VOL: AÑO 7, NUMERO 20 FECHA: SEPTIEMBRE-DICIEMBRE 1992 TEMA: PERSPECTIVAS Y PROBLEMAS TEORICOS DE HOY TITULO: La génesis de la modernidad en Norbert Elias AUTOR: Rafael Montesinos [*] SECCION: Artículos RESUMEN: La crisis de los paradigmas, interpretada positivamente, representa para la sociología y para las ciencias sociales en general la posibilidad de liberarse de interpretaciones ortodoxas (cualesquiera que sea el sesgo ideológico). Emerge, entonces, como una exigencia de incursionar en vertientes del conocimiento que ayuden a profundizar la realidad social. En ese sentido, el esfuerzo sociológico de Elias representa un importante apoyo para replantear el estudio de lo privado y lo público. Este ensayo pretende destacar el papel que desempeña la vida cotidiana como expresión general del proceso social, considerando la transición al capitalismo como el período en que surge la modernidad. ABSTRACT: Genesis of modern times in Norbert Elias Adequate interpretation of the crisis in the paradigms represents for Sociology and the social sciences a possible approach to emancipate from any orthodox canons. Imperative demends, therefore, emerge to explore sources of information, attempting a substantial study on the social reality. Here, the private and public studies received important support from Elias in his well-performed writings on Sociology. It is objective of this article to observe the daily-life role as means of expressing the social process, granted that modern times evolved from the transitional period to capitalism. TEXTO Introducción En las diferentes perspectivas que se dan acerca de la modernidad, el trabajo sociológico de Norbert Elias privilegia el análisis de las condiciones sociales en que surge la sociedad contemporánea. En este sentido, es importante considerar que el esfuerzo conceptual e histórico de este autor parte de la premisa del cambio constante y dinámico de la evolución social; por lo cual se hace necesario establecer las diferencias entre una sociedad tradicional y una sociedad moderna. Si bien ha de buscarse la lectura de la modernidad en un continuum histórico que define el ascenso a una nueva etapa de organización social, es decir, la diferenciación entre el pasado y el presente, lo importante es identificar el cambio estructural de una sociedad que nos permita reconocer las características que definen una nueva etapa de interacción social. El primer punto que habría de destacarse es la inquietud de Elias acerca de la discusión sobre el objeto de estudio de la sociología y la historia; mientras que a la primera le interesa profundizar en el planteamiento teórico-conceptual acerca de cómo lo hombres interactúan al intercambiar objetos, al amar, al odiar, etc., la segunda intenta reconstruir los acontecimientos a partir de fragmentos, o de historias individuales, que va articulando a lo largo del tiempo. En esta confrontación parecería que a la sociología no le interesaran los actores centrales de la historia, y viceversa, que la historia pierde la dimensión global donde el actor central aparece desarticulado de su contexto social y lo presenta como elemento determinante de la evolución de la sociedad y no como expresión de ella (Paramio, 1986) [1] La justificación de algunos historiadores acerca de este problema a partir del cual un enfoque, específicamente histórico, se encarga de individuos y no de las conductas generales de las sociedades, la resuelven a partir de la relevancia que éstos tengan en su contexto social. Mientras que para Elias el alcanzar una profundidad realmente científica requiere de un análisis sociológico que permita hacer una lectura de las estructuras sociales, de sus cambios, de los conflictos que provocan crisis, alejándose lo más posible de interpretaciones dogmáticas que no advierten en un sentido concreto la evolución social. Por ello su propuesta es formalizar una sociología empírica, histórica y conceptual, [2] que permita analizar el procesos civilizatorio como una permanente transformación de las estructuras sociales que influyen, en el mismo sentido, en la subjetividad individual. Una sociología que hace comprensible la influencia de la sociogénesis en la determinación psicogenética, proceso que debemos entender como proceso de la "civilización", en el que queda manifiesta la capacidad de la sociedad de coaccionar la personalidad individual. [3] Este planteamiento sociológico no considera la idea formal del individuo "libre", independiente de su núcleo social. Se trata de incorporar la imagen del individuo a partir de una "personalidad abierta" orientada en su interacción con otros seres humanos, de tal manera que sea posible comprender la carencia de una armonía absoluta entre los individuos, y que en todo caso la articulación del entramado social denote la dependencia mutua entre los hombres, independientemente del papel que tienen en la sociedad. [4] Por otra parte, en la medida que Elias piensa los conceptos sociológicos como conceptos capaces de hacer la lectura de la dinámica de la evolución social, es obvio, que el cambio social de la Antigüedad, del ancien régime, a la modernidad se refleja en la transición de una sociedad a otra, del feudalismo al capitalismo. Una sociedad que establezca, en relación con el pasado, nuevas costumbres, modales, formas de pensar, de preparar alimentos, de organizarse políticamente, etc. Esta etapa de transición a la modernidad está personificada por la sociedad cortesana del ancien régime, específicamente por la corte de Luis XIV en el siglo XVIII que Elias analiza a profundidad en su trabajo sobre La sociedad cortesana, y que nosotros tomamos como referencia central para referirnos a la génesis de la modernidad. [5] Para Elias la sociedad cortesana refleja la transición del feudalismo al capitalismo. Nuestra transición a la modernidad no ha sido lo suficientemente estudiada; los trabajos sobre la corte de Versalles no han pasado de ser un acervo de detalles y anécdotas, que muchas veces tienen poca relación con los procesos sociales. Es el caso de Luis XIV, quien ha sido catalogado como el "gran hombre" que ejerció el poder absoluto en su época, sin contemplar que cualquier hombre, por poderoso que sea, por el solo hecho de ser parte del entramado social, tiene una autonomía relativa, aunque comparativamente con otros hombres resulte más independiente del proceso social. La sistematización conceptual de Elias demuestra que Luis XIV no ejercía el poder absoluto, sino que precisamente la importancia de la sociedad cortesana en la interpretación del proceso civilizatorio refleja cómo las características estructurales de esa configuración social permitió la centralización del poder que caracterizó a la sociedad occidental, [6] proceso de evolución social que permite la instauración de la sociedad contemporánea, el ascenso a la modernidad. En el trabajo sociológico de Elias la sociedad cortesana de Luis XIV es el punto de partida de la modernidad. Es el punto de referencia a partir del cual comienza a darse una diferenciación social conforme se consolida el proceso de urbanización, y su inherente presencia de la burguesía, iniciando la construcción del Estado contemporáneo: se abandonan las costumbres premodernas y se establecen las de la nueva sociedad. En pocas palabras, la modernidad va del brazo del surgimiento y desarrollo del sistema capitalista, de la evolución de la cultura occidental que se impone a las viejas culturas, ahora ya tradicionales. Por esto, en la lectura de la modernidad desde Elias tendremos que considerar las configuraciones sociales, interdependencias, equilibrio de tensiones, competencias, autocoacciones y monopolios