terapeuta al paciente,
es fundamental que el clínico no se identifique en
exceso con el paciente o le atribuya sentimientos o
sensaciones que él mismo experimenta. Para ello, es
necesario que tenga un cierto grado de autoconocimiento, de conciencia sobre sus propias emociones. De
esta forma es posible distanciarse del problema que se
está tratando y mantener una actitud profesional, que
permite ser objetivo en el análisis de sus problemas.
En ocasiones puede ocurrir que el terapeuta también tenga sus propios sentimientos y reacciones, los
cuales pueden tener relación con los conflictos del
paciente. Si el terapeuta los conoce no se sentirá involucrado en el problema y no interferirá en el proceso
terapéutico.
Asimismo, en el ejercicio profesional, el clínico
también debe ser consciente del grado de conocimiento que tiene sobre el trastorno que está tratando, cuáles son sus limitaciones y qué es lo que
conoce y desconoce sobre ese problema a nivel teórico, profesional o personal.
Autenticidad y congruencia
La congruencia se refiere a la capacidad de
expresar, de manera clara y sincera, opiniones y
emociones. Es mostrarse con franqueza en relación
a lo que se expresa verbal y no verbalmente. En la
expresión de sus emociones el terapeuta debe ser
congruente y no manifestar un doble mensaje o
trasmitir ambigüedad, entre su lenguaje corporal, su
expresión facial o su voz y lo que se dice verbalmente. En el tratamiento es fundamental tener respeto a la persona, no falsear las actitudes o mostrarse forzado, ya que pueden transmitir falta de
autenticidad en el clínico y generar desconfianza en
su terapeuta.
Habilidades de comunicación
Además de la comprensión empática con la persona
que está tratando es importante que el clínico sea
capaz de expresarla, para que el paciente pueda recibir
ese sentimiento. Si la persona que está comentando
un problema no percibe en ese momento una capacidad receptiva, se puede sentir poco comprendido y perder la confianza en su terapeuta. Uno de los recursos
imprescindibles en la relación de ayuda es la confianza
mutua. Esta confianza se consigue por medio de las
habilidades de comunicación que se describen (Kanfer
y Schefft, 1988; Ruiz y Villalobos, 1994; Goldstein,
2001; Costa y Lopez, 2003; Rogi y Cabestrero, 2004).
Escuchar activamente
Saber atender y oír lo que la persona está
diciendo implica, no sólo callar sino estar atento a
percepciones y sentimientos del otro, así como a sus
necesidades de información.
Se escucha adecuadamente mostrando una actitud activa y se lleva a cabo por medio del lenguaje
corporal, del mensaje que se emite y del respeto
hacia la relación:
Lenguaje corporal
– Mirando frecuentemente a los ojos (no continuamente al papel, si se toman notas).
– Expresión facial de atención, enviar mensajes de
que se sigue su discurso.
– Aceptando lo que la persona dice asintiendo, y con
el gesto adecuado a la información que proporciona.
– Adecuar el lenguaje no verbal al verbal mientras se
escucha.
– Postura del cuerpo que demuestre atención.
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Lenguaje
– Parafraseando, repitiendo lo más relevante de los
que dice («ya, estás desanimado»).
– Incentivos para que siga («entiendo», «continúe, le
escucho»).
– No interrumpir.
Actitud de respeto
– Dejando el espacio que necesite para expresarse.
– Mostrar atención y pedir aclaraciones si no se
comprende.
– No juzgando lo que dice.
– Mostrando una actitud abierta, sin censurar el
mensaje ni la conducta.
(Barreto, Arranz y Motero, 1997; Costa y López,
2003)
Apoyar con calidez
Cuando una persona acude a consulta a menudo
requiere expresar emociones que tiene en relación
con sus dificultades. La expresión de sentimientos o
ideas negativas sobre sí mismo, generalmente implican mostrar una cierta debilidad ante el terapeuta.
