PRESENTACIÓN Juan Pedro Bermúdez Algaba, hijo de Modesta Algaba Martínez y de Juan Pedro Bermúdez Montañés (El Rojo de Brauliete), nace en Villapalacios, en la Placeta del Pozo del Barrio de la Bolea, un 28 de febrero de 1957. Parte de su infancia transcurre allí, donde viven sus abuelos paternos Braulio y Candelaria. Más tarde, la familia adquiere una vivienda en la Calle del Currucote, colindante con Juan y Petronila, sus abuelos maternos, y que será su casa definitiva. Escuela y estudios libres en Villapalacios; bachillerato, COU y Magisterio en Albacete completan su formación académica. Tras aprobar las oposiciones en 1979, desde el año 1980, es funcionario del cuerpo de maestros, profesión que sigue desempeñando en Elche de la Sierra, localidad en la que reside junto con su familia. Se declara un paloteño que no ha sabido ser de otro sitio. PREGÓN DE LAS FIESTAS DE VILLAPALACIOS AÑO 2014 Buenas noches a toda la concurrencia. Como “de bien nacidos es ser agradecidos”, quiero empezar mi intervención agradeciendo la deferencia que la corporación municipal ha tenido al nombrarme pregonero de estas fiestas. Con este gesto habéis hecho por mí mucho más de lo que yo he hecho por Villapalacios. Y mi agradecimiento también a cuantos tenéis la amabilidad de estar presenciando este acto inaugural de las mismas. Todos los que ya han pasado por este trance han comenzado diciendo que el honor que supone estar en esta tribuna es inmerecido. Reitero lo que ellos han dicho: tampoco yo me lo merezco más que cualquiera de los aquí reunidos. Cuando Maribel me llamó para comunicarme la decisión que habían tomado, mi primera reacción fue de sorpresa, por mi designación, seguido de un sentimiento de respeto ante el reto que suponía constituirme en portavoz de paloteños presentes y ausentes a los cuales representamos los que nos hemos atrevido a aceptar la invitación. Y aún sigo con algo de miedo, teniendo en cuenta a la altura a la que se ha colocado el listón de este pregón por parte de cuantos me han precedido. ¿Qué decir?, ¿Cómo decirlo?, ¿Discurso serio o con aire divertido?... Y mil y una preguntas sin respuesta. Cuando hablé con mi amiga María sobre el tema en cuestión y dado que ella forma parte ya de los que nos han emocionado desde aquí, me dijo que no me preocupara porque para hacerlo solo era necesario tener cabeza y corazón. Lo primero resulta evidente. El título de cabezón del pueblo nos lo disputamos entre Pedro el de la Venta, que recientemente ha iniciado una especie de trueque nada más y nada menos que con Contador (ya nos contará como termina) y yo. El asunto está comprobado fehacientemente por los sombreros y gorras que alguna vez nos hemos probado en San Cristóbal. En cuanto a lo de tener corazón, eso ya es otra cuestión. El ofrecimiento, sin embargo, ha conseguido dos cosas de forma inmediata: Una, que hoy esté ineludiblemente aquí. La otra, paliar, en la medida de lo posible, la mezcla de rabia y tristeza que me produjo un hecho acontecido ya hace unos años. Al pedir la cuenta en el bar de Chicharro, el chiquillo de Paco se acercó a la barra y le dijo a su padre: “Papa, dime la cuenta de los forasteros”. Espero que este acto y mis palabras sirvan para hacerme un poco menos forastero a los ojos del hijo de Paco y a los de otros muchos. Y ahora rebusquemos en el corazón. Villapalacios ¡qué nombre más bonito para un pueblo! aunque la belleza de mi pueblo no lo es sólo por el nombre, también por otras muchas cosas como: Por sus gentes: Gentes que recorren día a día sus calles y sus campos o gentes que, por una u otra razón, andamos llevando con orgullo el ser de Villapalacios allá donde estamos. Los paloteños hacemos lo posible y lo imposible para engrandecer nuestro pueblo y algunos llegan a hacerlo de manera literal. Mi amigo Sancho, el hijo de Lolo el de La Venta, se prestó a pasear en coche a una recién llegada al pueblo. Cuando al cabo de un buen rato la visitante en cuestión, un poco mosqueada y con la fundada sospecha de haber pasado por el mismo sitio más de una vez, preguntó si faltaba mucho para llegar, Sancho le contestó: .- Es que el pueblo es muy grande. La visitante en cuestión era Rolindes, mi mujer. Y por los recuerdos: Los largos y fríos inviernos con nevadas ahora impensables y que nos impedían hacer el huevo; las trampas para pillar gorriones (pobres gorriones hambrientos y ateridos) que colocábamos encima de esa nieve tapadas con papeles de periódicos viejos y con un trozo de pan duro como reclamo; las escuelas separadas de ñacos y de ñacas; los vasos de leche en polvo del Plan Marshal; la alberca de Gabriel, que se nos antojaba piscina olímpica, y en la que muchos aprendieron a nadar en los calurosos días del verano, yo no lo hice porque le temía demasiado a la zapatilla de mi madre; los saltamontes que cazábamos para los perdigones de Justo y que él nos cambiaba por caramelos de su tienda; los botes llenos de agua sobre los alfeizares de las ventanas y que atados con una cuerda y sujetos en el otro extremo a una piedra colocada en el suelo, constituían una desagradable trampa para quién tropezaba con ellas, sobre