del poder, conceptos esenciales que permiten comprender el proceso social a partir del cual se instauró la "civilización" occidental, es decir, la modernidad. La herencia del antiguo régimen La importancia que reviste la sociedad cortesana del ancien régime, en particular la corte de Luis XIV, es precisamente que ésta es considerada en la Europa del siglo XVIII como el ejemplo a seguir por las cortes de los otros reinos. París se convierte en la vanguardia cultural de Occidente, marcando las nuevas pautas de organización política, así como los modales y costumbres que han de ser adoptados por las cortes. Una de las características torales de esta sociedad es la centralización del poder, proceso articulado a la organización de la casa real, el Palacio de Versalles de Luis XIV. En ese sentido, es importante observar que la vida cotidiana en la corte francesa sintetiza el proceso que da origen en la nueva sociedad, el capitalismo que emerge de la transición, a la separación del espacio privado y el público. En primer término, habríamos de introducirnos en las diferentes connotaciones sociales que implica la sola arquitectura del Palacio de Versalles donde se asienta la corte de Luis XIV. En ella habremos de encontrar el inicio de la separación de lo público y lo privado, donde el patrimonialismo característico del Estado absolutista se traduce en traspolar la autoridad doméstica a la autoridad política; y que en la casa real, el rey, que ejerce la máxima autoridad familiar, representa simultáneamente la autoridad del reino. La estructura arquitectónica del Palacio de Versalles, en donde se alojaban cotidianamente los miembros de la corte francesa, refleja la jerarquía social que avalan el rey y su familia. Establece también la importancia de cada uno de los rangos nobiliarios, marcando perfectamente el distanciamiento del "pueblo llano", el cual tiene la función social de servidumbre. Y la disposición de los espacios que prevé ante cada habitación de los amos al menos una antecámara, es expresión de la simultaneidad de constante cercanía espacial y permanente distancia social, de contacto íntimo en una capa y distanciamiento con la otra (Elias, 1982: 69). Entonces tenemos, con la arquitectura cortesana, la representación material de una sociedad extremadamente estratificada donde la cúspide de la pirámide social la ocupa el rey, lo que obliga a que la vida cotidiana gire en su torno. Por otra parte, en el mismo ámbito de la arquitectura que refleja la jerarquización social tenemos que la ubicación de las habitaciones responde al símbolo de posición (estatus); por tanto, la construcción de las casas corresponde al rango social al que se pertenece, aun cuando los gastos que implica mantener el lugar de residencia con el tiempo lleven a la ruina de sus propietarios. Las casas deben reflejar la jerarquía de quien las habita. Un conde debe vivir como tal, de manera que su casa no se asemeje a la casa real, pero tampoco a la de un marqués que pertenece a un rango inferior. En ese sentido se puede observar que la preponderancia del estamento tiene una supuesta correspondencia con la capacidad económica que éste implica. La coacción para representar el rango es verdaderamente implacable, ya que quien no cumple con las normas y valoraciones establecidas por la sociedad cortesana -el consumo de prestigio- va perdiendo el respeto de su núcleo social, hasta quedar rezagado en la competencia por lograr mejores oportunidades de estatus o prestigio. Aquí es interesante destacar que la burguesía ascendente critica el gasto utilizado por los cortesanos para mantener su nivel de vida, que habría de ajustarse a los cambios de la moda impuesta por la corte. De hecho, la capacidad económica de la burguesía podía llegar a los niveles de "despilfarro" de los cortesanos pero, respetuosos de las normas establecidas por su sociedad, sus residencias mantenían la sencillez necesaria para no igualarse con la belleza de los "hoteles", como se les llamaba a las residencias de los nobles cortesanos. Como señala Elias, las construcciones habitacionales de los burgueses seguían el modelo de las residencias cortesanas aunque con medidas más reducidas. La burguesía tenía que seguir los patrones marcados por la nobleza cortesana si pretendía gozar de los privilegios que brindaba la cercanía de la casa real (Bordieu, 1990). [7] En la práctica cotidiana, quien entraba en desventaja en la pugna aristocracia cortesana-burguesía era la primera, puesto que Luis XIV había impuesto la prohibición legal que impedía la participación de los cortesanos en la actividad comercial y financiera; entonces, su permanencia en la corte dependía estrechamente de los criterios e intereses del rey. Respecto a las relaciones entre hombres y mujeres de la corte, por lo que toca al vínculo matrimonial, vemos que la estructura habitacional de la sociedad cortesana en el ancien régime refleja las características de la relación de su época, los siglos XVII y XVIII. Si el matrimonio estaba orientado hacia aumentar el prestigio y el rango de los contrayentes, la residencia habría de cumplir con las necesidades de interacción en la convivencia; desde el Palacio de Versalles hasta la residencia del cortesano de menor grado tenían contemplado cuartos separados para el señor y la señora de la casa. De hecho el control social de esa época es indiferente y débil en cuanto a la relación amorosa, la fidelidad y la comunicación. [8] La etiqueta (Bordieu, 1991) [9] es otra forma como la sociedad cortesana francesa del siglo XVIII impone la "civilización" occidental. Como ya veíamos, el prestigio se mantiene en la medida que se acata la conducta que Luis XIV impone a la nobleza y a sí mismo. La facultad de poder, que en este régimen dependía de la cercanía del rey, determina la competencia lábil por ascender en la jerarquía cortesana, que dependía, en primera instancia, de la capacidad individual de ir graduando la conducta y las formas de vida a los parámetros de la nueva concepción de "civilización". La etiqueta como forma de vestir también constituía un distintivo de la élite privilegiada de esa época, servía como elemento de distanciamiento del pueblo, [10] y nuevamente, como las estructuras residenciales que respondían a la jerarquía social, fungía como elemento diferenciador del rango al que se pertenecía. Las costumbres de la nueva civilización impuesta por la corte de Luis XIV, si bien subordinan y modelan la personalidad individual, también representan una garantía de diferenciación social del resto de la sociedad. Como lo señala Elias, cuando María Antonieta, esposa de Luis XV, comenzó a sacudir las reglas impuestas por el régimen de Luis XIV, la alta aristocracia fue la primera en protestar. Es importante, entonces, destacar que el distanciamiento y el prestigio buscado por los cortesanos no ha de explicarse como una ansia económica a priori, sino como un fin en sí mismo. La etiqueta, en esencia, es una de las formas de presentación que acredita la existencia y pertenencia a la sociedad cortesana. La conducta impuesta en la sociedad cortesana determina que la racionalidad de esta aristocracia sea orientada hacia el control personal. [11] La competencia por el prestigio y el poder exige esconder de la vista de los demás las malas intenciones, el mal carácter, las pasiones y aun la expresión de los sentimientos. Los individuos asumen el control de sus afectos para alcanzar el prestigio que persiguen. Por otra parte, por la misma competencia, es necesario desarrollar la capacidad necesaria para penetrar detrás de la máscara de los hombres; de ello depende la posibilidad de manipularlos en función de los