Facilitar la expresión de estas emociones es terapéutico y ayuda a liberar la tensión emocional y a no
acumular sensaciones negativas. De esta forma,
comunicarlas facilita la relajación.
La actitud del clínico debe favorecer la expresión
de estos sentimientos y transmitir interés y aceptación de tales sensaciones o conductas. La tolerancia
hacia la persona será incondicional, sin enjuiciarla ni
descalificarla.
La forma de llevarlo a cabo debe ser reconociendo, de manera explícita, las dificultades por las
que está pasando, mostrar empatía con el temor o
sensaciones negativas que muestre ante esa situación
o dificultad concreta («se lo difícil que puede resultar»; «es normal que te sientas así», etc.).
Hacer preguntas
Las preguntas abiertas se utilizan para obtener
información, provocar respuestas o reflexión en el
interlocutor. Con ellas también se demuestra interés.
Sin embargo, no es conveniente hacer muchas preguntas. En ocasiones, en terapeutas principiantes
tienden a preguntar en exceso, perdiendo en ese caso,
la capacidad de escucha activa y cerrándose así la
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posibilidad de interactuar. También hay que cuidar los
temas sobre los que se pregunta, que puedan hacer
sentir mal a la persona. Igualmente, es importante
que el terapeuta acompañe las cuestiones con el lenguaje corporal adecuado, manteniendo el contacto
ocular, y una postura que indiquen el interés en la
respuesta. En la medida que el clínico establezca un
clima adecuado el paciente irá proporcionando información sin necesidad de ser interrogado.
Sintetizar
Repetir escueta y claramente el mensaje ayuda a
demostrar a la persona y a nosotros mismos que se
ha entendido su exposición y lo que nos quiere
expresar y no sólo lo que queremos entender («me
decía que se había sentido… ¿es así? »; «a ver si le he
comprendido…»). Para ello, se repite la información
trasmitida para dar a la otra persona el feed-back de
que se ha comprendido, para evitar confusiones,
resumir lo dicho y también se puede usar para limitar
la divagación o centrar al interlocutor.
Reforzar
Un terapeuta debe ser una persona que alienta,
refuerza o estimula al paciente hacia un objetivo o un
cambio. Las sensaciones positivas son necesarias para
avanzar. Esta habilidad es fundamental en el proceso
terapéutico, para que el cliente se sienta motivado
para asistir a la terapia, para poner en práctica los ejercicios o realizar lo que se le pide. La terapia implica
muchas veces percepción de dificultad y, por tanto,
gran cantidad de estímulos negativos que es necesario
contrarrestar con sensaciones positivas. Las conductas
o actitudes que pueden reforzar al paciente son
numerosas; desde la empatía, la escucha activa, el
reconocimiento de interés, la comprensión de las
tareas, reconocer avances, reducir la ansiedad, elogiar,
etc. («comprendo lo que me dice; «continúe, le sigo»;
«me parece bien esto que comenta»; «me alegra que
haya practicado lo que le dije…»).
Tolerancia a la ambigüedad
La ambigüedad está presente en el día a día en el
desarrollo de la profesión. Nunca se puede decir que se
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HABILIDADES TERAPÉUTICAS EN TERAPIA DE LENGUAJE
cuenta con todos los datos en una intervención. En
todas las patologías siempre se requeriría conocer más
para saber todos los factores implicados, pero habitualmente es necesaria más investigación para llegar a
un conocimiento más profundo del trastorno que se
está tratando. Sin embargo, aunque no se conozcan
todos los datos es necesario aplicar lo que se sabe,
teniendo en cuenta que hay que ser flexible y tener en
mente que todavía no se cuenta con todos los datos.
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Habilidades terapéuticas con niños
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Las habilidades terapéuticas citadas también son
necesarias en el caso del trabajo con niños con problemas de lenguaje. Cada ámbito de actuación tiene
su especificidad y con los niños, la actitud del terapeuta se debe ajustar a la forma en la que los pequeños representan la realidad.
