Aceptar la muerte no significa desistir de la vida

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Aceptar la muerte no significa desistir de la vida
por Bel Cesar - belcesar@ajato.com.br
Traducción de Melissa Park - meishiman@hotmail.com
La semana pasada me sorprendió un comentario de una paciente con cáncer al decirme: “Usted me está
haciendo sentir voluntad de vivir, pero yo no debería sentir más apego por la vida, debería aceptar la
muerte”! Su desahogo nos llevó a una larga charla sobre la importancia de comprender que para aceptar
la muerte no precisamos desistir de la vida.
Intelectualmente puede no ser tan difícil comprender que para aceptar la vida tenemos que aceptar la
muerte. Pero, por qué emocionalmente rechazamos esa premisa? Porque no nos sentimos preparados
para dejar algo si aún nos sentimos carentes de él! O sea, exactamente porque sentimos falta de vida en
nuestra vida es que no nos sentimos preparados para dejarla!
Puede parecer una paradoja, más son justamente las personas que están llenas de vida que demuestran
paz cuando están enfrentando su propia muerte. Estar al lado de ellas es en sí una experiencia
gratificante, pues, hasta aún cuando no pueden más hablar, nos transmiten mensajes de fe y serenidad.
Las personas a su alrededor pasan a hablar por ellas, recordando como supieron valorizar la vida!
Podemos negarnos a hablar sobre la muerte y, mucho menos, sentir su presencia en nuestras vidas. En
tanto, catástrofes como las de las olas Tsunamis en Oriente nos despiertan un sentimiento de urgencia
en comprender la muerte para no perder la fe en la vida: intuitivamente sabemos que en cuanto
separamos la vida de la muerte estaremos presos al miedo de vivir ambas experiencias.
Que significa aceptar? La aceptación es el resultado de un acuerdo, en el cual nos tornamos receptivos a
algo. Esto es, aceptamos algo cuando maduró en nuestro interior la confianza: no hay más lucha,
apenas apertura, pues todas nuestras resistencias fueron abandonadas.
Según la psicología budista, aceptamos desapegarnos de algo cuando estamos realmente satisfechos.
Por eso, cuando amamos o nos sentimos profundamente amados por alguien, aceptamos hasta
desapegarnos de esta persona o situación: pues está bien clavado este amor dentro de nosotros. Las
personas que aceptan morir son aquellas que están satisfechas con sus vidas!
Desapego, en este sentido, significa estar nutrido de amor espiritual.
Todos nosotros ya sentimos esa forma elevada de amor cuando deseamos que la persona amada sea
realmente feliz: con o sin nuestra presencia. En tanto, en general, nuestro amor es más emocional que
espiritual: amamos en la carencia, esto es, nos alimentamos del sentimiento de que amar es sentir
necesidad de recibir el amor del otro. En este sentido, damos excesivo valor a algo o alguien sólo porque
nos hace falta. Esto es, nos comunicamos mejor con el otro cuando estamos lejos de él!
Pero también es verdad que cuanto más sabemos reconocer nuestra capacidad de amar, menos
dependientes estaremos de la presencia física de la persona amada. La prueba que esta premisa es
verdadera está en el hecho de que continuamos amando a alguien aún después de su muerte. La
dinámica del amor continúa en nuestro interior: continuamos dedicándonos a la persona amada aún
después que ella ya se fue. Rezamos por ella, y muchas veces pasamos a dedicarnos a finalizar sus
proyectos y realizar sus deseos.
Así como explica Robert Sardello en su libro Libere su Alma del Miedo (Liberte sua Alma do Medo): “En
el amor espiritual, el bien de la otra persona vive dentro de cada pensamiento que me viene, sea que el
pensamiento tenga o no que ver con ella. El término espiritual para esa cualidad es intento, que carga un
significado mucho más sutil que cuando decimos que tenemos la intención de hacer algo. Intento carga
el sentido de que alguna cosa mantenida en el pensamiento se tornó tan real como si estuviese
literalmente presente – no presente en mi delante, pero si en todos los lugares dentro de mí. En el amor
espiritual, aquello que se torna tan absolutamente real es la cualidad espiritual de la otra persona,
sentida en el intento de ser orientada únicamente para el bien de la otra persona. En la vida diaria, el
perfeccionamiento del amor espiritual se concentra en los pensamientos que tenemos en relación a la
otra persona. Esos pensamientos no son iguales a aquellos que surgen de extrañar a alguien, del
recuerdo de algo que hicieron juntos en el pasado o de pensar sobre lo que la persona pueda estar
haciendo en ese momento. En el amor espiritual, no necesariamente pensamos en la otra persona, al
contrario, la otra persona, como espíritu, se tornó completamente entrelazada a mi existencia de modo
que, aún sin percibir, ella está conmigo en cada momento, de una manera que acentúa mi propia libertad
individual en vez de impedirla”.
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