objetivos personales. La corte de Luis XIV se relaciona estrechamente con la necesidad de conservación y perfeccionamiento del poder. La rigidez que exige este objetivo hace que el rey subordine hasta a los miembros directos de su familia. Las normas de civilización no sólo son instrumentos de distanciamiento sino también de dominio, representan una forma de gobierno a la que todo el pueblo debe responder. Si bien esta civilización denota el control de los impulsos, la centralización del poder y, por ende, la pacificación de la interacción social, habremos de observar que la corte francesa de finales del siglos XVII y principios del XVIII, en el reinado de Luis XIV, ha consolidado una transición de una nobleza caballeresca a una de tipo aristocrático-cortesano. La sociedad cortesana representa la culminación de un proceso de pacificación que se viene dando en Europa desde el siglo XI hasta el XVI. Luis XIV deja de encarar personalmente las guerras y comienza a enviar generales con ejércitos mercenarios; los torneos de la nobleza de espada, que tenían un carácter de enfrentamiento personal, se convierten en un juego cortesano. Es posible advertir que el "gobierno" de este rey pacifica las luchas entre la nobleza y la burguesía ascendente de los siglos XVI y XVII, al incorporar la primera a su corte y establecer trato directo con la segunda; ello es reflejo del debilitamiento de la nobleza y del ascenso de la burguesía, [12] de su incorporación a los cargos de administración y jurisprudencia. Es precisamente la capacidad que Luis XIV tiene para equilibrar las tensiones entre esas dos clases sociales, lo que le reditúa la legitimación de su gobierno. Es lo que le permite monopolizar el poder económico y militar, en pocas palabras, formar lo que hoy propiamente conocemos como Estado. Es preciso insistir en el papel que tiene Luis XIV en la configuración del entramado social francés. Este actor no podía permitir que la nobleza sucumbiera, se lo impedía no sólo su prestigio de poder y grandeza reconocida en el exterior, sino la necesidad de mantener una sociedad que se distinguiera de las demás. Esta interpretación se antepone al personaje presentado por la historia como la personificación del poder absoluto, no como un ente de poder interdependiente de los niveles inferiores y de la estructura de dominación (Anderson, 1987). La relación entre el rey y los niveles jerárquicos inferiores reflejaron en ese régimen el fortalecimiento de aquél y de la burguesía emergente, sin que esto quiera decir que los intereses de la burguesía avancen más allá de los intereses personales de la Corona. Es decir, que en una situación de conflicto, el rey, en el Estado absolutista, un Estado de transición, equilibraba la confrontación entre la burguesía y la nobleza, situación de la que dependía su propia posición. Para Elias el proceso civilizatorio en el ascenso a la modernidad, entendido como la superación de la sociedad feudal, es un proceso de "acortesamiento" de la nobleza caballeresca y de la burguesía ascendente de Francia, principalmente. Este proceso de pacificación implica un cambio en la estructura de la configuración social de la Edad Media que afecta la estructura individual de los hombres de esa época (psicogénesis). El control de los impulsos impuesto por la nueva sociedad se presenta ante los individuos como una fuerza que se antepone a ellos desde fuera: es la fuerza coercitiva del Estado absolutista. Tal subordinación no es aceptada del todo con beneplácito generalizado. Al contrario, existen sectores de la aristocracia que resienten el abandono de una vida en contacto cotidiano con la naturaleza y el abandono, también, de las glorias de la nobleza caballeresca. Es el sabor melancólico que el proceso civilizatorio deja a su paso, la separación entre la ciudad y el campo. El proceso de urbanización que impone la transición a una nueva forma de organización social refleja el alejamiento de la vida campestre. El campo aparece bajo la añoranza de la corriente del romanticismo europeo de los siglos XVII y XVIII, embellecido por la lejanía espacio-temporal y el asedio de la vida cortesana (Elias, 1987). La civilización hace sentir crecientes coacciones sociales con la formación de Estados sólidamente integrados con la división de funciones que ello implica, y el aumento de los eslabones de interdependencia social. La corriente del romanticismo ve su presente como el empeoramiento de la vida pasada, por eso ve hacia el futuro con la esperanza de restaurar esa forma de vida en el agobiante proceso coercitivo de la civilización. Es comprensible que el romanticismo se manifieste exclusivamente en las capas superiores de la configuración social, pero la solución del paradigma que se resolvería vulnerando el proceso civilizatorio provocaría la exclusión de la élite a la que pertenecen y, por lo tanto, la pérdida de los privilegios acostumbrados. El cortesano tiene que soportar el subordinar su persona a los designios sociales para mantener su prestigio (Bordieu, 1991 ). [13] Poco a poco al cortesano le cuesta más desprenderse de la máscara con que es aceptado en su círculo social. La coacción social que en el inicio de su incorporación a la corte le resultaba dolorosa le hace recordar con nostalgia el pasado, introyectando la coacción externa como un fuerza inherente a su naturaleza individual. De otra manera, la corriente del romanticismo europeo ve también con nostalgia la cuestión de la atracción sexual y las relaciones amorosas; se advierte la disminución de la espontaneidad, el distanciamiento entre los sexos provocado por "las buenas maneras" con que se tuvieron que tratar las mujeres y los hombres en la sociedad cortesana. La transición que se viene gestando desde el siglo XV está caracterizada por una transformación global de las coacciones sociales en autocoacciones que asume el individuo para que su conducta se rija por la moral. Es el proceso de transmisión de valores y principios de vida entre la estructura social y la forma en que los individuos la interiorizan, es la influencia de la sociogenética en la psicogénesis (los principios -reglas colectivas- que hacen posible la convivencia social sustentada en la introyección individual de los valores colectivos; se trata del registro en el subconsciente individual de las reglas que requiere la interacción social) (Freud, 1988). Este proceso de interiorización, a partir del cual los individuos terminan autocontrolándose, es una de las características fundamentales del proceso civilizatorio occidental. La fuerza coactiva que impone la civilización provoca conflictos por la desigualdad en la distribución del poder. El rey, en este caso Luis XIV, es menos vulnerable a la coacción social que el resto de la sociedad cortesana; mientras la corte y la burguesía, clase emergente, se han de sujetar más estrictamente a los lineamientos sociales. Como hemos visto, el conflicto que produce el proceso civilizatorio es analizado por Elias desde diferentes perspectivas. Otro aspecto a través del cual el autor nos conduce por la problemática que arroja la instauración de la modernidad, es la oposición entre significado de la palabra civilización en la sociedad francesa y el significado de la palabra cultura para la sociedad alemana (Elias, 1987: 93-97). Tal confrontación refleja dos cuestiones fundamentales: una, que la civilización impuesta en la sociedad cortesana francesa va siendo adoptada por el resto de las cortes europeas, y en este caso particular la alemana; y segunda, que el proceso civilizatorio se desenvuelve de diferentes formas en cada una de las sociedades. En el caso de Francia, el concepto de