Al igual que en los adultos el terapeuta puede
tener habilidades para relacionarse con los niños y
saber conseguir su motivación e implicación en la
terapia. Pero con frecuencia la relación con niños
requiere de actitudes especiales y de capacidad
comunicativa adaptada a sus peculiaridades.
Esa relación de ayuda comienza desde la evaluación del problema. Los padres comentan con frecuencia, que el niño cuando acude a consulta se encuentra
con una persona desconocida y suele retraerse o sentir temor o ansiedad. Por ello, la manera en como el
logopeda recibe al niño es importante sobre todo para
que se muestre relajado y colaborador.
Los niños son especialmente sensibles a la comprensión y aceptación de los adultos. La expresión
de la empatía con un niño pasa por una serie de conductas diferentes a las del adulto (Plecher, 1995;
Cooper y Cooper, 2003; Fernández-Zúñiga, 2005;
Guitar, 2006).
Actitud del terapeuta
El terapeuta debe adoptar una actitud relajada y
establecer una interacción distendida y de confianza,
proporcionando un ambiente relajado, donde la
sesión sea una situación agradable para el niño. El
adulto no debe tomar, en un principio, un papel
directivo o rígido.
En la interacción inicial es preferible esperar y no
imponer ninguna conducta. El objetivo será que el
niño se comunique o que aprenda determinadas formas nuevas de comprensión o expresión. Para llegar
a aplicar las técnicas de estimulación es prioritario
conseguir la participación y motivación del niño,
para lo cual es importante comenzar con actividades
lúdicas. Cuando el niño es pequeño, el clínico puede
seguir su iniciativa y colocarse a su lado, incluso sentarse en el suelo y permitiendo que se sienta cómodo
situándose como quiera.
En el caso de niños mayores se puede iniciar con
una conversación, no relacionada con sus fuentes de
conflicto o problema. Cuando el nivel emocional del
niño está comprometido o se encuentra muy inhibido se puede comenzar, verbalizando lo menos posible e introduciendo un juego, pintura o modelado
con plastilina y posponer la conversación para
cuando el niño ya esté jugando o haya manifestado
otra actitud más relajada.
El examinador no debe intervenir de forma muy
activa preguntando, sugiriendo juegos o actividades
o mostrándose excesivamente solícito. Debe intentar
seguir al niño en los temas de conversación o en las
actividades que éste proponga y sólo hacer sugerencias cuando el niño se muestre claramente pasivo.
Seguramente con esta actitud aparecerán momentos
de silencio, a los que no hay que temer porque el
niño o el clínico estén callados.
Las actividades deben corresponder al nivel de
desarrollo del niño y utilizar materiales que le interesen.
Para que el niño se motive se le permite que juegue libremente con el material que se le presenta,
antes de empezar a realizar actividades específicas de
lenguaje (Fernández-Zúñiga 2005; Guitar, 2006).
Empatía
Con los niños también es fundamental que el clínico muestre empatía hacia sus dificultades, estando
atento a sus percepciones y sentimientos y a sus
necesidades. Debe ponerse en la perspectiva del
menor y no confundirla con la de sus padres.
Hay que favorecer y aceptar la expresión de sentimientos. Si el terapeuta facilita al niño que hable
de ellos, le ayudará a disminuir sensaciones negativas.
Cuando el niño expresa sentimientos negativos
es frecuente que el adulto trate de animarle, para
que modifique esa emoción negativa o que eliminar
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HABILIDADES TERAPÉUTICAS EN TERAPIA DE LENGUAJE
esa percepción. Si el terapeuta le dice «no te lo tomes
así...» o «no es para tanto…», el niño lo interpretará
como rechazo de las sensaciones que percibe o que
no es bueno sentirse de esa manera y, en consecuencia, tenderá a evitar hablar de sus sentimientos. Por
el contrario, el logopeda debe favorecer un clima de
escucha activa en la sesión, que permita al niño
expresar sus emociones, argumentando que a otras
personas (o niños) les ocurre algo similar a lo que a él
le pasa, cuando están en su situación (Guitar, 2006;
Fernández-Zuñiga, 2005).