todo si el bote no tenía agua sino algo más desagradable; los escurriceros de greda que había en el carril camino de la escuela y que convertíamos en pistas rápidas echando sobre ellos un poco de agua o a falta de ella, meándonos y que de vez en cuando nos dejaban imborrables y temidas manchas de barro en los pantalones; los chambis de Josete cuyo sabor no he podido encontrar en ningún otro lugar; los toques arrebatados de las campanas cuando sonaban a cualquier hora avisando de un fuego y convocando a la gente para apagarlo y las interminables colas que se formaban con un ir y venir de cubos de agua desde cualquier pilón del pueblo hasta el tejado de la casa que ardía; las misas tempranas antes de irnos a coger aceituna y por ser monaguillo, el miedo que pasaba cuando atravesaba la iglesia oscura casi como boca de lobo e iba al campanario, más oscuro aún, para dar los toques; el milagro de los garbanzos de “El Torraero”, tardé mucho tiempo en descubrir cuál era la rentabilidad de su negocio; los zapatos con las puntas rellenas de algodón; siempre de uno o dos números más grandes para cuando creciéramos; los guantes prestados de la primera comunión... Y también por los abuelos: Todos los ñacos y ñacas del mundo deberían tener un pueblo. Y en ese pueblo, abuelos con burra en la cuadra de la casa. Esos abuelos que en nuestro tiempo no nos dieron demasiados abrazos porque parece que no estaba bien visto, pero que nos enseñaron a silbar y a distinguir entre lo que era una cereza y una guinda; y nos enseñaron también a no tenerle miedo a la noche en el campo cuando alumbrándonos con la luna, aprovechando el frescor de la madrugada, nos íbamos con ellos a regar. Con ellos aprendimos que es muy peligroso subirse a las ramas de una higuera para coger esos higos inalcanzables, porque su madera es muy blanda. Siendo muy pequeños, cuando llegaba el fin de semana y si el tiempo lo permitía, nos íbamos toda la familia a coger aceituna; mi abuelo Juan se echaba un puñado de anises en el bolsillo, nos llamaba para que nos acercáramos, daba un palo a la oliva, los lanzaba al aire sin que le viéramos; y caían ante nuestros ojos de mirada incrédula e inmensamente abiertos, nuestras manos rollizas los buscaban en el mantón entre las aceitunas abonando así la inocente idea de que las olivas, además de aceitunas, nos daban también aquellas multicolores golosinas. A Villapalacios lo embellece además sus puestas de sol: No busquéis en ningún otro sitio puestas de sol como las que se disfrutan desde La Glorieta. Son las más bonitas del mundo. Y no exagero ni un ápice. Y ¡cómo no!, las fiestas: Cada vez que llegan estas fechas nos encontramos con familia, amigos, vecinos, conocidos, visitantes…, pero uno no puede por menos que acordarse de los suyos, sobre todo de los padres, y más si como en mi caso ya no están. Espero que el eco de nuestras voces acabe llegándoles de algún modo. De entre todas las cosas buenas que tienen las fiestas de nuestro pueblo, hay una que sin duda es de las mejores. Es el hecho de que nos alargan un poco más las vacaciones, más allá de su fin cronológico. Ahora se llaman espectáculos pirotécnicos, pero a mí me gustan más llamarlos castillos de pólvora. Siempre recuerdo un día trece de septiembre de hace ya muchos, muchos años, que en mi casa como en todas las casas del pueblo, cenábamos con cierta prisa y con justificado nerviosismo, sobre todo los más pequeños, porque esa noche era la noche del castillo de pólvora, la única noche de todos los años de nuestras cortas vidas en las que las explosiones, las luces de colores, los molinillos que escupían fuego, las cañas de los cohetes que caían sobre nuestras cabezas y que luego nos servían para hacer flechas, el olor penetrante a pólvora recién quemada…, nos esperaban en la plaza ¡Ah! y las escobas de los turroneros que no daban abasto a quitar las chispas de las lonas que amenazaban con dejarles sin puesto. No sé por qué razón pero acabé enfadándome con mi madre y cuando llegamos a la plaza para ver, oír, oler, sentir y sufrir todas esas cosas me tapé los oídos, cerré los ojos y me volví de espaldas y a pesar de la insistencia de mi madre me mantuve así hasta que terminaron. Aún estoy lamentando mi cabezonería. Desde entonces abro mucho, mucho los ojos cada vez que alzo la mirada persiguiendo la fugaz estela de un cohete. Y me acuerdo de mi madre. A modo de despedida, me gustaría terminar con un humilde poema que tuve el atrevimiento de presentar al concurso literario “Palabras por Villapalacios” que el excelentísimo ayuntamiento había convocado. Poema que a la sazón fue premiado con el primer premio de poesía local. Para mí ha sido mi premio Cervantes particular. Es un poema acróstico y, como tal, tiene su parte visual que he querido recoger en este desplegable: Veranos de largas siestas. Inviernos con sabañones. Las primaveras preñadas. Los otoños bermellones. Al cerrar los ojos Pasan lentos, Arrumados, Los recuerdos. Al Compás Incansable Os Sueño. ¡Viva Villapalacios, vivan sus gentes y sus fiestas! ¡Viva el Santísimo Cristo de la Vera-Cruz! Juan Pedro Bermúdez Algaba Septiembre de 2014