civilización resume el orgullo de la nación por el papel que desempeña en el desarrollo de la cultura en Occidente, y por tanto, de la humanidad en general. Mientras en Alemania el concepto de civilización tiene una connotación secundaria, en la medida que el significado de esa palabra en lengua alemana se refiere a la exterioridad de la naturaleza humana. La palabra a través de la cual los alemanes reflejan su orgullo es cultura, que apunta hacia los valores de los seres humanos. Evidentemente esta diferenciación refleja de antemano que los procesos civilizadores no son experimentados de igual manera por las diversas sociedades. En el caso de Alemania habría que destacar el florecimiento de la literatura y la filosofía, donde Schiller, Kant y Goethe [14] son excelentes ejemplos de este fenómeno. La particularidad del proceso civilizatorio en esa nación evidencia cómo los intelectuales criticaban la manera como la corte de ese país asume la civilización. Por una parte, la burguesía alemana, con pretensiones de ascenso, enfrenta una fuerte crisis en la actividad comercial, lo que coadyuva a que la nobleza cortesana alemana (afrancesada) mantenga el monopolio del poder, excluyendo de los privilegios tanto a la burguesía como a los intelectuales provenientes de ella. Entonces, en la medida que la nobleza alemana adopta costumbres, conductas y lengua de la sociedad cortesana francesa, los intelectuales alemanes mantienen una posición de crítica a esa élite estamental. Su influencia política no tiene presencia; de hecho, los ataques de la intelectualidad alemana van dirigidos, principalmente, en contra del comportamiento humano de la aristocracia y raras veces en contra de sus privilegios políticos. Mientras que en Francia, si bien es cierto que también surge un movimiento de importantes intelectuales provenientes de la burguesía ascendente, como es el caso de Diderot y Voltaire, esos talentos, a diferencia de lo que acontece en Alemania, son recibidos con entusiasmo por la sociedad cortesana. La integración entre la aristocracia cortesana y la burguesía en Francia refleja cierto grado de retroalimentación entre un polo y otro, en el sentido de crear formas de lenguaje, actitudes y conocimientos que comparten entre sí. Esta tarea compartida muestra una configuración social con una estructura que la distingue de sociedades anteriores, en particular de la nobleza de espada. Este es otro de los aspectos que dan forma a la modernidad, considerando la exposición de Elias. La modernidad, el advenimiento de la civilización, implica la transformación de la conducta humana, la utilización del lenguaje, la moda en el vestido, la estructura de las residencias, los modales en la mesa, etc., el cambio de conducta de la sociedad es el factor determinante en la diferenciación social, de la diferenciación de lo "incivilizado". [15] Como sugiere Elias, siguiendo los escritos de Erasmo de Rotterdam, fundamentalmente, los modales pueden ser interpretados como una síntesis del cambio en las costumbres de la sociedad. [16] La intención primordial de funcionar como instrumento de socialización de los infantes refleja la necesidad de aprender el modelo de conductas propias de la sociedad cortesana. De igual manera existen formas de lenguaje muy refinadas apropiadas a las clases altas. Esta variante de la conducta también funge como elemento de exclusión y diferenciación social. La transformación de la conducta registrada por los moralistas demuestra cómo con la civilización surge el pudor como una forma de vergüenza ante la desnudez. Las costumbres sociales van modelando el comportamiento de los individuos de acuerdo con un orden establecido. Lo mismo sucede en la transformación de las relaciones entre el hombre y la mujer; el matrimonio monogámico de la cultura occidental regula las relaciones sexuales y aparece como una institución que respalda la solidez de la familia, siguiendo el paso del proceso civilizatorio; cuando en épocas anteriores las relaciones extramatrimoniales del hombre y la mujer, hasta el siglo XVII, se consideraban más o menos normales. Es precisamente el control de las pulsiones el que determina el cambio en las relaciones entre el hombre y la mujer. La aceptación del matrimonio monogámico como institución de regulación de la familia garantiza, o al menos así se esperaba, la autocoacción de los individuos, que al reprimir sus impulsos suaviza la interacción social. El individuo comienza, en la sociedad cortesana, a enfrentar el conflicto entre lo prometedor de sosegar sus impulsos y las desagradables limitaciones que impone la autoridad social. El individuo se encuentra ante la fuerza coercitiva del Estado, ante una sociedad que le demanda una conducta ya "establecida" por todos. La modernidad, la sociedad moderna, establece su diferencia en relación con el ancien régime a partir de un nuevo entramado social que implica la pacificación de la relación entre los hombres, la refinación de los modales, que establece la diferencia entre la nobleza y el resto del pueblo; en general se trata de la constitución de un nuevo Estado. En ese sentido, la nueva forma del entramado social se caracteriza por heredar costumbres de la sociedad cortesana, así como por incorporar nuevas concepciones de las relaciones entre una y otra clase social. La nueva sociedad, la sociedad burguesa, se consolida con ciertos rasgos de conducta cortesana [17] que marcaron el paso del ancien régime a la sociedad moderna. Esta diferencia, este conjunto de preceptos y actitudes que se van difundiendo en Francia, van adquiriendo poco a poco un carácter nacional en la autoconciencia del pueblo. Y es hasta el triunfo de la Revolución francesa, en 1789, que la civilización ya no se remite exclusivamente a la aristocracia cortesana de París, sino que comienza a mostrarse como un proyecto social (nacional) al cual se incorpora todo el pueblo. De ahí en adelante, progresivamente, se transforma en el proyecto universal de la cultura de Occidente. La génesis del Estado y la modernidad La elección de la sociedad cortesana de Luis XIV como foco central en el análisis teórico e histórico de Elias no es nada gratuito, puesto que esta configuración social es la base sobre la cual es factible identificar, aunque sea de manera precaria, el surgimiento del Estado capitalista como elemento distintivo en la forma de organización económica, política y social. Es el Estado absolutista el ente social que permite advertir, históricamente hablando, la transición de una configuración social a otra, de una sociedad feudal a una sociedad capitalista generadora de la cultura occidental con la que identificamos, actualmente, la categoría de modernidad. En ese sentido, la transición al capitalismo ha de ser entendida como una configuración social que va transformándose paulatinamente hasta adoptar una nueva forma. Es el período de transición estructural, de cambio en la articulación del entramado social, en el que el Estado absolutista responde como catalizador en este proceso. La sociedad cortesana se organiza en torno al Estado absolutista personificado por Luis XIV, a quien se le atribuye la célebre frase de "el Estado soy yo" (Anderson, 1987: Introducción), y que representa, en la constitución del nuevo Estado, la centralización del poder político. Entonces, el Estado de la sociedad cortesana expresa cómo la dominación política es reflejo de un cambio estructural que hace posible el surgimiento de la sociedad occidental. Generalmente se acepta que los principales rasgos para identificar la génesis del Estado contemporáneo son la delimitación del territorio y la institucionalización del ejercicio de la violencia, estos