Con frecuencia, el niño puede expresarse más
espontáneamente, si se utiliza una tercera persona o
si se imagina una situación o un personaje imaginario o muñeco. El niño se puede poner así en el lugar
de otro y comentar sus propios sentimientos libremente.
Esta actitud de aceptación de sus dificultades, se
reconoce su preocupación pero no se pone en cuestión lo que se dice ni se le indica lo que debería sentir (frases como «comprendo que te sientas mal…» o
«es normal que te preocupe…» [Faber y Mazlish,
2002]).
Al igual que en los adultos se reformula lo que el
niño comenta y se le estimula a que siga hablando.
También sirve repetir, sintetizando su mensaje («lo
que me dices es que…»).
Habilidades de comunicación
La persona que está trabajando con niños requiere
desarrollar capacidades de expresión para poder
comunicar mensajes por medio de su conducta no
verbal. Con la expresión también se trasmite el apoyo
y la comprensión y facilita que el niño se motive y se
sienta confiado.
Se debe mantener una postura adecuada y relajada, orientada al niño y cercana; establecer buen
contacto ocular, asentir cuando el niño interviene; en
ocasiones se puede hacer una caricia que muestre
proximidad y utilizar un tono de voz suave, sin estridencias, pero con diferencias de entonación; la velocidad del habla será calmada.
Preguntas
Hay que evitar hacer al niño preguntas seguidas.
Es un error usar preguntas directas con niños que tie51
nen dificultades de comunicación, debido a que este
tipo de preguntas implican un nivel alto de exigencia, desde el punto de vista comunicativo. Si el niño
no se ve presionado, será mas fácil que hable. Uno de
los objetivos fundamentales de la terapia es facilitar
la producción espontánea del niño.
Se realizan preguntas y comentarios abiertos, del
tipo de «!huy¡ ¿qué pasa aquí?»o «por qué llora?»
«¿quien está ahí dentro?» «¿y qué más?», «qué más
cosas», etc.
Tampoco es conveniente preguntar si quiere
jugar, porque uno se arriesga a que se niegue. Es preferible invitarle a elegir el juguete que más le guste o
que sea el adulto el que inicia el juego directamente,
sin dirigirse de forma verbal a él. Durante el juego se
pueden hacer preguntas a los juguetes o hablar de
ellos o con los muñecos que se comparten.
Lenguaje del terapeuta
Un niño con problemas de lenguaje suele presentar dificultades para tomar iniciativas y expresarse
espontáneamente. El logopeda puede utilizar técnicas que faciliten el lenguaje del niño y aumentar su
interés en comunicarse. El terapeuta debe ampliar
sus recursos y habilidades comunicativas, sin perder
la espontaneidad en la comunicación. Hay que resaltar que el niño se comunicará más y mejor si se
siente motivado, la situación es la adecuada y
advierte que el adulto tiene interés en la comunicación.
Uno de los errores habituales del terapeuta al inicio de su actividad profesional, es intentar llevar a
cabo el objetivo de la terapia, hablando demasiado, a
veces mostrándose excesivamente solícito. La falta
de seguridad y ansiedad provoca esta conducta, que
dificulta la participación del niño y no permite al
terapeuta observar su comportamiento.
Es básico dejar que el niño hable y mantener una
actitud de escucha activa. No es necesario insistir
directamente en que el niño se exprese. Se trata de
crear las condiciones idóneas para que aparezca el
lenguaje.
Para que al niño le sea más fácil tomar la iniciativa el terapeuta debe dirigirse a él con comentarios,
o hacer preguntas generales, que no condicionen una
respuesta determinada. Los comentarios no exigen
una contestación y generan menor tensión al niño
con dificultades para hablar.
