5 Creer El Credo BAJÓ DEL CIELO Y SE HIZO HOMBRE1 ¿UNA EXPRESIÓN MITOLÓGICA? La expresión del Credo: “bajó del cielo” parece tener un regusto mitológico. Recuerda a las historias de los dioses de Homero que bajaban del Olimpo a visitar a los héroes a los que querían proteger. Evidentemente, nosotros no hemos de entender esta expresión en sentido mitológico o local, sino en un sentido teológico muy profundo: no es que Dios “baje” físicamente - como si Dios no estuviera ya desde siempre presente en todas partes - , sino que Dios, sin dejar de ser Dios, puede también pasar a vivir una vida humana, en nuestro mundo, una vida como la nuestra. Es lo que habitualmente designamos con el nombre de “la encarnación” de Dios: Dios se hace hombre como nosotros. El Nuevo Testamento lo expresa de diversas maneras: - “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). - “Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él...” (1 Jn 4, 8). - “...La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios... Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria...” (Jn 1,2.14) - “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo. Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres; apareciendo en su porte como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz...” (Fil, 2-5-9). MÁXIMA EXPRESIÓN DE AMOR Y DE SOLIDARIDAD Hay que notar que este “descenso” y “abajamiento” de Dios, se realiza por amor a los hombres; para restablecernos en aquel Reino de Dios donde todos poda(1) Resumen del capítulo 6 del libro “Creer el credo” de Josep Vives. Ed. Sal Terrae. Colección Alcance mos vivir con gozo como hermanos, hijos de un mismo Padre. Dios viene a nosotros, “desciende”, como dice el evangelio, para “recuperar lo que se le había perdido”. La mejor expresión de esto sería aquella parábola del pastor que perdió una de las cien ovejas que tenía: sale del redil y recorre todos los terrenos hasta que la encuentra. Del mismo modo, Dios “sale”, “desciende”, para recuperarnos en su amor. Cuando hablamos de la encarnación de Dios queremos decir que Dios ha elegido manifestarse, no solamente como Ser Supremo, sino como don benevolente y solidario para con nosotros: tan solidario que se hace en todo igual a nosotros, “menos en el pecado”. Muchos piensan que la omnipotencia es el atributo más característico de Dios. Vivimos en un mundo organizado de tal manera sobre el poder, y anhelamos todos de tal manera el poder y el dominio, que acabamos proyectando en el propio Dios esta codicia de poder. Cuando los hombres se hacen los dioses a su imagen, los quieren todopoderosos, deseando que este poder de los dioses actúe a su favor. La gran novedad cristiana es que el Dios verdadero no se manifiesta como poder sino como amor y solidaridad. Esto es precisamente lo que celebramos en el misterio de Navidad; misterio de humildad, de sencillez, de impotencia, de solidaridad..., que se proyectará después hasta llegar a la impotencia del Dios clavado en una cruz. Dios viene a compartir nuestra vida, y desde el primer momento la comparte con los más pobres: sin casa propia, con los pastores, y más adelante, con la gente sencilla de Nazaret, con los pescadores del lago, para acabar despojado y rechazado por las autoridades de su pueblo, hasta el punto de llegar a exclamar: “Dios mío, por qué me has abandonado? (Mc 15, 34). RADICAL TRANSFORMACIÓN DE NUESTRAS EXPECTATIVAS SOBRE DIOS: NO EL PODER, SINO LA SOLIDARIDAD La encarnación supone, pues, la radical transformación nuestras expectativas sobre Dios: nos hace pasar de la idea del Dios Todopoderoso a la idea del Dios Todoamor, Todo-solidaridad. Creer en la encarnación es aceptar el cambio radical de valores que esto supone; y aceptar que, si queremos seguir a Jesús, hemos de hacer del amor solidario el primer valor de nuestra vida. La comunidad cristiana primitiva vio expresado esto en el llamado Cántico del Siervo de Yahvé, donde se dice: “Soportó nuestras dolencias, cargó con nuestros dolores” (Is 52, 3). Yahvé, a fin de cumplir su designio sobre la humanidad, quiere que su Hijo se haga Servidor, solidario con nosotros, Dios-con-nosotros hasta el nivel más bajo, el de los más pobres y más necesitados. Esto es lo que quiere decir “bajó del cielo”: Dios decide “perder poder para ganar comunión.” Así el Dios encarnado nos muestra el verdadero sentido de la vida humana: vivir la relación filial con Dios como relación fraterna - solidaria - con todas las personas, y particularmente con las más necesitadas. Contrariamente de lo que la mayoría piensa, el ser humano no está hecho para poseer o dominar, sino para amar y entregarse como Dios mismo se entrega a BAJÓ DEL CIELO Y SE HIZO ZO HOMBRE nosotros: esta es la