aspectos son analizados en relación con el proceso de centralización del poder al que hemos hecho referencia. Por lo que toca a la cuestión del monopolio del territorio, Elias explica cómo, a comienzos del siglo XII, cuando el imperio francés apenas es hostigado por enemigos externos, la Corona francesa se preocupa, entonces, por consolidar sus propiedades e incrementan su poder político, económico y militar. Esto hace posible que el vencedor de las batallas, en este caso el rey, arrebate las propiedades a los perdedores, y muestra cómo a lo largo de este período se van desmontando los centros de poder económico y militar de la sociedad feudal. Este proceso de centralización denota el fortalecimiento de la Corona: queda mermado el poder feudal y desaparece, por tanto, el caudillaje militar. La presión por conseguir más tierras tiene mayor acogimiento en los caballeros pobres, aunque en los caballeros ricos la ambición por extender su dominio los conduce ha hacerle la guerra a los vecinos, ya sean señores feudales aledaños a sus propiedades territoriales o hasta el mismo rey, si éste se encontrara en una situación de debilidad política y militar. La competencia por alcanzar mayor poder por la vía de la guerra es la característica preponderante de la Edad Media. El crecimiento poblacional provoca la competencia que genera el fortalecimiento de unos y la eliminación de otros, hasta que unos pocos monopolizan el poder económico y político. [18] A partir de que se instituye el monopolio del poder político en el Estado absolutista, de la dominación, las clases sociales ya no luchan entre sí, sino, más bien, se preocupan por insertarse en el aparato monopólico para participar en el reparto de cargos y beneficios de la nueva configuración social. Al concentrarse el poder en unas solas manos, en el Estado absolutista personificado por Luis XIV, el sistema abierto de oportunidades de la sociedad cortesana se transforma en un sistema cerrado de oportunidades. Esto obedece, precisamente, al proceso de monopolización del poder, en la medida en que el grueso de los contendientes quedan excluidos y dependientes de las decisiones del rey. Es aquí donde su capacidad para equilibrar las fuerzas organizadas en su entorno le reditúa legitimidad ante la nueva conformación social. Ahora, la cuestión del poder conduce al problema de conservar y administrar las oportunidades: propiedades, ejércitos o dinero, que en el proceso de concentración de poder va dificultando al rey mantener el monopolio sobre éste. Poco a poco, el rey va dependiendo de la sociedad cortesana y la burguesía ascendente para manejar el poder. La interdependencia entre el alto mando y los estratos inferiores queda manifiesta de manera nítida. La imperiosa necesidad de captar recursos financieros por la vía de la fiscalización, exige a la Corona generar una estructura operativa lo suficientemente grande y preparada para responder a las tareas que impone esa actividad. Los medios financieros que afluyen así a este poder central sostienen el monopolio de la violencia; y el monopolio de la violencia sostiene el monopolio fiscal. Ambos son simultáneos; el monopolio financiero no es previo al militar y el militar no es previo al financiero, sino que se trata de dos caras de la misma organización monopolista. Cuando desaparece el uno, desaparece automáticamente el otro, si bien es cierto que, a veces, uno de los lados del monopolio político puede ser más débil que el otro (Elias, 1987: 345). Como sugiere Elias, la base fundamental para mantener el monopolio del poder es la institucionalización de la violencia, es decir, que la fuerza del Estado absolutista extermina poco a poco los impulsos belicistas que caracterizaban a la época medieval. Los individuos se percataron de la fuerza que representa el monopolio del poder y no les quedó más camino que modificar su conducta. Este es el efecto inmediato que el proceso civilizatorio deja en su paso a la modernidad, es decir, que la fuerza coactiva que impone el Estado va introyectándose en la estructura individual (psicogénesis), hasta el momento en que el control de sus impulsos son reprimidos de manera autocoactiva. Si nosotros comparamos este proceso de socialización al que se somete la nobleza europea de esa época con el significado que tiene la civilización capitalista de finales del siglo XX será fácilmente comprensible esta situación: existe una "libre" competencia basada en reglas civilizadas que norman la competencia. En el caso de la sociedad cortesana francesa del siglo XVIII es evidente que el resultado de la competencia depende de la estima o el agrado del rey, quien en determinado momento favorece a aristócratas o a burgueses, según la proyección de sus intereses personales. Así el rey aparece, en la interpretación de Elias, como del poseedor del poder absoluto. La dominación del Estado burgués que ya marca el avance de la modernidad, fuera de la fuerza antepuesta al individuo para controlar sus impulsos, funge como un "mal necesario" para la pacificación social, puesto que de no existir el monopolio de la violencia sería imposible contener o regular los impulsos agresivos y se provocaría un permanente estado de guerra. [19] De similar manera sucede en la sociedad cortesana de Luis XIV y aun en la actualidad: la élite incrustada en los aparatos del Estado enfrentan el conflicto de equilibrar los intereses de los diversos sectores de la sociedad burguesa. El aparente interés del Estado es, entonces, garantizar y cohesionar el conjunto de los intereses de la sociedad. Pero ante todo está obligado a defender su propia existencia, de tal manera que ninguna fuerza social supere la del Estado. Esto hace esperar que el actor central, el rey en el ancien régime, es decir, el Estado de transición, se imponga en un primer momento por la vía de la violencia, ya sea como amago o con el ejercicio concreto de ésta para asegurar su existencia. También son notorias las alianzas que establecen con un sector social para enfrentar a un opositor, como era el caso de Luis XIV que utilizaba a la burguesía en contra de la aristocracia y viceversa. O de otra manera, el centro de poder puede utilizar su influencia para definir de qué lado se inclina el fiel de la balanza en la confrontación de dos fuerzas sociales. Entonces es necesario identificar que, si bien el rey mediaba el enfrentamiento de la aristocracia cortesana y la burguesía según sus intereses (siglos XVI y XVII), progresivamente la burguesía fue influyendo en la nueva configuración social. Este fenómeno se va concretando a partir del debilitamiento de la aristocracia cortesana y el fortalecimiento de su contraparte. La burguesía va monopolizando la administración del aparato de dominación, además de que la corte entra en un proceso de aburguesamiento, reflejo de su decadencia cultural, económica y política. En resumen, el monopolio del poder en el Estado absolutista de Luis XIV es producto del proceso de concentración del poder político y económico, lo cual refleja que la Corona, hacia el siglo XVII, ganó la competencia a sus opositores. A partir de ahí impone un gravamen fijo tanto a la aristocracia cortesana como a la burguesía. El monopolio de poder de Luis XIV muestra la transición de un rey propietario de tierras (siglo XVI) a un rey poseedor de dinero. El monopolio fiscal y el monopolio de la violencia constituyen la espina dorsal del Estado contemporáneo. El tiempo como factor de la modernidad En nuestra interpretación, el manejo del tiempo en Elias permite identificar la consolidación de la sociedad contemporánea; [20] establece una "cronología" que permite distinguir un elemento más