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Asimismo, el terapeuta debe respetar el lenguaje
del niño. Es decir debe adaptarse a la capacidad de
comprensión del niño y a su propia forma de expresarse. Usar términos y expresiones adecuados a la
edad, así como un nivel de complejidad sintáctica
que facilite al niño comprender el lenguaje del
adulto. Un modelo lingüístico ajustado a la capacidad del niño supone un lenguaje más sencillo de imitar y, por tanto, de aprender, lo que favorecerá el
interés, la participación y la conversación del niño
con el adulto.
Al inicio del tratamiento, especialmente con niños
mayores, se debe explicar cual es su problema y el
tratamiento que va a seguir, de una forma asequible
para él, y con sus propias palabras, para que sepa que
es y lo que se espera de él y cómo se van a desarrollar
las sesiones.
En la comunicación el terapeuta debe emitir mensajes cortos con un lenguaje adecuado al nivel del
niño. En el caso de conversaciones se buscan temas
de interés y no relacionados con sus fuentes de conflicto o su problema.
En la sesión es ineludible que aparezcan errores
al hablar. El terapeuta debe mostrarse paciente con
las dificultades del niño y procurar no llamar la atención sobre los mismos. Es preferible repetir a continuación la palabra o emisión de forma correcta, sin
insistir abiertamente en ellos. En principio se deben
evitar las correcciones directas o modelar algún tipo
de emisión con los preescolares. Solamente se recomiendan correcciones directas con niños mayores e
indirectas con los más pequeños.
En algunas patologías cuando es necesario que el
terapeuta indique o identifique sus errores en el habla
se hará cuidando el tono y la manera de llevarlo a
cabo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estas
llamadas de atención, si son reiteradas pueden incidir
en una baja motivación o en el desánimo del niño,
incluso rechazo a asistir a las sesiones.
Reforzar
El refuerzo es uno de los recursos imprescindibles
en la sesión terapéutica. La valoración del niño le
trasmite apoyo y le da seguridad para continuar. Asimismo, facilita que se establezca una buena relación
y que disminuya paulatinamente el temor o la ansiedad que suelen mostrar los niños al comienzo de la
terapia.
Se puede reforzar de muchas formas y variadas,
pero es conveniente hacerlo de forma sincera, natural y espontánea. Se puede reconocer lo acertado del
comentario, de su decisión al escoger un juguete, o
en ocasiones es muy útil repetir las emisiones del
niño, dándole una entonación de reconocimiento. En
general, es beneficioso de cara a la estimulación del
lenguaje, valorar como importantes todos los
comentarios del niño, de modo que se sienta apoyado en sus iniciativas.
A lo largo de las sesiones de terapia se debe reforzar al niño en sus esfuerzos y logros. Para ello, se
debe comenzar con un sistema de valoración continua (refuerzo continuo), es decir, se reconoce como
positivo todas las emisiones o conducta verbal que se
haya favorecido en el niño. A medida que avanza la
sesión y que el niño va afianzando sus progresos, el
terapeuta debe reducir la frecuencia con que
refuerza al niño, es decir, pasar a una pauta de valoración intermitente para que el niño no devalúe la
estimulación del logopeda.
Cuando se inicia una intervención con un niño es
necesario conocer cuales son los refuerzos efectivos
para él. Además de los específicos que se puedan utilizar no hay que olvidar que también se verá valorado si
se refuerza la comunicación implícita en la interacción,
tal como atender a su mensaje, responder a sus iniciativas, dar muestras de la comprensión de sus emisiones,
etc. El refuerzo es un impulsor del proceso de aprendizaje del lenguaje y juega un papel importante en la
motivación y en el aspecto emocional del niño.
