DOMINGO IX DEL TIEMPO ORDINARIO (A) Homilía del P. Jordi-Agustí Piqué, monje de Montserrat 6 de marzo de 2011 Dt 11, 18. 26-28. 32 / Rom 3, 21-25a. 28 / Mt 7, 21-27 (28-29) Queridos hermanos y hermanas en Cristo: La liturgia de la Palabra de los últimos domingos nos ha ofrecido la magnífica oportunidad de leer y escuchar íntegramente el llamado «Sermón de la Montaña». Curiosamente, sin embargo, en la lectura de hoy, se han omitido los versículos que cierran el último capítulo y que me parecen fundamentales para entender todo el conjunto: «Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba “admirada” de su enseñanza, porque les enseñanza con autoridad y no como sus escribas». Si bien al inicio del sermón de las bienaventuranzas Mateo subraya que Jesús "subió al monte», ahora en la fórmula conclusiva subraya que «la gente quedó admirada (sorprendida) de su doctrina, de su manera de enseñar, porque les enseñaba con autoridad [...] (Mt 7, 28b-29a). Un autor contemporáneo nos hace ver que la traducción más exacta del texto original sería: «la gente se asustó, [estupor, maravillarse con admiración y temor] de su doctrina...». ¿Qué quiere decir esta «autoridad» de la enseñanza de Jesús en la montaña que provoca admiración y temor a quienes le escuchan? Las bienaventuranzas, el Padrenuestro y las parábolas que hemos escuchado: ¿qué nos dicen de Jesús? Jesús inaugura una enseñanza que lleva la Ley y los Profetas a la plenitud (Mt 5, 17). Jesús pone su personal "yo" frente a las lecturas escuálidas de la Ley: «habéis oído que se dijo a los antiguos... pero yo os digo (Mt 5, 22). Algunos autores hablan de una nueva Torah, de una nueva Ley que se inicia con las Bienaventuranzas (Mt 5, 111) y culmina en la oración del Padrenuestro (Mt 6, 9-13). Quien acepta esta ley de amor será como el que edifica una casa sobre la roca (Mt 7, 24-27). He aquí la causa de la admiración, la sorpresa y del temor de la gente: Jesús, que sube a la montaña como un nuevo Moisés, se está manifestando como el que tiene autoridad; se está manifestando como el que tiene una intimidad directa con Dios, y lleva la autoridad marcada en su ser más profundo. Estamos, hermanos y hermanas, ante una epifanía-manifestación de Jesús como Señor, Kyrios, comparable a las que podemos encontrar en el Bautismo, en la Transfiguración y en la máxima epifanía de la muerte de Jesús en cruz. Por eso esta enseñanza causa admiración y temor, no basta con escuchar: es necesario que esta realidad transforme nuestra existencia. Jesús, en el evangelio de Mateo, después del sermón de la montaña, ratifica su autoridad con los signos proféticos de la curación del leproso y la del criado del centurión; calma la tormenta y elige a los doce, como nuevo pueblo de Israel (Mt 10, 14). Por lo tanto, la autoridad de Jesús es la del legislador y la del profeta: pero con la gran diferencia que es él mismo el fundamento de la nueva ley y los signos proféticos encuentran en él mismo su cumplimiento. Lo más sorprendente es que nosotros, como bautizados, compartimos con él esta autoridad. Por eso nuestra fe tiene como roca firme a Jesús mismo: nuestra fe no es un eslogan, una manera de vivir: es una fe fuerte que mira el mundo con esperanza, le da esperanza, nos transforma y lo transforma. Por eso podemos orar el Padrenuestro y proclamar las bienaventuranzas como Jesús lo hizo. Así pues, nosotros que ahora celebramos el domingo, somos los que hemos acompañado a Jesús en la montaña y recibimos su ley de bienaventuranza y oración al Padre. La nueva ley se inserta en nuestro ser cristianos como ley grabada en el corazón. San Ireneo lo sintetizó en la admirable axioma: «Sólo seguimos un solo maestro, el Verbo de Dios, Jesucristo, Señor Nuestro, que por su amor inmenso se ha hecho lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que él es». Esta lectura de los últimos domingos nos lleva hasta la puerta de la cuaresma. El próximo miércoles será Miércoles de Ceniza. Hacemos nuestro, pues, el canto evangélico de las bienaventuranzas como elemento vertebrador de nuestro camino hacia la Pascua. Tomamos y rezamos el Padrenuestro como alimento para atravesar el desierto de la vida. Rezamos el credo como agua que alimente nuestra fe hasta llegar a la profesión bautismal de Pascua. Miremos siempre a Jesús. La profunda serenidad de la Palabra de Cristo que da alimento de bienaventuranza al Nuevo Pueblo de Israel, que somos nosotros los bautizados, nos ayudará a hacer descubrir la belleza de Cristo a tantos hombres y mujeres de nuestro mundo que pasan por los desiertos del dolor, de la angustia o del desencanto. Hay hermanos y hermanas que hagamos realidad las bienaventuranzas en medio de nuestra realidad, para poder decir a Dios Padre y Padre nuestro. Es el propósito cuaresmal que me propongo y que os propongo: con la fuerza de la fe en Jesús, el Cristo, hacer cada día realidad una de las bienaventuranzas, hacer cada día operante una de las peticiones del padrenuestro, convertir cada instante el propio corazón para poder abrirlo a Dios y al prójimo. ¿Cómo? Con la sonrisa de la fe, la fuerza de la esperanza y el don gratuito de la caridad. Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo por medio de su Santo Espíritu nos haga confesar con el corazón y con las obras la grandeza inefable de Cristo, Hijo del Padre, fundamento de la casa de nuestra fe, hombre como nosotros y Señor de la Historia. Amén.