que rige la interacción social y, de hecho, marca la evolución de la sociedad capitalista a partir de los ritmos que establece la producción social (taller, fábrica e industria) en las relaciones sociales. [21] El manejo que Elias hace del tiempo lo utilizamos como un nuevo recurso sociológico para sustentar, teórica e históricamente, la génesis de la modernidad. Este elemento permite ubicar a las sociedades en el espacio y en un continuum histórico que hace posible comprender el pasado y el presente, así como abrir expectativas acerca del futuro. Elias se pregunta: ¿por qué ha de medirse algo que no es perceptible a los sentidos?, o ¿por qué las sociedades industriales no se cuestionan el concepto del tiempo, sino se limitan a recibir y asumir como algo propio su fuerza coactiva? Elias intenta encontrar la respuesta a partir de analizar el efecto que tiene el elemento del tiempo en el desarrollo de la humanidad, desde las sociedades primitivas hasta la etapa contemporánea de desarrollo social en que, poco a poco, se puede apreciar que la medición del tiempo se hace indispensable para normar las relaciones sociales, las estructuras y la inserción de los individuos en ellas. En ese sentido el tiempo se incorpora como otro elemento social que determina la conducta y la personalidad de los individuos, es decir, que se le impone al individuo como una fuerza exterior (sociológicamente hablando) que coacciona su persona. La sociedad capitalista, la sociedad moderna, está regida desde su génesis por la presión del tiempo, tanto en lo individual como en lo colectivo. Por ello el tiempo se eleva como una institución indivisible materializada en una máquina utilizada por el hombre para medirlo: el reloj. El mismo concepto abstracto del tiempo denota un alto grado de síntesis, reflejo del incremento del saber social que viene acumulándose de generación en generación. El primer aspecto que Elias discute es la separación entre el tiempo físico (natural) y el tiempo social, es decir, intenta diferenciar entre el tiempo medido con relojes y calendarios, y el otro, explicado a través de los procesos sociales que dan cuenta de la evolución de la sociedad y establecen una diferenciación en el tiempo que permite identificar diferentes etapas en el desarrollo de ésta. El tiempo físico no niega al social, ni viceversa, pero la disyuntiva impone cierto grado de dificultad en el análisis sociológico del tiempo. Por ello es que resulta problemático tratar estos dos hechos, el físico (natural) y el social, como cuestiones ligadas. Se hace necesario, entonces, establecer la separación analítica entre la naturaleza y la sociedad. De ahí que Elias retome dos planteamientos de una vieja discusión filosófica sobre el tiempo. Uno es el que considera al tiempo como un hecho objetivo creado por la naturaleza, que tiene como característica el no ser perceptible por los sentidos humanos. Dentro de esta corriente que en la actualidad comienza a declinar, tenemos los planteamientos que sobre el tema aportó Newton. Por otro lado, está la visión del tiempo como condición subyacente a la experiencia humana; aquí encontramos a Descartes y, sobre todo, a Kant, quienes plantean el tiempo como una síntesis a priori, como un dato inherente a la naturaleza humana. Aunque la segunda explicación supere, en el contexto sociológico, a la primera, el tiempo no es visto como un elemento cohesionador, coordinador de las actividades sociales en las sociedades complejas, estatales e industriales. De ahí que nuestro autor recurra al análisis que el tiempo jugó en las sociedades primitivas, menos estructuradas que las actuales, en las que se hace evidente la relación estrecha existente entre la sociedad y la naturaleza. El manejo del tiempo puede explicar perfectamente la tensión que generó entre los nobles, en la época del romanticismo (Elias, 1987), el proceso de "acortesamiento" que impulsó Luis XIV a principios del siglo XVIII, puesto que no sólo se trataba del abandono de la vida feudal, sino de la presión que ejercía en sus personalidades la vida cotidiana en la corte. Es por esto que el análisis retrospectivo que considera la función del tiempo en las sociedades primitivas y en la época feudal ejemplifica cómo el proceso civilizatorio, entendido como la instauración de la modernidad, es grosso modo el elemento que permite contener los impulsos individuales posibilitando la superación de un estado de guerra. Cuando Elias se desplaza en su análisis hasta las sociedades agrícolas primitivas, advierte cómo en esa primera forma de organización social el desconocimiento del tiempo pone en peligro la satisfacción de las necesidades primarias, y por ende, la reproducción social. Por esto el precario conocimiento del tiempo, a partir del movimiento del sol y la luna, es fundamental para determinar el inicio de los cultos (ritos, ofrendas, cantos, etc.) que anteceden el proceso colectivo de la siembra. Es evidente que en esta etapa de desarrollo social el hombre no relaciona el tiempo con los ciclos continuos de la naturaleza, puesto que no cuenta con una técnica para medir el tiempo. Esta situación refleja la imperiosa necesidad que progresivamente tiene el hombre de hacerlo, puesto que ello determinará la capacidad de la humanidad para apropiarse de la naturaleza y, así, garantizar su reproducción. Como se sugiere anteriormente, el análisis del tiempo, como forma de observar el continuum histórico, posibilita, de manera general, adentrarse en la cuestión del conocimiento como elemento de dominación en las diversas etapas de la evolución social. Por lo que toca al elemento del tiempo, dentro del mismo contexto de las sociedades primitivas, es posible establecer relación con la estructura de poder y autoridad que monopoliza "el conocimiento del tiempo", es decir, el conocimiento de la naturaleza que, traducido en la capacidad social de apropiación de la naturaleza, garantiza la reproducción de la sociedad. En dichas sociedades, casi siempre, los sacerdotes asumían o monopolizaban el conocimiento de cómo medir el tiempo. Posteriormente, en etapas más evolucionadas en las cuales ya se institucionalizaba el Estado, los sacerdotes compartieron con las autoridades seculares del Estado la actividad social de determinar el tiempo. Es después, cuando los reyes le ganan la hegemonía a los sacerdotes, que el Estado se adjudica en exclusiva la determinación del tiempo, la acuñación de la moneda, la educación, etc., en general, el manejo del conocimiento científico que caracteriza a la sociedad moderna. Es en el continuum histórico que vemos emerger sociedades mucho más complejas, donde la multiplicidad de actividades y el crecimiento de la población exigieron a las instituciones jurídicas del Estado el establecer medidas unitarias de tiempo que permitieran coordinar los dinámicos procesos de urbanización. Las nuevas relaciones económicas hicieron más urgente la necesidad de sincronizar todas las actividades sociales y de disponer de una medida temporal continua y uniforme que sirviera de referente colectivo. Se hizo necesaria la elaboración de un calendario que rigiera el contexto social a partir de un tiempo universalmente determinado, que integrara las relaciones intrasocietales y extrasocietales. En ese momento la sociedad se coloca en la perspectiva histórica como un conjunto sucesivo de acontecimientos, un conjunto donde las partes convergen en el tiempo y el espacio. Es cuando Elias incorpora al tiempo como catalizador para ubicar y distinguir, históricamente, los procesos sociales. De ahí que en nuestra interpretación el tiempo social aparezca como un elemento importante para identificar la génesis de