Enseñar a valorar sus avances
El niño necesita sentirse seguro y tranquilo para ser
capaz de realizar progresos. Se avanza con la percepción de competencia y el éxito más que con la persistencia en los errores. Es necesario enseñar al niño a
valorar sus avances y a que se autorrefuerce por ello.
En el proceso terapéutico, cada niño sigue su propio ritmo. Algunos necesitan más tiempo que otros.
Sin embargo es importante tener presente que la
repetición y la práctica son imprescindibles para la
consolidación del aprendizaje.
El terapeuta debe identificar situaciones difíciles
de comunicación y enseñar al niño a enfrentarlas,
pero siempre graduando la dificultad.
Enseñar al niño y a los padres a valorar los avances que se vayan obteniendo en la terapia mejora la
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HABILIDADES TERAPÉUTICAS EN TERAPIA DE LENGUAJE
motivación hacia el tratamiento y facilita la autovaloración positiva.
Al incorporar la generalización de actividades a
otros ámbitos, como la escuela o la casa, junto al
programa de intervención, se posibilita el progreso
fuera de la sesión.
Asimismo, el terapeuta debe estar atento a comprobar la efectividad de la terapia y estar abierto a
adaptar el programa a las circunstancias concretas y
a la evolución del niño.
Habilidades terapéuticas con padres
En el trabajo terapéutico con niños con trastornos
de comunicación y lenguaje, de diversas etiologías, se
ha comprobado la importancia y apoyo de sesiones
de estimulación, con la que participaron los padres
en casa. La colaboración de los padres permite que
la eficacia del tratamiento sea mayor y se prolongue
menos, que cuando se realizan sesiones de lenguaje
convencionales. Los niños aprenden más y mejor si
los padres, profesores y terapeutas trabajan juntos.
El planteamiento de las terapias infantiles ha
pasado de centrarse en el trabajo exclusivo con el
niño para abordar el contexto en el que el niño se
desenvuelve. La mayoría de los programas de intervención de diversos trastornos consideran fundamental la necesidad de un programa de generalización
específico, dentro de la intervención general, donde el
niño debe trasladar sus nuevos aprendizajes. Para llevar a cabo este objetivo se realiza orientación terapéutica con los padres, en paralelo con el tratamiento
del niño. En este plan se tienen en cuenta también a
los compañeros y a los profesores (Hodson y Paden,
1992; Pletcher, 1995; Cooper, y Cooper, 2003; Fernández-Zúñiga, 2005; Manolson, 2006; Guitar, 2006).
Con este enfoque, cuando se interviene con niños
es necesario plantearse la forma de abordar a la
familia dentro de la terapia. Tal es el caso de la mayoría de las patologias, como por ejemplo los trastornos
del desarrollo del lenguaje, la estimulación temprana,
los problemas de comunicación social y pragmática,
los retrasos fonológicos, la tartamudez, etc.
Cambio de mentalidad
Para poder llevar a cabo esta forma de trabajo en
la terapia es necesario un cambio de mentalidad en
53
el profesional y en su forma de proceder en la intervención.
Todavía existen ideas erróneas acerca de la participación de los padres en el tratamiento de los trastornos del lenguaje. Persisten algunas creencias o
actitudes en relación a la dificultad de los padres
para colaborar. En unos casos, se cree difícil por su
excesiva exigencia hacia sus hijos, otras por la tan
extendida opinión de sobreprotección del niño con
dificultades. En otros temas, como el tartamudeo se
considera incluso de escasa eficacia de la intervención temprana (Cooper y Cooper, 2003).
Todas estas opiniones acerca de los padres, en
ocasiones, pueden ser ciertas. No cabe duda que
tener un hijo con problemas es una de las situaciones
que mayor estrés genera en una persona. Sus sentimientos de temor o culpabilización pueden ser reales
y estar justificados. Igualmente, los padres pueden
tener algunas perspectivas ajustadas al problema o
no tener en cuenta los diferentes factores que influyen en el comportamiento de su hijo de la misma
forma que tiene el profesional.