gran lección del misterio de Navidad. Cuando Dios se hace hombre, no lo hace con condiciones o con restricciones especiales que le eximan de los aspectos más negativos de la existencia humana. Se somete en todo a la condición humana “obediente hasta la muerte”. Acepta todo lo que comporta el hecho de vivir como ser humano: los condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga...), los condicionamientos culturales o económicos (los de la sociedad de su lugar y de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades de acción mas bien escasas...); y, sobre todo, los condicionamientos sociales, que le hacen entrar en el juego de los intereses (legítimos e ilegítimos, puros y bastardos) de la gente de su tiempo, que le aman y son amados por Él, le aceptan, le rechazan o le utilizan..., y finalmente le matan porque no se acomodaba a lo que querían o esperaban, y porque les estorbaba. “Descendió del cielo” y “se hizo obediente”. Obediente y sometido a la compleja realidad humana, apoyando todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo que fuera contra el ser humano. Y así, de esta manera, obediente también al Padre, dando testimonio “hasta la muerte” de como el Padre quiere que sea la realidad humana. verdadera en este mundo de contradicciones, codicias y pecado, en solidaridad real los que son víctimas de dichas codicias y pecado, rechazando de forma efectiva todo lo que sea pecaminoso, conduce siempre, de una manera o de otra, a la cruz. Cristo, al “descender” a la condición humana, se metió en medio de las contradicciones humanas y fue una trágica víctima de las mismas. Si queremos ser sus seguidores, también nosotros hemos de “descender” a la verdadera condición humana y nos hemos de hacer hombres/mujeres tal y como Dios los quiere. No podemos ser como fieras que se devoran unas a otras, ni como piedras que permanecen indiferentes a lo que pasa. Se habla a menudo de una “espiritualidad de encarnación”, o de una “opción por los pobres”. Seamos conscientes de lo que esto implica. Para nosotros - que vivimos encopetados en los humos de querer ser como dioses y señores absolutos de todo - implica ”descender”, sencillamente “hacerse hombre/ mujer” a imagen de Aquél que, siendo Dios verdadero, “se abajó” y se hizo hombre sencillo y pobre, acogedor de todos, solidario con todos, anulador de las falsas diferencias que los humanos pecadores establecemos entre nosotros. Pero esta encarnación, este hacerse humano con los humanos y para todos los humanos, conduce inevitablemente a la cruz. A un hombre así, los que quieren ser dioses entre los humanos, acaban crucificándolo. UNA ESPIRITUALIDAD DE ENCARNACIÓN CON LOS PIES EN EL SUELO Por tanto, al hablar de encarnación, no hemos de ser ingenuos: la encarnación real y Dios entró en la historia en un lugar y en un tiempo concretos. Si Dios quiere ser Dios viene a compartir nuestra vida, y desde el primer momento la comparte con los más pobres solidario con los humanos, eso no lo puede hacer de una manera abstracta e ideal. Un hombre/mujer es una persona que está en un espacio y en un tiempo que le influyen y que, en buena parte, determinan sus posibilidades. Por eso, el primer principio de toda vida espiritual encarnada es “vivir con los pies en el suelo”; en un lugar, un tiempo, unas circunstancias de vida y de relación con las personas y con el mundo. Hay gente que siempre sueña lo que habría podido hacer si no se hubiera encontrado condicionado por tales o cuales circunstancias o personas, etc. “Si no fuera por...” El Hijo de Dios entra en el mundo tal y como éste era en aquel tiempo suyo; en un lugar y en unas circunstancias concretas. Y ahí, en lo concreto, da testimonio de su amor al Padre y a los seres humanos hasta el final. Un final que, por las circunstancias concretas, fue de cruz.. Lo que Jesús pide al Padre para sus discípulos en su hora suprema, no es que “los aparte del mundo, sino que los libere del mal” (cf. Jn 15, 19). La evasión espiritualista ha sido siempre una perversión del verdadero cristianismo de encarnación. Hay que dar testimonio del amor total al Padre en el amor y la solidaridad total con los hermanos, en las circunstancias concretas que a cada uno le toca vivir. En definitiva, la encarnación significa que este pobre mundo nuestro, en el que hay tantas limitaciones y contradicciones, y que se encuentra tan malherido por los pecados de las personas, aún es amado por Dios; aún puede brotar en él - por la gracia que se ha manifestado en Jesucristo - la flor pura del amor. No hay ninguna situación o circunstancia tan negativa o corrompida en la que uno no pueda amar. Eso sí: hay circunstancias en las que amar comporta el riesgo de ser crucificado.