la modernidad y, evidentemente, el que el tratamiento del tiempo como lo propone nuestro autor se presente como un enfoque a considerar dentro del estudio de la sociología histórica. En la actualidad, en la presente etapa de la modernidad, al hombre contemporáneo le resulta indispensable el apego al tiempo para ubicarse en el proceso de su contexto social. Su necesidad de medir el tiempo ya no va ligada mecánicamente a la necesidad de reproducirse, pues el estadio social en el que se ubica le resuelve ese problema. Pero la necesidad de manejar fraccionariamente el tiempo le garantiza la estabilidad de sus relaciones sociales. Para el hombre actual el tiempo representa un símbolo a partir del cual se comunica con los demás; es el elemento social que le permite insertarse, de manera formal o informal, en la actividad colectiva. El hombre se ubica como ser temporal, finito, entre su nacimiento y su muerte, a partir de lo cual tendrá que responder a los patrones de conducta que la sociedad establece. [22] El tiempo aparece como una fuerza coactiva externa al hombre, que es introyectada de manera individual como una presión autocoactiva. El hombre de hoy no requiere conceptualizar el tiempo, requiere responder, aun mecánicamente, a lo que le demanda su tiempo social. En resumen, el manejo sociológico del tiempo, como lo sugiere Elias, nos permite explicar cómo se va consolidando el proceso civilizatorio, cómo surge la modernidad. El tiempo establece el ritmo de la vida social, desde la génesis de la sociedad capitalista, sobre todo, pero también nos permite diferenciar, en el continuum histórico, una etapa del desarrollo social de otra. Comentario final Interpretar la génesis de la modernidad desde la lectura de Norbert Elias nos remite, necesariamente, al análisis del proceso de pacificación social que culmina con la centralización del poder político en el Estado absolutista. Dicho proceso muestra la transformación de las estructuras medievales en una nueva configuración social a partir de la cual es factible distinguir, tanto en la forma como en el tiempo, la emergencia de una nueva sociedad que identificamos como una etapa de evolución social "civilizada". Necesariamente habremos de entender la modernidad como las formas que adopta la sociedad capitalista, en el conjunto de sus estructuras y sus relaciones sociales, que permiten distinguiría de "otras" sociedades (esclavista o feudal). En la actualidad la identificación de la modernidad, lo moderno, permite establecer diferencias entre las sociedades desarrolladas (industrializadas) y las tradicionales (en vías de desarrollo), y muestra que la evolución o el atraso sociales están definidos por los parámetros que impone la cultura occidental. De hecho, en el tratamiento que Elias hace del proceso civilizatorio, de las nuevas formas y costumbres que impone la modernidad desde su nacimiento, podemos advertir la función que tiene para las clases altas como elemento de distinción y distanciamiento respecto de los estratos inferiores. En ese sentido, la importancia de la transformación social adquiere relevancia en la medida que permite identificar el efecto que el proceso civilizatorio tiene en la estructura psicosocial de los individuos. La sociedad, representada por el Estado, se va constituyendo en una fuerza externa a los individuos con el suficiente poder económico y político para imponerles nuevas formas de conducta, de tal manera que los valores proyectados por la sociedad van introyectándose en el individuo hasta producir el autocontrol de sus impulsos. Y es precisamente la "pacificación" de los impulsos la característica histórica y conceptual que nos permite, desde la lectura de Elias, distinguir la génesis de la modernidad. Para este autor la modernidad triunfará cuando los individuos actúen sin una fuerza externa a ellos que los obligue a adoptar una conducta determinada; cuando se adopte una nueva forma de conducta civilizada que excluya la coerción estatal, cuando el hombre actúe realmente en libertad. Mientras tanto el proceso civilizatorio continúa su marcha. CITAS: [*] Profesor-investigador del Departamento de Sociología. UAM-A. [1] La argumentación de Paramio acerca de la validez de la sociología histórica parte del hecho de que la sociología utiliza el método deductivo (es decir de lo general a lo particular), mientras que la historiografía utiliza el inductivo (de lo particular a lo general). Paramio acota que las diferencias entre la historia social y la sociología histórica son producto de interpretaciones accidentales que intentan hacer una separación tajante entre los dos enfoques. Para Paramio el principal aporte de la sociología histórica es que ofrece un método de contrastación multivariante de hipótesis. Es decir, que ofrece el parámetro de contrastar la teoría y la praxis, generalidad abstracta y realidad concreta. A partir de este enfoque sociológico es que se hace posible corroborar la validez de la teoría. [2] Para Elias la historia es un instrumento fundamental en el quehacer sociológico; al respecto señala: "Yo trabajo como lo haría un investigador de ciencias exactas: la historia es mi laboratorio y utilizo los estudios históricos para aclarar ciertos problemas humanos universales" (Eribon, 1991). [3] Una obra que influye en Elias, sobre todo en El proceso de la civilización, es el trabajo de Freud El malestar en la cultura, en el cual se expone la cuestión de la autocoacción (autorrepresión). La principal pista que nos permite comprender los planteamientos de Elias es que el proceso de socialización es un proceso a partir del cual el individuo "aprende" a autorreprimirse. [4] Por ejemplo, Elias, al referirse a la coacción. nos señala: "Durante el desarrollo de Francia se puede ver mejor que en cualquier otra parte del mundo cómo los guerreros han sido domados, domesticados por lo reyes; mientras que los reyes, por su parte, estaban igualmente forzados a practicar un mayor autocontrol. Luis XIV es un excelente ejemplo" (Eribon, 1991). [5] si bien La sociedad cortesana de Elias es el trabajo que tomamos como planteamiento central para hablar sobre la génesis de la modernidad, nos apoyamos también, de manera fundamental, en El proceso del a civilización y Sobre el tiempo del mismo autor. En El proceso.... trabajo publicado en 1939, se da cuenta global de la transición al capitalismo; La sociedad cortesana, publicado por primera vez en 1969, se ubica en el marco general de dicha obra. El segundo caso, Sobre el tiempo (1988), tiene una perspectiva histórica mucho más amplia, desde la sociedad primitiva hasta la contemporánea. [6] Elias afirma: "Si no hay monopolio de la violencia física no hay pacificación. El caso de Francia como intenté mostrarlo en mi libro es un magnífico ejemplo de la manera gradual como un monopolio de poder físico se forma. Primero, los nobles guerreros tenían tanto poder como la dinastía real, y con el correr del tiempo, poco a poco, ésta gana en poder a los nobles y establece un monopolio de la violencia, que utiliza principalmente en beneficio propio" (Eribon, 1991). [7] En este trabajo Bordieu reflexiona sobre la conducta de consumo de las clases medias, en la cual se adviene la intención de las clases subalternas de asemejarse a los cánones culturales de las dominantes. Guardando las respectivas proporciones en la etapa de evolución social que se estudia, tanto Elias como Bourdieu utilizan la sociología histórica destacando el aspecto cultural, para dar cuenta del proceso de desarrollo social desde lo cotidiano. No se trata, por tanto, de un método deductivo, sino más bien inductivo, en la medida que parten de lo microsocial, de lo