Con frecuencia los padres se desorientan cuando
observan en el desarrollo de su hijo, como unas veces
es capaz de mostrar habilidad y destreza en algunos
aspectos, no verbales como un niño de su edad,
mientras que al mismo tiempo no es capaz de expresarse o comunicarse adecuadamente. Es lógico que
habitualmente tengan esta confusión porque son los
padres, no terapeutas y tienen un punto de vista
diferente al de un profesional.
Por tanto, cuando se plantean nuevas formas de
intervención, los terapeutas deben producir un giro o
un cambio en las actitudes que suelen mantener en
las terapias anteriores. Es indiscutible que iniciar una
nueva forma de intervenir y afrontar una sesión de
padres, no es lo mismo que con un adulto o niño. El
trabajo con padres es una relación más exigente para
el clínico, en cuanto que debe explicar lo que hace,
cuáles son sus objetivos y valorar los avances o dificultades.
Algunos estudios sobre las actitudes de los terapeutas muestran la dificultad de incorporar a los
padres en los tratamientos (Cooper y Cooper, 2003).
Sin embargo, la participación de los padres es
necesaria porque generalmente, cuando consultan
por su hijo, ellos también están pidiendo ayuda. Con
frecuencia lo manifiestan abiertamente, porque se
sienten preocupados y desorientados por los problemas del niño. En otras pueden tener dificultad de
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expresar sus sentimientos y sentir frustración o
impotencia. Asimismo, pueden sentirse culpables por
no haber actuado antes, o por haber tomado determinadas decisiones. En cualquier caso, necesitan con
frecuencia apoyo y ayuda terapéutica.
Aceptar estas actitudes y sentimientos en los padres
del niño ayudará al profesional a comprender su situación y facilitará la empatía necesaria hacia ellos y la
buena marcha del consejo terapéutico que el terapeuta
debe proporcionar. Asimismo, el clínico no puede olvidar que los padres son las figuras de referencia y su
conducta es un modelo a seguir para su hijo, conviven
con él muchas horas y le observan en otros contextos.
Por tanto, su punto de vista aporta una información
valiosa para ser complementada con la que recaba el
logopeda. Con este enfoque se facilita el comienzo de
una relación terapeuta paciente de asesoramiento,
basada en el respeto y confianza mutuos. Por tanto, la
colaboración de los padres es fundamental para una
buena evolución del problema, pero no hay que olvidar
que también pueden influir negativamente en el mantenimiento de la dificultad, si el ambiente que rodea al
niño o sus actitudes no son las idóneas. Hay que resaltar que los padres tienen la clave de las concepciones
y creencias que el niño va adquiriendo sobre su problema, la importancia que de a su dificultad y la imagen que se forme como hablante en el futuro.
De esta forma, la misión del profesional es tratar de
ayudar al niño y a su familia. En la medida que reduzca
ansiedad, frustración, miedos y sentimientos de culpa,
facilitará la aparición de conductas positivas, que estimularán al niño. Asimismo, los padres podrán estar en
mejor disposición de apoyar el tratamiento de su hijo y
ser una ayuda real para él y el terapeuta (Cooper y
Cooper, 2003; Costa y López, 2003).
El logopeda debe tener en cuenta sus opiniones y
valoraciones acerca de la familia del niño e identificar sus propias actitudes, para poder plantear un asesoramiento a los padres que facilite el proceso terapéutico. Para realizar esta labor es conveniente que
previamente evalúe el contexto familiar y establezca
objetivos, abordando aquellos factores que puedan
interferir en la terapia.
Recursos terapéuticos necesarios en una relación
de ayuda
Además de los recursos citados, como la empatía y
la autenticidad al expresar emociones, se añaden algu-
nos aspectos importantes en el trabajo con padres
(Barreto, Arranz y Motero, 1997; Costa y López, 2003):
• Flexibilidad
Trabajar con padres implica trabajar con dos personas diferentes y la pareja puede diferir en actitudes y
aspiraciones. De la misma forma, ambos tienen estilos
de interacción diferente con el niño, los cuales se deben
explorar y tener en cuenta en el consejo terapéutico.
