Gobernar un caballo furioso Dicen los santos que nos habemos de haber con nuestro cuerpo como un caballero que va sobre un caballo furioso y mal enfrenado, del cual con industria y valor se apodera, y le hace caminar por donde quiere y al paso que quiere; así acá es menester traer siempre el freno tirado y no descuidar de la espuela, y de ese modo seréis señor de vuestro cuerpo y haréis de él lo que quisiéredes, y que camine por donde quisiéredes, y al paso que quisiéredes; y si no tenéis valor y destreza para gobernarle y apoderaros de él, apoderaráse él de vos y derrocaros ha en algún despeñadero.” Así decía el padre Alonso Rodríguez por allá a mediados del siglo XVI. En el lenguaje actual de la psicología y la educación a esto se le llama desarrollo de competencias emocionales, que es aprender a manejar las emociones con el concurso de la razón. El paso del salvajismo a la civilización, según Norbert Elias, se comienza a dar con la aparición de las formas sociales que invitan al comportamiento racional entre partes en conflicto. Esto supone el control de la afectividad y los valores en la búsqueda del conocimiento. Quien pretende conocer la realidad, tanto de manera individual como colectiva, debe tener el menor compromiso y guardar la mayor distancia con respecto a ella para evitar caer en el mito o la ideología. Para ello es imprescindible conocer la estructura de los impulsos, sentimientos y pasiones de los hombres para la comprensión plena de lo humano. La característica de lo salvaje, para Elias, no es la que alude a pueblos primitivos, sino a aquellos en los que la incapacidad de ejercicio de la razón es suplantada por los dogmas irracionales, como ocurrió en el régimen nazi. La ausencia de temperancia, de capacidad de diálogo, de uso de un lenguaje que, sin eliminar las diferencias, encuentre puentes para hallar puntos medios, el recurso a la violencia física y verbal es lo salvaje, lo incivilizado... y, como decía el padre Rodríguez, el camino al despeñadero. El Diccionario de la RAE define intemperancia como falta de templanza y moderación. Sinónimos de ella son desenfreno, intolerancia, exceso, incontinencia, abuso... Quienes se ocupan de la educación de niños y jóvenes deberían tener claras estas nociones para comprender que su labor central consiste en avanzar en las formas civilizadas de convivencia. Aprender a controlar los impulsos, a conversar con los compañeros, a discutir con base en argumentos, a respetar al adversario, a disentir sin agredir son ejercicios que van templando el carácter a lo largo de la vida para aprender a vivir en paz. En momentos en que el país guarda la esperanza de que los diálogos de La Habana conduzcan a una salida civilizada de un conflicto que degrada a toda la sociedad, colegios y universidades deberían hacer un esfuerzo cada vez mayor para comprender las razones profundas de nuestros desencuentros y sembrar en la cabeza y el corazón de nuestros niños y jóvenes la conciencia de que todos somos parte de la superación del conflicto. Sin embargo, no resulta fácil la tarea cuando quienes ocupan las más altas posiciones del poder y quienes aspiran a sucederlos deciden recurrir a las formas menos civilizadas posibles, haciendo evidente su incapacidad de mirarse al espejo para verse a la luz de sus propias mezquindades, ajenas por completo a las necesidades de un país en el que la guerra se libra entre los pobres. Quienes hoy piden más guerra, más muertes, no tienen a sus hijos en los campos de batalla... y no les da vergüenza. De nuevo, Elias señala que uno de los cambios más llamativos en el paso del salvajismo a la civilización es la aparición de la vergüenza y el pudor como las más fuertes herramientas en el surgimiento de una nueva ética pública. CAJIAO, Francisco. El tiempo. 26 de agosto de 2013