privado. [8] Al respecto Elias señala lo siguiente: "En el período que estudié, mi material me mostraba una progresión de las coacciones. Pero si continúo mi teoría hasta el momento presente se puede decir que tenemos un punto, una vaga relajación del autocontrol bajo ciertos aspectos. Por lo tanto, si se observa atentamente la situación se percibe que este movimiento es muy parcial, no toca más que a ciertas esferas y particularmente aquella que concierne al sexo (...) los nuevos modos de relación entre los hombres y las mujeres en la más grande igualdad producen un reforzamiento de la autocoacción. En el tiempo cuando las mujeres estuvieron bajo la tutela de los hombres, la fuerza de la coacción venía de su miedo hacia ellos, pero hoy que ellas no están coaccionadas por lo hombres deben ejercer mucho más autocoacción. Así, mientras que ciertos tabúes han retrocedido, la estructura de la autocoacción se ha desarrollado. Por otra parte, desde el punto de vista general toda democratización requiere de un refuerzo de la autocoacción" (Eribon, 1991). [9] En este trabajo Bourdieu intenta identificar los fundamentos internos y colectivos que permiten definir aspectos sociales tales como las modas, los sitios de reunión, los valores éticos, las costumbres, etc., los que permiten "distinguir" a un individuo o clase social y definen la identidad de los grupos sociales en los espacios temporales y concretos. [10] Para Bourdieu existen tendencias claras a partir de las cuales identificar el "enclasamiento": cuando los sujetos sociales, en una posición de clase, ubicados en un lugar de la estratificación social, aspiran o se sienten de otro estrato superior al que pertenecen, por ejemplo la burguesía, como clase emergente en el período de transición al capitalismo, cuando su posición no es predominante. [11] De ahí que la obra que más influye en Elias para el tratamiento de la autocoacción sea El malestar de la cultura de Freud. Esto prácticamente constituye la parte del psicogénesis en El proceso de la civilización. [12] Dos trabajos importantes que se enmarcan en el mismo momento histórico que trata Elias, pero que abordan la problemática de la transición al capitalismo desde una perspectiva general son El Estado absolutista. de Perry Anderson (Anderson, 1987) y Estudios sobre el desarrollo del capitalismo de Maurice Dobb. Otro trabajo, de menor importancia que éstos y que incluso tiene un nombre semejante al de Elias, es El proceso civilizatorio de Darcy Ribeiro. [13] Bourdieu describe cómo el prestigio en la sociedad contemporánea define la posición social de los individuos. Finalmente se trata de lo mismo, si comparamos el papel que desempeña la cultura tanto en el surgimiento de la sociedad capitalista como en su última etapa de desarrollo. CITAS: [14] El Fausto de Goethe representó en su tiempo el estereotipo del hombre europeo, principalmente por la importancia que se le daba al conocimiento científico, el cual rompía con la metafísica que sustentaba ideológicamente a la sociedad feudal. [15] En ese sentido, la utilidad de los cubiertos en la mesa es otro de los ejemplos al que recurre Elias para demostrar el efecto del proceso de civilización. Si todo el mundo come con las manos, hasta el rey, existen formas refinadas en los modales de la clase alta. La nobleza utiliza sólo tres dedos al comer. Las primeras noticias de utilización de los cubiertos, cuchara y cuchillo, datan del siglo XIII, y es hasta el XIV que aparece el tenedor como instrumento para acercarse trozos de pan y carne. La simple presencia de los cubiertos en la mesa muestra parte de la transformación global de la conducta de la sociedad, de la transformación del comportamiento de sus élites, pues todavía en el siglo XVII el tenedor seguía siendo objeto de lujo en la aristocracia. [16] En ese mismo sentido dirige Bourdieu su trabajo de La distinción, pero ubicado en el caso de las sociedades contemporáneas. fundamentalmente la francesa. [17] Es necesario considerar que todo tipo de transición es un proceso gradual en el que "lo viejo", en este caso la sociedad feudal, comienza a sucumbir, mientras "lo nuevo", la sociedad capitalista, va emergiendo hasta consolidar su predominio en la formación social. Aun en ese momento se ha de entender que se trata de la coexistencia de dos modos de producción con el predominio de uno de ellos. De cualquier forma. como lo señala Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo, lo nuevo se construye con los desechos de la sociedad anterior. [18] Por esto, la cuestión del monopolio de la violencia significa la pacificación, por tanto, la "unidad" que requiere la conformación del Estado capitalista. En ese caso el Estado absolutista que personifica Luis XIV representa la génesis del Estado contemporáneo. [19] La autoridad que impone el Estado es lo que, en última instancia, hace que los individuos contengan sus impulsos. Cuando Homans intenta dar luz sobre los avances del conductismo en las ciencias sociales, y particularmente en la sociología, nos señala que cuando alguien es agredido busca "desquitarse" con algo o alguien que provoque mayor daño. Al respecto nos señala que: "Es peligroso atacar muchos de los objetos de agresión potencial porque pueden responder con una contraagresión que produzca aún más daño. En tal caso, una persona puede, como suele decirse, 'desahogarse' con un objeto menos amenazante, es decir, desplazar su agresión" (Homans 1990). Como es posible interpretar, el Estado es ese algo que se le impone al individuo como lo más amenazante, de tal manera que propicia la autocoacción, la represión de los impulsos. [20] Dentro del avance de la física el aspecto que menos progreso ha obtenido es el conocimiento del tiempo. Por lo que toca a las ciencias sociales, el tiempo, rigurosamente hablando no ha sido abordado. De tal manera, el trabajo de Elias constituye un gran aporte sociológico para analizar el desarrollo de la sociedad. [21] No se trata de una interpretación determinista, sino que en la medida que se introducen en la cadena productiva criterios de tiempos y movimientos (fordismo y taylorismo), se instituye un parámetro para definir el ritmo de la vida en la sociedad capitalista. [22] Si consideramos que el proceso de socialización impone al individuo una serie de normas que progresivamente introyecta, podremos advertir cómo el tiempo social le demanda adoptar actitudes, cumplir con ciertas responsabilidades y alcanzar objetivos en las diferentes etapas de su vida: niñez, juventud y madurez. BIBLIOGRAFIA: Anderson, P. (1987) El Estado absolutista, 9a. ed., Siglo XXI, México. Bordieu, P. (1990) Sociología y cultura, CNCA-Grijalbo, México. Bordieu, P. (1991) La distinción, Taurus, Madrid. Elias, N. (1982a). La sociedad cortesana, Fondo de Cultura Económica, México. Elias, N. (1982b) Sociología fundamental, Gedisa, Barcelona. Elias, N. (1987). El proceso de la civilización, Fondo de Cultura Económica, Madrid. Elias, N. (1989). Sobre el tiempo, Fondo de Cultura Económica, Madrid. Eribon, D. (1991). "La autocoacción y la civilización", en Topodrilo, noviembre-diciembre, núm. 20, UAM-I, México. Freud, S . (1988) "El malestar en la cultura", en Braunstein, N. (coord.), A medio siglo de "El malestar en la cultura" de Sigmund Freud, Siglo XXI, México. Homans, G. C. (1990) "El conductismo y después del conductismo", en Giddens, A. et al., La teoría social, hoy, CNCA-Alianza Editorial, México. Montesinos, R. (1990) "Norbert Elias: el recurso del tiempo", en Breviario político, primavera, núm. 5, CIDE, México. Paramio, L. (1986) "Defensa e ilustración de la sociología histórica", en revista Zona Abierta, enero-marzo, núm. 38.