Por tanto, hay que atender a diferentes formas
de enfocar el problema del niño y de actuar en función de él.
• Objetivos comunes
El terapeuta no tiene los mismos objetivos que los
padres. Los padres tienen un punto de vista que no
siempre es congruente con los puntos de vista del
terapeuta sobre las necesidades del niño.
Los objetivos que se marca el terapeuta y su
forma de enfocar el trabajo con el niño es necesario
explicarlo a los padres para que entiendan y sepan el
transcurrir de la intervención.
• Respeto mutuo
Mostrar una actitud de interés, receptiva, comprensiva y sensible. No se pide al padre que adopte
el punto de vista del terapeuta y que mantenga un
enfoque profesional. El terapeuta debe respetar su
perspectiva y trabajar con ella y con su forma personal de ver el problema de su hijo.
• Intercambio de conocimientos
El terapeuta tiene generalmente la información
sistematizada de un modo complejo, estructurada
por áreas. Mantiene un plan de intervención en el
que debe graduar la dificultad.
Sin embargo el padre conoce a su hijo día a día y
de una manera diferente. El problema del niño lo
construye desde diferentes ámbitos donde el niño se
desarrolla y a veces su información es difusa y sin
estructurar. Esta forma de observar al niño no se
debe invalidar y el logopeda tendrá que escuchar,
observar y negociar la forma de trabajar y de incorporar los cambios.
• Compartir sentimientos
De la misma manera los padres también tienen
sus propios sentimientos sobre la situación y el terapeuta les facilitará su expresión, si le transmite los
suyos. En este sentido el logopeda debe ser consciente que debe compartir la responsabilidad en la
toma de decisiones acerca del niño.
Las orientaciones a los padres abordan la conducta,
sentimientos negativos o preocupaciones que los
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padres suelen tener, con respecto a la dificultad de su
hijo. Se les ayuda a comprender las características de
las dificultades, a saber cómo actuar y a comprobar las
ventajas de su participación en la intervención.
Si se proporcionan estas orientaciones de ayuda, se
conseguirá más fácilmente una colaboración activa,
una conducta y una actitud adecuada a las dificultades
del niño, que redundará en una mejora más rápida.
Resumen
Las habilidades terapéuticas y la relación de
ayuda en logopedia es un tema relativamente nuevo
en la literatura profesional. Sin embargo, es un área
en la que necesariamente va a ir aumentando el interés, dadas las ventajas que ofrece desde diferentes
perspectivas.
Es importante no olvidar que la relación terapeuta
paciente es una relación entre dos personas que no
es rígida ni estática. El terapeuta debe ir orientando
hacia el cambio y en la medida que el paciente
va modificando su actitud, el clínico a su vez se va
adaptando a ella. De la misma forma, un nuevo caso,
es una nueva relación terapéutica, a la que el profesional se tiene que reajustar.
En la intervención logopédica, es necesario con
frecuencia, tener que comentar aspectos negativos y
manejar situaciones de temor, hostilidad o ansiedad
con los pacientes. La forma en como el profesional
presente la información puede influir decisivamente
en la respuesta que produzca en el cliente y en su
familia y en su estado de ánimo y en la motivación
que muestre. Por tanto, aprender este tipo de habilidades ayuda a optimizar la calidad de las intervenciones que se realizan, mejorando la relación terapeuta
paciente. Asimismo, apoya al mismo terapeuta a comprender mejor su situación en la terapia, a desarrollar
una buena salud mental y a prevenir estrés relacionado con una actividad, que es apasionante, pero, con
frecuencia, también con un alto nivel emocional.
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Recibido: 24/03/08
Aceptado: 31/03/08
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