Intrigas y miserias humanas después del cautiverio de Cervantes

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Intrigas y miserias humanas después del cautiverio
de Cervantes
¿Aquel Juan Blanco de Paz, a quien hemos dado
renglones más arriba por renegado, no era mejor un
clérigo y doctor, y hasta se dice que inquisidor y
ministro en la Orden Dominicana? Lo cierto es que
era extremeño, natural de Montemolín, cerca de
Llerena; él desde luego blasonaba de ser familiar del
Santo Oficio, y aduciendo estos títulos, al tener
noticia de la redención de Cervantes, escribió cartas a
fray Juan Gil, el redentorista, acusando a Cervantes
de autor de una larga sarta de delitos públicos y
privados. Ello obligó a Cervantes, pocos dias después
de su liberación, el primero de octubre de aquel año
de 80, a instar una información, que hicieron los
frailes redentores, y que terminó en 22 del mismo
octubre con aquel pronunciamiento de fray Juan Gil,
que así decía: «En su cautiverio ha hecho cosas: por
donde merece que Su Majestad le haga mucha
merced.» Las testificaciones de los compañeros de
cautiverio, y especialmente la del venerable doctor
Antonio de Sosa, fueron honrosísimas para
Cervantes, de quien se declaraba haber sido como
padre y madre de los demás cautivos.
Un cautivo con cierta libertad moderada de
movimientos dentro de la ciudad de Argel, tenía él
que buscarse su propia vida. ¿De qué recursos
económicos echaría mano Cervantes para atender a
su sustento y al socorro de sus compañeros de
cautiverio? Se asevera que el egregio Miguel daba
lecciones de idiomas, matemáticas y otras ciencias
para provecho de los moros acaudalados. Pero más
que esto consta que escribía algunas composiciones
en verso y prosa, que daba a leer al doctor Sosa, y
entre ellas las habla dedicadas a la Santísima Virgen,
y también es cosa probada que el mismo Sosa dió a
conocer algunas de estas composiciones a los frailes
de la Merced. Que en Argel compusiera Cervantes
alguna de sus comedias y entremeses, es cosa que
permanece todavía en tela de juicio. Se asegura que
«La gran turquesa», «La gran sultana», «El trato de
Argel» y «La batalla naval» fueron obras compuestas
en el cautiverio, pero para pensarlo así más aduce el
argumento turquesco y argelino de estas piezas que
otra noticia o consideración. Hasta hay quien asevera
que el «Quijote» pudo ser bosquejado en aquellos días
de soledad, reflexiones íntimas y vasto dolor moral,
por aquello tan famoso, que el mismo Cervantes
declara de su «Quijote», «Se engendró en una cárcel
donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste
ruido hace su habitación.» Pero a nosotros parece que
es gran audacia y dislate achacarle a Cervantes la
inspiración de «Don Quijote» en el propio Argel, ese
«Quijote» que exigiría para su ideación un humorismo
español de tierra áspera, una gran tristeza española y
cierta severidad de años, porque no hay obra en el
mundo que pueda ser menos la obra de un joven que
el «Quijote», y Cervantes no era aún viejo cuando
partió de Argel.
Con la excepción de opiniones y cábalas de los
biógrafos más recientes, con demostrada certeza no
se sabe la fecha en que Cervantes se embarcó para la
Península y ni siquiera se sabe con demostración
convincente el puerto a que arribara su nave
redentora. Se dice de Barcelona, de Denia, de
Valencia y de Palamós. Puerto del Mediterráneo sería.
La noticia que hasta hace algún tiempo, y aun hoy en
día parece más cierta, es la de haber desembarcado
Cervantes en el puerto de Denia y en diciembre de
aquel año de 80, según se colige de una información
que se practicó, de las del género judicial, en 1592, y
en la que un cierto Rodrigo de Chaves afirma que
vino junto con él en una nave hasta Denia, que es
puerto del reino de Valencia.
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